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F I L O S O F Í A
D E LO
MARAVILLOSO POSITIVO
O B R A D E L A U T O R
Los N O M B R E S D E LOS D I O S E S (estudios filológicos), u n v o -
lumen en 4.0
, 7,50 pesetas.
MADRID, 1889.—ESTABLECIMIENTO TIPOGRÀFICO DE RICARDO FÉ
Calle del Olmo, número 4.
F I L O S O F Í A
DE LO
MARAVILLOSO POSITIVO
POR.
ESTANISLAO SÁNCHEZ CALVO
«O Solón! Solon! Graci
emper putrì estist.
PLATON en Timeo.
MADRID
LIBRERIA DE FERNANDO FÉ
Carr. San Jerónimo, 2
S E V I L L A
LIBRERÌA DE HIJ03 DE FÉ
Sierpes, nú'm. zoo
1889
E S P R O P I E D A D
Q U E P A HECHO E L D E P Ó S I T O Q U E P R E V I E N E LA L E V
Á
}iài^uel Çedfe^àl j Öafjedo.
Í N D I C E
Páginas.
P R Ó L O G O X [
I N T R O D U C C I Ó N . . . . . . i
P R I M E R A P A R T E
l o maravilloso en la Ciencia, en la Filosofía
y en la Religión.
C A P Í T U L O P R I M E R O
L o inexplicable y lo desconocido 11
C A P Í T U L O S E G U N D O
L a materia y la fuerza. 2 5
C A P Í T U L O T E R C E R O
L a realidad y la razón 39
C A P Í T U L O C U A R T O
E l instinto 49
C A P Í T U L O Q U I N T O
L o inconsciente 6 1
C A P Í T U L O S E X T O
L o sobrenatural. ¡ 7 1
C A P Í T U L O S É P T I M O
El milagro 8 7
S E G U N D A P A R T E
t o maravilloso en los estados anormales
del organismo humano.
C A P Í T U L O P R I M E R O
L o maravilloso en la alucinación 1 0 5
C A P Í T U L O S E G U N D O
L o maravilloso en la hipnosis y en la sugestión. . . . . . . 1 2 1
VIII ÍNDICE
C A P Í T U L O T E R C E R O Páginas.
Los inconscientes íntimos 1 4 3
C A P Í T U L O C U A R T O
L o maravilloso en la trasmisión del pensamiento 1 6 1
C A P Í T U L O Q U I N T O
L a trasmisión del pensamiento.. . 1 7 1
C A P Í T U L O S E X T O
L o maravilloso en la adivinación 1 8 1
C A P Í T U L O S É P T I M O
L a adivinación y el libre arbitrio 2 1 3
C A r Í T U L O O C T A V O
L o maravilloso en el presentimiento 2 3 5
C A P Í T U L O N O V E N O
Apariciones 2 4 7
C A P Í T U L O D É C I M O
Las apariciones de los vivos 2 6 3
T E R C E R A P A R T E
Conclusiones.
C A P Í T U L O P R I M E R O
L a ley de lo maravilloso , 2 7 5
C A P Í T U L O S E G U N D O
L a sugestión universal 2 8 9
C A P Í T U L O T E R C E R O
L a líltima hipótesis 2 9 7
E R R A T A S DEL TEXTO
L É A S E
el es 1 7
había habría 8 1
Scot Scott 1 0 7
Boerhave Boerhaave 1 1 0
alliquid aliquid I [ 0
est es 1 3 2
del Fedro de la Fedra 1 7 0
meliorce meliora 2 2 0
inmiscuéndose inmiscuyéndose 2 3 1
E R R A T A S DE L A S NOTAS
mental
Stüdes
dificulties
Psicologie
de deux monde
Exquisse
de Maravilleux
doctor
Raport
morvorum
particulaires
Procedings
mentale
studies
difficulties
Psychologie
des deux mondes
Esquisse
du Merveilleux
docteur
Rapport
morborum
particuliers
Proceedings
PRÓLOGO
Se ha dicho, y es creído por muchos, que la
historia misma de lo maravilloso demuestra que
no hay maravilloso. Esta es una de tantas afir-
maciones sin pruebas, como pululan en libros y
periódicos. Si por maravilloso se entiende sólo lo
sobrenatural, no es extraño que se dude ó se nie-
gue su existencia; pero el carácter esencial de lo
maravilloso no es precisamente lo sobrenatural,
sino lo misterioso admirable, realizado fuera de
las leyes conocidas de la naturaleza.
L o sobrenatural no es así más que una sos-
pecha, una inducción, si se quiere, en lo maravi-
lloso, cuando las circunstancias del hecho extraor-
dinario y desconocido parecen revelar la interven-
ción de un poder superior inteligente.
Comprendido de esta manera lo maravilloso, y
no creemos que deba entenderse de otro modo,
su posibilidad es innegable, y la historia, como
XII P R Ó L O G O
las religiones y la ciencia misma, demuestra su
existencia.
Siendo posibles pues, los hechos maravillosos,
claro es que, si están bien comprobados, han de
ser tan positivos necesariamente como cualquier
otro fenómeno de la naturaleza conocida. Por eso
titulamos esta obra FILOSOFÍA DE LO MARAVILLO-
SO POSITIVO, y porque nos propusimos además
pasar en silencio millares de hechos que, ó no son
maravillosos siendo legendarios y supuestos, ó no
tienen pruebas y testimonios serios en su abono.
Perplejos y vacilantes estuvimos antes de em-
plear en el título esa palabra de Filosofía. Pare-
cíanos una falta de consideración y de respeto
ponerla al frente de este pobre trabajo nuestro,
al recordar su historia, viéndola figurar al dorso
de tantos excelentes y señalados libros; pero, no
habiendo encontrado palabra más modesta que
supliera su significación y que mejor expresase
nuestro objeto, nos decidimos á usarla, pensan-
do, después de todo, que «Filosofía», en su senti-
do propio, indica sólo una afición á determinado
conocimiento natural ó moral y envuelve, cuando
más, la idea de una argumentación ó de un ra-
zonamiento. E n este concepto la empleamos.
Por lo demás, no nos hacemos ilusiones; sabe-
mos que este libro no gustará mucho á aquellos,
sobre todo, para quienes principalmente fué es-
PRÓLOGO XIII
crito. Conocemos bien, cuan difícil es abandonar
opiniones y reglas que por toda una vida se han
estado creyendo convenientes ó ciertas; mas con-
fiamos en que, si desde luego no, antes de poco
tiempo, esta manera de ver la cuestión de lo ma-
ravilloso será la de la ciencia y la filosofía.
INTRODUCCIÓN
El carácter distintivo de la ciencia moderna, reflejado
necesariamente en nuestra sociedad, es la negación no sólo
de lo sobrenatural, sino de todo aquello que no teniendo
cómoda y pronta explicación por medio de las leyes natu-
rales conocidas, parece maravilloso é increíble.
Así encerrada la ciencia en ese círculo estrecho de lo
conocido, nada, verdaderamente trascendental y nuevo,
puede venir á excitar la curiosidad filosófica del sabio.
Averiguadas de una manera exacta las últimas leyes
que rigen la materia, y explicándose todo, en el mundo de
los cuerpos, por las de la mecánica, después de descubierto
el equivalente mecánico del calor y de formulada la ley de
conservación de la energía, nada, que á superior conoci-
miento del plan del Universo se refiera, puede esperarse
ya de la observación y estudio de la naturaleza material.
Todo cuanto queda por descubrir aún en la infinita combi-
nación de la materia, no puede dar de sí más resultado,
que alguna provechosa aplicación á las comodidades de la
vida, y ha de ser precisamente consecuencia del último
gran descubrimiento, término y meta del edificio científico:
el movimiento atómico.
Por este lado, que es el del aspecto físico, ya no hay más
que indagar; la ciencia trascendental concluye aquí, y no
2 F I L O S O F Í A
puede pasar más adelante. Para pasar por el otro, tendría
que convertirse en metafísica, y esto le obligaría á cambiar
de método, ó por lo menos, á ensancharlo tanto, que le
permitiera penetrar en lo que tiene hasta ahora por incog-
noscible; cosa que no es de esperar, porque ni en hipóte-
sis, otra forma superior de pensamiento y vida en los in-
sondables abismos de los cielos admite, que la ruin vida
de los cuerpos terrestres, y el escaso pensamiento elabo-
rado en las pequeñas cajas huesosas que se llaman crá-
neos.
Así, colocada entre dos límites extremos; el uno, im-
puesto por la necesidad y el término de su progreso, y el
otro, por las mal entendidas exigencias de su propio méto-
do; oprimida y ahogada por lo incognoscible, sin querer
conocer ni entender más que materia, hasta en el más' su-
blime de los ideales; desprovista y abandonada poco á poco
de los genios, que sólo acuden á la defensa de las grandes
cosas, la ciencia confiesa paladinamente, por boca de sus
representantes más genuinos, la impotencia en que está y
estará siempre de resolver ninguno de los grandes proble-
mas de la naturaleza, del alma y de la vida.
Calcúlese para dentro de mil ó diez mil años, el aburri-
miento profundo, el desolador abatimiento que llegarían á
apoderarse de una sociedad culta y seria, el día en que
agotada la curiosidad científica de lo útil, ya nada subli-
me fuese posible descubrir, ni nada misterioso y divino pe-
netrar.
|Qué noche!
La Edad Media está llena de luz en su comparación.
Felizmente, las cosas no pasarán así. Este humor negro
que se ha apoderado de los sabios, se irá disipando poco á
poco, porque después de todo, su ciencia no es la ciencia
tradicional, la verdadera ciencia, la ciencia de los Keplero,
de los Newton, de los Humboldt, de los Bernard, que nada
prejuzga, que nada niega, que nada desprecia, de cuanto
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 3
puede hacer manifestación en la naturaleza, de cuanto es
natural ó pueda serlo; es la ciencia de esos especialistas y
académicos que, después de haber hecho la monografía de
un pez ó de un molusco, se creen autorizados á cortar y á
rajar en las más altas cuestiones filosóficas, imponiendo sus
juicios como leyes á un vulgo que se ha formado en la mis-
ma pobre noción del Universo que ellos.
A esos directores y maestros de las escuelas científicas,
que creyendo saberlo todo, proclaman imposible lo que no
conocen, y que por fatal decadencia del espíritu, han lle-
gado á erigirse en soberbios representantes de la ciencia',
reprochamos la infidelidad al método que se han propues-
to, no porque observen mal, que pecan de minuciosos, sino
por apartar de sí con fingidos ó verdaderos ascos, y relegar
á la sombra, los más sorprendentes fenómenos, que este
mundo incomprensible y extraño presenta ahora, como en
todos tiempos. Y por lo mismo que estamos convencidos de
que la revelación definitiva ha de salir del seno de la cien-
cia , estamos también interesados en que no se extravíe, en
que cumpla sus fines y en que, si el método positivo ha de
ser verdad, abarque todos los hechos, todos los fenómenos,
por raros, por extraordinarios, por maravillosos que parez-
can á nuestra insuficiencia, sin prejuicio anterior, sin pre-
concebido sistema, sin partido tomado de antemano, que
así lo exige el verdadero método. Por haberlo abandonado
y empequeñecido, desconfiando al mismo tiempo de la ra-
zón , hemos venido á parar á una. ciencia que, por confesión
propia, todo lo más grande y digno de interés encuentra
precisamente incognoscible.
De nada sirve decir que todos los diferentes ramos de la
ciencia moderna: la química, la biología, la mecánica, la
sociología, la lingüística, la geología, etc., etc., van hoy á
unirse en formidable síntesis, para dar origen á una filoso-
fía que, renunciando á los sueños de la antigua metafísica,
sino explica misterios ni resuelve problemas iníjincados, es
4 FILOSOFÍA
en cambio una generalización de conocimientos positiva-
mñite' adquiridos, porque estos conocimientos, si bien no
son pequeños, la falta de inducción y el temor á la hipóte-
sis, que son los dos grandes errores del método en la cien-
cia, los hacen nulos ó de muy poco valor, en lo que á tras-
cendencia filosófica se refiere.
Desde luego se ocurre, que entre esos diferentes ramos
de la ciencia que se agrupan, han de faltar muchos de la
ciencia universal, y que la filosofía que sobre ellos se funda,
ha de ser tan defectuosa como la ciencia misma.
Si se dijese que la filosofía científica no puede ser defini-
tiva nunca, y que debe crecer en proporción con el progre-
so científico, el mundo podría esperar con confianza una
más ó menos tardía, pero positiva revelación. Mas no es
esto lo que la ciencia promete, sino muy al contrario, una
ignorancia perpetua é irremediable de todo lo que más im-
portaría saber para la lógica dirección de la conducta hu-
mana, individual y social.
En medio de este naufragio de esperanzas, un conjunto
de hechos, poco conocidos y menos estudiados, antiguos y
modernos, pertenecientes á un orden que podemos llamar
supracientífico, por el empeño acaso que la ciencia ha teni-
do siempre en rechazarlos, se ofrecen hoy de nuevo, con
visos de positividad á la experiencia, y parece que abren
nuevos y vastos horizontes á la filosofía.
¿Entrarán de una vez, por fin, los sabios, especialistas y
académicos en este nuevo campo de estudio, prohibido
hasta ahora por su método? Nosotros creemos que sí, por-
que muchos de aquellos hechos, no los menos admirables
por cierto, han sido ya aceptados por las eminencias cientí-
ficas , y su admisión es una cosa segura. Nuevos problemas
surgen de su estudio, y todo parece anunciar un cambio
grande, una revolución verdadera en las ideas.
Empieza ya el hombre pensador á preguntarse de qué
sirve que el sabio clasifique 320.000 especies de plantas, ó
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 5
dos millones de formas geológicas, ó enumere algunas de
las infinitas combinaciones moleculares de los cuerpos í*que
un cañón alcance diez kilómetros, en vez de los cien me-
tros del fusil antiguo; que un telar circular haga 480 puntos
por minuto, en lugar de 80 que hacía antes un tejedor de
medias; que la máquina de coser de Howe dé 800 puntadas
en el tiempo que una costurera daba diez ó doce; que la
pluma eléctrica de Edisson escriba muy á prisa, ó que el
teléfono de Bell y Growe, nos permita hablar con nuestros
conocidos ó vecinos, sin salir de casa; si los más importan-
tes problemas del destino humano, quedan por resolver, y
hasta la esperanza de verlos resueltos se le quita.
Tenemos telégrafos y ferrocarriles, es verdad; gracias á
la ciencia, hay más comodidades en la vida; se extiende el
bienestar; comen mejor que antes los pobres y los ricos; si;
esto es lo cierto; pero también lo es que non in solo pane
vivii homo, como dijo el Cristo, y repite con Él la huma-
nidad.
El pan no satisface más que al cuerpo; el espíritu quie-
re también un alimento sólido. El hombre quiere saber si
es inmortal; si hay un ser ó seres superiores de quienes
pueda esperar justicia en otra vida.
El que no tenga nada que enseñarle positivamente acer-
ca de esto, que se vaya; porque le importa poco, en estos
miserables años que pasa aquí en la tierra, viajar en globo
ó por ferrocarril, poner dos ó tres docenas de telegramas, ó •
alumbrarse con gas ó luz eléctrica. Lo que quiere ver claro
es su destino, es el fin para que fué creado, es lo que le es-
pera más allá de la tumba; quiere tener de esto una opi-
nión segura. Si la ciencia y la filosofía moderna, si las teo-
logías antiguas no pueden darle esta certeza, quédense con
los suyos, con esas gentes que se satisfacen con poco, que
sólo atienden á procurarse bienes materiales, á quienes
basta el pan únicamente, ó con aquellos otros, que niños
aún de entendimiento, son susceptibles todavía de tener fe.
6 FILOSOFÍA
El hombre pensador del porvenir despreciará todo eso, y
querrá conocer de un modo indudable su destino.
¿Qué herencia les dejamos á las generaciones venideras?
Lo estamos viendo: duda, negación, fe.
De estas tres cosas, las dos primeras no tienen valor de
ningún género; la fe supone algo más, pero es propia sólo
de la infancia social. El hombre formado, de juicio desen-
vuelto, que estudia, que piensa, que discurre, siente la ne-
cesidad de sustituir la fe con el conocimiento. Esto en el
porvenir se hará más general. Es innegable que el reinado
de la fe concluye y que empieza el de la razón.
¿Quiere esto decir que todas las religiones basadas en la
fe, desaparezcan? No; si hay una verdadera, se impondrá
por la razón, como antes por la fe.
Creer y saber son cosas enteramente opuestas: el credo
guia absurdum de Tertuliano es muy lógico. Lo absurdo
es lo que necesita fe, lo razonable no. Creemos porque ig-
noramos , si conociésemos sabríamos. A medida que se sabe
se deja de creer. Es ley ineludible.
Ahora, que el mundo quiere salir de la ignorancia, es cosa
que todos pueden ver, y es natural por lo mismo que en
vez de creer, procure saber. Pero los hombres no abando-
narán resueltamente la creencia por la ciencia, mientras no
tengan una seguridad perfecta de que la ciencia les condu-
ce al bien.
* ¿Pueden tenerla ahora, esta seguridad, cuando toda la
moral que se desprende del estudio científico de la natura-
leza , es la ley inexorable de lucha cruel y sin tregua pol-
la vida?
No ciertamente; mas día llegará, así lo esperamos, en
que una ciencia más universal y una teología menos dog-
mática ofrezcan, puestas de acuerdo, al mundo, una armó-
nica síntesis, en la cual los inevitables misterios dejen de
ser absurdos, y los hechos maravillosos, increíbles.
Sería lo único que, á falta de una nueva revelación di-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 7
vina, pudiera saciar de algún modo las aspiraciones hu-
manas.
A facilitar en el porvenir esa concordia, y á dar como
quien dice, un primer golpe de azada en la apertura de ese
camino, supuesto por la ciencia, incognoscible, viene este
libro.
PRIMERA PARTE
L O M A R A V I L L O S O E N L A C I E N C I A , E N L A F I L O S O F Í A
Y E N L A R E L I G I Ó N
C A P Í T U L O I
LO INEXPLICABLE Y LO DESCONOCIDO
Es cosa desesperante que la ciencia se haya de resentir
siempre, irremediablemente, de la imperfección de los sen-
tidos humanos. Nuestro organismo es incapaz, en efecto,
de observar un infinito número de fenómenos qne constitu-
yen un mundo aparte, en el que jamás probablemente, será
dado al hombre penetrar.
Si nos fijamos en los dos sentidos principales, la vista y
el oído, notaremos cuántas admirables cosas dejamos de
gozar en la naturaleza por lo relativamente grosero de su
composición.
Todos sabemos que hasta hace poco, nos había pasado
desapercibido todo un mundo de seres viviendo á nues-
tro lado.
El que haya visto en imperceptible gota de agua, con-
vertida en lago por el microscopio, girar y moverse enor-
mes diatomeas clasificadas por tribus, grandes y pequeñas,
¿qué juicio formará de la vista humana?
Se dirá, acaso, que el instrumento inventado suple esta
imperfección, pero, ¡cuántas cosas permanecen ocultas to-
davía, y lo estarán siempre! ¿Podremos esperar que se in-
vente un instrumento que nos haga ver las ondulaciones del
12 FILOSOFÍA
aire, por ejemplo? Y aunque así fuera, eso sería el porvenir.
Por ahora, sólo percibimos el sonido por las ondas que
repercuten en el tímpano de nuestro oído, pero no las ve-
mos. Esas sublimes armonías con que la música nos regala,
pudieran verse, si la vista fuese capaz de apreciar aquel
movimiento ondulatorio.
Melloni ha demostrado que los rayos de calor son de
varias especies como los de la luz. El ojo humano aprecia
la descomposición de la luz en los colores, pero ningún sen-
tido tenemos apropósito, para poder apreciar los diferen-
tes rayos del calor. Nosotros apreciamos el calor, como
apreciaríamos la luz, si nos faltase el sentido de los colores.
He aquí un inmenso goce perdido por falta de vista, y un
vasto campo donde estará vedado siempre á la ciencia pe-
netrar.
El oído humano no percibe las vibraciones cuando hay
más de 38.000 por segundo; así hay muy pocas personas
que oigan siquiera el agudísimo grito del murciélago. En
la vista, para que se produzca la sensación de color rojo, es
menester que entren por segundo 479 millones de vibra-
ciones.
Habrá seguramente muchísimos colores en la luz que los
hombres no distinguimos todavía. La evolución del sentido
de los colores es indudable; los hombres prehistóricos no
veían probablemente más que dos ó tres, puesto que los
griegos de la época homérica sólo veían tres ó cuatro.
Además de esta insuficiencia hay otras: Ritter ha demos-
trado que el espectro completo del sol está formado de tres
series distintas de rayos: 1.°, los rayos luminosos visibles
que se descomponen en los siete colores; 2.°, rayos ultra
rojos de una elevadísima potencia calorífica pero incapaces
de excitar nuestra visión; 3.0
, rayos ultra violetas de muy
débil potencia, invisibles también.
De modo que existen rayos de luz intensísima que no
podemos apreciar, y se comprende que sumidos en la os-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 13
( 1 ) T I N D A L L . La física moderna, pág. 1 0 0 .
curidad, nosotros, pueda haber otros seres mejor dotados,
con más perfectos órganos de visión, gozando de una luz
mil veces más intensa que la de un sol de verano á me-
diodía.
La electricidad ofrece también fenómenos parecidos.
Colocando detrás de una luz eléctrica un espejito cónca-
vo, se hacen convergentes los rayos; el cono de estos rayos
reflejados y su punto de convergencia se hacen perfecta-
mente visibles, cuando se les llena de polvo. Interponiendo,
entonces entre el foco luminoso y el manantial de los rayos
la solución de iodo, suprímese por completo el cono de luz,
pero el calor intolerable que se siente al acercar la mano,
aunque sea momentáneamente, al foco oscuro, indica que
los rayos caloríficos pasan sin obstáculo alguno á la solu-
ción opaca.
Pueden sacarse de este foco de rayos invisibles casi to-
dos los efectos que se obtienen de un fuego ordinario; y al
mismo tiempo, el aire que ocupa este foco permanece com-
pletamente frío. A pesar de estp, un trozo de madera in-
troducido en él, produce una densa humareda que se eleva
rápidamente. En este foco enteramente oscuro, el papel se
inflama de repente, las virutas arden en seguida, el carbón,
el plomo, el estaño, el zinc, entran en ignición, los discos
de oropel se ponen incandescentes. Sólo las sustancias blan-
cas resisten á este fuego invisible; la combustión es tanto
más rápida cuanto más oscuros ó negros son los cuerpos
que se hunden en el foco (i).
¿Sabe la ciencia porqué se queman estos cuerpos en un
sitio donde el aire permanece frió; donde no se ve fuego
ni luz?
Sí, dice; es que allí, el éter, y no el aire, es la sustancia
impregnada de calor.
¡El éter! Pero queremos creerlo; hay, pues, una sustan-
14 FILOSOFÍA
cia en el espacio capaz de producir un incendio, de quemar
el planeta en que vivimos, sin que nos apercibamos ni más
ni menos de la causa, sin ver fuego ni luz, hasta que nos
sintamos arder.
Hay, pues, en la naturaleza rayos invisibles de luz viví-
sima y de calor incandescente. Supongamos un ser inteli-
gente, que alguno debe haber en los infinitos mundos, due-
ño de tales rayos,, y figurémonos qué prodigios obraría ante
los sabios pasmados, si quisiera.
Tenemos, pues, dos grandes contrasentidos ó paradojas,
por la ciencia misma demostradas; que existe una luz mu-
cho más intensa que la solar visible, y que á pesar de eso no
la vemos; que puede darse en la naturaleza un poderosísimo
foco de calor, sin luz y sin fuego. Esto viene á patentizar
la inferioridad animal de nuestro organismo y la insuficien-
cia consiguiente de la ciencia para coger y apreciar las mu-
chísimas fuerzas ocultas que debe haber en la naturaleza.
¿Qué más?
Todos los grandes y sutiles movimientos atómicos y aun
moleculares, son fruto vedado para la ciencia. La electrici-
dad , el magnetismo, la afinidad, la atracción ó gravedad
son en sí inobservables é inexplicables. La ciencia sólo hace
constar hechos, sólo observa fenómenos que de esos movi-
mientos se desprenden, y cuando más, los reproduce en pe-
queño, si consigue imitar las condiciones de su manifesta-
ción; pero explicarlos, dar una razón suficiente, demostrar
porqué la vibración etérea, por ejemplo, se traduce en nues-
tro cerebro en luz; porqué las ondulaciones aéreas producen
en nuestro oído el sonido; eso no le es posible.
La ciencia marcha de misterio en misterio, rodeada de
maravilloso por todos lados.
Hemos visto que no hay necesidad de fuego para produ-
cir calor; pues tampoco hay necesidad de electro-imán para
producir idénticos fenómenos de electricidad ó magnetismo
ni de combinaciones químicas para promover la afinidad.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 15
Todas estas fuerzas pueden nacer unas de otras. La luz que
parece la más débil, guarda en su seno misteriosa eficacia
para convertirse en calor, en electricidad, en magnetismo,
en atracción. Grobe demostró ya esto en 1843. Su curiosa
experiencia prueba la íntima conexión de todos esos efec-
tos , cuyas causas en vano la ciencia ha procurado descu-
brir.
Elevando más la cuestión, ahora, sabemos por la fisiolo-
gía, que cada ser humano procede de un huevo que no tie-
ne de diámetro en su origen más que una quinta parte de
milímetro. Considérese el trabajo realizado durante nueve
meses por la naturaleza para formar los ojos con sus humo-
res, su retina, su cristalino móvil, compuesto de cinco mi-
llones de laminillas diminutas, ó el oído con su tímpano, su
caracol, su órgano de Corti, instrumento de 3.000 cuerdas,
ó el estómago, con su jugo gástrico y su indispensable
membrana impermeable, y dígasenos, sin considerar más
que esto, qué es una pequeña parte del organismo, si dis-
curriendo el hombre con su razón, no se ve precisado á con-
fesar que es maravilloso y que las fuerzas de la naturaleza
por sí solas no explicarán nunca la gran sabiduría que en
la construcción de aquellos órganos se encierra.
La ciencia, como la religión, como la historia, como todo
en la naturaleza, está llena de maravilloso, sí; á pesar de
aquella necia afirmación de que la historia de lo maravillo-
so prueba que no hay maravilloso.
Los grandes maestros, aquellos á quienes debe la cien-
cia los grandes descubrimientos, no piensan de ese modo.
Ved lo que dice Claudio Bernard, refiriéndose á la incu-
vación de un huevo de pollo:
«Si recurrimos á la nueva ciencia, veremos que en el
»huevo, la parte esencial se reduce á una pequeña vesícula
»ó célula microscópica; todo el resto del huevo, lo amarillo
»y lo blanco no son más que materiales nutritivos, destina-
idos al desarrollo del ser, que debe realizarse fuera del cuer-
l6 FILOSOFÍA
(i) Le Progrès dans les sciences phisiologiques.
»po maternal. Así, se ve uno obligado á poner en esta celdi-
l l a microscópica que compone el huevo de todos los ani-
»males, una idea evolutiva, de tal modo completa, que no
«sólo encierra todos los caracteres específicos del ser, sino
>también todos los detalles de la individualidad; hasta tal
»punto, que una enfermedad desarrollada en el hombre
«veinte ó treinta años más tarde, se encuentra ya en germen,
»en esta misteriosa vesícula. Pero esta idea específica, con-
tenida en el huevo, no se desenvuelve sino bajo la influen-
»cia de condiciones puramente físico-químicas.»
«La condición de existencia de un fenómeno, añade este
»gran fisiólogo, (i) no puede enseñarnos nada acerca de su
«naturaleza. Cuando sabemos que la excitación exterior de
«ciertos nervios y que el contacto físico y químico de la
«sangre, á cierta temperatura, con los elementos nerviosos,
«son necesarios para la manifestación del pensamiento ó
«dé fenómenos nerviosos é intelectuales, esto nos muestra
«el determinismo, ó las condiciones de existencia de estos
«fenómenos, pero no podrá enseñarnos nada, sobre la na-
«turaleza primera de la inteligencia; del mismo modo, cuan-
»do vemos que la frotación y las acciones químicas desarro-
«llan electricidad, eso no nos indica más que el determi-
»nismo, las condiciones del fenómeno, pero no nos en-
«seña nada, acerca de la naturaleza primera de la electri-
» cidad.»
Resulta, pues, que la ciencia no puede salir del estrecho
círculo del determinismo, ni saber por consiguiente más que
condiciones, ni afirmar ni negar nada que de estas condi-
ciones se separe.
La ciencia confiesa en efecto, humildemente «que no
trata de remontarse á la causa primera de la vida sino solo
al conocimiento de las condiciones físico-químicas de la ac-
tividad vital»; pero en seguida, no tienen inconveniente sus
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO „ Í 7
escuelas, en afirmar que todo cuanto en el Universo exis-
te, se explica por leyes mecánicas, y que las manifestacio-
nes vitales, como todo, encuentran su explicación en la me-
cánica.
Las escuelas que esto dicen, no conocen los límites que
impone á la ciencia su propio método.
Una cosa es buscar la razón inmediata de las manifesta-
ciones vitales en las propiedades de la materia, cosa que no
se había hecho hasta que Javier Bichat lo dio á entender en
el prefacio de su libro, Anatomía general, y otra, conside-
rar la vida, como los antiguos, Pitágoras, Platón, Aristóte-
les, Hipócrates, y en la Edad Media, Paracelso, y últimamen-
te Sthal, la consideraron, obrando en todas sus manifesta-
ciones á impulsos del poder superior y divino, sobre la ma-
teria inerte. Lo que hoy sabemos todos, es que la vida está
sujeta en sus órganos y operaciones á leyes mecánicas; esto
nadie lo niega ya, y lo habían dicho dos espiritualistas, Des-
cartes y Leibnitz, antes que Bichat lo demostrase. La razón
de ésta, que parece contradicción en la filosofía, se com-
prende bien, atribuyendo aquellos filósofos, al juego de las
fuerzas físicas de la materia, las manifestaciones de la vida,
y estableciendo al mismo tiempo, una separación absoluta
entre el alma y el cuerpo. La vida era así, el principio su-
perior de las leyes de la mecánica, y el alma, el principio
superior de las leyes del pensamiento. Creían de esta ma-
nera ellos, dar, por decirlo así, á Dios lo que es de Dios, y
al César lo que el del César.
¿Se engañaron mucho?
Ved la confesión de Bois-Raimond, un hombre de cien-
cia, en el Congreso de naturalistas alemanes de Leipzig:
«¿Qué relación puedo yo concebir, dijo, por un lado, en-
»tre los movimientos definidos en mi cerebro, y por otro,
»entre hechos primordiales indefinibles é incontestables,
»como el dolor y el placer que experimento, un sabor
«agradable, el perfume de una rosa, el sonido de un órgano
z
18 FILOSOFÍA
»ó el color rojo que percibo? Es absolutamente inconcebible
»que átomos de carbono, de hidrógeno, de ázoe y de oxíger
»no, no sean indiferentes á sus posiciones y á sus movimien-
»tos pasados, presentes y futuros; es de todo punto, incon-
»cebible que la ciencia resulte de su acción simultánea.»
¡Y tan inconcebible!
Ni la ciencia, ni la sensación, ni el conocimiento, ni nin-
guna de las otras manifestaciones de la vida y del pensa-
miento, pueden resultar de ese juego atómico sin dirección
inteligente.
Lo mismo piensa Tindall eu su célebre discurso de
Belfast:
«Vosotros, dice, no podéis establecer á satisfacción del
»espíritu humano, una continuidad lógica entre las accio-
»nes moleculares y los fenómenos de conciencia.» «Es ese
»un escollo en que tropezará necesariamente el materialis-
»mo, siempre que pretenda ser filosofía completa del espí-
»ritu humano.»
Y en otro «Discurso sobre las fuerzas y el pensamiento»
leído en el Congreso de la Asociación Británica, añade:
«No creo que el materialismo tenga el derecho de decir que
»sus agregaciones y sus movimientos moleculares lo expli-
»quen todo, pues en el fondo nada explican. Todo lo que
«puede afirmarse es la asociación de dos clases de fenóme-
»nos cuyo vínculo se ignora absolutamente. El paso de la
»acción física del cerebro á los hechos de conciencia co-
»¡respondientes es inexplicable.»
«El hecho es, dice Alejandro Bain (que tampoco debe ser
«sospechoso) en su Fisiología del pensamiento, que nos-
»otros, en todo el tiempo que hablamos de nervios y de
«fibras, no hablamos, ni por pienso, de lo que propiamente
»se llama pensamiento. Nosotros enunciamos los hechos
«físicos que le acompañan, pero estos hechos físicos no son
»el hecho psicológico, y lo que es peor, nos impiden pen-
»sar en él.»
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO i g
¿Qué juicio formar, pues, en vista de estas preciosas con-
fesiones de los hombres mejor reputados en la ciencia, de
esa otra ciencia gárrula y presuntuosa que cree saberlo
todo, empachándose sólo de palabras?
El misterio de la vida y lo maravilloso de su desenvolvi-
miento son dos cosas innegables. Nada hay en la ciencia
que pueda dar razón de ellas, ni se puede esperar siquiera
que llegue un día á encontrar el origen de la vida ni la co-
rrelación orgánica por el mecanismo ciego de las fuerzas.
Otra porción de fenómenos hay, lo mismo en el reino
vegetal que en el mineral, en los cuales se «manifiesta lo
maravilloso de una manera evidente.
En lo" orgánico como en lo inorgánico, brilla un poder
formador inteligente que realiza las más' grandes abstrac-
ciones de la geometría; gran artista, dibujante y pintor en
la figura y en el colorido.
Ved las flores; ¡qué multitud de formas y qué variedad
de matices! ¡Qué diferentes y delicados aromas! ¡Qué fres-
cura, qué vida, qué belleza tan grande en un ramillete de
rosas y claveles! Y todo eso lo han extraído del cieno, esas
plantas químicas; del agua, del aire, del sol; pero, ¿cómo?
¿De qué modo? ¿De dónde les viene esa virtud electiva?
¿Saben casar los átomos con las moléculas? ¿Quién sabe tan-
to ahí? ¿Es la rosa? ¿Es la planta?
Nosotros ofrecemos al mejor de los químicos aquellos
ingredientes: aire, sol, un puñado de tierra y toda el agua
que quieran... y, ¡á ver!... á extraer, no los jugos, ni las
formas, ni los colores, sino simplemente los olores. Peroj
¡qué han de extraer! Cuando se quieren imitar las flores
casi todas las industrias humanas se ponen en ejercicio, y
lo hacen mal. El papel y la seda no alcanzan nunca la fres-
cura de la rosa. Visto de cerca, el grosero artificio se des-
cubre, aun sin poner atención en el aroma.
¿Quién contemplando un helécho tropical, viendo sus
ramas gruesas como un alfiler, que despliegan en su cima
20 FILOSOFÍA
espeso ramillete de follaje, no admira la estructura molecu-
lar del tallo delgadísimo por donde ha pasado toda la exu-
berancia del bello grupo de hojas? Es el mismo género
de admiración que inspira el experimento de Weatstonne;
la música de un piano trasmitida por una varita delgada de
madera, á través de varias habitaciones, sin faltar una nota.
¡Qué confusión parece que debiera haber de ondas so-
noras! Y todas pasan sin estorbarse unas á otras. Pero, ¿no
se oye también á través de larguísimo teléfono una ópera,
sin que falten ni una voz de los coros ni un punto de la
orquesta? i
Pues estos hechos, tan sencillos y naturales como los
juzgamos, á fuerza de ser repetidos, son maravillosos, tan
maravillosos como los ángulos del cristal ó las estrellas de
la nieve. La ciencia no los comprende ni explica mejor que
si fueran verdaderos milagros sobrenaturales.
. La ciencia en materia de explicaciones se satisface con
poco y se engaña á sí misma con frecuencia.
Respecto á la cristalización, por ejemplo, queda satisfe-
cha atribuyendo la exactitud matemática de los ángulos á
la polarización. Cuando un líquido, se dice, pierde poco á
poco el calórico, ó cuando por otras causas, los átomos que
están en él disueltos se presentan unos á otros por sus po-
los más favorables á la atracción, toman posiciones relati-
vas determinadas por su forma; posiciones que, imitadas
por los átomos más próximos, obligan á la masa á tomar
una distribución regular y geométrica, dependiente de la
figura de los átomos y de las circunstancias en que se
reúnen.
Es explicar lo desconocido por lo misterioso. Antigua-
mente se diría que era una virtud simpática ó electiva de
los átomos; hoy se dice que es una polarización. Pero ¿qué
es la polarización? ¿No es una simpatía electiva? ¿No es
una virtud incomprensible y misteriosa de los átomos?
¿Qué hemos ganado, pues? Una palabra sola.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 21
A estas alturas, en materia de explicaciones, allá se va
la ciencia con la metafísica.
Tan maravilloso queda un cristal con las ideas de pola^
rización, atracción y repulsión como sin ellas. Una virtud
misteriosa y desconocida ¿no es maravillosa? «Los átomos
viajeros, dice Emerson, unidades primordiales, se atraen y
repelen con sus polos animados.»
¡Animados! Pero, ¿por quién? Por fin venimos á chocar
en lo divino.
¡Oh, ciencia! ¡La verdadera ciencia! Eres teología. De tí
saldrá el conocimiento de Dios.
Nosotros esperamos esto de la ciencia, como Goethe es-
peraba de ella la magia. «La magia natural, dice, espera,
»por el empleo de medios activos, exceder los límites del
»poder ordinario de los hombres y conseguir efectos que
«sobrepasen la realidad. ¿Y por qué desesperar del éxito de
»tal empresa? Los cambios y las metamorfosis pasan de-
»lante de nosotros sin que podamos comprenderlos; lo mis-
»mo sucede con otra porción de fenómenos que descubrí-
amos ó que notamos cada día, ó que pueden preverse ó
«conjeturarse... que se piense en el poder de la voluntad,
»de la intención, del deseó, de la oración. ¡Cuánto se cru-
»zan hasta lo infinito las simpatías, las antipatías, las idio-
»sincrasias! En todos los pueblos y en todos los tiempos
«encontramos un impulso general hacia la magia.»
Así habla el genio.
¿Por qué no creer en las virtudes secretas de las cosas,
cuando está la naturaleza llena de ellas?
El prejuicio vulgar es creer que la ciencia lo explica
todo, cuando verdaderamente no explica nada. La acción
de las substancias sobre los organismos, por ejemplo, tan
desconocida é inexplicable es hoy, como en tiempo de Hi-
pócrates. El datura, que Virey cree que fué el mismo nc-
phentés de Homero, la belladona, el estramonio, el haschich
y otras muchas, producen ilusiones y alucinaciones cuyas
22 FILOSOFÍA
causas la ciencia no puede ni podrá nunca penetrar. Son
plantas mágicas de secretas virtudes, lo mismo ahora que
en tiempo de Hermes-Thoth.
Nosotros no sabemos con qué producto de la naturaleza
podrían los sacerdotes de Tesalia producir la ilusión del
vuelo, ni con qué ingredientes se untaban las brujas de la
Edad Media para ir al Aquelarre, que con tal minuciosidad
de detalles describen todas de idéntica manera; pero sí sa-
bemos los efectos producidos por el nuevo gas descubierto
por Davy, el bióxido de ázoe, ó gas hilarante, como se le
llama comunmente, porque hace reir á carcajadas, poniendo
en condiciones de hacer percibir formas grotescas y ridicu-
las á quien lo aspira. ¿En qué consiste tan extraño fenóme-
no? ¿Cómo se explica la virtud extravagante de ese gas?
Fijémonos en la explicación científica. Eso consiste, se
dice, en que el gas hace tomar cuerpo á las ideas. Pero
esta explicación, además de ser una suposición sin pruebas,
nada explica; es como decir que la multiplicidad de luces
que ve el borracho delante de una sola, son las chispas que
tiene en la cabeza y que salen á bailar al exterior. Queda-
mos como estábamos. Esa no es una explicación positiva,
y se ve por ella que los hombres de ciencia se conforman
siempre con hipótesis cuando llegan á explicar el último y
verdadero por qué de los fenómenos.
/ Tomar cuerpo las ideas! ¿Quién os dice, entonces, que
los cuerpos todos, que esta realidad tan decantada y mate-
rializada no sea una idea persistente que haya tomado
cuerpo á influjo de alguna virtud mágica y nada más?
Y si es una idea, una grande y única idea el Universo en-
tero, ó un conjunto de ideas el conjunto de cuerpos que lo
forman, ¿qué es de vuestra materia, de vuestra fuerza, y en
qué se distingue entonces un fenómeno de sugestión hipnó-
tica, de vuestra vida entera?
Sí; porque esa explicación anómala en vosotros, de que
las ideas se exteriorizan y toman cuerpo mediante influjos
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 23
misteriosos y secretos, sobre ser un reconocimiento forzoso
de la magia, la volvéis á repetir ante esos admirables fenó-
menos de sugestión que ya no os atrevéis á rechazar como
en tiempo de Mesmer.
¿No comprendéis que vuestras explicaciones se vuelven
contra vosotros y contra vuestras doctrinas; que afirmar la
exteriorización corporal de las ideas es echar por tierra
todo el fundamento que os parecía tan inquebrantable de
vuestra ciencia material y positiva?
¿O es que la falta de alcance filosófico y de lógica no os
permiten ver el resultado?
¿Dónde está, pues, ese conocimiento de las cualidades
naturales de las cosas que hace el orgullo de los hombres
de ciencia? ¿No ven cuánto les falta por saber? ¿Quiénes
son ellos para poner el veto á los fenómenos y asegurar la
imposibilidad de ciertas cosas?
C A P Í T U L O II
LA MATERIA Y LA FUERZA
Fuerza y materia son los dos objetos de estudio en las
ciencias físicas, y los únicos elementos constitutivos del Uni-
verso según las escuelas que se creen hoy representantes
más genuinas de la ciencia. Parece natural que lo que se
pone por base de una doctrina ó de una teoría científica se
conozca bien. Nosotros vamos á pedir informes acerca de
lo que debe entenderse por fuerza y por materia á la cien-
cia misma de cuyos modernos descubrimientos sacan aque-
llas escuelas sus creencias.
Condición del método para conocer los cuerpos es en tí-
sica y química el análisis; así estudiada en los cuerpos
todos la materia, se ha visto que se compone de moléculas,
y éstas de átomos llamados corporales para distinguirlos de
los átomos de éter, substancia invisible, impalpable, im-
ponderable, que se supone repartida en todo, envolviendo
los cuerpos, penetrando en sus intersticios, separando unas
de otras las moléculas, como los planetas y los soles.
Todos los fenómenos de luz y de calor se refieren hoy á
movimientos ó vibraciones del éter. No hay otro medio de
explicar las interferencias luminosas y caloríficas.
Qué clase de materia será el éter, se comprende bien
26 FILOSOFIA
considerando que atraviesa y penetra los cuerpos de más
apretada porosidad, que no opone obstáculo ni resistencia al-
guna al movimiento de los cuerpos planetarios y que no per-
turba en lo más mínimo la dirección de los rayos luminosos.
A pesar de tan pasmosa sutileza que parece una nega-
ción de la materia, la ciencia no vacila en reconocer y pro-
clamar una sola ley para el movimiento y una sola esencia
para la materia.
Átomos y movimiento: he aquí en último resultado los
sencillos elementos que según la ciencia, sirvieron y sirven
para la maravillosa composición del Universo.
Los átomos se distinguen por la dirección positiva ó ne-
gativa de sus fuerzas. Los átomos corporales se confundi-
rían en confuso é impenetrable apretón, unos con otros, si
los átomos de éter que les rodean, sirviéndoles como de
envoltura, no les impidiesen tocarse. Dos átomos de éter
no pueden chocarse porque su repulsión á distancias infini-
tamente pequeñas es infinitamente grande. Dos átomos
corporales, al contrario, no podrían jamás separarse, si al-
guna vez se encontrasen (cosa que impide el éter), porque
su atracción es infinitamente grande.
¿No se diría que saben su obligación los átomos?
Porque si llegase el caso de juntarse los corporales y
etéreos, perdiendo sus respectivas propiedades de atracción
y repulsión, el mundo quedaría suprimido de repente, pues
no debe su existencia más que á esta doble polaridad de
los átomos que le componen.
Estos átomos de éter, sobre todo, son maravillosos. Aun
dentro de las mismas combinaciones químicas, las molécu-
las corporales permanecen separadas por estos átomos, y la
prueba está en que todavía, se dejan penetrar y dividir por
las vibraciones del éter, por la luz y el calor. Fenómenos
magnéticos y eléctricos, la elasticidad de los cuerpos y la
gravitación de los mundos, todo esto y mucho más, se debe
á los átomos etéreos.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 1J
Como en este análisis la materia reducida á átomos im-
ponderables é invisibles casi se puede creer que se aniqui-
la, es preciso, para estudiarla mejor en otros respectos,
cogerla aglomerada en masa. La masa ya se puede medir;
pero como el éter que forma parte de ella, no pesa por ser
extraño á la atracción, resulta que el peso no puede ser
medida de la masa. Fué necesario, pues, buscar otra cosa
que no fuese el peso y que tuviese algo de común con la
masa ó materia ponderable y con el éter, y se encontró
en la resistencia, que es propiedad peculiar á las dos clases
de átomos. Pero la física define la masa diciendo, que es el
producto del volumen por la densidad; porque la resisten-
cia no se prestaba bien á la definición.
Es claro que este producto del volumen por la densidad
ha de ser necesariamente el número de átomos de que se
compone la masa del cuerpo que se trata de medir. Por
consiguiente, la masa de un cuerpo es el número de sus
átomos. No se podrá pues, decir, la masa de un átomo,
porque es la unidad que con otras produce la masa. •
Estudiada y definida la masa se ve que es como la mate-
ria toda un agregado de átomos.
Es preciso saber, por consiguiente, lo que es el átomo,
si se ha de tener derecho á exponer una noción acertada
del mundo material.
¿Qué es el átomo?
Loschimitd de Viena dice que el átomo de hidrógeno es
- de centímetro; y las distancias de los centros
10.000.000
moleculares contiguos es, según Willam Thomson, de
- — — J
— de centímetro.
i .000.000.000
Varenne asegura que en una milésima de milímetro, que
es ya lo microscópico invisible, hay más de 225.000 millo-
nes de átomos acuosos, susceptibles de separarse por eva-
poración.
28 FILOSOFÍA
Se ha calculado que si los diferentes átomos que forman
un cristal, oxígeno, azufre, potasa, alúmina, hidrógeno, se
disgregasen y recobraran su libertad, separándose á razón
de 94 millones por segundo, tardaría mil años en des-
hacerse.
«Cada átomo, dice Wurtz, trae en sus combinaciones
»dos cosas: su energía propia y la facultad de gastarla á su
«manera, fijando otros átomos, no todos, sino algunos y en
«número determinado.»
Esta facultad de los átomos se llama atomicidad.
Tal metal, por ejemplo, se une á un átomo de cloro,
otro á dos, otro á tres, otro á cuatro, para formar un cloru-
ro saturado. ¿Por qué? Los átomos de carbono tienden á
acumularse en gran número con los cuerpos organizados.
¿Porqué?
Es la atomicidad una energía ciega y fatal, y sin embar-
go, sus resultados son previstos y anotadas sus fórmulas.
¿Como entender eso?
¿Qué hay en el átomo que le obligue á no extralimitar
su ley? ¿La ley? ¡Incomprensible!
Punto infinitesimal, indivisible, sin conciencia, sin inteli-
gencia, ¿cómo sabe unirse á dos y nunca á tres, á tres y
nunca á cuatro ni á dos?
Cierto, fijo, seguro, infalible, jamás se equivocará en sus
atracciones. ¿Qué relaciones, qué influjos, qué secretos im-
pulsos le mueven?
Y de estas inconcebibles simpatías fatales de los átomos
resulta el Universo, la naturaleza toda, con sus leyes inmu-
tables, con sus complicados y perfectos organismos, con su
vida y la vida de los seres, y con todos los problemas que
todo esto entraña, resueltos de modo matemático, exactí-
simo.
¿Ño sería maravilloso, milagroso, si no fuese ley?
Pero, ¿"no es estúpido, como dice Carlyle, dejar de admi-
rar lo estupendo, porque se repita con frecuencia?
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 29
¿Deja de ser un prodigio el sol porque sale todos los
días ?
Los químicos dibujan las figuras de las diferentes agru-
paciones moleculares. En 1855 Wurtz entrevio por primera
vez la teoría atomística. Tres años después se dio un gran
paso, cuando Kekule anunció la idea de que el carbono era
elemento tetratómico, es decir, que un átomo suyo fijaba
cuatro de otro cuerpo, ó que tenía cuatro atomicidades, for-
mando, por ejemplo, una cruz griega, cuyo átomo central
era el carbono. Hoffmann presentó al Instituto Real de Lon-
dres muchas ingeniosas figuras que prueban la poderosa
imaginación del sabio en esta construcción ó arquitectura
de las moléculas, en que la fantasía entra por mucho en la
exactitud del dibujo y de la fórmula, siendo en sí misma,
ideal la construcción molecular, y no pudiendo ser sometido
á observación el arreglo de las partículas elementales. La
concepción de la estructura ha de tener pues, el mismo ca-
rácter que las premisas que se sientan: la idealidad.
No obstante, la atomicidad y la afinidad son la base de
la química. De modo que la química, lo mismo que la físi-
ca, las dos ciencias positivas, por excelencia, descansan en
dos hipótesis; la física, en la hipótesis del éter; la quími-
ca, en la hipótesis de la atomicidad.
No es pues, el hecho positivo, patente, verificable, mani-
fiesto, el único fundamento de la ciencia, sino la inducción
racional y la intuición ideísta.
Pues, si cada ramo de la ciencia ha de fundarse en últi-
mo resultado, en una hipótesis, tanta positividad como la
ciencia, puede encerrar cualquier sistema filosófico ó teoló-
gico deducido de otra más comprensiva hipótesis; la hipó-
tesis de Dios.
La concepción científica de la materia es pues, una con-
cepción del todo metafísica, partiendo como parte del áto-
mo invisible é indivisible.
Por eso, Faraday llegó lógicamente á no creer en la ma-
30 FILOSOFÍA
( i ) Chimique organique fondée sur la synthèse.
teria, y Dumas á decir que no era más, la materia, que una
reunión de centros de fuerza.
Esto vale tanto como admitir la sustancia inmaterial, ó
sea el espíritu. Llegados á este extremo, ¿en qué se dife-
rencia el espiritualismo del materialismo verdaderamente
científico?
Dado el actual adelanto de las ciencias físicas, más difícil
parece comprender y concebir que una agrupación de áto-
mos invisibles, indivisibles é imponderables, llegue á pro-
ducir un cuerpo material y pesado, que uno espiritual ¿De
qué procede pues el horror al espiritualismo?
Aunque es cierto que existen químicos no atomistas, co-
mo Berthelot, que se detiene en la molécula, eso no es más
que una falta de lógica, que no tiene nada que ver con la
importancia del sabio especialista. Se puede ser grande
hombre de ciencia y mal filósofo. Pero Berthelot confiesa,
sin embargo, «que la química ha realizado bajo una forma
«concreta la mayor parte de las fórmulas de la antigua me-
«tafísica (i).» Sí, es verdad, pero las ha realizado, convir-
tiéndose ella en metafísica, sin saberlo.
Tindall y la mayor parte de los químicos, casi todos,
creen en el átomo, con fe viva, y en su movimiento propio.
Los átomos marchan en cadencia, ha dicho Emerson.
¿Dónde está pues, la inercia de la materia?
¿El átomo es fuerza ó es materia?
Concebido como punto matemático, queda reducido á un
simple centro de fuerzas, transformándose por lo tanto la
teoría atómica en teoría dinámica; y ya se sabe, que el
principio esencial del dinamismo es la negación de la ma-
teria.
De los dos elementos científicos, la fuerza y la materia,
este último se ha desvanecido en el examen y sólo queda
el primero. Sabemos lo que debemos entender por fuerza:
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 3I
un punto dinámico, un centro de atracción y repulsión, de
acción positiva y negativa.
La fuerza atractiva de los átomos corporales tiende á su
aproximación. Esta tendencia realiza siempre resultados fi-
jos, determinados, que se pueden prever; no es una tenden-
cia ciega, no está expuesta al azar, puesto que hay leyes
de atomicidad, y el azar, como ha dicho alguno, es la coin-
cidencia de los disparates. Es necesario admitir que la ten-
dencia de la fuerza atractiva contiene en sí la razón de sus
aproximaciones que llevan una idea en su seno; porque si
no fuese con ella esta representación ideal de lo que va á
ejecutar, de las uniones que va á tener con otros átomos ó
centros de fuerza, las combinaciones químicas y los com-
puestos naturales orgánicos é inorgánicos no se formarían
de la manera regular, metódica, exacta con que se forman
con arreglo á la ley.
El átomo, centro de fuerza, lleva pues, consigo, su ley,
es decir, un mandato, y su cumplimiento ineludible, es decir,
su obediencia. La fuerza, en efecto, no puede explicarse ni
concebirse como primer principio, es un derivado; ¿cuál
será pues su origen?
La fuerza antes del acto y en el acto se traduce por ten-
dencia, y la tendencia por voluntad.
Por analogía, también, nuestra fuerza emana de nuestra
voluntad, | Voluntad ! estupenda fuerza central, como la lla-
ma Novanticus. Toda ley supone voluntad, y toda voluntad
supone idea.
Es imposible, haciendo uso de la razón, tal como se ha
concedido al hombre, comprender las manifestaciones de
las fuerzas atómicas de otro modo, que como actos de vo-
luntad, cuyo objeto es la idea del efecto que se trata de
realizar.
Decir, por otra parte, que el átomo es un centro dinámi-
co de fuerza ó energía, es no contar con que la energía di-
námica sin extensión, es inconcebible.
32 FILOSOFÍA
( I ) Problemas de la vida y del espíritu.
El átomo por consiguiente, ni como material ni como di-
námico se concibe.
Ningún atributo de la realidad le pertenece; es ideal.
«Los átomos, dice el positivista Lewes(i), no son vistos
»por la inteligencia como reales, sino como postulados ló-
»gicos, símbolos que sirven para el cálculo.»
Si los átomos, últimos elementos de las moléculas mate-
riales, no son reales, ¿cómo la materia compuesta de áto-
mos ha de tener realidad?
Está visto. Como quiera que se considere la materia, se
resuelve en voluntad y en idea.
La ciencia se acerca cada vez más al ideal de unidad en
que van á concurrir todas las especulaciones y descubri-
mientos. El mismo Berthelot proclama la unidad de la ley
universal de los movimientos y de las fuerzas naturales.
Por todos lados, la ciencia moderna va á parar á esa uni-
dad de fuerza, á esa energía primera, como la llama Her-
bert Spencer, en la cual ya todo lo material se ha des-
vanecido. La materia no tiene nada que ver con esta últi-
ma concepción del Universo; es verdaderamente una maya
ó apariencia ilusoria que se evapora ó disipa ante la
ciencia.
Sólo aquellos que por falta de alcances no han compren-
dido bien las consecuencias de estas enseñanzas científicas,
pueden sostener todavía la existencia de la materia como
una realidad, y conservar el vulgar y antiguo prejuicio de
la masa.
Büchner, el recalcitrante materialista, abandonó el ato-
mismo tradicional creyendo librarse así mejor, de estas
consecuencias que acaban con el materialismo, admitiendo
en cambio, la divisibilidad infinita de la materia; pero no
se ha hecho cargo de que, en esta divisibilidad infinita de
un grano de arena, por ejemplo, la realidad del grano se
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 33
3
escapa y desaparece y se convierte en algo que sólo con lo
ideal puede tener comparación; y suponiendo, como supo-
nen Moleschott y Büchner, la coexistencia necesaria de la
materia y de la fuerza, si se hace abstracción ó se prescin-
de de la fuerza, ¿ qué propiedades quedan en representación
de la materia? Porque hasta la impenetrabilidad y el peso,
que parecen los más esenciales atributos de ella á los sen-
tidos, ha venido la ciencia á declararlos exclusivos y propios
de la fuerza.
Derivando la impenetrabilidad y el movimiento, de la
fuerza, la única propiedad sensible que puede concederse á
la materia, es la extensión; la materia pues, no sería más
que una cosa extensa dotada de fuerza. Pero, ¿cómo distin-
guir esa cosa extensa, del trozo de espacio al cual corres-
ponde y llena?
Figurémonos otra vez el grano de arena con extensión y
fuerza; no puede tener otra cosa, puesto que hemos visto
que la impenetrabilidad, que es lo que le hace palpable ó lo
que opone resistencia al tacto, es una fuerza, y que el mo-
vimiento, que es lo que le hace visible y coloreado por vi-
braciones luminosas, es otra fuerza. Este grano de polvo no
será pues, otra cosa, que una pequeña extensión en la cual
se reúnen y operan las fuerzas.
¿Qué es pues, lo que le hace tal grano de polvo? ¿La ma-
teria ? No; puesto que la extensión no es la materia. Luego
es la fuerza.
Si se creyese que la extensión puede ser materia ó que
la materia puede ser esencialmente extensa, confundiéndola
como Descartes, con el espacio, entonces en un espacio in-
finito y lleno, ya no caben movimiento ni forma. Es ir á
parar á lo absurdo.
Pero no se puede concebir la fuerza sin la materia, dicen
algunos. La fuerza debe tener un snbstratnm en que apo-
yarse y un objeto sobre el cual obrar, y es éste justamente
la materia.
34 FILOSOFÍA
Sólo es inconcebible, contestamos, lo contradictorio. El
concepto de fuerza no implica contradicción; luego la fuer-
za sola no es inconcebible.
Lo que sí envuelve contradicción es la fuerza asociada á
la materia, á un substratum innecesario que nada añade á
la fuerza sino un estorbo. Lo inconcebible es la materia,
porque no responde á ninguna idea ni está representada por
ninguna propiedad.
Se asegura que la fuerza necesita un objeto sobre el cual
operar; que de lo contrario no podría; y se quiere significar
por esa palabra substratum, una especie de sostén de la
fuerza. Es indudable que la fuerza necesita ese objeto sobre
el cual operar, pero no por eso ha de ser ese substratum
material. La fuerza de cada átomo supone otros átomos
que le sirven de objeto, y esto es todo lo que exige la hi-
pótesis. En cuestión de hipótesis, la más sencilla es la
mejor.
¿A qué inventar ese substratum, si las fuerzas atómicas
actuando unas sobre otras, reúnen todo lo necesario para
completar la noción científica de fuerza?
Además, la unión de la materia y de la fuerza se hace
imposible por otras varias razones. La fuerza ha de ir unida
al átomo, y el átomo es un punto matemático que no puede
ser material. La física explica bien, en efecto, que la mate-
ria no es la causa de la resistencia de los cuerpos y que
basta la fuerza para explicar el fenómeno; que la masa no
se confunde con la materia, sino por la grosería de nuestros
sentidos; y que la impenetrabilidad se debe á las fuerzas
repulsivas del éter. Si ese substratum que se considera ne-
cesario, fuese materia, quedaría tan incomprensible y sin
acción, como la materia misma; mas si lo fuese,-por supo-
sición, el átomo tendría un centro y partes alrededor. ¿En
cuál de estos puntos actuaría la fuerza? Aquél sobre el cual
actuase, se lo llevaría por delante. ¿Qué sería de los otros?
¡No sería pequeña la confusión! ¿O habría muchas fuerzas,
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 35
infinitas fuerzas, para un solo átomo? Entonces ¡qué com-
plicación! La hipótesis complicada, al lado de otra sencilla
que explica más y mejor, se desecha siempre.
No hay que cansarse; no se concibe la fuerza sino como
unida á un punto matemático, y este centro no puede ser
material. Así lo reconocen los más eminentes físicos y ma-
temáticos, Ampere, Cauchy, Weber, etc. Todos están de
acuerdo en que los átomos deben ser concebidos como ex-
traños á la extensión.
Luego, verdaderamente, la fuerza, y no la extensión, el
espíritu, y no la materia, es lo que constituye la esencia de
los cuerpos.
Todo lo que hasta ahora fué atribuido á efectos materia-
les, la ciencia lo atribuye á efectos de las fuerzas. Por ella
sabemos que las percepciones son producidas en los órga-
nos de los sentidos; las percepciones visuales por las vibra-
ciones del éter, las auditivas por las del aire, las del olfato
y del gusto por vibraciones químicas. Ella nos ha enseñado
á enmendar esa referencia que en nuestra ignorancia infan-
til hacíamos, de nuestras percepciones al exterior, suponien-
do la causa del choque únicamente en los objetos materia-
les. Ella nos ha convencido de que esas percepciones no
derivan de la materia precisamente, sino de un movimien-
to que, para explicarlo, es preciso referirlo á fuerzas, y que
estas fuerzas no son más que manifestaciones de las fuerzas
combinadas, propias de cada átomo. Ella nos ha demostrado
que el fundamento de todas las percepciones del tacto, lo
que se llama la impenetrabilidad de la materia ó la resisten-
. cia, no es más que el resultado de la fuerza repulsiva, inhe-
rente al éter; es decir, que lo rhás suave, fluídico, invisible,
es precisamente la causa de la brutalidad y aspereza de los
cuerpos. Ella nos ha hecho ver que la misma causa puede
producir sensaciones diferentes en un mismo órgano, y que
causas distintas pueden producir en él sensaciones idénticas;
que la electricidad en los ojos produce fenómenos lumino-
36 FILOSOFÍA
sos, en el oído sonidos, en la boca sabores, en los nervios
del tacto picazón; y que los narcóticos promueven fenóme-
nos internos de audición, visión, hormigueo; que recíproca-
mente, la sensación luminosa es producida en los ojos por
vibraciones del éter, por acciones mecánicas, por un choque
ó por un golpe, por la electricidad y por acciones quími-
cas. Ella es, en fin, la que nos obliga á decir, en lugar de
naturaleza material de un cuerpo, «la fuerza viva de un
cuerpo».
La materia, por consiguiente, está demás; es ya una
preocupación anticientífica. Hablar de ella siquiera, conce-
derle virtudes creatrices ú ordenadoras, será de ahora en ade-
lante, hacer confesión de crasísima ignorancia, dar pruebas
de no haber podido comprender las consecuencias que de
las modernas enseñanzas se desprenden. La materia es un
prejuicio instintivo de nuestra sensibilidad, una inducción
ilegítima y vulgar de nuestras sensaciones, un error de los
sentidos que es preciso acostumbrarse á desechar. Se olvi-
da uno, á lo mejor, de que no se percibe la materia direc-
tamente , sino por medio del choque, de la presión, de las
vibraciones, y que son estos movimientos, estas fuerzas, las
que producen en nosotros aquella apariencia que, sólo en
virtud de una hipótesis primitiva é infantil, pudo tener en-
trada por un momento en la ciencia. Felizmente, la física
se ha encargado de demostrar que, como tal hipótesis, es
innecesaria.
Todos los grandes sistemas filosóficos, como las grandes
síntesis científicas modernas, conducen á esta negación de
la materia ó de la realidad material, á esta supresión del
mundo objetivo.
La filosofía sankia, la filosofía griega, la Cabala filosófi-
ca, la filosofía alemana, lo mismo que el positivismo moder-
no, aunque parezca extraño, coinciden en este punto: Que
en la naturaleza no hay materia propiamente dicha, y que
todo lo que es, es espíritu.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 37
En Grecia, el ideísmo comienza con Protágoras: es el
primero que parte del sujeto, del ser espiritual, en su in-
vestigación. Su lema: «El hombre es la medida de todas
»las cosas; expresa perfectamente ya, «que las ideas depen-
»den de nuestras sensaciones y que solo éstas podemos co-
»nocer.»
»Es en la opinión donde lo dulce existe, en la opinión lo
»amargo, en la opinión el calor, el frío, había dicho Demó-
»crito, maestro de Protágoras».
Pirron y los escépticos confiesan que ven y entienden,
pero ignoran cómo ven y cómo entienden; de que una cosa
les parezca blanca, por ejemplo, no deducen que realmente
lo sea.
Xenófanes rechaza, niega todo conocimiento positivo,
separando los principios á priori del conocimiento, de la
observación empírica.
Meliso desprecia el testimonio de los sentidos como ilu-
sorio. Platón cree que las sensaciones son relativas al indi-
viduo. El objeto, según él, puede ser y no ser. Por eso no
cree en la ciencia.
La Cabala filosófica sienta estos principios: i.° De nada,
nada se hace. 2.° No hay sustancia pues, que haya sido sa-
cada de la nada. 3.0
La materia por consiguiente, no ha
podido salir de la nada. 4.0 La materia, á causa de su natu-
raleza tan vil, no debe su origen á sí misma. 5.0 De ahí se
sigue, que en la naturaleza no hay materia propiamente di-
cha. 6.0 De ahí se sigue, que todo lo que es, es espíritu.
Después, en la renovación filosófica, Descartes empieza
á poner en duda la realidad de los objetos exteriores, y
Berkeley tiene por ilusoria la materia, afirmando, «que los
«fenómenos de sensación son signos convencionales, pala-
»bras de idiomas que nos habla Dios, el cual es la única
»causa eficiente».
Es el punto mismo á donde llegó Malebranche partiendo
del pensamiento, y de donde Hume dedujo su escepticismo.
38 FILOSOFÍA
Kant viene después á decir al mundo, que sólo la razón
es cierta y que todo lo demás es dudoso.
Fichte asegura que la existencia del mundo depende en
un todo del espíritu, y que la razón crea lo que concibe.
Scheling reconoce que el mundo es idéntico á la inteligen-
cia y que todo está conforme con el pensamiento.
Hegel, en fin, proclama resumiendo todo, que la Idea es
el ser.
Si examinamos ahora la filosofía ó síntesis científica mo-
derna , vemos á Stuart Mili dominado por este ideísmo em-
pírico y subjetivo, haciendo entrar todas las ciencias en la
Psicología inductiva; y á Herbert Spencer confesando, que
la realidad no tiene más piedra de toque que la persisten-
cia en la conciencia. Verdad ideista pura.
Así, por confesión de los maestros respetados por todas
las escuelas científicas, la materia no entra para nada en la
prueba de la realidad del mundo.
El Positivismo, á pesar de este título que le da un vis-
lumbre de materialista, lleva en sus entrañas un gran fondo
de ideísmo filosófico que no todos pueden apreciar, y que
acabará por dar lógicamente sus frutos.
He aquí, pues, el pensamiento humano llegando por tan
distintos caminos á la misma conclusión: la única realidad
que nos es dado afirmar es la del espíritu; la de la materia
es ilusoria y sin prueba.
La ciencia no puede concebirse pues, de otro modo, que
como una Psicología inmensa; pero en esta concepción ver-
daderamente científica, en la que toda realidad material des-
aparece, la ciencia pierde en parte, ese carácter de positi-
vidad que la distingue; la metafísica y la teología adquieren
una legitimidad tan grande, por lo menos, como la suya,
y la razón libre de las trabas que un método engañoso la
imponía, puede ya elevarse en alas de la inducción y de la
hipótesis á las más altas regiones de la idea.
C A P Í T U L O III
LA REALIDAD Y LA RAZÓN
La ciencia, como la religión y la filosofía, tiene por fin la
verdad.
La verdad es la conformidad de la realidad con el cono-
cimiento. No hay, por tanto, verdadera ciencia, si no existe
una realidad indiscutible. Si la realidad no tiene este carác-
ter, la verdad de la ciencia no es verdad. En este caso, la
ciencia perdería su autoridad, y no tendría derecho á inter-
venir en los altos debates filosóficos de la razón ó del espí-
ritu humano.
Dar crédito á la ciencia en tal supuesto, sería tan imprur
dente como hacer caso de un análisis químico, ejecutado
por un sonámbulo sobre productos aparentes de una su-
gestión hipnótica.
A juzgar de la realidad por las pretensiones de ciertas
escuelas que, bajo el pretexto de una segura realidad mate-
rial, prohiben en absoluto toda metafísica, niegan toda re-
ligión y reforman á su gusto la moral, podría creerse que la
realidad material era una cosa indudable y exenta de toda
contradicción, y que la ciencia descansa sóbrelos más sóli-
dos cimientos; mas es al contrario enteramente, como he-
mos visto, y toda la lucha filosófica del mundo estriba en
40 FILOSOFÍA
esta enorme duda: ¿ es el mundo una realidad ó es una
maya?
La sensación en el ¡deísmo no es más que un estado, un
modo accidental de la existencia, que puede ser causado por
una sugestión universal y sistematizada; y mientras no se
pruebe que sea otra cosa, y no se sepa de qué modo la
razón del hombre puede conocer la realidad mecánica y
material del mundo, la ciencia no tiene más positividad que
otra creencia racional cualquiera.
De todos modos, la realidad lo mismo-se concibe sien-
do ideal que siendo material el mundo.
La cuestión ahora es esta: ¿El movimiento dialéctico del
espíritu subjetivo reproduce la dialéctica del espíritu uni-
versal?
Si la reproduce, la razón es suprema, es único juez, fun-
dándose en la experiencia, por supuesto, aunque los hechos
fuesen el producto de una sugestión universal. Y no se con-
cibe que no la reproduzca; es absolutamente imposible que
sean diferentes las dos dialécticas, y que en el Universo haya
una desarmonía tan grande. Debe haber analogía entre ellas,
debe haber identidad.
Es por una razón de analogía solamente, por lo * que
tanto Hegel como Herbert Spencer afirman la identidad
de las leyes del universo.
La metafísica y la filosofía científica están en esto de
acuerdo.
El error del escepticismo consiste en dudar ó en negar
esta identidad.
Todo el escepticismo de la crítica no se funda más que en
dos grandes dificultades: una, la dificultad de concebir la cau-
sa primera; otra: la dificultad de enlazar la sensación como
modificación interior que es ciertamente, con la realidad.
Fichte, en su obra El Destino del hombre, nos ha dado,
de la primera, la fórmula más exacta en el diálogo del Es-
píritu y del Yo:
D E LO MARAVILLOSO POSITIVO 41
El Espíritu.
«Acaso, después de haber observado el mundo exterior,
»donde las cosas tienen siempre fuera de sí, la causa que
»las crea y modifica, has concluido que esta ley erauniver--
»sal, lo cual te habrá llevado á aplicártela á tí mismo y á
»tus propias modificaciones.»
Yo.
«Es tratarme como niño hacerme semejante razonamien-
»to. ¿No te he dicho que es por medio del principio de cau-
»salidad, por el que paso del yo, á las cosas exteriores?
«¿Cómo, pues, había de encontrar este principio entre las
«mismas cosas?»
«La tierra es soportada por el gran elefante; pero el gran
»elefante ¿lo será por la tierra?»
Este gran elefante es la causa primera. ¿ Cómo concebir
que llevando la tierra á cuestas, tenga él sostén para sus
pies? La causa primera ¿de dónde sale? ¿Qué origen, qué
fundamento tiene?
Es pretencioso empeño de los hombres creer, que lo que
abarcan con su inteligencia y con su vista es toda la posi-
bilidad existente, y que no hay más. Decimos: ¡el orden uni-
versal ! y creemos comprender el todo. Pero, ¿ no habrá más
orden universal que este que vemos? La causa primera que
buscamos no puede ser más que la causa de este universo
que conocemos. Si hubiera otros de diferentes órdenes, se-
rían tantos los datos que nos faltasen, que el hallazgo de la
primera causa de todos ellos sería imposible, aun existien-
do esa primera causa, pues no sabemos si la serie de las
causas y de los efectos formará el orden de esos otros uni-
versos, como el de éste. La causa primera de este universo
en que estamos, puede tener su raíz y origen desconocido
en otro universo tan distinto, que todo cálculo nuestro para
conocerlo sea una suposición absurda.
Pero en ese universo ó superior orden universal, diréis, ó
en el tercero y cuarto, ó en fin, en alguno, habrá causa
42 F I L O S O F Í A
primera ó no la habrá, y la cuestión siempre será la misma.
Sí, es verdad; pero en tantos universos desconocidos de
diferentes órdenes, ¿no ha de haber solución para el miste-
rio de la causa primera?
Una cosa es lo incomprensible y otra cosa es lo inconce-
bible. La causa primera es incomprensible, como un pro-
blema cuando faltan datos; ¿quién puede asegurar que es-
tos, datos que aquí no encuentra nuestra inteligencia, no se
hallan en alguno de esos otros universos?
Lo inconcebible es que la serie de causas no termine
nunca, porque esto envuelve una contradicción que ningún
dato puede venir á deshacer, y es, que esta serie es ordena-
da, y no se ve que ninguna de las causas conocidas sea la
ordenadora; si ésta no existiese, habría que suponer el or-
den de la serie, la serie misma, al azar, lo cual es contra-
dictorio. ¿Hay algo, en efecto, que envuelva más contradic-'
ción que el orden y el azar?
En esto, como en otras muchas cosas, es preciso volver
á Aristóteles. En la serie de causas, como él dice, hay una
causa primera, y en la serie de los cambios, un cambio
final. Si no existiese la causa primera, la ciencia marcharía
de causa en causa, sin encontrar nunca el punto de partida,
y entonces no sería ciencia. No hay más que esta disyun-
tiva para elegir: ó negar el orden, y admitir el azar, en cuyo
caso no hay ciencia, porque la ciencia del azar, ¿qué cien-
cia sería?, ó reconocer la existencia de una causa pri-
mera.
Respecto á la segunda dificultad, es cierto que aunque
la sensación sea puramente una modificación interior, nos-
otros la referimos al exterior; pero, la sensación, nos cons-
ta bien, no es el cuerpo que la produce, ni somos nosotros
mismos. ¿Qué es, pues? Si consideramos su naturaleza, ve-
mos que es un acto pasivo de nuestro sentimiento, y que
nosotros mismos somos un sentimiento susceptible de mo-
dificaciones. El hecho de la sensación nos prueba bien que
D E LO MARAVILLOSO POSITIVO 43
no viene ni puede venir sola. ¿De dónde sale, pues? ¿Del
objeto material exterior?
Ya hemos visto que nosotros no podemos afirmar nada
material, y la sensación, por su parte, nos convence de que
sólo es, cuando más, un movimiento, un signo que se deja
sentir. Aristóteles ha demostrado que el movimiento es un
hecho que se afirma pero que no se demuestra: que es el
paso del contrario al contrario. El ser, pasando de un esta-
do á otro, se convierte en lo que no era; antes podía llegar
á ser otra cosa; estaba en potencia; después, llega á ser po-
tencia en acto. El movimiento y el paso de' la potencia al
acto, es la realización del poder. La materia tampoco es
para Aristóteles, más que una potencia, y como toda po-
tencia, no existe sino en el momento del acto. Si el movi-
miento en la sensación, como en todo, es la realización del
poder, y la materia del cuerpo ó del objeto que se nos
figura origen de la sensación, no es más que potencia en
acto, nuestras sensaciones no son ni pueden ser otra cosa
que signos de un algo potencial. Este algo potencial que
nos habla y educa por medio de estos signos, desarrollando
nuestra inteligencia, nuestro carácter y nuestra voluntad,
debe ser también inteligente, porque no nos comunica des-
atinos ó signos en desorden; y siendo un poder inteligente,
es real.
Hay, pues, una realidad ideal extraída lógicamente de la
sensación.
La identidad de las dos dialécticas, la universal ó ideal
y la subjetiva, probada está en el mero hecho de ser la
subjetiva hija de la ideal; y el lazo de unión de la sensación
y de la realidad ideal se ve perfectamente.
Berkeley, diciendo que las sensaciones son palabras del
idioma en que nos habla Dios, no está tan lejos como se
supone, de Aristóteles.
El error de Fichte consiste pues, en haber supuesto el
origen de la sensación en el sujeto mismo. Fué conducido
44 FILOSOFÍA
á él, como no podía menos, por su negación de la causali-
dad. Una vez suprimida la materia en su filosofía, creyó
que no podía haber nada fuera del sujeto, y así hizo de éste
el centro del Universo y todo el Universo, el yo, percibién-
dose á sí mismo y al no yo, en un solo acto.
«El axioma de que todo efecto tiene una causa, había
»dicho Hume, no puede deducirse de la experiencia, por-
»que ésta sólo nos muestra hechos individuales y aislados
»y no la conexión del efecto con la causa ni mucho menos
»su necesidad. Suprimida la idea de causa fallan todos nues-
tros juicios, pues no podemos explicar los fenómenos, sino
»aplicando á ellos esta noción ».
En la filosofía moderna no hay nadie que haya ejercido
mayor influjo que Hume, sobre la posteridad. Kant procede
de Hume; «la Crítica de la razón pura» arranca del «Tra-
tado de la Naturaleza humana», y el positivismo, sin darse
cuenta de ello, procede de Hume.
¡Cosa extraña! Hume, que niega resueltamente la posibi-
lidad de todo conocimiento científico, es el fundador del
criticismo científico.
La ciencia tiene por maestro al que la niega. Sí; porque
la verdad de la ciencia estriba en que la causalidad exterior
corresponda á la interior ó subjetiva, y esa negación de la
identidad de las dos dialécticas, y esa desconfianza de la
conexión racional del efecto con la causa, después de haber
arruinado la metafísica, dejó en el método científico una
levadura de incredulidad y escepticismo, y desautorizó de
tal modo á la razón, que la ciencia apenas se atreve hoy
á confesar una causa primera ni á fiarse para nada de la
inducción, en cuanto ésta se separa de la causa eficiente,
ni admite más hipótesis racionales que las que descansan
inmediatamente en los hechos. De este modo se ha visto
conducida, sino á negar, á prescindir de Dios enteramente,
como causa del mundo; del espíritu, como causa de nues-
tras acciones; y toda moral, toda religión, tpdo derecho,
D E L O M A R A V I L L O S O P O S I T I V O 45
toda libertad, se borran y desaparecen de su esfera de in-
vestigación, si ha de haber lógica, porque todo esto, en la
razón solamente, en la inducción, que es una de sus for-
mas, volando atrevidamente de causa en causa, tiene su
asiento y prueba. Sólo quedan á la ciencia en su campo de
estudio, reducido y estrechado por su método escéptico, las
sensaciones, es decir, lo que nunca podrá explicar ni com-
prender, porque en ellas están el secreto y el misterio del
espíritu. Sólo la razón puede aclararlo todo, pero la razón
íntegra, sin cortapisas, tal como la naturaleza la concedió
á los hombres. Por eso, Kant no se atrevió á conocer nada,
sin estudiar antes la razón.
Pero ¿cómo se ha de criticar la razón con ella misma?
Si engaña antes de ser criticada y conocida, también en-
gañará en el estudio que de ella se haga antes de cono-
cerla.
Kant se olvidó de lo que decían los escépticos griegos:
«O el criterio está ya juzgado ó no; si no lo está, ningún
«crédito se le debe, y si lo está, una misma cosa será la
»que juzgue y la juzgada.»
Así, la razón para él, es como un molde que imprime
necesariamente su forma á todo lo que recibe, ó como un
espejo que metamorfoseando los objetos, les hace tomar
cierta apariencia. Así supuesta, la deducción es lógica:
nuestros conocimientos no pudiendo salir fuera de nosotros
mismos, en vez de ser expresión de la realidad, no son
más que el resultado de las formas del entendimiento. Se-
gún esto, la realidad no existe y nadie puede pretender
nunca conocerla. Sólo los fenómenos quedan á nuestro al-
cance y éstos dependen aún del espejo que los refleja.
Nadie mejor que Fichte sacó las consecuencias: «Si nues-
tros conocimientos no son expresión de la realidad, sino
resultado de las formas del entendimiento, es porque la sen-
sación no es más que una modificación del ser que siente,
es porque no hay derecho á concluir que existe nada fuera
46 FILOSOFÍA
de nosotros. Si se supone que algo exterior existe, es en
nombre del principio de causalidad, en virtud del cual nos
creemos autorizados á afirmar que todo lo que existe ha
sido creado, ó que no es posible qué haya efecto sin causa;
pero este principio no se encuentra en la sensación, ni exis-
te en el mundo exterior; existe sólo en nuestra inteligen-
cia; es puramente subjetivo; luego el mundo exterior no
existe sino como inducción de este principio, y no tiene,
por consiguiente, más que una realidad subjetiva».
Augusto Comte acogió con fruición este escepticismo filo-
sófico y lo aplicó á la ciencia, ignorando completamente
sus consecuencias.
La causalidad y la analogía no le parecieron, dice, «ba-
»ses suficientes para establecer una teoría digna de la ma-
»durez de la inteligencia humana».
En este estravagante modo de considerar la inteligencia,
creyendo propio de su madurez la pérdida de las dos gran-
des funciones de la razón, fundó su sistema.
Desde esta criminal amputación de dos de los principa-
les órganos cerebrales, la escuela ya no vio más que causas
inmediatas que, no se sabe por qué no las suprimió tam-
bién, en buena lógica.
Una vez prohibida la inducción analógica más allá de
las causas inmediatas, la existencia de Dios quedó sin prue-
bas , la moral en el aire, sin fundamento alguno, la metafí-
sica sirviendo de ludibrio, y la ciencia reducida á hechos y
más hechos, sin conseguir con sus síntesis otra filosofía que
simples generalizaciones sin objeto apenas, y que dejan á
oscuras y sin explicación verdadera los más interesantes
problemas y las más trascendentales cuestiones, que el es-
píritu humano aspirará siempre á conocer.
No se concibe que filósofos y hombres de ciencia hayan
querido herir de muerte toda investigación trascendental.
Es esto tan absurdo como si los pájaros se cortasen ellos
mismos sus propias alas.
D E LO MARAVILLOSO POSITIVO 47
Es probable que Kant, temiendo las invasiones de la teo-
logía ortodoxa en la ciencia, y el peligro que por otra par-
te pudiera resultar á la moral como consecuencia del ma-
terialismo, quisiera desacreditar de aquel modo esos dos
extremos; mas no se hizo cargo de que, quebrantando la
autoridad de la razón y destruyendo la confianza en ella,
hacía imposibles también toda ciencia y toda metafísica.
Por fortuna, cada escuela lo entendió como mejor le con-
vino, y semejantes á esas personas egoístas que ponderan
lo malas que son algunas cosas buenas, para que los demás
no las quieran y apropiárselas, la ciencia y la teología no
cesaron desde aquel momento de clamar contra la razón; la
teología anatematizándola por entero, y la ciencia, en la
parte más esencial, cortando los vuelos al raciocinio induc-
tivo y analógico, condenando así la metafísica mientras
ellas usaban ampliamente de las formas de la razón que más
utilidad les reportaban.
Salió perdiendo en último resultado, como no podía me-
nos, la metafísica, que era precisamente lo que Kant esta-
ba más interesado en salvar.
Comte y su escuela se dejaron engañar por esa Crítica de
la razón pura, que fué el suicidio, el golpe de gracia de la
metafísica y el material envilecimiento de la ciencia.
Importa, pues, devolver á la razón esas funciones; sin
ellas nada puede esperarse de la ciencia ni de la filosofía.
Donde la ciencia no llega, llega la inducción, no acaso
con la evidencia de los hechos, pero al menos con el con-
vencimiento de las relaciones lógicas.
¿Debe despreciarse esto? ¿Por qué se ha de quitar al
hombre el sagrado derecho de discurrir? ¿Por qué se han
de encerrar sus nobles aspiraciones al saber en el reducido
círculo de un método?
Si la razón se ha desenvuelto en el seno de la dialéctica
divina haciendo su evolución en las especies, ¿por qué no
la habrá de reflejar y no le habrá de ser posible conocerla?
48 FILOSOFÍA
Respetemos, pues, todos la razón, y trabajemos por
desembarazar de trabas el pensamiento; no le encerremos
en estrechos moldes, en métodos insuficientes; tratemos de
elevarle en alas de la inducción, fundada en hechos, á las
primeras causas, que es donde únicamente residen las gran-
des leyes, y de este modo, la ciencia se hará más religio-
sa, y la religión un poco más científica, que es lo que el
mundo busca y lo que encontrará.
C A P Í T U L O I V
EL INSTINTO
Los fenómenos propios del instinto son de lo más admi-
rable que la naturaleza ofrece á un espíritu reflexivo. Ni
como fenómenos psíquicos se comprenden, ni como he-
chos de mecanismo orgánico se conciben; ni se prestan
á natural explicación científica, ni reducirse pueden á ma-
nifestación de la inteligencia animal. ¿Proceden de la mis-
ma facultad que los fenómenos psíquicos, ó tienen su raíz
' y principio en otra facultad desconocida del espíritu?
Esto último se creía antiguamente, pero la escuela trans-
formista, que no quiere ver nada fuera de lo natural cono-
cido, tiene empeño ahora en reducir los fenómenos del ins-
tinto á los de inteligencia, considerando el instinto única-
mente como un conjunto de hábitos acumulados y fijados
por la herencia.
¿Es esto cierto? ¿Se desarrolla el instinto por evolución,
como la inteligencia?
Es lo que vamos á ver.
La obra en que mejor se resumen las ideas y tendencias
de la escuela acerca del instinto, es la de Romanes, aun-
que se separe de ella en ciertas apreciaciones.
4
50 FILOSOFÍA
(i) L Uvolution mental chez les animaux.
Romanes (i) coloca el instinto entre el reflejo, cuyo ex-
citante es una sensación, y el acto, cuyo antecedente men-
tal es una representación puramente relacional; es decir,
entre el reflejo y el acto racional y voluntario.
Romanes explica el instinto por dos principios: por la
selección mecánica los instintos primarios, y por la inteli-
gencia los secundarios.
Así, al ver un acto inteligente en un animal, está proba-
da para Romanes la existencia de la inteligencia en él.
El animal se propone fines y encuentra medios para rea-
lizarlos; luego es inteligente.
La conclusión parece lógica y lo es en ciertos casos: en
todos aquellos en que no entra el instinto para nada, y en
que el animal ejecuta actos que no traspasan la medida de
su inteligencia. Pero la coordinación de los medios con los
fines, lo mismo en el hombre que en los animales, no es
cosa propia de la inteligencia, sino del instinto, y el error
de Romanes y de los que quieren reducir el instinto á inte-
ligencia animal, procede de esta equivocación.
Las leyes de la inteligencia no tienen nada que ver, por
ejemplo, con la relación de conveniencia entre una necesi-
dad y su satisfacción: comer cuando hay hambre, beber
cuando hay sed, abrigarse cuando hace frío, es obra del'
instinto, no de la inteligencia. La inteligencia no hubiera
podido nunca atinar con cosas que nos parecen tan senci-
llas, porque ninguna relación de identidad ni semejanza
existe entre el hambre y la carne, entre la sed y el agua,
entre el frío y* la ropa. Sólo por una revelación del instinto
apropiamos estos medios á aquellos fines.
Se ha creído hasta ahora que la inteligencia era de un
orden superior al instinto, y se empieza á notar que es lo
contrarío.
Se observa, en efecto, en una porción de hechos, que el
D E LO MARAVILLOSO POSITIVO 51
instinto es profético, adivino, infalible, superior á la inteli-
gencia humana en grado inconmensurable.
Nosotros no tenemos necesidad para convencer de esto
mismo á nuestros lectores, sino exponer aquí algunos de
esos hechos. No hay piedra de toque, como ha dicho Sche-
lling, más infalible para discernir la verdadera filosofía.
Si se demuestra que el instinto no resulta, como preten-
de la escuela transformista, de una acumulación de hábitos
transmitidos por la herencia, quedará probado al mismo
tiempo, que es una facultad maravillosa anterior á toda ex-
periencia, y superior á toda inteligencia conocida.
No hay animal, á no ser que la educación haya apagado
el instinto en él, que coma plantas venenosas. El mono,
aunque haya vivido largo tiempo entre los hombres, recha-
za con gritos cualquier fruto cargado con el veneno más
desconocido. Todos los animales saben escoger aquellos
alimentos que más convienen á su aparato digestivo y á su
naturaleza, sin necesidad de aprendizaje ni de pruebas. Co-
nocen también los remedios que reclaman sus enfermeda-
des ; así, el perro busca la grama canina para expulsar con
ella sus lombrices, y las gallinas y palomas picotean las pa-
redes cuando sus alimentos no les proporcionan bastante
cal para formar el casco de sus huevos. Carece en absoluto
de discernimiento quien atribuya estos actos al hábito fija-
do por la herencia. ¿De qué hábito pudo sacar el primer
mono ó sus antepasados el conocimiento de todos los ve-
nenos , ó las primeras aves el de la necesidad de cal para
sus huevos, ó los antecesores de las especies todas el de
los alimentos convenientes?
La imposibilidad de concebir el instinto como un simple
hábito heredado se ve más manifiesta, si cabe, en este
caso: los pastores de bueyes y carneros conocen bien la
mosca del rebaño, que no produce daño ni dolor á los ani-
males con su picadura, pero que les hace correr furiosos y
espantados. La causa de este miedo no puede ser ni com-
52 FILOSOFÍA
prendida por la inteligencia del animal, ni reducida tam-
poco á herencia de hábito. La mosca, en efecto, no tiene
aguijón ni les lastima; pero poniendo sus huevecillos en la
piel, las larvas, saliendo al cabo de cierto tiempo, se intro-
ducen en la carne, produciéndoles dolorosos abcesos. ¿ Có-
mo sabe el animal los tormentos que le prepara aquella mi-
serable mosca para el porvenir? ¿Cómo explicar el hábito
en este caso? Sería preciso suponer un primer animal que
atribuyese la causa de sus llagas á los huevecillos de la
mosca. ¿Creerán de veras los transformistas en esta eleva-
dísima inteligencia del primer toro?
Una intuición adivinadora, que no puede confundirse con
la inteligencia del animal, se revela también en la previsión
de los cambios de temperatura; los pájaros viajeros parten
para los países cálidos en una época en que el frío y la fal-
ta de alimento no les molestan aún, pero cuya proximidad
prevén. Cuando el invierno va á ser precoz, parten más
temprano que de costumbre; y si promete ser dulce, algu-
nas especies se quedan.
Centenares de leguas no son obstáculo para que las go-
londrinas y las cigüeñas vuelvan á encontrar su patria. Pe-
rros y pichones, encerrados en sacos y transportados á si-
tios lejanos y desconocidos, toman sin vacilar el rumbo que
les lleva á su antiguo alojamiento. Hay muchas historias
como la del perro Moffino, que separado de su amo, sol-
dado milanés, en el paso del Berecina cuando la campaña
de 1812 en Rusia, pudo reunirse con él después de un
año de fatigas y aventuras, en Milán.
Se dice que les guía el instinto; bien, pero un instinto
con intuición adivinadora. El olfato no puede ser, porque
después de cierto tiempo, todo rastro se disipa, y además,
muchas especies de aves carecen de ventanas de nariz, y
en todas, los nervios olfatorios son proporcionalmente mu-
cho menores que en los cuadrúpedos. ¿Cómo se explica,
pues, que un pichón-correo, transportado de Bruselas á To-
D E LO MARAVILLOSO POSITIVO " 53
losa en una cesta tapada, haya" sabido volver á su punto de
partida?
Sería gran desatino suponer que pueda calcular un ani-
mal el tiempo que hará al cabo de un mes, ó la inundación
que tendrá lugar dentro de un año, y sin embargo, el cas-
tor da á su choza mayor altura en los años de inundación;
la ardilla, antes que venga el frío, reúne sus provisiones y
cierra por completo su morada; el escarabajo se retira á
invernar en los días más calientes del otoño; la cigüeña
parte para el Sur cuatro semanas antes de sentirse el frió,
y el ciervo viste un ropaje más espeso en vísperas de un in-
vierno riguroso.
Por más que se haya dicho contra las causas finales, ¿no
se ve en estos casos una tierna previsión de la naturaleza?
Es cierto que el pájaro puede tener la sensación presente
del estado de la atmósfera; pero ¿cómo el estado de la tem-
peratura actual puede despertar en él la idea de la tempe-
ratura próxima? Esto está muy por encima de su inteligen-
cia. El hombre con ser hombre no ha llegado á predecir
todavía, con la ayuda de la meteorología, más que para
algunas semanas el curso de la tempestad. Luego, la previ-
sión del tiempo en el animal es obra de una sabiduría que
reside en él, sin ser la suya, y que no puede ser otra cosa
que Ija. intuición clarovidente de la naturaleza.
En esta confusión del instinto y de la inteligencia, suele
achacarse á ésta lo que pertenece á aquél, y viceversa,
pero una más exacta observación deslindará sus respectivos
campos. En esos dos extremos del tamaño: la hormiga y
el elefante, por ejemplo, en cuyos organismos parece alber-
garse la mayor suma de inteligencia animal, si se exceptúa
la humana, obsérvanse obras y actos que sería un error atri-
buir al instinto, pudiendo ser explicados por la inteligencia;
y es ésta, creemos, una regla infalible para distinguir el
uno, de la otra: Todo lo inconcebible y que traspasa los lí-
mites de la inteligencia animal, sin excepción, es obra del
54 FILOSOFÍA
instinto, es decir, de una inspiración superior, y todo lo que
es propio de aquella inteligencia, es inteligencia.
Ciertas obras de los seres inferiores de la escala zoológi-
ca proporcionan tales pruebas de la intervención de aquella
superior sabiduría, que todo cuanto se haga por reducirlas
á inteligencia animal será en vano;
Si se repara en ciertas especies de poliperos, por ejem-
plo, se apreciará la regularidad y simetría de sus formas.
Hay algunos tipos de lepralias, que pudieran tomarse por
modelo de los más bellos y simétricos adornos: tal es la
corrección de su dibujo y el paralelismo y proporción de
todas sus partes. Pues bien: estas lepralias están formadas
por multitud de celdillas que sirven de habitación á una co-
munidad de pequeños moluscos que parecen zoófitos; cada
animalillo de éstos ha elaborado su celdilla sobre una con-
cha vacía ó sobre un alga y no se ha preocupado más que
de la suya. Tanto sabe él, lo que pasa en el extremo de su
alga, como nosotros en el Polo Norte, y sin embargo, su
trabajo no puede menos de obedecer á plan preconcebido,
porque guarda relación con el del animalillo que está en el
otro extremo. Ninguno de los dos, ninguno de ellos, echará
á perder el delicado contorno del polipero, separándose una
línea tan siquiera.
Esta acción general de muchos individuos, dirigiéndose
á un fin común del cual no tienen conciencia, se observa
también con admiración en las abejas y en el hombre mis-
mo. La formación de los idiomas en que tanta sabiduría se
revela y las grandes revoluciones sociales y políticas en que
tantas voluntades coinciden sin darse cuenta de lo que van
á hacer, son también obra de una intuición previsora que
de ningún modo puede ser propia de los individuos.
Fíjese ahora la atención en otros hechos que vamos á
presentar, porque ellos nos pondrán en camino de apreciar
por inducción la verdadera causa de la facultad adivinadora
en el hombre, después de enseñarnos cuan superior es el
Filosofía de lo positivo
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  • 4.
  • 5.
  • 6.
  • 7.
  • 8.
  • 9. F I L O S O F Í A D E LO MARAVILLOSO POSITIVO
  • 10. O B R A D E L A U T O R Los N O M B R E S D E LOS D I O S E S (estudios filológicos), u n v o - lumen en 4.0 , 7,50 pesetas. MADRID, 1889.—ESTABLECIMIENTO TIPOGRÀFICO DE RICARDO FÉ Calle del Olmo, número 4.
  • 11. F I L O S O F Í A DE LO MARAVILLOSO POSITIVO POR. ESTANISLAO SÁNCHEZ CALVO «O Solón! Solon! Graci emper putrì estist. PLATON en Timeo. MADRID LIBRERIA DE FERNANDO FÉ Carr. San Jerónimo, 2 S E V I L L A LIBRERÌA DE HIJ03 DE FÉ Sierpes, nú'm. zoo 1889
  • 12. E S P R O P I E D A D Q U E P A HECHO E L D E P Ó S I T O Q U E P R E V I E N E LA L E V
  • 14.
  • 15. Í N D I C E Páginas. P R Ó L O G O X [ I N T R O D U C C I Ó N . . . . . . i P R I M E R A P A R T E l o maravilloso en la Ciencia, en la Filosofía y en la Religión. C A P Í T U L O P R I M E R O L o inexplicable y lo desconocido 11 C A P Í T U L O S E G U N D O L a materia y la fuerza. 2 5 C A P Í T U L O T E R C E R O L a realidad y la razón 39 C A P Í T U L O C U A R T O E l instinto 49 C A P Í T U L O Q U I N T O L o inconsciente 6 1 C A P Í T U L O S E X T O L o sobrenatural. ¡ 7 1 C A P Í T U L O S É P T I M O El milagro 8 7 S E G U N D A P A R T E t o maravilloso en los estados anormales del organismo humano. C A P Í T U L O P R I M E R O L o maravilloso en la alucinación 1 0 5 C A P Í T U L O S E G U N D O L o maravilloso en la hipnosis y en la sugestión. . . . . . . 1 2 1
  • 16. VIII ÍNDICE C A P Í T U L O T E R C E R O Páginas. Los inconscientes íntimos 1 4 3 C A P Í T U L O C U A R T O L o maravilloso en la trasmisión del pensamiento 1 6 1 C A P Í T U L O Q U I N T O L a trasmisión del pensamiento.. . 1 7 1 C A P Í T U L O S E X T O L o maravilloso en la adivinación 1 8 1 C A P Í T U L O S É P T I M O L a adivinación y el libre arbitrio 2 1 3 C A r Í T U L O O C T A V O L o maravilloso en el presentimiento 2 3 5 C A P Í T U L O N O V E N O Apariciones 2 4 7 C A P Í T U L O D É C I M O Las apariciones de los vivos 2 6 3 T E R C E R A P A R T E Conclusiones. C A P Í T U L O P R I M E R O L a ley de lo maravilloso , 2 7 5 C A P Í T U L O S E G U N D O L a sugestión universal 2 8 9 C A P Í T U L O T E R C E R O L a líltima hipótesis 2 9 7
  • 17. E R R A T A S DEL TEXTO L É A S E el es 1 7 había habría 8 1 Scot Scott 1 0 7 Boerhave Boerhaave 1 1 0 alliquid aliquid I [ 0 est es 1 3 2 del Fedro de la Fedra 1 7 0 meliorce meliora 2 2 0 inmiscuéndose inmiscuyéndose 2 3 1 E R R A T A S DE L A S NOTAS mental Stüdes dificulties Psicologie de deux monde Exquisse de Maravilleux doctor Raport morvorum particulaires Procedings mentale studies difficulties Psychologie des deux mondes Esquisse du Merveilleux docteur Rapport morborum particuliers Proceedings
  • 18.
  • 19. PRÓLOGO Se ha dicho, y es creído por muchos, que la historia misma de lo maravilloso demuestra que no hay maravilloso. Esta es una de tantas afir- maciones sin pruebas, como pululan en libros y periódicos. Si por maravilloso se entiende sólo lo sobrenatural, no es extraño que se dude ó se nie- gue su existencia; pero el carácter esencial de lo maravilloso no es precisamente lo sobrenatural, sino lo misterioso admirable, realizado fuera de las leyes conocidas de la naturaleza. L o sobrenatural no es así más que una sos- pecha, una inducción, si se quiere, en lo maravi- lloso, cuando las circunstancias del hecho extraor- dinario y desconocido parecen revelar la interven- ción de un poder superior inteligente. Comprendido de esta manera lo maravilloso, y no creemos que deba entenderse de otro modo, su posibilidad es innegable, y la historia, como
  • 20. XII P R Ó L O G O las religiones y la ciencia misma, demuestra su existencia. Siendo posibles pues, los hechos maravillosos, claro es que, si están bien comprobados, han de ser tan positivos necesariamente como cualquier otro fenómeno de la naturaleza conocida. Por eso titulamos esta obra FILOSOFÍA DE LO MARAVILLO- SO POSITIVO, y porque nos propusimos además pasar en silencio millares de hechos que, ó no son maravillosos siendo legendarios y supuestos, ó no tienen pruebas y testimonios serios en su abono. Perplejos y vacilantes estuvimos antes de em- plear en el título esa palabra de Filosofía. Pare- cíanos una falta de consideración y de respeto ponerla al frente de este pobre trabajo nuestro, al recordar su historia, viéndola figurar al dorso de tantos excelentes y señalados libros; pero, no habiendo encontrado palabra más modesta que supliera su significación y que mejor expresase nuestro objeto, nos decidimos á usarla, pensan- do, después de todo, que «Filosofía», en su senti- do propio, indica sólo una afición á determinado conocimiento natural ó moral y envuelve, cuando más, la idea de una argumentación ó de un ra- zonamiento. E n este concepto la empleamos. Por lo demás, no nos hacemos ilusiones; sabe- mos que este libro no gustará mucho á aquellos, sobre todo, para quienes principalmente fué es-
  • 21. PRÓLOGO XIII crito. Conocemos bien, cuan difícil es abandonar opiniones y reglas que por toda una vida se han estado creyendo convenientes ó ciertas; mas con- fiamos en que, si desde luego no, antes de poco tiempo, esta manera de ver la cuestión de lo ma- ravilloso será la de la ciencia y la filosofía.
  • 22.
  • 23. INTRODUCCIÓN El carácter distintivo de la ciencia moderna, reflejado necesariamente en nuestra sociedad, es la negación no sólo de lo sobrenatural, sino de todo aquello que no teniendo cómoda y pronta explicación por medio de las leyes natu- rales conocidas, parece maravilloso é increíble. Así encerrada la ciencia en ese círculo estrecho de lo conocido, nada, verdaderamente trascendental y nuevo, puede venir á excitar la curiosidad filosófica del sabio. Averiguadas de una manera exacta las últimas leyes que rigen la materia, y explicándose todo, en el mundo de los cuerpos, por las de la mecánica, después de descubierto el equivalente mecánico del calor y de formulada la ley de conservación de la energía, nada, que á superior conoci- miento del plan del Universo se refiera, puede esperarse ya de la observación y estudio de la naturaleza material. Todo cuanto queda por descubrir aún en la infinita combi- nación de la materia, no puede dar de sí más resultado, que alguna provechosa aplicación á las comodidades de la vida, y ha de ser precisamente consecuencia del último gran descubrimiento, término y meta del edificio científico: el movimiento atómico. Por este lado, que es el del aspecto físico, ya no hay más que indagar; la ciencia trascendental concluye aquí, y no
  • 24. 2 F I L O S O F Í A puede pasar más adelante. Para pasar por el otro, tendría que convertirse en metafísica, y esto le obligaría á cambiar de método, ó por lo menos, á ensancharlo tanto, que le permitiera penetrar en lo que tiene hasta ahora por incog- noscible; cosa que no es de esperar, porque ni en hipóte- sis, otra forma superior de pensamiento y vida en los in- sondables abismos de los cielos admite, que la ruin vida de los cuerpos terrestres, y el escaso pensamiento elabo- rado en las pequeñas cajas huesosas que se llaman crá- neos. Así, colocada entre dos límites extremos; el uno, im- puesto por la necesidad y el término de su progreso, y el otro, por las mal entendidas exigencias de su propio méto- do; oprimida y ahogada por lo incognoscible, sin querer conocer ni entender más que materia, hasta en el más' su- blime de los ideales; desprovista y abandonada poco á poco de los genios, que sólo acuden á la defensa de las grandes cosas, la ciencia confiesa paladinamente, por boca de sus representantes más genuinos, la impotencia en que está y estará siempre de resolver ninguno de los grandes proble- mas de la naturaleza, del alma y de la vida. Calcúlese para dentro de mil ó diez mil años, el aburri- miento profundo, el desolador abatimiento que llegarían á apoderarse de una sociedad culta y seria, el día en que agotada la curiosidad científica de lo útil, ya nada subli- me fuese posible descubrir, ni nada misterioso y divino pe- netrar. |Qué noche! La Edad Media está llena de luz en su comparación. Felizmente, las cosas no pasarán así. Este humor negro que se ha apoderado de los sabios, se irá disipando poco á poco, porque después de todo, su ciencia no es la ciencia tradicional, la verdadera ciencia, la ciencia de los Keplero, de los Newton, de los Humboldt, de los Bernard, que nada prejuzga, que nada niega, que nada desprecia, de cuanto
  • 25. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 3 puede hacer manifestación en la naturaleza, de cuanto es natural ó pueda serlo; es la ciencia de esos especialistas y académicos que, después de haber hecho la monografía de un pez ó de un molusco, se creen autorizados á cortar y á rajar en las más altas cuestiones filosóficas, imponiendo sus juicios como leyes á un vulgo que se ha formado en la mis- ma pobre noción del Universo que ellos. A esos directores y maestros de las escuelas científicas, que creyendo saberlo todo, proclaman imposible lo que no conocen, y que por fatal decadencia del espíritu, han lle- gado á erigirse en soberbios representantes de la ciencia', reprochamos la infidelidad al método que se han propues- to, no porque observen mal, que pecan de minuciosos, sino por apartar de sí con fingidos ó verdaderos ascos, y relegar á la sombra, los más sorprendentes fenómenos, que este mundo incomprensible y extraño presenta ahora, como en todos tiempos. Y por lo mismo que estamos convencidos de que la revelación definitiva ha de salir del seno de la cien- cia , estamos también interesados en que no se extravíe, en que cumpla sus fines y en que, si el método positivo ha de ser verdad, abarque todos los hechos, todos los fenómenos, por raros, por extraordinarios, por maravillosos que parez- can á nuestra insuficiencia, sin prejuicio anterior, sin pre- concebido sistema, sin partido tomado de antemano, que así lo exige el verdadero método. Por haberlo abandonado y empequeñecido, desconfiando al mismo tiempo de la ra- zón , hemos venido á parar á una. ciencia que, por confesión propia, todo lo más grande y digno de interés encuentra precisamente incognoscible. De nada sirve decir que todos los diferentes ramos de la ciencia moderna: la química, la biología, la mecánica, la sociología, la lingüística, la geología, etc., etc., van hoy á unirse en formidable síntesis, para dar origen á una filoso- fía que, renunciando á los sueños de la antigua metafísica, sino explica misterios ni resuelve problemas iníjincados, es
  • 26. 4 FILOSOFÍA en cambio una generalización de conocimientos positiva- mñite' adquiridos, porque estos conocimientos, si bien no son pequeños, la falta de inducción y el temor á la hipóte- sis, que son los dos grandes errores del método en la cien- cia, los hacen nulos ó de muy poco valor, en lo que á tras- cendencia filosófica se refiere. Desde luego se ocurre, que entre esos diferentes ramos de la ciencia que se agrupan, han de faltar muchos de la ciencia universal, y que la filosofía que sobre ellos se funda, ha de ser tan defectuosa como la ciencia misma. Si se dijese que la filosofía científica no puede ser defini- tiva nunca, y que debe crecer en proporción con el progre- so científico, el mundo podría esperar con confianza una más ó menos tardía, pero positiva revelación. Mas no es esto lo que la ciencia promete, sino muy al contrario, una ignorancia perpetua é irremediable de todo lo que más im- portaría saber para la lógica dirección de la conducta hu- mana, individual y social. En medio de este naufragio de esperanzas, un conjunto de hechos, poco conocidos y menos estudiados, antiguos y modernos, pertenecientes á un orden que podemos llamar supracientífico, por el empeño acaso que la ciencia ha teni- do siempre en rechazarlos, se ofrecen hoy de nuevo, con visos de positividad á la experiencia, y parece que abren nuevos y vastos horizontes á la filosofía. ¿Entrarán de una vez, por fin, los sabios, especialistas y académicos en este nuevo campo de estudio, prohibido hasta ahora por su método? Nosotros creemos que sí, por- que muchos de aquellos hechos, no los menos admirables por cierto, han sido ya aceptados por las eminencias cientí- ficas , y su admisión es una cosa segura. Nuevos problemas surgen de su estudio, y todo parece anunciar un cambio grande, una revolución verdadera en las ideas. Empieza ya el hombre pensador á preguntarse de qué sirve que el sabio clasifique 320.000 especies de plantas, ó
  • 27. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 5 dos millones de formas geológicas, ó enumere algunas de las infinitas combinaciones moleculares de los cuerpos í*que un cañón alcance diez kilómetros, en vez de los cien me- tros del fusil antiguo; que un telar circular haga 480 puntos por minuto, en lugar de 80 que hacía antes un tejedor de medias; que la máquina de coser de Howe dé 800 puntadas en el tiempo que una costurera daba diez ó doce; que la pluma eléctrica de Edisson escriba muy á prisa, ó que el teléfono de Bell y Growe, nos permita hablar con nuestros conocidos ó vecinos, sin salir de casa; si los más importan- tes problemas del destino humano, quedan por resolver, y hasta la esperanza de verlos resueltos se le quita. Tenemos telégrafos y ferrocarriles, es verdad; gracias á la ciencia, hay más comodidades en la vida; se extiende el bienestar; comen mejor que antes los pobres y los ricos; si; esto es lo cierto; pero también lo es que non in solo pane vivii homo, como dijo el Cristo, y repite con Él la huma- nidad. El pan no satisface más que al cuerpo; el espíritu quie- re también un alimento sólido. El hombre quiere saber si es inmortal; si hay un ser ó seres superiores de quienes pueda esperar justicia en otra vida. El que no tenga nada que enseñarle positivamente acer- ca de esto, que se vaya; porque le importa poco, en estos miserables años que pasa aquí en la tierra, viajar en globo ó por ferrocarril, poner dos ó tres docenas de telegramas, ó • alumbrarse con gas ó luz eléctrica. Lo que quiere ver claro es su destino, es el fin para que fué creado, es lo que le es- pera más allá de la tumba; quiere tener de esto una opi- nión segura. Si la ciencia y la filosofía moderna, si las teo- logías antiguas no pueden darle esta certeza, quédense con los suyos, con esas gentes que se satisfacen con poco, que sólo atienden á procurarse bienes materiales, á quienes basta el pan únicamente, ó con aquellos otros, que niños aún de entendimiento, son susceptibles todavía de tener fe.
  • 28. 6 FILOSOFÍA El hombre pensador del porvenir despreciará todo eso, y querrá conocer de un modo indudable su destino. ¿Qué herencia les dejamos á las generaciones venideras? Lo estamos viendo: duda, negación, fe. De estas tres cosas, las dos primeras no tienen valor de ningún género; la fe supone algo más, pero es propia sólo de la infancia social. El hombre formado, de juicio desen- vuelto, que estudia, que piensa, que discurre, siente la ne- cesidad de sustituir la fe con el conocimiento. Esto en el porvenir se hará más general. Es innegable que el reinado de la fe concluye y que empieza el de la razón. ¿Quiere esto decir que todas las religiones basadas en la fe, desaparezcan? No; si hay una verdadera, se impondrá por la razón, como antes por la fe. Creer y saber son cosas enteramente opuestas: el credo guia absurdum de Tertuliano es muy lógico. Lo absurdo es lo que necesita fe, lo razonable no. Creemos porque ig- noramos , si conociésemos sabríamos. A medida que se sabe se deja de creer. Es ley ineludible. Ahora, que el mundo quiere salir de la ignorancia, es cosa que todos pueden ver, y es natural por lo mismo que en vez de creer, procure saber. Pero los hombres no abando- narán resueltamente la creencia por la ciencia, mientras no tengan una seguridad perfecta de que la ciencia les condu- ce al bien. * ¿Pueden tenerla ahora, esta seguridad, cuando toda la moral que se desprende del estudio científico de la natura- leza , es la ley inexorable de lucha cruel y sin tregua pol- la vida? No ciertamente; mas día llegará, así lo esperamos, en que una ciencia más universal y una teología menos dog- mática ofrezcan, puestas de acuerdo, al mundo, una armó- nica síntesis, en la cual los inevitables misterios dejen de ser absurdos, y los hechos maravillosos, increíbles. Sería lo único que, á falta de una nueva revelación di-
  • 29. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 7 vina, pudiera saciar de algún modo las aspiraciones hu- manas. A facilitar en el porvenir esa concordia, y á dar como quien dice, un primer golpe de azada en la apertura de ese camino, supuesto por la ciencia, incognoscible, viene este libro.
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  • 31. PRIMERA PARTE L O M A R A V I L L O S O E N L A C I E N C I A , E N L A F I L O S O F Í A Y E N L A R E L I G I Ó N
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  • 33. C A P Í T U L O I LO INEXPLICABLE Y LO DESCONOCIDO Es cosa desesperante que la ciencia se haya de resentir siempre, irremediablemente, de la imperfección de los sen- tidos humanos. Nuestro organismo es incapaz, en efecto, de observar un infinito número de fenómenos qne constitu- yen un mundo aparte, en el que jamás probablemente, será dado al hombre penetrar. Si nos fijamos en los dos sentidos principales, la vista y el oído, notaremos cuántas admirables cosas dejamos de gozar en la naturaleza por lo relativamente grosero de su composición. Todos sabemos que hasta hace poco, nos había pasado desapercibido todo un mundo de seres viviendo á nues- tro lado. El que haya visto en imperceptible gota de agua, con- vertida en lago por el microscopio, girar y moverse enor- mes diatomeas clasificadas por tribus, grandes y pequeñas, ¿qué juicio formará de la vista humana? Se dirá, acaso, que el instrumento inventado suple esta imperfección, pero, ¡cuántas cosas permanecen ocultas to- davía, y lo estarán siempre! ¿Podremos esperar que se in- vente un instrumento que nos haga ver las ondulaciones del
  • 34. 12 FILOSOFÍA aire, por ejemplo? Y aunque así fuera, eso sería el porvenir. Por ahora, sólo percibimos el sonido por las ondas que repercuten en el tímpano de nuestro oído, pero no las ve- mos. Esas sublimes armonías con que la música nos regala, pudieran verse, si la vista fuese capaz de apreciar aquel movimiento ondulatorio. Melloni ha demostrado que los rayos de calor son de varias especies como los de la luz. El ojo humano aprecia la descomposición de la luz en los colores, pero ningún sen- tido tenemos apropósito, para poder apreciar los diferen- tes rayos del calor. Nosotros apreciamos el calor, como apreciaríamos la luz, si nos faltase el sentido de los colores. He aquí un inmenso goce perdido por falta de vista, y un vasto campo donde estará vedado siempre á la ciencia pe- netrar. El oído humano no percibe las vibraciones cuando hay más de 38.000 por segundo; así hay muy pocas personas que oigan siquiera el agudísimo grito del murciélago. En la vista, para que se produzca la sensación de color rojo, es menester que entren por segundo 479 millones de vibra- ciones. Habrá seguramente muchísimos colores en la luz que los hombres no distinguimos todavía. La evolución del sentido de los colores es indudable; los hombres prehistóricos no veían probablemente más que dos ó tres, puesto que los griegos de la época homérica sólo veían tres ó cuatro. Además de esta insuficiencia hay otras: Ritter ha demos- trado que el espectro completo del sol está formado de tres series distintas de rayos: 1.°, los rayos luminosos visibles que se descomponen en los siete colores; 2.°, rayos ultra rojos de una elevadísima potencia calorífica pero incapaces de excitar nuestra visión; 3.0 , rayos ultra violetas de muy débil potencia, invisibles también. De modo que existen rayos de luz intensísima que no podemos apreciar, y se comprende que sumidos en la os-
  • 35. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 13 ( 1 ) T I N D A L L . La física moderna, pág. 1 0 0 . curidad, nosotros, pueda haber otros seres mejor dotados, con más perfectos órganos de visión, gozando de una luz mil veces más intensa que la de un sol de verano á me- diodía. La electricidad ofrece también fenómenos parecidos. Colocando detrás de una luz eléctrica un espejito cónca- vo, se hacen convergentes los rayos; el cono de estos rayos reflejados y su punto de convergencia se hacen perfecta- mente visibles, cuando se les llena de polvo. Interponiendo, entonces entre el foco luminoso y el manantial de los rayos la solución de iodo, suprímese por completo el cono de luz, pero el calor intolerable que se siente al acercar la mano, aunque sea momentáneamente, al foco oscuro, indica que los rayos caloríficos pasan sin obstáculo alguno á la solu- ción opaca. Pueden sacarse de este foco de rayos invisibles casi to- dos los efectos que se obtienen de un fuego ordinario; y al mismo tiempo, el aire que ocupa este foco permanece com- pletamente frío. A pesar de estp, un trozo de madera in- troducido en él, produce una densa humareda que se eleva rápidamente. En este foco enteramente oscuro, el papel se inflama de repente, las virutas arden en seguida, el carbón, el plomo, el estaño, el zinc, entran en ignición, los discos de oropel se ponen incandescentes. Sólo las sustancias blan- cas resisten á este fuego invisible; la combustión es tanto más rápida cuanto más oscuros ó negros son los cuerpos que se hunden en el foco (i). ¿Sabe la ciencia porqué se queman estos cuerpos en un sitio donde el aire permanece frió; donde no se ve fuego ni luz? Sí, dice; es que allí, el éter, y no el aire, es la sustancia impregnada de calor. ¡El éter! Pero queremos creerlo; hay, pues, una sustan-
  • 36. 14 FILOSOFÍA cia en el espacio capaz de producir un incendio, de quemar el planeta en que vivimos, sin que nos apercibamos ni más ni menos de la causa, sin ver fuego ni luz, hasta que nos sintamos arder. Hay, pues, en la naturaleza rayos invisibles de luz viví- sima y de calor incandescente. Supongamos un ser inteli- gente, que alguno debe haber en los infinitos mundos, due- ño de tales rayos,, y figurémonos qué prodigios obraría ante los sabios pasmados, si quisiera. Tenemos, pues, dos grandes contrasentidos ó paradojas, por la ciencia misma demostradas; que existe una luz mu- cho más intensa que la solar visible, y que á pesar de eso no la vemos; que puede darse en la naturaleza un poderosísimo foco de calor, sin luz y sin fuego. Esto viene á patentizar la inferioridad animal de nuestro organismo y la insuficien- cia consiguiente de la ciencia para coger y apreciar las mu- chísimas fuerzas ocultas que debe haber en la naturaleza. ¿Qué más? Todos los grandes y sutiles movimientos atómicos y aun moleculares, son fruto vedado para la ciencia. La electrici- dad , el magnetismo, la afinidad, la atracción ó gravedad son en sí inobservables é inexplicables. La ciencia sólo hace constar hechos, sólo observa fenómenos que de esos movi- mientos se desprenden, y cuando más, los reproduce en pe- queño, si consigue imitar las condiciones de su manifesta- ción; pero explicarlos, dar una razón suficiente, demostrar porqué la vibración etérea, por ejemplo, se traduce en nues- tro cerebro en luz; porqué las ondulaciones aéreas producen en nuestro oído el sonido; eso no le es posible. La ciencia marcha de misterio en misterio, rodeada de maravilloso por todos lados. Hemos visto que no hay necesidad de fuego para produ- cir calor; pues tampoco hay necesidad de electro-imán para producir idénticos fenómenos de electricidad ó magnetismo ni de combinaciones químicas para promover la afinidad.
  • 37. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 15 Todas estas fuerzas pueden nacer unas de otras. La luz que parece la más débil, guarda en su seno misteriosa eficacia para convertirse en calor, en electricidad, en magnetismo, en atracción. Grobe demostró ya esto en 1843. Su curiosa experiencia prueba la íntima conexión de todos esos efec- tos , cuyas causas en vano la ciencia ha procurado descu- brir. Elevando más la cuestión, ahora, sabemos por la fisiolo- gía, que cada ser humano procede de un huevo que no tie- ne de diámetro en su origen más que una quinta parte de milímetro. Considérese el trabajo realizado durante nueve meses por la naturaleza para formar los ojos con sus humo- res, su retina, su cristalino móvil, compuesto de cinco mi- llones de laminillas diminutas, ó el oído con su tímpano, su caracol, su órgano de Corti, instrumento de 3.000 cuerdas, ó el estómago, con su jugo gástrico y su indispensable membrana impermeable, y dígasenos, sin considerar más que esto, qué es una pequeña parte del organismo, si dis- curriendo el hombre con su razón, no se ve precisado á con- fesar que es maravilloso y que las fuerzas de la naturaleza por sí solas no explicarán nunca la gran sabiduría que en la construcción de aquellos órganos se encierra. La ciencia, como la religión, como la historia, como todo en la naturaleza, está llena de maravilloso, sí; á pesar de aquella necia afirmación de que la historia de lo maravillo- so prueba que no hay maravilloso. Los grandes maestros, aquellos á quienes debe la cien- cia los grandes descubrimientos, no piensan de ese modo. Ved lo que dice Claudio Bernard, refiriéndose á la incu- vación de un huevo de pollo: «Si recurrimos á la nueva ciencia, veremos que en el »huevo, la parte esencial se reduce á una pequeña vesícula »ó célula microscópica; todo el resto del huevo, lo amarillo »y lo blanco no son más que materiales nutritivos, destina- idos al desarrollo del ser, que debe realizarse fuera del cuer-
  • 38. l6 FILOSOFÍA (i) Le Progrès dans les sciences phisiologiques. »po maternal. Así, se ve uno obligado á poner en esta celdi- l l a microscópica que compone el huevo de todos los ani- »males, una idea evolutiva, de tal modo completa, que no «sólo encierra todos los caracteres específicos del ser, sino >también todos los detalles de la individualidad; hasta tal »punto, que una enfermedad desarrollada en el hombre «veinte ó treinta años más tarde, se encuentra ya en germen, »en esta misteriosa vesícula. Pero esta idea específica, con- tenida en el huevo, no se desenvuelve sino bajo la influen- »cia de condiciones puramente físico-químicas.» «La condición de existencia de un fenómeno, añade este »gran fisiólogo, (i) no puede enseñarnos nada acerca de su «naturaleza. Cuando sabemos que la excitación exterior de «ciertos nervios y que el contacto físico y químico de la «sangre, á cierta temperatura, con los elementos nerviosos, «son necesarios para la manifestación del pensamiento ó «dé fenómenos nerviosos é intelectuales, esto nos muestra «el determinismo, ó las condiciones de existencia de estos «fenómenos, pero no podrá enseñarnos nada, sobre la na- «turaleza primera de la inteligencia; del mismo modo, cuan- »do vemos que la frotación y las acciones químicas desarro- «llan electricidad, eso no nos indica más que el determi- »nismo, las condiciones del fenómeno, pero no nos en- «seña nada, acerca de la naturaleza primera de la electri- » cidad.» Resulta, pues, que la ciencia no puede salir del estrecho círculo del determinismo, ni saber por consiguiente más que condiciones, ni afirmar ni negar nada que de estas condi- ciones se separe. La ciencia confiesa en efecto, humildemente «que no trata de remontarse á la causa primera de la vida sino solo al conocimiento de las condiciones físico-químicas de la ac- tividad vital»; pero en seguida, no tienen inconveniente sus
  • 39. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO „ Í 7 escuelas, en afirmar que todo cuanto en el Universo exis- te, se explica por leyes mecánicas, y que las manifestacio- nes vitales, como todo, encuentran su explicación en la me- cánica. Las escuelas que esto dicen, no conocen los límites que impone á la ciencia su propio método. Una cosa es buscar la razón inmediata de las manifesta- ciones vitales en las propiedades de la materia, cosa que no se había hecho hasta que Javier Bichat lo dio á entender en el prefacio de su libro, Anatomía general, y otra, conside- rar la vida, como los antiguos, Pitágoras, Platón, Aristóte- les, Hipócrates, y en la Edad Media, Paracelso, y últimamen- te Sthal, la consideraron, obrando en todas sus manifesta- ciones á impulsos del poder superior y divino, sobre la ma- teria inerte. Lo que hoy sabemos todos, es que la vida está sujeta en sus órganos y operaciones á leyes mecánicas; esto nadie lo niega ya, y lo habían dicho dos espiritualistas, Des- cartes y Leibnitz, antes que Bichat lo demostrase. La razón de ésta, que parece contradicción en la filosofía, se com- prende bien, atribuyendo aquellos filósofos, al juego de las fuerzas físicas de la materia, las manifestaciones de la vida, y estableciendo al mismo tiempo, una separación absoluta entre el alma y el cuerpo. La vida era así, el principio su- perior de las leyes de la mecánica, y el alma, el principio superior de las leyes del pensamiento. Creían de esta ma- nera ellos, dar, por decirlo así, á Dios lo que es de Dios, y al César lo que el del César. ¿Se engañaron mucho? Ved la confesión de Bois-Raimond, un hombre de cien- cia, en el Congreso de naturalistas alemanes de Leipzig: «¿Qué relación puedo yo concebir, dijo, por un lado, en- »tre los movimientos definidos en mi cerebro, y por otro, »entre hechos primordiales indefinibles é incontestables, »como el dolor y el placer que experimento, un sabor «agradable, el perfume de una rosa, el sonido de un órgano z
  • 40. 18 FILOSOFÍA »ó el color rojo que percibo? Es absolutamente inconcebible »que átomos de carbono, de hidrógeno, de ázoe y de oxíger »no, no sean indiferentes á sus posiciones y á sus movimien- »tos pasados, presentes y futuros; es de todo punto, incon- »cebible que la ciencia resulte de su acción simultánea.» ¡Y tan inconcebible! Ni la ciencia, ni la sensación, ni el conocimiento, ni nin- guna de las otras manifestaciones de la vida y del pensa- miento, pueden resultar de ese juego atómico sin dirección inteligente. Lo mismo piensa Tindall eu su célebre discurso de Belfast: «Vosotros, dice, no podéis establecer á satisfacción del »espíritu humano, una continuidad lógica entre las accio- »nes moleculares y los fenómenos de conciencia.» «Es ese »un escollo en que tropezará necesariamente el materialis- »mo, siempre que pretenda ser filosofía completa del espí- »ritu humano.» Y en otro «Discurso sobre las fuerzas y el pensamiento» leído en el Congreso de la Asociación Británica, añade: «No creo que el materialismo tenga el derecho de decir que »sus agregaciones y sus movimientos moleculares lo expli- »quen todo, pues en el fondo nada explican. Todo lo que «puede afirmarse es la asociación de dos clases de fenóme- »nos cuyo vínculo se ignora absolutamente. El paso de la »acción física del cerebro á los hechos de conciencia co- »¡respondientes es inexplicable.» «El hecho es, dice Alejandro Bain (que tampoco debe ser «sospechoso) en su Fisiología del pensamiento, que nos- »otros, en todo el tiempo que hablamos de nervios y de «fibras, no hablamos, ni por pienso, de lo que propiamente »se llama pensamiento. Nosotros enunciamos los hechos «físicos que le acompañan, pero estos hechos físicos no son »el hecho psicológico, y lo que es peor, nos impiden pen- »sar en él.»
  • 41. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO i g ¿Qué juicio formar, pues, en vista de estas preciosas con- fesiones de los hombres mejor reputados en la ciencia, de esa otra ciencia gárrula y presuntuosa que cree saberlo todo, empachándose sólo de palabras? El misterio de la vida y lo maravilloso de su desenvolvi- miento son dos cosas innegables. Nada hay en la ciencia que pueda dar razón de ellas, ni se puede esperar siquiera que llegue un día á encontrar el origen de la vida ni la co- rrelación orgánica por el mecanismo ciego de las fuerzas. Otra porción de fenómenos hay, lo mismo en el reino vegetal que en el mineral, en los cuales se «manifiesta lo maravilloso de una manera evidente. En lo" orgánico como en lo inorgánico, brilla un poder formador inteligente que realiza las más' grandes abstrac- ciones de la geometría; gran artista, dibujante y pintor en la figura y en el colorido. Ved las flores; ¡qué multitud de formas y qué variedad de matices! ¡Qué diferentes y delicados aromas! ¡Qué fres- cura, qué vida, qué belleza tan grande en un ramillete de rosas y claveles! Y todo eso lo han extraído del cieno, esas plantas químicas; del agua, del aire, del sol; pero, ¿cómo? ¿De qué modo? ¿De dónde les viene esa virtud electiva? ¿Saben casar los átomos con las moléculas? ¿Quién sabe tan- to ahí? ¿Es la rosa? ¿Es la planta? Nosotros ofrecemos al mejor de los químicos aquellos ingredientes: aire, sol, un puñado de tierra y toda el agua que quieran... y, ¡á ver!... á extraer, no los jugos, ni las formas, ni los colores, sino simplemente los olores. Peroj ¡qué han de extraer! Cuando se quieren imitar las flores casi todas las industrias humanas se ponen en ejercicio, y lo hacen mal. El papel y la seda no alcanzan nunca la fres- cura de la rosa. Visto de cerca, el grosero artificio se des- cubre, aun sin poner atención en el aroma. ¿Quién contemplando un helécho tropical, viendo sus ramas gruesas como un alfiler, que despliegan en su cima
  • 42. 20 FILOSOFÍA espeso ramillete de follaje, no admira la estructura molecu- lar del tallo delgadísimo por donde ha pasado toda la exu- berancia del bello grupo de hojas? Es el mismo género de admiración que inspira el experimento de Weatstonne; la música de un piano trasmitida por una varita delgada de madera, á través de varias habitaciones, sin faltar una nota. ¡Qué confusión parece que debiera haber de ondas so- noras! Y todas pasan sin estorbarse unas á otras. Pero, ¿no se oye también á través de larguísimo teléfono una ópera, sin que falten ni una voz de los coros ni un punto de la orquesta? i Pues estos hechos, tan sencillos y naturales como los juzgamos, á fuerza de ser repetidos, son maravillosos, tan maravillosos como los ángulos del cristal ó las estrellas de la nieve. La ciencia no los comprende ni explica mejor que si fueran verdaderos milagros sobrenaturales. . La ciencia en materia de explicaciones se satisface con poco y se engaña á sí misma con frecuencia. Respecto á la cristalización, por ejemplo, queda satisfe- cha atribuyendo la exactitud matemática de los ángulos á la polarización. Cuando un líquido, se dice, pierde poco á poco el calórico, ó cuando por otras causas, los átomos que están en él disueltos se presentan unos á otros por sus po- los más favorables á la atracción, toman posiciones relati- vas determinadas por su forma; posiciones que, imitadas por los átomos más próximos, obligan á la masa á tomar una distribución regular y geométrica, dependiente de la figura de los átomos y de las circunstancias en que se reúnen. Es explicar lo desconocido por lo misterioso. Antigua- mente se diría que era una virtud simpática ó electiva de los átomos; hoy se dice que es una polarización. Pero ¿qué es la polarización? ¿No es una simpatía electiva? ¿No es una virtud incomprensible y misteriosa de los átomos? ¿Qué hemos ganado, pues? Una palabra sola.
  • 43. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 21 A estas alturas, en materia de explicaciones, allá se va la ciencia con la metafísica. Tan maravilloso queda un cristal con las ideas de pola^ rización, atracción y repulsión como sin ellas. Una virtud misteriosa y desconocida ¿no es maravillosa? «Los átomos viajeros, dice Emerson, unidades primordiales, se atraen y repelen con sus polos animados.» ¡Animados! Pero, ¿por quién? Por fin venimos á chocar en lo divino. ¡Oh, ciencia! ¡La verdadera ciencia! Eres teología. De tí saldrá el conocimiento de Dios. Nosotros esperamos esto de la ciencia, como Goethe es- peraba de ella la magia. «La magia natural, dice, espera, »por el empleo de medios activos, exceder los límites del »poder ordinario de los hombres y conseguir efectos que «sobrepasen la realidad. ¿Y por qué desesperar del éxito de »tal empresa? Los cambios y las metamorfosis pasan de- »lante de nosotros sin que podamos comprenderlos; lo mis- »mo sucede con otra porción de fenómenos que descubrí- amos ó que notamos cada día, ó que pueden preverse ó «conjeturarse... que se piense en el poder de la voluntad, »de la intención, del deseó, de la oración. ¡Cuánto se cru- »zan hasta lo infinito las simpatías, las antipatías, las idio- »sincrasias! En todos los pueblos y en todos los tiempos «encontramos un impulso general hacia la magia.» Así habla el genio. ¿Por qué no creer en las virtudes secretas de las cosas, cuando está la naturaleza llena de ellas? El prejuicio vulgar es creer que la ciencia lo explica todo, cuando verdaderamente no explica nada. La acción de las substancias sobre los organismos, por ejemplo, tan desconocida é inexplicable es hoy, como en tiempo de Hi- pócrates. El datura, que Virey cree que fué el mismo nc- phentés de Homero, la belladona, el estramonio, el haschich y otras muchas, producen ilusiones y alucinaciones cuyas
  • 44. 22 FILOSOFÍA causas la ciencia no puede ni podrá nunca penetrar. Son plantas mágicas de secretas virtudes, lo mismo ahora que en tiempo de Hermes-Thoth. Nosotros no sabemos con qué producto de la naturaleza podrían los sacerdotes de Tesalia producir la ilusión del vuelo, ni con qué ingredientes se untaban las brujas de la Edad Media para ir al Aquelarre, que con tal minuciosidad de detalles describen todas de idéntica manera; pero sí sa- bemos los efectos producidos por el nuevo gas descubierto por Davy, el bióxido de ázoe, ó gas hilarante, como se le llama comunmente, porque hace reir á carcajadas, poniendo en condiciones de hacer percibir formas grotescas y ridicu- las á quien lo aspira. ¿En qué consiste tan extraño fenóme- no? ¿Cómo se explica la virtud extravagante de ese gas? Fijémonos en la explicación científica. Eso consiste, se dice, en que el gas hace tomar cuerpo á las ideas. Pero esta explicación, además de ser una suposición sin pruebas, nada explica; es como decir que la multiplicidad de luces que ve el borracho delante de una sola, son las chispas que tiene en la cabeza y que salen á bailar al exterior. Queda- mos como estábamos. Esa no es una explicación positiva, y se ve por ella que los hombres de ciencia se conforman siempre con hipótesis cuando llegan á explicar el último y verdadero por qué de los fenómenos. / Tomar cuerpo las ideas! ¿Quién os dice, entonces, que los cuerpos todos, que esta realidad tan decantada y mate- rializada no sea una idea persistente que haya tomado cuerpo á influjo de alguna virtud mágica y nada más? Y si es una idea, una grande y única idea el Universo en- tero, ó un conjunto de ideas el conjunto de cuerpos que lo forman, ¿qué es de vuestra materia, de vuestra fuerza, y en qué se distingue entonces un fenómeno de sugestión hipnó- tica, de vuestra vida entera? Sí; porque esa explicación anómala en vosotros, de que las ideas se exteriorizan y toman cuerpo mediante influjos
  • 45. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 23 misteriosos y secretos, sobre ser un reconocimiento forzoso de la magia, la volvéis á repetir ante esos admirables fenó- menos de sugestión que ya no os atrevéis á rechazar como en tiempo de Mesmer. ¿No comprendéis que vuestras explicaciones se vuelven contra vosotros y contra vuestras doctrinas; que afirmar la exteriorización corporal de las ideas es echar por tierra todo el fundamento que os parecía tan inquebrantable de vuestra ciencia material y positiva? ¿O es que la falta de alcance filosófico y de lógica no os permiten ver el resultado? ¿Dónde está, pues, ese conocimiento de las cualidades naturales de las cosas que hace el orgullo de los hombres de ciencia? ¿No ven cuánto les falta por saber? ¿Quiénes son ellos para poner el veto á los fenómenos y asegurar la imposibilidad de ciertas cosas?
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  • 47. C A P Í T U L O II LA MATERIA Y LA FUERZA Fuerza y materia son los dos objetos de estudio en las ciencias físicas, y los únicos elementos constitutivos del Uni- verso según las escuelas que se creen hoy representantes más genuinas de la ciencia. Parece natural que lo que se pone por base de una doctrina ó de una teoría científica se conozca bien. Nosotros vamos á pedir informes acerca de lo que debe entenderse por fuerza y por materia á la cien- cia misma de cuyos modernos descubrimientos sacan aque- llas escuelas sus creencias. Condición del método para conocer los cuerpos es en tí- sica y química el análisis; así estudiada en los cuerpos todos la materia, se ha visto que se compone de moléculas, y éstas de átomos llamados corporales para distinguirlos de los átomos de éter, substancia invisible, impalpable, im- ponderable, que se supone repartida en todo, envolviendo los cuerpos, penetrando en sus intersticios, separando unas de otras las moléculas, como los planetas y los soles. Todos los fenómenos de luz y de calor se refieren hoy á movimientos ó vibraciones del éter. No hay otro medio de explicar las interferencias luminosas y caloríficas. Qué clase de materia será el éter, se comprende bien
  • 48. 26 FILOSOFIA considerando que atraviesa y penetra los cuerpos de más apretada porosidad, que no opone obstáculo ni resistencia al- guna al movimiento de los cuerpos planetarios y que no per- turba en lo más mínimo la dirección de los rayos luminosos. A pesar de tan pasmosa sutileza que parece una nega- ción de la materia, la ciencia no vacila en reconocer y pro- clamar una sola ley para el movimiento y una sola esencia para la materia. Átomos y movimiento: he aquí en último resultado los sencillos elementos que según la ciencia, sirvieron y sirven para la maravillosa composición del Universo. Los átomos se distinguen por la dirección positiva ó ne- gativa de sus fuerzas. Los átomos corporales se confundi- rían en confuso é impenetrable apretón, unos con otros, si los átomos de éter que les rodean, sirviéndoles como de envoltura, no les impidiesen tocarse. Dos átomos de éter no pueden chocarse porque su repulsión á distancias infini- tamente pequeñas es infinitamente grande. Dos átomos corporales, al contrario, no podrían jamás separarse, si al- guna vez se encontrasen (cosa que impide el éter), porque su atracción es infinitamente grande. ¿No se diría que saben su obligación los átomos? Porque si llegase el caso de juntarse los corporales y etéreos, perdiendo sus respectivas propiedades de atracción y repulsión, el mundo quedaría suprimido de repente, pues no debe su existencia más que á esta doble polaridad de los átomos que le componen. Estos átomos de éter, sobre todo, son maravillosos. Aun dentro de las mismas combinaciones químicas, las molécu- las corporales permanecen separadas por estos átomos, y la prueba está en que todavía, se dejan penetrar y dividir por las vibraciones del éter, por la luz y el calor. Fenómenos magnéticos y eléctricos, la elasticidad de los cuerpos y la gravitación de los mundos, todo esto y mucho más, se debe á los átomos etéreos.
  • 49. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 1J Como en este análisis la materia reducida á átomos im- ponderables é invisibles casi se puede creer que se aniqui- la, es preciso, para estudiarla mejor en otros respectos, cogerla aglomerada en masa. La masa ya se puede medir; pero como el éter que forma parte de ella, no pesa por ser extraño á la atracción, resulta que el peso no puede ser medida de la masa. Fué necesario, pues, buscar otra cosa que no fuese el peso y que tuviese algo de común con la masa ó materia ponderable y con el éter, y se encontró en la resistencia, que es propiedad peculiar á las dos clases de átomos. Pero la física define la masa diciendo, que es el producto del volumen por la densidad; porque la resisten- cia no se prestaba bien á la definición. Es claro que este producto del volumen por la densidad ha de ser necesariamente el número de átomos de que se compone la masa del cuerpo que se trata de medir. Por consiguiente, la masa de un cuerpo es el número de sus átomos. No se podrá pues, decir, la masa de un átomo, porque es la unidad que con otras produce la masa. • Estudiada y definida la masa se ve que es como la mate- ria toda un agregado de átomos. Es preciso saber, por consiguiente, lo que es el átomo, si se ha de tener derecho á exponer una noción acertada del mundo material. ¿Qué es el átomo? Loschimitd de Viena dice que el átomo de hidrógeno es - de centímetro; y las distancias de los centros 10.000.000 moleculares contiguos es, según Willam Thomson, de - — — J — de centímetro. i .000.000.000 Varenne asegura que en una milésima de milímetro, que es ya lo microscópico invisible, hay más de 225.000 millo- nes de átomos acuosos, susceptibles de separarse por eva- poración.
  • 50. 28 FILOSOFÍA Se ha calculado que si los diferentes átomos que forman un cristal, oxígeno, azufre, potasa, alúmina, hidrógeno, se disgregasen y recobraran su libertad, separándose á razón de 94 millones por segundo, tardaría mil años en des- hacerse. «Cada átomo, dice Wurtz, trae en sus combinaciones »dos cosas: su energía propia y la facultad de gastarla á su «manera, fijando otros átomos, no todos, sino algunos y en «número determinado.» Esta facultad de los átomos se llama atomicidad. Tal metal, por ejemplo, se une á un átomo de cloro, otro á dos, otro á tres, otro á cuatro, para formar un cloru- ro saturado. ¿Por qué? Los átomos de carbono tienden á acumularse en gran número con los cuerpos organizados. ¿Porqué? Es la atomicidad una energía ciega y fatal, y sin embar- go, sus resultados son previstos y anotadas sus fórmulas. ¿Como entender eso? ¿Qué hay en el átomo que le obligue á no extralimitar su ley? ¿La ley? ¡Incomprensible! Punto infinitesimal, indivisible, sin conciencia, sin inteli- gencia, ¿cómo sabe unirse á dos y nunca á tres, á tres y nunca á cuatro ni á dos? Cierto, fijo, seguro, infalible, jamás se equivocará en sus atracciones. ¿Qué relaciones, qué influjos, qué secretos im- pulsos le mueven? Y de estas inconcebibles simpatías fatales de los átomos resulta el Universo, la naturaleza toda, con sus leyes inmu- tables, con sus complicados y perfectos organismos, con su vida y la vida de los seres, y con todos los problemas que todo esto entraña, resueltos de modo matemático, exactí- simo. ¿Ño sería maravilloso, milagroso, si no fuese ley? Pero, ¿"no es estúpido, como dice Carlyle, dejar de admi- rar lo estupendo, porque se repita con frecuencia?
  • 51. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 29 ¿Deja de ser un prodigio el sol porque sale todos los días ? Los químicos dibujan las figuras de las diferentes agru- paciones moleculares. En 1855 Wurtz entrevio por primera vez la teoría atomística. Tres años después se dio un gran paso, cuando Kekule anunció la idea de que el carbono era elemento tetratómico, es decir, que un átomo suyo fijaba cuatro de otro cuerpo, ó que tenía cuatro atomicidades, for- mando, por ejemplo, una cruz griega, cuyo átomo central era el carbono. Hoffmann presentó al Instituto Real de Lon- dres muchas ingeniosas figuras que prueban la poderosa imaginación del sabio en esta construcción ó arquitectura de las moléculas, en que la fantasía entra por mucho en la exactitud del dibujo y de la fórmula, siendo en sí misma, ideal la construcción molecular, y no pudiendo ser sometido á observación el arreglo de las partículas elementales. La concepción de la estructura ha de tener pues, el mismo ca- rácter que las premisas que se sientan: la idealidad. No obstante, la atomicidad y la afinidad son la base de la química. De modo que la química, lo mismo que la físi- ca, las dos ciencias positivas, por excelencia, descansan en dos hipótesis; la física, en la hipótesis del éter; la quími- ca, en la hipótesis de la atomicidad. No es pues, el hecho positivo, patente, verificable, mani- fiesto, el único fundamento de la ciencia, sino la inducción racional y la intuición ideísta. Pues, si cada ramo de la ciencia ha de fundarse en últi- mo resultado, en una hipótesis, tanta positividad como la ciencia, puede encerrar cualquier sistema filosófico ó teoló- gico deducido de otra más comprensiva hipótesis; la hipó- tesis de Dios. La concepción científica de la materia es pues, una con- cepción del todo metafísica, partiendo como parte del áto- mo invisible é indivisible. Por eso, Faraday llegó lógicamente á no creer en la ma-
  • 52. 30 FILOSOFÍA ( i ) Chimique organique fondée sur la synthèse. teria, y Dumas á decir que no era más, la materia, que una reunión de centros de fuerza. Esto vale tanto como admitir la sustancia inmaterial, ó sea el espíritu. Llegados á este extremo, ¿en qué se dife- rencia el espiritualismo del materialismo verdaderamente científico? Dado el actual adelanto de las ciencias físicas, más difícil parece comprender y concebir que una agrupación de áto- mos invisibles, indivisibles é imponderables, llegue á pro- ducir un cuerpo material y pesado, que uno espiritual ¿De qué procede pues el horror al espiritualismo? Aunque es cierto que existen químicos no atomistas, co- mo Berthelot, que se detiene en la molécula, eso no es más que una falta de lógica, que no tiene nada que ver con la importancia del sabio especialista. Se puede ser grande hombre de ciencia y mal filósofo. Pero Berthelot confiesa, sin embargo, «que la química ha realizado bajo una forma «concreta la mayor parte de las fórmulas de la antigua me- «tafísica (i).» Sí, es verdad, pero las ha realizado, convir- tiéndose ella en metafísica, sin saberlo. Tindall y la mayor parte de los químicos, casi todos, creen en el átomo, con fe viva, y en su movimiento propio. Los átomos marchan en cadencia, ha dicho Emerson. ¿Dónde está pues, la inercia de la materia? ¿El átomo es fuerza ó es materia? Concebido como punto matemático, queda reducido á un simple centro de fuerzas, transformándose por lo tanto la teoría atómica en teoría dinámica; y ya se sabe, que el principio esencial del dinamismo es la negación de la ma- teria. De los dos elementos científicos, la fuerza y la materia, este último se ha desvanecido en el examen y sólo queda el primero. Sabemos lo que debemos entender por fuerza:
  • 53. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 3I un punto dinámico, un centro de atracción y repulsión, de acción positiva y negativa. La fuerza atractiva de los átomos corporales tiende á su aproximación. Esta tendencia realiza siempre resultados fi- jos, determinados, que se pueden prever; no es una tenden- cia ciega, no está expuesta al azar, puesto que hay leyes de atomicidad, y el azar, como ha dicho alguno, es la coin- cidencia de los disparates. Es necesario admitir que la ten- dencia de la fuerza atractiva contiene en sí la razón de sus aproximaciones que llevan una idea en su seno; porque si no fuese con ella esta representación ideal de lo que va á ejecutar, de las uniones que va á tener con otros átomos ó centros de fuerza, las combinaciones químicas y los com- puestos naturales orgánicos é inorgánicos no se formarían de la manera regular, metódica, exacta con que se forman con arreglo á la ley. El átomo, centro de fuerza, lleva pues, consigo, su ley, es decir, un mandato, y su cumplimiento ineludible, es decir, su obediencia. La fuerza, en efecto, no puede explicarse ni concebirse como primer principio, es un derivado; ¿cuál será pues su origen? La fuerza antes del acto y en el acto se traduce por ten- dencia, y la tendencia por voluntad. Por analogía, también, nuestra fuerza emana de nuestra voluntad, | Voluntad ! estupenda fuerza central, como la lla- ma Novanticus. Toda ley supone voluntad, y toda voluntad supone idea. Es imposible, haciendo uso de la razón, tal como se ha concedido al hombre, comprender las manifestaciones de las fuerzas atómicas de otro modo, que como actos de vo- luntad, cuyo objeto es la idea del efecto que se trata de realizar. Decir, por otra parte, que el átomo es un centro dinámi- co de fuerza ó energía, es no contar con que la energía di- námica sin extensión, es inconcebible.
  • 54. 32 FILOSOFÍA ( I ) Problemas de la vida y del espíritu. El átomo por consiguiente, ni como material ni como di- námico se concibe. Ningún atributo de la realidad le pertenece; es ideal. «Los átomos, dice el positivista Lewes(i), no son vistos »por la inteligencia como reales, sino como postulados ló- »gicos, símbolos que sirven para el cálculo.» Si los átomos, últimos elementos de las moléculas mate- riales, no son reales, ¿cómo la materia compuesta de áto- mos ha de tener realidad? Está visto. Como quiera que se considere la materia, se resuelve en voluntad y en idea. La ciencia se acerca cada vez más al ideal de unidad en que van á concurrir todas las especulaciones y descubri- mientos. El mismo Berthelot proclama la unidad de la ley universal de los movimientos y de las fuerzas naturales. Por todos lados, la ciencia moderna va á parar á esa uni- dad de fuerza, á esa energía primera, como la llama Her- bert Spencer, en la cual ya todo lo material se ha des- vanecido. La materia no tiene nada que ver con esta últi- ma concepción del Universo; es verdaderamente una maya ó apariencia ilusoria que se evapora ó disipa ante la ciencia. Sólo aquellos que por falta de alcances no han compren- dido bien las consecuencias de estas enseñanzas científicas, pueden sostener todavía la existencia de la materia como una realidad, y conservar el vulgar y antiguo prejuicio de la masa. Büchner, el recalcitrante materialista, abandonó el ato- mismo tradicional creyendo librarse así mejor, de estas consecuencias que acaban con el materialismo, admitiendo en cambio, la divisibilidad infinita de la materia; pero no se ha hecho cargo de que, en esta divisibilidad infinita de un grano de arena, por ejemplo, la realidad del grano se
  • 55. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 33 3 escapa y desaparece y se convierte en algo que sólo con lo ideal puede tener comparación; y suponiendo, como supo- nen Moleschott y Büchner, la coexistencia necesaria de la materia y de la fuerza, si se hace abstracción ó se prescin- de de la fuerza, ¿ qué propiedades quedan en representación de la materia? Porque hasta la impenetrabilidad y el peso, que parecen los más esenciales atributos de ella á los sen- tidos, ha venido la ciencia á declararlos exclusivos y propios de la fuerza. Derivando la impenetrabilidad y el movimiento, de la fuerza, la única propiedad sensible que puede concederse á la materia, es la extensión; la materia pues, no sería más que una cosa extensa dotada de fuerza. Pero, ¿cómo distin- guir esa cosa extensa, del trozo de espacio al cual corres- ponde y llena? Figurémonos otra vez el grano de arena con extensión y fuerza; no puede tener otra cosa, puesto que hemos visto que la impenetrabilidad, que es lo que le hace palpable ó lo que opone resistencia al tacto, es una fuerza, y que el mo- vimiento, que es lo que le hace visible y coloreado por vi- braciones luminosas, es otra fuerza. Este grano de polvo no será pues, otra cosa, que una pequeña extensión en la cual se reúnen y operan las fuerzas. ¿Qué es pues, lo que le hace tal grano de polvo? ¿La ma- teria ? No; puesto que la extensión no es la materia. Luego es la fuerza. Si se creyese que la extensión puede ser materia ó que la materia puede ser esencialmente extensa, confundiéndola como Descartes, con el espacio, entonces en un espacio in- finito y lleno, ya no caben movimiento ni forma. Es ir á parar á lo absurdo. Pero no se puede concebir la fuerza sin la materia, dicen algunos. La fuerza debe tener un snbstratnm en que apo- yarse y un objeto sobre el cual obrar, y es éste justamente la materia.
  • 56. 34 FILOSOFÍA Sólo es inconcebible, contestamos, lo contradictorio. El concepto de fuerza no implica contradicción; luego la fuer- za sola no es inconcebible. Lo que sí envuelve contradicción es la fuerza asociada á la materia, á un substratum innecesario que nada añade á la fuerza sino un estorbo. Lo inconcebible es la materia, porque no responde á ninguna idea ni está representada por ninguna propiedad. Se asegura que la fuerza necesita un objeto sobre el cual operar; que de lo contrario no podría; y se quiere significar por esa palabra substratum, una especie de sostén de la fuerza. Es indudable que la fuerza necesita ese objeto sobre el cual operar, pero no por eso ha de ser ese substratum material. La fuerza de cada átomo supone otros átomos que le sirven de objeto, y esto es todo lo que exige la hi- pótesis. En cuestión de hipótesis, la más sencilla es la mejor. ¿A qué inventar ese substratum, si las fuerzas atómicas actuando unas sobre otras, reúnen todo lo necesario para completar la noción científica de fuerza? Además, la unión de la materia y de la fuerza se hace imposible por otras varias razones. La fuerza ha de ir unida al átomo, y el átomo es un punto matemático que no puede ser material. La física explica bien, en efecto, que la mate- ria no es la causa de la resistencia de los cuerpos y que basta la fuerza para explicar el fenómeno; que la masa no se confunde con la materia, sino por la grosería de nuestros sentidos; y que la impenetrabilidad se debe á las fuerzas repulsivas del éter. Si ese substratum que se considera ne- cesario, fuese materia, quedaría tan incomprensible y sin acción, como la materia misma; mas si lo fuese,-por supo- sición, el átomo tendría un centro y partes alrededor. ¿En cuál de estos puntos actuaría la fuerza? Aquél sobre el cual actuase, se lo llevaría por delante. ¿Qué sería de los otros? ¡No sería pequeña la confusión! ¿O habría muchas fuerzas,
  • 57. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 35 infinitas fuerzas, para un solo átomo? Entonces ¡qué com- plicación! La hipótesis complicada, al lado de otra sencilla que explica más y mejor, se desecha siempre. No hay que cansarse; no se concibe la fuerza sino como unida á un punto matemático, y este centro no puede ser material. Así lo reconocen los más eminentes físicos y ma- temáticos, Ampere, Cauchy, Weber, etc. Todos están de acuerdo en que los átomos deben ser concebidos como ex- traños á la extensión. Luego, verdaderamente, la fuerza, y no la extensión, el espíritu, y no la materia, es lo que constituye la esencia de los cuerpos. Todo lo que hasta ahora fué atribuido á efectos materia- les, la ciencia lo atribuye á efectos de las fuerzas. Por ella sabemos que las percepciones son producidas en los órga- nos de los sentidos; las percepciones visuales por las vibra- ciones del éter, las auditivas por las del aire, las del olfato y del gusto por vibraciones químicas. Ella nos ha enseñado á enmendar esa referencia que en nuestra ignorancia infan- til hacíamos, de nuestras percepciones al exterior, suponien- do la causa del choque únicamente en los objetos materia- les. Ella nos ha convencido de que esas percepciones no derivan de la materia precisamente, sino de un movimien- to que, para explicarlo, es preciso referirlo á fuerzas, y que estas fuerzas no son más que manifestaciones de las fuerzas combinadas, propias de cada átomo. Ella nos ha demostrado que el fundamento de todas las percepciones del tacto, lo que se llama la impenetrabilidad de la materia ó la resisten- . cia, no es más que el resultado de la fuerza repulsiva, inhe- rente al éter; es decir, que lo rhás suave, fluídico, invisible, es precisamente la causa de la brutalidad y aspereza de los cuerpos. Ella nos ha hecho ver que la misma causa puede producir sensaciones diferentes en un mismo órgano, y que causas distintas pueden producir en él sensaciones idénticas; que la electricidad en los ojos produce fenómenos lumino-
  • 58. 36 FILOSOFÍA sos, en el oído sonidos, en la boca sabores, en los nervios del tacto picazón; y que los narcóticos promueven fenóme- nos internos de audición, visión, hormigueo; que recíproca- mente, la sensación luminosa es producida en los ojos por vibraciones del éter, por acciones mecánicas, por un choque ó por un golpe, por la electricidad y por acciones quími- cas. Ella es, en fin, la que nos obliga á decir, en lugar de naturaleza material de un cuerpo, «la fuerza viva de un cuerpo». La materia, por consiguiente, está demás; es ya una preocupación anticientífica. Hablar de ella siquiera, conce- derle virtudes creatrices ú ordenadoras, será de ahora en ade- lante, hacer confesión de crasísima ignorancia, dar pruebas de no haber podido comprender las consecuencias que de las modernas enseñanzas se desprenden. La materia es un prejuicio instintivo de nuestra sensibilidad, una inducción ilegítima y vulgar de nuestras sensaciones, un error de los sentidos que es preciso acostumbrarse á desechar. Se olvi- da uno, á lo mejor, de que no se percibe la materia direc- tamente , sino por medio del choque, de la presión, de las vibraciones, y que son estos movimientos, estas fuerzas, las que producen en nosotros aquella apariencia que, sólo en virtud de una hipótesis primitiva é infantil, pudo tener en- trada por un momento en la ciencia. Felizmente, la física se ha encargado de demostrar que, como tal hipótesis, es innecesaria. Todos los grandes sistemas filosóficos, como las grandes síntesis científicas modernas, conducen á esta negación de la materia ó de la realidad material, á esta supresión del mundo objetivo. La filosofía sankia, la filosofía griega, la Cabala filosófi- ca, la filosofía alemana, lo mismo que el positivismo moder- no, aunque parezca extraño, coinciden en este punto: Que en la naturaleza no hay materia propiamente dicha, y que todo lo que es, es espíritu.
  • 59. DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 37 En Grecia, el ideísmo comienza con Protágoras: es el primero que parte del sujeto, del ser espiritual, en su in- vestigación. Su lema: «El hombre es la medida de todas »las cosas; expresa perfectamente ya, «que las ideas depen- »den de nuestras sensaciones y que solo éstas podemos co- »nocer.» »Es en la opinión donde lo dulce existe, en la opinión lo »amargo, en la opinión el calor, el frío, había dicho Demó- »crito, maestro de Protágoras». Pirron y los escépticos confiesan que ven y entienden, pero ignoran cómo ven y cómo entienden; de que una cosa les parezca blanca, por ejemplo, no deducen que realmente lo sea. Xenófanes rechaza, niega todo conocimiento positivo, separando los principios á priori del conocimiento, de la observación empírica. Meliso desprecia el testimonio de los sentidos como ilu- sorio. Platón cree que las sensaciones son relativas al indi- viduo. El objeto, según él, puede ser y no ser. Por eso no cree en la ciencia. La Cabala filosófica sienta estos principios: i.° De nada, nada se hace. 2.° No hay sustancia pues, que haya sido sa- cada de la nada. 3.0 La materia por consiguiente, no ha podido salir de la nada. 4.0 La materia, á causa de su natu- raleza tan vil, no debe su origen á sí misma. 5.0 De ahí se sigue, que en la naturaleza no hay materia propiamente di- cha. 6.0 De ahí se sigue, que todo lo que es, es espíritu. Después, en la renovación filosófica, Descartes empieza á poner en duda la realidad de los objetos exteriores, y Berkeley tiene por ilusoria la materia, afirmando, «que los «fenómenos de sensación son signos convencionales, pala- »bras de idiomas que nos habla Dios, el cual es la única »causa eficiente». Es el punto mismo á donde llegó Malebranche partiendo del pensamiento, y de donde Hume dedujo su escepticismo.
  • 60. 38 FILOSOFÍA Kant viene después á decir al mundo, que sólo la razón es cierta y que todo lo demás es dudoso. Fichte asegura que la existencia del mundo depende en un todo del espíritu, y que la razón crea lo que concibe. Scheling reconoce que el mundo es idéntico á la inteligen- cia y que todo está conforme con el pensamiento. Hegel, en fin, proclama resumiendo todo, que la Idea es el ser. Si examinamos ahora la filosofía ó síntesis científica mo- derna , vemos á Stuart Mili dominado por este ideísmo em- pírico y subjetivo, haciendo entrar todas las ciencias en la Psicología inductiva; y á Herbert Spencer confesando, que la realidad no tiene más piedra de toque que la persisten- cia en la conciencia. Verdad ideista pura. Así, por confesión de los maestros respetados por todas las escuelas científicas, la materia no entra para nada en la prueba de la realidad del mundo. El Positivismo, á pesar de este título que le da un vis- lumbre de materialista, lleva en sus entrañas un gran fondo de ideísmo filosófico que no todos pueden apreciar, y que acabará por dar lógicamente sus frutos. He aquí, pues, el pensamiento humano llegando por tan distintos caminos á la misma conclusión: la única realidad que nos es dado afirmar es la del espíritu; la de la materia es ilusoria y sin prueba. La ciencia no puede concebirse pues, de otro modo, que como una Psicología inmensa; pero en esta concepción ver- daderamente científica, en la que toda realidad material des- aparece, la ciencia pierde en parte, ese carácter de positi- vidad que la distingue; la metafísica y la teología adquieren una legitimidad tan grande, por lo menos, como la suya, y la razón libre de las trabas que un método engañoso la imponía, puede ya elevarse en alas de la inducción y de la hipótesis á las más altas regiones de la idea.
  • 61. C A P Í T U L O III LA REALIDAD Y LA RAZÓN La ciencia, como la religión y la filosofía, tiene por fin la verdad. La verdad es la conformidad de la realidad con el cono- cimiento. No hay, por tanto, verdadera ciencia, si no existe una realidad indiscutible. Si la realidad no tiene este carác- ter, la verdad de la ciencia no es verdad. En este caso, la ciencia perdería su autoridad, y no tendría derecho á inter- venir en los altos debates filosóficos de la razón ó del espí- ritu humano. Dar crédito á la ciencia en tal supuesto, sería tan imprur dente como hacer caso de un análisis químico, ejecutado por un sonámbulo sobre productos aparentes de una su- gestión hipnótica. A juzgar de la realidad por las pretensiones de ciertas escuelas que, bajo el pretexto de una segura realidad mate- rial, prohiben en absoluto toda metafísica, niegan toda re- ligión y reforman á su gusto la moral, podría creerse que la realidad material era una cosa indudable y exenta de toda contradicción, y que la ciencia descansa sóbrelos más sóli- dos cimientos; mas es al contrario enteramente, como he- mos visto, y toda la lucha filosófica del mundo estriba en
  • 62. 40 FILOSOFÍA esta enorme duda: ¿ es el mundo una realidad ó es una maya? La sensación en el ¡deísmo no es más que un estado, un modo accidental de la existencia, que puede ser causado por una sugestión universal y sistematizada; y mientras no se pruebe que sea otra cosa, y no se sepa de qué modo la razón del hombre puede conocer la realidad mecánica y material del mundo, la ciencia no tiene más positividad que otra creencia racional cualquiera. De todos modos, la realidad lo mismo-se concibe sien- do ideal que siendo material el mundo. La cuestión ahora es esta: ¿El movimiento dialéctico del espíritu subjetivo reproduce la dialéctica del espíritu uni- versal? Si la reproduce, la razón es suprema, es único juez, fun- dándose en la experiencia, por supuesto, aunque los hechos fuesen el producto de una sugestión universal. Y no se con- cibe que no la reproduzca; es absolutamente imposible que sean diferentes las dos dialécticas, y que en el Universo haya una desarmonía tan grande. Debe haber analogía entre ellas, debe haber identidad. Es por una razón de analogía solamente, por lo * que tanto Hegel como Herbert Spencer afirman la identidad de las leyes del universo. La metafísica y la filosofía científica están en esto de acuerdo. El error del escepticismo consiste en dudar ó en negar esta identidad. Todo el escepticismo de la crítica no se funda más que en dos grandes dificultades: una, la dificultad de concebir la cau- sa primera; otra: la dificultad de enlazar la sensación como modificación interior que es ciertamente, con la realidad. Fichte, en su obra El Destino del hombre, nos ha dado, de la primera, la fórmula más exacta en el diálogo del Es- píritu y del Yo:
  • 63. D E LO MARAVILLOSO POSITIVO 41 El Espíritu. «Acaso, después de haber observado el mundo exterior, »donde las cosas tienen siempre fuera de sí, la causa que »las crea y modifica, has concluido que esta ley erauniver-- »sal, lo cual te habrá llevado á aplicártela á tí mismo y á »tus propias modificaciones.» Yo. «Es tratarme como niño hacerme semejante razonamien- »to. ¿No te he dicho que es por medio del principio de cau- »salidad, por el que paso del yo, á las cosas exteriores? «¿Cómo, pues, había de encontrar este principio entre las «mismas cosas?» «La tierra es soportada por el gran elefante; pero el gran »elefante ¿lo será por la tierra?» Este gran elefante es la causa primera. ¿ Cómo concebir que llevando la tierra á cuestas, tenga él sostén para sus pies? La causa primera ¿de dónde sale? ¿Qué origen, qué fundamento tiene? Es pretencioso empeño de los hombres creer, que lo que abarcan con su inteligencia y con su vista es toda la posi- bilidad existente, y que no hay más. Decimos: ¡el orden uni- versal ! y creemos comprender el todo. Pero, ¿ no habrá más orden universal que este que vemos? La causa primera que buscamos no puede ser más que la causa de este universo que conocemos. Si hubiera otros de diferentes órdenes, se- rían tantos los datos que nos faltasen, que el hallazgo de la primera causa de todos ellos sería imposible, aun existien- do esa primera causa, pues no sabemos si la serie de las causas y de los efectos formará el orden de esos otros uni- versos, como el de éste. La causa primera de este universo en que estamos, puede tener su raíz y origen desconocido en otro universo tan distinto, que todo cálculo nuestro para conocerlo sea una suposición absurda. Pero en ese universo ó superior orden universal, diréis, ó en el tercero y cuarto, ó en fin, en alguno, habrá causa
  • 64. 42 F I L O S O F Í A primera ó no la habrá, y la cuestión siempre será la misma. Sí, es verdad; pero en tantos universos desconocidos de diferentes órdenes, ¿no ha de haber solución para el miste- rio de la causa primera? Una cosa es lo incomprensible y otra cosa es lo inconce- bible. La causa primera es incomprensible, como un pro- blema cuando faltan datos; ¿quién puede asegurar que es- tos, datos que aquí no encuentra nuestra inteligencia, no se hallan en alguno de esos otros universos? Lo inconcebible es que la serie de causas no termine nunca, porque esto envuelve una contradicción que ningún dato puede venir á deshacer, y es, que esta serie es ordena- da, y no se ve que ninguna de las causas conocidas sea la ordenadora; si ésta no existiese, habría que suponer el or- den de la serie, la serie misma, al azar, lo cual es contra- dictorio. ¿Hay algo, en efecto, que envuelva más contradic-' ción que el orden y el azar? En esto, como en otras muchas cosas, es preciso volver á Aristóteles. En la serie de causas, como él dice, hay una causa primera, y en la serie de los cambios, un cambio final. Si no existiese la causa primera, la ciencia marcharía de causa en causa, sin encontrar nunca el punto de partida, y entonces no sería ciencia. No hay más que esta disyun- tiva para elegir: ó negar el orden, y admitir el azar, en cuyo caso no hay ciencia, porque la ciencia del azar, ¿qué cien- cia sería?, ó reconocer la existencia de una causa pri- mera. Respecto á la segunda dificultad, es cierto que aunque la sensación sea puramente una modificación interior, nos- otros la referimos al exterior; pero, la sensación, nos cons- ta bien, no es el cuerpo que la produce, ni somos nosotros mismos. ¿Qué es, pues? Si consideramos su naturaleza, ve- mos que es un acto pasivo de nuestro sentimiento, y que nosotros mismos somos un sentimiento susceptible de mo- dificaciones. El hecho de la sensación nos prueba bien que
  • 65. D E LO MARAVILLOSO POSITIVO 43 no viene ni puede venir sola. ¿De dónde sale, pues? ¿Del objeto material exterior? Ya hemos visto que nosotros no podemos afirmar nada material, y la sensación, por su parte, nos convence de que sólo es, cuando más, un movimiento, un signo que se deja sentir. Aristóteles ha demostrado que el movimiento es un hecho que se afirma pero que no se demuestra: que es el paso del contrario al contrario. El ser, pasando de un esta- do á otro, se convierte en lo que no era; antes podía llegar á ser otra cosa; estaba en potencia; después, llega á ser po- tencia en acto. El movimiento y el paso de' la potencia al acto, es la realización del poder. La materia tampoco es para Aristóteles, más que una potencia, y como toda po- tencia, no existe sino en el momento del acto. Si el movi- miento en la sensación, como en todo, es la realización del poder, y la materia del cuerpo ó del objeto que se nos figura origen de la sensación, no es más que potencia en acto, nuestras sensaciones no son ni pueden ser otra cosa que signos de un algo potencial. Este algo potencial que nos habla y educa por medio de estos signos, desarrollando nuestra inteligencia, nuestro carácter y nuestra voluntad, debe ser también inteligente, porque no nos comunica des- atinos ó signos en desorden; y siendo un poder inteligente, es real. Hay, pues, una realidad ideal extraída lógicamente de la sensación. La identidad de las dos dialécticas, la universal ó ideal y la subjetiva, probada está en el mero hecho de ser la subjetiva hija de la ideal; y el lazo de unión de la sensación y de la realidad ideal se ve perfectamente. Berkeley, diciendo que las sensaciones son palabras del idioma en que nos habla Dios, no está tan lejos como se supone, de Aristóteles. El error de Fichte consiste pues, en haber supuesto el origen de la sensación en el sujeto mismo. Fué conducido
  • 66. 44 FILOSOFÍA á él, como no podía menos, por su negación de la causali- dad. Una vez suprimida la materia en su filosofía, creyó que no podía haber nada fuera del sujeto, y así hizo de éste el centro del Universo y todo el Universo, el yo, percibién- dose á sí mismo y al no yo, en un solo acto. «El axioma de que todo efecto tiene una causa, había »dicho Hume, no puede deducirse de la experiencia, por- »que ésta sólo nos muestra hechos individuales y aislados »y no la conexión del efecto con la causa ni mucho menos »su necesidad. Suprimida la idea de causa fallan todos nues- tros juicios, pues no podemos explicar los fenómenos, sino »aplicando á ellos esta noción ». En la filosofía moderna no hay nadie que haya ejercido mayor influjo que Hume, sobre la posteridad. Kant procede de Hume; «la Crítica de la razón pura» arranca del «Tra- tado de la Naturaleza humana», y el positivismo, sin darse cuenta de ello, procede de Hume. ¡Cosa extraña! Hume, que niega resueltamente la posibi- lidad de todo conocimiento científico, es el fundador del criticismo científico. La ciencia tiene por maestro al que la niega. Sí; porque la verdad de la ciencia estriba en que la causalidad exterior corresponda á la interior ó subjetiva, y esa negación de la identidad de las dos dialécticas, y esa desconfianza de la conexión racional del efecto con la causa, después de haber arruinado la metafísica, dejó en el método científico una levadura de incredulidad y escepticismo, y desautorizó de tal modo á la razón, que la ciencia apenas se atreve hoy á confesar una causa primera ni á fiarse para nada de la inducción, en cuanto ésta se separa de la causa eficiente, ni admite más hipótesis racionales que las que descansan inmediatamente en los hechos. De este modo se ha visto conducida, sino á negar, á prescindir de Dios enteramente, como causa del mundo; del espíritu, como causa de nues- tras acciones; y toda moral, toda religión, tpdo derecho,
  • 67. D E L O M A R A V I L L O S O P O S I T I V O 45 toda libertad, se borran y desaparecen de su esfera de in- vestigación, si ha de haber lógica, porque todo esto, en la razón solamente, en la inducción, que es una de sus for- mas, volando atrevidamente de causa en causa, tiene su asiento y prueba. Sólo quedan á la ciencia en su campo de estudio, reducido y estrechado por su método escéptico, las sensaciones, es decir, lo que nunca podrá explicar ni com- prender, porque en ellas están el secreto y el misterio del espíritu. Sólo la razón puede aclararlo todo, pero la razón íntegra, sin cortapisas, tal como la naturaleza la concedió á los hombres. Por eso, Kant no se atrevió á conocer nada, sin estudiar antes la razón. Pero ¿cómo se ha de criticar la razón con ella misma? Si engaña antes de ser criticada y conocida, también en- gañará en el estudio que de ella se haga antes de cono- cerla. Kant se olvidó de lo que decían los escépticos griegos: «O el criterio está ya juzgado ó no; si no lo está, ningún «crédito se le debe, y si lo está, una misma cosa será la »que juzgue y la juzgada.» Así, la razón para él, es como un molde que imprime necesariamente su forma á todo lo que recibe, ó como un espejo que metamorfoseando los objetos, les hace tomar cierta apariencia. Así supuesta, la deducción es lógica: nuestros conocimientos no pudiendo salir fuera de nosotros mismos, en vez de ser expresión de la realidad, no son más que el resultado de las formas del entendimiento. Se- gún esto, la realidad no existe y nadie puede pretender nunca conocerla. Sólo los fenómenos quedan á nuestro al- cance y éstos dependen aún del espejo que los refleja. Nadie mejor que Fichte sacó las consecuencias: «Si nues- tros conocimientos no son expresión de la realidad, sino resultado de las formas del entendimiento, es porque la sen- sación no es más que una modificación del ser que siente, es porque no hay derecho á concluir que existe nada fuera
  • 68. 46 FILOSOFÍA de nosotros. Si se supone que algo exterior existe, es en nombre del principio de causalidad, en virtud del cual nos creemos autorizados á afirmar que todo lo que existe ha sido creado, ó que no es posible qué haya efecto sin causa; pero este principio no se encuentra en la sensación, ni exis- te en el mundo exterior; existe sólo en nuestra inteligen- cia; es puramente subjetivo; luego el mundo exterior no existe sino como inducción de este principio, y no tiene, por consiguiente, más que una realidad subjetiva». Augusto Comte acogió con fruición este escepticismo filo- sófico y lo aplicó á la ciencia, ignorando completamente sus consecuencias. La causalidad y la analogía no le parecieron, dice, «ba- »ses suficientes para establecer una teoría digna de la ma- »durez de la inteligencia humana». En este estravagante modo de considerar la inteligencia, creyendo propio de su madurez la pérdida de las dos gran- des funciones de la razón, fundó su sistema. Desde esta criminal amputación de dos de los principa- les órganos cerebrales, la escuela ya no vio más que causas inmediatas que, no se sabe por qué no las suprimió tam- bién, en buena lógica. Una vez prohibida la inducción analógica más allá de las causas inmediatas, la existencia de Dios quedó sin prue- bas , la moral en el aire, sin fundamento alguno, la metafí- sica sirviendo de ludibrio, y la ciencia reducida á hechos y más hechos, sin conseguir con sus síntesis otra filosofía que simples generalizaciones sin objeto apenas, y que dejan á oscuras y sin explicación verdadera los más interesantes problemas y las más trascendentales cuestiones, que el es- píritu humano aspirará siempre á conocer. No se concibe que filósofos y hombres de ciencia hayan querido herir de muerte toda investigación trascendental. Es esto tan absurdo como si los pájaros se cortasen ellos mismos sus propias alas.
  • 69. D E LO MARAVILLOSO POSITIVO 47 Es probable que Kant, temiendo las invasiones de la teo- logía ortodoxa en la ciencia, y el peligro que por otra par- te pudiera resultar á la moral como consecuencia del ma- terialismo, quisiera desacreditar de aquel modo esos dos extremos; mas no se hizo cargo de que, quebrantando la autoridad de la razón y destruyendo la confianza en ella, hacía imposibles también toda ciencia y toda metafísica. Por fortuna, cada escuela lo entendió como mejor le con- vino, y semejantes á esas personas egoístas que ponderan lo malas que son algunas cosas buenas, para que los demás no las quieran y apropiárselas, la ciencia y la teología no cesaron desde aquel momento de clamar contra la razón; la teología anatematizándola por entero, y la ciencia, en la parte más esencial, cortando los vuelos al raciocinio induc- tivo y analógico, condenando así la metafísica mientras ellas usaban ampliamente de las formas de la razón que más utilidad les reportaban. Salió perdiendo en último resultado, como no podía me- nos, la metafísica, que era precisamente lo que Kant esta- ba más interesado en salvar. Comte y su escuela se dejaron engañar por esa Crítica de la razón pura, que fué el suicidio, el golpe de gracia de la metafísica y el material envilecimiento de la ciencia. Importa, pues, devolver á la razón esas funciones; sin ellas nada puede esperarse de la ciencia ni de la filosofía. Donde la ciencia no llega, llega la inducción, no acaso con la evidencia de los hechos, pero al menos con el con- vencimiento de las relaciones lógicas. ¿Debe despreciarse esto? ¿Por qué se ha de quitar al hombre el sagrado derecho de discurrir? ¿Por qué se han de encerrar sus nobles aspiraciones al saber en el reducido círculo de un método? Si la razón se ha desenvuelto en el seno de la dialéctica divina haciendo su evolución en las especies, ¿por qué no la habrá de reflejar y no le habrá de ser posible conocerla?
  • 70. 48 FILOSOFÍA Respetemos, pues, todos la razón, y trabajemos por desembarazar de trabas el pensamiento; no le encerremos en estrechos moldes, en métodos insuficientes; tratemos de elevarle en alas de la inducción, fundada en hechos, á las primeras causas, que es donde únicamente residen las gran- des leyes, y de este modo, la ciencia se hará más religio- sa, y la religión un poco más científica, que es lo que el mundo busca y lo que encontrará.
  • 71. C A P Í T U L O I V EL INSTINTO Los fenómenos propios del instinto son de lo más admi- rable que la naturaleza ofrece á un espíritu reflexivo. Ni como fenómenos psíquicos se comprenden, ni como he- chos de mecanismo orgánico se conciben; ni se prestan á natural explicación científica, ni reducirse pueden á ma- nifestación de la inteligencia animal. ¿Proceden de la mis- ma facultad que los fenómenos psíquicos, ó tienen su raíz ' y principio en otra facultad desconocida del espíritu? Esto último se creía antiguamente, pero la escuela trans- formista, que no quiere ver nada fuera de lo natural cono- cido, tiene empeño ahora en reducir los fenómenos del ins- tinto á los de inteligencia, considerando el instinto única- mente como un conjunto de hábitos acumulados y fijados por la herencia. ¿Es esto cierto? ¿Se desarrolla el instinto por evolución, como la inteligencia? Es lo que vamos á ver. La obra en que mejor se resumen las ideas y tendencias de la escuela acerca del instinto, es la de Romanes, aun- que se separe de ella en ciertas apreciaciones. 4
  • 72. 50 FILOSOFÍA (i) L Uvolution mental chez les animaux. Romanes (i) coloca el instinto entre el reflejo, cuyo ex- citante es una sensación, y el acto, cuyo antecedente men- tal es una representación puramente relacional; es decir, entre el reflejo y el acto racional y voluntario. Romanes explica el instinto por dos principios: por la selección mecánica los instintos primarios, y por la inteli- gencia los secundarios. Así, al ver un acto inteligente en un animal, está proba- da para Romanes la existencia de la inteligencia en él. El animal se propone fines y encuentra medios para rea- lizarlos; luego es inteligente. La conclusión parece lógica y lo es en ciertos casos: en todos aquellos en que no entra el instinto para nada, y en que el animal ejecuta actos que no traspasan la medida de su inteligencia. Pero la coordinación de los medios con los fines, lo mismo en el hombre que en los animales, no es cosa propia de la inteligencia, sino del instinto, y el error de Romanes y de los que quieren reducir el instinto á inte- ligencia animal, procede de esta equivocación. Las leyes de la inteligencia no tienen nada que ver, por ejemplo, con la relación de conveniencia entre una necesi- dad y su satisfacción: comer cuando hay hambre, beber cuando hay sed, abrigarse cuando hace frío, es obra del' instinto, no de la inteligencia. La inteligencia no hubiera podido nunca atinar con cosas que nos parecen tan senci- llas, porque ninguna relación de identidad ni semejanza existe entre el hambre y la carne, entre la sed y el agua, entre el frío y* la ropa. Sólo por una revelación del instinto apropiamos estos medios á aquellos fines. Se ha creído hasta ahora que la inteligencia era de un orden superior al instinto, y se empieza á notar que es lo contrarío. Se observa, en efecto, en una porción de hechos, que el
  • 73. D E LO MARAVILLOSO POSITIVO 51 instinto es profético, adivino, infalible, superior á la inteli- gencia humana en grado inconmensurable. Nosotros no tenemos necesidad para convencer de esto mismo á nuestros lectores, sino exponer aquí algunos de esos hechos. No hay piedra de toque, como ha dicho Sche- lling, más infalible para discernir la verdadera filosofía. Si se demuestra que el instinto no resulta, como preten- de la escuela transformista, de una acumulación de hábitos transmitidos por la herencia, quedará probado al mismo tiempo, que es una facultad maravillosa anterior á toda ex- periencia, y superior á toda inteligencia conocida. No hay animal, á no ser que la educación haya apagado el instinto en él, que coma plantas venenosas. El mono, aunque haya vivido largo tiempo entre los hombres, recha- za con gritos cualquier fruto cargado con el veneno más desconocido. Todos los animales saben escoger aquellos alimentos que más convienen á su aparato digestivo y á su naturaleza, sin necesidad de aprendizaje ni de pruebas. Co- nocen también los remedios que reclaman sus enfermeda- des ; así, el perro busca la grama canina para expulsar con ella sus lombrices, y las gallinas y palomas picotean las pa- redes cuando sus alimentos no les proporcionan bastante cal para formar el casco de sus huevos. Carece en absoluto de discernimiento quien atribuya estos actos al hábito fija- do por la herencia. ¿De qué hábito pudo sacar el primer mono ó sus antepasados el conocimiento de todos los ve- nenos , ó las primeras aves el de la necesidad de cal para sus huevos, ó los antecesores de las especies todas el de los alimentos convenientes? La imposibilidad de concebir el instinto como un simple hábito heredado se ve más manifiesta, si cabe, en este caso: los pastores de bueyes y carneros conocen bien la mosca del rebaño, que no produce daño ni dolor á los ani- males con su picadura, pero que les hace correr furiosos y espantados. La causa de este miedo no puede ser ni com-
  • 74. 52 FILOSOFÍA prendida por la inteligencia del animal, ni reducida tam- poco á herencia de hábito. La mosca, en efecto, no tiene aguijón ni les lastima; pero poniendo sus huevecillos en la piel, las larvas, saliendo al cabo de cierto tiempo, se intro- ducen en la carne, produciéndoles dolorosos abcesos. ¿ Có- mo sabe el animal los tormentos que le prepara aquella mi- serable mosca para el porvenir? ¿Cómo explicar el hábito en este caso? Sería preciso suponer un primer animal que atribuyese la causa de sus llagas á los huevecillos de la mosca. ¿Creerán de veras los transformistas en esta eleva- dísima inteligencia del primer toro? Una intuición adivinadora, que no puede confundirse con la inteligencia del animal, se revela también en la previsión de los cambios de temperatura; los pájaros viajeros parten para los países cálidos en una época en que el frío y la fal- ta de alimento no les molestan aún, pero cuya proximidad prevén. Cuando el invierno va á ser precoz, parten más temprano que de costumbre; y si promete ser dulce, algu- nas especies se quedan. Centenares de leguas no son obstáculo para que las go- londrinas y las cigüeñas vuelvan á encontrar su patria. Pe- rros y pichones, encerrados en sacos y transportados á si- tios lejanos y desconocidos, toman sin vacilar el rumbo que les lleva á su antiguo alojamiento. Hay muchas historias como la del perro Moffino, que separado de su amo, sol- dado milanés, en el paso del Berecina cuando la campaña de 1812 en Rusia, pudo reunirse con él después de un año de fatigas y aventuras, en Milán. Se dice que les guía el instinto; bien, pero un instinto con intuición adivinadora. El olfato no puede ser, porque después de cierto tiempo, todo rastro se disipa, y además, muchas especies de aves carecen de ventanas de nariz, y en todas, los nervios olfatorios son proporcionalmente mu- cho menores que en los cuadrúpedos. ¿Cómo se explica, pues, que un pichón-correo, transportado de Bruselas á To-
  • 75. D E LO MARAVILLOSO POSITIVO " 53 losa en una cesta tapada, haya" sabido volver á su punto de partida? Sería gran desatino suponer que pueda calcular un ani- mal el tiempo que hará al cabo de un mes, ó la inundación que tendrá lugar dentro de un año, y sin embargo, el cas- tor da á su choza mayor altura en los años de inundación; la ardilla, antes que venga el frío, reúne sus provisiones y cierra por completo su morada; el escarabajo se retira á invernar en los días más calientes del otoño; la cigüeña parte para el Sur cuatro semanas antes de sentirse el frió, y el ciervo viste un ropaje más espeso en vísperas de un in- vierno riguroso. Por más que se haya dicho contra las causas finales, ¿no se ve en estos casos una tierna previsión de la naturaleza? Es cierto que el pájaro puede tener la sensación presente del estado de la atmósfera; pero ¿cómo el estado de la tem- peratura actual puede despertar en él la idea de la tempe- ratura próxima? Esto está muy por encima de su inteligen- cia. El hombre con ser hombre no ha llegado á predecir todavía, con la ayuda de la meteorología, más que para algunas semanas el curso de la tempestad. Luego, la previ- sión del tiempo en el animal es obra de una sabiduría que reside en él, sin ser la suya, y que no puede ser otra cosa que Ija. intuición clarovidente de la naturaleza. En esta confusión del instinto y de la inteligencia, suele achacarse á ésta lo que pertenece á aquél, y viceversa, pero una más exacta observación deslindará sus respectivos campos. En esos dos extremos del tamaño: la hormiga y el elefante, por ejemplo, en cuyos organismos parece alber- garse la mayor suma de inteligencia animal, si se exceptúa la humana, obsérvanse obras y actos que sería un error atri- buir al instinto, pudiendo ser explicados por la inteligencia; y es ésta, creemos, una regla infalible para distinguir el uno, de la otra: Todo lo inconcebible y que traspasa los lí- mites de la inteligencia animal, sin excepción, es obra del
  • 76. 54 FILOSOFÍA instinto, es decir, de una inspiración superior, y todo lo que es propio de aquella inteligencia, es inteligencia. Ciertas obras de los seres inferiores de la escala zoológi- ca proporcionan tales pruebas de la intervención de aquella superior sabiduría, que todo cuanto se haga por reducirlas á inteligencia animal será en vano; Si se repara en ciertas especies de poliperos, por ejem- plo, se apreciará la regularidad y simetría de sus formas. Hay algunos tipos de lepralias, que pudieran tomarse por modelo de los más bellos y simétricos adornos: tal es la corrección de su dibujo y el paralelismo y proporción de todas sus partes. Pues bien: estas lepralias están formadas por multitud de celdillas que sirven de habitación á una co- munidad de pequeños moluscos que parecen zoófitos; cada animalillo de éstos ha elaborado su celdilla sobre una con- cha vacía ó sobre un alga y no se ha preocupado más que de la suya. Tanto sabe él, lo que pasa en el extremo de su alga, como nosotros en el Polo Norte, y sin embargo, su trabajo no puede menos de obedecer á plan preconcebido, porque guarda relación con el del animalillo que está en el otro extremo. Ninguno de los dos, ninguno de ellos, echará á perder el delicado contorno del polipero, separándose una línea tan siquiera. Esta acción general de muchos individuos, dirigiéndose á un fin común del cual no tienen conciencia, se observa también con admiración en las abejas y en el hombre mis- mo. La formación de los idiomas en que tanta sabiduría se revela y las grandes revoluciones sociales y políticas en que tantas voluntades coinciden sin darse cuenta de lo que van á hacer, son también obra de una intuición previsora que de ningún modo puede ser propia de los individuos. Fíjese ahora la atención en otros hechos que vamos á presentar, porque ellos nos pondrán en camino de apreciar por inducción la verdadera causa de la facultad adivinadora en el hombre, después de enseñarnos cuan superior es el