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En este texto se analiza la estructura de las familias y hogares constituyen una parte
importante y explicativa de los entramados sociales y de las relaciones entre las
personas que los componen. De modo que, para conocer el modo en que se organiza una
sociedad es imprescindible tener en cuenta cómo son las familias y los hogares en dicha
sociedad.
Según los datos que recogen las graficas diseñadas por el Instituto Nacional de
Estadística existe un 23,2% de personas que viven solas en su hogar, dentro de este
grupo encontramos dos subgrupos: los menores de 65 años que corresponden a un
13,7% (2.484.133 de hogares), habiendo una variación sobre el 2001 de un 63,7 % y los
mayores de 65 años o más corresponde a un 9,5% sobre el total (1.709.186 de hogares),
variación sobre el 2001 de un 25,8%. Este tipo de estructura de hogar lleva al
envejecimiento de la población por lo que es cada vez mayor como consecuencia de la
mayor esperanza de vida de la que disfrutamos. Teniendo en cuenta la importancia de
las pensiones como fuente de ingresos en este grupo, y las dudas que se están
planteando sobre la sostenibilidad del actual sistema de pensiones. Por otra parte, el
envejecimiento supone para la sociedad una importante transformación económica y
social. Por consiguiente, se hace necesario hacer frente a nuevos desafíos para ofrecer
un marco adaptado a las personas de todas las edades, ya se trate de hombres o de
mujeres.
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Otro tipo de estructura de hogar corresponde a las parejas sin hijos, estos ocupan un
21% sobre el total (3.804.677), se ha producido un 55,4% de variación sobre el 2001.
Este importante crecimiento está determinado por varios factores. En primer lugar, el
envejecimiento de la población. En segundo lugar, el adelanto de la emancipación de los
hijos produce la entrada de un mayor número de parejas más jóvenes en este modelo de
convivencia, tras la emancipación del último de los hijos
En tercer lugar están las parejas con hijos que corresponden a un 35% de la población,
dentro de este grupo se puede hacer tres subgrupos: con un hijo que son el 16,3% de la
población (2.943.475 de hogares en 2011), los cuales han aumentado un 34,8% con
respecto al año 2001, con 2 hijos que son el 15,5% de la población (2.804.715 de
hogares en el 2011), los cuales han aumentado respecto al 2001 un 11,6% respecto al
año 2001 y con 3 o más hijos son el 3,2% de la población (573.732 de los hogares en el
2011), los cuales han disminuido un 32,8% respecto al 2001. Los hogares familiares
constituyen el montante principal de todos los tipos de hogares, pero este tipo de hogar
se ha visto afectado con el paso del tiempo, ya que de manera que mientras que en la
década de los años 90 tenían un crecimiento bastante importante, todos los hogares
familiares solían ser familias numerosas y actualmente ese modelo de familia casi ha
desaparecido prevaleciendo 1 o 2 hijos, el tener 3 hijos o más ha disminuido por que
hay muchas parejas que económicamente no pueden afrontar el tener una familia
numerosa con el gran declive económico que hay en esta época.
En cuarto lugar se encuentran los hogares formados por un adulto con hijos, son un
9,3% de la población; dentro de este grupo están las madres con hijos que representan
un 7,5% de la población (1.359.376 hogares en 2011), el cual ha aumentado un 44,8%
respecto al año 2001 y los padres con hijos representan el 1,8% de la población
(333.882 hogares de 2011), los cuales han aumentado un 59,7% respecto al año 2001.
Estos porcentajes han aumentado a medida que la sociedad se ha modernizado y se
siente más independiente, las personas deciden tener los hijos solos para que así no
tengan que depender de nadie. Las mujeres tienen más iniciativa en este aspecto, ya que
la sociedad se lo suele poner más fácil; pero a medida que la sociedad está
evolucionando los hombres también han decidido dar este pasó y tener hijos ellos solos,
a través de los vientres de alquiler aunque ese método en España está prohibido. A
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consecuencia de esta evolución los hombres son los que más rápido se han desarrollado
en estos últimos 10 años.
En el último lugar, se encuentran los hogares denominados otros, son un 11,5% de la
población; dentro de este grupo están un grupo no familiar que representan el 1,4% de la
población (246.835 de hogares en 2011), este subgrupo ha variado respecto al año 2001
un 77,3% más y otro tipo de hogar que lo forman el 10,1% de la población (1.823.680
de hogares en 2011), este subgrupo ha variado respecto al año 2001 un 9,9% menos.
El total de la población es de 18.083.692 de hogares españoles que respecto al año 2001
ha aumentado un 27,5% esto es debido principalmente a la llegada masiva de
inmigrantes a la Península Ibérica. En lo referente a los últimos diez años, los datos de
demografía aun despuntaban positivamente. La radiografía hecha por el INE también
refleja que se trata de un país cada vez más envejecido, donde la edad media ha
aumentado un año y medio en una década y se sitúa en 41,5 años; en el que por cada
persona en edad no activa sólo hay dos personas en edad de trabajar y con 97 hombres
por cada 100 mujeres.
Las familias con mayor aumento han sido las parejas de hecho, del año 2001 al 2011
han aumentado un 196%; que han aumentado a consecuencia de que, el no estar casados
ya no está mal visto por la sociedad como antes lo estaba y las familias reconstruidas
que han aumentado del año 2001 al 2011 un 111%, esto se debe a que el divorcio ya no
ha sido tan mal visto como en los años anteriores y las personas han podido ser libres
para poder divorciarse, y a partir del divorcio se ha podido reconstruir familias nuevas.
En los hogares españoles cada vez viven menos personas a partir del año 1970 los
porcentajes han ido bajando hasta llegar a que los hogares unipersonales han llegado a
alcanzar a un 23,2% sobre los todos los hogares españoles en el año 2011 y en cambio
en el año 1970 estaban 7,8% sobre los hogares españoles. En los hogares que viven más
de una persona también han descendido desde el año 1970 al 2011, en el 1970 había una
media de personas por hogar del 3,82% en cambio en el 2011 la media es de 2,56%
sobre los hogares de los españoles.
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El próximo año 2013 será el primer año desde 1981 en que, según datos del INE,
España perderá población. Así, el número de ciudadanos se reducirá de 46.196.278 a
46.094.454. No son precisamente alentadoras las cifras del Estudio de proyecciones de
población a corto y largo plazo, que indican un descenso de natalidad del 24% para los
próximos 40 años llegando a tener España únicamente 45 millones de personas en 2022.
Atendiendo a las cifras de este último año, la realidad respecto a los extranjeros es bien
distinta. La crisis económica y la falta de protección que afecta a los inmigrantes, les
convierte en el sector más desprotegido frente al paro y la exclusión social. Pese a la
reducción de extranjeros provenientes de América Latina, la variación interanual de
inmigración ha aumentado un 3,25% en 2012 respecto a 2011 debido principalmente a
la eliminación de barreras que facilitan el asentamiento en España de ciudadanos
europeos. El saldo migratorio, diferencia entre emigraciones e inmigraciones, sería
negativo en el año 2012, en 181.479 personas, en línea con 2011, que también fue
negativo, en 50.090. Dicha cifra se plantea como la consecuencia directa de la reducción
de la cantidad de inmigrantes en un 17,7 por ciento respecto al año anterior y de una
emigración al extranjero prevista de 558.175 personas, un 9,9 por ciento superior a la de
2011.
Los cambios en la mortalidad, la natalidad y las migraciones producen una amplia
variedad de efectos sociales de muy diversa intensidad. Provienen esencialmente de
cuatro ámbitos: familias, educación, economía y protección social.
Para las familias
Las consecuencias sociales más directas de los cambios de la población tienen lugar
seguramente en las propias familias. Podemos comenzar con su formación mediante el
matrimonio. El descenso de la natalidad afecta por igual a ambos sexos, pero en las
parejas suele haber una diferencia de edad de unos tres años. Eso significa que los
varones nacidos justo antes de una caída de la natalidad brusca van a ser más que las
mujeres nacidas tres años después, entre las cuales buscarán pareja. A la inversa, las
mujeres de las primeras cohortes reducidas tendrán muchos más hombres para elegir
que sus compañeras.
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Hay una relación estrecha y compleja entre la disminución de la natalidad y los cambios
en las pautas de noviazgo y matrimonio. Por detrás de todo ello está sin duda alguna la
eficacia en el control de la natalidad. Las relaciones sexuales prematrimoniales han
pasado así de estar formalmente prohibidas y prácticamente muy dificultadas a darse
por supuestas e incluso a exigirse implícitamente como garantía de éxito del
matrimonio. Con el descenso de la fecundidad está conectado el retraso en la
emancipación, es cierto que la fecundidad disminuye porque los jóvenes retrasan la
edad de matrimonio. Pero, por otro lado, también es cierto que los jóvenes se quedan en
casa porque literalmente ha disminuido la fecundidad.
La disminución de la fecundidad matrimonial tiene reflejo inmediato en la disminución
del tamaño de los hogares. Del año 1970-1991 estuvo muy extendida la idea del
predominio de la familia extensa, pero a consecuencia de que la sociedad se ha
modernizado se ha dado el predominio casi absoluto del hogar nuclear, tampoco es de
extrañar que el descenso del número de hijos sea la causa principal del descenso en el
tamaño de los hogares.
Para la enseñanza
Los nacimientos de este año son los alumnos de dentro de tres. La clientela del sistema
escolar ha disminuido en exactamente la misma medida que la natalidad. ¿Cómo ha
reaccionado la escuela ante este reto? Mucho mejor, desde luego, de lo que muchos
esperábamos.
En los años ochenta, cuando el fenómeno se anunciaba, se pensó que nos
encontrábamos ante una industria en contracción que iba a provocar fenómenos de
reconversión. Habría que cerrar colegios y prescindir de maestros, clausurar o casi las
escuelas de Magisterio.
Nada de esto ocurrió, sin embargo. El sistema escolar ha dado pruebas de una enorme
capacidad de adaptación.
Se ha escolarizado más a los niños de tres años y a los adolescentes. El descenso de
alumnos ha llegado hace poco a la Universidad, con algún retraso sobre las previsiones
aunque aún no muy intenso ha producido ya notables disminuciones en ciertas
universidades periféricas y en las carreras que se nutrían de alumnos desviados por el
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numerus clausus de las más demandadas. Algunos rectores han comenzado a hablar de
reconversión y otros se han puesto a imaginar medios de atraer a los estudiantes.
No han tenido suficientemente en cuenta la experiencia de la enseñanza primaria y
media, que se pueden dedicar los medios a mejorar la calidad.
Apenas se presta atención al hecho de que la baja fecundidad fomenta la matrícula
escolar. Los hijos de familias numerosas tienen probabilidades mucho más bajas de
continuar estudiando tras la enseñanza obligatoria que los vástagos de familias
pequeñas. Es una distancia casi tan grande como la que hay entre los hijos de
profesionales y de obreros agrarios, o entre hijos de universitarios e hijos de
analfabetos. Ahora bien, el descenso de la natalidad se ha debido sobre todo al aumento
de familias con uno y dos hijos y a la disminución de las familias numerosas. La suerte
escolar de los hijos de familias numerosas no ha mejorado, pero son cada vez menos
para tirar hacia abajo de las tasas de matriculación. Es uno de los aspectos en que la
menor cantidad de hijos se ve compensada en parte por su mayor «calidad».
La llegada de hijos de extranjeros ha causado una pequeña revolución en las escuelas.
No se trata de un fenómeno cuantitativamente importante. Durante la mayor parte de su
historia, las escuelas americanas y las de Oceanía han sido escuelas de inmigrantes, con
proporciones mucho mayores, desde luego, de hijos de extranjeros. Ni siquiera es un
fenómeno nuevo en España: las migraciones interiores crean situaciones actuales muy
parecidas. La única diferencia importante entre un niño que llega a España con seis años
y uno nacido aquí es el conocimiento de la lengua, la misma diferencia que hay entre
niños españoles cuando se trasladan entre CC AA con lenguas de enseñanza distintas.
Partiendo de estas consideraciones, parece claro que los problemas de integración
escolar de los niños de inmigrantes están teniendo una resonancia exagerada.
Contribuye a ello la concentración de los niños extranjeros en ciertas escuelas —las
dificultades no son del sistema, sino de esas escuelas—, la necesidad de legitimación
De los enseñantes, particularmente los de la enseñanza pública, la búsqueda de un
objeto autóctono al que aplicar las ideologías multiculturalitas.
La disminución de la natalidad y la inmigración pueden tener consecuencias desastrosas
para el funcionamiento efectivo de la red de centros públicos y concertados.
Entre cantidad y «calidad» de los hijos; si se tienen menos hijos no sólo se puede, sino
que se debe gastar más en cada uno; y, al revés, hay quien tiene menos hijos para poder
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gastar más en ellos. Peor aún: padres con pocos hijos pueden hacerlos objeto de una
atención excesiva. La mala conciencia puede llevar a comprarles lo más caro con tal de
que nadie pueda reprocharles nada. En cualquier caso, menos hijos significan más
medios y más medios significan aumento de las posibilidades de elegir escuela privada
antes que escuela pública. Al caer la demanda, ciertas escuelas concertadas se cierran
sigilosamente (centros en crisis); pero las que se mantienen hacen una dura competencia
a la escuela pública.
En muchos lugares, los centros públicos se quedan vacíos mientras los privados se
llenan, sin que la menor ratio alumno-profesor llegue a compensar el desequilibrio.
La competencia está llevando a la reapertura de la brecha entre público y privado, a
revivir viejas divisiones ideológicas y a resucitar añejas acusaciones de clasismo. Pues
bien, así las cosas es grave que los defensores de la escuela estatal acusen a la privada
de no aceptar su cupo de inmigrantes. Es una actitud que no sólo deja en pura retórica
las declaraciones de principios sobre las bondades del multiculturalismo y la riqueza de
la diversidad, sino que da pábulo a los prejuicios de los padres contra las escuelas a las
que asisten inmigrantes y contribuye a la formación de escuelas-ghetto.
Para la economía
Quizás la primera consecuencia económica de la disminución de la natalidad sea el
aumento de la renta per cápita, mientras que la primera consecuencia del alargamiento
de la vida sea su disminución. Para hacerse una idea basta con dividir a la población en
tres grandes sectores de edad: adultos, niños y ancianos y suponer que los adultos
mantienen a los otros dos grupos (no importa el modo cómo se dividan entre ellos el
trabajo, incluyendo el doméstico). Es fácil entonces calcular que de haberse mantenido
la natalidad habría ahora unos cuatro millones más de españoles, es decir, como un 10
por 100 más y que la renta per cápita sería también aproximadamente un 10 por 100
menor.
La disminución de la fecundidad aumenta, en cambio la oferta de trabajo de las mujeres
disminuye. Las mujeres se plantean seriamente lo de ser madres; ya que les puede costar
el perder el puesto de trabajo que tienen, y para las que no lo tienen les es difícil
encontrarlo ya que muchos empresarios prefieren a personas sin compromisos
familiares porque eso les quita más trabajo. Por lo que es lo más normal que la
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fecundidad descienda porque las mujeres tienen que trabajar para poder mantener a los
hijos.
De entre todas las consecuencias económicas, han recibido especial atención las
interacciones entre demografía y vivienda. Por un lado se atribuye al alto precio de la
vivienda parte del descenso en nupcialidad y natalidad. Pero por otro lado, es evidente
que en el cambio de siglo todos los fenómenos demográficos han confluido para
aumentar la demanda de viviendas.
Mientras al aumentar su longevidad autónoma los ancianos han estado liberando cada
vez menos viviendas, se están independizando ahora las generaciones más numerosas,
que buscan vivienda en competencia con los inmigrantes.
Sanidad y servicios sociales
Además de los gastos de pensiones, el aumento de las personas mayores aumenta los
gastos de Sanidad y Servicios Sociales, y plantea problemas de reorganización en
ambos.
Hay en España un importante déficit de recursos públicos, sea en plazas residenciales,
sea en ayuda a domicilio, que alivien la carga de las familias, las cuales, viendo las
cosas desde la óptica opuesta, estarían cargando con los deberes del Estado. Y aquí
entran en juego los inmigrantes, casi la mitad ellos mujeres que trabajan en el servicio
doméstico y el cuidado de ancianos y dependientes.
Determinar el mix de los servicios sociales se ha convertido en un tema político de los
más complicados, sobre todo por sus implicaciones directas sobre el trabajo de las
mujeres.
Las incidencias que implican en el sistema educativo dicha estructura de los hogares
españoles.
El estudio muestra que los padres y madres que encabezan núcleos monoparentales
tienen unas condiciones de vida que, en conjunto, son inferiores a las de los que viven
en pareja, y ello influye en gran medida en las oportunidades de sus hijos ante la vida.
Además, no sólo se dan inequidades entre los menores que viven con sus dos
progenitores y los que lo hacen con su padre o con su madre, sino también entre los que
experimentan distintas formas de monoparentalidad. El estudio resalta que las
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condiciones de vida, las tasas de abandono escolar y las expectativas de desarrollo
futuro del menor en España dependen, en gran medida, de la tipología de núcleo
familiar en el que se desarrolla su infancia. El escaso gasto en prestaciones y servicios
destinados a las familias en general perjudica más a las más vulnerables -como es el
caso de las monoparentales- que a otras unidades familiares y constituye uno de los
factores que se encuentran asociados a los elevados niveles de pobreza infantil.
Ante la consolidación de las formas monoparentales como un fenómeno normal y
legítimo, serían necesarias unas respuestas que minimicen el coste que dichas opciones
tienen no sólo para los propios afectados sino también para el conjunto de la población.
Una de las conclusiones del estudio es que para garantizar la igualdad de oportunidades
de los menores, los Estados de bienestar deberían adoptar unas políticas sociales más
orientadas hacia la infancia así como afrontar la realización de profundas reformas. El
bienestar de los niños y adultos que viven en hogares monoparentales depende en gran
medida de cómo son tratados por los gobiernos de cada país y de cómo y hasta qué
punto se pretenden salvar las brechas entre las estructuras sociales emergentes y las
disposiciones en vigor de los Estados de bienestar.
Por último en mi opinión, los españoles vivimos más que nunca y somos en conjunto
más viejos que nunca. También tenemos menos hijos que jamás en la historia y por ello
cada vez tenemos menos jóvenes entre nosotros. Es muy probable que hubiera ocurrido
de todos modos, pues el descenso de la natalidad obedece a tendencias que operan en el
mundo entero y han actuado exactamente del mismo modo que en España en los países
del Sur de Europa. Pero parece innegable que la Constitución abrió las puertas a estas
tendencias, que hasta entonces tenían que colarse por ventanas y rendijas.
Gracias a ella las parejas pudieron controlar la fecundidad, la vida amorosa de los
españoles se liberó de la tiranía de la costumbre, la elección responsable se amplió a la
procreación y las relaciones familiares se hicieron más puramente afectivas. Por último,
viven y trabajan con nosotros cada vez más extranjeros, que sin duda no lo habrían
hecho de no haber sido porque una Constitución democrática nos facilitó la entrada en
Europa. Todo esto ha dado lugar a fenómenos sociales nuevos que plantean problemas
políticos de solución incierta: cómo pagar las pensiones, cómo atender a los ancianos, si
reformar las escuelas, cómo regular la inmigración, qué políticas familiares articular, y
muchos más.
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