1. El epicureísmo es la escuela fundada por Epicuro de Samos en sus jardines de Atenas (306 a.C.).
De ahí que a los exponentes de esta corriente se los conocía también como "Los del Jardín".
Además de Epicuro, célebre por su finura y nobleza, en esta escuela se destacaron Metrodoro de
Lámpsaco, Apolodoro, Zenón de Sidón, Fedro y Lucrecio Caro.
Los epicúreos juzgaban el conocimiento en función de su utilidad para una vida feliz. Para ellos, la
búsqueda de la verdad por la verdad misma (la pura contemplación) carecía de sentido. Por otro
lado, los epicúreos creían que el conocer es percepción sensible, originada en el desprendimiento
de los cuerpos de pequeñas imágenes o efluvios que ingresan a nosotros por los sentidos. Los
conceptos no son más que un recuerdo del contenido común de diversas representaciones, una
consecuencia de la asociación de las representaciones sensibles. El epicureísmo heredó el
sensismo y el materialismo de Demócrito.
Los epicúreos afirmaban que el Universo se compone de infinitos elementos últimos indivisibles
(átomos). Los átomos sólo se diferencian entre sí por la forma y el peso y se encuentran en un
espacio vacío infinito. No hay nada fuera de esto (materialismo) [*]. Los epicúreos creían que
incluso el alma es material, que está compuesta de átomos. Que el alma es una materia sutil que
perece con el cuerpo como todos sus órganos. Que el número de átomos que conforman el
Universo se mantiene siempre igual. Que los átomos existen desde siempre y para siempre. Que el
devenir no es sino la eterna reagrupación de los átomos originada en una primera desviación
repentina (declinatio) de su trayectoria rectilínea por el espacio vacío infinito que los llevó a
entrechocarse. Que esta desviación fue un hecho fortuito, ocurrido no se sabe dónde ni cuando,
por lo que la desviación misma y el devenir posterior carecen propiamente de causa y se deben
más bien al azar.
No habiendo una causa, tampoco hay un destino. Por el contrario, se abre un campo inmenso para
la libertad, la cual puede introducir un nuevo orden en las cosas.
Para defender la libertad y el placer del temor que genera la creencia en los dioses y en la vida de
ultratumba, los epicúreos recurrían a la Teoría Atómica tal como la entendía Demócrito (lo que
implica una contradicción respecto del concepto de azar que ellos mismos sostenían). El mundo, y
lo que en él ocurre, se explica así por los átomos y las leyes que rigen su movimiento, sin
necesidad de recurrir a los dioses. Los dioses habitan en su mundo y llevan en él una vida feliz, sin
tener siquiera noticia de los hombres.
En el terreno de la Ética, sostenían que lo moralmente bueno es el placer, concepción heredada de
Aristipo. El sentido original de la palabra "bueno" es placentero. Nada tiene que ver con la
conformidad a un orden de ideas o a un orden natural de las cosas. Del mismo modo, se denomina
"malo" a lo que nos acarrea dolor. “El placer es el principio y el fin de la vida feliz.” Los epicúreos
entendían el placer de un modo sutil, alejado del sensualismo y el desenfreno. Y siendo el placer la
ausencia de dolor y la paz del espíritu, el mismo debe buscarse en el reposo. Para los epicúreos los
placeres espirituales están por sobre los sensibles. El hombre no debe entregarse ciegamente a los
placeres que se le ofrecen, sino que debe utilizar la razón para evaluar si ese placer momentáneo
no le acarreará luego un dolor mayor. Sin razón y prudencia no se puede tener una vida feliz