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Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María
DE ORILLA A ORILLA
EL NUEVO EXTRANJERO
POR JORGE
RODRÍGUEZ HIDALGO
PÁG. 8
POESÍA
LA POESÍA EN
EL LENGUAJE
DE SIGNOS
POR ISABEL REZMO
PÁG. 4-5
Miércoles 24 de junio de 2020 . Año 20 Nº 909
El poeta Rubén Padula parte de este cuento magistral del mendocino Antonio di Benedetto para desentrañar las com-
plejidades de una escritura excepcional y al mismo tiempo alumbrar la naturaleza moral del ser humano, cuando
toma conciencia de sí y de sus actos.
PÁG. 2 y 3
ABALLAY,
EL JINETE DE LA CULPA
RESEÑA
JAZZ, LADO B.
DE CARLOS A. MULLER
POR ATILIO ROMANO
PÁG. 7
HISTORIA ENTRE TODOS
EL ROCK
RIOCUARTENSE
TAMBIÉN ES COSA
DE MUJERES
BREVE RESEÑA DE TREINTA
AÑOS DE SU HISTORIA
(1982 - 2012)
POR FERNANDO AGUIRRE
PÁG. 6
LA COLUMNA
El Corredor Mediterráneo / Página 2
ABALLAY,
ELJINETE
DELACULPA*
Por Rubén Padula
Me hubiera gustado conocer Antonio di
Benedetto. Pude haber compartido la pri-
sión. En el periodo de su encierro, yo esta-
ba en Sierra Chica. Cuando llego a La Pla-
ta, él ya estaba en el exilio. Naturalmente,
supe de él en los corrillos carceleros, por
aquí anduvo un tal Di Benedetto, escritor,
mendocino, que nos doblaba en edad a la
media subversiva.
Referirnos a Aballay requiere necesaria-
mente recorrer su entera producción en su
diversidad de registros. Se lo señalará como
ecléctico, inclasificable, tal vez por eso bri-
lle con luz propia. Un escritor difícil, raro,
estilizante.
Pero hablar de Antonio di Benedetto es ha-
blar de Diego de Zama, de los personajes
de El Silenciero, Los suicidas, del Juicio de
Dios, de Emanuel, el personaje de Som-
bras nada más, de Aballay. Es hablar de la
escritura como pulsión irrefrenable, como
camino para expurgar sus fantasmas. Cada
tema es una obsesión del escritor; claro, no
es pura confesión, un vómito, un llanto.
Con precisión quirúrgica, con armonía mu-
sical, como un orfebre de la palabra, escri-
be. A la hora adecuada, con el registro de
voz que requiere la historia, con el lenguaje
que exige el momento, con la forma que
reclama el tema.
Antonio di Benedetto nace en Mendoza, el
2 de noviembre de 1922. Director del dia-
rio Los Andes hasta su detención en marzo
de 1976, obligado al exilio en diciembre de
1977, regresa a Argentina en 1985 y muere
el 10 de octubre de 1986. Respecto al día
de su nacimiento dirá: “Esa nominación re-
ligiosa que corresponde al Día de los Muer-
tos me ha acompañado con una fidelidad
absoluta. De modo que me crea dudas a
menudo sobre mi existencia. Soy argentino
pero no he nacido en Buenos Aires. Nací
el día de los muertos del año 22. Música
para mí, la de Bach y la de Beethoven.Y el
Cante jondo. Bailar no sé, nadar no sé, be-
ber sí sé. Auto no tengo. Prefiero la noche.
Prefiero el silencio”.
Casi toda su vida transcurrió en Mendoza y
allí escribió la mayoría de su obra. Rehuyó
de las luminarias de la literatura ni quiso fi-
gurar ni escribir con la temática o formas
de la moda. Siempre desde lejos, y desde
adentro.
No encaja con comodidad dentro de las
corrientes estéticas o modos narrativos y se
sugiere que su literatura es experimental.
El procedimiento narrativo en sus primeros
relatos como “El abandono y la pasividad”
o “Declinación y Angel” lo colocan como
un precursor del objetivismo y relacionado
con los modos narrativos del cine. Por sus
tres novelas principales –Zama (1956), El
silenciero (1974) y Los suicidas (1979)– se
lo acerca a la narrativa existencialista de
Sartre en La náusea y al Camus de El ex-
tranjero.Y por aquí, se lo relaciona con Arlt
y con Borges como un puente entre ambos.
Aballay fue escrito, o al menos pensado,
entre las paredes y las rejas de una cárcel.
Por su extensión, veinte páginas, podría
considerarse una nouvelle, pero está orga-
nizado en pequeñas piezas narrativas, con
episodios o diálogos de tal intensidad que
se leen de manera independiente. Un na-
rrador externo, que todo lo sabe, presencia
los acontecimientos y nos lo cuenta prime-
ro en el presente del personaje; a partir
de un momento comienza a contarnos en
pasado y concluye en presente. El tono de
la narración se hermana con la geografía
humana y se incorpora al paisaje: La sole-
dad de la tierra, su aridez, su zoología, la
simpleza de su gente, el respeto por lo sa-
grado, las fiestas religiosas, las carretas, Los
juegos de bochas, la taba, los quehaceres
humanos y maneras de sobrevivir.
El ritmo de la prosa se acompasa con sus
avatares risueños, dramáticos, existenciales
del personaje: los cambios de caballos, la
búsqueda de la soledad, los sueños o de-
lirios, los encuentros. La morosidad del re-
lato, con el sinnúmero de situaciones que
va afrontando el personaje, nos trae ecos
de otros textos por similitud o por contra-
posición: Ulises, Sísifo, el Quijote, Martín
Fierro, Juan Moreira, por nombrar algunos,
reverberan sus conflictos, valores y signifi-
caciones.
La historia se ubica en un tiempo de domi-
nio sobre los indios, ya diezmados o do-
mesticados, con algunos metidos aún en
la profundidad de la pampa, como rémoras
de lo antiguo. El narrador da cuenta de ello:
“Tuvo que correrse a la llanura central, me-
nos árida, más solitaria, y rumbear al sur,
hasta confines odiosos por sus peligros, los
de tener encimados los territorios de tribus
no avenidas con el blanco”.
Podríamos abordar a Aballay desde distin-
tas miradas: Una historia risueña, con ori-
ginalidad: un hombre decide continuar su
vida arriba de un caballo a modo de peni-
tencia. Otra historia implícita: Un hombre
comete un crimen. Solo los ojos de un niño
son testigos del mismo y lo perseguirán
hasta que finalmente llegue la inexorable
venganza.
La más compleja. Un hombre busca supe-
rar su infame condición de asesino (o de
cualquier maldad intrínseca al hombre) y
en lugar de recluirse, o suicidarse (al suici-
da se le vuelve intolerable la humillación),
o perdonarse, o confesarse, toma distancia
del lugar del mal: la tierra. Será sometido
a tentaciones y conflictos de los que se las
ingeniará para no traicionar su decisión. Lo
inédito de la penitencia no la hace menos
creíble. A veces los sueños lo vuelcan a la
tierra, no se da tregua, no se disculpa nada,
es un desafío y no se justifica. Si busca un
parejero no es por él, sino por el sufrimien-
to del caballo. Adquiere, sin quererlo, sin
pretenderlo, un aura de santidad. Los ojos,
o Dios, lo persiguen, lo vigilan, no se per-
mite dejarse morir ni usufructuar ningún
beneficio que haga más llevadera su cal-
vario.
Aballay es un conjuro del escritor, no es un
mero juego de palabras, una invención fe-
liz, una ficción, sino una referencia a la vida
de su creador. En los primeros párrafos, con
maestría, nos presenta a los personajes y
su entorno. En una capilla, en una zona de
vegetación raquítica, Aballay asiste por la
tarde a un sermón del cura durante las fies-
tas de la Virgen, en la novena. La capilla,
aislada de toda construcción o vivienda se
abre solo para esa ocasión.Viene el cura de
la ciudad y se realizan casamientos, bau-
tismos, confesiones. Durante el día, hay
misas y procesiones. Por la noche, los fogo-
nes, con mate, carlón, guitarra y costillares
asados. Aballay es un extraño más que se
está probando entre la gente, un gaucho
errante, solitario y alerta. No por nada ha
contado cuatro milicos entre el gentío, sutil
manera de presentar a un perseguido. En
el sermón del cura hay una palabra que
desconcierta a Aballay, no ha entendido
del todo. Es sobre los santos montados en
columnas que le ha provocado inquietud y
preguntas, y buscará aclararse requiriéndo-
le al cura cuando dé la ocasión, probable-
mente por la noche, en el fogón.
Sin mediar rodeos, el narrador nos ha me-
tido en la historia. En quince renglones nos
pone las cartas sobre la mesa. Aballay ha
matado. Aballay “se desgracia”. Al igual
Fierro y Moreira, es un gaucho desplazado
a partir de un asesinato. Nada se sabe de
las razones que llevaron a dicha muerte, y
de la manera en que fue llevada a cabo:
“Mató, y de un modo fiero. No se le per-
derá la mirada del gurí, que lo vio matar
al padre, uno de los escasos recuerdos que
le han quedado de aquella noche de alco-
hol”. Sabe que el pago por su crimen será
una justicia impiadosa, que en la tierra no
encontrará la redención.Tampoco sabemos
del derrotero de este hombre tras la muerte.
Hay un tiempo impreciso, el suficiente para
dejar de huir y probarse. No es la injusticia
del estado o la sociedad quien lo persigue;
es la provocada por sus propios actos. Se
entremezcla con los fieles que han llegado
desde rincones remotos a la novena. Aba-
llay no pretende confesión, ni perdón.
Esos penitentes de los que hablaba el cura,
esos estilitas que en el mundo antiguo
quedaban en columnas para acercarse al
cielo y despegarse de la tierra, porque en
ella habían pecado, es el dato revelador.
El Corredor Mediterráneo / Página 3
Quiere saber, modos, tiempos, alimentos,
necesidades, razones, motivos. Quiere de-
talles, preguntas minuciosas que sorpren-
den y alertan al cura. Aballay se informa y
toma la firme decisión de separarse de la
tierra, porque ahí mató. Incapaz de vivir
con la culpa, optará por una vida de ex-
piación, se autoimpone una pena a través
de un plano místico-religioso. Separarse
de la tierra que contamina al hombre, el
alejarse de todos los placeres, tentaciones
terrenales, incluso los de la mera subsisten-
cia. Separarse, física y espiritualmente, en
un continuo despojo de todo lo material
y humano como única forma de peniten-
cia, de purificación y sentido. Aquí vemos
cómo un hecho ligado a lo místico, ocurri-
do cientos de años atrás, se combina en el
ambiente y el pensamiento de un gaucho
y borra el enclave temporal y espacial del
cuento. El personaje se ubica en el tiempo
de los estilitas. El autor en el del personaje,
en una dimensión temporal imprecisa, en
la pampa, y nos trae hasta hoy, los errantes
y penitentes modernos.
Aballay imitará la voluntad de aquellos an-
tiguos, aunque el contexto no sea el mis-
mo. Se apropiará del método adaptado a
sus circunstancias geográficas y a su hábi-
to de hombre a caballo. No hay pilotes ni
columnas para ser un estilita hecho y de-
recho. En la llanura extensa no encontrará
esa atalaya para redimir su culpa. Solo ha
visto alguna vez el pórtico de una iglesia. Él
no puede quedarse quieto con su remordi-
miento. Tiene que andar. Andar y alejarse
de la tierra, fuente del mal.
Tempranito, a los primeros colores del día,
Aballay monta en su alazán”. Le palmea el
cuello y consulta: “¿Me aguantarás?”. Su-
pone que su compañero acepta y, “Mirá
que no es por un día... Es por siempre”.
Lo primero fue el ayuno, da pureza a la
sangre, se dice.Y vino el hambre y el temor
a sucumbir en sus intenciones pero resiste
arriba de su caballo. Un rancho y el boca-
do que a nadie se le niega ¿Y mañana? El
relato del cura le alcanza respuestas. Tiene
experiencia de dormir montado, pero ad-
vierte la segura muerte del animal si no
le da resuello y consigue un parejero con
quien descansarlo. Diestro en su cabalga-
dura, bebe sin desmontar el agua de los
arroyos. Con argucias e ingenio se procura
la comida en un suelo raquítico de frutas o
animales de caza. Atrapa un pájaro entre
el ramaje y al verlo desesperado entre sus
dedos, lo libera. Cuenta con su rastra con
monedas incrustadas, para proveerse cuan-
do dé la ocasión.
Pasa el tiempo, las estaciones, encuentros
en boliches, con indios, con carretas, con
policías, todos resueltos sin faltar en un
ápice a su promesa de no descender de
su caballo. Solo una vez cuando dormido,
truenos y relámpagos inquietan al animal
y queda en tierra, empapado. Mira al cielo
como pidiendo disculpas, ofreciendo su no
intención de haberlo hecho a propósito.
Aballay mantiene un encuentro con indios,
quienes se alertan por la conducta del gau-
cho de rechazar el pescado que le ofrecen,
por la sal que les comparte sin que ellos le
pidan y por rehusarse a bajar del caballo
para comer. Lo aceptan con naturalidad y
determinan que no es que no quiera sino
que no puede bajarse, es un hombre ca-
ballo, un centauro. Al sentirse enfermo,
castigado por las inclemencias del tiempo
y ver sus fuerzas debilitadas, recurre a la
contemplación como necesidad a través de
la oración. En sueños, se ve junto a otros
empilados con pájaros que le picotean los
ojos y le anidan la cabeza. Muerto de mie-
do a caer, despierta, ordena a su caballo
que se quede quieto. Metido en sus sueños,
pelea con otro estilita más viejo, ofrecién-
dose una silenciosa disputa de siglos por
ver quien resiste más, quien traiciona, y lo
lleva a verse muerto en simultáneo.
Cuando se traslada en un carretón, con
más culpa por haber alivianado su carga,
resuelve dejar las comodidades despren-
diéndose de los últimos valores materiales
que posee. Ese cumplimiento de la peni-
tencia lo lleva a ser mejor hombre, a ser
agradecido, a impedirse tomar nada que le
fuera ajeno, a evitar todo tipo de alterca-
do, a dejar de responder a cualquier ofen-
sa, a no permitirse alivios que atemperen
su castigo. Vemos, aquí, la inquebrantable
decisión de un hombre de cumplir con su
propósito, no dejándose seducir por como-
didades, sacrificios, inclemencias.
En una pulpería se niega a desmontar para
buscar unas monedas que ha ganado en
un juego de taba que le son arrojadas con
desprecio bajo las patas de su caballo. No
puede bajar y las deja. “Desde entonces,
por ese gesto, para los testigos nada fácil de
descifrar y que tendría relación con el des-
prendimiento, a Aballay le nacen famas”.
Una mala interpretación que luego corre
de boca en boca y se divulga por el pueblo
se lo cubre con un aura sobrehumana, al
punto de atribuirle capacidades milagro-
sas. Desde ahí comienza a tejerse la fama
de este hombre, blanco de burlas, sorpresas
y asombros. Pasan las estaciones y la leyen-
da adquiere dimensión épica, milagrosa,
natural. Su fama se ha extendido.
Aballay, ya no es un hombre más, su ac-
ción lo ha marcado. Ha perdido la inocen-
cia: debe una muerte. El crimen hace que
se separe de la sociedad, y por lo tanto lo
hace diferente. Al volver con la gente, vuel-
ve a ser un diferente porque lo asocian con
la santidad, con Dios. Nadie se pregunta
qué arrastra ese hombre. Nadie pregunta
sobre el porqué de esa decisión. Es acepta-
da naturalmente. Hasta el comisario tiene
una actitud de respeto por el personaje. Y
el mismo gurí acatará las condiciones del
desafío. En la amplia comarca de Cuyo
un hombre que ha cometido un crimen
se convierte en una figura de admiración.
De a poco él se entera aunque no le pro-
voca alteración. Ni lo oculta ni su ufana o
lo aprovecha. Aballay se adapta a un per-
sonaje creado por la imaginación popular.
Solo él sabe la cruz que lleva. Solo él sabe
de esos ojos que lo perseguirán hasta el fin
de los días.
El relato nos apura, queremos saber has-
ta dónde resistirá, cual será su final. Pero
inexorablemente la historia deberá cerrarse
con el encuentro con el dueño de esos ojos
que lo han perseguido y que ya, puestos en
un mozo hecho y derecho, viene a vengar
la muerte.
El duelo será a caballo, así lo afronta el jo-
ven, respetuoso de la decisión del errante.
El duelo entre el facón y una simple caña
es significativo del cambio, de la ascensión
del culpable hacia la expiación. Su cuchi-
llo y el facón convierten en una temeridad
a una simple caña, capaz de romper la
boca del muchacho.
Gana la pericia del hombre y, herido el
joven, Aballay pide permiso al cielo para
bajar del caballo y ayudarlo. La única trans-
gresión a su penitencia es por un acto de
humanidad, bajar a tierra para encontrar
la muerte en un descuido de sí. Será desde
la tierra, en la tierra que le sobrevendrá la
muerte y la acepta con una sonrisa en sus
labios.
Uno sabe que se ha quedado a mitad de
camino. Que tiene entre manos un texto
que supera el mero placer entretenedor de
la lectura para colocarnos en la necesaria
reflexión. No es ni ha sido mi intención
ocuparme del análisis literario.Volver sobre
un texto, sobre un único texto, en fin, sobre
una obra de arte, es encontrar respuestas,
argumentos y contra respuestas, entrar a
dialogar con la vida, con los valores, en un
cuento de nunca acabar. Di Benedetto nos
narra a nosotros, a los hombres de Amé-
rica, al hombre universal. La errancia de
Aballay es nuestra propia errancia buscan-
do las respuestas para que, como él, po-
damos irnos con una sonrisa en los labios.
*Este es el texto resumido de la conferencia
sobre “Aballay”, de Antonio di Benedetto,
que el poeta Rubén Padula ofreció dentro
del ciclo literario 10X10, organizado por
el Área de Literatura y Pensamiento, de la
Agencia Córdoba Cultura, delegación Río
Cuarto.
Un hombre, un gaucho perseguido por la culpa vaga errante sin bajarse
nunca del caballo y así expiar el mal cometido hasta que llega el momento
en que debe afrontar el castigo, la justicia superior y ajena a las leyes de
los hombres. Esta es la sencilla historia que narra con maestría Antonio di
Benedetto.
El Corredor Mediterráneo / Página 4
Dicen que las palabras se las lleva el
viento, que los gestos, las acciones se
quedan y permanecen en la memoria
de cada uno de nosotros. A la poesía
le ocurre lo mismo; si un poema llega
al lector éste se queda en la memoria
y en el corazón como algo fabuloso y
único. Se queda dentro de uno y, a ve-
ces, con el recuerdo surge como una
letanía. Nuestra memoria se agita y de
ella pasa al pensamiento y lo vocaliza-
mos. ¿Recordáis?
Volverán las oscuras golondrinas de
tu balcón sus nidos a colgar”.... (G.A
Bécquer)
Su luna de pergamino, Preciosa tocan-
do viene…” (F. G. Lorca)
Seguramente, muchos de nosotros
sabríamos continuarlo, recitaríamos
algunos versos de sus estrofas, algún
fragmento del poeta que nos ha ena-
morado o representa para nosotros un
maestro a quien seguir. Pero no todas
las personas pueden hacerlo, y aquí
introduzco el tema de este artículo. La
inclusión de la poesía en las personas
sordas.
El derecho de acceso a la cultura es, en
teoría, universal; también es cierto que
hasta hace muy poco en España, casi
no existía poesía interpretada en len-
gua de signos, y podemos recordar tan
solo que unos poemas de Miguel Her-
nández fueron publicados en 2010 y
algún que otro poema en la web del
Instituto Cervantes.
Sin embargo, fue en 2013 cuando la
Fundación de la Confederación Estatal
de Personas Sordas (CNSE), presentó la
primera antología de poesía traducida
a la Lengua de Signos Española (LSE).
En ella se incluyeron más de 30 poe-
mas de autores clásicos de la literatu-
ra española, en una recopilación que
contempla desde versos medievales
anónimos hasta los poetas clásicos
del siglo XX. Los poemas están orga-
nizados en la antología por periodos
históricos: poesía del Renacimiento y
Medieval, poesía hispanoárabe, Ro-
manticismo, Ilustración, Siglo de Oro,
Generación del 27 y del 98, Posgue-
rra… con un resumen de cada con-
texto histórico, una breve biografía de
los autores seleccionados, un glosario
y actividades de fomento de la lectura.
La primera antología poética en Len-
gua de Signos Española, con el apoyo
del Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte, con el objetivo de remediar
la escasez existente en este ámbito cul-
tural.
Una lengua como la lengua de signos
española, cuyo componente básico ra-
dica en la visualidad, permite expresar
el valor de lo simbólico del lenguaje
literario que se quiere trasmitir, en es-
pecial el de la poesía, cuya esencia di-
ferenciadora del resto de géneros lite-
rarios es precisamente la preeminencia
del símbolo.
Para el profano, la lengua de signos es
hipnótica: tiene algo de danza, de per-
formance, de dibujar conceptos en el
aire. Es un misterio que se nos mues-
tra delante de los ojos. Ahora, también
tiene algo de poesía. En sí misma es
poesía.
Actualmente existen artistas sordos
de todo el mundo que componen y/o
interpretan su poesía en lenguaje de
signos, y muestran estilos muy diferen-
tes. Como ejemplo tenemos a algunos
poetas sordos destacados, recono-
cidos por sus comunidades Sordas,
como Rosaria y Giuseppe Giuranna
(Italianos), Paul Scott y Dorothy Milles
(lengua de signos en inglés), Clayton
Valli (EEUU), etc. Incorporan un efec-
to propiamente estético a través de
diferentes usos de técnicas lingüísticas.
Poesía oral /Poesía signada
La principal diferencia entre las lenguas
de signos y lenguas orales se puede
apreciar viendo cómo son percibidas y
producidas. Las lenguas que se hablan
con voz son percibidas por el oído y se
caracterizan por el canal vocal-acústi-
co, a diferencia de las lenguas que se
hablan con manos, las cuales son per-
cibidas por la vista, por tanto, se basan
en el canal visogestual. Esto permite
una notable utilidad desde el punto de
vista estético, visual como veremos, un
ingrediente importante poéticamente
hablando (la poesía oral se nutre de
ella también). Ya Paul Valéry enfatiza-
ba el significado de la poesía, como
uno de los discursos literarios (lengua
poética) que se distingue claramente
de los discursos ordinarios:
“La poesía es un arte del lenguaje. El
lenguaje, sin embargo, es una creación
de la práctica”
“La poesía así entendida es radical-
mente distinta a cualquier prosa: en
particular, se opone nítidamente a la
descripción y a la narración de acon-
tecimientos que tienden a producir la
ilusión de la realidad, es decir, a la no-
vela y al cuento cuando su objeto es
dar verosimilitud a los relatos, retratos,
escenas y otras representaciones de la
vida real”.
La mayoría piensa al escuchar la poe-
sía en lengua de signos que es una es-
pecie de mimo o una pantomima. Para
el mundo oyente en la actualidad, la
poesía oral se define como una com-
posición poética, principalmente, es-
crita en verso. Por consiguiente, la reci-
tación poética en oral se encuentra en
segundo plano pero en la Antigüedad
: Homero no escribía; los profetas de
la Biblia, que está escrita en verso, no
escribían.
La poesía oral significa un texto poé-
tico compuesto de versos que pueden
estar sujetos a una medida, para ello, se
realiza la suma de un número concreto
de sílabas con la finalidad de conjuntar
todos los versos creando musicalidad a
través del ritmo. Esta composición nu-
mérica de sílabas es una de las carac-
terísticas fundamentales de la poesía
oral, y constituye la métrica. Otra ca-
racterística destacada en los versos es
la rima, cuya función es la repetición
de sonidos en dos o más versos a partir
LA POESIA
EN EL LENGUAJE
DE SIGNOS
Por Isabel Rezmo
POESÍA
El Corredor Mediterráneo / Página 5
de la vocal acentuada. Y el ritmo, es
otra característica esencial de la poesía
oral, su función consiste en la repeti-
ción periódica de pausas, de acentos, y
de ciertos fonemas situados al final de
cada verso. Si bien es cierto que es pre-
ferible textos no demasiado abstractos
ni metafóricos, sino más descriptivos y
narrativos, para que se adapten mejor
al lenguaje de signos.
Caracteristicas de la poesía signada o
poesía en lengua de signos.
Algunas de las características más sig-
nificativas de la poesía signada son:
Iconicidad, Ritmo lingüístico y Metá-
fora.
Iconicidad. Puede ser referida a una
representación visual (el cuadro de
un paisaje, que al contemplarlo acaba
siendo el paisaje mismo) o como con
un representación acústica (la emo-
ción asociada a una pieza musical). En
el lenguaje de signos la representación
visual es mucho más latente sobre las
demás. Reconocemos antes o de forma
más natural la iconicidad de imagen a
imagen que la iconicidad de sonido a
imagen o incluso que la de sonido a
sonido.
La gramática es una simbolización.
En cambio, la actuación lingüística
del poeta sigue un sentido inverso: la
lengua se somete a un proceso de es-
peculación por el que esas normas se
muestran en el mismo uso, se iconizan
en él.
Ritmo lingüístico: El ritmo lingüístico
de la poesía se denomina l ritmo poé-
tico. En el lenguaje de signos, sin duda,
existe el ritmo como en las poesías ora-
les pero de forma diferente, lo cual es
un elemento necesario en la poesía
con el objeto del disfrute visual. Así
mismo, el ritmo de la poesía signada se
convierte en proyección de imágenes
“casi musical”. La manera de crear el
ritmo es muy variada.
Dorothy Milles (Sutton-Spence, 2003)
afirma que cuando se crean signos con
ritmo lento, se designan ideas lentas o
pacíficas, mientras que los signos con
ritmo rápido, ideas rápidas o entusias-
madas. Además del cambio de la ve-
locidad y la nitidez de movimientos
sígnicos, hay que tener en cuenta la
intensificación y sintetización de la ex-
presión.
En comparación con el ritmo de la
poesía oral, ( pausas, entonaciones,
etc.) cuya función es la elección de pa-
labras con los mismos patrones de so-
nido en las secuencias temporales, por
ejemplo, la aliteración, la rima, etc. El
ritmo en la poesía signada se produce
de manera visual: consiste en la repeti-
ción de esquemas articulatorios (confi-
guraciones, gestos, movimientos, etc.)
La variación del ritmo puede ser: la os-
cilación de lugares, los movimientos,
el vaivén y las transiciones de configu-
raciones de mano, la repetición, etc…
Metáfora: En la poesía signada, se re-
curre muchísimo a la metáfora, ma-
nifestados visualmente. Por tanto, la
poesía suele ser “semánticamente des-
viada” a todo lo que se refiere a lo vi-
sual. Debido a que toda la información
lingüística debe ser recibida a través de
la vista, este lenguaje está estructurado
de acuerdo a las necesidades y capa-
cidades del ojo humano. La metáfora
y la visualización de imágenes en la
poesía signada son a menudo muy di-
ferentes a que las utiliza la poesía oral.
Por consiguiente, los poetas sordos
crean poemas, normalmente, con todo
lo relacionado a los objetos o ideas vi-
suales. Así tiene su propio sistema y su
propia estructuración.
Es decir que, como arte, la literatura
procura exponer y producir, mediante
el uso del lenguaje visual, impresiones
de belleza, de goce estético, de perso-
nal satisfacción espiritual e intelectual;
reacciones de admiración de la capa-
cidad creativa y realizadora del autor, y
una cierta comunidad espiritual e inte-
lectual entre el escritor o autor artístico
y los espectadores. Y eso se produce
tanto en la persona oyente como en la
persona sorda. Solo cambia el canal, la
forma de trasmitir el lenguaje. A través
de la poesía se intenta un embelleci-
miento visual de la lengua de signos,
lo mismo que en el lengua oral (gestos,
movimientos, música, imágenes....).
Está claro que queda mucho camino
por recorrer, pero el lenguaje de signos
ocupa cada vez más una necesidad de
hacerse presente en el arte y en la cul-
tura actual. Y poco a poco se desarro-
llan recitales y espectáculos que com-
binan ambas formas de ver y percibir
la realidad y las emociones. Por tanto,
el empleo de un género poético en el
lenguaje de signos es de vital impor-
tancia para la comunidad sorda, forta-
leciendo la autoestima de las personas
sordas y que puedan acceder con las
mismas garantías que la comunidad
oyente. También el oyente se va a for-
talecer con este lenguaje, para encon-
trar otras fórmulas de representación y
comunicación.
Bibliografía:
LA POESÍA EN LENGUA DE SIGNOS:
UNA INTRODUCCIÓN:
Miguel Ángel Sampedro Terrón (Aso-
ciación de Arte y Cultura Sorda «El Tré-
bol Sordo»)
mangel.sampedro@yahoo.es
Aprende lenguaje de signos:
http://aprendelenguadesignos.com/
tag/poemas-en-lengua-de-signos/
El Corredor Mediterráneo / Página 6
EL ROCK RIOCUARTENSE
TAMBIÉN ES
COSA DE MUJERES
BREVE RESEÑA DETREINTA AÑOS
DE SU HISTORIA (1982-2012)
Por Fernando Aguirre
Al compás del desarrollo, la música ha acom-
pañado cada tiempo de la historia ríocuartense.
El rock ha sabido marcar varios hitos, algunos,
con voces femeninas.
“La música se lleva en el alma”, señala el refrán
tan popular. Para muchos es más que una elec-
ción, es la única forma para expresarse. No hay
límites de estilo ni de género, este último, no
solo en alusión a la categoría musical.
Por eso, cuando pensé en la historia del rock
riocuartense, lo primero que surgió fue pregun-
tarme sobre sus orígenes, por ejemplo: ¿Cuál
fue la primera banda? ¿Quiénes grabaron el pri-
mer disco?¿Cuáles fueron los primeros músicos
que lograron trascender fuera de las fronteras
del Imperio...?Y entre esos interrogantes emer-
gió: ¿en qué momentos aparecen en la escena
mujeres en el rock riocuartense?
Se sabe que la presencia femenina en un am-
biente predominantemente masculino fue una
excepción durante muchos años, algo que la
actualidad de la ciudad por suerte viene des-
mintiendo con la profusión de bandas con inte-
grantes femeninos en todos los roles.
La idea de este breve artículo es mostrar los
orígenes en un sentido de continuidad que nos
permita recuperar la memoria de las pioneras
del género.
Aunque los orígenes del rock vernáculo se
remontan a mediados de la década del sesen-
ta, es en los tempranos ochenta donde con el
advenimiento de la democracia aparecen las
primeras figuras femeninas relevantes con sello
ríocuartense.
Claudia Prett Saldarriaga fue cantante de tres
bandas emblemáticas en el periodo que va de
1982 a 1985 que fueron Huanaco Rock, Privé
y Cien volando, mientras que Ives Cornelli será
cantante deTrama durante un corto periodo de
tiempo. Ives contaba esto en una breve entre-
vista:
“Bueno, yo la pasé muy bien... nunca me sentí
discriminada y siempre me sentí muy respeta-
da (...) Bueno yo creo que (Con Claudia) éra-
mos dos chicas con un fuerte carácter pero los
muchachos nos respetaban.Demás está decir
que teníamos “buena onda” con los chicos de
los distintos grupos musicales (...) nos respetá-
bamos y apoyábamos, nos sentíamos solida-
rios entre todos, sobre todo la gente del rock”
Fueron las personalidades fuertes de ambas y el
respeto que generaban entre sus pares los que
abrieron el camino a la presencia femenina.
En esa misma década y hasta comienzos de los
años noventa la única figura relevante del rock
riocuartense fue MaríaAngélica Cánepa, quien
a diferencia de sus predecesoras no sólo aportó
su presencia en la voz sino también en el te-
clado en bandas como Autoadhesivo y Sabios
y Profetas, última banda local que participó en
el desaparecido festival nacional Chateau Rock
en 1991.
Según lo charlado informalmente en una lar-
ga entrevista telefónica, quedó la impresión de
que, desde su perspectiva, su calidad composi-
tiva y su presencia escénica no tuvieron la valo-
ración que merecieron sus predecesoras, sien-
do muchas veces hostigada injustamente por
su condición de género por colegas, sonidistas
o por la prensa local, lo que a la larga fue una
de las razones por las que dejó definitivamente
el rock ríocuartense para radicarse en otra ciu-
dad del sur cordobés y no volver por estos lares.
Dado este antecedente, no es nada raro que
los años noventa, tal vez la época de oro del
rock local con el increíble crecimiento de los
géneros del heavy metal, el blues, el hardcore y
el punk alternativos, no den cuenta de ninguna
mujer en lasformaciones de las bandas locales.
Es recién a finales de siglo y comienzo del nue-
vo milenio que el panorama comienza a cam-
biar en forma significativa. SofíaToro abre el ca-
mino como bajista de la banda de metal Cristo;
aparece la cantante Cecilia Graglia en Perras
del Demonio; Carla Giorgis hará su aparición
como percusionista invitada en La Kavrona y
Susana Montenegro como corista invitada en
Naturae. La apertura de nuevos lugares para
tocar, especialmente los bares “La Rosada” y
“KomeKomic”, y la continuidad de los recitales
en las vecinales y los centros culturales inde-
pendientes o pertenecientes a la Municipalidad
de Río Cuarto ayudaron a visibilizar la movida
del rock riocuartense.
Con esto se rompe el molde de la hegemonía
masculina que había sido norma habitual en la
década anterior. Ya a partir del 2002 aparecen
Natalia Lunardi en la batería de Quepachama-
ma,ValeriaVictoria en el bajo de la banda punk
Komvulsiones, Emilia Delgado como tecladista
de “La Gárgola” y continúa la fuerte presencia
de Carla Giorgis como baterista de Kingston
Jam y Dominó. Es interesante destacar la apari-
ción de figuras femeninas en el periodismo grá-
fico y televisivo del rock local, con la aparición
de CarolinaTarditti y Rocío Paulizzi.
En este contexto es que se incuba el primer
intento que se iba a llamar Kali y la posterior
concretización de una banda absolutamente
formada por mujeres, Kristallos. Estaba forma-
da por Ariadna Pomini como cantante, Sofía
Toro en guitarra, Eli Arguello en bajo, Anto
Comba en teclados y Marisa Coyos en batería.
Tuvieron su época desarrollando un estilo hea-
vy entre los años 2005 y 2006 hasta disolverse
en otros proyectos. Esto contabaAriadna en una
breve entrevista: “La que ya estaba tocando, era
la Fía (Sofía Toro), que era bajista de Cristo y
la Carla Giorgis estaba como percusionista en
La Kavrona. No recuerdo otras de la época en
la que yo empecé a ir a los recitales. Ambas
después fueron parte de la primera versión de
Krystallos, que se iba a llamar Kali. Antes de
eso, Sofía había intentado armar una banda de
mujeres, pero nunca se presentaron. Lo único
que sé de ese proyecto es que la cantante se
llamaba Cecilia y que la baterista iba a ser la
Dani Gallo.Y bueno, la Sofía como guitarrista.
Mientras nosotras estábamos activas supe que
la hermana del Chatrán estaba armando un trío
de punk con otras dos chicas pero creo que se
pinchó ese proyecto. Por eso era novedoso lo
de Krystallos.Y difícil de sostener porque si una
se iba, no había quien la reemplace”.
El artista Gustavo Balmaceda analizaba en
forma un tanto sarcástica en una nota del año
2006 lo que percibía en la agotada escena del
rock local:
La música es plana, sin ambición. Falta riesgo,
falta rock, faltan propuestas raras para alimentar
la fauna que está agotada, las mismas caras, las
mismas actitudes. Peleados por tradición. Sólo
reggae y rocanrol. El mundo no se acaba ahí
muchachos, a veces las chicas escuchan mejor
rock. Que ofensa ¿no?.
Queremos más. Grupos de mujeres, de punk
de verdad, de electrorock, queremos rock, hip
hop¡¿Nunca va a ahaber solistas en Río Cuarto?
Recién en 2011 volverá a aparecer un proyecto
de punk melódico integrado por jóvenes ado-
lescentes con muchas ganas y energía y sin
vinculación directa con sus predecesoras, las
LolyCrap´s, banda integrada por Magda Linares
en guitarra, EmiliaVinceti en voz, Sabri Ricciar-
di en batería y Maribel Targhetta en bajo. Esta
banda tendrá una corta pero prolífica trayecto-
ria hasta desaparecer en 2012.
Ya llegarán tiempos mayormente propicios
donde, en la conformación de bandas con una
fuerte o total composición femenina, tanto en
sus miembros como en las temáticas de las
letras, se vislumbra una perspectiva de género
consolidada que resulta importante destacar en
esta breve reseña.
Quedará para otro momento analizar en pro-
fundidad los últimos ocho años de consolida-
ción de un movimiento de rock femenino en
la ciudad de Río Cuarto, ahora, era tiempo de
conocer a las pioneras, a las que escribieron los
primeros versos, a las que supieron marcar el
ritmo.
Referencias bibliográficas:
Aguirre, Fernando (2017): ROCK DE RÍO
CUARTO - Breves apuntes cronológicos para
la construcción de una historia del rock rio-
cuartense (1966-2012). Ediciones Cántaro de
Piedra. Río Cuarto.
Balmaceda, Gustavo (2006): Fuimos rock ¿so-
mos rock?.Revista Temas Económicos. 7 de
mayo de 2006.
Paulizzi, Rocío (2005): El Rock en Río: La his-
toria de rock también se escribe en Río Cuarto.
En: Anuario Elvis Rock and Bar.
Entrevistas y preguntas:
María Angélica Cánepa, Ariadna Pomini, Ives
Corneli, Magdalena Linares, Natalia Lunardi y
Claudia Prett Saldarriaga
*Historia Entre todos es un proyecto de la Red
de Ciudades Educadoras patrocinada por el
Concejo Deliberante de Río Cuarto, institucio-
nes y organizaciones culturales y educativas de
la región.
HISTORIA ENTRE TODOS
El Corredor Mediterráneo / Página 7
JAZZ, LADO B.
CarlosA. Müller
Carlos A. Müller en este libro nos
interna al mundo de la música, uti-
liza para ello los poemas que lle-
van el ritmo jazzero en sus versos.
No está el universo de sus libros de
poemas anteriores pero sigue estan-
do el poeta. Este libro necesita que
el lector tenga oído para descifrar
los acordes y la melodía. El primer
poema, que se extiende hasta el
número once, homenajea al músi-
co y no en vano utiliza al oso como
comparación el poeta.
En nuestra música el oso es símbo-
lo de libertad. Uno, es el oso de la
resistencia el otro, es el oso músico
que lleva los acordes en el alma.
Después teje una red que construye
al músico en su hábitat, notas musi-
cales, melodías; lugares como Kan-
sas City o los bares y el suburbio,
the Harlem. Todos representan a lo
que ha sido, es y será el jazz.
“Jazz, Lado B” es la contracara. Allí
se sigue creyendo que el mundo,
que la vida puede cambiar para
mejor. La poesía es un camino “dul-
cemente peligroso” lo dijo alguna
vez Manuel J. Castilla. Lo es porque
cada palabra, cada verso, cada poe-
ma es un dardo que da siempre en
el blanco. Los blancos son muchos
y hay que saber acertar. La escritura
de Carlos Müller es un acierto, nue-
vamente, para la poesía de Salta.
Atilio Romano
Editorial Pan Comido,
Córdoba, 2014
El Corredor Mediterráneo / Página 8
DE ORILLA A ORILLA
EL NUEVO EXTRANJERO
Por Jorge Rodríguez Hidalgo
	 Las primeras acometidas de la COVID-19 se llevaron
a Pepe, el padre de mi sobrino político José. El hombre, que
apenas superaba los setenta años, no padecía ninguna enfer-
medad importante. Recuerdo su buen humor y la predisposi-
ción a una buena conversación. Muy poco tiempo después, la
señora Eugenia, una de las últimas amigas que tuvo mi madre
y que hacía tiempo recibía sesiones periódicas de diálisis, era
víctima también de la enfermedad infecciosa. La mujer, casi
nonagenaria, vivía sola por decisión propia, pese a lo cual era
una de las personas más sociables que he conocido. La obli-
gatoriedad del confinamiento a que condujo la declaración de
la pandemia llegó cuando hacía muchas semanas de la última
vez que vi a Pepe y a Eugenia. En ambos casos, la noticia de
su fallecimiento vino precedida de sendas comunicaciones de
sus ingresos en las unidades de cuidados intensivos. En unas
pocas horas, la mente pasaba de recordarlos vivos a imagi-
narlos muertos, pero con las mismas imágenes, como si no
hubiera diferencia entre ambos estados. Los familiares de las
víctimas también debían aceptar la desaparición de los suyos,
diferir el duelo a un tiempo futuro indeterminado y confor-
marse con las videoconferencias como sustitutivos imposibles
de los encuentros. Nunca como en esas circunstancias, creía
en una primera reflexión, hemos comprendido cuál es la di-
ferencia entre la realidad de la carne y la virtualidad de los
pensamientos. William Wordsworth, el poeta romántico in-
glés, lo dejó dicho (“aunque nada pueda devolver la hora/ del
esplendor en la hierba, de la gloria entre las flores”): hemos de
confiar al recuerdo la recreación de lo vivido. Pero no basta.
Los ojos han de ver; las manos han de tocar; los cuerpos se
han de sentir. Los humanos no somos máquinas, ni tan siquie-
ra sueños: somos materia sensible. Un grato ensueño nunca
ocupará el lugar de una triste despedida, más caliente cuanto
más frío el tacto. Justamente por eso, tras una segunda mirada
nos persuadimos de que esta especie de duelo sin muerto, de
muerte sin rostros ni sangre ni dolor ni tragedia compartidos
in situ es la resurrección de la figura del desaparecido. A orilla
y orilla del Atlántico bien sabemos de la desgracia de perder
seres queridos en las tinieblas de un Estado violento. La cifra
de fallecidos por la COVID-19 en España, rayana en las treinta
mil personas, hubo necesariamente de llevarme al saldo equi-
valente en Argentina tras la última dictadura. Es cierto que no
son comparables ni las causas ni debe entenderse clandestino,
por más que oculto, el último viaje de los fallecidos por la
enfermedad, como sí lo fue el destino de los ciudadanos asesi-
nados manu militari, también a ambos lados del océano y en
épocas no tan alejadas entre sí del siglo pasado.
	 Lo que la COVID-19 nos ha recordado es la concien-
cia de que la muerte no es un acto individual (cada vez que
muere alguien, ¿no muere toda la humanidad?): nadie muere
en el vacío, en soledad. Es necesario el contraste del reconoci-
miento, la fe de su realidad, la contemplación, vela y acompa-
ñamiento del espectable que cada uno de los finados es para
sus deudos, para cuantos le sobreviven. Porque esta pandemia
no es una historia como ahora nos quieren hacer creer inte-
resando a los escritores y artistas en la forja de una memoria
distorsionada, de una leyenda. La COVID-19 no puede ser
una historia, porque las historias y la Historia son lo primero
que se olvida, motivo por el cual se repiten sin solución de
continuidad.
	 Sin embargo, la cruel enfermedad nos ha dejado, junto
a la muerte de los nuestros, una siniestra secuela: ha rescatado
del olvido al bárbaro, al extranjero portador de calamidades e
infortunios, al enemigo inexorable. Salimos a la calle y lo ve-
mos presto a contagiarnos; vemos la televisión y lo sorprende-
mos contagiando; navegamos por las redes y lo descubrimos
instigando al contagio. El enemigo irreconciliable es el otro, el
prójimo, el extranjero próximo, sin que importen su condición
ni origen, sino su presencia, solo su presencia portadora del
mal. La COVID-19 ha empujado a la humanidad a abando-
narse en tantas islas como seres la componen: se ha llevado al
semejante y nos ha dejado un visitante indeseable: el nuevo
extranjero.
La Columna

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El Corredor Mediterráneo

  • 1. Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María DE ORILLA A ORILLA EL NUEVO EXTRANJERO POR JORGE RODRÍGUEZ HIDALGO PÁG. 8 POESÍA LA POESÍA EN EL LENGUAJE DE SIGNOS POR ISABEL REZMO PÁG. 4-5 Miércoles 24 de junio de 2020 . Año 20 Nº 909 El poeta Rubén Padula parte de este cuento magistral del mendocino Antonio di Benedetto para desentrañar las com- plejidades de una escritura excepcional y al mismo tiempo alumbrar la naturaleza moral del ser humano, cuando toma conciencia de sí y de sus actos. PÁG. 2 y 3 ABALLAY, EL JINETE DE LA CULPA RESEÑA JAZZ, LADO B. DE CARLOS A. MULLER POR ATILIO ROMANO PÁG. 7 HISTORIA ENTRE TODOS EL ROCK RIOCUARTENSE TAMBIÉN ES COSA DE MUJERES BREVE RESEÑA DE TREINTA AÑOS DE SU HISTORIA (1982 - 2012) POR FERNANDO AGUIRRE PÁG. 6 LA COLUMNA
  • 2. El Corredor Mediterráneo / Página 2 ABALLAY, ELJINETE DELACULPA* Por Rubén Padula Me hubiera gustado conocer Antonio di Benedetto. Pude haber compartido la pri- sión. En el periodo de su encierro, yo esta- ba en Sierra Chica. Cuando llego a La Pla- ta, él ya estaba en el exilio. Naturalmente, supe de él en los corrillos carceleros, por aquí anduvo un tal Di Benedetto, escritor, mendocino, que nos doblaba en edad a la media subversiva. Referirnos a Aballay requiere necesaria- mente recorrer su entera producción en su diversidad de registros. Se lo señalará como ecléctico, inclasificable, tal vez por eso bri- lle con luz propia. Un escritor difícil, raro, estilizante. Pero hablar de Antonio di Benedetto es ha- blar de Diego de Zama, de los personajes de El Silenciero, Los suicidas, del Juicio de Dios, de Emanuel, el personaje de Som- bras nada más, de Aballay. Es hablar de la escritura como pulsión irrefrenable, como camino para expurgar sus fantasmas. Cada tema es una obsesión del escritor; claro, no es pura confesión, un vómito, un llanto. Con precisión quirúrgica, con armonía mu- sical, como un orfebre de la palabra, escri- be. A la hora adecuada, con el registro de voz que requiere la historia, con el lenguaje que exige el momento, con la forma que reclama el tema. Antonio di Benedetto nace en Mendoza, el 2 de noviembre de 1922. Director del dia- rio Los Andes hasta su detención en marzo de 1976, obligado al exilio en diciembre de 1977, regresa a Argentina en 1985 y muere el 10 de octubre de 1986. Respecto al día de su nacimiento dirá: “Esa nominación re- ligiosa que corresponde al Día de los Muer- tos me ha acompañado con una fidelidad absoluta. De modo que me crea dudas a menudo sobre mi existencia. Soy argentino pero no he nacido en Buenos Aires. Nací el día de los muertos del año 22. Música para mí, la de Bach y la de Beethoven.Y el Cante jondo. Bailar no sé, nadar no sé, be- ber sí sé. Auto no tengo. Prefiero la noche. Prefiero el silencio”. Casi toda su vida transcurrió en Mendoza y allí escribió la mayoría de su obra. Rehuyó de las luminarias de la literatura ni quiso fi- gurar ni escribir con la temática o formas de la moda. Siempre desde lejos, y desde adentro. No encaja con comodidad dentro de las corrientes estéticas o modos narrativos y se sugiere que su literatura es experimental. El procedimiento narrativo en sus primeros relatos como “El abandono y la pasividad” o “Declinación y Angel” lo colocan como un precursor del objetivismo y relacionado con los modos narrativos del cine. Por sus tres novelas principales –Zama (1956), El silenciero (1974) y Los suicidas (1979)– se lo acerca a la narrativa existencialista de Sartre en La náusea y al Camus de El ex- tranjero.Y por aquí, se lo relaciona con Arlt y con Borges como un puente entre ambos. Aballay fue escrito, o al menos pensado, entre las paredes y las rejas de una cárcel. Por su extensión, veinte páginas, podría considerarse una nouvelle, pero está orga- nizado en pequeñas piezas narrativas, con episodios o diálogos de tal intensidad que se leen de manera independiente. Un na- rrador externo, que todo lo sabe, presencia los acontecimientos y nos lo cuenta prime- ro en el presente del personaje; a partir de un momento comienza a contarnos en pasado y concluye en presente. El tono de la narración se hermana con la geografía humana y se incorpora al paisaje: La sole- dad de la tierra, su aridez, su zoología, la simpleza de su gente, el respeto por lo sa- grado, las fiestas religiosas, las carretas, Los juegos de bochas, la taba, los quehaceres humanos y maneras de sobrevivir. El ritmo de la prosa se acompasa con sus avatares risueños, dramáticos, existenciales del personaje: los cambios de caballos, la búsqueda de la soledad, los sueños o de- lirios, los encuentros. La morosidad del re- lato, con el sinnúmero de situaciones que va afrontando el personaje, nos trae ecos de otros textos por similitud o por contra- posición: Ulises, Sísifo, el Quijote, Martín Fierro, Juan Moreira, por nombrar algunos, reverberan sus conflictos, valores y signifi- caciones. La historia se ubica en un tiempo de domi- nio sobre los indios, ya diezmados o do- mesticados, con algunos metidos aún en la profundidad de la pampa, como rémoras de lo antiguo. El narrador da cuenta de ello: “Tuvo que correrse a la llanura central, me- nos árida, más solitaria, y rumbear al sur, hasta confines odiosos por sus peligros, los de tener encimados los territorios de tribus no avenidas con el blanco”. Podríamos abordar a Aballay desde distin- tas miradas: Una historia risueña, con ori- ginalidad: un hombre decide continuar su vida arriba de un caballo a modo de peni- tencia. Otra historia implícita: Un hombre comete un crimen. Solo los ojos de un niño son testigos del mismo y lo perseguirán hasta que finalmente llegue la inexorable venganza. La más compleja. Un hombre busca supe- rar su infame condición de asesino (o de cualquier maldad intrínseca al hombre) y en lugar de recluirse, o suicidarse (al suici- da se le vuelve intolerable la humillación), o perdonarse, o confesarse, toma distancia del lugar del mal: la tierra. Será sometido a tentaciones y conflictos de los que se las ingeniará para no traicionar su decisión. Lo inédito de la penitencia no la hace menos creíble. A veces los sueños lo vuelcan a la tierra, no se da tregua, no se disculpa nada, es un desafío y no se justifica. Si busca un parejero no es por él, sino por el sufrimien- to del caballo. Adquiere, sin quererlo, sin pretenderlo, un aura de santidad. Los ojos, o Dios, lo persiguen, lo vigilan, no se per- mite dejarse morir ni usufructuar ningún beneficio que haga más llevadera su cal- vario. Aballay es un conjuro del escritor, no es un mero juego de palabras, una invención fe- liz, una ficción, sino una referencia a la vida de su creador. En los primeros párrafos, con maestría, nos presenta a los personajes y su entorno. En una capilla, en una zona de vegetación raquítica, Aballay asiste por la tarde a un sermón del cura durante las fies- tas de la Virgen, en la novena. La capilla, aislada de toda construcción o vivienda se abre solo para esa ocasión.Viene el cura de la ciudad y se realizan casamientos, bau- tismos, confesiones. Durante el día, hay misas y procesiones. Por la noche, los fogo- nes, con mate, carlón, guitarra y costillares asados. Aballay es un extraño más que se está probando entre la gente, un gaucho errante, solitario y alerta. No por nada ha contado cuatro milicos entre el gentío, sutil manera de presentar a un perseguido. En el sermón del cura hay una palabra que desconcierta a Aballay, no ha entendido del todo. Es sobre los santos montados en columnas que le ha provocado inquietud y preguntas, y buscará aclararse requiriéndo- le al cura cuando dé la ocasión, probable- mente por la noche, en el fogón. Sin mediar rodeos, el narrador nos ha me- tido en la historia. En quince renglones nos pone las cartas sobre la mesa. Aballay ha matado. Aballay “se desgracia”. Al igual Fierro y Moreira, es un gaucho desplazado a partir de un asesinato. Nada se sabe de las razones que llevaron a dicha muerte, y de la manera en que fue llevada a cabo: “Mató, y de un modo fiero. No se le per- derá la mirada del gurí, que lo vio matar al padre, uno de los escasos recuerdos que le han quedado de aquella noche de alco- hol”. Sabe que el pago por su crimen será una justicia impiadosa, que en la tierra no encontrará la redención.Tampoco sabemos del derrotero de este hombre tras la muerte. Hay un tiempo impreciso, el suficiente para dejar de huir y probarse. No es la injusticia del estado o la sociedad quien lo persigue; es la provocada por sus propios actos. Se entremezcla con los fieles que han llegado desde rincones remotos a la novena. Aba- llay no pretende confesión, ni perdón. Esos penitentes de los que hablaba el cura, esos estilitas que en el mundo antiguo quedaban en columnas para acercarse al cielo y despegarse de la tierra, porque en ella habían pecado, es el dato revelador.
  • 3. El Corredor Mediterráneo / Página 3 Quiere saber, modos, tiempos, alimentos, necesidades, razones, motivos. Quiere de- talles, preguntas minuciosas que sorpren- den y alertan al cura. Aballay se informa y toma la firme decisión de separarse de la tierra, porque ahí mató. Incapaz de vivir con la culpa, optará por una vida de ex- piación, se autoimpone una pena a través de un plano místico-religioso. Separarse de la tierra que contamina al hombre, el alejarse de todos los placeres, tentaciones terrenales, incluso los de la mera subsisten- cia. Separarse, física y espiritualmente, en un continuo despojo de todo lo material y humano como única forma de peniten- cia, de purificación y sentido. Aquí vemos cómo un hecho ligado a lo místico, ocurri- do cientos de años atrás, se combina en el ambiente y el pensamiento de un gaucho y borra el enclave temporal y espacial del cuento. El personaje se ubica en el tiempo de los estilitas. El autor en el del personaje, en una dimensión temporal imprecisa, en la pampa, y nos trae hasta hoy, los errantes y penitentes modernos. Aballay imitará la voluntad de aquellos an- tiguos, aunque el contexto no sea el mis- mo. Se apropiará del método adaptado a sus circunstancias geográficas y a su hábi- to de hombre a caballo. No hay pilotes ni columnas para ser un estilita hecho y de- recho. En la llanura extensa no encontrará esa atalaya para redimir su culpa. Solo ha visto alguna vez el pórtico de una iglesia. Él no puede quedarse quieto con su remordi- miento. Tiene que andar. Andar y alejarse de la tierra, fuente del mal. Tempranito, a los primeros colores del día, Aballay monta en su alazán”. Le palmea el cuello y consulta: “¿Me aguantarás?”. Su- pone que su compañero acepta y, “Mirá que no es por un día... Es por siempre”. Lo primero fue el ayuno, da pureza a la sangre, se dice.Y vino el hambre y el temor a sucumbir en sus intenciones pero resiste arriba de su caballo. Un rancho y el boca- do que a nadie se le niega ¿Y mañana? El relato del cura le alcanza respuestas. Tiene experiencia de dormir montado, pero ad- vierte la segura muerte del animal si no le da resuello y consigue un parejero con quien descansarlo. Diestro en su cabalga- dura, bebe sin desmontar el agua de los arroyos. Con argucias e ingenio se procura la comida en un suelo raquítico de frutas o animales de caza. Atrapa un pájaro entre el ramaje y al verlo desesperado entre sus dedos, lo libera. Cuenta con su rastra con monedas incrustadas, para proveerse cuan- do dé la ocasión. Pasa el tiempo, las estaciones, encuentros en boliches, con indios, con carretas, con policías, todos resueltos sin faltar en un ápice a su promesa de no descender de su caballo. Solo una vez cuando dormido, truenos y relámpagos inquietan al animal y queda en tierra, empapado. Mira al cielo como pidiendo disculpas, ofreciendo su no intención de haberlo hecho a propósito. Aballay mantiene un encuentro con indios, quienes se alertan por la conducta del gau- cho de rechazar el pescado que le ofrecen, por la sal que les comparte sin que ellos le pidan y por rehusarse a bajar del caballo para comer. Lo aceptan con naturalidad y determinan que no es que no quiera sino que no puede bajarse, es un hombre ca- ballo, un centauro. Al sentirse enfermo, castigado por las inclemencias del tiempo y ver sus fuerzas debilitadas, recurre a la contemplación como necesidad a través de la oración. En sueños, se ve junto a otros empilados con pájaros que le picotean los ojos y le anidan la cabeza. Muerto de mie- do a caer, despierta, ordena a su caballo que se quede quieto. Metido en sus sueños, pelea con otro estilita más viejo, ofrecién- dose una silenciosa disputa de siglos por ver quien resiste más, quien traiciona, y lo lleva a verse muerto en simultáneo. Cuando se traslada en un carretón, con más culpa por haber alivianado su carga, resuelve dejar las comodidades despren- diéndose de los últimos valores materiales que posee. Ese cumplimiento de la peni- tencia lo lleva a ser mejor hombre, a ser agradecido, a impedirse tomar nada que le fuera ajeno, a evitar todo tipo de alterca- do, a dejar de responder a cualquier ofen- sa, a no permitirse alivios que atemperen su castigo. Vemos, aquí, la inquebrantable decisión de un hombre de cumplir con su propósito, no dejándose seducir por como- didades, sacrificios, inclemencias. En una pulpería se niega a desmontar para buscar unas monedas que ha ganado en un juego de taba que le son arrojadas con desprecio bajo las patas de su caballo. No puede bajar y las deja. “Desde entonces, por ese gesto, para los testigos nada fácil de descifrar y que tendría relación con el des- prendimiento, a Aballay le nacen famas”. Una mala interpretación que luego corre de boca en boca y se divulga por el pueblo se lo cubre con un aura sobrehumana, al punto de atribuirle capacidades milagro- sas. Desde ahí comienza a tejerse la fama de este hombre, blanco de burlas, sorpresas y asombros. Pasan las estaciones y la leyen- da adquiere dimensión épica, milagrosa, natural. Su fama se ha extendido. Aballay, ya no es un hombre más, su ac- ción lo ha marcado. Ha perdido la inocen- cia: debe una muerte. El crimen hace que se separe de la sociedad, y por lo tanto lo hace diferente. Al volver con la gente, vuel- ve a ser un diferente porque lo asocian con la santidad, con Dios. Nadie se pregunta qué arrastra ese hombre. Nadie pregunta sobre el porqué de esa decisión. Es acepta- da naturalmente. Hasta el comisario tiene una actitud de respeto por el personaje. Y el mismo gurí acatará las condiciones del desafío. En la amplia comarca de Cuyo un hombre que ha cometido un crimen se convierte en una figura de admiración. De a poco él se entera aunque no le pro- voca alteración. Ni lo oculta ni su ufana o lo aprovecha. Aballay se adapta a un per- sonaje creado por la imaginación popular. Solo él sabe la cruz que lleva. Solo él sabe de esos ojos que lo perseguirán hasta el fin de los días. El relato nos apura, queremos saber has- ta dónde resistirá, cual será su final. Pero inexorablemente la historia deberá cerrarse con el encuentro con el dueño de esos ojos que lo han perseguido y que ya, puestos en un mozo hecho y derecho, viene a vengar la muerte. El duelo será a caballo, así lo afronta el jo- ven, respetuoso de la decisión del errante. El duelo entre el facón y una simple caña es significativo del cambio, de la ascensión del culpable hacia la expiación. Su cuchi- llo y el facón convierten en una temeridad a una simple caña, capaz de romper la boca del muchacho. Gana la pericia del hombre y, herido el joven, Aballay pide permiso al cielo para bajar del caballo y ayudarlo. La única trans- gresión a su penitencia es por un acto de humanidad, bajar a tierra para encontrar la muerte en un descuido de sí. Será desde la tierra, en la tierra que le sobrevendrá la muerte y la acepta con una sonrisa en sus labios. Uno sabe que se ha quedado a mitad de camino. Que tiene entre manos un texto que supera el mero placer entretenedor de la lectura para colocarnos en la necesaria reflexión. No es ni ha sido mi intención ocuparme del análisis literario.Volver sobre un texto, sobre un único texto, en fin, sobre una obra de arte, es encontrar respuestas, argumentos y contra respuestas, entrar a dialogar con la vida, con los valores, en un cuento de nunca acabar. Di Benedetto nos narra a nosotros, a los hombres de Amé- rica, al hombre universal. La errancia de Aballay es nuestra propia errancia buscan- do las respuestas para que, como él, po- damos irnos con una sonrisa en los labios. *Este es el texto resumido de la conferencia sobre “Aballay”, de Antonio di Benedetto, que el poeta Rubén Padula ofreció dentro del ciclo literario 10X10, organizado por el Área de Literatura y Pensamiento, de la Agencia Córdoba Cultura, delegación Río Cuarto. Un hombre, un gaucho perseguido por la culpa vaga errante sin bajarse nunca del caballo y así expiar el mal cometido hasta que llega el momento en que debe afrontar el castigo, la justicia superior y ajena a las leyes de los hombres. Esta es la sencilla historia que narra con maestría Antonio di Benedetto.
  • 4. El Corredor Mediterráneo / Página 4 Dicen que las palabras se las lleva el viento, que los gestos, las acciones se quedan y permanecen en la memoria de cada uno de nosotros. A la poesía le ocurre lo mismo; si un poema llega al lector éste se queda en la memoria y en el corazón como algo fabuloso y único. Se queda dentro de uno y, a ve- ces, con el recuerdo surge como una letanía. Nuestra memoria se agita y de ella pasa al pensamiento y lo vocaliza- mos. ¿Recordáis? Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar”.... (G.A Bécquer) Su luna de pergamino, Preciosa tocan- do viene…” (F. G. Lorca) Seguramente, muchos de nosotros sabríamos continuarlo, recitaríamos algunos versos de sus estrofas, algún fragmento del poeta que nos ha ena- morado o representa para nosotros un maestro a quien seguir. Pero no todas las personas pueden hacerlo, y aquí introduzco el tema de este artículo. La inclusión de la poesía en las personas sordas. El derecho de acceso a la cultura es, en teoría, universal; también es cierto que hasta hace muy poco en España, casi no existía poesía interpretada en len- gua de signos, y podemos recordar tan solo que unos poemas de Miguel Her- nández fueron publicados en 2010 y algún que otro poema en la web del Instituto Cervantes. Sin embargo, fue en 2013 cuando la Fundación de la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE), presentó la primera antología de poesía traducida a la Lengua de Signos Española (LSE). En ella se incluyeron más de 30 poe- mas de autores clásicos de la literatu- ra española, en una recopilación que contempla desde versos medievales anónimos hasta los poetas clásicos del siglo XX. Los poemas están orga- nizados en la antología por periodos históricos: poesía del Renacimiento y Medieval, poesía hispanoárabe, Ro- manticismo, Ilustración, Siglo de Oro, Generación del 27 y del 98, Posgue- rra… con un resumen de cada con- texto histórico, una breve biografía de los autores seleccionados, un glosario y actividades de fomento de la lectura. La primera antología poética en Len- gua de Signos Española, con el apoyo del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, con el objetivo de remediar la escasez existente en este ámbito cul- tural. Una lengua como la lengua de signos española, cuyo componente básico ra- dica en la visualidad, permite expresar el valor de lo simbólico del lenguaje literario que se quiere trasmitir, en es- pecial el de la poesía, cuya esencia di- ferenciadora del resto de géneros lite- rarios es precisamente la preeminencia del símbolo. Para el profano, la lengua de signos es hipnótica: tiene algo de danza, de per- formance, de dibujar conceptos en el aire. Es un misterio que se nos mues- tra delante de los ojos. Ahora, también tiene algo de poesía. En sí misma es poesía. Actualmente existen artistas sordos de todo el mundo que componen y/o interpretan su poesía en lenguaje de signos, y muestran estilos muy diferen- tes. Como ejemplo tenemos a algunos poetas sordos destacados, recono- cidos por sus comunidades Sordas, como Rosaria y Giuseppe Giuranna (Italianos), Paul Scott y Dorothy Milles (lengua de signos en inglés), Clayton Valli (EEUU), etc. Incorporan un efec- to propiamente estético a través de diferentes usos de técnicas lingüísticas. Poesía oral /Poesía signada La principal diferencia entre las lenguas de signos y lenguas orales se puede apreciar viendo cómo son percibidas y producidas. Las lenguas que se hablan con voz son percibidas por el oído y se caracterizan por el canal vocal-acústi- co, a diferencia de las lenguas que se hablan con manos, las cuales son per- cibidas por la vista, por tanto, se basan en el canal visogestual. Esto permite una notable utilidad desde el punto de vista estético, visual como veremos, un ingrediente importante poéticamente hablando (la poesía oral se nutre de ella también). Ya Paul Valéry enfatiza- ba el significado de la poesía, como uno de los discursos literarios (lengua poética) que se distingue claramente de los discursos ordinarios: “La poesía es un arte del lenguaje. El lenguaje, sin embargo, es una creación de la práctica” “La poesía así entendida es radical- mente distinta a cualquier prosa: en particular, se opone nítidamente a la descripción y a la narración de acon- tecimientos que tienden a producir la ilusión de la realidad, es decir, a la no- vela y al cuento cuando su objeto es dar verosimilitud a los relatos, retratos, escenas y otras representaciones de la vida real”. La mayoría piensa al escuchar la poe- sía en lengua de signos que es una es- pecie de mimo o una pantomima. Para el mundo oyente en la actualidad, la poesía oral se define como una com- posición poética, principalmente, es- crita en verso. Por consiguiente, la reci- tación poética en oral se encuentra en segundo plano pero en la Antigüedad : Homero no escribía; los profetas de la Biblia, que está escrita en verso, no escribían. La poesía oral significa un texto poé- tico compuesto de versos que pueden estar sujetos a una medida, para ello, se realiza la suma de un número concreto de sílabas con la finalidad de conjuntar todos los versos creando musicalidad a través del ritmo. Esta composición nu- mérica de sílabas es una de las carac- terísticas fundamentales de la poesía oral, y constituye la métrica. Otra ca- racterística destacada en los versos es la rima, cuya función es la repetición de sonidos en dos o más versos a partir LA POESIA EN EL LENGUAJE DE SIGNOS Por Isabel Rezmo POESÍA
  • 5. El Corredor Mediterráneo / Página 5 de la vocal acentuada. Y el ritmo, es otra característica esencial de la poesía oral, su función consiste en la repeti- ción periódica de pausas, de acentos, y de ciertos fonemas situados al final de cada verso. Si bien es cierto que es pre- ferible textos no demasiado abstractos ni metafóricos, sino más descriptivos y narrativos, para que se adapten mejor al lenguaje de signos. Caracteristicas de la poesía signada o poesía en lengua de signos. Algunas de las características más sig- nificativas de la poesía signada son: Iconicidad, Ritmo lingüístico y Metá- fora. Iconicidad. Puede ser referida a una representación visual (el cuadro de un paisaje, que al contemplarlo acaba siendo el paisaje mismo) o como con un representación acústica (la emo- ción asociada a una pieza musical). En el lenguaje de signos la representación visual es mucho más latente sobre las demás. Reconocemos antes o de forma más natural la iconicidad de imagen a imagen que la iconicidad de sonido a imagen o incluso que la de sonido a sonido. La gramática es una simbolización. En cambio, la actuación lingüística del poeta sigue un sentido inverso: la lengua se somete a un proceso de es- peculación por el que esas normas se muestran en el mismo uso, se iconizan en él. Ritmo lingüístico: El ritmo lingüístico de la poesía se denomina l ritmo poé- tico. En el lenguaje de signos, sin duda, existe el ritmo como en las poesías ora- les pero de forma diferente, lo cual es un elemento necesario en la poesía con el objeto del disfrute visual. Así mismo, el ritmo de la poesía signada se convierte en proyección de imágenes “casi musical”. La manera de crear el ritmo es muy variada. Dorothy Milles (Sutton-Spence, 2003) afirma que cuando se crean signos con ritmo lento, se designan ideas lentas o pacíficas, mientras que los signos con ritmo rápido, ideas rápidas o entusias- madas. Además del cambio de la ve- locidad y la nitidez de movimientos sígnicos, hay que tener en cuenta la intensificación y sintetización de la ex- presión. En comparación con el ritmo de la poesía oral, ( pausas, entonaciones, etc.) cuya función es la elección de pa- labras con los mismos patrones de so- nido en las secuencias temporales, por ejemplo, la aliteración, la rima, etc. El ritmo en la poesía signada se produce de manera visual: consiste en la repeti- ción de esquemas articulatorios (confi- guraciones, gestos, movimientos, etc.) La variación del ritmo puede ser: la os- cilación de lugares, los movimientos, el vaivén y las transiciones de configu- raciones de mano, la repetición, etc… Metáfora: En la poesía signada, se re- curre muchísimo a la metáfora, ma- nifestados visualmente. Por tanto, la poesía suele ser “semánticamente des- viada” a todo lo que se refiere a lo vi- sual. Debido a que toda la información lingüística debe ser recibida a través de la vista, este lenguaje está estructurado de acuerdo a las necesidades y capa- cidades del ojo humano. La metáfora y la visualización de imágenes en la poesía signada son a menudo muy di- ferentes a que las utiliza la poesía oral. Por consiguiente, los poetas sordos crean poemas, normalmente, con todo lo relacionado a los objetos o ideas vi- suales. Así tiene su propio sistema y su propia estructuración. Es decir que, como arte, la literatura procura exponer y producir, mediante el uso del lenguaje visual, impresiones de belleza, de goce estético, de perso- nal satisfacción espiritual e intelectual; reacciones de admiración de la capa- cidad creativa y realizadora del autor, y una cierta comunidad espiritual e inte- lectual entre el escritor o autor artístico y los espectadores. Y eso se produce tanto en la persona oyente como en la persona sorda. Solo cambia el canal, la forma de trasmitir el lenguaje. A través de la poesía se intenta un embelleci- miento visual de la lengua de signos, lo mismo que en el lengua oral (gestos, movimientos, música, imágenes....). Está claro que queda mucho camino por recorrer, pero el lenguaje de signos ocupa cada vez más una necesidad de hacerse presente en el arte y en la cul- tura actual. Y poco a poco se desarro- llan recitales y espectáculos que com- binan ambas formas de ver y percibir la realidad y las emociones. Por tanto, el empleo de un género poético en el lenguaje de signos es de vital impor- tancia para la comunidad sorda, forta- leciendo la autoestima de las personas sordas y que puedan acceder con las mismas garantías que la comunidad oyente. También el oyente se va a for- talecer con este lenguaje, para encon- trar otras fórmulas de representación y comunicación. Bibliografía: LA POESÍA EN LENGUA DE SIGNOS: UNA INTRODUCCIÓN: Miguel Ángel Sampedro Terrón (Aso- ciación de Arte y Cultura Sorda «El Tré- bol Sordo») mangel.sampedro@yahoo.es Aprende lenguaje de signos: http://aprendelenguadesignos.com/ tag/poemas-en-lengua-de-signos/
  • 6. El Corredor Mediterráneo / Página 6 EL ROCK RIOCUARTENSE TAMBIÉN ES COSA DE MUJERES BREVE RESEÑA DETREINTA AÑOS DE SU HISTORIA (1982-2012) Por Fernando Aguirre Al compás del desarrollo, la música ha acom- pañado cada tiempo de la historia ríocuartense. El rock ha sabido marcar varios hitos, algunos, con voces femeninas. “La música se lleva en el alma”, señala el refrán tan popular. Para muchos es más que una elec- ción, es la única forma para expresarse. No hay límites de estilo ni de género, este último, no solo en alusión a la categoría musical. Por eso, cuando pensé en la historia del rock riocuartense, lo primero que surgió fue pregun- tarme sobre sus orígenes, por ejemplo: ¿Cuál fue la primera banda? ¿Quiénes grabaron el pri- mer disco?¿Cuáles fueron los primeros músicos que lograron trascender fuera de las fronteras del Imperio...?Y entre esos interrogantes emer- gió: ¿en qué momentos aparecen en la escena mujeres en el rock riocuartense? Se sabe que la presencia femenina en un am- biente predominantemente masculino fue una excepción durante muchos años, algo que la actualidad de la ciudad por suerte viene des- mintiendo con la profusión de bandas con inte- grantes femeninos en todos los roles. La idea de este breve artículo es mostrar los orígenes en un sentido de continuidad que nos permita recuperar la memoria de las pioneras del género. Aunque los orígenes del rock vernáculo se remontan a mediados de la década del sesen- ta, es en los tempranos ochenta donde con el advenimiento de la democracia aparecen las primeras figuras femeninas relevantes con sello ríocuartense. Claudia Prett Saldarriaga fue cantante de tres bandas emblemáticas en el periodo que va de 1982 a 1985 que fueron Huanaco Rock, Privé y Cien volando, mientras que Ives Cornelli será cantante deTrama durante un corto periodo de tiempo. Ives contaba esto en una breve entre- vista: “Bueno, yo la pasé muy bien... nunca me sentí discriminada y siempre me sentí muy respeta- da (...) Bueno yo creo que (Con Claudia) éra- mos dos chicas con un fuerte carácter pero los muchachos nos respetaban.Demás está decir que teníamos “buena onda” con los chicos de los distintos grupos musicales (...) nos respetá- bamos y apoyábamos, nos sentíamos solida- rios entre todos, sobre todo la gente del rock” Fueron las personalidades fuertes de ambas y el respeto que generaban entre sus pares los que abrieron el camino a la presencia femenina. En esa misma década y hasta comienzos de los años noventa la única figura relevante del rock riocuartense fue MaríaAngélica Cánepa, quien a diferencia de sus predecesoras no sólo aportó su presencia en la voz sino también en el te- clado en bandas como Autoadhesivo y Sabios y Profetas, última banda local que participó en el desaparecido festival nacional Chateau Rock en 1991. Según lo charlado informalmente en una lar- ga entrevista telefónica, quedó la impresión de que, desde su perspectiva, su calidad composi- tiva y su presencia escénica no tuvieron la valo- ración que merecieron sus predecesoras, sien- do muchas veces hostigada injustamente por su condición de género por colegas, sonidistas o por la prensa local, lo que a la larga fue una de las razones por las que dejó definitivamente el rock ríocuartense para radicarse en otra ciu- dad del sur cordobés y no volver por estos lares. Dado este antecedente, no es nada raro que los años noventa, tal vez la época de oro del rock local con el increíble crecimiento de los géneros del heavy metal, el blues, el hardcore y el punk alternativos, no den cuenta de ninguna mujer en lasformaciones de las bandas locales. Es recién a finales de siglo y comienzo del nue- vo milenio que el panorama comienza a cam- biar en forma significativa. SofíaToro abre el ca- mino como bajista de la banda de metal Cristo; aparece la cantante Cecilia Graglia en Perras del Demonio; Carla Giorgis hará su aparición como percusionista invitada en La Kavrona y Susana Montenegro como corista invitada en Naturae. La apertura de nuevos lugares para tocar, especialmente los bares “La Rosada” y “KomeKomic”, y la continuidad de los recitales en las vecinales y los centros culturales inde- pendientes o pertenecientes a la Municipalidad de Río Cuarto ayudaron a visibilizar la movida del rock riocuartense. Con esto se rompe el molde de la hegemonía masculina que había sido norma habitual en la década anterior. Ya a partir del 2002 aparecen Natalia Lunardi en la batería de Quepachama- ma,ValeriaVictoria en el bajo de la banda punk Komvulsiones, Emilia Delgado como tecladista de “La Gárgola” y continúa la fuerte presencia de Carla Giorgis como baterista de Kingston Jam y Dominó. Es interesante destacar la apari- ción de figuras femeninas en el periodismo grá- fico y televisivo del rock local, con la aparición de CarolinaTarditti y Rocío Paulizzi. En este contexto es que se incuba el primer intento que se iba a llamar Kali y la posterior concretización de una banda absolutamente formada por mujeres, Kristallos. Estaba forma- da por Ariadna Pomini como cantante, Sofía Toro en guitarra, Eli Arguello en bajo, Anto Comba en teclados y Marisa Coyos en batería. Tuvieron su época desarrollando un estilo hea- vy entre los años 2005 y 2006 hasta disolverse en otros proyectos. Esto contabaAriadna en una breve entrevista: “La que ya estaba tocando, era la Fía (Sofía Toro), que era bajista de Cristo y la Carla Giorgis estaba como percusionista en La Kavrona. No recuerdo otras de la época en la que yo empecé a ir a los recitales. Ambas después fueron parte de la primera versión de Krystallos, que se iba a llamar Kali. Antes de eso, Sofía había intentado armar una banda de mujeres, pero nunca se presentaron. Lo único que sé de ese proyecto es que la cantante se llamaba Cecilia y que la baterista iba a ser la Dani Gallo.Y bueno, la Sofía como guitarrista. Mientras nosotras estábamos activas supe que la hermana del Chatrán estaba armando un trío de punk con otras dos chicas pero creo que se pinchó ese proyecto. Por eso era novedoso lo de Krystallos.Y difícil de sostener porque si una se iba, no había quien la reemplace”. El artista Gustavo Balmaceda analizaba en forma un tanto sarcástica en una nota del año 2006 lo que percibía en la agotada escena del rock local: La música es plana, sin ambición. Falta riesgo, falta rock, faltan propuestas raras para alimentar la fauna que está agotada, las mismas caras, las mismas actitudes. Peleados por tradición. Sólo reggae y rocanrol. El mundo no se acaba ahí muchachos, a veces las chicas escuchan mejor rock. Que ofensa ¿no?. Queremos más. Grupos de mujeres, de punk de verdad, de electrorock, queremos rock, hip hop¡¿Nunca va a ahaber solistas en Río Cuarto? Recién en 2011 volverá a aparecer un proyecto de punk melódico integrado por jóvenes ado- lescentes con muchas ganas y energía y sin vinculación directa con sus predecesoras, las LolyCrap´s, banda integrada por Magda Linares en guitarra, EmiliaVinceti en voz, Sabri Ricciar- di en batería y Maribel Targhetta en bajo. Esta banda tendrá una corta pero prolífica trayecto- ria hasta desaparecer en 2012. Ya llegarán tiempos mayormente propicios donde, en la conformación de bandas con una fuerte o total composición femenina, tanto en sus miembros como en las temáticas de las letras, se vislumbra una perspectiva de género consolidada que resulta importante destacar en esta breve reseña. Quedará para otro momento analizar en pro- fundidad los últimos ocho años de consolida- ción de un movimiento de rock femenino en la ciudad de Río Cuarto, ahora, era tiempo de conocer a las pioneras, a las que escribieron los primeros versos, a las que supieron marcar el ritmo. Referencias bibliográficas: Aguirre, Fernando (2017): ROCK DE RÍO CUARTO - Breves apuntes cronológicos para la construcción de una historia del rock rio- cuartense (1966-2012). Ediciones Cántaro de Piedra. Río Cuarto. Balmaceda, Gustavo (2006): Fuimos rock ¿so- mos rock?.Revista Temas Económicos. 7 de mayo de 2006. Paulizzi, Rocío (2005): El Rock en Río: La his- toria de rock también se escribe en Río Cuarto. En: Anuario Elvis Rock and Bar. Entrevistas y preguntas: María Angélica Cánepa, Ariadna Pomini, Ives Corneli, Magdalena Linares, Natalia Lunardi y Claudia Prett Saldarriaga *Historia Entre todos es un proyecto de la Red de Ciudades Educadoras patrocinada por el Concejo Deliberante de Río Cuarto, institucio- nes y organizaciones culturales y educativas de la región. HISTORIA ENTRE TODOS
  • 7. El Corredor Mediterráneo / Página 7 JAZZ, LADO B. CarlosA. Müller Carlos A. Müller en este libro nos interna al mundo de la música, uti- liza para ello los poemas que lle- van el ritmo jazzero en sus versos. No está el universo de sus libros de poemas anteriores pero sigue estan- do el poeta. Este libro necesita que el lector tenga oído para descifrar los acordes y la melodía. El primer poema, que se extiende hasta el número once, homenajea al músi- co y no en vano utiliza al oso como comparación el poeta. En nuestra música el oso es símbo- lo de libertad. Uno, es el oso de la resistencia el otro, es el oso músico que lleva los acordes en el alma. Después teje una red que construye al músico en su hábitat, notas musi- cales, melodías; lugares como Kan- sas City o los bares y el suburbio, the Harlem. Todos representan a lo que ha sido, es y será el jazz. “Jazz, Lado B” es la contracara. Allí se sigue creyendo que el mundo, que la vida puede cambiar para mejor. La poesía es un camino “dul- cemente peligroso” lo dijo alguna vez Manuel J. Castilla. Lo es porque cada palabra, cada verso, cada poe- ma es un dardo que da siempre en el blanco. Los blancos son muchos y hay que saber acertar. La escritura de Carlos Müller es un acierto, nue- vamente, para la poesía de Salta. Atilio Romano Editorial Pan Comido, Córdoba, 2014
  • 8. El Corredor Mediterráneo / Página 8 DE ORILLA A ORILLA EL NUEVO EXTRANJERO Por Jorge Rodríguez Hidalgo Las primeras acometidas de la COVID-19 se llevaron a Pepe, el padre de mi sobrino político José. El hombre, que apenas superaba los setenta años, no padecía ninguna enfer- medad importante. Recuerdo su buen humor y la predisposi- ción a una buena conversación. Muy poco tiempo después, la señora Eugenia, una de las últimas amigas que tuvo mi madre y que hacía tiempo recibía sesiones periódicas de diálisis, era víctima también de la enfermedad infecciosa. La mujer, casi nonagenaria, vivía sola por decisión propia, pese a lo cual era una de las personas más sociables que he conocido. La obli- gatoriedad del confinamiento a que condujo la declaración de la pandemia llegó cuando hacía muchas semanas de la última vez que vi a Pepe y a Eugenia. En ambos casos, la noticia de su fallecimiento vino precedida de sendas comunicaciones de sus ingresos en las unidades de cuidados intensivos. En unas pocas horas, la mente pasaba de recordarlos vivos a imagi- narlos muertos, pero con las mismas imágenes, como si no hubiera diferencia entre ambos estados. Los familiares de las víctimas también debían aceptar la desaparición de los suyos, diferir el duelo a un tiempo futuro indeterminado y confor- marse con las videoconferencias como sustitutivos imposibles de los encuentros. Nunca como en esas circunstancias, creía en una primera reflexión, hemos comprendido cuál es la di- ferencia entre la realidad de la carne y la virtualidad de los pensamientos. William Wordsworth, el poeta romántico in- glés, lo dejó dicho (“aunque nada pueda devolver la hora/ del esplendor en la hierba, de la gloria entre las flores”): hemos de confiar al recuerdo la recreación de lo vivido. Pero no basta. Los ojos han de ver; las manos han de tocar; los cuerpos se han de sentir. Los humanos no somos máquinas, ni tan siquie- ra sueños: somos materia sensible. Un grato ensueño nunca ocupará el lugar de una triste despedida, más caliente cuanto más frío el tacto. Justamente por eso, tras una segunda mirada nos persuadimos de que esta especie de duelo sin muerto, de muerte sin rostros ni sangre ni dolor ni tragedia compartidos in situ es la resurrección de la figura del desaparecido. A orilla y orilla del Atlántico bien sabemos de la desgracia de perder seres queridos en las tinieblas de un Estado violento. La cifra de fallecidos por la COVID-19 en España, rayana en las treinta mil personas, hubo necesariamente de llevarme al saldo equi- valente en Argentina tras la última dictadura. Es cierto que no son comparables ni las causas ni debe entenderse clandestino, por más que oculto, el último viaje de los fallecidos por la enfermedad, como sí lo fue el destino de los ciudadanos asesi- nados manu militari, también a ambos lados del océano y en épocas no tan alejadas entre sí del siglo pasado. Lo que la COVID-19 nos ha recordado es la concien- cia de que la muerte no es un acto individual (cada vez que muere alguien, ¿no muere toda la humanidad?): nadie muere en el vacío, en soledad. Es necesario el contraste del reconoci- miento, la fe de su realidad, la contemplación, vela y acompa- ñamiento del espectable que cada uno de los finados es para sus deudos, para cuantos le sobreviven. Porque esta pandemia no es una historia como ahora nos quieren hacer creer inte- resando a los escritores y artistas en la forja de una memoria distorsionada, de una leyenda. La COVID-19 no puede ser una historia, porque las historias y la Historia son lo primero que se olvida, motivo por el cual se repiten sin solución de continuidad. Sin embargo, la cruel enfermedad nos ha dejado, junto a la muerte de los nuestros, una siniestra secuela: ha rescatado del olvido al bárbaro, al extranjero portador de calamidades e infortunios, al enemigo inexorable. Salimos a la calle y lo ve- mos presto a contagiarnos; vemos la televisión y lo sorprende- mos contagiando; navegamos por las redes y lo descubrimos instigando al contagio. El enemigo irreconciliable es el otro, el prójimo, el extranjero próximo, sin que importen su condición ni origen, sino su presencia, solo su presencia portadora del mal. La COVID-19 ha empujado a la humanidad a abando- narse en tantas islas como seres la componen: se ha llevado al semejante y nos ha dejado un visitante indeseable: el nuevo extranjero. La Columna