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Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María
DESDE EL MIRADOR
LITERATURA
y REALIDAD
POR KEPA MURUA
PÁG. 8
LECTURAS
MIRADAS
EN LOS
ENTRESIJOS
PERCEPCIONES ALREDEDOR
DE POEMAS ESCRITOS
POR MUJERES
POR CONCHA GARCÍA
PÁG. 4 Y 5
Miércoles 27 de mayo de 2020 . Año 20 Nº 905
La pandemia del coronavirus, una experiencia única en la historia de la humanidad, ha causado tal impacto en la
sociedad y en el espíritu de cada ser humano, que nadie escapa a la idea de que nada volverá a ser igual. Pero, la
pregunta es ¿cómo será la realidad de mañana?
PÁG. 2 y 3
LOS FUTUROS DEL PRESENTE
ALBERT CAMUS
A LOS MÉDICOS
DE LA PESTE
POR REDACCIÓN ECM.AT
PÁG. 7 Fotografía de Lucas Ortiz
ECOLOGÍA
PLANETA AZUL,
ESPERANZA
DEVIDA
POR NORBERTO NEGRO
SCHIAVONI
PÁG. 6
El Corredor Mediterráneo / Página 2
LOSFUTUROS
DELPRESENTE
(Primeraparte)
Por Antonio Tello
Las epidemias de peste y las guerras que
asolaron Europa en los siglos XIV y XV aca-
baron con la concepción mítica de la rea-
lidad y con el feudalismo como forma de
organización política, social y económica
y colocaron al ser humano en el centro de
toda actividad o empresa. Al emanciparse
del simbolismo metafísico del medioevo
y descubrir la realidad sensible que lo ro-
deaba, el ser humano tomó conciencia de
su soberanía en el mundo y su poder so-
bre la Naturaleza y, al mismo tiempo, abrió
la puerta a la razón. Pero, como lo intuyó
Goya “los sueños de la razón crean mons-
truos” y ahora esos monstruos posibles de
la razón han llevado la civilización al bor-
de del abismo y expuesto la fragilidad de la
vida. ¿Volverá el ser humano a recuperar
las riendas de su destino en el mundo?
El individualismo y la democracia
El individualismo y la incipiente democra-
cia aparecieron en el horizonte del siglo
XV como fundamentos primordiales de la
modernidad. Acerca del individualismo en
ese momento, Arnold Hauser dice que era
“como un programa consciente, como ins-
trumento de lucha y como grito de guerra,
[como una] emancipación de la carne” del
ascetismo medieval. El individuo descu-
brió “la esencia del espíritu humano y su
poder sobre la realidad”. Con esta actitud,
el individuo liquidaba definitivamente la
vieja creencia de un mundo en el que el
destino del hombre estaba determinado
por las leyes de la Providencia. Al aparecer
la razón como sustento de la vida huma-
na, el ser humano se erigió en artífice de
su propio destino. Es así como el individuo
quiso conocer más sobre sí mismo y sobre
su entorno y, al hacerlo, forjó la creencia
de que el progreso humano podía cambiar
la realidad.
Sobre esta idea crucial se produjeron en
Europa vertiginosas y radicales transforma-
ciones sociales, políticas, económicas, cul-
turales, científicas y artísticas y se impulsa-
ron empresas que cambiaron para siempre
la percepción que hasta entonces se tenía
del mundo y de la Tierra en el cosmos. Co-
rrelativamente se consolidaron las virtudes
burguesas identificadas con la laboriosi-
dad, la respetabilidad y el afán de lucro,
que fundamentaron el nuevo sistema ético,
cuyo eje vector es la razón, y la creencia
de que la libertad es un derecho natural del
individuo.
Esta concepción de la libertad sirvió al libe-
ralismo para desarrollar la doctrina según
la cual el hombre es libre por naturaleza y,
por lo tanto, no cabe ley alguna contraria a
su voluntad, salvo la ley del más fuerte. La
realidad emanada de esta ley lleva a Tho-
mas Hobbes a escribir, citando a Plauto,
que “el hombre es un lobo para el hom-
bre”. Hobbes omite la segunda parte de la
frase del autor latino [“y no hombre si des-
conoce al otro”], al no corresponder con el
carácter depredador del orden surgido de
las ruinas del feudalismo.
La democracia surge así como una premisa
del individuo emancipado de la divinidad y
en posesión de una soberanía que lo exce-
de, para gestionar, organizar y controlar la
nueva realidad de acuerdo con los intere-
ses y objetivos de la nueva elite que asume
el poder. Cabe recordar que el concepto de
soberanía sobre el que se funda la demo-
cracia empieza a discutirse en las postri-
merías de la Edad Media, como parte del
conflicto entre la burguesía y los poderes
representados por la Iglesia, el Imperio y los
grandes señores y corporaciones. En 1576,
Jean Bodin publicó “Los seis libros de la
República”, obra en la que acuña “sobe-
ranía” como término equivalente a “poder,
único, absoluto, perpetuo e indivisible de
una República” que ostenta el “soberano”
(entonces identificado con el rey) para im-
poner orden en un Estado y evitar conflic-
tos entre sus súbditos. Para el individuo se
trata entonces de asumir y controlar el po-
der que, para Rousseau, en su “Contrato so-
cial” (1762), era el “ejercicio de la voluntad
general” y que, como tal, no podía “enaje-
narse nunca, y el soberano, que no es sino
un ser colectivo, no puede ser representa-
do más que por sí mismo: el poder puede
ser transmitido, pero no la voluntad”. Esto
significaba el reconocimiento del sufragio
universal, pero el liberalismo, a través del
abate Sieyès, introdujo la doctrina de que
la soberanía no emanaba del pueblo sino
de la nación, la cual es la única entidad
capaz de, depositándola en el Parlamento,
preservarla de las contingencias emociona-
les de la plebe.
Mediante esta torsión doctrinal, el libera-
lismo justificó durante mucho tiempo el
voto censitario y la negación del voto a la
mujer, y legitimó el ejercicio del poder por
parte de una elite político-económica, cuya
dignidad y fortunas personales reconocía
como avales de los intereses nacionales.
La soberanía, cualquiera sea la doctrina,
alude tanto a la relación de poder entre
el Estado y su territorio y su población, y
a la independencia en relación de otros
estados, pero en la era contemporánea su
noción se ha vuelto más porosa y difusa
en la medida en que el poder del Estado
se ha desplazado hacia entidades supra-
nacionales –Unión Europea, ONU, FMI,
etc.- y, sobre todo, hacia las corporaciones
multinacionales, que han ido cooptando y
controlando a las elites políticas locales e
imponiendo una “soberanía” de naturale-
za económico-financiera, cuyos intereses y
objetivos son contrarios a las necesidades
y derechos de la ciudadanía.
Guerra y comercio
A la actual situación del sistema se llegó
luego de un arduo y complejo proceso
conducido por las elites que, legitimadas
por una democracia de la cual supieron
aprovechar o provocar sus imperfecciones
y debilidades, hicieron de la guerra y del
comercio los principales instrumentos de
su idea de progreso.
El espacio vital –lebensraum-, piedra an-
gular del nazismo y base de la estrategia
militar continental del Tercer Reich, si bien
fue enunciada como teoría en 1924 por
científicos alemanes, es un concepto que
ya movía a las potencias coloniales que
se disputaban el mundo para colocar los
excedentes de una producción cada vez
mayor, merced al desarrollo tecnológico
y científico, y obtener las materias primas
necesarias para sus industrias. No era la li-
bertad de los pueblos sino la obtención de
territorios para ejercer el “libre comercio”,
lo que movilizaba a los ejércitos de los im-
perios colonialistas.
Téngase presente que el descubrimiento
europeo deAmérica y su posterior conquis-
ta se dio como resultado de la búsqueda
de una nueva ruta de las especias ante el
control que ejercían los musulmanes sobre
la única conocida hasta entonces. La gue-
rra entre el islam y el cristianismo –más allá
de su impronta religiosa- debe entenderse
como una disputa por el dominio cultural y
mercantil del mundo cuyas verdaderas di-
mensiones empezaban a conocerse. Igual
interpretación cabe para los conflictos bé-
licos que en la Europa pre capitalista libra-
ron los imperios cristianos por la posesión
de un espacio vital continental y el control
de las ricas colonias ultramarinas. El mis-
mo sello tuvieron en éstas las posteriores
guerras de emancipación que dieron lugar
a nuevas repúblicas. Estados que, en lugar
de naciones libres, se convirtieron en mer-
Fotografía de Lucas Ortiz
El Corredor Mediterráneo / Página 3
cados de libre comercio en manos de oli-
garquías criollas gerenciales. Elites que sus-
tituyeron la dependencia de la metrópolis
por la dependencia de las potencias mer-
cantiles surgidas de las guerras coloniales,
sin que esto supusiera cambios sustanciales
en la vida de la población y en su relación
con quienes controlaban el poder político,
salvo en la identidad emocional que con-
fiere el patriotismo.
Del patriotismo a la unidimensionalidad
El revitalizado concepto romano de pa-
tria vinculado al de nación fue uno de los
grandes recursos ideológicos por medio del
cual la burguesía logró controlar emocio-
nalmente a las masas y comprometerlas
en sus empresas. El sentimiento medieval
de pertenencia a un lugar ligado al de ser-
vidumbre al amo que aún palpitaba en el
imaginario popular halló encarnadura en
el servicio a la patria identificada con la
nación. Un servicio que comprometía la
fuerza de trabajo y la vida de cada indivi-
duo, enaltecido y sublimado como tal por
el yo romántico. Esto explica que ningún
movimiento revolucionario pudiera im-
pedir, por ejemplo, que los trabajadores
participaran en las guerras imperialistas de
los siglos XIX y XX promovidas por sus pa-
tronos en nombre de la patria. Conflictos
que alcanzaron dimensiones planetarias en
1914-1918 y 1939-1945, tras el último de
los cuales las grandes potencias enfriaron
sus ímpetus bélicos para no aniquilarse
mutuamente optando por librar sus batallas
en escenarios acotados, exóticos y distan-
tes de sus territorios. Las llamadas “guerras
de baja intensidad” que dejan a sus prota-
gonistas locales vulnerables al saqueo de
sus riquezas naturales cualquiera haya sido
el vencedor.
El patriotismo es uno de los elementos bá-
sicos sobre las que se fraguaron las moder-
nas sociedades obedientes, conformistas y,
al mismo tiempo, atomizadas en un indivi-
dualismo prepotente, consumista e insoli-
dario. Este individuo alienado es el genera-
dor y la víctima de la sociedad opulenta de
los países industrializados y de la sociedad
pobre de los demás. Una sociedad en uno
u otro caso deshumanizada.
Según Herbert Marcuse en “El hombre uni-
dimensional” «la eficacia del sistema im-
pide que los individuos reconozcan que el
mismo no contiene elemento alguno que
deje de comunicar el poder represivo de
la totalidad», de modo que tiene el poder
suficiente como para neutralizar la imagi-
nación y la capacidad crítica de los indi-
viduos creando una dimensión única del
pensamiento. Es decir que tal poder per-
mite al sistema absorber cuánta oposición
se le presenta y, a través de los medios de
comunicación y la aplicación de la razón
instrumental en sus mensajes, generar una
única dimensión de la realidad. El indivi-
duo alienado, quien en las primeras fases
del capitalismo vendía su fuerza de trabajo
y era esta fuerza la mercancía, ha acabado
él mismo convirtiéndose en mercancía, en
un producto de compra-venta, objeto de
las múltiples e interesadas transacciones
del mercado, tal como es posible observar
ahora en el tratamiento y papel que juegan
los trabajadores en los proyectos de solu-
ción de las presuntas crisis económicas que
afectan al sistema.
El hombre alienado de Marcuse, como el
hombre medio de Ortega y Gasset, con-
forma la masa manipulable para el poder.
Aunque su comportamiento particular re-
fleje su radical individualismo, su hábitat
“natural” está determinado y condicionado
por la cultura de masas. En el capítulo III
de El hombre unidimensional, La conquista
de la conciencia desgraciada: una desubli-
mación represiva, Marcuse afirma que “lo
que se presenta ahora no es el deterioro de
la alta cultura que se transforma en cultura
de masas, sino la refutación de esta cultura
por la realidad [...] La alta cultura siempre
estuvo en contradicción con la realidad
social [pero hoy esta contradicción se ha
neutralizado] mediante la extinción de
los elementos de oposición, ajenos y tras-
cendentes de la alta cultura, por medio de
los cuales constituía otra dimensión de la
realidad. Esta liquidación de la cultura bi-
dimensional no tiene lugar por medio de la
negación y el rechazo de los “valores cultu-
rales”, sino por medio de su incorporación
total al orden establecido mediante su re-
producción y distribución a escala masiva.”
El unidimensional es un hombre a quien se
ha despojado de su imaginación y secues-
trado su razón crítica dejando en ese vacío
un conformismo placentero, que se traduce
en un individualismo narcisista que respon-
de a los estímulos alienantes del sistema y
que van desde el consumo compulsivo y
el culto al cuerpo hasta el reconocimien-
to social de sus autopercepciones por más
delirantes que sean. Marcuse llama a esto
«conciencia feliz», que define como «la
creencia de que lo real es racional y que el
sistema entrega los bienes», lo cual refleja
«un nuevo conformismo que se presenta
como una faceta de racionalidad tecnoló-
gica y se traduce en una forma de conduc-
ta social». Sin embargo, esta “conciencia
feliz” parece no ser suficiente para ocultar
del todo el profundo malestar existencial
de los individuos, porque no se puede ser
feliz si la mayoría del entorno no lo es.
Aldous Huxley intuyó en “Un mundo feliz”
(1932), que el sometimiento del individuo
se da a través del placer, pero, como añade
en uno de sus ensayos, para que ese pla-
cer inoculado sea efectivo se hace necesa-
ria una forma adicional de control social,
el cual se da a través de las drogas. “Con
más o menos frecuencia, y mayor o menor
intensidad, hombres y mujeres se disgustan
con el mundo en el que viven y con la per-
sonalidad que les brindaron la naturaleza
y la crianza [por lo cual] el único modo
racional de abordar el problema de la dro-
ga y la bebida es […] hacer de la realidad
algo tan decente que los seres humanos no
estén constantemente deseando escapar de
ella…”, escribió.
Otra visión futura de este presente, y en
cierto modo complementaria a la de Hu-
xley, es la que concibió George Orwell
en “1984” (1949). En esta novela el con-
trol social se da a través de la vigilancia de
los individuos que ejerce el ojo del “Gran
Hermano”, a cuyo pensamiento único y
neo lengua están sometidos todos los indi-
viduos.
Es así que vigilancia y pensamiento único
son recursos que permiten el control de la
democracia y la apropiación de la lengua
y de la biosfera terrestre, ambas sistemáti-
camente degradadas y esquilmadas, para
asegurar la hegemonía capitalista. Una he-
gemonía que, según muchos pensadores,
politólogos y economistas, la pandemia del
Covid-19 ha puesto en jaque junto a todo
su andamiaje ideológico al activar de forma
indiscriminada el atávico temor a la muerte
de los individuos. Entonces ¿es acertado,
exagerado o apresurado el pronóstico que
augura el fin del capitalismo y el nacimien-
to de otro orden más justo y equitativo?
¿Cómo será la realidad de mañana? Es la pregunta que todos se hacen y,
aunque la duda prevalece en la mayoría, muchos se atreven a dar respues-
tas casi siempre atravesadas por la esperanza o el temor. ¿Vendrá un mun-
do más justo y equitativo o seguirá como hasta ahora?
El Corredor Mediterráneo / Página 4
LECTURAS
Un entresijo es una cosa oculta, interior,
escondida. La poesía de Emily Dickin-
son podría estar escrita entre los entresi-
jos, pero no solo la de ella, sino la de la
mayoría de mujeres que escribieron an-
tes que nosotras. Un entresijo es también
tener muchas dificultades o enredos no
fáciles de entender o desatar. La poesía
de la mayoría de mujeres no ha sido lo
suficientemente entendida, ni siquie-
ra se ha intentado desatar por parte de
la crítica oficial, siempre fue algo en el
margen, un resto, una peculiaridad que
se construía mediante subjetividades frá-
giles, imprecisas. La mujer era un mis-
terio. Entresijo es también proceder con
cautela y disimulo en lo que se hace. En
este ensayo sobre mi experiencia como
lectora de poesía escrita por mujeres he
seleccionado unos nombres por razones
meramente personales. Llevo toda la
vida escribiendo y leyendo poesía. Ten-
go una relación casi biográfica con cada
una de las poetas aquí comentadas. En
mucha (no toda) de la poesía escrita por
mujeres encontraba las realidades que
me interesaban profundamente más allá
del campo de lo simbólico, como el len-
guaje, el dolor de existir, y las diversas
temporalidades que atravesamos a lo
largo de nuestra existencia.
Cuentan muchos poetas que la poesía
nació del siguiente modo: sonaba en
sus oídos una frase musical insistente,
al principio inconcreta y luego precisa,
pero todavía sin palabras, y en algún
instante, a través del fraseo musical,
brotaban de pronto las palabras y co-
menzaban a moverse los labios. Más
musical que mental, el hilo poético se
cruzaba con el musical y de ese fraseo
advenía el canto. Puede que la esencia
del mundo sea musical. En los Upani-
shads se afirma que quien medita sobre
el sonido de la sílaba OM llegará a ad-
quirir más conciencia, porque en ella
está todo. El último sentido que pierde
un agonizante, es el oído. Curioso dato.
Cierras los ojos y ahí está el sonido del
mundo que transporta a otros lugares.
Los abres y continúas pegada al instan-
te. La simultaneidad permite una visión
panorámica y no focaliza un solo lugar.
La emisión del recitador del Corán dura
no más de cuarenta y cinco segundos.
Para un oído distraído esos sermones
musicales pueden parecer, en primera
instancia, una combinación hermosa
–según H. A. Murena–: «Son trozos de
ardorosa matemática, de rigor tan pre-
ciso como la caligrafía árabe. Todos los
versículos concluyen de forma abrupta
comprimiéndose al final para transmitir
la sensación física de aquello con lo que
chocan: el silencio». La poesía mística
apunta al vacío, a un vacío relacionado
con la fenomenología. Se busca la tras-
cendencia, un estado de conciencia que
saque al yo del tránsito cotidiano. San
Juan era místico. Sor Juana Inés no lo
era. Mucho más mundana se ocupaba
de asuntos que concernían a su tiempo
desde espacios de deseo y de resolución
de problemas. El material de la expe-
riencia mística viene del conocimiento
poético. Un poema ha de querer decir al
mismo tiempo algo y nada –la nada de
arriba–. Dijo Simone Weil.
San Juan escribió el “Cántico espiritual”
en una celda con apenas ventilación.
Enfermo y débil, la luz entraba por una
ranura. Lo místico es la percepción de
la trascendencia, se dirige hacia el Dios
católico, hacia la Sabiduría, hacia espa-
cios abiertos donde la pregunta acumula
certezas que solo pueden cifrarse inte-
rrogando, puesto que nada se sabe y la
intuición no se puede demostrar. Se sale
del yo y de lo que me sucede. Es una
cuestión de fe. O crees o no crees. La
mayoría de los asuntos de nuestra vida
transita en las creencias. No somos una
identidad fija, con el tiempo cambia sin
que se altere nada relacionado con la
biografía que construimos. Somos flui-
dos, música, movimiento, enfermedad,
salud, instantes y sensaciones. Somos
muchas cosas; a veces, no somos ni un
hombre ni una mujer. Es lo que se pre-
tende con la aspiración mística. Algo
parecido al nirvana oriental, a la no
acción. Volviendo a Simone Weil: «La
metáfora de la elevación se corresponde
con este hecho. Si camino por la ladera
de una montaña, puede que vea primero
un lago, y luego, unos pasos más allá, un
bosque. No queda otro remedio que ele-
gir: o el lago, o el bosque. Si quiero ver
a la vez el lago y el bosque, debo subir
más arriba».
Para subir más arriba, algunas mujeres,
hasta no hace tanto tiempo, encontra-
ban la posibilidad de leer y el derecho a
la soledad, ingresando en una orden re-
ligiosa, siempre que se tuviese una dote
y curiosidad intelectual. Cuántas monjas
han vivido y muerto en tantos encierros
conventuales prestando solo trabajos de
mantenimiento y limpieza a causa de su
condición social. Teresa de Jesús ofrece
una vida atractiva, llena de inconvenien-
tes, pero de un marcado carácter en to-
das sus vertientes.
Su existencia, bajo la influencia de
una ascendencia judía que se quería
ocultar, así como el talante negocia-
dor de la monja, junto a la convicción
de que Cristo hablaba con ella a través
de su cuerpo, despertaron mi interés.
Fue una de las primeras escritoras que
admiré, aunque sentía que la figura ha-
bía sido manipulada por el feroz cato-
licismo español –espacio ideológico
donde nos criamos las mujeres nacidas
en los años cincuenta por ello es obje-
tivo de este ensayo testimoniar aquellos
tiempos–. Cuando leí “Las moradas” ya
había cumplido los treinta. Santa Tere-
sa de Jesús no acababa de gustarme y
convencerme. El ensayo de orientación
marxista de Rosa Rossi titulado: “Tere-
sa de Ávila. Vida de una escritora”, me
abrió el apetito de conocer mejor a la
monja española intentando entrar en su
tiempo y coadyuvantes, que revelaron
el camino de su existencia, de la que
poco sabemos en realidad. El punto de
vista marxista daba en el blanco y mi in-
terés se centró más en su autobiografía,
que las puntuales anotaciones relatadas
en “Las Fundaciones”. Quizás, el aro-
ma que había recibido en mis años de
aprendizaje escolar, envuelto con sabor
a castigos y represiones que nos dejó la
Iglesia católica y romana, produjo un
rechazo hacia todo tipo de imágenes re-
lacionadas con la vida conventual. Pasó
de puntillas su influencia hasta que años
más tarde me volvió a interesar ya libe-
rada de los humos espirituales molestos.
Fueron muy interesantes sus estrategias
para lograr, en aquella España del siglo
XVI, todo un complejo entramado den-
tro del Estado, a través de las Funda-
ciones Carmelitas. Aquel tesón e inteli-
gencia, ayudada por algunas relaciones
personales importantes dentro y fuera de
la Iglesia, la realzaron como una mujer
de negocios brillante. Como dice Rosa
Rossi en el prólogo de 1993 a la biogra-
fía de la escritora: «Mucho camino se ha
recorrido también en la comprensión
laica de la “experiencia” de esa capaci-
dad de experiencia de aceptación y de
escucha que Teresa iba buscando des-
esperadamente en sus confesores. (Será
Lacan en el Seminario XX quien dirá que
sólo pocos hombres son capaces de vivir
“esa experiencia” y que entre esos pocos
estaba Juan de la Cruz)». Ante estos ver-
MIRADAS
ENLOSENTRESIJOS
Por Concha García*
PERCEPCIONES ALREDEDOR
DE POEMAS ESCRITOS POR MUJERES
El Corredor Mediterráneo / Página 5
sos de Teresa de Ávila tan conocidos y
mostrados, se da la paradoja máxima de
la «no existencia» o de la experiencia a
la que alude la estudiosa italiana, resuel-
ta en un poema. Vivo sin vivir en mi / y
tan alta vida espero / que muero porque
no muero. (Fragmento)
Más alta aspiración no puede haber:
morir por no morir, y morir, al fin, para
alcanzar la «gracia», dando por supues-
to que la vida en esta tierra es una cora-
za para el espíritu. Versos que te alejan
del cuerpo y utilizan lo espiritual para
armonizar una especie de esperanza en
otra vida. Las uñas del miedo que nos
clavaron, dejaron señales de culpa, se-
ñales en las que reconocer la herida que
nos complace porque forma parte de un
requisito para olvidarnos de nuestra con-
dición mortal y de paso, de la precarie-
dad en la que una va a vivir no es muy
lista. La esperanza de otra vida es una
de las mejores ideas que la religión ha
tenido para paralizarnos. Releí aquellos
versos en el convento de Pastrana dentro
de una exposición temporal que encon-
tré casualmente. Estaba de paso y sen-
tía curiosidad por pasear por la ciudad
donde fundó el convento del Carmen y
de Santa Ana, y donde había vivido su
gran enemiga, la princesa de Évoli, en
el Palacio Ducal. Supe que aquel texto
me estaba diciendo que lo interioriza-
se. No había demostración posible más
allá de la certeza poética de que aquella
mujer y el caudal de su sensibilidad se
mostraban vivas. La palabra poética se
encarnaba en su deseo y me transmitió
un sentimiento poético inolvidable que
incendió, un poco más, mi curiosidad.
La poesía no la hallaremos midiendo
los tiempos, ni en la exposición de con-
ceptos. La poesía no se demuestra, se
comprende. Da acceso a las profundi-
dades del inconsciente basándose en el
lenguaje interior que es necesariamente
«vulgar». Aunque el vocabulario con
el que contamos en cualquier idioma
aproxima bastante la expresión de las
ideas, quizás la poesía alcance una ma-
yor profundidad mediante sus recursos
metafóricos, rítmicos, imaginativos, o
por omisión. Teresa de Jesús no podía
hablar a través del cuerpo puesto que
fue su cuerpo la encarnación de su pala-
bra quien hablaba mediante su enferme-
dad. No decir, fue para ella la expresión
poética de un decir mucho más amplio
que solo se puede comprender desbro-
zando lo inútil, aquello que necesitaba
ser ocultado. La poeta norteamericana
Denise Levertov expuso en uno de sus
ensayos esta cuestión : «Si los lectores
reflexionan sobre su propia habla, o so-
bre sus silenciosos monólogos interiores
a la hora de describir pensamientos, sen-
timientos, percepciones, escenas o suce-
sos, reconocerán, creo que con frecuen-
cia vacilan, si bien brevemente, como si
hubiera una pregunta no formulada –un
“qué” o un “quién” o un “cómo”–, ante
sustantivos, adjetivos, verbos, adverbios
que no requieren ser precedidos por una
coma u otros signos regulares de pun-
tuación en el curso de la lógica sintácti-
ca». La experiencia interior es tumultuo-
sa y riquísima, y en su plenitud, superior
a quien la protagoniza. Pensar no es solo
un acto, sino una manera de degustar el
tiempo, como quien saborea un pastel
o una copa de vino. Generalmente re-
basa la conciencia. Los grandes aconte-
cimientos de la vida pasan casi sin que
nos demos cuenta. Precisamente porque
el inmenso campo de la realidad expe-
rimentada, pero no conocida, opera en
la poesía. Por eso la poesía es un gran
caer en la cuenta. Un acontecimiento
constante, ya que surge de lo inespera-
do. Cuando dejamos de poner atención,
liberamos la mente.
Hace poco leí en una entrevista que me
facilitó Natalia Carbajosa, la traductora
al castellano, entre otras poetas, de Rae
Armantrout, una afirmación de dicha
poeta norteamericana muy pertinente:
«Yo llamaría a lo que hago una especie
de “poesía de testigo», solo que, en lugar
de ser testigo de grandes hechos, tiendo
a centrarme en las intervenciones del ca-
pitalismo en la consciencia». Distinguir
será tarea del lector o la lectora, ya que
cada vez nos lo van a poner más difícil.
Las palabras, en algunos poemas, son
acontecimientos. El texto recoge el pen-
samiento; no todo, porque el pensar no
se detiene, y se abre iluminando el aquí
y ahora. Lo que sólo es en mí, no po-
niéndome delante, cosificándome, sino
lo real en mí. La poesía no inmoviliza la
realidad, al menos yo no lo he sentido
como lectora, aunque haya leído mu-
chos poemas cuya realidad era solo la
del artificio poético. En la autobiografía
«Espejo de sombras» de Felicidad Blanc,
esposa del poeta Leopoldo Panero, en-
contré un comentario muy interesante
que se ajusta a lo que estoy diciendo:
“A veces releo “La estancia vacía” y al-
gunos versos, como los dedicados a su
madre, me hacen pensar en la distancia
que hay entre la poesía de Leopoldo y
la realidad. ¿Nos verá así él? ¿O esa dis-
tancia será una consecuencia del am-
biente falso que rodea todo en España y
que hace que casi toda la poesía de esa
época cante cosas inexistentes, destruya
o falsifique el mundo que nos rodea?
Y pienso también si no será igual con-
migo. Esos poemas que escucho de sus
labios y leo muchas veces, en los que
habla de mí, ¿a quién se refieren? ¿a esa
mujer solitaria, abandonada a la que no
presta ninguna atención, a la que hace
esperar horas enteras en la noche y a
la que ha visto cerca de la muerte va-
rias veces sin que nada demostrase que
lo sentía? Los empiezo a mirar como si
fueran escritos a otra mujer. Otra mujer
que no vive con él, que está lejos, que
yo apenas conozco.”
Lo he comentado algunas veces con
poetas de mi generación, quizás los
jóvenes no segreguen como lo han he-
cho con nosotras. No nos leen. Algunos
no consideran que nuestra poesía sea
de su incumbencia. Salvando algunos
nombres que de tanto en tanto surgen
estratégicamente para que nadie sospe-
che de esa misoginia tan agudizada. Me
gusta el poema de Denise Levertov que
cito a continuación. Se trata de una serie
de metáforas encabalgadas que hacen
pensar en el acto de escribir. En realidad
logra un apunte impresionista lleno de
objetos acerca del acto creador.
VI
Hacer poemas es encontrar / una silla
vieja en una zanja, / y traerla a casa / a
la cueva del desván; / un caballo extra-
viado del corral, / un barco a la deriva en
las malezas de la orilla, / fosforescente.
// Luego en la mecedora rota / escaparse
–a la realidad–. / Al reino de ambrosía y
mendrugos / no se llega con esfuerzo y
ahínco. // Cuando los pies comienzan /
a danzar, cuando la silla / cruje y galopa
/ se abren las puertas / y uno se descubre
/ adentro del reino sin rey. (Trad. Cynthia
Mansfield)
*Concha García (La Rambla, Córdoba,
España, 1956), licenciada en filología
hispánica, es una de las poetas más des-
tacadas de la poesía en lengua española.
El Corredor Mediterráneo / Página 6
PLANETA
AZUL,
ESPERANZA
DEVIDA
Por Norberto Negro Schiavoni
En 1798, el economista y monje inglés
Thomas Robert Malthus presentó públi-
camente un trabajo que denominó En-
sayo sobre el principio de la población.
De acuerdo a su análisis y enfoque, la
población crece en sentido geométrico y
los alimentos lo hacen en sentido aritmé-
tico. Desde entonces, se hace referencia
a la teoría maltusiana. El desarrollo pos-
terior de los estudios científicos estaría
marcando diferencias fundamentales
con este enfoque. Aquí sería aplicable la
frase de la gran escritora Margarite Your-
cenar: “El tiempo gran escultor”.
De los 510 millones de km2. Del plane-
ta, 360 millones corresponden al agua,
lo que justifica que los científicos lo lla-
men “planeta azul”. Los rayos solares tie-
nen incidencia sobre las aguas hasta 200
metros de profundidad, determinando
que la fotosíntesis del espacio por me-
dio del fitoplancton y las algas marinas,
sea muy superior a la producida en el
espacio terrestre propiamente dicho. De
acuerdo con los estudios realizados por
institutos de investigación oceánica, la
producción que puede brindar el océa-
noAtlántico sería el equivalente a 30 mil
cosechas mundiales. Esto sería suficien-
te para brindar sustento a la actual po-
blación mundial, durante los próximos
15 mil años. Según los expertos cientí-
ficos, las llamadas “masas verdes” de
los continentes están lo suficientemente
desarrollada como para alimentar apro-
ximadamente a unos 58 mil millones de
personas, esto es más de nueve veces la
población asentada hasta la fecha a lo
largo de los continentes. El conjunto de
los recursos naturales que se encuentran
en los mares podría sostener a 290 mil
millones de personas.
Nuestro país es una pequeña `porción
del conjunto del orbe. De acuerdo a lo
informado por la Federación Agraria,
Argentina cuenta con una superficie de
188 millones de hectáreas cultivables.
Dentro de cada una de ellas, pueden
producirse 400 kg. De carne por año.
Se puede sumar a esto lo que proveen
ríos, lagos, lagunas y principalmente
lo que brinda el mar con un aporte de
4000 kg/ha. de carne considerada de su
superficie, siendo la Argentina la mayor
plataforma continental correspondiente
al Hemisferio Sur, muy cercana al millón
de kilómetros cuadrados. Considerando
la parte continental y la correspondiente
a lo que se denomina mar epicontinen-
tal, la Argentina estaría en condiciones
por si sola de alimentar a toda Latinoa-
mérica.
Geografía del hambre
Sin embargo, hay hambre en nuestro
país, sobre todo en la parte norte. Se han
detectado casos de inanición y desnutri-
ción en Tucumán y Corrientes. También
existe hambre en la empobrecida Lati-
noamérica. Las cifras determinadas por
la realidad son de terror en lo que a Áfri-
ca se refiere. Así se encuentran también
muchos países del área asiática. Es decir,
hay hambre en el mundo.
El flagelo no está determinado por la
poca capacidad del planeta de brindar
recursos, si no por quienes y de qué for-
ma, se aprovechan de ellos. Hay un siste-
ma de producción que funciona a nivel
mundial e impone sus leyes de juego:
importa la ganancia, no el ser humano.
Así, por ejemplo, con sólo disminuir el
presupuesto militar mundial en un 25
por ciento, se podría prevenir la erosión
del suelo, contar con energía renovable,
limpia y segura; podría proveerse de vi-
viendas dignas a todos los que las nece-
sitan; se contaría con agua potable en
todos aquellos lugares que no la tienen;
se lograría eliminar el hambre y la des-
nutrición y se podría eliminar la deuda
externa.
La realidad analizada por Malthus es
muy diferente de lo que brindan los es-
tudios y las estadísticas que de ello se
derivan en la actualidad. De esto puede
colegirse que nuestro pequeño planeta
está dotado lo suficientemente como
para producir a perpetuidad, siempre y
cuando se lo respete, se lo valore, se lo
cuide, no sea sometido a presiones y exi-
gencias desmesuradas, como es el caso
últimamente de nuestro país, a punto de
ser convertido en “república sojera” mer-
ced al incremento y desgaste que sufre
por exigencia de los grandes pools de
siembra del mundo occidental industria-
lizado.
La sociedad civil y dentro de ella, los sec-
tores más postergados, sin esperar que
otros lo hagan por ellos, juntamente con
los medios de difusión independientes
que llegan a todos los ciudadanos, apo-
yados por la acción esclarecedora que
se ejerce desde las instituciones educa-
tivas, deben concientizarse que todavía
se está a tiempo para brindar bienestar
y seguridad ecológica a las generaciones
actuales y futuras.
Bibliografía básica: Geografía Económica
Mundial y Argentina -con particular refe-
rencia a Latinoamérica-. Carlevari Isidro
J.F - Ediciones Macchi.
Guía del Mundo – El Mundo visto desde
el Sur. Editorial y distribuidora Lumen.
ECOLOGÍA
Fotografía de Eduardo Salvatierra
El Corredor Mediterráneo / Página 7
ALBERT CAMUS
A LOS
MÉDICOS
DE LA PESTE
Por Redacción ECM.AT
En su edición del pasado 9 de mayo, el
diario español El País publicó, con tra-
ducción de Martín Schifino, un texto de
Albert Camus, probablemente escrito seis
años antes de la publicación de “La pes-
te”. Se trata de “Exhortación a los médicos
de la peste” que, junto a otro, apareció en
1947 en Les Cahiers de la Pléiade, con el
título genérico “Los archivos de La peste”
y que constituye uno de los escritos preli-
minares de la novela.
La lectura de este texto revela el modo
como Albert Camus, Premio Nobel de Li-
teratura en 1957, utiliza recursos anacró-
nicos de prevención sanitaria para mani-
festar el valor de la ética, del coraje y de la
razón para combatir un mal tan invisible
como letal. Aunque se vale de la tercera
persona para hacer su exhortación, Ca-
mus asume tácitamente su condición de
escritor y como tal la calidad de profano
en una materia tan delicada como es la
devastadora enfermedad.
“Los buenos escritores ignoran si la peste
es contagiosa. Pero suponen que sí”. Así
comienza el texto de una exhortación que
no oculta que se hace desde una suposi-
ción impulsada por la bondad. Ni el es-
critor ni el médico saben a ciencia cierta
nada acerca del enemigo, salvo que es
letal para la vida humana. Los escritores
“opinan que ustedes [los médicos] debe-
rían mandar abrir las ventanas” del cuar-
to del enfermo que visitan, pero también
que “la peste bien puede encontrarse en
las calles e infectarlos de todos modos, es-
tén o no las ventanas abiertas”.
El párrafo siguiente es una irónica evo-
cación del médico de la peste, personaje
que se ganó su lugar en la “commedia de-
ll’arte”ycuyavestimentaaúnsesueleusar
como disfraz en carnavales europeos y so-
bre la cual no hay discrepancia entre “los
buenos y los malos escritores”. Ambos les
aconsejan que “utilicen una máscara con
gafas y (que) se coloquen un paño moja-
do en vinagre bajo la nariz. Lleven una
bolsita con los extractos recomendados
en los libros: melisa, mejorana, menta,
salvia, romero, azahar, albahaca, tomillo,
serpol, lavanda, hoja de laurel, corteza de
limonero y peladura de membrillo. Sería
deseable que vistieran por completo de
hule”.
Esta indumentaria, que no era en absoluto
efectiva para preservar la salud de quien
la llevara, se atribuye a Charles de Lor-
me, médico del rey Luis XIII de Francia y
de Gastón de Orleans, hijo de María de
Médicis entre otros miembros de la reale-
za europea del siglo XVII. Además, estos
médicos llevaban una vara para no tocar
directamente a los enfermos, por lo que
resulta inútil que se les tome el pulso, in-
cluso “sin antes mojarse los dedos en vi-
nagre”, tan inútil como abrir las ventanas,
ya que por entonces se creía que la en-
fermedad se transportaba por el aire, por
lo cual era recomendable “no ponerse en
la trayectoria de su aliento” ni tampoco si
“han abierto la ventana, sería bueno que
no se pusieran en la corriente de aire, que
puede acarrear al mismo tiempo el ester-
tor del apestado”.
Aparte de estas y otras recomendaciones,
para Camus hay otras tanto o más impor-
tantes para preservar la salud que “ata-
ñen más bien a la disposición del alma”.
“’Ningún individuo’, dice un autor anti-
guo, ‘puede permitirse tocar nada conta-
minado en un país donde reine la peste’.
Eso está bien dicho. Y no existe rincón
que no debamos purificar en nosotros,
incluso en lo más secreto de nuestro cora-
zón, para poner de nuestra parte las pocas
oportunidades que queden […] Tienen
que predicar con el ejemplo”.
El primer consejo en este apartado es no
tener miedo. “El miedo infecta la san-
gre y calienta los humores […] Así pues,
predispone a quedar bajo la influencia
de la enfermedad; y para que el cuerpo
venza la infección, el alma tiene que ser
fuerte”. Más adelante añade que el mayor
miedo es el miedo a la muerte. “De ahí
que ustedes, los médicos de la peste, de-
ban plantar cara a la idea de la muerte y
reconciliarse con ella, antes de entrar en
el reino que la peste les prepara. Si salen
vencedores en esto, lo serán en todo, y los
verán sonreír en medio del terror…”.
En esta exhortación a los médicos de la
peste, Camus también les aconseja ser
discretos y “en absoluto castos, otra forma
de exceso. Cultiven una alegría razonable
a fin de que la pena no altere la fluidez
de la sangre y la prepare para la descom-
posición. En este sentido, no hay nada
como usar el vino en buena cantidad,
para aligerar un poco el aire de pesadum-
bre que les llegue de la ciudad apestada”.
Los médicos no han de olvidar que la me-
sura es el “primer enemigo de la peste”,
pues ésta procede del “exceso e ignora la
contención”. De aquí que una forma de
combatirla sea acercándole “la luz de la
inteligencia y de la equidad”.
Seguidamente, el texto de Camus alude al
autocontrol. En este sentido recomienda
a los médicos y quizás a la población en
general “hacer que se respeten las normas
que hayan elegido, como el bloqueo y la
cuarentena. Un historiador de Provenza
cuenta que, en el pasado, cuando un con-
finado lograba escapar, mandaban que le
rompieran la cabeza. No desearán eso –
les dice- Pero tampoco pasarán por alto
el interés general. No harán excepciones
a las normas durante todo el tiempo que
estas sean útiles, ni siquiera cuando el co-
razón los apremie. Se les pide que olviden
un poco quiénes son, sin olvidar jamás
que se deben a ustedes mismos. Esa es la
regla de un honor tranquilo”.
A los médicos de la peste les resta “hacer
frentealcansancioyconservarlaimagina-
ción viva” y nunca “acostumbrarse a ver a
los hombres morir como moscas” ni ser
insensibles al dolor ajeno. Los médicos de
la peste deben rebelarse “contra la terri-
ble confusión en que perecen en soledad
quienes niegan sus cuidados a los demás,
mientras que mueren amontonados quie-
nes se sacrifican; en la que el goce ya no
recibe su aprobación natural, ni el mérito
su orden; en la que se baila al borde de las
tumbas; en la que el enamorado rechaza
a la amada para no contagiarle su mal;
en la que no carga con el peso del delito
el delincuente, sino el animal expiatorio
que se elige en pleno desconcierto de una
hora de espanto”.
Luego Camus afirma que “el alma sosega-
da es la más firme” y que no hay religión
que salve al hombre, porque “aunque esa
religión procediera del cielo, deberíamos
afirmar que el cielo es injusto”, lo cual,
afirma, no es motivo de orgullo. “Al con-
trario, deberán pensar con frecuencia en
la propia ignorancia, para estar seguros de
observar la mesura, única señora de las
epidemias”.
La exhortación acaba con una dramática
advertencia cuando llegue el día “en que
querrán gritar de asco ante el miedo y el
dolor de todos. Ese día, no podré hablar-
les de ningún remedio salvo la compa-
sión, que es pariente de la ignorancia”.
El Corredor Mediterráneo / Página 8
DESDE EL MIRADOR
LITERATURA y REALIDAD
Por Kepa Murua
Lo que me sucede a mí, no le importa a la literatura y lo
que le sucede a la literatura, me importa a mí. Me im-
porta como escritor que observa un mundo complejo
donde la ficción pervierte los hechos para apoyarse en
la imaginación, en la mentira, como una metáfora que
transciende la propia realidad. Podría decir que la rea-
lidad se sustenta en la creación literaria con un tiempo
nuevo donde los sucesos de la vida se imponen en se-
cuencias diferentes y ritmos apropiados al lenguaje y a la
comprensión del lector. La memoria, por su parte, com-
parte la realidad en su afán de recordar los hechos, de
ordenar los actos y la interpretación de los mismos no
corresponde a la imaginación, sino a la historia. Pero, a
su vez, la historia rescata el pasado a través de diferentes
documentos, entre los cuales destacan los de la imagi-
nación como hechos artísticos que iluminan un camino
de por sí oscuro. Dejemos, por tanto, la novela histórica
como un aparte de la literatura y la realidad en manos de
los lectores más ingenuos y centrémonos en la poesía, en
el ensayo o en la misma novela contemporánea donde
las diferentes voces no solo interpretan la realidad, sino
que, además, la diseccionan en su propia complejidad,
con todas sus contradicciones a la vista. Ser realista en
la literatura es una primera aproximación para fantasear
con la verdad de su existencia, por lo que convencerse
de que la realidad no tiene que ser descriptiva en todos
los detalles puede ser una forma de evasión que, por le-
jana, podría convertirse en un punto central de la litera-
tura que se entiende en su indefinición y se clarifica en
su libertad a la hora de mostrarse con sencillez en todos
los sentidos, pues de sentidos está hecha esa misma rea-
lidad que se descompone en la pluma del escritor o en
la imagen del poeta, de la misma manera que la palabra
trastoca los sentidos que no creen en la realidad de los
hechos, sino en la verosimilitud de los mismos. ¿Qué es
lo importante?, ¿hacer realidad los sueños del escritor o
convertir la realidad en un sueño certero para que el lec-
tor despierte con una vida deformada ante sus ojos, con
la sana intención de parecer auténtica al mismo tiempo?
Si solo quiero ver la realidad con mis ojos, estoy negando
la participación del resto de los hombres, estoy negando
su comprensión, pero si la interpreto con una mirada par-
ticular que busca su aceptación, dejo que se acerquen a
esta realidad para apropiarse de ella y reinventarse con
ella, de tal modo que con ese efecto consigo lo que pa-
recía extraño en una función del arte que no se ajusta a
una única realidad, pero es reconocible a todas horas. La
realidad se impone a la literatura y, sin embargo, la litera-
tura describe la misma realidad, a veces aparentemente
tan sencilla en sus objetos y, a menudo, tan compleja en
la definición de sus sentimientos, de sus sentidos.
La Columna

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Corredor Mediterráneo

  • 1. Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María DESDE EL MIRADOR LITERATURA y REALIDAD POR KEPA MURUA PÁG. 8 LECTURAS MIRADAS EN LOS ENTRESIJOS PERCEPCIONES ALREDEDOR DE POEMAS ESCRITOS POR MUJERES POR CONCHA GARCÍA PÁG. 4 Y 5 Miércoles 27 de mayo de 2020 . Año 20 Nº 905 La pandemia del coronavirus, una experiencia única en la historia de la humanidad, ha causado tal impacto en la sociedad y en el espíritu de cada ser humano, que nadie escapa a la idea de que nada volverá a ser igual. Pero, la pregunta es ¿cómo será la realidad de mañana? PÁG. 2 y 3 LOS FUTUROS DEL PRESENTE ALBERT CAMUS A LOS MÉDICOS DE LA PESTE POR REDACCIÓN ECM.AT PÁG. 7 Fotografía de Lucas Ortiz ECOLOGÍA PLANETA AZUL, ESPERANZA DEVIDA POR NORBERTO NEGRO SCHIAVONI PÁG. 6
  • 2. El Corredor Mediterráneo / Página 2 LOSFUTUROS DELPRESENTE (Primeraparte) Por Antonio Tello Las epidemias de peste y las guerras que asolaron Europa en los siglos XIV y XV aca- baron con la concepción mítica de la rea- lidad y con el feudalismo como forma de organización política, social y económica y colocaron al ser humano en el centro de toda actividad o empresa. Al emanciparse del simbolismo metafísico del medioevo y descubrir la realidad sensible que lo ro- deaba, el ser humano tomó conciencia de su soberanía en el mundo y su poder so- bre la Naturaleza y, al mismo tiempo, abrió la puerta a la razón. Pero, como lo intuyó Goya “los sueños de la razón crean mons- truos” y ahora esos monstruos posibles de la razón han llevado la civilización al bor- de del abismo y expuesto la fragilidad de la vida. ¿Volverá el ser humano a recuperar las riendas de su destino en el mundo? El individualismo y la democracia El individualismo y la incipiente democra- cia aparecieron en el horizonte del siglo XV como fundamentos primordiales de la modernidad. Acerca del individualismo en ese momento, Arnold Hauser dice que era “como un programa consciente, como ins- trumento de lucha y como grito de guerra, [como una] emancipación de la carne” del ascetismo medieval. El individuo descu- brió “la esencia del espíritu humano y su poder sobre la realidad”. Con esta actitud, el individuo liquidaba definitivamente la vieja creencia de un mundo en el que el destino del hombre estaba determinado por las leyes de la Providencia. Al aparecer la razón como sustento de la vida huma- na, el ser humano se erigió en artífice de su propio destino. Es así como el individuo quiso conocer más sobre sí mismo y sobre su entorno y, al hacerlo, forjó la creencia de que el progreso humano podía cambiar la realidad. Sobre esta idea crucial se produjeron en Europa vertiginosas y radicales transforma- ciones sociales, políticas, económicas, cul- turales, científicas y artísticas y se impulsa- ron empresas que cambiaron para siempre la percepción que hasta entonces se tenía del mundo y de la Tierra en el cosmos. Co- rrelativamente se consolidaron las virtudes burguesas identificadas con la laboriosi- dad, la respetabilidad y el afán de lucro, que fundamentaron el nuevo sistema ético, cuyo eje vector es la razón, y la creencia de que la libertad es un derecho natural del individuo. Esta concepción de la libertad sirvió al libe- ralismo para desarrollar la doctrina según la cual el hombre es libre por naturaleza y, por lo tanto, no cabe ley alguna contraria a su voluntad, salvo la ley del más fuerte. La realidad emanada de esta ley lleva a Tho- mas Hobbes a escribir, citando a Plauto, que “el hombre es un lobo para el hom- bre”. Hobbes omite la segunda parte de la frase del autor latino [“y no hombre si des- conoce al otro”], al no corresponder con el carácter depredador del orden surgido de las ruinas del feudalismo. La democracia surge así como una premisa del individuo emancipado de la divinidad y en posesión de una soberanía que lo exce- de, para gestionar, organizar y controlar la nueva realidad de acuerdo con los intere- ses y objetivos de la nueva elite que asume el poder. Cabe recordar que el concepto de soberanía sobre el que se funda la demo- cracia empieza a discutirse en las postri- merías de la Edad Media, como parte del conflicto entre la burguesía y los poderes representados por la Iglesia, el Imperio y los grandes señores y corporaciones. En 1576, Jean Bodin publicó “Los seis libros de la República”, obra en la que acuña “sobe- ranía” como término equivalente a “poder, único, absoluto, perpetuo e indivisible de una República” que ostenta el “soberano” (entonces identificado con el rey) para im- poner orden en un Estado y evitar conflic- tos entre sus súbditos. Para el individuo se trata entonces de asumir y controlar el po- der que, para Rousseau, en su “Contrato so- cial” (1762), era el “ejercicio de la voluntad general” y que, como tal, no podía “enaje- narse nunca, y el soberano, que no es sino un ser colectivo, no puede ser representa- do más que por sí mismo: el poder puede ser transmitido, pero no la voluntad”. Esto significaba el reconocimiento del sufragio universal, pero el liberalismo, a través del abate Sieyès, introdujo la doctrina de que la soberanía no emanaba del pueblo sino de la nación, la cual es la única entidad capaz de, depositándola en el Parlamento, preservarla de las contingencias emociona- les de la plebe. Mediante esta torsión doctrinal, el libera- lismo justificó durante mucho tiempo el voto censitario y la negación del voto a la mujer, y legitimó el ejercicio del poder por parte de una elite político-económica, cuya dignidad y fortunas personales reconocía como avales de los intereses nacionales. La soberanía, cualquiera sea la doctrina, alude tanto a la relación de poder entre el Estado y su territorio y su población, y a la independencia en relación de otros estados, pero en la era contemporánea su noción se ha vuelto más porosa y difusa en la medida en que el poder del Estado se ha desplazado hacia entidades supra- nacionales –Unión Europea, ONU, FMI, etc.- y, sobre todo, hacia las corporaciones multinacionales, que han ido cooptando y controlando a las elites políticas locales e imponiendo una “soberanía” de naturale- za económico-financiera, cuyos intereses y objetivos son contrarios a las necesidades y derechos de la ciudadanía. Guerra y comercio A la actual situación del sistema se llegó luego de un arduo y complejo proceso conducido por las elites que, legitimadas por una democracia de la cual supieron aprovechar o provocar sus imperfecciones y debilidades, hicieron de la guerra y del comercio los principales instrumentos de su idea de progreso. El espacio vital –lebensraum-, piedra an- gular del nazismo y base de la estrategia militar continental del Tercer Reich, si bien fue enunciada como teoría en 1924 por científicos alemanes, es un concepto que ya movía a las potencias coloniales que se disputaban el mundo para colocar los excedentes de una producción cada vez mayor, merced al desarrollo tecnológico y científico, y obtener las materias primas necesarias para sus industrias. No era la li- bertad de los pueblos sino la obtención de territorios para ejercer el “libre comercio”, lo que movilizaba a los ejércitos de los im- perios colonialistas. Téngase presente que el descubrimiento europeo deAmérica y su posterior conquis- ta se dio como resultado de la búsqueda de una nueva ruta de las especias ante el control que ejercían los musulmanes sobre la única conocida hasta entonces. La gue- rra entre el islam y el cristianismo –más allá de su impronta religiosa- debe entenderse como una disputa por el dominio cultural y mercantil del mundo cuyas verdaderas di- mensiones empezaban a conocerse. Igual interpretación cabe para los conflictos bé- licos que en la Europa pre capitalista libra- ron los imperios cristianos por la posesión de un espacio vital continental y el control de las ricas colonias ultramarinas. El mis- mo sello tuvieron en éstas las posteriores guerras de emancipación que dieron lugar a nuevas repúblicas. Estados que, en lugar de naciones libres, se convirtieron en mer- Fotografía de Lucas Ortiz
  • 3. El Corredor Mediterráneo / Página 3 cados de libre comercio en manos de oli- garquías criollas gerenciales. Elites que sus- tituyeron la dependencia de la metrópolis por la dependencia de las potencias mer- cantiles surgidas de las guerras coloniales, sin que esto supusiera cambios sustanciales en la vida de la población y en su relación con quienes controlaban el poder político, salvo en la identidad emocional que con- fiere el patriotismo. Del patriotismo a la unidimensionalidad El revitalizado concepto romano de pa- tria vinculado al de nación fue uno de los grandes recursos ideológicos por medio del cual la burguesía logró controlar emocio- nalmente a las masas y comprometerlas en sus empresas. El sentimiento medieval de pertenencia a un lugar ligado al de ser- vidumbre al amo que aún palpitaba en el imaginario popular halló encarnadura en el servicio a la patria identificada con la nación. Un servicio que comprometía la fuerza de trabajo y la vida de cada indivi- duo, enaltecido y sublimado como tal por el yo romántico. Esto explica que ningún movimiento revolucionario pudiera im- pedir, por ejemplo, que los trabajadores participaran en las guerras imperialistas de los siglos XIX y XX promovidas por sus pa- tronos en nombre de la patria. Conflictos que alcanzaron dimensiones planetarias en 1914-1918 y 1939-1945, tras el último de los cuales las grandes potencias enfriaron sus ímpetus bélicos para no aniquilarse mutuamente optando por librar sus batallas en escenarios acotados, exóticos y distan- tes de sus territorios. Las llamadas “guerras de baja intensidad” que dejan a sus prota- gonistas locales vulnerables al saqueo de sus riquezas naturales cualquiera haya sido el vencedor. El patriotismo es uno de los elementos bá- sicos sobre las que se fraguaron las moder- nas sociedades obedientes, conformistas y, al mismo tiempo, atomizadas en un indivi- dualismo prepotente, consumista e insoli- dario. Este individuo alienado es el genera- dor y la víctima de la sociedad opulenta de los países industrializados y de la sociedad pobre de los demás. Una sociedad en uno u otro caso deshumanizada. Según Herbert Marcuse en “El hombre uni- dimensional” «la eficacia del sistema im- pide que los individuos reconozcan que el mismo no contiene elemento alguno que deje de comunicar el poder represivo de la totalidad», de modo que tiene el poder suficiente como para neutralizar la imagi- nación y la capacidad crítica de los indi- viduos creando una dimensión única del pensamiento. Es decir que tal poder per- mite al sistema absorber cuánta oposición se le presenta y, a través de los medios de comunicación y la aplicación de la razón instrumental en sus mensajes, generar una única dimensión de la realidad. El indivi- duo alienado, quien en las primeras fases del capitalismo vendía su fuerza de trabajo y era esta fuerza la mercancía, ha acabado él mismo convirtiéndose en mercancía, en un producto de compra-venta, objeto de las múltiples e interesadas transacciones del mercado, tal como es posible observar ahora en el tratamiento y papel que juegan los trabajadores en los proyectos de solu- ción de las presuntas crisis económicas que afectan al sistema. El hombre alienado de Marcuse, como el hombre medio de Ortega y Gasset, con- forma la masa manipulable para el poder. Aunque su comportamiento particular re- fleje su radical individualismo, su hábitat “natural” está determinado y condicionado por la cultura de masas. En el capítulo III de El hombre unidimensional, La conquista de la conciencia desgraciada: una desubli- mación represiva, Marcuse afirma que “lo que se presenta ahora no es el deterioro de la alta cultura que se transforma en cultura de masas, sino la refutación de esta cultura por la realidad [...] La alta cultura siempre estuvo en contradicción con la realidad social [pero hoy esta contradicción se ha neutralizado] mediante la extinción de los elementos de oposición, ajenos y tras- cendentes de la alta cultura, por medio de los cuales constituía otra dimensión de la realidad. Esta liquidación de la cultura bi- dimensional no tiene lugar por medio de la negación y el rechazo de los “valores cultu- rales”, sino por medio de su incorporación total al orden establecido mediante su re- producción y distribución a escala masiva.” El unidimensional es un hombre a quien se ha despojado de su imaginación y secues- trado su razón crítica dejando en ese vacío un conformismo placentero, que se traduce en un individualismo narcisista que respon- de a los estímulos alienantes del sistema y que van desde el consumo compulsivo y el culto al cuerpo hasta el reconocimien- to social de sus autopercepciones por más delirantes que sean. Marcuse llama a esto «conciencia feliz», que define como «la creencia de que lo real es racional y que el sistema entrega los bienes», lo cual refleja «un nuevo conformismo que se presenta como una faceta de racionalidad tecnoló- gica y se traduce en una forma de conduc- ta social». Sin embargo, esta “conciencia feliz” parece no ser suficiente para ocultar del todo el profundo malestar existencial de los individuos, porque no se puede ser feliz si la mayoría del entorno no lo es. Aldous Huxley intuyó en “Un mundo feliz” (1932), que el sometimiento del individuo se da a través del placer, pero, como añade en uno de sus ensayos, para que ese pla- cer inoculado sea efectivo se hace necesa- ria una forma adicional de control social, el cual se da a través de las drogas. “Con más o menos frecuencia, y mayor o menor intensidad, hombres y mujeres se disgustan con el mundo en el que viven y con la per- sonalidad que les brindaron la naturaleza y la crianza [por lo cual] el único modo racional de abordar el problema de la dro- ga y la bebida es […] hacer de la realidad algo tan decente que los seres humanos no estén constantemente deseando escapar de ella…”, escribió. Otra visión futura de este presente, y en cierto modo complementaria a la de Hu- xley, es la que concibió George Orwell en “1984” (1949). En esta novela el con- trol social se da a través de la vigilancia de los individuos que ejerce el ojo del “Gran Hermano”, a cuyo pensamiento único y neo lengua están sometidos todos los indi- viduos. Es así que vigilancia y pensamiento único son recursos que permiten el control de la democracia y la apropiación de la lengua y de la biosfera terrestre, ambas sistemáti- camente degradadas y esquilmadas, para asegurar la hegemonía capitalista. Una he- gemonía que, según muchos pensadores, politólogos y economistas, la pandemia del Covid-19 ha puesto en jaque junto a todo su andamiaje ideológico al activar de forma indiscriminada el atávico temor a la muerte de los individuos. Entonces ¿es acertado, exagerado o apresurado el pronóstico que augura el fin del capitalismo y el nacimien- to de otro orden más justo y equitativo? ¿Cómo será la realidad de mañana? Es la pregunta que todos se hacen y, aunque la duda prevalece en la mayoría, muchos se atreven a dar respues- tas casi siempre atravesadas por la esperanza o el temor. ¿Vendrá un mun- do más justo y equitativo o seguirá como hasta ahora?
  • 4. El Corredor Mediterráneo / Página 4 LECTURAS Un entresijo es una cosa oculta, interior, escondida. La poesía de Emily Dickin- son podría estar escrita entre los entresi- jos, pero no solo la de ella, sino la de la mayoría de mujeres que escribieron an- tes que nosotras. Un entresijo es también tener muchas dificultades o enredos no fáciles de entender o desatar. La poesía de la mayoría de mujeres no ha sido lo suficientemente entendida, ni siquie- ra se ha intentado desatar por parte de la crítica oficial, siempre fue algo en el margen, un resto, una peculiaridad que se construía mediante subjetividades frá- giles, imprecisas. La mujer era un mis- terio. Entresijo es también proceder con cautela y disimulo en lo que se hace. En este ensayo sobre mi experiencia como lectora de poesía escrita por mujeres he seleccionado unos nombres por razones meramente personales. Llevo toda la vida escribiendo y leyendo poesía. Ten- go una relación casi biográfica con cada una de las poetas aquí comentadas. En mucha (no toda) de la poesía escrita por mujeres encontraba las realidades que me interesaban profundamente más allá del campo de lo simbólico, como el len- guaje, el dolor de existir, y las diversas temporalidades que atravesamos a lo largo de nuestra existencia. Cuentan muchos poetas que la poesía nació del siguiente modo: sonaba en sus oídos una frase musical insistente, al principio inconcreta y luego precisa, pero todavía sin palabras, y en algún instante, a través del fraseo musical, brotaban de pronto las palabras y co- menzaban a moverse los labios. Más musical que mental, el hilo poético se cruzaba con el musical y de ese fraseo advenía el canto. Puede que la esencia del mundo sea musical. En los Upani- shads se afirma que quien medita sobre el sonido de la sílaba OM llegará a ad- quirir más conciencia, porque en ella está todo. El último sentido que pierde un agonizante, es el oído. Curioso dato. Cierras los ojos y ahí está el sonido del mundo que transporta a otros lugares. Los abres y continúas pegada al instan- te. La simultaneidad permite una visión panorámica y no focaliza un solo lugar. La emisión del recitador del Corán dura no más de cuarenta y cinco segundos. Para un oído distraído esos sermones musicales pueden parecer, en primera instancia, una combinación hermosa –según H. A. Murena–: «Son trozos de ardorosa matemática, de rigor tan pre- ciso como la caligrafía árabe. Todos los versículos concluyen de forma abrupta comprimiéndose al final para transmitir la sensación física de aquello con lo que chocan: el silencio». La poesía mística apunta al vacío, a un vacío relacionado con la fenomenología. Se busca la tras- cendencia, un estado de conciencia que saque al yo del tránsito cotidiano. San Juan era místico. Sor Juana Inés no lo era. Mucho más mundana se ocupaba de asuntos que concernían a su tiempo desde espacios de deseo y de resolución de problemas. El material de la expe- riencia mística viene del conocimiento poético. Un poema ha de querer decir al mismo tiempo algo y nada –la nada de arriba–. Dijo Simone Weil. San Juan escribió el “Cántico espiritual” en una celda con apenas ventilación. Enfermo y débil, la luz entraba por una ranura. Lo místico es la percepción de la trascendencia, se dirige hacia el Dios católico, hacia la Sabiduría, hacia espa- cios abiertos donde la pregunta acumula certezas que solo pueden cifrarse inte- rrogando, puesto que nada se sabe y la intuición no se puede demostrar. Se sale del yo y de lo que me sucede. Es una cuestión de fe. O crees o no crees. La mayoría de los asuntos de nuestra vida transita en las creencias. No somos una identidad fija, con el tiempo cambia sin que se altere nada relacionado con la biografía que construimos. Somos flui- dos, música, movimiento, enfermedad, salud, instantes y sensaciones. Somos muchas cosas; a veces, no somos ni un hombre ni una mujer. Es lo que se pre- tende con la aspiración mística. Algo parecido al nirvana oriental, a la no acción. Volviendo a Simone Weil: «La metáfora de la elevación se corresponde con este hecho. Si camino por la ladera de una montaña, puede que vea primero un lago, y luego, unos pasos más allá, un bosque. No queda otro remedio que ele- gir: o el lago, o el bosque. Si quiero ver a la vez el lago y el bosque, debo subir más arriba». Para subir más arriba, algunas mujeres, hasta no hace tanto tiempo, encontra- ban la posibilidad de leer y el derecho a la soledad, ingresando en una orden re- ligiosa, siempre que se tuviese una dote y curiosidad intelectual. Cuántas monjas han vivido y muerto en tantos encierros conventuales prestando solo trabajos de mantenimiento y limpieza a causa de su condición social. Teresa de Jesús ofrece una vida atractiva, llena de inconvenien- tes, pero de un marcado carácter en to- das sus vertientes. Su existencia, bajo la influencia de una ascendencia judía que se quería ocultar, así como el talante negocia- dor de la monja, junto a la convicción de que Cristo hablaba con ella a través de su cuerpo, despertaron mi interés. Fue una de las primeras escritoras que admiré, aunque sentía que la figura ha- bía sido manipulada por el feroz cato- licismo español –espacio ideológico donde nos criamos las mujeres nacidas en los años cincuenta por ello es obje- tivo de este ensayo testimoniar aquellos tiempos–. Cuando leí “Las moradas” ya había cumplido los treinta. Santa Tere- sa de Jesús no acababa de gustarme y convencerme. El ensayo de orientación marxista de Rosa Rossi titulado: “Tere- sa de Ávila. Vida de una escritora”, me abrió el apetito de conocer mejor a la monja española intentando entrar en su tiempo y coadyuvantes, que revelaron el camino de su existencia, de la que poco sabemos en realidad. El punto de vista marxista daba en el blanco y mi in- terés se centró más en su autobiografía, que las puntuales anotaciones relatadas en “Las Fundaciones”. Quizás, el aro- ma que había recibido en mis años de aprendizaje escolar, envuelto con sabor a castigos y represiones que nos dejó la Iglesia católica y romana, produjo un rechazo hacia todo tipo de imágenes re- lacionadas con la vida conventual. Pasó de puntillas su influencia hasta que años más tarde me volvió a interesar ya libe- rada de los humos espirituales molestos. Fueron muy interesantes sus estrategias para lograr, en aquella España del siglo XVI, todo un complejo entramado den- tro del Estado, a través de las Funda- ciones Carmelitas. Aquel tesón e inteli- gencia, ayudada por algunas relaciones personales importantes dentro y fuera de la Iglesia, la realzaron como una mujer de negocios brillante. Como dice Rosa Rossi en el prólogo de 1993 a la biogra- fía de la escritora: «Mucho camino se ha recorrido también en la comprensión laica de la “experiencia” de esa capaci- dad de experiencia de aceptación y de escucha que Teresa iba buscando des- esperadamente en sus confesores. (Será Lacan en el Seminario XX quien dirá que sólo pocos hombres son capaces de vivir “esa experiencia” y que entre esos pocos estaba Juan de la Cruz)». Ante estos ver- MIRADAS ENLOSENTRESIJOS Por Concha García* PERCEPCIONES ALREDEDOR DE POEMAS ESCRITOS POR MUJERES
  • 5. El Corredor Mediterráneo / Página 5 sos de Teresa de Ávila tan conocidos y mostrados, se da la paradoja máxima de la «no existencia» o de la experiencia a la que alude la estudiosa italiana, resuel- ta en un poema. Vivo sin vivir en mi / y tan alta vida espero / que muero porque no muero. (Fragmento) Más alta aspiración no puede haber: morir por no morir, y morir, al fin, para alcanzar la «gracia», dando por supues- to que la vida en esta tierra es una cora- za para el espíritu. Versos que te alejan del cuerpo y utilizan lo espiritual para armonizar una especie de esperanza en otra vida. Las uñas del miedo que nos clavaron, dejaron señales de culpa, se- ñales en las que reconocer la herida que nos complace porque forma parte de un requisito para olvidarnos de nuestra con- dición mortal y de paso, de la precarie- dad en la que una va a vivir no es muy lista. La esperanza de otra vida es una de las mejores ideas que la religión ha tenido para paralizarnos. Releí aquellos versos en el convento de Pastrana dentro de una exposición temporal que encon- tré casualmente. Estaba de paso y sen- tía curiosidad por pasear por la ciudad donde fundó el convento del Carmen y de Santa Ana, y donde había vivido su gran enemiga, la princesa de Évoli, en el Palacio Ducal. Supe que aquel texto me estaba diciendo que lo interioriza- se. No había demostración posible más allá de la certeza poética de que aquella mujer y el caudal de su sensibilidad se mostraban vivas. La palabra poética se encarnaba en su deseo y me transmitió un sentimiento poético inolvidable que incendió, un poco más, mi curiosidad. La poesía no la hallaremos midiendo los tiempos, ni en la exposición de con- ceptos. La poesía no se demuestra, se comprende. Da acceso a las profundi- dades del inconsciente basándose en el lenguaje interior que es necesariamente «vulgar». Aunque el vocabulario con el que contamos en cualquier idioma aproxima bastante la expresión de las ideas, quizás la poesía alcance una ma- yor profundidad mediante sus recursos metafóricos, rítmicos, imaginativos, o por omisión. Teresa de Jesús no podía hablar a través del cuerpo puesto que fue su cuerpo la encarnación de su pala- bra quien hablaba mediante su enferme- dad. No decir, fue para ella la expresión poética de un decir mucho más amplio que solo se puede comprender desbro- zando lo inútil, aquello que necesitaba ser ocultado. La poeta norteamericana Denise Levertov expuso en uno de sus ensayos esta cuestión : «Si los lectores reflexionan sobre su propia habla, o so- bre sus silenciosos monólogos interiores a la hora de describir pensamientos, sen- timientos, percepciones, escenas o suce- sos, reconocerán, creo que con frecuen- cia vacilan, si bien brevemente, como si hubiera una pregunta no formulada –un “qué” o un “quién” o un “cómo”–, ante sustantivos, adjetivos, verbos, adverbios que no requieren ser precedidos por una coma u otros signos regulares de pun- tuación en el curso de la lógica sintácti- ca». La experiencia interior es tumultuo- sa y riquísima, y en su plenitud, superior a quien la protagoniza. Pensar no es solo un acto, sino una manera de degustar el tiempo, como quien saborea un pastel o una copa de vino. Generalmente re- basa la conciencia. Los grandes aconte- cimientos de la vida pasan casi sin que nos demos cuenta. Precisamente porque el inmenso campo de la realidad expe- rimentada, pero no conocida, opera en la poesía. Por eso la poesía es un gran caer en la cuenta. Un acontecimiento constante, ya que surge de lo inespera- do. Cuando dejamos de poner atención, liberamos la mente. Hace poco leí en una entrevista que me facilitó Natalia Carbajosa, la traductora al castellano, entre otras poetas, de Rae Armantrout, una afirmación de dicha poeta norteamericana muy pertinente: «Yo llamaría a lo que hago una especie de “poesía de testigo», solo que, en lugar de ser testigo de grandes hechos, tiendo a centrarme en las intervenciones del ca- pitalismo en la consciencia». Distinguir será tarea del lector o la lectora, ya que cada vez nos lo van a poner más difícil. Las palabras, en algunos poemas, son acontecimientos. El texto recoge el pen- samiento; no todo, porque el pensar no se detiene, y se abre iluminando el aquí y ahora. Lo que sólo es en mí, no po- niéndome delante, cosificándome, sino lo real en mí. La poesía no inmoviliza la realidad, al menos yo no lo he sentido como lectora, aunque haya leído mu- chos poemas cuya realidad era solo la del artificio poético. En la autobiografía «Espejo de sombras» de Felicidad Blanc, esposa del poeta Leopoldo Panero, en- contré un comentario muy interesante que se ajusta a lo que estoy diciendo: “A veces releo “La estancia vacía” y al- gunos versos, como los dedicados a su madre, me hacen pensar en la distancia que hay entre la poesía de Leopoldo y la realidad. ¿Nos verá así él? ¿O esa dis- tancia será una consecuencia del am- biente falso que rodea todo en España y que hace que casi toda la poesía de esa época cante cosas inexistentes, destruya o falsifique el mundo que nos rodea? Y pienso también si no será igual con- migo. Esos poemas que escucho de sus labios y leo muchas veces, en los que habla de mí, ¿a quién se refieren? ¿a esa mujer solitaria, abandonada a la que no presta ninguna atención, a la que hace esperar horas enteras en la noche y a la que ha visto cerca de la muerte va- rias veces sin que nada demostrase que lo sentía? Los empiezo a mirar como si fueran escritos a otra mujer. Otra mujer que no vive con él, que está lejos, que yo apenas conozco.” Lo he comentado algunas veces con poetas de mi generación, quizás los jóvenes no segreguen como lo han he- cho con nosotras. No nos leen. Algunos no consideran que nuestra poesía sea de su incumbencia. Salvando algunos nombres que de tanto en tanto surgen estratégicamente para que nadie sospe- che de esa misoginia tan agudizada. Me gusta el poema de Denise Levertov que cito a continuación. Se trata de una serie de metáforas encabalgadas que hacen pensar en el acto de escribir. En realidad logra un apunte impresionista lleno de objetos acerca del acto creador. VI Hacer poemas es encontrar / una silla vieja en una zanja, / y traerla a casa / a la cueva del desván; / un caballo extra- viado del corral, / un barco a la deriva en las malezas de la orilla, / fosforescente. // Luego en la mecedora rota / escaparse –a la realidad–. / Al reino de ambrosía y mendrugos / no se llega con esfuerzo y ahínco. // Cuando los pies comienzan / a danzar, cuando la silla / cruje y galopa / se abren las puertas / y uno se descubre / adentro del reino sin rey. (Trad. Cynthia Mansfield) *Concha García (La Rambla, Córdoba, España, 1956), licenciada en filología hispánica, es una de las poetas más des- tacadas de la poesía en lengua española.
  • 6. El Corredor Mediterráneo / Página 6 PLANETA AZUL, ESPERANZA DEVIDA Por Norberto Negro Schiavoni En 1798, el economista y monje inglés Thomas Robert Malthus presentó públi- camente un trabajo que denominó En- sayo sobre el principio de la población. De acuerdo a su análisis y enfoque, la población crece en sentido geométrico y los alimentos lo hacen en sentido aritmé- tico. Desde entonces, se hace referencia a la teoría maltusiana. El desarrollo pos- terior de los estudios científicos estaría marcando diferencias fundamentales con este enfoque. Aquí sería aplicable la frase de la gran escritora Margarite Your- cenar: “El tiempo gran escultor”. De los 510 millones de km2. Del plane- ta, 360 millones corresponden al agua, lo que justifica que los científicos lo lla- men “planeta azul”. Los rayos solares tie- nen incidencia sobre las aguas hasta 200 metros de profundidad, determinando que la fotosíntesis del espacio por me- dio del fitoplancton y las algas marinas, sea muy superior a la producida en el espacio terrestre propiamente dicho. De acuerdo con los estudios realizados por institutos de investigación oceánica, la producción que puede brindar el océa- noAtlántico sería el equivalente a 30 mil cosechas mundiales. Esto sería suficien- te para brindar sustento a la actual po- blación mundial, durante los próximos 15 mil años. Según los expertos cientí- ficos, las llamadas “masas verdes” de los continentes están lo suficientemente desarrollada como para alimentar apro- ximadamente a unos 58 mil millones de personas, esto es más de nueve veces la población asentada hasta la fecha a lo largo de los continentes. El conjunto de los recursos naturales que se encuentran en los mares podría sostener a 290 mil millones de personas. Nuestro país es una pequeña `porción del conjunto del orbe. De acuerdo a lo informado por la Federación Agraria, Argentina cuenta con una superficie de 188 millones de hectáreas cultivables. Dentro de cada una de ellas, pueden producirse 400 kg. De carne por año. Se puede sumar a esto lo que proveen ríos, lagos, lagunas y principalmente lo que brinda el mar con un aporte de 4000 kg/ha. de carne considerada de su superficie, siendo la Argentina la mayor plataforma continental correspondiente al Hemisferio Sur, muy cercana al millón de kilómetros cuadrados. Considerando la parte continental y la correspondiente a lo que se denomina mar epicontinen- tal, la Argentina estaría en condiciones por si sola de alimentar a toda Latinoa- mérica. Geografía del hambre Sin embargo, hay hambre en nuestro país, sobre todo en la parte norte. Se han detectado casos de inanición y desnutri- ción en Tucumán y Corrientes. También existe hambre en la empobrecida Lati- noamérica. Las cifras determinadas por la realidad son de terror en lo que a Áfri- ca se refiere. Así se encuentran también muchos países del área asiática. Es decir, hay hambre en el mundo. El flagelo no está determinado por la poca capacidad del planeta de brindar recursos, si no por quienes y de qué for- ma, se aprovechan de ellos. Hay un siste- ma de producción que funciona a nivel mundial e impone sus leyes de juego: importa la ganancia, no el ser humano. Así, por ejemplo, con sólo disminuir el presupuesto militar mundial en un 25 por ciento, se podría prevenir la erosión del suelo, contar con energía renovable, limpia y segura; podría proveerse de vi- viendas dignas a todos los que las nece- sitan; se contaría con agua potable en todos aquellos lugares que no la tienen; se lograría eliminar el hambre y la des- nutrición y se podría eliminar la deuda externa. La realidad analizada por Malthus es muy diferente de lo que brindan los es- tudios y las estadísticas que de ello se derivan en la actualidad. De esto puede colegirse que nuestro pequeño planeta está dotado lo suficientemente como para producir a perpetuidad, siempre y cuando se lo respete, se lo valore, se lo cuide, no sea sometido a presiones y exi- gencias desmesuradas, como es el caso últimamente de nuestro país, a punto de ser convertido en “república sojera” mer- ced al incremento y desgaste que sufre por exigencia de los grandes pools de siembra del mundo occidental industria- lizado. La sociedad civil y dentro de ella, los sec- tores más postergados, sin esperar que otros lo hagan por ellos, juntamente con los medios de difusión independientes que llegan a todos los ciudadanos, apo- yados por la acción esclarecedora que se ejerce desde las instituciones educa- tivas, deben concientizarse que todavía se está a tiempo para brindar bienestar y seguridad ecológica a las generaciones actuales y futuras. Bibliografía básica: Geografía Económica Mundial y Argentina -con particular refe- rencia a Latinoamérica-. Carlevari Isidro J.F - Ediciones Macchi. Guía del Mundo – El Mundo visto desde el Sur. Editorial y distribuidora Lumen. ECOLOGÍA Fotografía de Eduardo Salvatierra
  • 7. El Corredor Mediterráneo / Página 7 ALBERT CAMUS A LOS MÉDICOS DE LA PESTE Por Redacción ECM.AT En su edición del pasado 9 de mayo, el diario español El País publicó, con tra- ducción de Martín Schifino, un texto de Albert Camus, probablemente escrito seis años antes de la publicación de “La pes- te”. Se trata de “Exhortación a los médicos de la peste” que, junto a otro, apareció en 1947 en Les Cahiers de la Pléiade, con el título genérico “Los archivos de La peste” y que constituye uno de los escritos preli- minares de la novela. La lectura de este texto revela el modo como Albert Camus, Premio Nobel de Li- teratura en 1957, utiliza recursos anacró- nicos de prevención sanitaria para mani- festar el valor de la ética, del coraje y de la razón para combatir un mal tan invisible como letal. Aunque se vale de la tercera persona para hacer su exhortación, Ca- mus asume tácitamente su condición de escritor y como tal la calidad de profano en una materia tan delicada como es la devastadora enfermedad. “Los buenos escritores ignoran si la peste es contagiosa. Pero suponen que sí”. Así comienza el texto de una exhortación que no oculta que se hace desde una suposi- ción impulsada por la bondad. Ni el es- critor ni el médico saben a ciencia cierta nada acerca del enemigo, salvo que es letal para la vida humana. Los escritores “opinan que ustedes [los médicos] debe- rían mandar abrir las ventanas” del cuar- to del enfermo que visitan, pero también que “la peste bien puede encontrarse en las calles e infectarlos de todos modos, es- tén o no las ventanas abiertas”. El párrafo siguiente es una irónica evo- cación del médico de la peste, personaje que se ganó su lugar en la “commedia de- ll’arte”ycuyavestimentaaúnsesueleusar como disfraz en carnavales europeos y so- bre la cual no hay discrepancia entre “los buenos y los malos escritores”. Ambos les aconsejan que “utilicen una máscara con gafas y (que) se coloquen un paño moja- do en vinagre bajo la nariz. Lleven una bolsita con los extractos recomendados en los libros: melisa, mejorana, menta, salvia, romero, azahar, albahaca, tomillo, serpol, lavanda, hoja de laurel, corteza de limonero y peladura de membrillo. Sería deseable que vistieran por completo de hule”. Esta indumentaria, que no era en absoluto efectiva para preservar la salud de quien la llevara, se atribuye a Charles de Lor- me, médico del rey Luis XIII de Francia y de Gastón de Orleans, hijo de María de Médicis entre otros miembros de la reale- za europea del siglo XVII. Además, estos médicos llevaban una vara para no tocar directamente a los enfermos, por lo que resulta inútil que se les tome el pulso, in- cluso “sin antes mojarse los dedos en vi- nagre”, tan inútil como abrir las ventanas, ya que por entonces se creía que la en- fermedad se transportaba por el aire, por lo cual era recomendable “no ponerse en la trayectoria de su aliento” ni tampoco si “han abierto la ventana, sería bueno que no se pusieran en la corriente de aire, que puede acarrear al mismo tiempo el ester- tor del apestado”. Aparte de estas y otras recomendaciones, para Camus hay otras tanto o más impor- tantes para preservar la salud que “ata- ñen más bien a la disposición del alma”. “’Ningún individuo’, dice un autor anti- guo, ‘puede permitirse tocar nada conta- minado en un país donde reine la peste’. Eso está bien dicho. Y no existe rincón que no debamos purificar en nosotros, incluso en lo más secreto de nuestro cora- zón, para poner de nuestra parte las pocas oportunidades que queden […] Tienen que predicar con el ejemplo”. El primer consejo en este apartado es no tener miedo. “El miedo infecta la san- gre y calienta los humores […] Así pues, predispone a quedar bajo la influencia de la enfermedad; y para que el cuerpo venza la infección, el alma tiene que ser fuerte”. Más adelante añade que el mayor miedo es el miedo a la muerte. “De ahí que ustedes, los médicos de la peste, de- ban plantar cara a la idea de la muerte y reconciliarse con ella, antes de entrar en el reino que la peste les prepara. Si salen vencedores en esto, lo serán en todo, y los verán sonreír en medio del terror…”. En esta exhortación a los médicos de la peste, Camus también les aconseja ser discretos y “en absoluto castos, otra forma de exceso. Cultiven una alegría razonable a fin de que la pena no altere la fluidez de la sangre y la prepare para la descom- posición. En este sentido, no hay nada como usar el vino en buena cantidad, para aligerar un poco el aire de pesadum- bre que les llegue de la ciudad apestada”. Los médicos no han de olvidar que la me- sura es el “primer enemigo de la peste”, pues ésta procede del “exceso e ignora la contención”. De aquí que una forma de combatirla sea acercándole “la luz de la inteligencia y de la equidad”. Seguidamente, el texto de Camus alude al autocontrol. En este sentido recomienda a los médicos y quizás a la población en general “hacer que se respeten las normas que hayan elegido, como el bloqueo y la cuarentena. Un historiador de Provenza cuenta que, en el pasado, cuando un con- finado lograba escapar, mandaban que le rompieran la cabeza. No desearán eso – les dice- Pero tampoco pasarán por alto el interés general. No harán excepciones a las normas durante todo el tiempo que estas sean útiles, ni siquiera cuando el co- razón los apremie. Se les pide que olviden un poco quiénes son, sin olvidar jamás que se deben a ustedes mismos. Esa es la regla de un honor tranquilo”. A los médicos de la peste les resta “hacer frentealcansancioyconservarlaimagina- ción viva” y nunca “acostumbrarse a ver a los hombres morir como moscas” ni ser insensibles al dolor ajeno. Los médicos de la peste deben rebelarse “contra la terri- ble confusión en que perecen en soledad quienes niegan sus cuidados a los demás, mientras que mueren amontonados quie- nes se sacrifican; en la que el goce ya no recibe su aprobación natural, ni el mérito su orden; en la que se baila al borde de las tumbas; en la que el enamorado rechaza a la amada para no contagiarle su mal; en la que no carga con el peso del delito el delincuente, sino el animal expiatorio que se elige en pleno desconcierto de una hora de espanto”. Luego Camus afirma que “el alma sosega- da es la más firme” y que no hay religión que salve al hombre, porque “aunque esa religión procediera del cielo, deberíamos afirmar que el cielo es injusto”, lo cual, afirma, no es motivo de orgullo. “Al con- trario, deberán pensar con frecuencia en la propia ignorancia, para estar seguros de observar la mesura, única señora de las epidemias”. La exhortación acaba con una dramática advertencia cuando llegue el día “en que querrán gritar de asco ante el miedo y el dolor de todos. Ese día, no podré hablar- les de ningún remedio salvo la compa- sión, que es pariente de la ignorancia”.
  • 8. El Corredor Mediterráneo / Página 8 DESDE EL MIRADOR LITERATURA y REALIDAD Por Kepa Murua Lo que me sucede a mí, no le importa a la literatura y lo que le sucede a la literatura, me importa a mí. Me im- porta como escritor que observa un mundo complejo donde la ficción pervierte los hechos para apoyarse en la imaginación, en la mentira, como una metáfora que transciende la propia realidad. Podría decir que la rea- lidad se sustenta en la creación literaria con un tiempo nuevo donde los sucesos de la vida se imponen en se- cuencias diferentes y ritmos apropiados al lenguaje y a la comprensión del lector. La memoria, por su parte, com- parte la realidad en su afán de recordar los hechos, de ordenar los actos y la interpretación de los mismos no corresponde a la imaginación, sino a la historia. Pero, a su vez, la historia rescata el pasado a través de diferentes documentos, entre los cuales destacan los de la imagi- nación como hechos artísticos que iluminan un camino de por sí oscuro. Dejemos, por tanto, la novela histórica como un aparte de la literatura y la realidad en manos de los lectores más ingenuos y centrémonos en la poesía, en el ensayo o en la misma novela contemporánea donde las diferentes voces no solo interpretan la realidad, sino que, además, la diseccionan en su propia complejidad, con todas sus contradicciones a la vista. Ser realista en la literatura es una primera aproximación para fantasear con la verdad de su existencia, por lo que convencerse de que la realidad no tiene que ser descriptiva en todos los detalles puede ser una forma de evasión que, por le- jana, podría convertirse en un punto central de la litera- tura que se entiende en su indefinición y se clarifica en su libertad a la hora de mostrarse con sencillez en todos los sentidos, pues de sentidos está hecha esa misma rea- lidad que se descompone en la pluma del escritor o en la imagen del poeta, de la misma manera que la palabra trastoca los sentidos que no creen en la realidad de los hechos, sino en la verosimilitud de los mismos. ¿Qué es lo importante?, ¿hacer realidad los sueños del escritor o convertir la realidad en un sueño certero para que el lec- tor despierte con una vida deformada ante sus ojos, con la sana intención de parecer auténtica al mismo tiempo? Si solo quiero ver la realidad con mis ojos, estoy negando la participación del resto de los hombres, estoy negando su comprensión, pero si la interpreto con una mirada par- ticular que busca su aceptación, dejo que se acerquen a esta realidad para apropiarse de ella y reinventarse con ella, de tal modo que con ese efecto consigo lo que pa- recía extraño en una función del arte que no se ajusta a una única realidad, pero es reconocible a todas horas. La realidad se impone a la literatura y, sin embargo, la litera- tura describe la misma realidad, a veces aparentemente tan sencilla en sus objetos y, a menudo, tan compleja en la definición de sus sentimientos, de sus sentidos. La Columna