1. 1
ISRAEL:
EL DEBATE EN TORNO AL
ENROLAMIENTO OBLIGATORIO
Cuando los santos
(no) vienen marchando
Por Moshé Rozén
Desde Nir Itzjak, Israel
www.nuevasion.com.ar
La realidad política israelí se asemeja a las babushkas, las muñecas que
se introducen unas dentro de otras. La primera que aparece es -en los
titulares- la babushka de Iair Lapid, el astro televisivo que asumió, en la
coalición gubernamental diseñada por Netanyahu, la conducción
económica y financiera del país. Lapid, prometió –en la campaña
electoral- una cantidad de cambios que ahora no puede implementar y
ya tomó medidas que ocasionan fuerte descontento, como el incremento
del impuesto al valor agregado y la drástica reducción a la vivienda
pública y las asignaciones familiares.
2. 2
Para evitar la protesta y apuntar los reflectores a un tema distinto, Lapid extrajo
otra babushka: amenazó con desintegrar la frágil alianza entre su partido-
denominado "Hay Futuro"- y el núcleo mayoritario, el Likud de Lieberman y
Netanyahu. El motivo de tan pronto divorcio es la reticencia que despierta, en la
coalición, el reclamo de Lapid de reclutamiento militar obligatorio de los
"jaredim", miembros de sector religioso ultra-ortodoxo, hasta ahora exentos de
conscripción por el reconocimiento estatal a un concepto talmúdico que, en hebreo,
se conoce como "torató omunató" y que define la plena dedicación al estudio de
las fuentes bíblicas.
Es aquí que, desde el flanco nacionalista más radical, aparece otra babushka: si
Lapid reclama el enrolamiento de los "jaredim", hay que decretar, por simétrico
criterio, la movilización militar de los ciudadanos árabes.
Los árabes israelíes pueden voluntarizarse a las filas del ejército, como
efectivamente lo hacen miembros de las comunidades drusa y beduina, pero la
Ley de Servicio de Seguridad, aprobada en 1949, no rige para el conjunto de
la ciudadanía árabe, atenta a los lazos étnicos y familiares de esta minoría con
palestinos en países que todavía están en conflicto con Israel.
La población árabe de Israel se opone, mayoritariamente, a modificar la
reglamentación vigente y considera la exigencia planteada por la derecha como
una provocación.
El sector ortodoxo, por su parte, presenta diversas reacciones en relación al plan de
enrolamiento propuesto por Lapid: hay fracciones dispuestas a una movilización
gradual, no absoluta, que posibiltaría –asimismo- un acceso del estudiantado de las
academias religiosas al mercado laboral. Pero los grupos dominantes del sector
ultra-religioso no renuncian a su planteo fundamentalista, sosteniendo que el
derecho a la Tierra Prometida está reservado a los fieles cumplidores del mandato
divino y sus preceptos. Es más: alegan que la seguridad se obtiene con el estudio –
día y noche- de la Torá y no con las armas.
Agregan –también- que los estudiosos de la Torá están supeditados a la disciplina
de sus rabinos y no de autoridades militares.
El proyecto de Lapid y los extractores de babushkas es, en apariencia, un reclamo
igualitario para que la obligación de servicio sea uniforme y abarque tanto a laicos,
religiosos como a ultra-ortodoxos y ciudadanos árabes.
3. 3
De una lectura más detenida del discurso de gran parte de quienes postulan esta
posición, emerge una tendencia netamente militarista.
Por mero ejemplo, en un artículo en el semanario "Sof Shavúa" de fin de mayo,
firmado por Ronen Shoval, se sostiene que "la igualdad (de obligaciones
ciudadanas) es la sangre (de quienes caen en cumplimiento de su deber)".
Este parámetro de fidelidad al estado está fuertemente afincado en vastos sectores
de la sociedad israelí: el conflicto árabe-israelí como hecho insoluble, visualizado
unicamente desde la mira del rifle.
Tal polarización de posiciones no pronostica, pese a las presiones de Lapid, un
pronto desfile de observantes jaredim al compás de marchas militares.
Sábado, 8 de junio de 2013