Nicole Marcel es francesa pero habla rapidito un español muy fluido. Llegó a Venezuela hace veinte años porque la Gran Sabana la eligió. Ella trabaja en la Fundación Mujeres del Agua, una organización compuesta por un grupo de mujeres rurales, indígenas y no indígenas, que promueven su participación en pro de la defensa de los derechos socio-ambientales
La mujer indígena es la más afectada por la minería
1. La mujer indígena es la más afectada por la minería
Abril 25, 2015 Centro Gumilla. Por Minerva Vitti
Nicole Marcel es francesa pero habla rapidito un español muy fluido.
Llegó a Venezuela hace veinte años porque la Gran Sabana la eligió.
Ella trabaja en la Fundación Mujeres del Agua, una organización
compuesta por un grupo de mujeres rurales, indígenas y no
indígenas, que promueven su participación en pro de la defensa de
los derechos socio-ambientales
La Fundación Mujeres del Agua se registró oficialmente en el año
2009 aunque desde hace tiempo realizaba un trabajo social en la
comunidad de El Paují, ubicada en el municipio Gran Sabana del
estado Bolívar.
El Paují es un pueblo mixto formado por indígenas de la etnia pemón,
y no indígenas (venezolanos y extranjeros). Con aproximadamente
cuatrocientos habitantes es un sitio que no tiene horario y en el que
hasta hace poco no había ni teléfono ni Internet. Sus habitantes
vivían en comunión con la naturaleza, con buenas experiencias
educativas y culturales, hasta que en 2006 se desbordó la minería en
la zona, trayendo muchos problemas y desplazando a muchos
miembros de la comunidad.
Ante esa situación un grupo de mujeres, que tenían años
conociéndose, comienzan a organizarse. Lo primero que hicieron fue
un museo que se llamó Kunayewi, que significa casa del agua, y
comenzaron a explicar a la población cuál era el impacto de la
2. minería, el derecho a tener agua limpia y el derecho a la salud.
También se unieron a la Misión Árbol y comenzaron a sembrar
moriches y distintas plantas en las áreas contaminadas por la
minería.
“Yo hice mucho trabajo a nivel comunitario, con la escuela y la
cultura, pero había más relación con los jóvenes y las mujeres que
siempre estaban en la casa. A mí me molestaba como mujer el hecho
de no poder relacionarme con ellas, entonces ahí empecé a traer más
mujeres indígenas al grupo. Hacíamos tejidos y siempre hablábamos
de los problemas del pueblo y sobre cómo los podíamos solventar”,
explica Marcel.
Pronto se dieron cuenta que tenían minas porque el capitán indígena,
de aquel momento, estaba vendiendo los ríos a los mineros. “El
modus operandi era el siguiente: los mineros buscaban un capitán
indígena y agarraban un indígena común como testaferro. Si uno
denunciaba eso en el Mibam, [antiguo Ministerio de Minas], ellos
decían. ꞌsi nosotros no tenemos autorización del capitán indígena
nosotros no nos metemos con esoꞌ”.
Desde la fundación entendieron que una forma de luchar era teniendo
una mujer en la capitanía indígena. La elegida fue Carmen Raquel
Benavides, pero cuando dijo que no quería más minas en su pueblo e
intentó negociar con ellos empezaron a intimidarla de todas las
formas posibles para que renunciara a su capitanía e hicieron una
capitanía aparte. “Eso nos llevó a darnos cuenta que las mujeres
necesitaban tener una formación integral para asumir esos cargos,
para resolver las cosas dentro de su comunidad, no solo con la
denuncia. De ahí comenzamos a hacer proyectos para formar
lideresas. Otra cosa que nos dimos cuenta es que Carmen Raquel
estaba sola, entonces necesitábamos que otra gente de la zona la
conociera: periodistas, gente de la CVG, de la alcaldía, otras lideresas
indígenas; y comenzamos a organizar encuentros de mujeres. Se
llamaban Encuentro de Lideresas de la Gran Sabana”.
Los encuentros comenzaron en El Paují, y posteriormente en
Kavanayen y Kumarakapay, mejor conocido como San Francisco de
Yuruani. Estos espacios les permitió identificar a las defensoras
indígenas y realizar lo que hasta ahora es el principal proyecto de la
fundación: los talleres de formación de lideresas. Actualmente el
trabajo se ha extendido a Uaiparu, Las Agallas o Karapaurai, San
Gerónimo, Playa Blanca y al Parque Nacional Canaima, Kawy y San
Ignacio de Yuruani. Acompañan entre cien y trescientas mujeres al
año.
3. En la fundación son doce mujeres, entre ellas, Elba Benavides,
presidenta de la organización. También pertenecen a la Unión
Latinoamericana de Mujeres (ULAM).
Un negocio “lucrativo”
La mayoría de las minas se encuentran en Ikabaru y Los Caribes pero
progresivamente se han extendido hacia Uaiparu y Playa Blanca.
Hace diez años alcanzaron El Paují y desde hace tres años empezaron
en el Parque Nacional Canaima, en Iboribo o Mantopay, cerca de
Kavanayen, en las orillas del parque en Uroy Uaray o al pie del
Auyan-tepuy. San Gerónimo, al lado de Ikabaru y Kawy, y Mapauri en
el Parque Nacional Canaima, son los únicos lugares donde las
comunidades no han permitido que entren los mineros.
“¿Tú sabes las bombas de agua? Se usaban normalmente para
chupar el agua con una manguera, y con esta pistoleaban los bordes
de los ríos, y los iban destrozando, hacían una especie de tamiz, las
metían y ahí es donde agarraban el oro (…) Antes trabajaban con
máquinas más grandes que eran de gasoil y no era tan fácil
desplazarlas, necesitabas tres o cuatro hombres para mover eso. La
que tienen ahorita se la meten debajo del brazo y salen corriendo, e
incluso, la entierran. Como son bombas de agua que se pueden usar
para las casas es mucho más fácil también que las compren y las
pasen”.
Hace varios años introdujeron varias denuncias en Fiscalía pero se
cansaron de hacerlo porque cuando milagrosamente enviaban una
comisión de la guardia nacional o del Ministerio de Ambiente, alguien
les avisaba a los mineros y estos sacaban las máquinas.
Como explica el documento de presentación de la Fundación Mujeres
del Agua, la zona de actuación de esta organización pertenece al
municipio Gran Sabana, un territorio que se encuentra en la frontera
de Venezuela y Brasil, al borde de la Amazonia y cuenca del alto río
Caroní.
Su posición geográfica la identifica como fuente indispensable de
agua para todo el estado Bolívar y para el embalse Guri que
proporciona 70 % de la electricidad de Venezuela. Parte de la zona
está consideradaárea bajo régimen de administración especial,
(Abrae), de acuerdo con lo establecido por la Ley Orgánica para la
Ordenación del Territorio aprobada en el año 1983. El marco legal
establece los objetivos para la protección, conservación y
aprovechamiento sustentable del territorio asociado al manejo de los
recursos naturales disponibles. De estos espacios, parte se conformó
como Parque Nacional Canaima en 1962 y ampliado en 1975 con el
fin de conservar la belleza y diversidad del territorio y proteger las
nacientes del río Caroní. La Ley de Aguas, en su artículo 17, establece
4. la región hidrográfica Caroní como una de las 16 regiones
hidrográficas del país. Precisamente un objetivo fundamental para la
fundación es el mantenimiento de las aguas que rodean estos
territorios.
El otro asunto es el tráfico de gasolina. Nicole nos dice que se
prohibió la venta de gasoil para detener la minería, pero que las
cooperativas mineras comenzaron a comprar equipos de gasolina. “Yo
antes podía ir a la bomba de gasolina y compraba cincuenta litros
para llevar para mi casa, ahorita no puedo hacer eso, porque necesito
tener una pick up, varios permisos, y un tanque de doscientos litros
mínimos para llevar eso. Entonces nos empezamos a reunir para
pagar un camión y que eso llegara a la comunidad. El problema es
que hay quien en vez de pedir un tambor, que es lo que necesita,
pide cuatro y lo revende, y eso se ha vuelto un negocio. De hecho, yo
que creo que en Santa Elena están vendiendo más gasolina que en la
misma Caracas, por el número de tambores de gasolina que salen,
salen y salen hacia las minas”.
Para julio de 2014, un tanque de doscientos litros de gasolina se
podía conseguir en 190 bolívares y transportarlo costaba ochocientos
bolívares. Este tanque revendido podía costar entre 3 mil y 5 mil
bolívares; y mientras más lejos la comunidad, podía llegar a 10 mil o
15 mil bolívares. Actualmente está a 18 mil.
Algunas capitanías indígenas también han entrado en este negocio,
ya que al pedir cupo para comprar gasolina para sus comunidades
viven tranquilamente de revender combustible. Esto ha generado que
surjan capitanías donde no las había. La comunidad de Bajo Amarillo
es un ejemplo de esto. Si hay minas hay tráfico de combustible, si
hay tráfico de combustible hay un capitán y él revende el
combustible.
En algunas de estas zonas los capitanes tienen el control total,
porque los mineros no entran si no tienen su permiso; y en general
deben pagar un porcentaje al jefe indígena. También hay un
fenómeno nuevo y es que los capitanes cobran porcentajes sobre
cualquier negocio que se haga en la comunidad. Es el caso de Perro
Loco, donde crearon una mina y una capitanía indígena y el capitán
cobra entre 10 % y 15 % de interés a cualquier negocio.
“No es fácil. Porque el hecho que nosotras estemos diciendo que no
estamos de acuerdo con la actividad minera nos ha acarreado
muchas amenazas. Es peligroso porque estamos enfrentando niveles
de poder altos: los capitanes generales, la Federación Indígena, la
Guardia Nacional; no todos, porque pienso que hay gente honesta,
pero sí hay unos que tienen puestos de autoridad que no son
transparentes”.
5. El problema minero no es solo ambiental sino social
Una de las principales consecuencias de la minería es el abandono
escolar porque los niños y los docentes están metidos en las minas ya
que obtienen mayores beneficios. Incluso esto se extiende a los
enfermeros y funcionarios públicos de la zona.
A causa de la contaminación y del uso incontrolado del mercurio se
evidencia una propagación de diferentes enfermedades como malaria,
asma, bronquitis y alergias cutáneas. La falta de información y
educación en escuelas y familias impiden la cura y el entendimiento
del problema.
La malaria o paludismo es frecuente debido a los pozos de agua que
quedan al extraer el oro. Marcel explica que más del 80 % del
paludismo está en el estado Bolívar: “Además es recurrente, se cura
mal, se hacen mal los tratamientos, hay casos de niños que nacen
con la enfermedad, niños de 12-13 años que han tenido cuatro o
cinco veces paludismo”.
Otras enfermedades como la leishmaniasis y las úlceras en la vagina
también están presentes, aunque lo último se mantenga oculto
porque las mujeres no quieren hablar del tema. Marcel cuenta con
preocupación que en la comunidad de Parkupi, que está más adentro,
hablan mucho del SIDA, muertes violentas o asesinatos: “Los cuentos
que te echan de las matanzas que ocurren dentro del sector 7 son
bárbaros porque hay muchísimos brasileros metidos allá dentro”. En
la comunidad de Uaiparu, por ejemplo, hace como dos años, cuando
llegaron muchísimos mineros de afuera, murieron como doce
personas.
También hay prostitución, altos índices de alcoholismo y
contaminación por mercurio: “El tejido social de la comunidad se va
perdiendo poco a poco. Ya la gente no quiere ir a los espacios
de cayapa o mayú, como lo llaman ellos, que es el trabajo
comunitario. Una cayapa era, por ejemplo, reunirse para limpiar el
pueblo”.
Tierras productivas
En El Paují ha salido muchísimo oro. Pero todo lo que tienen que
pagar ellos (comida, alcohol, drogas) está diez o veinte veces por
encima del precio normal. “Cuando tú tienes una familia de seis o
siete muchachos… tu tomaste, te drogaste, te queda muy poco dinero
para ellos. Entonces, qué otro tipo de negocio se puede proponer ahí
que supla la necesidad que tienen, creada o verdadera pero la tienen.
El problema más grave para mí es que el dinero no ha generado
calidad de vida”.
6. A partir del año 2010 la fundación decidió empezar a asesorar y crear
proyectos económicos para las mujeres, como la recuperación
productiva de áreas intervenidas por la minería. Marcel cuenta que lo
productivo es crear un conuco, que es la hacienda tradicional de los
indígenas. Por ejemplo, en un sitio que era solo arena se colocó capa
vegetal, después estaca de yuca, piña, y ahora están trabajando con
humus de lombrices para ir fertilizando.
Marcel habla de las ventajas: primero, las mujeres tienen un sitio
donde sembrar ya que tradicionalmente el hombre era el
que tumbaba el conuco, es decir, talaba la selva para que la mujer
sembrara y cuidara, y la minería ha hecho que esta práctica se
pierda. Segundo, se brinda una seguridad alimentaria porque el
casabe y la yuca están más caros y cada vez hay menos comida
porque todos están en la mina. Tercero, genera un reconocimiento de
la mujer.
Una de las integrantes del grupo cuenta que ella estaba sacando oro
y los hombres compraron alcohol con toda la venta del mineral. “No
dejaron nada ni para los niños, ni para la escuela”. Ella debía esperar
que ellos sacaran oro para luego ir y relavar, se metía en los huecos
a buscar un poquito de oro para comprarle la comida a sus hijos. Un
día regresó el marido en la noche, borracho, quería tomar más, sabía
que ella había sacado oro, la agarró, le quitó el oro y se fue a tomar.
Ahora, por ser una de las líderes de este proyecto ha ganado más
respeto de parte de los hombres.
El norte, el objetivo, nos lo explica Marcel: “Siempre han sido
nuestros planes de trabajo tratar de mejorar nuestras estrategias
para que ellas puedan empoderarse, porque son las que más sufren
con la minería. Si el río está sucio ellas tienen que lavar ropa; si los
niños se enferman ellas los tienen que cuidar; el problema de la
prostitución; hay mucha destrucción del hogar por el problema del
alcohol. Quienes más se quejan de esos cambios son ellas. Porque el
hombre siempre va a estar mejor, hacen el dinero, se compran el
carro.
Las mujeres son más de la calidad de vida, educación, salud”.
Una anécdota que cuenta Marcel es que un día estaba llevando a una
de las mujeres con su esposo en el carro, se detuvieron porque el
señor iba a comprar algo en la bodega y este le pidió el dinero a su
esposa. Marcel se alegró mucho porque tiene seis años trabajando
con ella: “Ella logró eso dentro de su pareja. Que el entendiera, que:
‘Está bien, te voy a dar tanto para que te vayas a echar los palos,
pero el resto es para la casa’. Muchas veces hablo con los hombres
porque les tengo confianza, porque son mis vecinos, ¿ves?, yo sí les
digo, ¡cónchale! cómo es posible que ella todavía esté lavando a
7. mano, cómprale una lavadora aunque sea. Es la manera de entrarles.
La manera es dialogando y con la mujer para que ella, poco a poco,
pueda tener la fuerza para hablar con el hombre”.