1. Homenaje a un pedagogo: Estanislao Zuleta1
En cierta ocasión, un amigo, Octavio Victoria, lanzaba una propuesta que me pareció y
me sigue pareciendo no solo interesante sino valiosa. Proponía que escribiéramos un
libro conjunto en el que los discípulos de la “tercera generación” de Estanislao Zuleta
expresáramos el modo particular en el que nos influyó tanto su cátedra directa como la
lectura de sus textos.
La expresión “tercera generación” –aclaraba Octavio, y creo entender- alude al hecho
de que pueden identificarse al menos tres.
La primera estaría conformada por aquellos contertulios (de alguna manera
“discípulos”) más o menos contemporáneos al Maestro; aquellos que tuvieron la
oportunidad, el privilegio, de conocerlo más íntimamente; aquellos que lo
acompañaron en sus célebres jornadas de bohemia, y que fueron sus colaboradores
en algunas de sus varias quijotescas empresas culturales, bien sea alrededor de la
discusión filosófica, literaria, artística, o del activismo político, o de la promoción de la
teoría y la práctica psicoanalíticas. Fueron discípulos extracurriculares, por decirlo de
algún modo.
La segunda correspondería a quienes habiéndolo conocido en calidad de estudiantes
o de asistentes a sus conferencias, terminaron intimando y trabando amistad con el
conferenciante.
La tercera sería la de sus últimos epígonos; la de quienes éramos aún muy jóvenes al
momento de su muerte (la mayoría ni siquiera nos habíamos graduado); la de quienes
mantuvimos un contacto más distante con Estanislao, un contacto que reducía a la
asistencia a sus charlas, a la lectura de sus libros o de los ensayos suyos que
circulaban en fotocopias, y, a veces, a algún cruce de palabras a la salida de una clase
o en una cafetería.
1 Conferencia pronunciada en un homenaje conjunto a la vida y obra de Estanislao
Zuleta en la ciudad de Buenaventura, Colombia, el 14 de septiembre de 2007.
2. Hay, pues, un Estanislao para cada una de estas generaciones, pero también un
Estanislao para cada una de las personas de la respectiva generación.
No sé si algún día nos decidamos a emprender un proyecto editorial como ese; lo
cierto es que, de hacerlo, sería sin duda un apasionante cúmulo de anécdotas, de
aprendizajes, de gratitudes.
Ha sido tal el efecto de Estanislao en nuestra formación cultural, y hasta en nuestras
vidas, que la biblioteca personal de muchos de nosotros fue constituyéndose a base
de las recomendaciones bibliográficas suyas: tanto las que aparecen en sus textos
publicados como las que le escuchábamos de viva voz.
Estanislao Zuleta fue muchas cosas, como todos los hombres, pero ante todo fue un
pedagogo. En el sentido etimológico de esa palabra, que deriva de los términos
griegos paidos (niño) y agein (conducir). Pedagogo, dice el Diccionario, es “quien
instruye o educa a los niños”; por extensión, es quien imparte el abc, el fundamento,
de una disciplina: artística, científica, deportiva, etc; quien lo hace parte por parte, con
claridad, con certeza, con rigor y con paciencia.
Estanislao tenía el don de la pedagogía, el don de transmitir el saber con absoluta
claridad y con absoluto dominio. Era claro, certero, riguroso, paciente, buen
ejemplificador. Y, como si fuera poco, poseía un don adicional: el humor. Al
escucharlo, a la vez se aprendía y se reía; íbamos venciendo la ignorancia al tiempo
que nos divertíamos y nos relajábamos. En eso residía buena parte del secreto de su
encanto personal, de su magisterio sin igual. Sobre el particular, hay un recomendable
ensayo de William Ospina, titulado “Zuleta y el arte de la conversación”.
Sus virtudes pedagógicas, pues, eran imponderables. Dueño de una notable
capacidad oratoria, Zuleta literalmente hechizaba a sus escuchas. Jesús Martín-
Barbero, un importante intelectual español fundador de varias Escuelas de
3. Comunicación, y quien fuera su amigo, dijo alguna vez que habiendo asistido a charlas
y coloquios intelectuales en muchas partes del mundo (México, Argentina, Brasil,
Inglaterra, España, Francia, Alemania…), no había encontrado un orador académico
más carismático y cautivante que Estanislao. No es posible contradecir esa
apreciación con solo haber asistido a una clase o a una conferencia de este
antioqueño que decidió vivir sus últimos años en el Valle del Cauca, en Cali, en donde
creó, en los años 70s, del primer centro de estudios psicoanalíticos del país, el Centro
Sigmund Freud.
Ahora bien, ¿de qué se ocupaba en sus cursos, en sus conferencias, en sus ensayos,
en sus libros? En principio, nos puso en contacto con las grandes corrientes del
Pensamiento contemporáneo; en especial con los tres autores con los que se abre lo
fundamental de la episteme humanística del siglo XX: os Marx, Nietzsche y Freud. Los
había leído con pasión y con rigor, lo cual supone que había tomado ciertas distancias
con ellos. Además, nos aportó lecturas esclarecedoras de algunos escritores, como
Shakespeare, Göethe, Poe, Dostoievsky, Tolstoi, Kafka, Mann, De Greiff, entre otros
muchos. Hizo también agudas observaciones sobre algunos pintores universales a los
que conocía en detalle.
Poseía, asimismo, una probada solvencia en antropología, historia, economía política,
crítica literaria y lingüística, así como en historia de la filosofía: conocía bien a Platón,
a Kant, a Nietzsche, a Sartre.
Es claro que no es lo mismo ser un intelectual en Europa que serlo en América del
Sur, en Colombia. Se está aquí supeditado a las traducciones, que no siempre son
fiables ni oportunas; pero sobre todo se está supeditado a las vanguardias
intelectuales del Viejo Mundo, las cuales, obvio, llegan siempre rezagadas y, más
obvio aún, distorsionadas. Lo propio ocurre respecto de los Estados Unidos, y no solo
en el ámbito de las Humanidades sino en el de las ciencias naturales y el de las lógico-
matemáticas. Como dice el poema colombiano, todo nos llega tarde. Pero llega de
todos modos, termina por llegar. Si algo debemos agradecerle a Estanislao Zuleta es
que contribuyó como ninguno a la divulgación de un acervo cultural al que difícilmente
habríamos tenido acceso por otros medios; y lo hizo con pasión, con perseverancia,
con humor y con solvencia.
4. Por último, hay que consignar que Zuleta fue objeto también de reservas y de
enconadas críticas: por parte de algunos intelectuales y de algunos colegas. Se le
reprochaba, por ejemplo, su autodidactismo, el hecho de no haber cursado estudios
formales ni de licenciatura ni de postgrado ni de doctorado; ni siquiera había obtenido
el título de Bachiller. Igualmente se le criticaba que recurriera en sus análisis a
“fuentes secundarias”, es decir, que no leyera en su idioma original a algunos autores
que estudiaba. Otros reproches no tenían que ver con lo intelectual sino con lo
personal; por ejemplo, su vocación por la bohemia.
Respecto de esto último, solo habría que agregar que si bien Estanislao fumaba y
bebía mucho, no menos cierto es que también leía mucho, demasiado, y enseñaba
mucho, demasiado. Como solo muy pocos, desde la Antigua Grecia hasta hoy, han
aprendido a hacerlo.