La antropóloga argentina Rita Segato es una de las voces más lúcidas e inquietas a la hora de pensar y ubicar políticamente la violencia contra las mujeres que ahora mismo conmueve y moviliza a la sociedad, cruzando por fin la barrera de aislamiento en el que suelen tratarse estos temas. Para Segato, no se puede pensar esta violencia por fuera de las estructuras económicas capitalistas “de rapiña”, que necesitan de la falta de empatía entre las personas –de una pedagogía de la crueldad– para sostener su poder. El cuerpo de las mujeres es el soporte privilegiado para escribir y emitir este mensaje violento y aleccionador que cuenta con la intensificación de la violencia mediática contra ellas como “brazo ideológico de la estrategia de la crueldad”. En esta entrevista la antropóloga desafía su propio pensamiento, a la vez que lamenta estar lejos de su país de origen y no poder participar de ese hecho histórico que significa una manifestación masiva como la que se augura el próximo 3 de junio en casi todo el país para decirles “basta” a los femicidios que día a día pueblan las noticias.
1. La pedagogía de la crueldad
Por Veronica Gago. Página 12, entrevista 29 mayo 2015
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-9737-
2015-05-29.html
La antropóloga argentina Rita Segato es una de las voces más lúcidas
e inquietas a la hora de pensar y ubicar políticamente la violencia
contra las mujeres que ahora mismo conmueve y moviliza a la
sociedad, cruzando por fin la barrera de aislamiento en el que suelen
tratarse estos temas. Para Segato, no se puede pensar esta violencia
por fuera de las estructuras económicas capitalistas “de rapiña”, que
necesitan de la falta de empatía entre las personas –de una
pedagogía de la crueldad– para sostener su poder. El cuerpo de las
mujeres es el soporte privilegiado para escribir y emitir este mensaje
violento y aleccionador que cuenta con la intensificación de la
violencia mediática contra ellas como “brazo ideológico de la
estrategia de la crueldad”. En esta entrevista la antropóloga desafía
su propio pensamiento, a la vez que lamenta estar lejos de su país de
origen y no poder participar de ese hecho histórico que significa una
manifestación masiva como la que se augura el próximo 3 de junio en
casi todo el país para decirles “basta” a los femicidios que día a día
pueblan las noticias.
2. Rita Segato, antropóloga argentina y residente hace décadas en
Brasil, tiene una forma de hablar que se arremolina de ideas.
Enhebra, vuelve una y otra vez. Pregunta si lo que dice “hace
sentido”. No deja que la interrumpan si está en el envión de una idea.
Luego escucha a fondo y hace de la pregunta un insumo de su
razonamiento. Entrevistarla es un placer de la conversación. Con un
zigzag propio, con enmiendas, porque lo que dice asume un riesgo: el
del ritmo del pensamiento.
Esta vez se trata de hablar del tema que nos tiene a todas tomadas.
La proliferación de los crímenes contra mujeres que no dejan de
sucederse, replicarse, mediatizarse en nuestro país. Segato fue
pionera en ponerle a esta realidad una hipótesis política. En el libro
Las Estructuras Elementales de la Violencia (Prometeo 2003 y 2013)
ya hablaba de la “violencia expresiva” en los crímenes de género.
Formulación que la condujo a interpretar los asesinatos de mujeres
en Ciudad Juárez en La escritura en el cuerpo de las mujeres (Tinta
Limón) como violencia que ve en el cuerpo femenino un tapiz sobre el
cual escribir un mensaje. En la edición mexicana del ensayo que le da
continuidad, Las Nuevas Formas de la Guerra y el Cuerpo de las
Mujeres (Pez en el Arbol), escribimos en el prólogo junto a Raquel
Gutiérrez Aguilar: “Hay una novedad, incluso en su repetición. La
guerra toma nuevas formas, asume ropajes desconocidos. Y no es
casual la metáfora textil: su principal bastidor en estos tiempos es el
cuerpo femenino. Texto y territorio de una violencia que se escribe
privilegiadamente ahí. Una guerra de nuevo tipo. La dificultad de
comprensión, creemos, debe analizarse como un elemento
estratégico de la novedad: como una verdadera dimensión
contrainsurgente”. En Argentina, la realidad del femicidio exige volver
sobre la idea-fuerza de Segato: ¿qué mensaje se transmite en estos
crímenes que, ahora, parecen no tener límite doméstico, sino que
acontecen en medio de un bar, un jardín de infantes o la calle
misma? Se trata de una “pedagogía de la crueldad”, esgrime la
entrevistada, indisociable de una intensificación de la “violencia
mediática” contra las mujeres.
¿Cómo entender esta multiplicación de crímenes contra
mujeres, cada vez más públicos?
3. –Creo que un primer telón de fondo que hay que aclarar es la fase
actual de la explotación, que involucra un tipo de retorno al trabajo
servil, semiesclavo e incluso esclavo, producido por la caída de la
centralidad del salario. Esta modalidad de sujeción de personas como
mercancía demanda una insensibilidad particular. Hay una idea que
estoy trabajando, donde elaboro algo que empezó como una broma y
ahora es serio: estaríamos hoy en tiempos de conquistualidad del
poder, más que de colonialidad del poder, como propuso Aníbal
Quijano en su célebre formulación. Me refiero a una nueva fase de
conquista de los territorios, de rapiña de todo, sin límites legales. Una
característica esencial de la conquista fue la suspensión del derecho,
de los códigos de justicia de la época, por la cual la corona pasó a
tener una existencia en gran medida ficcional como poder central.
Hoy estamos en un momento semejante debido a la ferocidad de las
apropiaciones territoriales, al desalojo de los pueblos de sus espacios
de vida, realizados con una truculencia extrema. Muchas veces esa
crueldad se exhibe aun más en el cuerpo de las mujeres. Es lo que
pasa, por ejemplo, en los desplazamientos de poblaciones en el
Pacífico colombiano.
Es tu idea de la violencia expresiva...
–El paradigma de explotación actual supone una variedad enorme de
formas de desprotección de la vida humana, y esta modalidad de
explotación depende de la disminución de la empatía entre personas
que es el principio de la crueldad. De ahí hay sólo un paso a decir que
el capital hoy depende de una pedagogía de la crueldad, de
acostumbrarnos al espectáculo de la crueldad.
Efectivamente, tengo la propuesta de entender siempre la violencia
como expresiva. En este caso, la violencia nos está hablando de
presiones que se originan en el espacio público, en el mundo del
trabajo, en la presión productivista, en la exigencia competitiva, en
esa intemperie y desprotección de la vida hoy, en ese riesgo de la
sobrevivencia que nos afecta a absolutamente todos los que vivimos
de nuestro trabajo, y acaba interfiriendo y lesionando el espacio de la
intimidad porque atraviesa y alcanza las relaciones afectivas, y
finalmente hay una captura del espacio de la intimidad y de los
sentimientos por el modo de explotación al que estamos sujetos. La
violencia íntima en el espacio público, como está curiosamente
4. ocurriendo hoy en la Argentina, no es otra cosa que un enunciado del
carácter también público del problema íntimo, y del modo en que el
estado de intemperie e indefensión frente a la agresión generalizada
a la vida y a los territorios deviene y se expresa en agresión a las
mujeres frente al ojo público. Es la exhibición incontestable de la
unidad y naturaleza indisociable del problema, de la correlación y
articulación innegable entre lo que pasa en la atmósfera de violencia
y desamparo en el mundo de la reproducción material de la
existencia, y lo que pasa en el mundo de los sentimientos entre las
personas. Es al mismo tiempo una ejecución ejemplar –pues las
ejecuciones en el ojo público tienen esa dimensión de ejemplaridad,
de advertencia– y una queja, un reclamo gritado a los cuatro vientos.
¿Qué papel juega la subjetividad masculina?
–Evidentemente la masculinidad está más disponible para la crueldad
porque el entrenamiento para volverse masculino obliga a desarrollar
una afinidad significativa, a lo largo de la historia de la especie, entre
masculinidad y guerra, entre masculinidad y crueldad, y entre
masculinidad y capitalismo en esta fase rapiñadora y anómica. En
este sentido, es muy importante no guetificar la cuestión de género.
Esto quiere decir no considerarlo fuera de su contexto histórico, no
verlo sólo como una relación entre hombres y mujeres, sino como el
modo en que esas relaciones se producen en el contexto de sus
circunstancias históricas. No guetificar la violencia de género también
quiere decir que su carácter enigmático se esfuma y la violencia deja
de ser un misterio cuando ella se ilumina desde la actualidad del
mundo en que vivimos. Claro que la vemos de forma fragmentada,
como casos dispersos de letalidad de las mujeres –aunque cada vez
más frecuentes–, pero son epifenómenos que parten de
circunstancias plenamente históricas de las relaciones sociales y con
la naturaleza. En este sentido, diría que hay una extraña afinidad, o
mejor dicho: una concurrencia, en el presente, entre: 1. La
explotación económica característica de nuestra época con su uso
abusivo del cosmos natural del que retiramos la posibilidad misma de
la vida; 2. El accionar de una élite que predica y practica un proyecto
económico que tiende a la concentración extrema y que tiene como
horizonte el mercado global, viendo como antagonistas a los
mercados locales, y 3. El moralismo de los valores de esta élite, a
5. diferencia de los capitalistas del pasado, modernizadores y
desarrollistas, que predicaban la modernización del estilo de vida y la
gestión de los cuerpos.
¿Qué tipo de concurrencia?
–Que esta élite es intensamente moralista a la vez que estamos en
una circunstancia de abuso y rapiña al nicho natural de toda vida, es
decir, la tierra. Entonces, son tres dimensiones a la vez: las elites que
conducen la economía, la fase del capital rapiñadora con relación a
todo aquello de lo que puede extraerse riqueza bajo la ideología de la
acumulación por desposesión o despojo y un moralismo feroz con
relación a la sexualidad, al aborto, a los intereses de las mujeres en
general.
¿Qué significa ese moralismo?
–Hay una relación a pensar entre la presión por el despojo y el
moralismo en la gestión de los cuerpos. En otras épocas, las élites
modernizadoras no eran moralistas, sino que más bien eran
liberalizadoras respecto a las conductas. Hoy no. Junto a la no
preservación del suelo nutricio de la vida, de la tierra, hay una
insensibilidad para esa agresión del nicho. A esto se suma una
progresiva crueldad hacia el cuerpo de las mujeres, y a los cuerpos
feminizados en general. Es una totalidad que, si no la entendemos
bien, no podemos atacar las bases de lo que nos hace sufrir como
mujeres. Pero vinculado a esto hay que entender las presiones que
sufren en el momento presente todos los sujetos que viven de su
trabajo. No sólo manual, sino también intelectual. Todxs estamos
sujetos a una tremenda presión, una especie de intemperie y riesgo
permanente que revela que nuestras circunstancias son las de un
sálvese quien pueda, ya que en cualquier momento podemos ser
impugnados, desechados, vueltos prescindibles, defenestrados de
nuestra posición, perseguidos, despojados. Es una indefensión
generalizada. Lo social deviene un marco de peligro. Ahí funciona el
discurso de las vidas precarias que no son sólo de los que
consideramos vulnerables (migrantes, pobres, etc.), sino de todos y
cada unx, debido a que la lógica de la productividad se vuelve más y
más asfixiante en todos los campos de la vida. Pensemos en las 85
personas que concentran la mitad de la riqueza mundial: no se trata
6. ya sólo del pecado de la desigualdad por acumulación y
concentración, sino que tienen poder de vida y de muerte sobre la
humanidad porque su capital compra muerte, cambia leyes, suspende
derechos. La situación, en este sentido, es apocalíptica. Lo que les
sucede a las mujeres no puede desvincularse de este momento
apocalíptico del proyecto histórico del capital.
¿Tiene una especificidad en América latina?
–Esta intemperie de la vida con derechos suspendidos se relaciona
con algo que digo que encuentro en una situación de violencia como
la que acontece en Bolivia, donde sucedió un franco proceso
democratizador en términos étnicos y de género. En Bolivia, a la vez
que muchas de las mujeres del Parlamento son de pollera, que no
abdicaron de su indigenidad, vemos que es un país de enorme
letalidad para las mujeres. A pesar de que hay pocos homicidios
(medidos por cien mil habitantes, como se hace en las estadísticas de
los organismos internacionales), hay un gran enigma porque mientras
la relación entre la totalidad de homicidios y los cometidos contra de
mujeres en el mundo, en media, es de un 17 por ciento, en Bolivia
esa relación supera el 50 por ciento. Algunas feministas dicen que el
género masculino reacciona al avance de las mujeres en el campo del
trabajo y la autoridad política. Pero en el caso de Bolivia esta tesis no
se sustenta porque las mujeres siempre tuvieron una posición
dominante en el mercado y respecto al dinero, y tuvieron autoridad
política desde su parcialidad, el espacio doméstico, que en las
sociedades comunitarias, a diferencia de las sociedades modernas, es
pleno de politicidad. Por eso, el problema es el espacio que ocupan
hoy en el campo del Estado y del avance del Estado sobre la
comunidad, destruyendo los vínculos comunitarios y colectivistas,
aun, muchas veces, en nombre de los buenos propósitos del discurso
modernizador. Ahí se generan tensiones en la medida en que el
frente estatal no es solamente estatal, sino estatal-empresarial y
mediático, es decir, indisociable de los intereses empresariales-
corporativos. Este pacto estatal-empresarial va rasgando el tejido
comunitario. En esta situación de avance del frente estatal, siempre
colonial, empresarial y mediático, el hombre de esa comunidad, el
hombre indígena, se transforma en el colonizador dentro de casa, y el
hombre de la masa urbana se convierte en el patrón dentro de casa.
7. En otras palabras, el hombre del hogar indígena-campesino se
convierte en el representante de la presión colonizadora y
despojadora puertas adentro, y el hombre de las masas trabajadoras
y de los empleos precarios se convierte en el agente de la presión
productivista, competitiva y operadora del descarte puertas adentro.
¿Qué relación le ves con sociedades que no tienen esa trama
comunitaria?
–Lo que quiero decir es que el hombre campesino-indígena a lo largo
de la historia colonial de nuestro continente, así como el de las masas
urbanas de trabajadores bajo la regla del capital, se ven emasculados
como efecto de su subordinación a la regla del blanco, el primero, y
del patrón, el segundo, y en general, como sabemos, al patrón blanco
o blanqueado de nuestras costas. Y es al retornar a su nicho familiar
que se redime de esta emasculación, restaurándose en la plataforma
de masculinidad mediante la violencia. Ese es su mandato masculino.
En el mundo de las grandes urbes, sometido a la explotación anómica
del trabajo propia de estas nueva fase del capital, el hombre se
transforma en el patrón del hogar, pues llega a su casa contaminado
por la regla del patrón, ya que, como sabemos, el hombre es más
vulnerable a la regla del poder, porque se percibe escindido entre dos
lealtades: su lealtad a su familia, a su comunidad, a su gente, a sus
afectos, por un lado, y su lealtad al otro hombre, el que lo domina y
oprime, al que va a emular, por efecto de su mandato de
masculinidad, que nos acompaña a lo largo del tiempo de la especie,
y que debemos insurgir, entre todos, hombres y mujeres, con sus
diversidades sexuales, porque a todos nos hace sufrir.... yo diría que
en la misma medida, a pesar de diferentes formas. En el caso de la
fase actual, apocalíptica, del capital, esta situación desata una
violencia nueva: la frontera porosa del espacio familiar hace que el
hombre lleve hasta allí la crueldad que impera en los espacios
circundantes. Inclusive, cuando la atmósfera es francamente bélica,
como es en los escenarios en expansión de las nuevas formas de la
guerra en América latina, con la proliferación del control mafioso de
la economía, la política y amplios sectores de la sociedad, lo que
atraviesa e interviene el ámbito de los vínculos de género es la regla
violenta de la atmósfera propia del crimen organizado y las pandillas,
maras, corporaciones armadas de la guerra informal, sicariatos. Es
8. por todo esto que de forma alguna podemos abordar el problema de
la violencia de género y la letalidad en aumento de las mujeres hoy
como si fuera un tema separado de la intemperie de la vida con todas
sus presiones. Presiones y niveles de anomia característicos de los
cambios de época, pues de hecho estamos asistiendo a un tránsito
entre épocas que hace que el momento actual presente
características de liminaridad y suspensión de las normativas que dan
previsibilidad y amparo a las gentes, dentro de una gramática
compartida. Es probable que los tiempos de la conquista, como dije
anteriormente, por la suspensión de prácticamente toda norma
excepto la del saqueo, y la revolución industrial, por la novedad que
impuso a las relaciones de trabajo, hayan expuesto a los pueblos a
circunstancias semejantes.
¿Esto lo vinculás a que varios de los homicidas después se
autolesionen?
–El dolor es un dolor social. No creo que las mujeres deban aislarse
en su sufrimiento. Yo, como ya lo he dicho alguna vez, justamente en
una entrevista que me hiciste hace ya algún tiempo, soy feminista de
segunda generación. No soy una nueva conversa. El nuevo converso
es siempre más dogmático, más intransigente, incapaz de ver los
tonos de gris, las ambigüedades propias de la vida como ella es. Creo
que el problema es de hombres y de mujeres, ambos padecen, pero
resuelven de formas diferentes su padecimiento. Infelizmente, como
expliqué, los hombres son más vulnerables por el mandato de
emulación de la posición de poder que los somete pero cuyo patrón
de conducta se convierte en su modelo de comportamiento. El
hombre, entonces, es violento porque es frágil, porque es
constitutivamente inseguro en su masculinidad, y porque, en
nuestras costas, es decir, en el paisaje marcado por la colonialidad
que habitamos y que nos constituye, es permanentemente
emasculado por su condición subordinada y capturado por el modelo
de masculinidad de su opresor. Es por esto que digo que el sirve de
bisagra, entre los mundos del dominador y de los dominados. Su
situación es de una indigencia existencial absoluta. Si a esto le
sumamos el tema de la mirada rapiñadora sobre el planeta y sus
criaturas (y no olvidemos la raíz común de las palabras rapiña y rape,
violación en inglés), tendremos el cuadro completo de la
9. transformación de la vida en cosa, la transformación de las personas
en mercancía, en primer lugar el pasaje de las mujeres a esa
condición de objeto, a su disponibilidad y desechabilidad, ya que la
mímesis de los hombres con la posición de poder de sus pares y
opresores encuentra en ellas las víctimas a mano para dar paso a la
cadena de mandos y expropiaciones.
¿Cómo ves al feminismo frente a esta realidad?
–Creo que las mujeres nunca tuvimos más leyes, políticas públicas,
discurso cívico e instituciones de apoyo que ahora. Sólo que esos
derechos no pueden ser usufructuados porque el lecho en el que ellos
están suscriptos presiona en sentido contrario. Entonces, o atacamos
ese proyecto histórico del capital o no vamos a solucionar el problema
de las mujeres. El feminismo hegemónico ha apostado todas sus
fichas a la conquista de derechos. Esto muestra una fuerte influencia
europea, donde la relación entre Estado y sociedad es bien distinta
por razones históricas. En América latina, nuestros estados
republicanos fueron creados por las élites criollas y por tanto son
herederos de la modalidad de administración colonial de la cual
descienden. Los llamamos estados de la misma forma que llamamos
a los estados europeos, pero en Europa y en América latina esta
entidad no es la misma, como consecuencia de la historia que la
constituyó. Los estados europeos y los de nuestras costas ni están
conformados de la misma forma ni pueden representar a la sociedad
de la misma manera. La hegemonía del feminismo europeo nos
convenció de hacer una apuesta casi exclusiva a las luchas en el
campo estatal. Pero en América latina la lucha no pueden ser ésa,
porque ya tuvimos muchas victorias en ese campo y, aún así, el
Estado en nuestras sociedades tiene su foco en la protección de los
bienes y no ha dado muestras de ser capaz de proteger a las
personas.
¿Cuál es la estrategia?
–Las mujeres debemos sacar los pies del campo estatal. Esto no
quiere decir abandonarlo, como a veces se han interpretado mis
palabras. No se pueden abandonar las luchas en el campo estatal, por
leyes, políticas e instituciones propias. Pero lo que quiero decir es que
debemos llevar adelante otras luchas, sólo nuestras y en un campo
10. otro, marginal con respecto a la égida del Estado, con estrategias
autogestionadas de autoprotección. Necesitamos vínculos más fuertes
entre mujeres, vínculos que blinden los espacios de nuestras vidas,
independientemente de las leyes y las instituciones, y que rompan el
modelo de la familia nuclear.
Hubo una viralización de videos de chicas que denunciaban
algún tipo de violencia... ¿Cómo ves esos fenómenos?
–Creo que nosotras debemos construir nuestros propios blindajes.
Volvernos agentes de nuestra propia protección por la ineficacia del
Estado. Claro, los videos son un camino rizomático. Pero las
estrategias no pueden tener un aspecto, un formato, una estética
vanguardista. Veo negativamente toda forma de vanguardismo
porque éstos se apartan de la sociedad como ella es y se constituyen
en tutelas de quienes creen estar en la cresta de la onda, en general
grupos o logias de illuminati, que están al tanto de lo hay que saber y
hacer, pero por eso mismo acaban haciendo daño a lo que dicen
defender. Es necesario que las estrategias de autodefensa proliferen
pero no como prácticas vanguardistas, sino como prácticas de las
rutinas, de las calles, de las casas, en la vida cotidiana de la gente tal
como es. Las campañas de Twitter y Facebook son interesantes
porque son formas de dispersión a través de las redes. Pero mucho
más interesante es la palabra que circula boca a boca y en la calle.
Uno de los problemas del feminismo es que se salió de la calle. El
precio que tuvimos que pagar por institucionalizarnos, transformar lo
que hacemos en carreras y en profesiones es precisamente que
abandonamos el día a día y el cuerpo a cuerpo, en la calle y en los
vínculos entre mujeres, que en el feminismo de los años setenta era
muy fuerte y eficaz.
¿Cómo interviene la reproducción mediática en la lógica de
estos hechos?
–En este contexto tenemos unos medios que colaboran con exhibir
públicamente la agresión a las mujeres y al mismo tiempo afirman,
declaran, y se suman al clamor de “ni una más” o “ni una menos”.
¿Cómo se entiende que los medios que rapiñan el cuerpo de las
mujeres, dando lección de burla, de crueldad y de ataque a la
dignidad de las mujeres, luego dicen sumarse a estas campañas?
11. ¿Qué pretende Tinelli cuando dice esas consignas si él vive como
proxeneta de los culos y las tetas de las mujeres que captura con la
lente de su cámara y exhibe en su escaparate para el escarnio
público? Creo que hay que desentrañar la operación: lo que hace es
intentar desacoplarse. Tinelli sabe que la pedagogía de su programa
televisivo enseña el ejercicio de la crueldad en los hogares y en la
calle. Lo sabe, y por saberlo busca desacoplarse, escamotear,
desmarcarse de su vínculo estrecho con ese sujeto que golpea y mata
a una mujer. Hay una identidad común entre ese sujeto femicida y la
cámara de Tinelli al explotar los cuerpos expuestos en su programa.
Afinidad esta que Tinelli, cuando adhiere a la fórmula del “ni una
menos”, pretende disimular. Frente a esto, pienso que la expansión
de los derechos humanos siempre ha sido la expansión de la lista de
nombres del sufrimiento humano, avanzar en el campo de los
derechos siempre ha sido avanzar en el intento de nombrar las
formas de sufrimiento y sus causales. A partir de la segunda mitad
del siglo veinte hemos visto la proliferación de nombres para las
modalidades de violencia contra las mujeres: violencia física, sexual,
psicológica, moral, financiera y patrimonial. Todavía está por
nombrarse la violencia alimentaria, ya que las mujeres comen menos
y, cuando hay menos alimento en un hogar, las mujeres son las
primeras que lo sienten, especialmente en el campo. También hemos
nombrado el femicidio, que incluye los crímenes de la intimidad,
como también los cometidos por los efectivos a mando de las mafias
que operan en las nuevas formas de la guerra, y, en los países
asiáticos, el desecho de las niñas. Incluyo allí, en esa categoría,
también la trata y la explotación sexual porque hay mujeres en esa
situación que viven en condiciones concentracionarias, o sea, en
condiciones constitutivas del crimen de genocidio. Pero nos falta dar
vida a un concepto fundamental en esta historia...
Te escucho...
–La fantástica herramienta del concepto de violencia mediática contra
las mujeres, que ya forma parte de la ley 26.485, y que propongo
aquí como categoría jurídica en el campo de los derechos humanos a
la que debemos dotar de un elenco de contenidos precisos y activar
con acciones concretas en la Justicia. Para que la victimización de las
mujeres deje de ser un espectáculo de fin de tarde o de domingos
12. después de misa. Para que los medios tengan que explicarnos por
qué no es posible retirar a la mujer de ese lugar de víctima sacrificial,
expuesta a la rapiña en su casa, en la calle, en la televisión de cada
hogar, donde cada una de estas ejecuciones ejemplarizantes es
reproducida hasta el hartazgo en sus detalles mórbidos por una
agenda periodística que se ha vuelto ya indefendible e insostenible.
Judicializar de verdad esta agenda violenta y reproductora del daño
como solaz no sólo obtendrá, en algunos casos, sentencias por parte
de los jueces, sino también, con su eficacia retórica, hará que la
gente comience a sentir y pensar en los medios como violentos.
Tenemos que trabajar para transformar la sensibilidad de las
audiencias frente a la crueldad como diversión y ante los medios
como objetables. Pasaríamos así a entender e interpelar a los medios
con nociones afines a la de “autoría intelectual” y a la de “instigación
al delito”, develando que, con relación a las mujeres y a los sujetos
feminizados, funcionan como “brazo ideológico de la estrategia de la
crueldad”.