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Ciudad Nueva
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CHIARA LUCE
1
PRÓLOGO
Querido lector: Si rondas los 18 años, te propongo la historia
de Chiara. Ella abandonó este mundo justo a esa edad, cuando
normalmente los padres dicen que los hijos empiezan a salir
del cascarón. Fíjate la ironía: tú sales al campo de fútbol en el
momento en que a ella se le ha cumplido el minuto 90. ¿Te
imaginas que a tu edad se pudiera contar ya la historia de tu
vida, y que apareciera en todos los kioscos y librerías? Pién-
salo por un momento: ¿qué se podría decir de ti? Yo sé, pues,
que sigues a Boca, que te gusta el chocolate y los yogures de
piña, que tienes unos amigos que no cambiarías por nada del
mundo, que te gusta la marcha los fines de semana, que siem-
pre has soñado con ser un periodista conocido, que los video-
juegos de estrategia te alucinan… La verdad es que, si eres
sincero contigo mismo, hay todavía una suma bastante floja
en tu historial, en ese curriculum que un día tendrás que en-
tregar a un millón de manos intermediarias para que puedas
trabajar. Entonces, ¿por qué Chiara sí merece una biografía?
Te lanzo pistas. Chiara era cien por ciento normal, no llevaba
antenas de bicho de otra galaxia ni pasó por la vida como esos
niños prodigio que impresionan a todo el mundo porque pue-
den realizar mil operaciones de matemáticas sin esfuerzo.
Chiara quería ser azafata, tocaba la guitarra y se sabía las
canciones de moda, era muy linda (tenía una melena de vérti-
go) e iba siempre a la última moda. Pero un día tomó una
decisión, una determinación que marcaría cada jornada de su
vida: «No quiero ni puedo permanecer analfabeta ante un
mensaje tan extraordinario». Se refería al Evangelio. Gracias
a su parroquia y a sus amigos y amigas de los Focolares, se
encontró cara a cara con Jesucristo. Y sencillamente se lo
tomó en serio, hasta alcanzar ese punto de «dulce cadena
invisible» que se genera en toda relación humana cuando la
amistad se hace profunda.
Si te fijas en lo que te rodea, todo parece milimétricamente
diseñado para solicitar tu atención y así ponerte al día, upda-
ted. ¡Ya los iPods se nos han quedado atrás: si no tienes un
iPhone es que no sabes lo que es la vida! Y encima se te quiere
hacer creer que tú y sólo tú eres el dueño de tu destino. Por
eso tienes que cuidarte, hacer deporte, evaluarte regularmen-
te, desarrollar tu inteligencia emocional y social, recalificar tu
energía y ponerla a punto de caramelo. Sin embargo, cuando
tienes dos dedos de frente, te das cuenta de que no puedes ser
el dueño de tu destino; a lo sumo, capitán de tu alma (Philip
Brickman). Y Chiara quiso que Jesucristo lo fuera todo: el
dueño de su destino y el capitán de su alma. Su vida dejó en-
tonces de ser una vida individualista, a la espera de que sus
sentidos fueran solicitados por todo ese cúmulo de sensacio-
nes que navegan afuera, para convertirse en una vida compar-
tida con Dios. Esa es la clave para entender la existencia de
Chiara. La fe dejó de ser en ella una cosa aprendida, una tabla
de logaritmos, un horizonte más o menos valioso, y reventó
en ella una necesidad de abrir de par en par su vida al Corazón
de una Persona que le demandaba cariño. Y siguió haciendo lo
mismo de siempre, pero ya nunca más se iba a encontrar sola.
¿Y fue a olvidarse de la diversión? ¿Se nos puso discreta, ex-
traña, rarita? ¡En absoluto! Le siguió entusiasmando cantar,
jugar al tenis y bailar. Se dice que Chesterton se enamoró de
su mujer porque le encantaba el Evangelio y el baile. También
en Chiara lo divino y lo humano se cruzaron con familiaridad.
Incluso la alegría y el sentido de vivir acompañada por su
Señor, siguieron presentes cuando llegó eso que los humanos,
en tono oscuro, denominamos la fatalidad: una enfermedad
1 Título original: Lo ho tutto. 18 anni di Chiara Luce.
mortal. A Chiara se le diagnosticó un sarcoma osteogénico
con metástasis. ¿Y eso qué es? Pues imagínate lo peor y acer-
tarás. Te recomiendo que leas detenidamente las reacciones de
los que iban a visitarla a casa para darle consuelo: «Al princi-
pio nos parecía que íbamos a verla para animarla, pero pronto
nos dimos cuenta de que éramos nosotros los que no podía-
mos prescindir de ella, pues nos sentíamos como atraídos por
un imán». El mismo médico de cabecera que la atendió en los
últimos momentos de su vida, que se declaraba agnóstico,
decía que algo había cambiado en él por la coherencia de la
joven, y que viéndola se sentía a gusto con el hecho de la fe
cristiana.
¿Ves cómo la vida Chiara merecía un libro? Pasó sólo 18 años
en este mundo. La vida no consiste en pasar las páginas del
calendario para ver cuándo llega el fin de semana y luego las
vacaciones y luego… ¿y qué más, luego? Chiara descubrió que
el camino de la luz, el camino de la vida, reside en Jesucristo
(«Yo soy el camino, la verdad y la vida»), y que el camino de
la oscuridad, el lugar donde sólo se tropieza porque apenas se
ve, es el de la mediocridad.
Javier Alonso Sandoica, Sacerdote y periodista de TV
UNOS OJOS QUE LO DICEN TODO
Es verdad que Juan Pablo II beatificó a una cantidad insólita
de hombres y mujeres, muchos más que sus predecesores. Y
también que, desde el último concilio, el mismo concepto de
santidad se ha hecho más accesible, como lo prueba el número
no desdeñable de nuevos beatos que son laicos, madres y pa-
dres de familia. Además hay casos recientes, como el del padre
Pío, que demuestran que la gente no es refractaria a los mode-
los de perfección cristiana, como se tiende a creer.
Todo esto es verdad; pero cuesta creer que una chica tan
normal haya conseguido «abrir de par en par las puertas del
cielo» en pocos meses, que rechazase la morfina que los médi-
cos querían administrarle para calmar los dolores atroces de
las metástasis, cosa que hizo para tener «algo que ofrecer»…
Y ¿de dónde sacaba las fuerzas? Su existencia podía haber
quedado archivada con unas lágrimas, una reseña en el perió-
dico local y los típicos lamentos: «¡Pobre chica, tan joven!». Y
sin embargo, se la sigue recordando e imitando. En resumidas
cuentas, hay curiosidad por comprender cómo esta chica ha
alcanzado en un santiamén, en pocos años, tan alta espiritua-
lidad.
Escribo estas líneas delante de una de sus últimas fotografías,
un primerísimo plano tomado mientras yacía en la cama de su
habitación, en Sassello, su pueblo. Una funda escocesa de
colores azul, amarillo, rosa y blanco, y ella mirando a su inter-
locutor con el brazo detrás de la cabeza. Una pelusa oscura le
cubre el cuero cabelludo; no se puede decir que sea un corte a
la última moda, sino más bien la prueba manifiesta de una
reciente quimioterapia. Pero sus rasgos no reflejan el rostro
de una enferma a punto de morir, sino el de una chica que ha
madurado en poco tiempo. Está sonriendo. Sonríe con una
sonrisa que muchos habían apreciado. En ese momento esta-
ban con ella en la habitación tres amigos de Génova. Habían
charlado un rato con la enferma y habían vivido uno de esos
momentos en que el Evangelio se hace patente, que eran los
preferidos de la joven. «Momentos de unidad» los llamaba.
El cielo había descendido en medio de ellos, como lo prueba
esa sonrisa. Pero sobre todo lo prueban esos dos ojos grandes
que llaman la atención. Unos ojos que lo dicen todo, serenos,
sinceros: sabe que «la medicina ha depuesto las armas», pero
también, «que todo lo vence el amor».
Esta es Chiara Badano, de 18 años. Mejor dicho, esta es Chia-
ra Luce2
.
2 Luce, en italiano, luz.
2
Escribe el Abbé Pierre que «los santos no son sólo los del
calendario; cada día nos cruzamos con alguno». La joven Ba-
dano era probablemente una de éstos.
OTROS GEN QUE SE HAN IDO AL CIELO
Todo grupo social tiene sus modelos -y a veces sus santos- en
los que personifica esperanzas y aspiraciones. Desde los años
sesenta, el Movimiento Gen3 ha ido acompañando a sus pri-
meros miembros «que se han ido al cielo», como suelen decir.
Entre ellos está Franceschino Chiarati, un chico jovencísimo
de Brescia con una sonrisa límpida; hay también un joven
mártir, Charles Moates o «Charles de los ghettos negros»,
cuya dramática historia recoge el musical Streetlight, del grupo
internacional Genrosso; luego están las gen de la ciudad brasi-
leña de Pelotas, que murieron en un accidente de tráfico mien-
tras se dirigían a un congreso… Cada etapa tiene sus peque-
ños mitos, personas que dejan un ejemplo a las siguientes
generaciones. En el caso de estos jóvenes que han «pasado al
más allá», no están lejanos ni idealizados; no se han visto
transformados en ídolos, como se dice hoy. Son como un pe-
dazo del Movimiento Gen que se ha trasladado a otro lugar a
la espera de volverse a reunir con todos.
La Iglesia habla desde siempre de «comunión de los santos»,
un término quizá un poco oscuro, que se suele interpretar
como algo lejano, reservado a las esferas celestiales. Sin em-
bargo, para los gen la comunión de los santos es una realidad
que acerca la tierra y el cielo.
Así se puede interpretar el interés que ha acompañado las
vicisitudes de Chiara Badano ya desde antes de dejar esta
tierra. Igual que con los demás amigos enfermos -y quizás un
poco más- los gen seguían las noticias sobre su salud, difundi-
das espontáneamente de mil modos por los jóvenes. También
rezaban, y mucho. Habían visto en ella una especie de predi-
lección por parte de Dios.
Y luego su muerte. La noticia corrió, lo mismo que algún
escrito suyo fotocopiado. Aún hoy se habla de un funeral que
muchos describieron como una «fiesta de bodas». Luego salió
un artículo en el periódico de los gen y otro en la revista Ciu-
dad Nueva. En los años siguientes, sin un proyecto preciso, su
historia ha salido a relucir regularmente gracias a amigos, a
los gen, a su obispo, gracias a una selección de escritos, una
biografía, un vídeo…
UN PUEBLECITO DE PROVINCIAS
Desde Savona hay que costear el Golfo de Génova hasta Albi-
sola y luego subir unos 20 km hacia el interior por una carre-
tera de curvas y breves tramos rectos. No se sube mucho, pues
el término del viaje está a unos 400 metros de altitud: Sas-
sello, que no llega a los 2.000 habitantes, a 60 km de Génova
y otros tantos de Acqui Terme, de cuya diócesis forma parte a
pesar de que esta última ciudad está ya en el Piamonte.
El pueblo se vacía durante el año y se vuelve a poblar los fines
de semana y sobre todo en verano, cuando multiplica por diez
sus habitantes. Los vientos del norte y del sur se encuentran
justo en sus montañas, de modo que las precipitaciones de
lluvia y de nieve son frecuentes y abundantes.
Es un pueblecito pintoresco, con una historia antigua. El
territorio municipal se encarama hasta los 1.287 metros del
monte Beigua, casi mil metros de desnivel, que muestran lo
montañoso que es el municipio. En Sassello eran famosos los
castaños. Pero en el período entreguerras, un imparable cán-
cer de la madera destruyó bosques enteros, que han vuelto a
crecer, pero sin sanear. Y también crecen muchos hongos,
3 Lo forman los jóvenes más comprometidos del Movimiento
de los Focolares. Gen significa «generación nueva».
auténtica delicia de las laderas que rodean el pueblo: boletos,
rebozuelos y oronjas buenísimas.
Pero la notoriedad del pueblo se debe en primer lugar a los
amaretti, esos delicados dulces producidos por seis fábricas
situadas en la municipalidad, en las que las recetas y secretos
del oficio pasan de padres a hijos.
En fin, si uno busca un lugar retirado, que vaya a Sassello.
Aquí nació, creció y murió Chiara Badano. Amaba este peque-
ño mundo; incluso mientras vivió en Savona, volvía siempre
con una mal disimulada alegría, casi como si la estancia en la
ciudad fuera un pequeño exilio.
UNA FAMILIA UNIDA
En Sassello la mitad del pueblo tiene el mismo apellido: Ba-
dano. Y en la carretera que sube desde el mar hacia el pueblo,
la última localidad se llama casualmente Badani. Ruggero es
un Badano que vive en la calle Badano. Primero fue depen-
diente en la tienda de tejidos de la familia, luego camionero,
«pero siempre por su cuenta», como se cuida de precisar,
como para reafirmar su deseo de libertad. Al principio trans-
portaba carbón desde el puerto de Savona por toda la Alta
Italia. Luego, durante veinte años, trabajó para la Ferrania4:
dos veces por semana transportaba las películas de Savona a
Roma para revelarlas (en aquel tiempo no había autopistas ni
autovías, y la vía Aurelia hasta La Spezia no estaba exenta de
peligros, sobre todo en invierno).
Por su parte, María Teresa Caviglia procedía de una familia
numerosa animada por ocho hijos, con un padre polifacético y
con manos de oro. Eran pobres, y más todavía después de que
la casa en que vivían se incendiase por una chimenea mal
deshollinada; un fuego alimentado por la leña que el padre
había amontonado en el desván como previsión para el rigu-
roso invierno. Sólo la caridad de los vecinos les permitió so-
brevivir a la estación inclemente.
María Teresa y Ruggero habían ido juntos a la escuela de
niños. Luego sus caminos avanzaron en paralelo por un tiem-
po, sin muchos encuentros, salvo en la iglesia en las fiestas de
guardar. «A ella le gustaba bailar -explica Ruggero-, pero a
mí no; así que elegí una compañía distinta de la suya». Ella se
hizo novia de un buen chico del pueblo y pareció que ahí que-
daba la cosa. Pero eso habría significado no contar con Rug-
gero: «María Teresa -cuenta- fue la primera chica en mi cora-
zón. Y siguió siéndolo. Pero en aquel tiempo no era capaz de
manifestarle mi afecto. Hasta que la evidencia terminó por
convencerla…».
O sea, que él era de pocas palabras, pero con una fe sólida. Era
ciertamente severo, pero con un toque de dulzura en la mirada
que lo hacía ser amigo de todos. Ella, por su parte, era afable y
extrovertida, dulce pero resuelta.
UNA COMUNIDAD “SÓLIDAMENTE TRADICIONAL”
En un pueblo pequeño la parroquia tiene un papel fundamen-
tal en la formación y orientación de la gente. La de Sassello la
podemos describir como «sólidamente tradicional». Aún hoy
la práctica religiosa es bastante elevada. Naturalmente, todo
el pueblo, o casi, interviene en las grandes fiestas tradiciona-
les. Con ocasión del Corpus Christi se suele organizar en Sas-
sello un gigantesco tapiz floral por las calles del pueblo, des-
pués de un detallado estudio de los tapices florales, sobre todo
con la participación de los grupos de jóvenes locales. Lo mis-
mo se hace en Genzano o en Spello. Para esta ocasión, las
fachadas de las casas que dan al recorrido de la procesión se
cubren dos o tres metros con ramas de castaño. Sugestivo.
4 Empresa italiana de producción de material fotosensible.
3
El Viernes Santo se celebra una solemne procesión que atra-
viesa todo el pueblo con un gran crucifijo antiguo de madera,
acompañada de rodillas en su «subida al Calvario» por anti-
guas cofradías del pueblo (sólo de hombres) y por el canto de
las lamentaciones en latín.
La recia tradición cristiana está subrayada además por la pre-
sencia en el territorio municipal de numerosas capillas voti-
vas, cada una de las cuales tiene su propia fiesta. Naturalmen-
te, los visitantes participan en los festejos, muchas veces
atraídos por aspectos marginales o folklóricos, como los coros
y las representaciones teatrales, los churros o los dulces de
castaña. Pero algo se transmite de todos modos.
Un recuerdo infantil de María Teresa subraya la importancia
social de la parroquia y su influencia en la gente: «En nuestra
iglesia era corriente separar los primeros asientos, reservados
a algunas familias de benefactores, de los demás bancos.
En mi primera comunión me había sentado detrás, como
siempre. Pero el párroco bajó del altar, me dio la mano y me
llevó adelante; y además me puso a llevar el estandarte de la
procesión».
EL NACIMIENTO, DIEZ AÑOS DESPUÉS
María Teresa y Ruggero llevaban casados diez años sin haber
tenido hijos. «Todo lo que me pasaba lo consideraba voluntad
de Dios -dice ella-. El me quería, así que incluso esta falta de
hijos era amor».
Sin embargo Ruggero desvela la otra cara de la moneda:
«Cuando subía al bar con los amigos de mi edad, veía que
ellos tenían muchos hijos. Y nosotros nada. Sentía de veras
que me faltaba algo».
El momento decisivo llegó cuando Ruggero fue al Santuario
de las Rocas. Su oración para obtener la gracia de un hijo fue
sincera, y un mes más tarde…
María Teresa tenía ya 37 años: «No me lo quería creer. No le
decía a nadie que me había quedado embarazada y trataba de
no hacer esfuerzos, porque el médico me había explicado que
debía esperar unos veinte días antes del veredicto definitivo.
Aquel día Ruggero no se podía contener de la alegría. Y co-
menzó a hablar de “nuestro embarazo”».
El casi papá no quería poner en peligro lo más mínimo el fruto
tan esperado de su amor, y se prodigaba de mil maneras para
aliviar los esfuerzos de María Teresa, incluso subiéndola en
brazos por la escalera. «El amor por mi mujer -explica- dio en
esos meses un gran paso adelante. Pero también el amor por
el Señor».
Era el 29 de octubre de 1971. La niña, Chiara, nació con fór-
ceps. Por ese motivo le quedó por algún tiempo entre los ojos
una mancha que iba y venía, así hasta la adolescencia. «De la
felicidad tuve un shock -cuenta María Teresa-. A decir verdad,
durante 24 horas viví como en un sueño, preguntándome si la
niña había nacido de veras, porque no me la mostraban…
Luego vi ese angelito de niña y se me encogió el corazón de
alegría». Pero «incluso en medio de la inmensa alegría, com-
prendimos enseguida los dos -cuenta la madre, mientras el
padre asiente- que aquella niña era ante todo hija de Dios».
EXPERIENCIAS DE INFANCIA
La infancia discurre despreocupada y serena. Chiara era lo que
se dice «una niña ejemplar», de esas que cualquier madre
querría tener: tenía pocos caprichos, dormía sin problemas y,
si se despertaba, jugaba ella sola con sus primeros juguetes.
María Teresa se enfermó precisamente en los primeros días,
con una presunta flebitis que la mantuvo en cama tres meses;
pero, con la ayuda de su hermana, no delegó en nadie la deli-
cada tarea de la primerísima educación de su hija. Para aten-
der a la pequeña había dejado su trabajo: «Desde siempre
había trabajado en las fábricas de amaretti -dice- y temía que
se me cayese la casa encima, de lo activa que era. Pero muy
pronto tuve que cambiar de opinión: comprendí la importancia
de estar continuamente al lado de los hijos, más que hablando,
siendo madre, es decir, amando. Esta era la única herencia que
podría dejarle: enseñarle a amar».
No dudó en llevarla a la iglesia «para que se acostumbrase»; y
aunque aún no tenía lo que llaman uso de razón, María Teresa
le susurraba a la oreja la historia sagrada de Jesús y de María.
Y la niña escuchaba sin molestar a los presentes, envuelta en
su abrigo rosa, porque era invierno y había más nieve de lo
normal.
Chiara manifestó desde los primeros años un carácter genero-
so: en un ejercicio de primer grado en el que le escribía al
Niño Jesús, no le pedía juguetes, sino simplemente «que cure
a la abuela Gilda y a todas las personas que están enfermas».
Se mostraba conciliadora, aunque estaba segura de sí misma.
Y en los casos en que se ponía en peligro el entendimiento con
sus padres, el roce sólo le duraba un instante.
Se cuentan cosas significativas de ella. Por ejemplo, un día su
madre le pidió que la ayudase a levantar la mesa. «No, no
quiero», respondió Chiara cruzándose de brazos. Y se fue a su
habitación. Pero al cabo de unos segundos, antes incluso de
llegar, volvió sobre sus pasos y dijo: «¿Cómo es esa historia
del Evangelio, de ese padre que les había dicho a sus hijos que
fueran a la viña, y uno había dicho que sí y no había ido, mien-
tras que el otro había dicho que no pero al final fue? Mamá,
poneme el delantal». Y se puso a recoger la cocina.
Otro episodio. Un día, viendo su madre que en su habitación
había muchos juguetes, le propuso dar algunos a los niños
pobres. Ella dijo qué no, que eran suyos. Entonces su madre
se fue. Luego oyó algo. Se acercó a la puerta del cuarto y vio a
Chiara separando los juguetes: «Este sí, éste no…». Luego le
explicó los criterios de esa división: «No puedo darles los
juguetes rotos a niños que no tienen».
UNA EDUCACIÓN SENSATA (ENTRE OTRAS COSAS)
Diálogo y afecto estaban a la orden del día, asa de los Badano
también se decía a veces que no. La niña podría crecer viciada
si estaba demasiado protegida por padres y familiares: «Éra-
mos conscientes de ese riesgo -dice su madre-; por eso, desde
el principio quisimos dejar las cosas claras: no perdíamos
ocasión de recordarle que en el cielo había un papá más gran-
de que nosotros dos».
¡Curioso modo de evitar caprichos!
El «modelo educativo» elegido por Ruggero y María Teresa
no lo habían aprendido en los libros. sino imitado de familias
sanas y unidas y de un ambiente parroquial, como se decía,
tradicionalmente sólido. Era sobre todo una educación basada
en el amor entre los dos esposos. Así se habían ido instituyen-
do principios importantes, como se trasluce por ejemplo de un
episodio que nos cuentan sus padres. Tenía Chiara cuatro
años cuando su madre le propuso recitar una oración. Fila
respondió que tenía otras cosas que hacer. En ese momento
Mana Teresa habría podido imponérsela, pero recordó que
ante todo esa criatura era hija de Dios, que le había transmiti-
do el bien fundamental de la libertad. Así que tenía que respe-
tarla. Y le dijo que iba a rezar ella en su lugar. Comenzó a
rezar el Angelus y a los pocos instantes oyó detrás de ella que
la niña repetía sus palabras. Fue una clara lección -explica la
madre-, de esas que no se olvidan fácilmente. Tenía que edu-
carla, pero antes que eso debía transmitirle el amor
El padre estaba presente en la educación de la pequeña y des-
tacaba con un papel más «fuerte»: «Yo era un poco severo por
naturaleza —cuenta Ruggero— y me parecía que para edu-
carla correctamente tenía que exigirle algo a ella: pero siem-
pre lo hacía —y digo siempre— por amor, nunca por rencor,
4
cansancio o lo que fuera. Así, ella creció con un carácter muy
parecido al mío…». «Pero la obediencia que le pedíamos -
interviene su madre- no era nunca “ciega”. Tenía derecho a
decir lo que pensaba: aunque la relación debía ser en la ver-
dad. Las mentiras no se las tolerábamos fácilmente».
A propósito de esto, entre muchos pequeños- grandes hechos
de su educación, cuenta María Teresa otro episodio: «Una
tarde llegó a casa con una hermosa manzana roja. Le pregun-
to quién se la ha dado y me dice que se la ha tomado a doña
Gianna, la dueña del viejo y pintoresco molino debajo de casa.
No le había pedido permiso. Le explico entonces que hay que
pedir las cosas antes de tomarlas y que tiene que devolverla
in-mediatamente y pedirle perdón a la vecina. Pero ella no
quiere porque le da vergüenza. Le explico entonces que es
más importante decir la verdad que comerse una buena man-
zana. Al cabo de un momento de duda, Chiara (seguida por mí
con una mirada tranquilizadora) vuelve a Gianna y se lo ex-
plica todo. Al poco rato, nuestra amiga llama a la puerta tra-
yendo una cesta de manzanas de regalo para Chiara “porque
hoy ha aprendido una cosa muy importante”».
Episodios como este atestiguan que, sobre la base de una
naturaleza fuertemente generosa, Chiara recibió una sólida
educación cristiana. Ciertamente fue gracias a sus padres, pero
también a la comunidad del lugar, al párroco, que daba cate-
quesis de modo fascinante, y a las sólidas amistades que Chia-
ra había cultivado desde pequeña.
COMO EN UN SUEÑO
Chiara no tenía aún nueve años cuando tuvo lugar un aconte-
cimiento que inmediatamente se reveló fundamental para ella:
su encuentro con los Focolares. Unas amiguitas le hablaron
de un gran ideal que, al parecer, transformaba la vida de los
que lo elegían, y de un grupo de personas que querían cons-
truir un mundo unido.
El encuentro propiamente dicho tuvo lugar en una reunión de
los Focolares en septiembre de 1980, con otras niñas. Descu-
brió un modo de vivir y de pensar nuevo para ella, casi como
coronación de su sed de Dios: allí el amor de Dios colmaba a
los que lo elegían como ideal de su vida y provocaba la unidad,
es decir, la presencia prometida por Jesús a los que están uni-
dos en su nombre. Desde ese momento en adelante, Chiara ya
no sería la misma.
La cosa no podía dejar indiferentes a sus padres, los cuales,
con sorpresa por parte de Chiara (aunque no demasiada),
confirmaron su adhesión. Todo ello sucedió en un gran en-
cuentro de familias, el Familyfest de 1981, en el Palacio de
Deportes del EUR, en Roma. Oigamos el relato que hace
Ruggero: «No quería bajar a Roma, pero acepté para que mi
hija conociese la capital. Durante tres días visitamos la ciudad;
luego, cuando llegó el día del Family fest, me hice el remolón.
Así que llegamos con retraso, y la gente tuvo que hacernos
sitio en la sala del EUR, completamente abarrotada. Oí unas
palabras desde el escenario: hablaban de un amor distinto del
que podía sentir por María Teresa o por Chiara: fuerte, natu-
ral y sobrenatural. Poco a poco fui intuyendo que había un
Jesús cercano al que podía tutear, al que podía contárselo
todo. “Capitulé” cuando la niña dijo que tenía hambre e inme-
diatamente los de al lado le ofrecieron un bocadillo, una fruta
o una bebida. Y en la comida, aunque llevábamos nuestras
cosas, comimos sólo de lo que nos ofrecieron».
Cuenta María Teresa: «De vuelta a casa, si nos hubieran pre-
guntado cuándo nos habíamos casado, habríamos respondido:
“Cuando conocimos ese ideal”». Y sigue Ruggero: «Por fin
había entendido que tenía a este Jesús cerca de mí; sentía su
fuerte presencia. Luego, cuando encontraba alguna dificultad,
quizá porque me comportaba de mala manera, me parecía
respirar sólo a medias. Había algo que no iba bien, pero no era
capaz de entender qué. Luego comprendí: si yo rompía, faltaba
la otra parte de la relación, el otro pulmón para poder respirar
bien».
Desde ese momento los Badano serán, aún más que antes, un
ejemplo de respeto, calor y unidad, con ese nuevo compromiso
que muy pronto revoluciona las tradiciones y los horarios de
la familia. Pero este testimonio aflora sobre todo en el mo-
mento de la enfermedad de Chiara, unos años más tarde.
DONDE CHIARA DEJÓ EL CORAZÓN
Las gen 3 5: ¡todo un universo!, como lo es el corazón de cual-
quier niña abriéndose a la vida y descubriendo el mundo y lo
que hay más allá del mundo. Chiara entra en el grupo de las
gen 3 de Albisola y luego de Génova. Son niñas que juegan y
se divierten, pero no sólo eso. El 29 de septiembre de 1980,
con ocasión del primer encuentro gen 3 en el que Chiara parti-
cipa, escriben todas juntas: «Hemos iniciado inmediatamente
nuestra aventura: hacer la voluntad de Dios en el momento
presente. Con el Evangelio bajo el brazo haremos cosas gran-
des».
Lucía, una amiguita de entonces, cuenta de aquel tiempo:
«Jugábamos y se nos ocurrían infinidad de bromas; Chiara era
una niña llena de vida, una compañera de juegos un poco
alocada y muy simpática. Comunicaba a todos su alegría,
siempre estaba sonriente y tenía una mirada límpida. Su ma-
yor cualidad era la vitalidad».
El 29 de agosto de aquel año, Chiara le escribió su primera
carta a Chiara Lubich, la fundadora de los Focolares, en un
papel decorado con un dibujo de colores pastel. Decía:
«Querida Chiara Lubich:
En primer lugar me presento. Soy una niña de casi diez años; me
llamo Chiara, como tú, y vivo en un pueblecito llamado Sassello, en
la provincia de Savona. Te conozco porque el 3 de mayo fui con mis
padres a Roma, al congreso de las familias, y en medio de toda esa
gente pude verte con unos prismáticos. Este año he tenido la suerte
de participar en mi primera Mariápolis6
. No fui con mis padres,
sino que decidí ir con las gen 1 a un bonito santuario llamado de la
Virgen del Pozo. Cuando mi madre me dejó allí estaba un poco
preocupada, y me dijo: “Chiara, ahora te quedas sola, trata de com-
portarte bien”. Pero yo le respondí: “Mamá, no estoy sola, está Je-
sús”. Las niñas que conocí eran buenas, amables, distintas de las del
colegio, y juntas hemos intentado vivir por Jesús. También hice una
pequeña experiencia al prestarle mis zapatos a una niña que tenía
que subir al escenario a contar su experiencia en la Mariápolis de
los adultos. Te mando un fuerte abrazo. Chiara».
En esta carta de Chiara Badano se perciben elementos que
seguidamente madurarían con fuerza, sobre todo en los dos
años de enfermedad: su elección de Dios y de la unidad y la
prioridad que le da a vivir el Evangelio.
La distancia que la niña toma respecto a sus padres, con la
frase «Mamá, no estoy sola, está Jesús», parece evocar la reac-
ción del Niño Jesús cuando lo encontraron sus padres ense-
ñando a los doctores en el templo. Y lo de «juntas hemos
intentado vivir por Jesús» demuestra que desde el principio
captó el meollo de la espiritualidad de la unidad. Por último,
la experiencia que cuenta al final indica que Chiara comprende
enseguida que el Evangelio, o se vive o es letra muerta.
5 El Movimiento Gen se ordena por edades: los gen 2 o «se-
gunda generación» son jóvenes a partir de 16 años, los gen 3
o «tercera generación», niños y niñas de 9 a 16 años; por
debajo de esa edad están los gen 4.
6 Encuentros de varios días, normalmente en verano, de los
Focolares.
5
SU PRIMERA ELECCIÓN
La jovencísima Chiara, que aún no ha cumplido 12 años, se
hace gen 3 y sigue enamorada del Evangelio. Por las noches,
antes de dormirse, escribe sencillísimos episodios de vida,
«florecillas». Por ejemplo: «Una compañera tiene escarlatina y
a todos les da miedo ir a verla. Después de preguntárselo a
mis padres, se me ocurre llevarle los deberes para que no se
sienta sola. Creo que amar es más importante que el miedo».
En 1983 Chiara va dos veces a Rocca di Papa, cerca de Roma,
donde se celebran los congresos internacionales de las gen 3.
Como siempre, en casa hay un poco de lío, porque los abuelos
y los tíos les reprochan a Ruggero y María Teresa que dejen
viajar a la niña tan lejos. Pero precisamente en estas ocasiones
es donde Chiara hace una elección que ya no vuelve a poner en
cuestión.
Veamos ahora lo que le escribe a Chiara Lubich el 17 de junio:
«Este ha sido mi primer congreso, y debo decir que ha sido
una experiencia maravillosa: he descubierto de nuevo a Jesús
abandonado de modo especial; lo he visto en cada prójimo que
pasaba a mi lado. Este año me he vuelto a proponer el ver a
Jesús abandonado como esposo y acogerlo con alegría y, sobre
todo, con todo el amor posible».
Y unos meses más tarde, el 27 de noviembre, apenas cumpli-
dos los 12 años: «La realidad más importante para mí durante
este congreso ha sido volver a descubrir a Jesús abandonado.
Antes lo vivía más bien superficialmente, y lo aceptaba para
luego esperarme la alegría. En este congreso he comprendido
que me estaba equivocando en todo. No debía instrumentali-
zarlo, sino amarlo sin más. He descubierto que Jesús abando-
nado es la clave de la unidad con Dios, y quiero elegirlo como
mi primer esposo y prepararme para cuando llegue. ¡Preferir-
lo! He comprendido que puedo encontrarlo en los alejados, en
los ateos, y que debo amarlos de un modo muy especial, sin
interés».
«Jesús abandonado», uno de los puntos cardinales de la espiri-
tualidad de la unidad, expresa el deseo de revivir el momento
en que Jesús más había sufrido, cuando gritó en la cruz: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Ahí está la
clave de la unidad entre los hombres en la tierra, y también de
la unidad entre la tierra y el cielo. Ahí está el compendio de la
pasión y muerte de Jesús y la clave de su resurrección. Y
Chiara, de 12 años, acierta de lleno en el misterio del cristia-
nismo.
CHIARA Y CHIARA, UN VÍNCULO ININTERRUMPIDO
Chiara Badano mantiene siempre con Chiara Lubich corres-
pondencia regular. Con ella estrecha una relación vital muy
intensa hasta el final, cuando dice: «Todo se lo debo a Dios y a
Chiara». Ya en su primer congreso gen 3 escribió: «No en-
cuentro palabras para darte las gracias, pero sé que todo lo
debo a ti y a Dios». No tenía más que 11 años.
En las cartas que reproducimos en estas páginas se ve clara-
mente lo plena, cultivada y madura que es la filiación espiri-
tual de Chiara Badano con respecto a la fundadora de los Fo-
colares. Sus cartas expresan confianza y respeto, interioridad
y compromiso. Como en esta de noviembre de 1985, escrita
nada más comenzar la secundaria, desde el congreso de las gen
3 en Roma: «…durante este congreso he vuelto a descubrir el
Evangelio con una nueva luz. He comprendido que no era una
cristiana auténtica porque no lo vivía hasta el fondo. Ahora
quiero hacer de este magnífico libro mi único objetivo en la
vida. No quiero ni puedo permanecer analfabeta de un mensa-
je tan extraordinario. Igual que me resulta fácil aprender el
alfabeto, lo mismo debe ser vivir el Evangelio. He redescu-
bierto esa frase que dice: “Den y se les dará”: debo aprender a
tener más confianza en Jesús, a creer en su inmenso amor.
Gracias por este gran regalo, que cada día vuelvo a descubrir
como algo nuevo».
En los Focolares hay una costumbre tomada de las primeras
comunidades cristianas: adoptar un «nombre nuevo» cuando
uno ha emprendido el camino hacia un cristianismo auténtico.
Y elegir al mismo tiempo una frase del Evangelio como «pa-
labra de vida» personal, para seguir mejor a Dios en su volun-
tad. Las gen 3 suelen pedirle tanto el «nombre nuevo» como la
«palabra de vida» a la propia Chiara Lubich. Chiara Badano le
había pedido por tres veces las dos cosas al hacerse gen 3, pero
por algún motivo, no había obtenido respuesta. Dice María
Teresa: «Chiara sufría mucho por no recibir respuesta a sus
cartas. Las demás gen 3 recibían su “nombre nuevo”, pero ella
nada. Un día, después de ver que el buzón seguía vacío, me
dijo: “Chiara no me ha respondido todavía. No importa, tiene
tantas cosas que hacer… Y además, ya tengo todo lo que
necesito”. Creo firmemente que todo era un plan de Dios:
tenía que prepararse».
SE ACERCA LA ADOLESCENCIA: DEPORTE, AMISTADES Y
EVANGELIO
San Agustín repite a menudo que el amor nos hace bellos:
Chiara estaba revestida de la belleza evangélica; era muy
agraciada, una chica guapa. Las fotos nos la presentan desde
la infancia como voluntariosa, con un carácter bien definido.
Pero lo que atrae en ese rostro delicado es su mirada, ni sumi-
sa ni agresiva. Simplemente límpida.
Llega a la adolescencia sencillamente, sin haber perdido los
buenos hábitos adquiridos durante años, como ir a visitar a las
ancianitas del asilo, que se encuentra justo encima de la casa
de los Badano, al final de la curva. Hay una anciana en parti-
cular, Speranza, pequeñísima, reservada, cândida en todos los
sentidos. Un día Chiara la encuentra un poco triste y por fin
consigue saber el motivo: le roban la ropa interior. Así que,
desde ese día, se la lavan en casa de los Badano. En otra oca-
sión, Speranza quiere lavarse los pies, pero no admite que lo
haga la niña, así que es María Teresa la que asume la tarea.
Otro episodio de aquellos años se refiere a su amiga Roberta.
Su madre está en el hospital por un tumor y Chiara la ha
adoptado, por así decir. Más tarde, también la abuela de Ro-
berta debe someterse a un examen médico que revela una
grave enfermedad. Ella invita a casa a la abuela y a la nieta y
le pide a su madre que ponga en la mesa el mantel más bonito,
«pues hoy viene a vernos Jesús».
Y más. Sus abuelos, que viven justo encima de la curva, nece-
sitan que alguien los asista por la noche. María Teresa y
Ruggero están cansados de pasar tantas noches fuera de casa,
así que Chiara se ofrece a quedarse con ellos. Insiste mucho
hasta que por fin consigue que la dejen. Entonces se dirige a
casa de los abuelos llevando consigo la mochila con los libros
del colegio para el día siguiente. Se queda dormida, pero se
despierta inmediatamente. Se tranquiliza al ver que los abue-
los duermen y están bien. Pero para no quedarse dormida, se
da continuos pellizcos en las piernas toda la noche… Y al día
siguiente, en el colegio, nadie se da cuenta de que no ha dor-
mido.
Chiara va creciendo, descubre el mundo; le gusta la música y
hasta se anima a bailar. Le gusta cantar, tiene una voz muy
bonita, cristalina. Muchas veces entona canciones de los gen u
otras de moda.
Sabe hacerse querer: es una chica siempre rodeada de amigos
y amigas. Dice una de ellas: «Le gustaba también vestirse
bien, peinarse con cuidado y a veces pintarse un poco, pero
nunca demasiado».
No sabe quedarse quieta, de mayor quiere ser azafata. Y en
especial la atrae el deporte. Cualquier ocasión es buena. Ade-
más de largos paseos por la montaña con sus padres para
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recoger hongos, le gusta jugar al tenis y nadar. Su madre la
recuerda lanzándose en medio de las olas una, diez y cien
veces. Aún hoy se pueden ver en la casa de Sassello un par de
fotos de la joven Badano zambulléndose en el mar con un
bonito estilo delfín.
LA ADOLESCENCIA, ENTRE SASSELLO Y SAVONA
Los Badano se trasladan a Savona en 1985 con motivo de los
estudios de Chiara en el instituto de letras. «Todo el mundo
viaja de Sassello a la ciudad, ¿por qué nosotros tenemos que
irnos a vivir allí?». Chiara se pregunta si el traslado a Savona
es de verdad necesario. Pero hay que sopesar también el deseo
de Ruggero de no seguir haciendo en camión el camino hasta
la costa, ya que ahora trabaja en Albisola. De todos modos,
desde el viernes por la tarde hasta el lunes por la mañana
vuelven a su querida Sassello.
Los estudios no van demasiado bien, a pesar de que Chiara se
aplica a fondo: «No salía casi nunca de casa -explica su madre-
y estudiaba mucho, de verdad». Sin embargo, no conecta bien
con una profesora, que la aplaza regularmente. Y eso que los
profesores con los que hace repasos en verano para los exá-
menes de recuperación se quedan asombrados de su buena
preparación, y sus compañeros protestan vivamente cuando
tiene que repetir, de verdad injustamente.
A pesar de todo, no deja de reconocer también en estas dificul-
tades escolares el rostro de su esposo. A Marita, una amiga
gen, le escribe: «He tenido un aplazo, y para mí ha sido un
dolor grandísimo. Al principio no conseguía darle este dolor a
Jesús. Me ha hecho falta mucho tiempo para recuperarme un
poco, y aún hoy a veces me dan ganas de llorar cuando lo
pienso. Es Jesús abandonado».
A pesar de estos incidentes durante los estudios, deja en los
profesores y en sus compañeros una estela luminosa. Por
ejemplo, el profesor Amoretti dice de ella: «Se abandonaba
confiadamente al profesor. Recuerdo su sonrisa tranquila, la
luz serena de sus ojos mientras atendía a mis explicaciones y
las de mis colegas. Naturalmente, todos nosotros habíamos
notado los rasgos de delicadeza y amabilidad espiritual que la
acompañaban».
Con sus padres hace falta algún que otro pequeño «ajuste»
necesario, aunque el afecto es más fuerte y siempre llegan a
«acuerdos» satisfactorios, como por ejemplo en la cuestión de
los horarios de vuelta a casa por las noches. En efecto, sobre
todo los fines de semana en Sassello, a Chiara le gusta volver
tarde. Dicen sus padres: «Nos preocupábamos un poco, por-
que con los chicos se quedaba hasta tarde delante de un café.
Así que llegamos a un acuerdo y le fijamos un horario. No fue
fácil: ellos se quedaban allí tomándose un helado y ella ¡a fas-
tidiarse y a volver a casa! Un día nos dijo: “Me parece que soy
como Cenicienta, que cuando llegan las doce tuvo que salir
corriendo y perdió el zapatito”. No habíamos comprendido lo
que sufría por la prohibición. A menudo nos preguntaba: “Pe-
ro ustedes ¿confían en mí?”. Y nosotros respondíamos: “Chia-
ra, en ti sí; en los demás un poco menos”. Hasta que llegamos
a un acuerdo: “Organízate tú misma. Una noche en que estén
hablando de algo serio, te quedas. Pero a la vez siguiente
vuelves a las diez”. Lo pensó y dijo: “Me parece bien”. Así
encontramos un equilibrio, y ella quedó satisfecha».
DE GEN 3 A GEN 2
Chiara tiene algo que la distingue de sus compañeras: sabe
«cortar», sabe retirarse. Mantiene un coloquio abierto con el
Señor. En el verano de 1998 da un paso decisivo. Nada más
enterarse de que la habían aplazado en matemáticas, acompa-
ña a Roma a las gen 4, las más pequeñas, para su primer con-
greso internacional. Siente un peso en el corazón por haber
sido aplazada, pero no se echa para atrás. Desde aquel encuen-
tro, les escribe a sus padres: «Ha llegado un momento muy
importante: el encuentro con Jesús abandonado. Abrazarlo no
ha sido fácil, pero Chiara Lubich les ha explicado esta mañana
a las gen 4 que El debe ser su esposo». Quizá Jesús la estuviera
preparando para el «gran encuentro» a base de «pequeños
pinchazos de alfiler», como dirá más tarde.
También encuentra alguna dificultad en su paso de gen 3 a gen
2, que tiene lugar hacia los 16 o 17 años. En efecto, es un
cambio que a veces puede crear algún problema, con los pe-
queños dramas de la adolescencia, como el cambio de grupo y
de la responsable adulta… Pero es sobre todo el momento de
una nueva elección.
María Teresa me cuenta un momento clave para su hija,
cuando decide no participar en un encuentro gen 2, y luego
tampoco en otro. No explica mucho los motivos, y quizá no
haga ni falta: es ella la que debe elegir personalmente, de
nuevo, el Evangelio y a Jesús. A continuación le proponen
(cosa normal entre las gen) encargarse de un grupito de chicas
de varios pueblos que han conocido el mismo ideal de vida y
que quieren vivirlo… De este modo se ve empujada a no ru-
miar sus pequeños-grandes problemas de adolescente, sino a
ponerse a pensar en los demás con más empeño. Así reanuda
su camino con las gen 2 -en realidad nunca interrumpido-
dedicándose a estas chicas en cuerpo y alma, escribiendo o
llamando por teléfono regularmente a cada una, viendo de qué
modo darles gusto con pequeños detalles.
Precisamente en esos meses empiezan los primeros síntomas
de la enfermedad. Más tarde les confesará a dos gen: «La en-
fermedad llegó en el momento justo, porque estaba a punto de
“perderme”: no eran cosas graves, pero el caso es que nuestro
ideal estaba pasando a un segundo plano… Pero ahora no
pueden ni imaginarse cómo es mi relación con Dios».
UN DESPLIEGUE DE INVENTIVA
En cuanto le es posible, Chiara se rodea de gente, de amigos.
No es que no pueda estar sola. No es eso. Es que por dentro
hay algo que la empuja hacia los demás, hacia personas que en
poco tiempo sabe transformar en amigos.
Sus amigos y amigas son, en primer lugar, los gen y las gen,
con los cuales tiene una relación de confianza muy sencilla y
al mismo tiempo profunda. Entre otras están Chiara Coriasco
(«Chicca»), que es un par de años mayor que ella pero parece
como si fueran iguales, y a veces les gusta hacerse pasar por
gemelas… Más que ninguna otra persona, Chicca mantiene
con ella una relación intensa durante la adolescencia y la pri-
mera juventud. Hablan largo rato por teléfono y se escriben,
sobre todo cuando Chicca se traslada a Turín a estudiar mien-
tras Chiara está «confinada» en Savona. Hay mensajes de lo
más normal e ingeniosos, en los que Chiara habla de un rega-
lo, de una alegría intensa a raíz de un encuentro con las gen,
de una fiesta de cumpleaños. La relación y la correspondencia
continúan y se intensifican en los breves años de la enferme-
dad. Muchas veces será Chicca la que cuente sus pensamientos
más íntimos.
Pero con las gen no hay sólo una amistad personal, aunque
ésta sea importante. Su «unidad gen», el grupito del cual
forma parte, es un auténtico despliegue de inventiva y genero-
sidad: no pierden ocasión de «cimentar la unidad entre ellas»
(como dicen) en los encuentros en que se cuentan mutuamente
sus experiencias de vivir el Evangelio; pero también con car-
tas, llamadas, fiestas, excursiones, regalos, mensajes, sorpre-
sas. Entre ellas la comunión de los bienes es real: Chiara con-
serva hasta su muerte en su habitación una lista de sus cosas,
que no considera de su propiedad; con ellas ha hecho una lista
precisamente para ponerlas a disposición de quien las necesite,
comenzando por sus amigas de la unidad gen.
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Las numerosas cartas de Chiara a las demás gen traslucen su
deseo acuciante de ser una persona íntegra, que con su vida
comunica a los demás que ha descubierto a Dios Amor y que
su ideal de vida es la unidad. También reflejan su predilección
-una auténtica pasión- por los que no creen en Dios. Chiara es
muy activa en las obras del Movimiento, en particular del
recién nacido movimiento «Jóvenes por un mundo unido», por
el cual se entrega completamente.
A posteriori, uno tiene la certeza de que sin esta comunión
constante y siempre nueva con las demás gen no se podría
entender todo lo que le pasa en los últimos dos años de vida.
Unos días antes de morir dice que cuando se vaya al cielo, les
pasará «la antorcha de la unidad a los gen que se quedan». Y
así sucedió. Al día de hoy Chiara sigue siendo un modelo para
ellos. «Porque manifiesta una realización del ideal que han
elegido -dijo Eletta Fornaro como responsable mundial de las
gen-, quieren la unión con Dios y ella la ha alcanzado; quieren
un mundo unido y ella creía en él tanto que, a la vez que lo
construía a su alrededor, ofrecía por él sus sufrimientos; quie-
ren hechos concretos y ella, incluso desde su cama, seguía
ahorrando para África…».
CON SUS AMIGOS DE SASSELLO
Giuliano Robbiano es quizás el amigo más sincero que Chiara
tuvo en el pueblo. Es hija de los dueños del local donde a ella
le gustaba pasar las tardes con sus amigos, el Bar Gina.
He quedado con él allí mismo. En las paredes cuelgan fotos
antiguas del pueblo. Su mirada es franca y su habla sencilla.
Cuenta cosas de Chiara mientras sirve un cappuccino o confec-
ciona un paquete de amaretti. «Puedo decir que con ella -y no
creo faltarle el respeto- he pasado los momentos más hermo-
sos de mi vida. Sobre todo durante su enfermedad, era ella la
que me sostenía, la que sabía encontrar las palabras y los
gestos apropiados para darme ánimos. Pero debo decir que,
aunque era una chica bien educada y que gustaba a todos y
sabía hacerse querer, nunca hubiéramos pensado que tuviese
una vida tan rica. Nos ha dejado una estela luminosa que me
sigue ayudando un montón».
En efecto, con sus amigos del pueblo nunca quería ser el cen-
tro de atención. No contaba con palabras lo que vivía con las
gen, no se lucía ni hacía un «apostolado» rutinario. Ella amaba
y sabía tener los detalles apropiados. Cuenta María Teresa:
«Un día le pregunto: “Con los amigos en el bar, ¿te da por
hablar de Jesús, tratas de transmitir algo de Dios?”. Y ella,
con toda naturalidad, me responde: “No, no hablo de Dios”. La
miro y digo: “¡Pero cómo! ¿Dejas escapar las ocasiones?”. Y
ella: “Lo que cuenta no es tanto hablar de Dios. Yo lo tengo
que dar”».
Muchos chicos iban detrás de ella. Pero nada más. «Era muy
equilibrada en los sentimientos, iba poco a poco», confirma
Chicca. Con L., un chico del pueblo, había una simpatía muy
fuerte. «Pero sin concesiones», precisa su amiga. La relación
duró unas semanas, no más, porque Chiara lo dejó al darse
cuenta de que en aquella relación había algo incompleto.
«Cortó de un modo maduro, muy directo -explica Chicca-
Cuando me lo contó, vi en ella a una persona recta, sin medias
tintas…». A su madre le dijo más tarde: «Empezaba a querer
de verdad a L., pero me di cuenta de que para él era distinto: a
él le gustaba sólo estar conmigo. Por eso corté».
LA ESPOSA
De repente, lo imprevisible. El verano de 1988 llega a su tér-
mino; se acercan las clases. Los largos paseos con los amigos,
las tardes de charla y el tiempo relajado de las vacaciones
finalizan. Chiara está jugando al tenis cuando siente un fuerte
dolor en el hombro. No hace caso y no deja traslucir nada a
sus padres ni a sus amigos. Pero la punzada se repite, más
aguda, de modo que en mitad de un partido no es capaz ni de
sujetar la raqueta con la mano. Primero los médicos hablan de
una costilla rota y le prescriben infiltraciones, bastante dolo-
rosas. Pero las recaídas hacen que el equipo médico investigue
más a fondo.
Chiara está un poco inquieta, pero sigue con su vida normal-
mente. Una tarde pretende participar en un encuentro gen en
Génova, pero la fiebre y los dolores no la dejan en paz. Más
tarde cuenta: «El tren salía a las 14:12 y, como tenía tiempo,
me quedé dormida. Me despierta el timbre. En la puerta no
hay nadie, ni tampoco en el telefonillo de abajo. Miro el reloj y
comprendo: “Jesús, tú eres el que me llama, quieres que vaya a
verte. Debo tomar el tren”. Corrí mucho porque sólo tenía
siete minutos. Me moría de dolor, pero tenía alas: “Tengo que
llegar, Jesús me llama”. Sudando, llego y me siento en el tren:
“Lo conseguí”».
El veredicto de los médicos llega muy pronto: sarcoma osteo-
génico con metástasis, uno de los tumores más despiadados y
dolorosos. A Chiara no le comunican inmediatamente el grave
diagnóstico, pero tampoco le ocultan que la enfermedad es
seria. Recibe la noticia sin venirse abajo. Comienza una serie
infinita de exámenes, esperas, recuperaciones, recaídas, ingre-
sos. Una ocasión constante de vivir en el instante presente.
Cuenta Ruggero, su padre: «En Pietra Ligure, en el hospital, a
pesar de los dolores y de la fiebre, no puede estarse quieta. Se
preocupa de una chica depresiva que ocupa la habitación de al
lado. La acompaña a todas partes, en larguísimos paseos por
los pasillos, aunque debería descansar. Ante nuestras indica-
ciones de que sea prudente, dice: “Ya tendré tiempo de dormir
más tarde”».
Los testimonios recogidos no dejan lugar a dudas: Chiara
afronta esta prueba con docilidad, se podría decir incluso «con
una sonrisa en los labios». Se somete a largos tratamientos,
vuelve a clase unos días, escribe varias cartas, pasa semanas
en cama… Dice Chicca Coriasco: «Nos escribíamos a menudo.
Ya hacía tiempo que yo le había notado entre líneas un males-
tar, como una dificultad. Se daba cuenta de que la vida se hacía
más dura, también en la relación con los demás. Quería ser
auténtica al cien por ciento, quería entregarse completamen-
te… Creo que sin esta premisa no se entendería su reacción
ante el anuncio de la enfermedad».
EL ESPOSO CERCANO
Llega el momento de una primera intervención, seguido de
una larga quimioterapia que ella no hace pesar a los que tiene
al lado. A propósito de esto, María Teresa cuenta un momen-
to decisivo en la vida de Chiara, un paso extraordinario:
«Desde hace algún tiempo ha comprendido que las cosas pin-
tan mal y que tiene un cáncer en toda regla. Sin embargo
mantiene la esperanza de curarse. Unos días después de la
intervención, le pregunta directamente al médico el auténtico
diagnóstico. Así se entera de la verdad y de que se va a quedar
calva por la quimioterapia. Y quizá sea este detalle el que le
hace comprender la gravedad del mal, pues le gusta su pelo.
Estamos en Turín, en casa de unos amigos, porque la inter-
vención ha tenido lugar en el hospital Regina Margherita.
Aún la estoy viendo llegar al jardín envuelta en su abrigo
verde. Tiene la mirada fija, se acerca, parece ausente, entra en
casa. Le pregunto qué tal ha ido. Y ella: “Ahora no, ahora no
me hables”. Se echa en la cama con los ojos cerrados. Así vein-
ticinco minutos. Me siento morir, pero el único modo de estar
a su lado es callar y sufrir con ella. Es una batalla. Luego se
vuelve y me sonríe: “Ahora puedes hablar”, me dice. Ya está.
Ha vuelto a decir su sí. Y ya no se vuelve atrás». Una sola vez
había preguntado el porqué de ese dolor, cuando, después de
la primera intervención, había exclamado: «¿Por qué, Jesús?».
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Pero al cabo de unos instantes había continuado: «Si lo quie-
res tú, también lo quiero yo».
Chiara escribe a Chiara Lubich: «Este mal Jesús me lo ha
mandado en el momento apropiado, me lo ha mandado para
que lo volviese a encontrar». Esa sonrisa que la caracterizaba
desde siempre, y que en los primeros meses de enfermedad no
la había abandonado, se hace aún más radiante en sus labios.
Ahora Chiara sabe adónde va.
El filósofo agnóstico Émile Cioran se preguntaba: «¿Alguna
vez se ha visto a un santo alegre?». Chiara lo era.
OPERACIONES Y ESPERANZAS
El proceso de la enfermedad es despiadado, y eso que Chiara
intenta obstinadamente llevar una vida normal y además
alegre, ya que crece la relación con su Esposo. Sufre una se-
gunda operación muy dolorosa.
Entre los innumerables episodios de esta etapa no está de más
reproducir el relato de lo que sería su última Navidad -ella ya
lo intuía-. Preparó regalos para sus familiares y amigos; lo
importante era estar de fiesta rodeada de las personas que
amaba. Pero las plaquetas bajan de repente y le sube la fiebre.
«Por teléfono, el médico de cabecera me hace varias preguntas
precisas -cuenta María Teresa- y quiere saber cuánto tarda-
remos en llegar al hospital, a Turín. La ambulancia está a la
puerta, pero Chiara no quiere irse. “No pienso pasar la Navi-
dad en el hospital -dice-; si voy a morir, Jesús, quisiera que
fuese en casa”. Entonces le susurro al oído que es voluntad de
Dios que nos vayamos. Acepta, pero por el camino no pronun-
cia una palabra, sufre tremendamente. A las puertas del hospi-
tal, los médicos, que la quieren un montón, están ya prepara-
dos para la transfusión. Casi la perdemos.
A la mañana siguiente, día de Nochebuena -sigue contando su
madre-, al entrar en su habitación le digo: “Aquí está todo el
mundo corriendo con paquetes de regalos pero nadie se mira a
los ojos, nadie se saluda. Está Jesús ahí al lado y no lo ven”.
Mientras tanto ha superado el momento difícil. Sigo: “Encen-
damos el fuego de Jesús entre nosotras, y caldeará a todos.
Tienes que encenderlo tú, porque mi leña da poco calor”. Y
ella: “Juntas, mamá”».
Esa tarde precisamente el cardenal de Turín, monseñor Salda-
rini, está de visita en esa sección. Se ha dado cuenta del rostro
tan especial de Chiara; entra en su habitación y le dice: «Tie-
nes una luz maravillosa. ¿Cómo lo haces?». Y ella, al cabo de
un instante de timidez: «Procuro amar a Jesús».
Ese mismo día, una trabajadora voluntaria del hospital cae en
una profunda crisis existencial: ¿cómo puede existir un Dios
cuando en ese hospital mueren niños de cáncer? Mientras
María Teresa baja a la cafetería, la señora se sienta al lado de
Chiara. No sabemos lo que se dicen, pero esa mujer afirma, ya
serena, que esa es la
Navidad más bonita de su vida. «También lo fue para todos
nosotros», corrobora Ruggero.
CERCA DE LOS SUYOS
Los suyos son los gen y las gen, que la rodean a ella y a su
familia de atenciones, de ayudas y de afecto, siempre dispues-
tos a acudir cuando hace falta. Sus relatos comienzan todos
más o menos así: «Al principio nos parecía que íbamos a verla
para animarla -como dice Fernando Garetto, un gen de Turín-
pero pronto nos dimos cuenta de que éramos nosotros los que
no podíamos prescindir de ella, pues nos sentíamos atraídos
como por un imán». Y dice también: «Cada vez que entrába-
mos en su habitación sentíamos que teníamos que “ajustar el
alma”; y enseguida, la alegría por el rato pasado con ella. Nos
sentíamos proyectados, sin ningún mérito, en la espléndida
aventura del amor de Dios. Y eso que Chiara no dice cosas
extraordinarias ni escribe páginas y páginas de diario. Sim-
plemente ama».
La razón de todo esto quizá proceda de lo que afirma uno de
los médicos, Antonio Delogu: «Demuestra con su sonrisa, con
sus grandes ojos luminosos, que la muerte no es. Sólo la vida
es». Simplemente ama.
Ama y se siente amada. Escribe a unas gen de Génova: «Siento
muy fuerte su unidad, sus ofrecimientos y sus oraciones, que
me permiten renovar mi sí en cada momento».
Los suyos son también sus padres. Oigamos a Ruggero: «En
la enfermedad hemos visto la mano de Dios: descubrí una hija
nueva, desconocida. La relación que tenía con Jesús nos ayudó
a dar pasos interiores necesarios. Nos transmitía serenidad:
Chiara estaba gravísima, pero nunca nos dejamos llevar por la
desesperación, porque en ella estaba siempre Jesús. Recuerdo
que habíamos hecho meditación juntos y luego intercambia-
mos alguna impresión personal. Chiara dijo: “Cuando tenemos
la presencia de Jesús en medio de nosotros, somos la familia
más feliz del mundo”. Y aquella noche se puso a cantar varias
canciones gen. Yo temía que molestase a los vecinos, pero no
me atreví a interrumpirla».
Roberto Bertucci, el primer biógrafo de Chiara, subraya «la
relación fuera de lo normal que se había creado entre ella y
sus padres. María Teresa y Ruggero, forjados en el mismo
espíritu de la unidad, habían trabado con ella una relación de
camaradería insólita, de profunda unidad; la vida de Chiara se
vio acompañada y favorecida por ellos dos. Frases como las
que repite Ruggero nada más partir para el cielo -”Dios nos la
dio, Dios nos la quitó. Bendito sea Dios”; “No sé si seremos
capaces de hacer nada más en la vida, pero una obra maestra
puede que sí hayamos hecho”- indican una fe profunda tam-
bién en sus padres. Y esto demuestra que una familia cristiana
sana da frutos, y grandes».
Y los suyos son también los amigos. A Gianfranco Piccardo,
que se iba a una misión humanitaria a Benin, en África, a ex-
cavar pozos de agua potable, Chiara le entrega todos sus aho-
rros, 671 euros, regalo de su último cumpleaños. Dice: «A mí
no me hacen falta. Yo lo tengo todo». Se ve ya obligada a
guardar cama, paralizada. Se interesa por él durante sus viajes
gracias a las visitas regulares de su mujer, Rosalba; y a las 10
de la noche se unen espiritualmente en oración. Así comenta
su amiga su último encuentro: «En aquel apretón de manos
me parece que se transmitió el amor inmenso de una criatura
ya totalmente en Dios».
LA HERMOSA SEÑORA
Nos ha quedado una grabación en la que Chiara habla de una
visita al hospital, un día en que le inyectaron un medicamento
en las vértebras para atenuar las insoportables contracciones
en las piernas, ya paralizadas hacía tiempo. Y graba una cinta
para sus amigos gen: «Para mantener a Jesús en medio de
nosotros -dice-, algo importantísimo en este momento, les
quiero contar brevemente una experiencia que he tenido en
Turín. Ingresé para un reconocimiento con el especialista.
Tenía mucho miedo, porque en ese momento no entendía lo
que me iban a hacer. Me pareció que se trataba de una peque-
ña intervención con anestesia local. Ha sido una experiencia
preciosa porque, cuando el equipo médico empezó esta inter-
vención, pequeñísima pero muy molesta, llegó una persona,
una señora con una sonrisa muy luminosa, bellísima: se acer-
có, me cogió la mano y me dio ánimos. Yo estaba convencida
de que esta persona era del Movimiento, porque esa luz era
característica de nuestro ideal. Me imaginé que mi familia, que
se había quedado fuera, la había dejado pasar. De repente, tal
como había llegado, desapareció: no volví a verla. Pero me
invadió una alegría enorme y se me fue el miedo. Cuando salí
les pregunté a mis padres quién era, pero ellos no la conocían.
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Luego, dándole vueltas, no me explico lo que pasó, pero me
dieron ganas de darle gracias a Dios. Racionalmente pensaba:
“Será una casualidad”. Pero luego me preguntaba: “¿Y por qué
ha llegado precisamente en ese momento, en esa circunstan-
cia? ¿Y sobre todo con esa luz -sin exagerar- tan sobrenatu-
ral?”. Me parecía un ángel. Un ángel que la Virgen me había
puesto al lado. Fue un momento de Dios profundísimo. En esa
ocasión comprendí que si estuviésemos siempre dispuestos a
todo, ¡cuántos signos nos mandaría Dios! Comprendí también
cuántas veces Dios pasa a nuestro lado y no nos damos ni
cuenta».
NADA DE MORFINA
Los tratamientos se revelan inútiles: el mal avanza. Dice: «Si
tuviese que elegir entre caminar o ir al paraíso, elegiría sin
dudarlo ir al paraíso. Ya sólo me interesa eso… Lo digo con
cautela, porque quizá la gente se imagine que quiero ir para
no sufrir más. Pero no es así. Quiero ir a ver a Jesús».
El último escáner no da lugar a la esperanza. Llegan los últi-
mos meses, los más intensos. Innumerables testimonios de-
muestran que, desde su cama, Chiara vive en comunión con
muchas personas. Lo cual suscita la curiosidad de los médicos,
que miran a aquella chica y a sus padres con interés. «Los
estudiábamos -confiesa un médico del hospital Regina Mar-
gherita- porque no alcanzábamos a entender por qué no esta-
ban desesperados. Eran tres, pero yo veía una sola persona».
Otro episodio contado por María Teresa: «Le estallaban las
venas a fuerza de tantas vías. El especialista le había mandado
la mejor enfermera. Tampoco ella salía airosa en el intento,
pero no se daba por vencida. Descubrió una vena que aún
servía, en el pulgar; una vena pequeña que se podía romper de
un momento a otro. Le dijo a Chiara: “Tendrás que colaborar,
quedarte inmóvil. Si mueves el dedo, salta la aguja y no po-
dremos ponerte el tratamiento”. Aquella aguja parecía una
mariposa. Chiara estuvo inmóvil tres días. Una de esas noches
dijo: “Para mí es una pequeña prueba, porque me duele de
verdad y me dan ganas de mover instintivamente el dedo.
Pero entonces, para vencer esta tentación, me digo que esa
mariposa es una de las espinas que Jesús tenía en la cabeza.
Rechaza incluso la morfina: «Quita la lucidez, y sólo puedo
ofrecerle a Jesús el dolor. Sólo me queda esto. Si no estoy
lúcida, ¿qué sentido tiene mi vida?».
SU HABITACIÓN
Los últimos meses los transcurrió Chiara casi exclusivamente
en su habitación, en la buhardilla de Sassello, atendida por sus
padres y por su tía Mimma, un auténtico ángel por su sereni-
dad y su dedicación. Le gustaba ese rinconcito con vigas rús-
ticas. Tiene dos ventanas, una a la altura del suelo, que da al
jardín, y otra justo enfrente de la cama que deja ver sólo dos
rectángulos de cielo; y en su base, dos jarrones con plantas
siempre en flor. En el cuarto hay repartidos unos veinte mu-
ñecos de peluche regalados por las gen 4 (a Chiara le encanta-
ban). Y luego un cuadro de Jesús abandonado en la cruz,
acompañado de una frase: «Jesús, confío en ti». Y además un
cuadrito que representa al Principito de Saint-Exupéry, con
otro escrito: «Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es
invisible a los ojos».
En la cabecera está colgado el teléfono con el que la joven
entra en contacto constante con sus amigos. A pesar de la
inmovilidad, se mantiene activísima y está al tanto de las
actividades de los gen, les manda tarjetitas, mensajes y deta-
lles. Siempre encuentra un modo de manifestar su unidad. Y
sigue con su predilección por los que no creen en Dios. Dice
Fabio De Marzi, su médico de cabecera, agnóstico, que tantas
veces subió a aquella buhardilla: «Desde que conocí a Chiara,
su comportamiento y el de sus padres, algo ha cambiado den-
tro de mí. Aquí hay coherencia, aquí me gusta todo del cris-
tianismo».
En la habitación también hay una minúscula escultura de
santa Clara, un par de zapatos de niña, una lámpara de aceite
hecha con una lata de sardinas, una Virgen de Fátima y una
puesta de sol roja. En un portalápices está grabada una frase
de Chiara Lubich: «Amar, amar siempre, amar a todos. Poder
decir al final de cada día: “Siempre he amado”».
Y luego, libros, muchos: El idiota de Dostoievsky El infierno
de Dante, La historia interminable de Michael Ende, Corazón de
De Amicis, Uno de Richard Bach, Carta a un niño que nunca
nació de Oriana Fallad, Pavese, Sciascia, Dumas, Kipling,
Hemingway (El viejo y el mar), Agatha Christie, Rigoni Stern,
Varillon, Calvino, Las desventuras del joven Werther, de Goethe,
Guareschi, Hesse, La leyenda del santo bebedor de Joseph Roth.
Y sus libros predilectos, sobre todo en sus últimos años de
vida: Meditaciones, A los gen y Palabra que se hace vida, de Chia-
ra Lubich.
Por último, un cartel en grandes caracteres con letra de
computadora: «Hola Chiara. 1». Así es como los gen están
siempre presentes junto a ella, incluso cuando los dolores no
le dan tregua.
LA PRUEBA
Llega un fuerte momento de prueba. Un día su madre la oye
gritar. Acude y la encuentra jadeante y sudorosa: «Mamá, ha
venido el diablo», f le dice. Su madre trata de calmarla expli-
cándole que no se sorprende de esa visita, «porque el demonio
quiere ganar para sí mismo las almas más hermosas». Y la
invita a estar tranquila, . «porque Jesús está contigo». Chiara
continúa por su camino.
Ya es adulta, a pesar de sus 18 años aún no  cumplidos. Le
escribe el médico de cabecera, j una vez más: «No estoy acos-
tumbrado a ver jóvenes como tú. Siempre he pensado en tu
edad como en un tiempo de grandes emociones, de intensas
alegrías, de amplios entusiasmos. Tú me has enseñado que es
también la edad de una madurez absoluta».
El 19 de julio de 1989 se ve afectada por una hemorragia
terrible, de la que es salvada in extremis. Dice: «No derramen
lágrimas por mí. Voy a ver a Jesús, a comenzar otra vida. En
mi funeral no quiero gente que llore, sino que cante fuerte.
Ayer estuve casi a las puertas, pero la puerta aún no se abrió».
Más tratamientos con un goteo intravenoso forzado y ruido-
so: «Cada gota se puede parecer al menos un poco a los marti-
llazos en los clavos para crucificar a Jesús» Y acompaña cada
golpe de goteo con un «por ti».
A veces incluso les pide a sus padres que no dejen entrar a
Giuliano ni a los demás amigos. Un día se lo explica a él: «No
era un signo de menos afecto o de tristeza. Al contrario. Es
que me costaba bajar desde el punto maravilloso en que habi-
taba el alma y luego volver a subir. Estoy en otra dimensión,
en un ambiente de paraíso que me ha arrebatado, y todo lo
que me aleja de allí lo siento como un lastre».
Y un «ambiente de paraíso» es lo que perciben los que están a
su lado. Es el momento de la escalada final, unos pocos meses
de maduración extrema en su relación con Dios, con su esposo
Jesús. Los testimonios concuerdan en atribuirle una paz cons-
tante, aun en medio de sufrimientos indecibles. Ya habla con
esfuerzo, ya casi no escribe: vive en su habitación, revestida de
madera de abeto, inmersa en la voluntad de Dios del momento
presente.
10
INTIMIDAD ESPIRITUAL
En estos últimos meses de vida es cuando la relación con
Chiara Lubich alcanza indiscutiblemente su ápice. Sigámosla a
través del último e intenso intercambio de cartas:
Escribe Chiara el 20 de diciembre de 1989: «Hace dos días
volví del hospital de Turín, donde, desde hace unos diez me-
ses, he ido por enésima vez a someterme a un ciclo de quimio-
terapia. Mi estado de salud actual no es de lo mejor, porque
mi cuerpo está ya duramente castigado a causa de los trata-
mientos. El último ingreso coincidía con el congreso gen 2 en
Castelgandolfo. Una mañana estaba especialmente mal; sabía
que precisamente ese día las gen iban a hacer una oración por
mí, y también yo sentí el deseo de unirme a ellas y recé junto
con mi madre. Como éste es el año del Espíritu Santo7, ade-
más de mi curación le he pedido al Padre Eterno que ilumine
con su Espíritu a los responsables del encuentro y también
que dé sabiduría y luz a todas las gen. Ha sido un momento de
Dios: sufría mucho físicamente, pero el alma cantaba. Segui-
mos rezando largo rato para que aquel momento no pasase.
Ahora te pido un regalo para Navidad: una Palabra de vida
para mí, una para mi padre y otra para mi madre. ¿Es pedir
demasiado?».
Chiara Lubich le responde a vuelta de correo: «Te habrás
enterado de que el congreso gen ha sido una auténtica mani-
festación del Espíritu Santo, gracias también a ti. Siento que
estás completamente entregada y dispuesta a corresponder al
amor de Dios y a decirle tu continuo sí por el Movimiento. Yo
te acompaño constantemente con mi oración y con todo mi
amor. He elegido las Palabras de vida que deseabas. Esta es la
tuya: “El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto”
(Jn 15, 5). A tu madre le propongo ésta: “Sed alegres en la
esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la
oración” (Rm 12, 12). Y a tu padre: “Te amo, Señor, mi roca y
mi baluarte, mi liberador” (Sal 18, 2-3). Le pido al Espíritu
Santo para ti el don de la fortaleza, para que tu alma, por el
amor a Jesús abandonado, pueda siempre “cantar”».
En abril de 1990, mientras continúa su calvario, lee el comen-
tario de Chiara Lubich a la Palabra de vida8 del mes. Y subra-
ya: «La primera condición para superar la prueba es la vigi-
lancia. Se trata de darse cuenta de que son pruebas permitidas
por Dios no para que nos desanimemos, sino para que, al su-
perarlas, maduremos espiritualmente».
El 19 de julio de 1990 Chiara escribe de nuevo: «En primer
lugar te informo de mi estado de salud: he suspendido el ciclo
de quimioterapia al que me había sometido porque resultaba
inútil continuar con él: ningún resultado, ninguna mejoría.
Así pues, ¡la medicina ha depuesto las armas! Sólo Dios puede.
Al interrumpir el tratamiento, los dolores de columna debidos
a las dos intervenciones y a la inmovilidad en la cama han
aumentado, y ya casi no puedo ponerme de lado.
Esta tarde tengo el corazón lleno de alegría, ¿sabes por qué?
He recibido la visita de la madre de Cario Grisolia de Génova
-un gen que había muerto unos años antes-. Ha sido un mo-
mento de una fuerte presencia de Jesús en medio. La emoción
era tan grande que casi no podía hablar. La madre de Cario
me ha traído fotos de él, y he podido elegir una que ahora
tengo delante de mí. Durante el encuentro con ella, Cario
estaba con nosotras. ¿Sabes? Su presencia era tan fuerte que
en un momento me he visto mirando la silla a ver si estaba
allí. ¡Sí que estaba!
¿Podré yo también ser fiel a Jesús abandonado y vivir para
encontrarme con Él, como hizo Cario? ¡Me siento tan pequeña
7 En ese año se profundizaba ese tema en todo el Movimiento.
8 Cada mes, todas las personas de los Focolares viven a la vez
en todo el mundo una frase de las Escrituras comentada por
Chiara Lubich.
y el camino que me queda es tan arduo! A menudo me siento
derrotada por el dolor. Pero es el Esposo que viene a buscar-
me, ¿verdad? Sí, también yo repito junto contigo: “Si lo quie-
res tú, Jesús, también lo quiero yo”. Una cosa más quería
decirte: aquí todos piden el milagro (y tú sabes cuánto lo de-
seo yo…), pero no soy capaz de pedirlo. Quizás esta dificultad
para pedírselo sea porque siento que no entra en su voluntad.
¿Será así? ¿Qué te parece?
Me encantaría -concluye- que pudieses elegir para mí un
nombre nuevo (si crees que es oportuno)».
Y ésta es la respuesta de Chiara Lubich una semana más tar-
de: «Gracias por tu carta en que me das noticias de tu salud y
me dices que has tenido visita de la madre de Cario. Jesús en
medio establecido entre ustedes ha sido tan grande que te ha
llevado a sentir la presencia de Cario. Me alegro mucho. Gra-
cias también por tu foto. Tu rostro tan luminoso expresa tu
amor por Jesús. Chiara, no temas decirle tu sí momento a
momento. Él te dará la fuerza para ello, ¡estate segura! Tam-
bién yo rezo por ello y estoy siempre ahí contigo. Dios te ama
inmensamente y quiere penetrar en lo más íntimo de tu alma
y hacer que experimentes gotas del cielo.
Chiara Luce (“clara luz”) es el nombre que he pensado para ti,
¿te gusta? Es la luz del ideal que vence al mundo. Te lo man-
do con todo mi afecto. El día de santa Clara estarás
espiritualmente presente también tú».
La última y afectuosa carta de Chiara Luce, firmada con su
nombre nuevo, es del 9 de agosto de ese año. Expresa su feli-
citación por la fiesta de santa Clara: «Hubiera querido rega-
larte una cesta llena de hongos de Sassello, pero, a pesar de
haberlos buscado, como habrás notado, sólo hemos encontra-
do uno (de verdad); parece haber crecido para ti. Estoy conti-
go y le ofrezco todo, mis fallos, dolores y alegrías, a El, vol-
viendo a empezar cada vez que la cruz se hace pesada. Como
no puedo meterme en la cesta para felicitarte personalmente,
lo hago por escrito».
¿POR QUÉ NO VIENE YA JESÚS?
Uno de los últimos días dice: «No veo la hora de irme ya al
paraíso… Pero ¿no será también esto un apego, algo que hay
que perder?». Teme incluso que alguien la ponga en un pedes-
tal. Y escribe: «Jesús ha permitido esta prueba, pero es mérito
suyo que sea capaz de aceptarla… Mío hay muy poco».
Ya segura de su suerte, que por otra parte no cambiaría, pre-
para con su madre y las gen la «fiesta de bodas», o sea, su
entierro, hasta en los mínimos detalles. Ella misma indica
cómo confeccionar el vestido blanco con una banda rosa -y le
pide a Chicca que se lo pruebe por ella-, elige la música, los
cantos y las lecturas. Se puede decir que los últimos días de su
vida, paralizada y necesitada continuamente de oxígeno, fue-
ron de verdad sus últimos momentos como novia «antes de
las bodas», como a ella le gustaba repetir.
La historia de la mística, sobre todo femenina, está plagada de
mujeres que usan expresiones de profunda relación nupcial
con Jesús; probablemente Chiara Luce forma parte de esta
estela. Sin exaltaciones. Permaneció de lo más lúcida hasta el
final, y rechazó incluso los fármacos porque, para aliviarle los
dolores más agudos, le habrían atenuado fatalmente la vigi-
lancia y la lucidez.
En aquellos últimos días fue pródiga de consejos a sus padres.
«Mientras me prepares en el lecho de muerte, mamá, deberás
repetir continuamente: “Ahora Chiara Luce ve a Jesús”».
Estaba en el amor, como atestigua una de sus últimas ocu-
rrencias, dictada por su amor delicado al prójimo. En efecto,
después de su muerte encontraron una nota escrita con una
letra casi irreconocible: «Santa Navidad de 1990. ¡Gracias por
todo! Mis mejores deseos para el Año Nuevo». La había es-
condido en la cajita de las felicitaciones, segura de que su
11
madre la encontraría en la Navidad siguiente, pues veía que ya
no iba a estar.
Cuando su padre le pregunta si sigue dispuesta a donar las
córneas, los únicos órganos aún trasplantables por no estar
afectados por el cáncer o por la quimioterapia, responde con
una sonrisa luminosísima.
Escribe con esfuerzo una especie de testamento a los gen: «He
salido de la vida de ustedes en un instante. ¡ Cómo me hubiera
gustado parar ese tren a toda máquina que me alejaba cada
vez más! Pero aún no entendía. Estaba demasiado absorbida
por muchas ambiciones, proyectos y más cosas (que ahora me
parecen tan insignificantes, fútiles y pasajeras). Me esperaba
otro mundo, y no me quedaba más que abandonarme. Pero
ahora me siento envuelta en un espléndido designio que se me
va desvelando poco a poco».
«Se lo debo todo a Dios y a Chiara» es una de sus últimas
frases.
LAS BODAS
Chiara se agrava, sobrevienen crisis respiratorias y signos de
sofocación. Una mañana le confiesa a su madre: «Ayer por la
noche me sentía feliz porque pude ofrecer algo más». Y en
otro momento: «¿Crees que será una falsa alarma? ¿Me iré?».
Le responde María Teresa: «Para irte hay que esperar el
tiempo de Dios. Pero estate tranquila: tienes la maleta prepa-
rada, llena de actos de amor». Y Chiara Luce: «¿Crees que
saldrá a recibirme la abuela?». Su madre: «Primero estará
María, que te recibirá con los brazos abiertos». Y ella: «Calla,
no me digas nada, que me quitas la sorpresa».
Dos noches antes de morir le pide a su madre que le lea una
de las meditaciones de Chiara Lubich, las únicas páginas ade-
más del Evangelio que aún la satisfacen y aplacan su sed del
infinito. María Teresa comienza, pero Chiara la interrumpe:
«Con más entusiasmo, por favor». Y luego pronuncia una
frase sencilla y fuerte que recuerda la «visita» recibida unas
semanas antes: «Cuando llega el diablo lo echo, porque soy
más fuerte, porque yo tengo a Jesús».
La víspera quiere despedirse de sus amigos, que están en casa.
No le queda ni un hilo de fuerza, pero consigue de todos mo-
dos reservarle una sonrisa a cada uno o un signo con la mano.
Giuliano está entre éstos: «Hay que tener el valor de dejar de
lado ambiciones y proyectos que destruyen el auténtico senti-
do de la vida, que es creer en el amor de Dios y nada más»,
consigue decirle. Llega un ramo de flores de las gen: «¡Qué
bonitas, muy indicadas para una boda!», comenta.
Desde por la mañana se le viene a la cabeza una frase de Chia-
ra Lubich: «Ven, Señor Jesús», porque desea recibir la Euca-
ristía. Y llega inesperadamente un sacerdote, que le da la
comunión. Se siente muy feliz.
La noche se anuncia difícil. Los médicos hacen lo que pueden,
pero Chiara pide quedarse sola con los suyos. Junto a ella
están su padre y su madre. Al otro lado de la puerta, los gen y
otros amigos. Se respira paz y casi naturalidad. Sus últimas
palabras son para su madre: «Adiós. Sé feliz, porque yo lo
soy». A su padre, que le pregunta si esa frase vale también
para él, le aprieta la mano. Es domingo, 7 de octubre de 1990,
son las 4 de la mañana. Chiara Luce ha llegado.
En un telegrama a Ruggero y María Teresa, escribe Chiara
Lubich: «Demos gracias a Dios por esta luminosísima obra
maestra suya».
Y su último regalo: sus córneas son trasplantadas. Ahora dos
jóvenes ven gracias a ella.
UNA FIESTA CONTINUA
La noticia de la muerte de Chiara Luce se extiende por la
localidad de Sassello antes incluso del amanecer. No se ha
proclamado luto, pero en la feria de la Virgen del Rosario hay
poca gente, mientras que la casa de los Badano nunca ha al-
bergado a tantas personas, casi una procesión. Y la gente no
viene sólo de Sassello, sino también de Savona, de Génova,
Turín y de más lejos aún.
«Lo ha conseguido», se dicen mientras esperan a entrar en la
habitación en que está Chiara Luce revestida con su blanco
vestido de novia. No hay tristeza en los corazones, aunque las
lágrimas caen copiosamente por las mejillas de jóvenes y
adultos. A algunos les cuesta creer que pueda haber en la
tierra un rincón así, como de paraíso; no se respira ambiente
de tragedia: se recitan rosarios enteros, uno tras otro, con la
participación convencida de los presentes, desde amigos de
Sassello hasta parientes, gen, focolarinos, parroquianos, gente
que no pone el pie en la iglesia, anticlericales convencidos…
Chiara Luce era y sigue siendo patrimonio de todos ellos, sin
excluir a nadie. Es fiesta, y un niño le tira de la falda a su
madre para preguntarle cuándo van a sacar los pasteles.
Ese martes 9 de octubre las tiendas de Sassello permanecen
cerradas por voluntad del alcalde. En la celebración del fune-
ral en la parroquia, dedicada a la Santísima Trinidad, partici-
pan más de dos mil personas, de modo que la mitad de los
presentes se ve obligada a quedarse en la plaza de la iglesia,
donde hay un reloj solar recordado por Chiara Luce en uno de
sus últimos trabajos escolares: «A menudo el hombre no vive
su vida -escribía-, porque está inmerso en tiempos que no
existen: o en el recuerdo o en la nostalgia. El hombre podría
darle sentido a todo saliendo de su egoísmo y valorando cual-
quier acción suya a favor de los demás».
Incluso el empleado de las pompas fúnebres vive el entierro de
un modo distinto, sin la habitual compunción. La madre de
éste no quería ver los restos de Chiara Badano para poder
recordarla viva. Pero él la convence: «Ve, mamá, pues verás el
rostro de una santa».
Incluso los que no tienen una fe religiosa quieren estar en la
«fiesta nupcial», como Chiara Luce había querido llamarla. El
gentío es tan impenetrable que una joven se desvanece pero
no se cae, sostenida por la muchedumbre. María Teresa y
Ruggero sacan incluso voz para cantar a pesar de la emoción,
como les había pedido (¿o más bien apremiado?) Chiara Luce
antes de morir: «Ustedes canten, que yo canto con ustedes».
Y así repiten varias veces, como una jaculatoria, lo que les
había encomendado su hija: «Ahora Chiara Luce ve a Jesús».
Los comentarios hablan de paraíso, de alegría, de elecciones
de Dios inducidas por la de Chiara. Un amigo afirma: «Por
primera vez he sido capaz de estar seguro del amor de Dios».
Y una amiga: «Tú, que has tenido, como yo, sueños, esperan-
zas e ilusiones, ayúdame a hacer también de mi vida una obra
maestra». Y una amiga gen: «Muchas cosas nos unen: congre-
sos, jornadas, canciones, experiencias, bailes, bromas que
hemos hecho juntas… Pero hay una cosa más que quiero
hacer en unidad con Chiara Luce: hacerme santa». La gente
asiste incrédula a auténticos «giros copernicanos», conversio-
nes en toda regla en la vida de muchos de los presentes. Al-
gunas son tan radicales, que cuesta creérselas. Pero así ha
sido.
Monseñor Maritano, también él conmovido, se expresa así en
la homilía: «Este es el fruto de una familia cristiana, de una
comunidad de cristianos, el resultado de un Movimiento que
vive el amor recíproco y que tiene a Jesús en medio». Recono-
ce la validez y la grandeza de la experiencia de Chiara Badano,
un «testimonio de fe que ha transformado estos dos años de
dolor y de atroces dolores en el plano físico. Pero lo que
transforma, lo que hace el milagro, es el amor».
En el funeral se lee una petición: «Para que todos nosotros
encontremos a Dios tal como Chiara Luce lo conoció y dio
testimonio de él: como amor».
12
POR QUÉ CHIARA LUCE
La fama de Chiara se difunde espontáneamente y con senci-
llez, lenta pero segura. El relato de su muerte «como una
novia» y del entierro tan festivo pasa de boca en boca y rebota
como una piedra plana lanzada al agua cristalina. Sus cartas,
sus palabras y sus fotos se propagan con total naturalidad por
la diócesis, por los focolares, entre familiares y conocidos, en
un anhelo de noticias, de iniciativas, de querer tomar a Chiara
Luce como modelo, en un radio que llega cada vez más lejos
en todo el mundo.
Hasta que, por iniciativa del obispo de Acqui Terme, monse-
ñor Livio Maritano, que se había preocupado por Chiara Luce
en su enfermedad y había celebrado su funeral, se abre lo que
en términos de derecho canónico se llama un proceso de beati-
ficación: el 11 de junio de 1999 se da inicio al procedimiento
diocesano. Chiara Luce es declarada «sierva de Dios». Una
vez concluido positivamente dicho procedimiento, el 7 de
octubre de 2000 el proceso pasa a examen de la «Congrega-
ción para las Causas de los Santos», en el Vaticano, donde
sigue su curso.
No puedo dejar de preguntarle al obispo por qué se ha tomado
tan a pecho esta causa por una jovencísima diocesana suya. Su
respuesta es clara, sin dudarlo: «Me pareció que su testimonio
era significativo en particular para los jóvenes. No hay más
que considerar cómo vivió la enfermedad y ver la respuesta
que ha suscitado su muerte. No se podía dejar pasar un ejem-
plo de esta envergadura. También hoy hace falta santidad.
Hace falta ayudar a encontrar una orientación, un fin en la
vida, ayudar a los jóvenes a superar su inseguridad, su sole-
dad, sus enigmas ante los fracasos, el dolor, la muerte y todas
sus inquietudes. Los discursos teóricos no los conquistan; es
necesario el testimonio».
Le pregunto también qué recuerdos personales tiene de Chia-
ra Badano. «En los coloquios que mantuve con ella -cuenta-
yo notaba siempre una madurez ampliamente superior a las
jóvenes de su edad. Había captado lo esencial del cristianismo:
Dios en el primer lugar, Jesús, con el que tenía una relación
espontánea y fraterna; María como ejemplo; el lugar central
del amor; la responsabilidad de anunciar el Evangelio, cosa
que hizo muy eficazmente con su vida. Todo esto, corrobora-
do por la experiencia del sufrimiento y de la muerte -no temi-
da sino esperada-, hizo que su vida fuese de veras singular».
Toda corriente espiritual auténtica empieza a manifestar, en
un momento de su historia, ejemplos de santidad pequeños y
grandes, de generosidad y heroísmo. ¿Qué ve de los Focolares
en la vida de Chiara Luce? -le pregunto además. Responde:
«Me parece que las cosas que más subraya el Movimiento, es
decir, el lugar central de Dios y del amor, la unidad o la pa-
sión por la Iglesia, están presentes en Chiara Luce. Cierta-
mente el agradecimiento de la Iglesia es para Chiara Lubich,
porque su Movimiento ha influido inmensamente en la forma-
ción espiritual de esta joven».
Maríagrazia Magrini, secretaria de monseñor Livio Maritano,
ha sido elegida por la «Congregación para las Causas de los
Santos» como vice-postuladora. No esconde su entusiasmo
por lo que considera «no una tarea burocrática, sino un empe-
ño delicado». Trabaja con gran convicción y competencia
desde hace años, y sus esfuerzos han dado abundante fruto en
las distintas fases del proceso. «Me he encargado de reunir los
escritos sobre Chiara Luce -me cuenta-: escritos recibidos de
ella y también los que se han conocido después de su muerte.
Sobre todo, además de elaborar una lista de testimonios, trato
de resaltar lo que ella es realmente: una santa de nuestro
tiempo. Cuanto más se la descubre, más se confirma esta idea.
Ya en sus cartas escritas de pequeña, se ve a Chiara como una
enamorada de Jesús. Destaca su amor a los demás, el olvido de
sí misma, su alegría de vivir, de dar, su alegría mientras espe-
ra la muerte».
AÑOS MÁS TARDE, CHIARA LUCE SIGUE HABLANDO
Al entrar en el pequeño pero acogedor cementerio de Sassello,
expuesto magníficamente al sur, es fácil llegar al lugar donde
está situada la tumba de Chiara Luce. No hay más que obser-
var dónde falta la hierba por las pisadas de los visitantes y uno
descubre la capilla de la familia Badano. Ahí, su foto más co-
nocida, un poco desenfocada pero con una sonrisa de paraíso,
recibe al visitante y lo invita a detenerse en ese lugar que
debería hablar de muerte, pero que en realidad habla de vida,
sólo de vida.
Aún hoy, después de años, cada 7 de octubre, con ocasión del
aniversario de la muerte de Chiara, una gran muchedumbre se
reúne para recordarla y rezar sobre su tumba. Son sobre todo
jóvenes, pero no sólo: chicos y chicas que encuentran en su
breve existencia el sentido de la vida, un ideal sin ocaso, una
invitación a imprimir nuevo impulso en el recorrido espiritual.
Lo que gusta es su religiosidad, normal y radical al mismo
tiempo, su modo de ser una joven auténtica y de hoy y, en
cierto sentido, «inconformista», como lo era Jesús. Acuden al
cementerio de Sassello porque sienten que es una de ellos que
ha conseguido ser fiel a Dios hasta el final.
Muy a menudo la gente deja al lado de la foto de Chiara Luce
una notita, una carta, una frase. Unos le dan las gracias entre
lágrimas por haber recibido una gracia; otros le agradecen
simplemente su compañía, que se mantiene con los años, sobre
todo en los momentos más difíciles; otros le recuerdan un
familiar enfermo o le confían su alma para que les indique el
camino justo.
El 1 de octubre de 2000 se celebró el décimo aniversario del
«viaje al cielo» de Chiara Badano. Más de mil jóvenes, proce-
dentes de casi toda Italia y también de fuera, se reunieron por
primera vez en Sassello y luego en Acqui Terme. «Una jorna-
da extraordinaria -escribe un grupo de Milán-. Sassello se
deshacía en lágrimas que bajaban del cielo y corrían por nues-
tras mejillas por la experiencia que estábamos viviendo, por el
nuevo compromiso que nos brotaba de dentro. En la habita-
ción de Chiara Luce -donde fuimos desfilando en pequeños
grupos- nos vimos proyectados en poco más de diez minutos
en una vida espléndida. En el cementerio, envueltos por el
misterio de la muerte que es vida, nos impresionó comprobar
hasta qué punto el dolor y el amor son una única realidad. A
Chiara Luce le pedimos la capacidad de amar a Dios y a los
demás “hasta el final”. Un momento sagrado, prolongado. La
habitación de Chiara Luce, abarrotada de tantos jóvenes, pa-
recía una capilla; muchos se persignaban espontáneamente al
entrar. Y salían de la casa hacia el cementerio con la alegría
reflejada en el rostro, con un recogimiento que expresaba un
encuentro cara a cara con Dios».
En la capillita del camposanto, numerosos jóvenes dejan men-
sajes, decisiones, promesas, dolores, peticiones de gracias.
«Chiara Luce, gracias por ese paraíso que construíste ya en la
tierra y que me has hecho tocar y sentir hoy. Gracias por
haber dicho ese sí y por haber sido siempre fiel, prefiriéndolo a
El a todo. Gracias por haberme enseñado el camino para lle-
gar a El y permanecer en El. Esa antorcha que has puesto con
tanto amor en mis manos, quiero pasársela a todos», dice
Monica de Trieste.
Luego, en la plaza del mercado de Acqui, además del obispo,
monseñor Maritano, muchos jóvenes se suceden en el escena-
rio para hablar de la joven: unos la han conocido personal-
mente y otros han tenido noticia de su experiencia, pero todos
quieren tenerla de modelo. «Este escenario no es ya nuestro;
nunca he visto un gentío tan variado», comenta el joven con-
cejal de políticas juveniles de Acqui. Y la misa solemne, cele-
13
brada por monseñor Maritano en la catedral como conclusión
de la jornada, es una gran fiesta. Hay quien comenta: «Desde
hoy Acqui ya no es la misma».
SU FOTO, SU SONRISA
De Chiara Badano han quedado unas cuantas fotos; pero nin-
gún primer plano de su «edad madura», de sus 17 o 18 años
está bien enfocado, salvo varias imágenes sacadas cuando ya
se acercaba la hora de su viaje al cielo, cuando ya había perdi-
do todo el pelo. Una belleza más del cielo que de la tierra.
Pero hay una foto, como ya sabemos, sacada en la cocina, con
unas cucharas de madera colgadas de la pared, en la que ense-
ña una sonrisa tan radiante -tan de cielo, podríamos decir- que
muchas personas se quedan fulminadas aun sin saber de quién
se trata, sin conocer sus vicisitudes. Un joven, Rosario Tos-
cano, escribe después de haber visto esa foto, la misma que
hemos puesto en la cubierta de este libro: «Hay una luz que
brilla a nuestro alrededor, que brilla en nuestros corazones.
Es tan arrolladora, suave y cândida que me arrastra. Chiara,
tu espléndida sonrisa, Chiara, tus maravillosos ojos, que me
llevan con inmensa suavidad».
Y Valentina Ansaldi, una adolescente, se expresa así después
de haber participado en Acqui Terme en una conmemoración
de Chiara Luce: «Sucedió todo de improviso, inesperado, flo-
taba algo extraño en el aire… Habían montado un escenario,
y en lo alto, un cuadro impresionante, más que por su tamaño,
sobre todo por la intensidad y luminosidad que reflejaba la
chica de la imagen: Chiara Luce. Me sentí fascinada por esa
foto, no podía apartar la mirada… Lo que sé es que me sentía
extraordinariamente bien, serena, límpida».
Una foto que ha dado la vuelta al mundo gracias a Internet:
con cualquier motor de búsqueda se puede comprobar que las
webs que hablan de Chiara Luce Badano son varios cientos.
No sólo en Italia, sino en todo el mundo, incluidas Corea y
Botswana. Todas, prácticamente sin excepción, reproducen la
foto de Chiara sonriente.
UNA DE NOSOTROS
Indudablemente, la experiencia de Chiara es contagiosa. Por
ejemplo, una chica que está en diálisis, gravemente enferma,
cuenta en un congreso gen: «Dios me ha hecho comprender
que Chiara Luce es mi modelo. Quiero comprometerme delan-
te de todos y decirle mi sí a Jesús abandonado». Por su parte,
un adolescente, Elisos Gabutti, le escribe a Chiara Luce:
«Quería irme de casa. El mismo día en que tus padres vinieron
a hablar de ti aquí, a nuestro colegio, comprendí que estaba
cometiendo el error más grande de mi vida. Al escuchar lo que
dijeron, decidí que quiero vivir una vida como la tuya». Y una
chica de Saluzzo: «Chiara amaba a las personas que tenía al
lado olvidándose totalmente de su dolor físico. Un amor
pleno, desinteresado. Esto para mí es una enseñanza grande,
porque muchas veces intento amar a las personas que me
rodean pretendiendo siempre algo a cambio».
El impacto no es sólo en Italia, sino también más lejos: Chiara
ya es conocidísima en muchos lugares. Entre otros muchos
ejemplos, tomemos el de unas chicas de Pakistán. Escribe
Samina, de 21 años: «Cuando vi la revista y el vídeo sobre
Chiara Luce me quedé muy impresionada. Ahora será para mí
un modelo de vida y, como ella, quisiera ver con mis ojos al
verdadero esposo: Jesús». Y Aysha, de 22 años: «Su vida es
una cascada que cae desde altas rocas. Siempre está bajo el sol,
pero a nosotros nos da de beber agua buena». Y una joven de
28 años, Nayla: «La historia de Chiara Luce me ha llegado en
el momento justo a través de la revista Cittá Nuova. Durante
unos días no había podido ir al trabajo porque estaba enferma.
Cuando volví a presentarme, me enteré de que me habían
despedido. Fue un duro golpe, pero sentía que no debía po-
nerme nerviosa o juzgar a mis jefes. Me acordé de Chiara
Luce y le dije a Jesús: “Por ti, lo que me hace daño es mío”,
como hacía ella. Sentí el valor de no ceder. Y tuve la recom-
pensa, porque encontré un nuevo trabajo enseguida».
Y desde Colombia llega la noticia de un encuentro con un
centenar de jóvenes que, en directo, llamaron por teléfono a
los padres de Chiara Badano para conocer mejor a esta chica,
de la cual les había hablado don Maurizio di Todi, que traba-
jaba en una acción de apoyo a niños necesitados. Cuatro de
estos jóvenes decidieron a continuación viajar desde Colombia
hasta Italia y llegar hasta Sassello, hasta la tumba de Chiara
Luce, para darle, las gracias en nombre de todos los demás.
UN AULA, UN GIMNASIO Y UNA SECCIÓN DE HOSPITAL
Chiara Luce empuja a la generosidad y a la emulación, y no
son pocos los que desean ponerle su nombre a algo que les sea
especialmente querido, como para perpetuar su sonrisa en
muros y cemento. Por ejemplo, el matrimonio Giribaldi, que
había conocido bien a Chiara Luce y que poseía una casita en
la montaña, le pusieron su nombre, y ahora la prestan a per-
sonas que no tienen medios para irse de vacaciones. Muchas
veces, las personas que se hospedan en esa casa, impresiona-
das por el clima que allí se respira, dejan una carta de agrade-
cimiento a Chiara Luce. En el décimo aniversario de esta baita
Chiara Luce9, en verano de 2003, se organizó una fiesta a la
que fue invitado el matrimonio Badano para contar su expe-
riencia. Pero también quisieron participar el alcalde y el con-
cejal de cultura del pueblo, Novalesa, y por la tarde, un quin-
teto de viento de la orquesta sinfónica de la RAI de Turín
ofreció un concierto. La recaudación se destinó a un proyecto
en África, siguiendo los deseos de Chiara Badano.
Por su parte, en el Cotolengo de Turín hay una sección hospi-
talaria dedicada a Chiara Luce. Escribe don Carmine Arice:
«Hace poco fue rehabilitado el pabellón de la familia Santa
Isabel, que hospeda a unas treinta inválidas. Esta familia dedi-
ca sus secciones a personas que puedan inspirar ejemplos y
ofrecer intercesión para el camino cristiano de cada uno. Por
eso se ha dedicado una de estas secciones a Chiara Luce, con la
certeza de que su modo heroico de vivir la vida cristiana y
sobre todo la experiencia del sufrimiento podrá servir de
ejemplo para muchas personas».
También en la parroquia de San Bernardino, en Albenga,
provincia de Savona, se ha dedicado una sala parroquial a
Chiara Luce. Los animadores escriben: «Desde que le enco-
mendamos nuestros jóvenes a Chiara Luce, hemos experimen-
tado su presencia viva entre nosotros y su ayuda. Se han in-
corporado al grupo muchos jóvenes y la sala se ha convertido
en su punto de encuentro para divertirse y para crecer». Uno
de estos jóvenes escribe: «La experiencia de esta chica de-
muestra que podemos construir de verdad un mundo nuevo,
que es posible emplear nuestra vida en algo grande».
El Consorcio Tassano, de Génova, ha fundado una cooperati-
va de restauración dedicada a Chiara Luce; en el restaurante,
situado al lado del santuario de Nuestra Señora de la Guardia,
muy querido para los genoveses, el rostro sonriente de la
joven recibe a los peregrinos.
En Génova se le ha dedicado a Chiara Luce Badano incluso un
gimnasio.
PARROQUIAS, DIÓCESIS Y COLEGIOS
El ejemplo de Chiara Badano suscita interés por todas partes,
no sólo en individuos y familias. Asociaciones, parroquias,
9 Baita: refugio o casa sencilla de montaña propia de los Alpes,
de piedra y madera.
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LIBRO REALIZARSE A LOS 18. VIDA Y HUELLA DE CHIARA "LUCE" BADANO. MICHELE ZANZUCHI

  • 1. E e m*áám e ia unL§**'u ffiffi* Ciudad Nueva @re w w# #
  • 2. 1 CHIARA LUCE 1 PRÓLOGO Querido lector: Si rondas los 18 años, te propongo la historia de Chiara. Ella abandonó este mundo justo a esa edad, cuando normalmente los padres dicen que los hijos empiezan a salir del cascarón. Fíjate la ironía: tú sales al campo de fútbol en el momento en que a ella se le ha cumplido el minuto 90. ¿Te imaginas que a tu edad se pudiera contar ya la historia de tu vida, y que apareciera en todos los kioscos y librerías? Pién- salo por un momento: ¿qué se podría decir de ti? Yo sé, pues, que sigues a Boca, que te gusta el chocolate y los yogures de piña, que tienes unos amigos que no cambiarías por nada del mundo, que te gusta la marcha los fines de semana, que siem- pre has soñado con ser un periodista conocido, que los video- juegos de estrategia te alucinan… La verdad es que, si eres sincero contigo mismo, hay todavía una suma bastante floja en tu historial, en ese curriculum que un día tendrás que en- tregar a un millón de manos intermediarias para que puedas trabajar. Entonces, ¿por qué Chiara sí merece una biografía? Te lanzo pistas. Chiara era cien por ciento normal, no llevaba antenas de bicho de otra galaxia ni pasó por la vida como esos niños prodigio que impresionan a todo el mundo porque pue- den realizar mil operaciones de matemáticas sin esfuerzo. Chiara quería ser azafata, tocaba la guitarra y se sabía las canciones de moda, era muy linda (tenía una melena de vérti- go) e iba siempre a la última moda. Pero un día tomó una decisión, una determinación que marcaría cada jornada de su vida: «No quiero ni puedo permanecer analfabeta ante un mensaje tan extraordinario». Se refería al Evangelio. Gracias a su parroquia y a sus amigos y amigas de los Focolares, se encontró cara a cara con Jesucristo. Y sencillamente se lo tomó en serio, hasta alcanzar ese punto de «dulce cadena invisible» que se genera en toda relación humana cuando la amistad se hace profunda. Si te fijas en lo que te rodea, todo parece milimétricamente diseñado para solicitar tu atención y así ponerte al día, upda- ted. ¡Ya los iPods se nos han quedado atrás: si no tienes un iPhone es que no sabes lo que es la vida! Y encima se te quiere hacer creer que tú y sólo tú eres el dueño de tu destino. Por eso tienes que cuidarte, hacer deporte, evaluarte regularmen- te, desarrollar tu inteligencia emocional y social, recalificar tu energía y ponerla a punto de caramelo. Sin embargo, cuando tienes dos dedos de frente, te das cuenta de que no puedes ser el dueño de tu destino; a lo sumo, capitán de tu alma (Philip Brickman). Y Chiara quiso que Jesucristo lo fuera todo: el dueño de su destino y el capitán de su alma. Su vida dejó en- tonces de ser una vida individualista, a la espera de que sus sentidos fueran solicitados por todo ese cúmulo de sensacio- nes que navegan afuera, para convertirse en una vida compar- tida con Dios. Esa es la clave para entender la existencia de Chiara. La fe dejó de ser en ella una cosa aprendida, una tabla de logaritmos, un horizonte más o menos valioso, y reventó en ella una necesidad de abrir de par en par su vida al Corazón de una Persona que le demandaba cariño. Y siguió haciendo lo mismo de siempre, pero ya nunca más se iba a encontrar sola. ¿Y fue a olvidarse de la diversión? ¿Se nos puso discreta, ex- traña, rarita? ¡En absoluto! Le siguió entusiasmando cantar, jugar al tenis y bailar. Se dice que Chesterton se enamoró de su mujer porque le encantaba el Evangelio y el baile. También en Chiara lo divino y lo humano se cruzaron con familiaridad. Incluso la alegría y el sentido de vivir acompañada por su Señor, siguieron presentes cuando llegó eso que los humanos, en tono oscuro, denominamos la fatalidad: una enfermedad 1 Título original: Lo ho tutto. 18 anni di Chiara Luce. mortal. A Chiara se le diagnosticó un sarcoma osteogénico con metástasis. ¿Y eso qué es? Pues imagínate lo peor y acer- tarás. Te recomiendo que leas detenidamente las reacciones de los que iban a visitarla a casa para darle consuelo: «Al princi- pio nos parecía que íbamos a verla para animarla, pero pronto nos dimos cuenta de que éramos nosotros los que no podía- mos prescindir de ella, pues nos sentíamos como atraídos por un imán». El mismo médico de cabecera que la atendió en los últimos momentos de su vida, que se declaraba agnóstico, decía que algo había cambiado en él por la coherencia de la joven, y que viéndola se sentía a gusto con el hecho de la fe cristiana. ¿Ves cómo la vida Chiara merecía un libro? Pasó sólo 18 años en este mundo. La vida no consiste en pasar las páginas del calendario para ver cuándo llega el fin de semana y luego las vacaciones y luego… ¿y qué más, luego? Chiara descubrió que el camino de la luz, el camino de la vida, reside en Jesucristo («Yo soy el camino, la verdad y la vida»), y que el camino de la oscuridad, el lugar donde sólo se tropieza porque apenas se ve, es el de la mediocridad. Javier Alonso Sandoica, Sacerdote y periodista de TV UNOS OJOS QUE LO DICEN TODO Es verdad que Juan Pablo II beatificó a una cantidad insólita de hombres y mujeres, muchos más que sus predecesores. Y también que, desde el último concilio, el mismo concepto de santidad se ha hecho más accesible, como lo prueba el número no desdeñable de nuevos beatos que son laicos, madres y pa- dres de familia. Además hay casos recientes, como el del padre Pío, que demuestran que la gente no es refractaria a los mode- los de perfección cristiana, como se tiende a creer. Todo esto es verdad; pero cuesta creer que una chica tan normal haya conseguido «abrir de par en par las puertas del cielo» en pocos meses, que rechazase la morfina que los médi- cos querían administrarle para calmar los dolores atroces de las metástasis, cosa que hizo para tener «algo que ofrecer»… Y ¿de dónde sacaba las fuerzas? Su existencia podía haber quedado archivada con unas lágrimas, una reseña en el perió- dico local y los típicos lamentos: «¡Pobre chica, tan joven!». Y sin embargo, se la sigue recordando e imitando. En resumidas cuentas, hay curiosidad por comprender cómo esta chica ha alcanzado en un santiamén, en pocos años, tan alta espiritua- lidad. Escribo estas líneas delante de una de sus últimas fotografías, un primerísimo plano tomado mientras yacía en la cama de su habitación, en Sassello, su pueblo. Una funda escocesa de colores azul, amarillo, rosa y blanco, y ella mirando a su inter- locutor con el brazo detrás de la cabeza. Una pelusa oscura le cubre el cuero cabelludo; no se puede decir que sea un corte a la última moda, sino más bien la prueba manifiesta de una reciente quimioterapia. Pero sus rasgos no reflejan el rostro de una enferma a punto de morir, sino el de una chica que ha madurado en poco tiempo. Está sonriendo. Sonríe con una sonrisa que muchos habían apreciado. En ese momento esta- ban con ella en la habitación tres amigos de Génova. Habían charlado un rato con la enferma y habían vivido uno de esos momentos en que el Evangelio se hace patente, que eran los preferidos de la joven. «Momentos de unidad» los llamaba. El cielo había descendido en medio de ellos, como lo prueba esa sonrisa. Pero sobre todo lo prueban esos dos ojos grandes que llaman la atención. Unos ojos que lo dicen todo, serenos, sinceros: sabe que «la medicina ha depuesto las armas», pero también, «que todo lo vence el amor». Esta es Chiara Badano, de 18 años. Mejor dicho, esta es Chia- ra Luce2 . 2 Luce, en italiano, luz.
  • 3. 2 Escribe el Abbé Pierre que «los santos no son sólo los del calendario; cada día nos cruzamos con alguno». La joven Ba- dano era probablemente una de éstos. OTROS GEN QUE SE HAN IDO AL CIELO Todo grupo social tiene sus modelos -y a veces sus santos- en los que personifica esperanzas y aspiraciones. Desde los años sesenta, el Movimiento Gen3 ha ido acompañando a sus pri- meros miembros «que se han ido al cielo», como suelen decir. Entre ellos está Franceschino Chiarati, un chico jovencísimo de Brescia con una sonrisa límpida; hay también un joven mártir, Charles Moates o «Charles de los ghettos negros», cuya dramática historia recoge el musical Streetlight, del grupo internacional Genrosso; luego están las gen de la ciudad brasi- leña de Pelotas, que murieron en un accidente de tráfico mien- tras se dirigían a un congreso… Cada etapa tiene sus peque- ños mitos, personas que dejan un ejemplo a las siguientes generaciones. En el caso de estos jóvenes que han «pasado al más allá», no están lejanos ni idealizados; no se han visto transformados en ídolos, como se dice hoy. Son como un pe- dazo del Movimiento Gen que se ha trasladado a otro lugar a la espera de volverse a reunir con todos. La Iglesia habla desde siempre de «comunión de los santos», un término quizá un poco oscuro, que se suele interpretar como algo lejano, reservado a las esferas celestiales. Sin em- bargo, para los gen la comunión de los santos es una realidad que acerca la tierra y el cielo. Así se puede interpretar el interés que ha acompañado las vicisitudes de Chiara Badano ya desde antes de dejar esta tierra. Igual que con los demás amigos enfermos -y quizás un poco más- los gen seguían las noticias sobre su salud, difundi- das espontáneamente de mil modos por los jóvenes. También rezaban, y mucho. Habían visto en ella una especie de predi- lección por parte de Dios. Y luego su muerte. La noticia corrió, lo mismo que algún escrito suyo fotocopiado. Aún hoy se habla de un funeral que muchos describieron como una «fiesta de bodas». Luego salió un artículo en el periódico de los gen y otro en la revista Ciu- dad Nueva. En los años siguientes, sin un proyecto preciso, su historia ha salido a relucir regularmente gracias a amigos, a los gen, a su obispo, gracias a una selección de escritos, una biografía, un vídeo… UN PUEBLECITO DE PROVINCIAS Desde Savona hay que costear el Golfo de Génova hasta Albi- sola y luego subir unos 20 km hacia el interior por una carre- tera de curvas y breves tramos rectos. No se sube mucho, pues el término del viaje está a unos 400 metros de altitud: Sas- sello, que no llega a los 2.000 habitantes, a 60 km de Génova y otros tantos de Acqui Terme, de cuya diócesis forma parte a pesar de que esta última ciudad está ya en el Piamonte. El pueblo se vacía durante el año y se vuelve a poblar los fines de semana y sobre todo en verano, cuando multiplica por diez sus habitantes. Los vientos del norte y del sur se encuentran justo en sus montañas, de modo que las precipitaciones de lluvia y de nieve son frecuentes y abundantes. Es un pueblecito pintoresco, con una historia antigua. El territorio municipal se encarama hasta los 1.287 metros del monte Beigua, casi mil metros de desnivel, que muestran lo montañoso que es el municipio. En Sassello eran famosos los castaños. Pero en el período entreguerras, un imparable cán- cer de la madera destruyó bosques enteros, que han vuelto a crecer, pero sin sanear. Y también crecen muchos hongos, 3 Lo forman los jóvenes más comprometidos del Movimiento de los Focolares. Gen significa «generación nueva». auténtica delicia de las laderas que rodean el pueblo: boletos, rebozuelos y oronjas buenísimas. Pero la notoriedad del pueblo se debe en primer lugar a los amaretti, esos delicados dulces producidos por seis fábricas situadas en la municipalidad, en las que las recetas y secretos del oficio pasan de padres a hijos. En fin, si uno busca un lugar retirado, que vaya a Sassello. Aquí nació, creció y murió Chiara Badano. Amaba este peque- ño mundo; incluso mientras vivió en Savona, volvía siempre con una mal disimulada alegría, casi como si la estancia en la ciudad fuera un pequeño exilio. UNA FAMILIA UNIDA En Sassello la mitad del pueblo tiene el mismo apellido: Ba- dano. Y en la carretera que sube desde el mar hacia el pueblo, la última localidad se llama casualmente Badani. Ruggero es un Badano que vive en la calle Badano. Primero fue depen- diente en la tienda de tejidos de la familia, luego camionero, «pero siempre por su cuenta», como se cuida de precisar, como para reafirmar su deseo de libertad. Al principio trans- portaba carbón desde el puerto de Savona por toda la Alta Italia. Luego, durante veinte años, trabajó para la Ferrania4: dos veces por semana transportaba las películas de Savona a Roma para revelarlas (en aquel tiempo no había autopistas ni autovías, y la vía Aurelia hasta La Spezia no estaba exenta de peligros, sobre todo en invierno). Por su parte, María Teresa Caviglia procedía de una familia numerosa animada por ocho hijos, con un padre polifacético y con manos de oro. Eran pobres, y más todavía después de que la casa en que vivían se incendiase por una chimenea mal deshollinada; un fuego alimentado por la leña que el padre había amontonado en el desván como previsión para el rigu- roso invierno. Sólo la caridad de los vecinos les permitió so- brevivir a la estación inclemente. María Teresa y Ruggero habían ido juntos a la escuela de niños. Luego sus caminos avanzaron en paralelo por un tiem- po, sin muchos encuentros, salvo en la iglesia en las fiestas de guardar. «A ella le gustaba bailar -explica Ruggero-, pero a mí no; así que elegí una compañía distinta de la suya». Ella se hizo novia de un buen chico del pueblo y pareció que ahí que- daba la cosa. Pero eso habría significado no contar con Rug- gero: «María Teresa -cuenta- fue la primera chica en mi cora- zón. Y siguió siéndolo. Pero en aquel tiempo no era capaz de manifestarle mi afecto. Hasta que la evidencia terminó por convencerla…». O sea, que él era de pocas palabras, pero con una fe sólida. Era ciertamente severo, pero con un toque de dulzura en la mirada que lo hacía ser amigo de todos. Ella, por su parte, era afable y extrovertida, dulce pero resuelta. UNA COMUNIDAD “SÓLIDAMENTE TRADICIONAL” En un pueblo pequeño la parroquia tiene un papel fundamen- tal en la formación y orientación de la gente. La de Sassello la podemos describir como «sólidamente tradicional». Aún hoy la práctica religiosa es bastante elevada. Naturalmente, todo el pueblo, o casi, interviene en las grandes fiestas tradiciona- les. Con ocasión del Corpus Christi se suele organizar en Sas- sello un gigantesco tapiz floral por las calles del pueblo, des- pués de un detallado estudio de los tapices florales, sobre todo con la participación de los grupos de jóvenes locales. Lo mis- mo se hace en Genzano o en Spello. Para esta ocasión, las fachadas de las casas que dan al recorrido de la procesión se cubren dos o tres metros con ramas de castaño. Sugestivo. 4 Empresa italiana de producción de material fotosensible.
  • 4. 3 El Viernes Santo se celebra una solemne procesión que atra- viesa todo el pueblo con un gran crucifijo antiguo de madera, acompañada de rodillas en su «subida al Calvario» por anti- guas cofradías del pueblo (sólo de hombres) y por el canto de las lamentaciones en latín. La recia tradición cristiana está subrayada además por la pre- sencia en el territorio municipal de numerosas capillas voti- vas, cada una de las cuales tiene su propia fiesta. Naturalmen- te, los visitantes participan en los festejos, muchas veces atraídos por aspectos marginales o folklóricos, como los coros y las representaciones teatrales, los churros o los dulces de castaña. Pero algo se transmite de todos modos. Un recuerdo infantil de María Teresa subraya la importancia social de la parroquia y su influencia en la gente: «En nuestra iglesia era corriente separar los primeros asientos, reservados a algunas familias de benefactores, de los demás bancos. En mi primera comunión me había sentado detrás, como siempre. Pero el párroco bajó del altar, me dio la mano y me llevó adelante; y además me puso a llevar el estandarte de la procesión». EL NACIMIENTO, DIEZ AÑOS DESPUÉS María Teresa y Ruggero llevaban casados diez años sin haber tenido hijos. «Todo lo que me pasaba lo consideraba voluntad de Dios -dice ella-. El me quería, así que incluso esta falta de hijos era amor». Sin embargo Ruggero desvela la otra cara de la moneda: «Cuando subía al bar con los amigos de mi edad, veía que ellos tenían muchos hijos. Y nosotros nada. Sentía de veras que me faltaba algo». El momento decisivo llegó cuando Ruggero fue al Santuario de las Rocas. Su oración para obtener la gracia de un hijo fue sincera, y un mes más tarde… María Teresa tenía ya 37 años: «No me lo quería creer. No le decía a nadie que me había quedado embarazada y trataba de no hacer esfuerzos, porque el médico me había explicado que debía esperar unos veinte días antes del veredicto definitivo. Aquel día Ruggero no se podía contener de la alegría. Y co- menzó a hablar de “nuestro embarazo”». El casi papá no quería poner en peligro lo más mínimo el fruto tan esperado de su amor, y se prodigaba de mil maneras para aliviar los esfuerzos de María Teresa, incluso subiéndola en brazos por la escalera. «El amor por mi mujer -explica- dio en esos meses un gran paso adelante. Pero también el amor por el Señor». Era el 29 de octubre de 1971. La niña, Chiara, nació con fór- ceps. Por ese motivo le quedó por algún tiempo entre los ojos una mancha que iba y venía, así hasta la adolescencia. «De la felicidad tuve un shock -cuenta María Teresa-. A decir verdad, durante 24 horas viví como en un sueño, preguntándome si la niña había nacido de veras, porque no me la mostraban… Luego vi ese angelito de niña y se me encogió el corazón de alegría». Pero «incluso en medio de la inmensa alegría, com- prendimos enseguida los dos -cuenta la madre, mientras el padre asiente- que aquella niña era ante todo hija de Dios». EXPERIENCIAS DE INFANCIA La infancia discurre despreocupada y serena. Chiara era lo que se dice «una niña ejemplar», de esas que cualquier madre querría tener: tenía pocos caprichos, dormía sin problemas y, si se despertaba, jugaba ella sola con sus primeros juguetes. María Teresa se enfermó precisamente en los primeros días, con una presunta flebitis que la mantuvo en cama tres meses; pero, con la ayuda de su hermana, no delegó en nadie la deli- cada tarea de la primerísima educación de su hija. Para aten- der a la pequeña había dejado su trabajo: «Desde siempre había trabajado en las fábricas de amaretti -dice- y temía que se me cayese la casa encima, de lo activa que era. Pero muy pronto tuve que cambiar de opinión: comprendí la importancia de estar continuamente al lado de los hijos, más que hablando, siendo madre, es decir, amando. Esta era la única herencia que podría dejarle: enseñarle a amar». No dudó en llevarla a la iglesia «para que se acostumbrase»; y aunque aún no tenía lo que llaman uso de razón, María Teresa le susurraba a la oreja la historia sagrada de Jesús y de María. Y la niña escuchaba sin molestar a los presentes, envuelta en su abrigo rosa, porque era invierno y había más nieve de lo normal. Chiara manifestó desde los primeros años un carácter genero- so: en un ejercicio de primer grado en el que le escribía al Niño Jesús, no le pedía juguetes, sino simplemente «que cure a la abuela Gilda y a todas las personas que están enfermas». Se mostraba conciliadora, aunque estaba segura de sí misma. Y en los casos en que se ponía en peligro el entendimiento con sus padres, el roce sólo le duraba un instante. Se cuentan cosas significativas de ella. Por ejemplo, un día su madre le pidió que la ayudase a levantar la mesa. «No, no quiero», respondió Chiara cruzándose de brazos. Y se fue a su habitación. Pero al cabo de unos segundos, antes incluso de llegar, volvió sobre sus pasos y dijo: «¿Cómo es esa historia del Evangelio, de ese padre que les había dicho a sus hijos que fueran a la viña, y uno había dicho que sí y no había ido, mien- tras que el otro había dicho que no pero al final fue? Mamá, poneme el delantal». Y se puso a recoger la cocina. Otro episodio. Un día, viendo su madre que en su habitación había muchos juguetes, le propuso dar algunos a los niños pobres. Ella dijo qué no, que eran suyos. Entonces su madre se fue. Luego oyó algo. Se acercó a la puerta del cuarto y vio a Chiara separando los juguetes: «Este sí, éste no…». Luego le explicó los criterios de esa división: «No puedo darles los juguetes rotos a niños que no tienen». UNA EDUCACIÓN SENSATA (ENTRE OTRAS COSAS) Diálogo y afecto estaban a la orden del día, asa de los Badano también se decía a veces que no. La niña podría crecer viciada si estaba demasiado protegida por padres y familiares: «Éra- mos conscientes de ese riesgo -dice su madre-; por eso, desde el principio quisimos dejar las cosas claras: no perdíamos ocasión de recordarle que en el cielo había un papá más gran- de que nosotros dos». ¡Curioso modo de evitar caprichos! El «modelo educativo» elegido por Ruggero y María Teresa no lo habían aprendido en los libros. sino imitado de familias sanas y unidas y de un ambiente parroquial, como se decía, tradicionalmente sólido. Era sobre todo una educación basada en el amor entre los dos esposos. Así se habían ido instituyen- do principios importantes, como se trasluce por ejemplo de un episodio que nos cuentan sus padres. Tenía Chiara cuatro años cuando su madre le propuso recitar una oración. Fila respondió que tenía otras cosas que hacer. En ese momento Mana Teresa habría podido imponérsela, pero recordó que ante todo esa criatura era hija de Dios, que le había transmiti- do el bien fundamental de la libertad. Así que tenía que respe- tarla. Y le dijo que iba a rezar ella en su lugar. Comenzó a rezar el Angelus y a los pocos instantes oyó detrás de ella que la niña repetía sus palabras. Fue una clara lección -explica la madre-, de esas que no se olvidan fácilmente. Tenía que edu- carla, pero antes que eso debía transmitirle el amor El padre estaba presente en la educación de la pequeña y des- tacaba con un papel más «fuerte»: «Yo era un poco severo por naturaleza —cuenta Ruggero— y me parecía que para edu- carla correctamente tenía que exigirle algo a ella: pero siem- pre lo hacía —y digo siempre— por amor, nunca por rencor,
  • 5. 4 cansancio o lo que fuera. Así, ella creció con un carácter muy parecido al mío…». «Pero la obediencia que le pedíamos - interviene su madre- no era nunca “ciega”. Tenía derecho a decir lo que pensaba: aunque la relación debía ser en la ver- dad. Las mentiras no se las tolerábamos fácilmente». A propósito de esto, entre muchos pequeños- grandes hechos de su educación, cuenta María Teresa otro episodio: «Una tarde llegó a casa con una hermosa manzana roja. Le pregun- to quién se la ha dado y me dice que se la ha tomado a doña Gianna, la dueña del viejo y pintoresco molino debajo de casa. No le había pedido permiso. Le explico entonces que hay que pedir las cosas antes de tomarlas y que tiene que devolverla in-mediatamente y pedirle perdón a la vecina. Pero ella no quiere porque le da vergüenza. Le explico entonces que es más importante decir la verdad que comerse una buena man- zana. Al cabo de un momento de duda, Chiara (seguida por mí con una mirada tranquilizadora) vuelve a Gianna y se lo ex- plica todo. Al poco rato, nuestra amiga llama a la puerta tra- yendo una cesta de manzanas de regalo para Chiara “porque hoy ha aprendido una cosa muy importante”». Episodios como este atestiguan que, sobre la base de una naturaleza fuertemente generosa, Chiara recibió una sólida educación cristiana. Ciertamente fue gracias a sus padres, pero también a la comunidad del lugar, al párroco, que daba cate- quesis de modo fascinante, y a las sólidas amistades que Chia- ra había cultivado desde pequeña. COMO EN UN SUEÑO Chiara no tenía aún nueve años cuando tuvo lugar un aconte- cimiento que inmediatamente se reveló fundamental para ella: su encuentro con los Focolares. Unas amiguitas le hablaron de un gran ideal que, al parecer, transformaba la vida de los que lo elegían, y de un grupo de personas que querían cons- truir un mundo unido. El encuentro propiamente dicho tuvo lugar en una reunión de los Focolares en septiembre de 1980, con otras niñas. Descu- brió un modo de vivir y de pensar nuevo para ella, casi como coronación de su sed de Dios: allí el amor de Dios colmaba a los que lo elegían como ideal de su vida y provocaba la unidad, es decir, la presencia prometida por Jesús a los que están uni- dos en su nombre. Desde ese momento en adelante, Chiara ya no sería la misma. La cosa no podía dejar indiferentes a sus padres, los cuales, con sorpresa por parte de Chiara (aunque no demasiada), confirmaron su adhesión. Todo ello sucedió en un gran en- cuentro de familias, el Familyfest de 1981, en el Palacio de Deportes del EUR, en Roma. Oigamos el relato que hace Ruggero: «No quería bajar a Roma, pero acepté para que mi hija conociese la capital. Durante tres días visitamos la ciudad; luego, cuando llegó el día del Family fest, me hice el remolón. Así que llegamos con retraso, y la gente tuvo que hacernos sitio en la sala del EUR, completamente abarrotada. Oí unas palabras desde el escenario: hablaban de un amor distinto del que podía sentir por María Teresa o por Chiara: fuerte, natu- ral y sobrenatural. Poco a poco fui intuyendo que había un Jesús cercano al que podía tutear, al que podía contárselo todo. “Capitulé” cuando la niña dijo que tenía hambre e inme- diatamente los de al lado le ofrecieron un bocadillo, una fruta o una bebida. Y en la comida, aunque llevábamos nuestras cosas, comimos sólo de lo que nos ofrecieron». Cuenta María Teresa: «De vuelta a casa, si nos hubieran pre- guntado cuándo nos habíamos casado, habríamos respondido: “Cuando conocimos ese ideal”». Y sigue Ruggero: «Por fin había entendido que tenía a este Jesús cerca de mí; sentía su fuerte presencia. Luego, cuando encontraba alguna dificultad, quizá porque me comportaba de mala manera, me parecía respirar sólo a medias. Había algo que no iba bien, pero no era capaz de entender qué. Luego comprendí: si yo rompía, faltaba la otra parte de la relación, el otro pulmón para poder respirar bien». Desde ese momento los Badano serán, aún más que antes, un ejemplo de respeto, calor y unidad, con ese nuevo compromiso que muy pronto revoluciona las tradiciones y los horarios de la familia. Pero este testimonio aflora sobre todo en el mo- mento de la enfermedad de Chiara, unos años más tarde. DONDE CHIARA DEJÓ EL CORAZÓN Las gen 3 5: ¡todo un universo!, como lo es el corazón de cual- quier niña abriéndose a la vida y descubriendo el mundo y lo que hay más allá del mundo. Chiara entra en el grupo de las gen 3 de Albisola y luego de Génova. Son niñas que juegan y se divierten, pero no sólo eso. El 29 de septiembre de 1980, con ocasión del primer encuentro gen 3 en el que Chiara parti- cipa, escriben todas juntas: «Hemos iniciado inmediatamente nuestra aventura: hacer la voluntad de Dios en el momento presente. Con el Evangelio bajo el brazo haremos cosas gran- des». Lucía, una amiguita de entonces, cuenta de aquel tiempo: «Jugábamos y se nos ocurrían infinidad de bromas; Chiara era una niña llena de vida, una compañera de juegos un poco alocada y muy simpática. Comunicaba a todos su alegría, siempre estaba sonriente y tenía una mirada límpida. Su ma- yor cualidad era la vitalidad». El 29 de agosto de aquel año, Chiara le escribió su primera carta a Chiara Lubich, la fundadora de los Focolares, en un papel decorado con un dibujo de colores pastel. Decía: «Querida Chiara Lubich: En primer lugar me presento. Soy una niña de casi diez años; me llamo Chiara, como tú, y vivo en un pueblecito llamado Sassello, en la provincia de Savona. Te conozco porque el 3 de mayo fui con mis padres a Roma, al congreso de las familias, y en medio de toda esa gente pude verte con unos prismáticos. Este año he tenido la suerte de participar en mi primera Mariápolis6 . No fui con mis padres, sino que decidí ir con las gen 1 a un bonito santuario llamado de la Virgen del Pozo. Cuando mi madre me dejó allí estaba un poco preocupada, y me dijo: “Chiara, ahora te quedas sola, trata de com- portarte bien”. Pero yo le respondí: “Mamá, no estoy sola, está Je- sús”. Las niñas que conocí eran buenas, amables, distintas de las del colegio, y juntas hemos intentado vivir por Jesús. También hice una pequeña experiencia al prestarle mis zapatos a una niña que tenía que subir al escenario a contar su experiencia en la Mariápolis de los adultos. Te mando un fuerte abrazo. Chiara». En esta carta de Chiara Badano se perciben elementos que seguidamente madurarían con fuerza, sobre todo en los dos años de enfermedad: su elección de Dios y de la unidad y la prioridad que le da a vivir el Evangelio. La distancia que la niña toma respecto a sus padres, con la frase «Mamá, no estoy sola, está Jesús», parece evocar la reac- ción del Niño Jesús cuando lo encontraron sus padres ense- ñando a los doctores en el templo. Y lo de «juntas hemos intentado vivir por Jesús» demuestra que desde el principio captó el meollo de la espiritualidad de la unidad. Por último, la experiencia que cuenta al final indica que Chiara comprende enseguida que el Evangelio, o se vive o es letra muerta. 5 El Movimiento Gen se ordena por edades: los gen 2 o «se- gunda generación» son jóvenes a partir de 16 años, los gen 3 o «tercera generación», niños y niñas de 9 a 16 años; por debajo de esa edad están los gen 4. 6 Encuentros de varios días, normalmente en verano, de los Focolares.
  • 6. 5 SU PRIMERA ELECCIÓN La jovencísima Chiara, que aún no ha cumplido 12 años, se hace gen 3 y sigue enamorada del Evangelio. Por las noches, antes de dormirse, escribe sencillísimos episodios de vida, «florecillas». Por ejemplo: «Una compañera tiene escarlatina y a todos les da miedo ir a verla. Después de preguntárselo a mis padres, se me ocurre llevarle los deberes para que no se sienta sola. Creo que amar es más importante que el miedo». En 1983 Chiara va dos veces a Rocca di Papa, cerca de Roma, donde se celebran los congresos internacionales de las gen 3. Como siempre, en casa hay un poco de lío, porque los abuelos y los tíos les reprochan a Ruggero y María Teresa que dejen viajar a la niña tan lejos. Pero precisamente en estas ocasiones es donde Chiara hace una elección que ya no vuelve a poner en cuestión. Veamos ahora lo que le escribe a Chiara Lubich el 17 de junio: «Este ha sido mi primer congreso, y debo decir que ha sido una experiencia maravillosa: he descubierto de nuevo a Jesús abandonado de modo especial; lo he visto en cada prójimo que pasaba a mi lado. Este año me he vuelto a proponer el ver a Jesús abandonado como esposo y acogerlo con alegría y, sobre todo, con todo el amor posible». Y unos meses más tarde, el 27 de noviembre, apenas cumpli- dos los 12 años: «La realidad más importante para mí durante este congreso ha sido volver a descubrir a Jesús abandonado. Antes lo vivía más bien superficialmente, y lo aceptaba para luego esperarme la alegría. En este congreso he comprendido que me estaba equivocando en todo. No debía instrumentali- zarlo, sino amarlo sin más. He descubierto que Jesús abando- nado es la clave de la unidad con Dios, y quiero elegirlo como mi primer esposo y prepararme para cuando llegue. ¡Preferir- lo! He comprendido que puedo encontrarlo en los alejados, en los ateos, y que debo amarlos de un modo muy especial, sin interés». «Jesús abandonado», uno de los puntos cardinales de la espiri- tualidad de la unidad, expresa el deseo de revivir el momento en que Jesús más había sufrido, cuando gritó en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Ahí está la clave de la unidad entre los hombres en la tierra, y también de la unidad entre la tierra y el cielo. Ahí está el compendio de la pasión y muerte de Jesús y la clave de su resurrección. Y Chiara, de 12 años, acierta de lleno en el misterio del cristia- nismo. CHIARA Y CHIARA, UN VÍNCULO ININTERRUMPIDO Chiara Badano mantiene siempre con Chiara Lubich corres- pondencia regular. Con ella estrecha una relación vital muy intensa hasta el final, cuando dice: «Todo se lo debo a Dios y a Chiara». Ya en su primer congreso gen 3 escribió: «No en- cuentro palabras para darte las gracias, pero sé que todo lo debo a ti y a Dios». No tenía más que 11 años. En las cartas que reproducimos en estas páginas se ve clara- mente lo plena, cultivada y madura que es la filiación espiri- tual de Chiara Badano con respecto a la fundadora de los Fo- colares. Sus cartas expresan confianza y respeto, interioridad y compromiso. Como en esta de noviembre de 1985, escrita nada más comenzar la secundaria, desde el congreso de las gen 3 en Roma: «…durante este congreso he vuelto a descubrir el Evangelio con una nueva luz. He comprendido que no era una cristiana auténtica porque no lo vivía hasta el fondo. Ahora quiero hacer de este magnífico libro mi único objetivo en la vida. No quiero ni puedo permanecer analfabeta de un mensa- je tan extraordinario. Igual que me resulta fácil aprender el alfabeto, lo mismo debe ser vivir el Evangelio. He redescu- bierto esa frase que dice: “Den y se les dará”: debo aprender a tener más confianza en Jesús, a creer en su inmenso amor. Gracias por este gran regalo, que cada día vuelvo a descubrir como algo nuevo». En los Focolares hay una costumbre tomada de las primeras comunidades cristianas: adoptar un «nombre nuevo» cuando uno ha emprendido el camino hacia un cristianismo auténtico. Y elegir al mismo tiempo una frase del Evangelio como «pa- labra de vida» personal, para seguir mejor a Dios en su volun- tad. Las gen 3 suelen pedirle tanto el «nombre nuevo» como la «palabra de vida» a la propia Chiara Lubich. Chiara Badano le había pedido por tres veces las dos cosas al hacerse gen 3, pero por algún motivo, no había obtenido respuesta. Dice María Teresa: «Chiara sufría mucho por no recibir respuesta a sus cartas. Las demás gen 3 recibían su “nombre nuevo”, pero ella nada. Un día, después de ver que el buzón seguía vacío, me dijo: “Chiara no me ha respondido todavía. No importa, tiene tantas cosas que hacer… Y además, ya tengo todo lo que necesito”. Creo firmemente que todo era un plan de Dios: tenía que prepararse». SE ACERCA LA ADOLESCENCIA: DEPORTE, AMISTADES Y EVANGELIO San Agustín repite a menudo que el amor nos hace bellos: Chiara estaba revestida de la belleza evangélica; era muy agraciada, una chica guapa. Las fotos nos la presentan desde la infancia como voluntariosa, con un carácter bien definido. Pero lo que atrae en ese rostro delicado es su mirada, ni sumi- sa ni agresiva. Simplemente límpida. Llega a la adolescencia sencillamente, sin haber perdido los buenos hábitos adquiridos durante años, como ir a visitar a las ancianitas del asilo, que se encuentra justo encima de la casa de los Badano, al final de la curva. Hay una anciana en parti- cular, Speranza, pequeñísima, reservada, cândida en todos los sentidos. Un día Chiara la encuentra un poco triste y por fin consigue saber el motivo: le roban la ropa interior. Así que, desde ese día, se la lavan en casa de los Badano. En otra oca- sión, Speranza quiere lavarse los pies, pero no admite que lo haga la niña, así que es María Teresa la que asume la tarea. Otro episodio de aquellos años se refiere a su amiga Roberta. Su madre está en el hospital por un tumor y Chiara la ha adoptado, por así decir. Más tarde, también la abuela de Ro- berta debe someterse a un examen médico que revela una grave enfermedad. Ella invita a casa a la abuela y a la nieta y le pide a su madre que ponga en la mesa el mantel más bonito, «pues hoy viene a vernos Jesús». Y más. Sus abuelos, que viven justo encima de la curva, nece- sitan que alguien los asista por la noche. María Teresa y Ruggero están cansados de pasar tantas noches fuera de casa, así que Chiara se ofrece a quedarse con ellos. Insiste mucho hasta que por fin consigue que la dejen. Entonces se dirige a casa de los abuelos llevando consigo la mochila con los libros del colegio para el día siguiente. Se queda dormida, pero se despierta inmediatamente. Se tranquiliza al ver que los abue- los duermen y están bien. Pero para no quedarse dormida, se da continuos pellizcos en las piernas toda la noche… Y al día siguiente, en el colegio, nadie se da cuenta de que no ha dor- mido. Chiara va creciendo, descubre el mundo; le gusta la música y hasta se anima a bailar. Le gusta cantar, tiene una voz muy bonita, cristalina. Muchas veces entona canciones de los gen u otras de moda. Sabe hacerse querer: es una chica siempre rodeada de amigos y amigas. Dice una de ellas: «Le gustaba también vestirse bien, peinarse con cuidado y a veces pintarse un poco, pero nunca demasiado». No sabe quedarse quieta, de mayor quiere ser azafata. Y en especial la atrae el deporte. Cualquier ocasión es buena. Ade- más de largos paseos por la montaña con sus padres para
  • 7. 6 recoger hongos, le gusta jugar al tenis y nadar. Su madre la recuerda lanzándose en medio de las olas una, diez y cien veces. Aún hoy se pueden ver en la casa de Sassello un par de fotos de la joven Badano zambulléndose en el mar con un bonito estilo delfín. LA ADOLESCENCIA, ENTRE SASSELLO Y SAVONA Los Badano se trasladan a Savona en 1985 con motivo de los estudios de Chiara en el instituto de letras. «Todo el mundo viaja de Sassello a la ciudad, ¿por qué nosotros tenemos que irnos a vivir allí?». Chiara se pregunta si el traslado a Savona es de verdad necesario. Pero hay que sopesar también el deseo de Ruggero de no seguir haciendo en camión el camino hasta la costa, ya que ahora trabaja en Albisola. De todos modos, desde el viernes por la tarde hasta el lunes por la mañana vuelven a su querida Sassello. Los estudios no van demasiado bien, a pesar de que Chiara se aplica a fondo: «No salía casi nunca de casa -explica su madre- y estudiaba mucho, de verdad». Sin embargo, no conecta bien con una profesora, que la aplaza regularmente. Y eso que los profesores con los que hace repasos en verano para los exá- menes de recuperación se quedan asombrados de su buena preparación, y sus compañeros protestan vivamente cuando tiene que repetir, de verdad injustamente. A pesar de todo, no deja de reconocer también en estas dificul- tades escolares el rostro de su esposo. A Marita, una amiga gen, le escribe: «He tenido un aplazo, y para mí ha sido un dolor grandísimo. Al principio no conseguía darle este dolor a Jesús. Me ha hecho falta mucho tiempo para recuperarme un poco, y aún hoy a veces me dan ganas de llorar cuando lo pienso. Es Jesús abandonado». A pesar de estos incidentes durante los estudios, deja en los profesores y en sus compañeros una estela luminosa. Por ejemplo, el profesor Amoretti dice de ella: «Se abandonaba confiadamente al profesor. Recuerdo su sonrisa tranquila, la luz serena de sus ojos mientras atendía a mis explicaciones y las de mis colegas. Naturalmente, todos nosotros habíamos notado los rasgos de delicadeza y amabilidad espiritual que la acompañaban». Con sus padres hace falta algún que otro pequeño «ajuste» necesario, aunque el afecto es más fuerte y siempre llegan a «acuerdos» satisfactorios, como por ejemplo en la cuestión de los horarios de vuelta a casa por las noches. En efecto, sobre todo los fines de semana en Sassello, a Chiara le gusta volver tarde. Dicen sus padres: «Nos preocupábamos un poco, por- que con los chicos se quedaba hasta tarde delante de un café. Así que llegamos a un acuerdo y le fijamos un horario. No fue fácil: ellos se quedaban allí tomándose un helado y ella ¡a fas- tidiarse y a volver a casa! Un día nos dijo: “Me parece que soy como Cenicienta, que cuando llegan las doce tuvo que salir corriendo y perdió el zapatito”. No habíamos comprendido lo que sufría por la prohibición. A menudo nos preguntaba: “Pe- ro ustedes ¿confían en mí?”. Y nosotros respondíamos: “Chia- ra, en ti sí; en los demás un poco menos”. Hasta que llegamos a un acuerdo: “Organízate tú misma. Una noche en que estén hablando de algo serio, te quedas. Pero a la vez siguiente vuelves a las diez”. Lo pensó y dijo: “Me parece bien”. Así encontramos un equilibrio, y ella quedó satisfecha». DE GEN 3 A GEN 2 Chiara tiene algo que la distingue de sus compañeras: sabe «cortar», sabe retirarse. Mantiene un coloquio abierto con el Señor. En el verano de 1998 da un paso decisivo. Nada más enterarse de que la habían aplazado en matemáticas, acompa- ña a Roma a las gen 4, las más pequeñas, para su primer con- greso internacional. Siente un peso en el corazón por haber sido aplazada, pero no se echa para atrás. Desde aquel encuen- tro, les escribe a sus padres: «Ha llegado un momento muy importante: el encuentro con Jesús abandonado. Abrazarlo no ha sido fácil, pero Chiara Lubich les ha explicado esta mañana a las gen 4 que El debe ser su esposo». Quizá Jesús la estuviera preparando para el «gran encuentro» a base de «pequeños pinchazos de alfiler», como dirá más tarde. También encuentra alguna dificultad en su paso de gen 3 a gen 2, que tiene lugar hacia los 16 o 17 años. En efecto, es un cambio que a veces puede crear algún problema, con los pe- queños dramas de la adolescencia, como el cambio de grupo y de la responsable adulta… Pero es sobre todo el momento de una nueva elección. María Teresa me cuenta un momento clave para su hija, cuando decide no participar en un encuentro gen 2, y luego tampoco en otro. No explica mucho los motivos, y quizá no haga ni falta: es ella la que debe elegir personalmente, de nuevo, el Evangelio y a Jesús. A continuación le proponen (cosa normal entre las gen) encargarse de un grupito de chicas de varios pueblos que han conocido el mismo ideal de vida y que quieren vivirlo… De este modo se ve empujada a no ru- miar sus pequeños-grandes problemas de adolescente, sino a ponerse a pensar en los demás con más empeño. Así reanuda su camino con las gen 2 -en realidad nunca interrumpido- dedicándose a estas chicas en cuerpo y alma, escribiendo o llamando por teléfono regularmente a cada una, viendo de qué modo darles gusto con pequeños detalles. Precisamente en esos meses empiezan los primeros síntomas de la enfermedad. Más tarde les confesará a dos gen: «La en- fermedad llegó en el momento justo, porque estaba a punto de “perderme”: no eran cosas graves, pero el caso es que nuestro ideal estaba pasando a un segundo plano… Pero ahora no pueden ni imaginarse cómo es mi relación con Dios». UN DESPLIEGUE DE INVENTIVA En cuanto le es posible, Chiara se rodea de gente, de amigos. No es que no pueda estar sola. No es eso. Es que por dentro hay algo que la empuja hacia los demás, hacia personas que en poco tiempo sabe transformar en amigos. Sus amigos y amigas son, en primer lugar, los gen y las gen, con los cuales tiene una relación de confianza muy sencilla y al mismo tiempo profunda. Entre otras están Chiara Coriasco («Chicca»), que es un par de años mayor que ella pero parece como si fueran iguales, y a veces les gusta hacerse pasar por gemelas… Más que ninguna otra persona, Chicca mantiene con ella una relación intensa durante la adolescencia y la pri- mera juventud. Hablan largo rato por teléfono y se escriben, sobre todo cuando Chicca se traslada a Turín a estudiar mien- tras Chiara está «confinada» en Savona. Hay mensajes de lo más normal e ingeniosos, en los que Chiara habla de un rega- lo, de una alegría intensa a raíz de un encuentro con las gen, de una fiesta de cumpleaños. La relación y la correspondencia continúan y se intensifican en los breves años de la enferme- dad. Muchas veces será Chicca la que cuente sus pensamientos más íntimos. Pero con las gen no hay sólo una amistad personal, aunque ésta sea importante. Su «unidad gen», el grupito del cual forma parte, es un auténtico despliegue de inventiva y genero- sidad: no pierden ocasión de «cimentar la unidad entre ellas» (como dicen) en los encuentros en que se cuentan mutuamente sus experiencias de vivir el Evangelio; pero también con car- tas, llamadas, fiestas, excursiones, regalos, mensajes, sorpre- sas. Entre ellas la comunión de los bienes es real: Chiara con- serva hasta su muerte en su habitación una lista de sus cosas, que no considera de su propiedad; con ellas ha hecho una lista precisamente para ponerlas a disposición de quien las necesite, comenzando por sus amigas de la unidad gen.
  • 8. 7 Las numerosas cartas de Chiara a las demás gen traslucen su deseo acuciante de ser una persona íntegra, que con su vida comunica a los demás que ha descubierto a Dios Amor y que su ideal de vida es la unidad. También reflejan su predilección -una auténtica pasión- por los que no creen en Dios. Chiara es muy activa en las obras del Movimiento, en particular del recién nacido movimiento «Jóvenes por un mundo unido», por el cual se entrega completamente. A posteriori, uno tiene la certeza de que sin esta comunión constante y siempre nueva con las demás gen no se podría entender todo lo que le pasa en los últimos dos años de vida. Unos días antes de morir dice que cuando se vaya al cielo, les pasará «la antorcha de la unidad a los gen que se quedan». Y así sucedió. Al día de hoy Chiara sigue siendo un modelo para ellos. «Porque manifiesta una realización del ideal que han elegido -dijo Eletta Fornaro como responsable mundial de las gen-, quieren la unión con Dios y ella la ha alcanzado; quieren un mundo unido y ella creía en él tanto que, a la vez que lo construía a su alrededor, ofrecía por él sus sufrimientos; quie- ren hechos concretos y ella, incluso desde su cama, seguía ahorrando para África…». CON SUS AMIGOS DE SASSELLO Giuliano Robbiano es quizás el amigo más sincero que Chiara tuvo en el pueblo. Es hija de los dueños del local donde a ella le gustaba pasar las tardes con sus amigos, el Bar Gina. He quedado con él allí mismo. En las paredes cuelgan fotos antiguas del pueblo. Su mirada es franca y su habla sencilla. Cuenta cosas de Chiara mientras sirve un cappuccino o confec- ciona un paquete de amaretti. «Puedo decir que con ella -y no creo faltarle el respeto- he pasado los momentos más hermo- sos de mi vida. Sobre todo durante su enfermedad, era ella la que me sostenía, la que sabía encontrar las palabras y los gestos apropiados para darme ánimos. Pero debo decir que, aunque era una chica bien educada y que gustaba a todos y sabía hacerse querer, nunca hubiéramos pensado que tuviese una vida tan rica. Nos ha dejado una estela luminosa que me sigue ayudando un montón». En efecto, con sus amigos del pueblo nunca quería ser el cen- tro de atención. No contaba con palabras lo que vivía con las gen, no se lucía ni hacía un «apostolado» rutinario. Ella amaba y sabía tener los detalles apropiados. Cuenta María Teresa: «Un día le pregunto: “Con los amigos en el bar, ¿te da por hablar de Jesús, tratas de transmitir algo de Dios?”. Y ella, con toda naturalidad, me responde: “No, no hablo de Dios”. La miro y digo: “¡Pero cómo! ¿Dejas escapar las ocasiones?”. Y ella: “Lo que cuenta no es tanto hablar de Dios. Yo lo tengo que dar”». Muchos chicos iban detrás de ella. Pero nada más. «Era muy equilibrada en los sentimientos, iba poco a poco», confirma Chicca. Con L., un chico del pueblo, había una simpatía muy fuerte. «Pero sin concesiones», precisa su amiga. La relación duró unas semanas, no más, porque Chiara lo dejó al darse cuenta de que en aquella relación había algo incompleto. «Cortó de un modo maduro, muy directo -explica Chicca- Cuando me lo contó, vi en ella a una persona recta, sin medias tintas…». A su madre le dijo más tarde: «Empezaba a querer de verdad a L., pero me di cuenta de que para él era distinto: a él le gustaba sólo estar conmigo. Por eso corté». LA ESPOSA De repente, lo imprevisible. El verano de 1988 llega a su tér- mino; se acercan las clases. Los largos paseos con los amigos, las tardes de charla y el tiempo relajado de las vacaciones finalizan. Chiara está jugando al tenis cuando siente un fuerte dolor en el hombro. No hace caso y no deja traslucir nada a sus padres ni a sus amigos. Pero la punzada se repite, más aguda, de modo que en mitad de un partido no es capaz ni de sujetar la raqueta con la mano. Primero los médicos hablan de una costilla rota y le prescriben infiltraciones, bastante dolo- rosas. Pero las recaídas hacen que el equipo médico investigue más a fondo. Chiara está un poco inquieta, pero sigue con su vida normal- mente. Una tarde pretende participar en un encuentro gen en Génova, pero la fiebre y los dolores no la dejan en paz. Más tarde cuenta: «El tren salía a las 14:12 y, como tenía tiempo, me quedé dormida. Me despierta el timbre. En la puerta no hay nadie, ni tampoco en el telefonillo de abajo. Miro el reloj y comprendo: “Jesús, tú eres el que me llama, quieres que vaya a verte. Debo tomar el tren”. Corrí mucho porque sólo tenía siete minutos. Me moría de dolor, pero tenía alas: “Tengo que llegar, Jesús me llama”. Sudando, llego y me siento en el tren: “Lo conseguí”». El veredicto de los médicos llega muy pronto: sarcoma osteo- génico con metástasis, uno de los tumores más despiadados y dolorosos. A Chiara no le comunican inmediatamente el grave diagnóstico, pero tampoco le ocultan que la enfermedad es seria. Recibe la noticia sin venirse abajo. Comienza una serie infinita de exámenes, esperas, recuperaciones, recaídas, ingre- sos. Una ocasión constante de vivir en el instante presente. Cuenta Ruggero, su padre: «En Pietra Ligure, en el hospital, a pesar de los dolores y de la fiebre, no puede estarse quieta. Se preocupa de una chica depresiva que ocupa la habitación de al lado. La acompaña a todas partes, en larguísimos paseos por los pasillos, aunque debería descansar. Ante nuestras indica- ciones de que sea prudente, dice: “Ya tendré tiempo de dormir más tarde”». Los testimonios recogidos no dejan lugar a dudas: Chiara afronta esta prueba con docilidad, se podría decir incluso «con una sonrisa en los labios». Se somete a largos tratamientos, vuelve a clase unos días, escribe varias cartas, pasa semanas en cama… Dice Chicca Coriasco: «Nos escribíamos a menudo. Ya hacía tiempo que yo le había notado entre líneas un males- tar, como una dificultad. Se daba cuenta de que la vida se hacía más dura, también en la relación con los demás. Quería ser auténtica al cien por ciento, quería entregarse completamen- te… Creo que sin esta premisa no se entendería su reacción ante el anuncio de la enfermedad». EL ESPOSO CERCANO Llega el momento de una primera intervención, seguido de una larga quimioterapia que ella no hace pesar a los que tiene al lado. A propósito de esto, María Teresa cuenta un momen- to decisivo en la vida de Chiara, un paso extraordinario: «Desde hace algún tiempo ha comprendido que las cosas pin- tan mal y que tiene un cáncer en toda regla. Sin embargo mantiene la esperanza de curarse. Unos días después de la intervención, le pregunta directamente al médico el auténtico diagnóstico. Así se entera de la verdad y de que se va a quedar calva por la quimioterapia. Y quizá sea este detalle el que le hace comprender la gravedad del mal, pues le gusta su pelo. Estamos en Turín, en casa de unos amigos, porque la inter- vención ha tenido lugar en el hospital Regina Margherita. Aún la estoy viendo llegar al jardín envuelta en su abrigo verde. Tiene la mirada fija, se acerca, parece ausente, entra en casa. Le pregunto qué tal ha ido. Y ella: “Ahora no, ahora no me hables”. Se echa en la cama con los ojos cerrados. Así vein- ticinco minutos. Me siento morir, pero el único modo de estar a su lado es callar y sufrir con ella. Es una batalla. Luego se vuelve y me sonríe: “Ahora puedes hablar”, me dice. Ya está. Ha vuelto a decir su sí. Y ya no se vuelve atrás». Una sola vez había preguntado el porqué de ese dolor, cuando, después de la primera intervención, había exclamado: «¿Por qué, Jesús?».
  • 9. 8 Pero al cabo de unos instantes había continuado: «Si lo quie- res tú, también lo quiero yo». Chiara escribe a Chiara Lubich: «Este mal Jesús me lo ha mandado en el momento apropiado, me lo ha mandado para que lo volviese a encontrar». Esa sonrisa que la caracterizaba desde siempre, y que en los primeros meses de enfermedad no la había abandonado, se hace aún más radiante en sus labios. Ahora Chiara sabe adónde va. El filósofo agnóstico Émile Cioran se preguntaba: «¿Alguna vez se ha visto a un santo alegre?». Chiara lo era. OPERACIONES Y ESPERANZAS El proceso de la enfermedad es despiadado, y eso que Chiara intenta obstinadamente llevar una vida normal y además alegre, ya que crece la relación con su Esposo. Sufre una se- gunda operación muy dolorosa. Entre los innumerables episodios de esta etapa no está de más reproducir el relato de lo que sería su última Navidad -ella ya lo intuía-. Preparó regalos para sus familiares y amigos; lo importante era estar de fiesta rodeada de las personas que amaba. Pero las plaquetas bajan de repente y le sube la fiebre. «Por teléfono, el médico de cabecera me hace varias preguntas precisas -cuenta María Teresa- y quiere saber cuánto tarda- remos en llegar al hospital, a Turín. La ambulancia está a la puerta, pero Chiara no quiere irse. “No pienso pasar la Navi- dad en el hospital -dice-; si voy a morir, Jesús, quisiera que fuese en casa”. Entonces le susurro al oído que es voluntad de Dios que nos vayamos. Acepta, pero por el camino no pronun- cia una palabra, sufre tremendamente. A las puertas del hospi- tal, los médicos, que la quieren un montón, están ya prepara- dos para la transfusión. Casi la perdemos. A la mañana siguiente, día de Nochebuena -sigue contando su madre-, al entrar en su habitación le digo: “Aquí está todo el mundo corriendo con paquetes de regalos pero nadie se mira a los ojos, nadie se saluda. Está Jesús ahí al lado y no lo ven”. Mientras tanto ha superado el momento difícil. Sigo: “Encen- damos el fuego de Jesús entre nosotras, y caldeará a todos. Tienes que encenderlo tú, porque mi leña da poco calor”. Y ella: “Juntas, mamá”». Esa tarde precisamente el cardenal de Turín, monseñor Salda- rini, está de visita en esa sección. Se ha dado cuenta del rostro tan especial de Chiara; entra en su habitación y le dice: «Tie- nes una luz maravillosa. ¿Cómo lo haces?». Y ella, al cabo de un instante de timidez: «Procuro amar a Jesús». Ese mismo día, una trabajadora voluntaria del hospital cae en una profunda crisis existencial: ¿cómo puede existir un Dios cuando en ese hospital mueren niños de cáncer? Mientras María Teresa baja a la cafetería, la señora se sienta al lado de Chiara. No sabemos lo que se dicen, pero esa mujer afirma, ya serena, que esa es la Navidad más bonita de su vida. «También lo fue para todos nosotros», corrobora Ruggero. CERCA DE LOS SUYOS Los suyos son los gen y las gen, que la rodean a ella y a su familia de atenciones, de ayudas y de afecto, siempre dispues- tos a acudir cuando hace falta. Sus relatos comienzan todos más o menos así: «Al principio nos parecía que íbamos a verla para animarla -como dice Fernando Garetto, un gen de Turín- pero pronto nos dimos cuenta de que éramos nosotros los que no podíamos prescindir de ella, pues nos sentíamos atraídos como por un imán». Y dice también: «Cada vez que entrába- mos en su habitación sentíamos que teníamos que “ajustar el alma”; y enseguida, la alegría por el rato pasado con ella. Nos sentíamos proyectados, sin ningún mérito, en la espléndida aventura del amor de Dios. Y eso que Chiara no dice cosas extraordinarias ni escribe páginas y páginas de diario. Sim- plemente ama». La razón de todo esto quizá proceda de lo que afirma uno de los médicos, Antonio Delogu: «Demuestra con su sonrisa, con sus grandes ojos luminosos, que la muerte no es. Sólo la vida es». Simplemente ama. Ama y se siente amada. Escribe a unas gen de Génova: «Siento muy fuerte su unidad, sus ofrecimientos y sus oraciones, que me permiten renovar mi sí en cada momento». Los suyos son también sus padres. Oigamos a Ruggero: «En la enfermedad hemos visto la mano de Dios: descubrí una hija nueva, desconocida. La relación que tenía con Jesús nos ayudó a dar pasos interiores necesarios. Nos transmitía serenidad: Chiara estaba gravísima, pero nunca nos dejamos llevar por la desesperación, porque en ella estaba siempre Jesús. Recuerdo que habíamos hecho meditación juntos y luego intercambia- mos alguna impresión personal. Chiara dijo: “Cuando tenemos la presencia de Jesús en medio de nosotros, somos la familia más feliz del mundo”. Y aquella noche se puso a cantar varias canciones gen. Yo temía que molestase a los vecinos, pero no me atreví a interrumpirla». Roberto Bertucci, el primer biógrafo de Chiara, subraya «la relación fuera de lo normal que se había creado entre ella y sus padres. María Teresa y Ruggero, forjados en el mismo espíritu de la unidad, habían trabado con ella una relación de camaradería insólita, de profunda unidad; la vida de Chiara se vio acompañada y favorecida por ellos dos. Frases como las que repite Ruggero nada más partir para el cielo -”Dios nos la dio, Dios nos la quitó. Bendito sea Dios”; “No sé si seremos capaces de hacer nada más en la vida, pero una obra maestra puede que sí hayamos hecho”- indican una fe profunda tam- bién en sus padres. Y esto demuestra que una familia cristiana sana da frutos, y grandes». Y los suyos son también los amigos. A Gianfranco Piccardo, que se iba a una misión humanitaria a Benin, en África, a ex- cavar pozos de agua potable, Chiara le entrega todos sus aho- rros, 671 euros, regalo de su último cumpleaños. Dice: «A mí no me hacen falta. Yo lo tengo todo». Se ve ya obligada a guardar cama, paralizada. Se interesa por él durante sus viajes gracias a las visitas regulares de su mujer, Rosalba; y a las 10 de la noche se unen espiritualmente en oración. Así comenta su amiga su último encuentro: «En aquel apretón de manos me parece que se transmitió el amor inmenso de una criatura ya totalmente en Dios». LA HERMOSA SEÑORA Nos ha quedado una grabación en la que Chiara habla de una visita al hospital, un día en que le inyectaron un medicamento en las vértebras para atenuar las insoportables contracciones en las piernas, ya paralizadas hacía tiempo. Y graba una cinta para sus amigos gen: «Para mantener a Jesús en medio de nosotros -dice-, algo importantísimo en este momento, les quiero contar brevemente una experiencia que he tenido en Turín. Ingresé para un reconocimiento con el especialista. Tenía mucho miedo, porque en ese momento no entendía lo que me iban a hacer. Me pareció que se trataba de una peque- ña intervención con anestesia local. Ha sido una experiencia preciosa porque, cuando el equipo médico empezó esta inter- vención, pequeñísima pero muy molesta, llegó una persona, una señora con una sonrisa muy luminosa, bellísima: se acer- có, me cogió la mano y me dio ánimos. Yo estaba convencida de que esta persona era del Movimiento, porque esa luz era característica de nuestro ideal. Me imaginé que mi familia, que se había quedado fuera, la había dejado pasar. De repente, tal como había llegado, desapareció: no volví a verla. Pero me invadió una alegría enorme y se me fue el miedo. Cuando salí les pregunté a mis padres quién era, pero ellos no la conocían.
  • 10. 9 Luego, dándole vueltas, no me explico lo que pasó, pero me dieron ganas de darle gracias a Dios. Racionalmente pensaba: “Será una casualidad”. Pero luego me preguntaba: “¿Y por qué ha llegado precisamente en ese momento, en esa circunstan- cia? ¿Y sobre todo con esa luz -sin exagerar- tan sobrenatu- ral?”. Me parecía un ángel. Un ángel que la Virgen me había puesto al lado. Fue un momento de Dios profundísimo. En esa ocasión comprendí que si estuviésemos siempre dispuestos a todo, ¡cuántos signos nos mandaría Dios! Comprendí también cuántas veces Dios pasa a nuestro lado y no nos damos ni cuenta». NADA DE MORFINA Los tratamientos se revelan inútiles: el mal avanza. Dice: «Si tuviese que elegir entre caminar o ir al paraíso, elegiría sin dudarlo ir al paraíso. Ya sólo me interesa eso… Lo digo con cautela, porque quizá la gente se imagine que quiero ir para no sufrir más. Pero no es así. Quiero ir a ver a Jesús». El último escáner no da lugar a la esperanza. Llegan los últi- mos meses, los más intensos. Innumerables testimonios de- muestran que, desde su cama, Chiara vive en comunión con muchas personas. Lo cual suscita la curiosidad de los médicos, que miran a aquella chica y a sus padres con interés. «Los estudiábamos -confiesa un médico del hospital Regina Mar- gherita- porque no alcanzábamos a entender por qué no esta- ban desesperados. Eran tres, pero yo veía una sola persona». Otro episodio contado por María Teresa: «Le estallaban las venas a fuerza de tantas vías. El especialista le había mandado la mejor enfermera. Tampoco ella salía airosa en el intento, pero no se daba por vencida. Descubrió una vena que aún servía, en el pulgar; una vena pequeña que se podía romper de un momento a otro. Le dijo a Chiara: “Tendrás que colaborar, quedarte inmóvil. Si mueves el dedo, salta la aguja y no po- dremos ponerte el tratamiento”. Aquella aguja parecía una mariposa. Chiara estuvo inmóvil tres días. Una de esas noches dijo: “Para mí es una pequeña prueba, porque me duele de verdad y me dan ganas de mover instintivamente el dedo. Pero entonces, para vencer esta tentación, me digo que esa mariposa es una de las espinas que Jesús tenía en la cabeza. Rechaza incluso la morfina: «Quita la lucidez, y sólo puedo ofrecerle a Jesús el dolor. Sólo me queda esto. Si no estoy lúcida, ¿qué sentido tiene mi vida?». SU HABITACIÓN Los últimos meses los transcurrió Chiara casi exclusivamente en su habitación, en la buhardilla de Sassello, atendida por sus padres y por su tía Mimma, un auténtico ángel por su sereni- dad y su dedicación. Le gustaba ese rinconcito con vigas rús- ticas. Tiene dos ventanas, una a la altura del suelo, que da al jardín, y otra justo enfrente de la cama que deja ver sólo dos rectángulos de cielo; y en su base, dos jarrones con plantas siempre en flor. En el cuarto hay repartidos unos veinte mu- ñecos de peluche regalados por las gen 4 (a Chiara le encanta- ban). Y luego un cuadro de Jesús abandonado en la cruz, acompañado de una frase: «Jesús, confío en ti». Y además un cuadrito que representa al Principito de Saint-Exupéry, con otro escrito: «Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos». En la cabecera está colgado el teléfono con el que la joven entra en contacto constante con sus amigos. A pesar de la inmovilidad, se mantiene activísima y está al tanto de las actividades de los gen, les manda tarjetitas, mensajes y deta- lles. Siempre encuentra un modo de manifestar su unidad. Y sigue con su predilección por los que no creen en Dios. Dice Fabio De Marzi, su médico de cabecera, agnóstico, que tantas veces subió a aquella buhardilla: «Desde que conocí a Chiara, su comportamiento y el de sus padres, algo ha cambiado den- tro de mí. Aquí hay coherencia, aquí me gusta todo del cris- tianismo». En la habitación también hay una minúscula escultura de santa Clara, un par de zapatos de niña, una lámpara de aceite hecha con una lata de sardinas, una Virgen de Fátima y una puesta de sol roja. En un portalápices está grabada una frase de Chiara Lubich: «Amar, amar siempre, amar a todos. Poder decir al final de cada día: “Siempre he amado”». Y luego, libros, muchos: El idiota de Dostoievsky El infierno de Dante, La historia interminable de Michael Ende, Corazón de De Amicis, Uno de Richard Bach, Carta a un niño que nunca nació de Oriana Fallad, Pavese, Sciascia, Dumas, Kipling, Hemingway (El viejo y el mar), Agatha Christie, Rigoni Stern, Varillon, Calvino, Las desventuras del joven Werther, de Goethe, Guareschi, Hesse, La leyenda del santo bebedor de Joseph Roth. Y sus libros predilectos, sobre todo en sus últimos años de vida: Meditaciones, A los gen y Palabra que se hace vida, de Chia- ra Lubich. Por último, un cartel en grandes caracteres con letra de computadora: «Hola Chiara. 1». Así es como los gen están siempre presentes junto a ella, incluso cuando los dolores no le dan tregua. LA PRUEBA Llega un fuerte momento de prueba. Un día su madre la oye gritar. Acude y la encuentra jadeante y sudorosa: «Mamá, ha venido el diablo», f le dice. Su madre trata de calmarla expli- cándole que no se sorprende de esa visita, «porque el demonio quiere ganar para sí mismo las almas más hermosas». Y la invita a estar tranquila, . «porque Jesús está contigo». Chiara continúa por su camino. Ya es adulta, a pesar de sus 18 años aún no cumplidos. Le escribe el médico de cabecera, j una vez más: «No estoy acos- tumbrado a ver jóvenes como tú. Siempre he pensado en tu edad como en un tiempo de grandes emociones, de intensas alegrías, de amplios entusiasmos. Tú me has enseñado que es también la edad de una madurez absoluta». El 19 de julio de 1989 se ve afectada por una hemorragia terrible, de la que es salvada in extremis. Dice: «No derramen lágrimas por mí. Voy a ver a Jesús, a comenzar otra vida. En mi funeral no quiero gente que llore, sino que cante fuerte. Ayer estuve casi a las puertas, pero la puerta aún no se abrió». Más tratamientos con un goteo intravenoso forzado y ruido- so: «Cada gota se puede parecer al menos un poco a los marti- llazos en los clavos para crucificar a Jesús» Y acompaña cada golpe de goteo con un «por ti». A veces incluso les pide a sus padres que no dejen entrar a Giuliano ni a los demás amigos. Un día se lo explica a él: «No era un signo de menos afecto o de tristeza. Al contrario. Es que me costaba bajar desde el punto maravilloso en que habi- taba el alma y luego volver a subir. Estoy en otra dimensión, en un ambiente de paraíso que me ha arrebatado, y todo lo que me aleja de allí lo siento como un lastre». Y un «ambiente de paraíso» es lo que perciben los que están a su lado. Es el momento de la escalada final, unos pocos meses de maduración extrema en su relación con Dios, con su esposo Jesús. Los testimonios concuerdan en atribuirle una paz cons- tante, aun en medio de sufrimientos indecibles. Ya habla con esfuerzo, ya casi no escribe: vive en su habitación, revestida de madera de abeto, inmersa en la voluntad de Dios del momento presente.
  • 11. 10 INTIMIDAD ESPIRITUAL En estos últimos meses de vida es cuando la relación con Chiara Lubich alcanza indiscutiblemente su ápice. Sigámosla a través del último e intenso intercambio de cartas: Escribe Chiara el 20 de diciembre de 1989: «Hace dos días volví del hospital de Turín, donde, desde hace unos diez me- ses, he ido por enésima vez a someterme a un ciclo de quimio- terapia. Mi estado de salud actual no es de lo mejor, porque mi cuerpo está ya duramente castigado a causa de los trata- mientos. El último ingreso coincidía con el congreso gen 2 en Castelgandolfo. Una mañana estaba especialmente mal; sabía que precisamente ese día las gen iban a hacer una oración por mí, y también yo sentí el deseo de unirme a ellas y recé junto con mi madre. Como éste es el año del Espíritu Santo7, ade- más de mi curación le he pedido al Padre Eterno que ilumine con su Espíritu a los responsables del encuentro y también que dé sabiduría y luz a todas las gen. Ha sido un momento de Dios: sufría mucho físicamente, pero el alma cantaba. Segui- mos rezando largo rato para que aquel momento no pasase. Ahora te pido un regalo para Navidad: una Palabra de vida para mí, una para mi padre y otra para mi madre. ¿Es pedir demasiado?». Chiara Lubich le responde a vuelta de correo: «Te habrás enterado de que el congreso gen ha sido una auténtica mani- festación del Espíritu Santo, gracias también a ti. Siento que estás completamente entregada y dispuesta a corresponder al amor de Dios y a decirle tu continuo sí por el Movimiento. Yo te acompaño constantemente con mi oración y con todo mi amor. He elegido las Palabras de vida que deseabas. Esta es la tuya: “El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Jn 15, 5). A tu madre le propongo ésta: “Sed alegres en la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración” (Rm 12, 12). Y a tu padre: “Te amo, Señor, mi roca y mi baluarte, mi liberador” (Sal 18, 2-3). Le pido al Espíritu Santo para ti el don de la fortaleza, para que tu alma, por el amor a Jesús abandonado, pueda siempre “cantar”». En abril de 1990, mientras continúa su calvario, lee el comen- tario de Chiara Lubich a la Palabra de vida8 del mes. Y subra- ya: «La primera condición para superar la prueba es la vigi- lancia. Se trata de darse cuenta de que son pruebas permitidas por Dios no para que nos desanimemos, sino para que, al su- perarlas, maduremos espiritualmente». El 19 de julio de 1990 Chiara escribe de nuevo: «En primer lugar te informo de mi estado de salud: he suspendido el ciclo de quimioterapia al que me había sometido porque resultaba inútil continuar con él: ningún resultado, ninguna mejoría. Así pues, ¡la medicina ha depuesto las armas! Sólo Dios puede. Al interrumpir el tratamiento, los dolores de columna debidos a las dos intervenciones y a la inmovilidad en la cama han aumentado, y ya casi no puedo ponerme de lado. Esta tarde tengo el corazón lleno de alegría, ¿sabes por qué? He recibido la visita de la madre de Cario Grisolia de Génova -un gen que había muerto unos años antes-. Ha sido un mo- mento de una fuerte presencia de Jesús en medio. La emoción era tan grande que casi no podía hablar. La madre de Cario me ha traído fotos de él, y he podido elegir una que ahora tengo delante de mí. Durante el encuentro con ella, Cario estaba con nosotras. ¿Sabes? Su presencia era tan fuerte que en un momento me he visto mirando la silla a ver si estaba allí. ¡Sí que estaba! ¿Podré yo también ser fiel a Jesús abandonado y vivir para encontrarme con Él, como hizo Cario? ¡Me siento tan pequeña 7 En ese año se profundizaba ese tema en todo el Movimiento. 8 Cada mes, todas las personas de los Focolares viven a la vez en todo el mundo una frase de las Escrituras comentada por Chiara Lubich. y el camino que me queda es tan arduo! A menudo me siento derrotada por el dolor. Pero es el Esposo que viene a buscar- me, ¿verdad? Sí, también yo repito junto contigo: “Si lo quie- res tú, Jesús, también lo quiero yo”. Una cosa más quería decirte: aquí todos piden el milagro (y tú sabes cuánto lo de- seo yo…), pero no soy capaz de pedirlo. Quizás esta dificultad para pedírselo sea porque siento que no entra en su voluntad. ¿Será así? ¿Qué te parece? Me encantaría -concluye- que pudieses elegir para mí un nombre nuevo (si crees que es oportuno)». Y ésta es la respuesta de Chiara Lubich una semana más tar- de: «Gracias por tu carta en que me das noticias de tu salud y me dices que has tenido visita de la madre de Cario. Jesús en medio establecido entre ustedes ha sido tan grande que te ha llevado a sentir la presencia de Cario. Me alegro mucho. Gra- cias también por tu foto. Tu rostro tan luminoso expresa tu amor por Jesús. Chiara, no temas decirle tu sí momento a momento. Él te dará la fuerza para ello, ¡estate segura! Tam- bién yo rezo por ello y estoy siempre ahí contigo. Dios te ama inmensamente y quiere penetrar en lo más íntimo de tu alma y hacer que experimentes gotas del cielo. Chiara Luce (“clara luz”) es el nombre que he pensado para ti, ¿te gusta? Es la luz del ideal que vence al mundo. Te lo man- do con todo mi afecto. El día de santa Clara estarás espiritualmente presente también tú». La última y afectuosa carta de Chiara Luce, firmada con su nombre nuevo, es del 9 de agosto de ese año. Expresa su feli- citación por la fiesta de santa Clara: «Hubiera querido rega- larte una cesta llena de hongos de Sassello, pero, a pesar de haberlos buscado, como habrás notado, sólo hemos encontra- do uno (de verdad); parece haber crecido para ti. Estoy conti- go y le ofrezco todo, mis fallos, dolores y alegrías, a El, vol- viendo a empezar cada vez que la cruz se hace pesada. Como no puedo meterme en la cesta para felicitarte personalmente, lo hago por escrito». ¿POR QUÉ NO VIENE YA JESÚS? Uno de los últimos días dice: «No veo la hora de irme ya al paraíso… Pero ¿no será también esto un apego, algo que hay que perder?». Teme incluso que alguien la ponga en un pedes- tal. Y escribe: «Jesús ha permitido esta prueba, pero es mérito suyo que sea capaz de aceptarla… Mío hay muy poco». Ya segura de su suerte, que por otra parte no cambiaría, pre- para con su madre y las gen la «fiesta de bodas», o sea, su entierro, hasta en los mínimos detalles. Ella misma indica cómo confeccionar el vestido blanco con una banda rosa -y le pide a Chicca que se lo pruebe por ella-, elige la música, los cantos y las lecturas. Se puede decir que los últimos días de su vida, paralizada y necesitada continuamente de oxígeno, fue- ron de verdad sus últimos momentos como novia «antes de las bodas», como a ella le gustaba repetir. La historia de la mística, sobre todo femenina, está plagada de mujeres que usan expresiones de profunda relación nupcial con Jesús; probablemente Chiara Luce forma parte de esta estela. Sin exaltaciones. Permaneció de lo más lúcida hasta el final, y rechazó incluso los fármacos porque, para aliviarle los dolores más agudos, le habrían atenuado fatalmente la vigi- lancia y la lucidez. En aquellos últimos días fue pródiga de consejos a sus padres. «Mientras me prepares en el lecho de muerte, mamá, deberás repetir continuamente: “Ahora Chiara Luce ve a Jesús”». Estaba en el amor, como atestigua una de sus últimas ocu- rrencias, dictada por su amor delicado al prójimo. En efecto, después de su muerte encontraron una nota escrita con una letra casi irreconocible: «Santa Navidad de 1990. ¡Gracias por todo! Mis mejores deseos para el Año Nuevo». La había es- condido en la cajita de las felicitaciones, segura de que su
  • 12. 11 madre la encontraría en la Navidad siguiente, pues veía que ya no iba a estar. Cuando su padre le pregunta si sigue dispuesta a donar las córneas, los únicos órganos aún trasplantables por no estar afectados por el cáncer o por la quimioterapia, responde con una sonrisa luminosísima. Escribe con esfuerzo una especie de testamento a los gen: «He salido de la vida de ustedes en un instante. ¡ Cómo me hubiera gustado parar ese tren a toda máquina que me alejaba cada vez más! Pero aún no entendía. Estaba demasiado absorbida por muchas ambiciones, proyectos y más cosas (que ahora me parecen tan insignificantes, fútiles y pasajeras). Me esperaba otro mundo, y no me quedaba más que abandonarme. Pero ahora me siento envuelta en un espléndido designio que se me va desvelando poco a poco». «Se lo debo todo a Dios y a Chiara» es una de sus últimas frases. LAS BODAS Chiara se agrava, sobrevienen crisis respiratorias y signos de sofocación. Una mañana le confiesa a su madre: «Ayer por la noche me sentía feliz porque pude ofrecer algo más». Y en otro momento: «¿Crees que será una falsa alarma? ¿Me iré?». Le responde María Teresa: «Para irte hay que esperar el tiempo de Dios. Pero estate tranquila: tienes la maleta prepa- rada, llena de actos de amor». Y Chiara Luce: «¿Crees que saldrá a recibirme la abuela?». Su madre: «Primero estará María, que te recibirá con los brazos abiertos». Y ella: «Calla, no me digas nada, que me quitas la sorpresa». Dos noches antes de morir le pide a su madre que le lea una de las meditaciones de Chiara Lubich, las únicas páginas ade- más del Evangelio que aún la satisfacen y aplacan su sed del infinito. María Teresa comienza, pero Chiara la interrumpe: «Con más entusiasmo, por favor». Y luego pronuncia una frase sencilla y fuerte que recuerda la «visita» recibida unas semanas antes: «Cuando llega el diablo lo echo, porque soy más fuerte, porque yo tengo a Jesús». La víspera quiere despedirse de sus amigos, que están en casa. No le queda ni un hilo de fuerza, pero consigue de todos mo- dos reservarle una sonrisa a cada uno o un signo con la mano. Giuliano está entre éstos: «Hay que tener el valor de dejar de lado ambiciones y proyectos que destruyen el auténtico senti- do de la vida, que es creer en el amor de Dios y nada más», consigue decirle. Llega un ramo de flores de las gen: «¡Qué bonitas, muy indicadas para una boda!», comenta. Desde por la mañana se le viene a la cabeza una frase de Chia- ra Lubich: «Ven, Señor Jesús», porque desea recibir la Euca- ristía. Y llega inesperadamente un sacerdote, que le da la comunión. Se siente muy feliz. La noche se anuncia difícil. Los médicos hacen lo que pueden, pero Chiara pide quedarse sola con los suyos. Junto a ella están su padre y su madre. Al otro lado de la puerta, los gen y otros amigos. Se respira paz y casi naturalidad. Sus últimas palabras son para su madre: «Adiós. Sé feliz, porque yo lo soy». A su padre, que le pregunta si esa frase vale también para él, le aprieta la mano. Es domingo, 7 de octubre de 1990, son las 4 de la mañana. Chiara Luce ha llegado. En un telegrama a Ruggero y María Teresa, escribe Chiara Lubich: «Demos gracias a Dios por esta luminosísima obra maestra suya». Y su último regalo: sus córneas son trasplantadas. Ahora dos jóvenes ven gracias a ella. UNA FIESTA CONTINUA La noticia de la muerte de Chiara Luce se extiende por la localidad de Sassello antes incluso del amanecer. No se ha proclamado luto, pero en la feria de la Virgen del Rosario hay poca gente, mientras que la casa de los Badano nunca ha al- bergado a tantas personas, casi una procesión. Y la gente no viene sólo de Sassello, sino también de Savona, de Génova, Turín y de más lejos aún. «Lo ha conseguido», se dicen mientras esperan a entrar en la habitación en que está Chiara Luce revestida con su blanco vestido de novia. No hay tristeza en los corazones, aunque las lágrimas caen copiosamente por las mejillas de jóvenes y adultos. A algunos les cuesta creer que pueda haber en la tierra un rincón así, como de paraíso; no se respira ambiente de tragedia: se recitan rosarios enteros, uno tras otro, con la participación convencida de los presentes, desde amigos de Sassello hasta parientes, gen, focolarinos, parroquianos, gente que no pone el pie en la iglesia, anticlericales convencidos… Chiara Luce era y sigue siendo patrimonio de todos ellos, sin excluir a nadie. Es fiesta, y un niño le tira de la falda a su madre para preguntarle cuándo van a sacar los pasteles. Ese martes 9 de octubre las tiendas de Sassello permanecen cerradas por voluntad del alcalde. En la celebración del fune- ral en la parroquia, dedicada a la Santísima Trinidad, partici- pan más de dos mil personas, de modo que la mitad de los presentes se ve obligada a quedarse en la plaza de la iglesia, donde hay un reloj solar recordado por Chiara Luce en uno de sus últimos trabajos escolares: «A menudo el hombre no vive su vida -escribía-, porque está inmerso en tiempos que no existen: o en el recuerdo o en la nostalgia. El hombre podría darle sentido a todo saliendo de su egoísmo y valorando cual- quier acción suya a favor de los demás». Incluso el empleado de las pompas fúnebres vive el entierro de un modo distinto, sin la habitual compunción. La madre de éste no quería ver los restos de Chiara Badano para poder recordarla viva. Pero él la convence: «Ve, mamá, pues verás el rostro de una santa». Incluso los que no tienen una fe religiosa quieren estar en la «fiesta nupcial», como Chiara Luce había querido llamarla. El gentío es tan impenetrable que una joven se desvanece pero no se cae, sostenida por la muchedumbre. María Teresa y Ruggero sacan incluso voz para cantar a pesar de la emoción, como les había pedido (¿o más bien apremiado?) Chiara Luce antes de morir: «Ustedes canten, que yo canto con ustedes». Y así repiten varias veces, como una jaculatoria, lo que les había encomendado su hija: «Ahora Chiara Luce ve a Jesús». Los comentarios hablan de paraíso, de alegría, de elecciones de Dios inducidas por la de Chiara. Un amigo afirma: «Por primera vez he sido capaz de estar seguro del amor de Dios». Y una amiga: «Tú, que has tenido, como yo, sueños, esperan- zas e ilusiones, ayúdame a hacer también de mi vida una obra maestra». Y una amiga gen: «Muchas cosas nos unen: congre- sos, jornadas, canciones, experiencias, bailes, bromas que hemos hecho juntas… Pero hay una cosa más que quiero hacer en unidad con Chiara Luce: hacerme santa». La gente asiste incrédula a auténticos «giros copernicanos», conversio- nes en toda regla en la vida de muchos de los presentes. Al- gunas son tan radicales, que cuesta creérselas. Pero así ha sido. Monseñor Maritano, también él conmovido, se expresa así en la homilía: «Este es el fruto de una familia cristiana, de una comunidad de cristianos, el resultado de un Movimiento que vive el amor recíproco y que tiene a Jesús en medio». Recono- ce la validez y la grandeza de la experiencia de Chiara Badano, un «testimonio de fe que ha transformado estos dos años de dolor y de atroces dolores en el plano físico. Pero lo que transforma, lo que hace el milagro, es el amor». En el funeral se lee una petición: «Para que todos nosotros encontremos a Dios tal como Chiara Luce lo conoció y dio testimonio de él: como amor».
  • 13. 12 POR QUÉ CHIARA LUCE La fama de Chiara se difunde espontáneamente y con senci- llez, lenta pero segura. El relato de su muerte «como una novia» y del entierro tan festivo pasa de boca en boca y rebota como una piedra plana lanzada al agua cristalina. Sus cartas, sus palabras y sus fotos se propagan con total naturalidad por la diócesis, por los focolares, entre familiares y conocidos, en un anhelo de noticias, de iniciativas, de querer tomar a Chiara Luce como modelo, en un radio que llega cada vez más lejos en todo el mundo. Hasta que, por iniciativa del obispo de Acqui Terme, monse- ñor Livio Maritano, que se había preocupado por Chiara Luce en su enfermedad y había celebrado su funeral, se abre lo que en términos de derecho canónico se llama un proceso de beati- ficación: el 11 de junio de 1999 se da inicio al procedimiento diocesano. Chiara Luce es declarada «sierva de Dios». Una vez concluido positivamente dicho procedimiento, el 7 de octubre de 2000 el proceso pasa a examen de la «Congrega- ción para las Causas de los Santos», en el Vaticano, donde sigue su curso. No puedo dejar de preguntarle al obispo por qué se ha tomado tan a pecho esta causa por una jovencísima diocesana suya. Su respuesta es clara, sin dudarlo: «Me pareció que su testimonio era significativo en particular para los jóvenes. No hay más que considerar cómo vivió la enfermedad y ver la respuesta que ha suscitado su muerte. No se podía dejar pasar un ejem- plo de esta envergadura. También hoy hace falta santidad. Hace falta ayudar a encontrar una orientación, un fin en la vida, ayudar a los jóvenes a superar su inseguridad, su sole- dad, sus enigmas ante los fracasos, el dolor, la muerte y todas sus inquietudes. Los discursos teóricos no los conquistan; es necesario el testimonio». Le pregunto también qué recuerdos personales tiene de Chia- ra Badano. «En los coloquios que mantuve con ella -cuenta- yo notaba siempre una madurez ampliamente superior a las jóvenes de su edad. Había captado lo esencial del cristianismo: Dios en el primer lugar, Jesús, con el que tenía una relación espontánea y fraterna; María como ejemplo; el lugar central del amor; la responsabilidad de anunciar el Evangelio, cosa que hizo muy eficazmente con su vida. Todo esto, corrobora- do por la experiencia del sufrimiento y de la muerte -no temi- da sino esperada-, hizo que su vida fuese de veras singular». Toda corriente espiritual auténtica empieza a manifestar, en un momento de su historia, ejemplos de santidad pequeños y grandes, de generosidad y heroísmo. ¿Qué ve de los Focolares en la vida de Chiara Luce? -le pregunto además. Responde: «Me parece que las cosas que más subraya el Movimiento, es decir, el lugar central de Dios y del amor, la unidad o la pa- sión por la Iglesia, están presentes en Chiara Luce. Cierta- mente el agradecimiento de la Iglesia es para Chiara Lubich, porque su Movimiento ha influido inmensamente en la forma- ción espiritual de esta joven». Maríagrazia Magrini, secretaria de monseñor Livio Maritano, ha sido elegida por la «Congregación para las Causas de los Santos» como vice-postuladora. No esconde su entusiasmo por lo que considera «no una tarea burocrática, sino un empe- ño delicado». Trabaja con gran convicción y competencia desde hace años, y sus esfuerzos han dado abundante fruto en las distintas fases del proceso. «Me he encargado de reunir los escritos sobre Chiara Luce -me cuenta-: escritos recibidos de ella y también los que se han conocido después de su muerte. Sobre todo, además de elaborar una lista de testimonios, trato de resaltar lo que ella es realmente: una santa de nuestro tiempo. Cuanto más se la descubre, más se confirma esta idea. Ya en sus cartas escritas de pequeña, se ve a Chiara como una enamorada de Jesús. Destaca su amor a los demás, el olvido de sí misma, su alegría de vivir, de dar, su alegría mientras espe- ra la muerte». AÑOS MÁS TARDE, CHIARA LUCE SIGUE HABLANDO Al entrar en el pequeño pero acogedor cementerio de Sassello, expuesto magníficamente al sur, es fácil llegar al lugar donde está situada la tumba de Chiara Luce. No hay más que obser- var dónde falta la hierba por las pisadas de los visitantes y uno descubre la capilla de la familia Badano. Ahí, su foto más co- nocida, un poco desenfocada pero con una sonrisa de paraíso, recibe al visitante y lo invita a detenerse en ese lugar que debería hablar de muerte, pero que en realidad habla de vida, sólo de vida. Aún hoy, después de años, cada 7 de octubre, con ocasión del aniversario de la muerte de Chiara, una gran muchedumbre se reúne para recordarla y rezar sobre su tumba. Son sobre todo jóvenes, pero no sólo: chicos y chicas que encuentran en su breve existencia el sentido de la vida, un ideal sin ocaso, una invitación a imprimir nuevo impulso en el recorrido espiritual. Lo que gusta es su religiosidad, normal y radical al mismo tiempo, su modo de ser una joven auténtica y de hoy y, en cierto sentido, «inconformista», como lo era Jesús. Acuden al cementerio de Sassello porque sienten que es una de ellos que ha conseguido ser fiel a Dios hasta el final. Muy a menudo la gente deja al lado de la foto de Chiara Luce una notita, una carta, una frase. Unos le dan las gracias entre lágrimas por haber recibido una gracia; otros le agradecen simplemente su compañía, que se mantiene con los años, sobre todo en los momentos más difíciles; otros le recuerdan un familiar enfermo o le confían su alma para que les indique el camino justo. El 1 de octubre de 2000 se celebró el décimo aniversario del «viaje al cielo» de Chiara Badano. Más de mil jóvenes, proce- dentes de casi toda Italia y también de fuera, se reunieron por primera vez en Sassello y luego en Acqui Terme. «Una jorna- da extraordinaria -escribe un grupo de Milán-. Sassello se deshacía en lágrimas que bajaban del cielo y corrían por nues- tras mejillas por la experiencia que estábamos viviendo, por el nuevo compromiso que nos brotaba de dentro. En la habita- ción de Chiara Luce -donde fuimos desfilando en pequeños grupos- nos vimos proyectados en poco más de diez minutos en una vida espléndida. En el cementerio, envueltos por el misterio de la muerte que es vida, nos impresionó comprobar hasta qué punto el dolor y el amor son una única realidad. A Chiara Luce le pedimos la capacidad de amar a Dios y a los demás “hasta el final”. Un momento sagrado, prolongado. La habitación de Chiara Luce, abarrotada de tantos jóvenes, pa- recía una capilla; muchos se persignaban espontáneamente al entrar. Y salían de la casa hacia el cementerio con la alegría reflejada en el rostro, con un recogimiento que expresaba un encuentro cara a cara con Dios». En la capillita del camposanto, numerosos jóvenes dejan men- sajes, decisiones, promesas, dolores, peticiones de gracias. «Chiara Luce, gracias por ese paraíso que construíste ya en la tierra y que me has hecho tocar y sentir hoy. Gracias por haber dicho ese sí y por haber sido siempre fiel, prefiriéndolo a El a todo. Gracias por haberme enseñado el camino para lle- gar a El y permanecer en El. Esa antorcha que has puesto con tanto amor en mis manos, quiero pasársela a todos», dice Monica de Trieste. Luego, en la plaza del mercado de Acqui, además del obispo, monseñor Maritano, muchos jóvenes se suceden en el escena- rio para hablar de la joven: unos la han conocido personal- mente y otros han tenido noticia de su experiencia, pero todos quieren tenerla de modelo. «Este escenario no es ya nuestro; nunca he visto un gentío tan variado», comenta el joven con- cejal de políticas juveniles de Acqui. Y la misa solemne, cele-
  • 14. 13 brada por monseñor Maritano en la catedral como conclusión de la jornada, es una gran fiesta. Hay quien comenta: «Desde hoy Acqui ya no es la misma». SU FOTO, SU SONRISA De Chiara Badano han quedado unas cuantas fotos; pero nin- gún primer plano de su «edad madura», de sus 17 o 18 años está bien enfocado, salvo varias imágenes sacadas cuando ya se acercaba la hora de su viaje al cielo, cuando ya había perdi- do todo el pelo. Una belleza más del cielo que de la tierra. Pero hay una foto, como ya sabemos, sacada en la cocina, con unas cucharas de madera colgadas de la pared, en la que ense- ña una sonrisa tan radiante -tan de cielo, podríamos decir- que muchas personas se quedan fulminadas aun sin saber de quién se trata, sin conocer sus vicisitudes. Un joven, Rosario Tos- cano, escribe después de haber visto esa foto, la misma que hemos puesto en la cubierta de este libro: «Hay una luz que brilla a nuestro alrededor, que brilla en nuestros corazones. Es tan arrolladora, suave y cândida que me arrastra. Chiara, tu espléndida sonrisa, Chiara, tus maravillosos ojos, que me llevan con inmensa suavidad». Y Valentina Ansaldi, una adolescente, se expresa así después de haber participado en Acqui Terme en una conmemoración de Chiara Luce: «Sucedió todo de improviso, inesperado, flo- taba algo extraño en el aire… Habían montado un escenario, y en lo alto, un cuadro impresionante, más que por su tamaño, sobre todo por la intensidad y luminosidad que reflejaba la chica de la imagen: Chiara Luce. Me sentí fascinada por esa foto, no podía apartar la mirada… Lo que sé es que me sentía extraordinariamente bien, serena, límpida». Una foto que ha dado la vuelta al mundo gracias a Internet: con cualquier motor de búsqueda se puede comprobar que las webs que hablan de Chiara Luce Badano son varios cientos. No sólo en Italia, sino en todo el mundo, incluidas Corea y Botswana. Todas, prácticamente sin excepción, reproducen la foto de Chiara sonriente. UNA DE NOSOTROS Indudablemente, la experiencia de Chiara es contagiosa. Por ejemplo, una chica que está en diálisis, gravemente enferma, cuenta en un congreso gen: «Dios me ha hecho comprender que Chiara Luce es mi modelo. Quiero comprometerme delan- te de todos y decirle mi sí a Jesús abandonado». Por su parte, un adolescente, Elisos Gabutti, le escribe a Chiara Luce: «Quería irme de casa. El mismo día en que tus padres vinieron a hablar de ti aquí, a nuestro colegio, comprendí que estaba cometiendo el error más grande de mi vida. Al escuchar lo que dijeron, decidí que quiero vivir una vida como la tuya». Y una chica de Saluzzo: «Chiara amaba a las personas que tenía al lado olvidándose totalmente de su dolor físico. Un amor pleno, desinteresado. Esto para mí es una enseñanza grande, porque muchas veces intento amar a las personas que me rodean pretendiendo siempre algo a cambio». El impacto no es sólo en Italia, sino también más lejos: Chiara ya es conocidísima en muchos lugares. Entre otros muchos ejemplos, tomemos el de unas chicas de Pakistán. Escribe Samina, de 21 años: «Cuando vi la revista y el vídeo sobre Chiara Luce me quedé muy impresionada. Ahora será para mí un modelo de vida y, como ella, quisiera ver con mis ojos al verdadero esposo: Jesús». Y Aysha, de 22 años: «Su vida es una cascada que cae desde altas rocas. Siempre está bajo el sol, pero a nosotros nos da de beber agua buena». Y una joven de 28 años, Nayla: «La historia de Chiara Luce me ha llegado en el momento justo a través de la revista Cittá Nuova. Durante unos días no había podido ir al trabajo porque estaba enferma. Cuando volví a presentarme, me enteré de que me habían despedido. Fue un duro golpe, pero sentía que no debía po- nerme nerviosa o juzgar a mis jefes. Me acordé de Chiara Luce y le dije a Jesús: “Por ti, lo que me hace daño es mío”, como hacía ella. Sentí el valor de no ceder. Y tuve la recom- pensa, porque encontré un nuevo trabajo enseguida». Y desde Colombia llega la noticia de un encuentro con un centenar de jóvenes que, en directo, llamaron por teléfono a los padres de Chiara Badano para conocer mejor a esta chica, de la cual les había hablado don Maurizio di Todi, que traba- jaba en una acción de apoyo a niños necesitados. Cuatro de estos jóvenes decidieron a continuación viajar desde Colombia hasta Italia y llegar hasta Sassello, hasta la tumba de Chiara Luce, para darle, las gracias en nombre de todos los demás. UN AULA, UN GIMNASIO Y UNA SECCIÓN DE HOSPITAL Chiara Luce empuja a la generosidad y a la emulación, y no son pocos los que desean ponerle su nombre a algo que les sea especialmente querido, como para perpetuar su sonrisa en muros y cemento. Por ejemplo, el matrimonio Giribaldi, que había conocido bien a Chiara Luce y que poseía una casita en la montaña, le pusieron su nombre, y ahora la prestan a per- sonas que no tienen medios para irse de vacaciones. Muchas veces, las personas que se hospedan en esa casa, impresiona- das por el clima que allí se respira, dejan una carta de agrade- cimiento a Chiara Luce. En el décimo aniversario de esta baita Chiara Luce9, en verano de 2003, se organizó una fiesta a la que fue invitado el matrimonio Badano para contar su expe- riencia. Pero también quisieron participar el alcalde y el con- cejal de cultura del pueblo, Novalesa, y por la tarde, un quin- teto de viento de la orquesta sinfónica de la RAI de Turín ofreció un concierto. La recaudación se destinó a un proyecto en África, siguiendo los deseos de Chiara Badano. Por su parte, en el Cotolengo de Turín hay una sección hospi- talaria dedicada a Chiara Luce. Escribe don Carmine Arice: «Hace poco fue rehabilitado el pabellón de la familia Santa Isabel, que hospeda a unas treinta inválidas. Esta familia dedi- ca sus secciones a personas que puedan inspirar ejemplos y ofrecer intercesión para el camino cristiano de cada uno. Por eso se ha dedicado una de estas secciones a Chiara Luce, con la certeza de que su modo heroico de vivir la vida cristiana y sobre todo la experiencia del sufrimiento podrá servir de ejemplo para muchas personas». También en la parroquia de San Bernardino, en Albenga, provincia de Savona, se ha dedicado una sala parroquial a Chiara Luce. Los animadores escriben: «Desde que le enco- mendamos nuestros jóvenes a Chiara Luce, hemos experimen- tado su presencia viva entre nosotros y su ayuda. Se han in- corporado al grupo muchos jóvenes y la sala se ha convertido en su punto de encuentro para divertirse y para crecer». Uno de estos jóvenes escribe: «La experiencia de esta chica de- muestra que podemos construir de verdad un mundo nuevo, que es posible emplear nuestra vida en algo grande». El Consorcio Tassano, de Génova, ha fundado una cooperati- va de restauración dedicada a Chiara Luce; en el restaurante, situado al lado del santuario de Nuestra Señora de la Guardia, muy querido para los genoveses, el rostro sonriente de la joven recibe a los peregrinos. En Génova se le ha dedicado a Chiara Luce Badano incluso un gimnasio. PARROQUIAS, DIÓCESIS Y COLEGIOS El ejemplo de Chiara Badano suscita interés por todas partes, no sólo en individuos y familias. Asociaciones, parroquias, 9 Baita: refugio o casa sencilla de montaña propia de los Alpes, de piedra y madera.