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HECTOR MEOÑO VINCENZI
SOCIOLOGIA Y EDUCACION
Breve ensayo de los nexos entre
la sociología y la educación.
imp. "La Tribuna"
SAN JOSE, COSTA RICA
1 9 4 3
HECTOR MEOÑO VINCENZI
SOCIOLOGIA Y EDUCACION
Breve ensayo de los nexos entre
la sociología y la. educación.
ÏJïîP. "La Tribuna"
SAN JOSE, COSTA RICA
1 9 4 3
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E X O R D I O
w T A, este primer fruto de mi esfuerzo, con el sin-
I / cero deseo de contribuir, dentro de mis pocas
* facultades, al incremento del estudio de aquellos
problemas que hoy, y siempre, exigen la aten
ción decisiva de los hombres, sin distingos ni creen-
cias que obstaculicen la solución respectiva. En él no
hay doctrina ni un estilo determinado. No busco más
que dibujar, para mis compatriotas, algunos aspectos
del individualismo psicológico, ansiando, empeñosa-
mente, se comprendan mis propósitos. He tratado de
ser todo lo cloro que el tema requiere; si esta aspira-
ción no fué alcanzada, pido disculpas. Mi inquietud
juvenil tal vez ha derramado su vitalidad hasta llegar
al vértigo, pero al vértigo que produce el apasiona-
miento por lo SMIO y lo verdadero.
He creído que el abordar temas educativos y socio-
lógicos es de un interés capital. Por ello considero que
resulta deber trascendente de quien los analiza, actuar
con mesura; ante todo, con algún conocimiento positi-
vo de la materia. No pretendo vestirme con el título
de sociólogo ni de educador. Solamente quiero hacer
constar que, si uno trajina al vaivén de los pequeños
y grandes acontecimientos mundiales y si éstos son
objeto de la mirada escrutadora de los hombres, hay
que señalar posicionis y colores; han Que definir el
punió de vista personal y danie la preseutaciiin exlem.a
que tas circunstancias demanden. Ese mi anhelo. Aun-
que pobremente, creo no dejar dudas en cuanto a los
principios que sustento. Ellos son. resultado de la i.¡-pe-
riencia diaria. Que se me castigue la jornia, oiu se
desmenuce el contenido por no corresponder. en ciertos
inovu ntos, ati sentir de mis lectores; lo acepto de bue-
nas maneras. Pero que no se ponga en entredicho la
buena fe que vacio en mis líneas. Eis convicción mía. el
•sendero que me propongo demarcar.
En lo referente a las citas que hayo de J. ,/. Rou-
sseau, Spencer, Peslalozzi y Seniles, he de manifestar
que, si bien ellos pertenecieron c* épocas que en la ac-
tualidad se prnilen llamar clásicas, no por i-so sus n.i-io-
mas han perdido fuerza y lógica. Aun hoy, cien o dos-
cientos años después de haber dado a publicidad -us
»lá.rimus, tienen ellas tan estrecha relación con los vm-
vtmie tilos de nuestro siglo, que es imposible objetarlas
por arcaicas. Esos tipos enunciaron, para gloria del fu-
turo. )'a contemplarnos los efectos razonables de su
metodología. El individualismo psicológico se alarga roa
'mareada rapidez; el hombre continúa valorizándose me-
dianil una lucha sin cuartel, y él triunfará; lo asegu-
ro, fio con la certeza del que vaticina, pero si con la
espt ribazo del que por Jo menos, .superficialmente, cono-
ce los atribuios del sujeto que es nervio, R<I;ÓN !J ac-
ción.
Es mi. ensayo, por consiguiente, una síntesis del hi-
ño, del hombre y del estado.
EL AT'TUR.
ACTITUD AFIRMATIVA DEL SUJETO
RACIONAL
Como age r.te evolutivo del
orden humano, todo hombre
debe educarse y . . . educar.
E
L estudio crítico de los postulados que
afectan, decisivamente, la conformación
espiritual, intelectual, moral etc., del niño,
es de una importancia que amerita la delicadeza
misma del asunto. Y debe de ser así por cuanto se
sabe, con propiedad, que el nivel social político
de una nación depende, en porcentaje sensible,
de la solidez cultural que alcanzan sus componen-
tes. Nuestra crítica, en síntesis, no pretende más
norte que el de contribuir, con el mejor de los
deseos, al esclarecimiento y subsiguiente elogio de
preceptos que a la hora se vislumbran en mar-
cha de victoria. Afirmamos, en consecuencia, la
necesidad de que la instrucción integral penetre,
no interesan sus movimientos paulatinos si son
robustos, en el afán evolutivo de nuestro siglo.
Es más: resulta que su adopción tiene que ser
— 7
también integral, dado que es el punto de partida
de aquélla. El paso es lento pero seguro. A ese
propósito noble'como el que más, han de dedicarse
los esfuerzos y cualidades de los hombres que,
por ventura, aprisionan el don de la inteligencia
positivamente creadora. No es de justos que, quien
pueda, se niegue a darse por entero a la causa
de la superación del númen individual, principio
del colectivo. Tampoco que, aun los menos capa-
ces para el efecto, no ofrenden, al mejoramiento
de Jas instituciones de misión preceptiva, su míni-
mo haber cultural. De entre todos habrá de salir,
en una exaltación de la fortaleza humana, un con-
junto de omnicios para coronar los axiomas de la
pedagogía auténtica, realista. ¿Es un llamado lo
que decimos? No. Solamente una insinuación. No
nos compete lo primero porque carecemos de au-
toridad ¿Lo segundo? Quién sabe. De todos mo-
dos queremos participar en las contiendas de
nuestra generación. Somos de los "menos capa-
ces" pero de una sinceridad a prueba.
Si en los actuales momentos la corriente ul-
tramaterialista que ha tomado posesión del mun-
do, obstruye la serenidad con que tienen que
abordarse los conflictos de la educación e instruc-
ción juveniles, todavía se perfilan elementos de
reciedumbre que, escondiéndose de la locura de
sus semejantes, rompen el conformismo que do-
mina y lanzan al presente el fruto de su empe-
ño. Por ello tales sujetos se agigantan en el co-
razón de los que analizan, en el aprecio de los que
8 —
si ciertamente no hacen gala de erudición; (éste
nuestro caso) siquiera auscultan, con rapidez, la?
posibilidades de los seres. Aquí la justificación de
nuestro enuncio. Que si la concupiscencia avanza
anegando y sujetando la personalidad, y las mu-
chas y aceptables proposiciones de ésta, quedan
baluartes en 'os que se aferra-, como última espe-
ranza, la ilusión por un universo asentado en lo
indestructible de la equidad.
Es vital, por ende, que todo individuo, ha-
ciendo una autocrítica de su estada en la tierra
logre intuir la manera de dominar al yo egoísta
para que se considere ligado, por vínculos de di-
vinidad, al resto de sus homogéneos.
El hombre no ha nacido para vivir encerrado
en el capricho de la inconsciencia. Nace y actúa
para que, en. un despliegue de su razón y de
su talento, estructure los pilares qüe han de trans^
formar al tipo humano, dentro de lo relativo de
la exclamación, en imagen de su Creador. Anhe-
lamos, fervorosamente, que ese despliegue de
virtudes cuaje en un acervo de concepciones de
múltiple cuño; en un encadenamiento de innova-
ciones que se pueda decir, con énfasis, ha llegado
el genio al umbral de lo sacrosanto. Aspiramos,
•—¿Quién lo discute?—, al entronque con la Sabi-
duría celestial de nuestro progenitor. Este es el
afán de los que, recogiendo la miseria espiritual
que nos invade, tratan de cambiarla, en sus co-
razones, por una riqueza sin comparación. Desdi-
chadamente el arcano teologal será impenetrable
— 9
hasta no se sabe cuándo. No obstante, a la pleni-
tud de Ja inteligencia habremos de dedicar lo má?.
cotizable de nuestra acción. Si disponemos de una
mente abierta a los giros negativos o afirmativos
no es por el simple hecho de determinarnos en el
carácter de cuerpos anímicos; es que, en especial,
se nos dotó, para la realización progresiva de nor-
mas que llevan en sí la marca tangible del super-
hombre. Disponemos de la entereza requerida pa-
ra el desplazamiento del furor negativo que en
diversas circunstancias nos abraza. Desgracia-
damente pocos son los hombres que se vanaglo-
rian del anudamiento absoluto de sus pasiones. Y
los que sí tienen el privilegio de imponerse a los
conciliábulos que internamente les mortifican, o
no sobresalen por modestia innata o el medio, a
disposición del prejuicio, les hunde en la diatriba
y el escarnio. Entonces el reconocimiento genuino
que hay que otorgar a los que derrumban el obs-
táculo, y sacan avante la pretensión que los man-
tiene en la vigilia de los mártires. De este
también la certeza del aforismo: "El mundo es de
los audaces". Pero de los audaces inteligentes
agregamos. Nunca de los brutos, de los ayunos,
del uso disciplinario que tutela el desenvolvi-
miento psicofísico del o los más humanos entre
le humano.
El ejemplo de los privilegiados del entendi-
miento es el que debe guiarnos en el vuelo poi
conquistar la meta reservada a los amantes del
saber. Si el ambiente asfixia en su incomprensión.
10
que el a'ma reduzca, con ímpetu de heleno, las
vallas del obscurantismo. Es indudable la poten-
cia que coadyuva, o mejor: condiciona la ascensión
del hombre. Latente o vistosa, ella es premio en
el devenir del ciudadano que taladra con esmero
buscando su puesto de combate. Sólo la contra-
dicen los carentes de voluntad, los que sucum-
ben en la molicie. '
El débil no soporta los ataques de la. adversi-
dad, medida universal de la contextura del ente.
El fuerte, el convencido de la bondad motor de
lo que sustenta, se revuelve, fogoso en su altura,
contra la presión del que ignora el rudimento del
avance dirigido a la atalaya que nos marcará el
Hacedor Supremo. Es del agente que razona ha-
cerse acreedor a la bienaventuranza ofrecida por
la escritura de médula suprasensible. Nada más
efectivo, para la cristalización de la promesa, que
el desvelarse por el ensanchamiento del intelecto
de la niñez; darle fondo y precisión a esa nebulo-
sa. incoherente en sí, que es .la edad del joven-
zuelo. Recordemos que el niño es susceptible de
cambios. Su cerebro, en desnudez primitiva, es
acogedor de impresiones que generalmente seña-
lan el derrotero de] porvenir. Si es su organismo
pensante» una masa de arcilla, amorfa en aspectos
y fines, que se modele en ella el conocimiento
que dignifica. Este es el horizonte a que tiene que
aspirar el maestro del día. Que no desvirtúe^ en
ningún bajo de su profesión, el lineaje perpendicu-
lar a que ha de tender el postulado de la ense-
— 11
ñanza. Siempre con la mira puesta en lo factible
Transformando con entereza lo arcaico del mé-
todo. Adaptándose valerosamente a la fecha que
pide, en diversos casos, la remoción de casi toda
una fase histórica. Que no medre a la sombra de
favoritismos o complacencias. El mentor de so-
ciedades ha de enorgullecerse en la responsabili-
dad de su trabajo. Su pecunio máximo ha de re-
presentarlo el ascendiente en resípeto y persone-
ría que consigue a base de una probidad sin man-
cha. Estar firme en la creencia de que su labor
se encamina por senderos de civilización no des-
mentida, por sitios en que se observe, con clari-
dad, el indicio de una arquitectura social y espi-
ritual de belleza sin paralelo. Enorme la carga,
trascendental lo que la compone. El maestro nece-
sita, en este "modus vivendi" escolar, del estoi-
cismo de Zenón. Pero no más que del estoisismo
en lo que él significa: impavidez en el sosteni-
miento del ideal. No del cuerpo doctrinario que
aquél propagara ardorosamente.
Hoy, más desarrollado el concepto del joven
en lo que atañe al orden práctico que rige al Uni-
verso, y debido esto a la intromisión de motivos
superficial o arteramente creados, se impone la
sagacidad de quien tiene en sus manos la prepa-
ración del soporte cultural. Porque hemos de ad-
mitir la precocidad del niño en la asimilación de
los asuntos que tocan, directamente, a su sensibi-
lidad emotiva. Su inquietud es agüijoneada de
continuo por el hechizo, a veces innegable, de lo
12
que le rodea. Se dice que ]a primera impresión
adquiere matices imborrables en el crecimiento
del muchacho; que en toda ocasión el gesto y ac-
titud mirados en la pantalla original de que dis-
pone el pupilo, ejerce proyecciones vividas e ine-
luctables en el curso de su existencia. Pues bien:
sí la atracción puramente material asienta su pre-
dominio en la actividad receptiva del niño, tanto
más difícil es el sometimiento de él al sistema ¡ns-
truccional a que pertenece, forzado, antinatural,
hermético. Desde luego ese es el origen de la di-
ficultad en que el maestro se haya para inculcar,
en sus alumnos, el enfocamiento de las premisa?
a que obedece. Si hay empirismo en el chico
lo hay el cuádruple en su educador, pero en éste
agravado por no fundarse en el proceso ordinario
que sigue el niño en su anatomía, ampliada de
seguido y en la explosión periódica de nuevas fa-
cultades. El preceptor batalla auxiliado de pro-
posiciones que no son correlativas a la naturaleza
del educando. El uno y el'otro han de variar ra-
dicalmente. Al niño corregirlo en razón del inte-
rés de su patria, que es él en su índole de sujeto
social. Al maestro amanerarlo en las variantes
del chicuelo, en las rutas de cuando en cuando
desesperantes, que toma hasta su formalización
como hombre.
Desarraigar la influencia de la costumbre es
itarea de idoneidad. En ello fracasan, por falta del
mencionado don, seres que, sí podrían figurar con
singulares perfiles en otro ramo, se dedican des-
13
graciadamente para la sociedad, a la escabrosa
faena de hacer, en el ^embrión molecular a su cus-
todia, al obrero, al agricultor, al comerciante, al
estadista del futuro. No se colige de lo anterior
que exigimos de¿ maestro la profundidad del eru-
dito. Lo que nos preocupa es que él o los que
tengan bajo su mando a los constituyentes de la
nación dinámica de más adelante, valoricen la idio-
sincrasia del panorama en que se mueven. Que
digan a sus conjuntos la obligación de dirigir el.
estudio por aquellos rumbos que otea la lógica del
minuto, estimularlos en la verificación de 10 que
integra sus vocaciones sanas y cuerdas; en resu-
men; conducirlos al montículo de la superioridad
a que se destinan los voceros del pensamiento.
Por esto Rousseau, en su obra "Emilio", interpre-
tada ¡sintética {pero , exactamente por Fran-
cisco Vial (1), nos dice: "No sabemos nunca colo-
carnos al nivel de los niños; no entramos, en sus
ideas sino que les atribuímos las nuestras y, si-
guiendo siempre nuestros propios razonamientos,
con verdades eslabonadas sólo amontonamos en
sus cabezas extravagancias y errores". Nadie des-
cribe con tal viveza la situación de la pedagogía
de su época que es., con ligeras transmutaciones,
similar a la que pertenecemos.
Loable, desde todo punto de vista, el holocausto
anímico, *en no pocas circunstancias físico, y ello
(1).—Feo. Vial: "La Doctrina Educativa de J. J. Rousse-
por arrastre, del maestro, Su gestión en lo concer-
niente al climax cultural de las sociedades, no
cuenta, raras excepciones, con un incentivo pal-
pable. E n la mayoría de las incidencias a que está
ligado en su trajín, no recibe de ]a colectividad el
aplauso que tonifica y entusiasma para la prose-
cución. En diversas oportunidades, innoblemente,
se vilipendia el sentido de su programa en el auia.
Si innova, es el oficialismo su censor cruel y envi-
dioso. No se aceptan novedades que provengan de
la bajura; ellas deben elaborarse en los gabinetes
del que manda, del que en un noventa y cinco
por ciento de su "gestión" vegeta largo de las
necesidades de sus compatriotas, ignorante de las
bulliciones de su pueblo. Y si el preceptor no se
circunscribe más que a la firmeza del régimen
instruccional en boga, poniendo a su servicio bríos
y desinterés personal, se le holla con severidad de
parte de los enemigos de su Jefe superior. Al
ejecutar su apostolado no carece del epíteto que
muerde e introduce el dolor. Tampoco le faltan
las mofas de discípulos y padres en el apogeo del
troglodismo. Su lección es patíbulo. El patíbulo
que la noche forja al día, esa pugna eterna en que
oarticipan las tinieblas y la aurora sin nubes que
la cieguen. Ahora bien: si ello porta en sí el esco-
zor que radica en la impotencia del que no sabe
o saben, nos es indispensable aceptar algunas de
las frases que estos evacúan, por cuanto son re-
flejos de un realismo que pasma.
¿Por qué sostenemos tal criterio? Sencillamen-
— 15
te porque, en esos paraninfos que hormiguean,
hay maestros que envilecen la seriedad de su que-
hacer. Descarados y cínicos. Otros que, en si* nur
Jidad por valuar el instinto del muchacho, le ad-
judican u n cariz reñido con los más viables de
los axiomas que el individualismo natural infor-
ma. Se sumergen en la aridez del dogma y lu-
chan, tesoneramente, por convertir, a la simetría
del rebaño, la personalidad que se desboca en el
ansia de su manifestación singular; en el rasgo de
destacarse que es inmanente a la complexión del
hombre. Estas son las causas por las que se nos
ocurre justa la palabra de varios críticos. No tra-
tamos de velar lo que es cristalino. En toda orga-
nización por depurada que sea, abunda el micro-
bio que la corrompe. Peligroso que se desbande
porque sofoca la amplitud abstracta o concreta
del que renueva. Al expandirse sin nadie que lo
frene, si justificamos la detracción de que es víc-
tima el maestro y sus dirigentes.
Al decirnos Spencer que el fin primordial de la
educación es "enseñarnos a vivir la vida plena",
(1), se formalizó un principio que desde años
venía mortificando la. intuición de educadores e
instructores. Y decimos esto último porque lo que
se aplica a la educación es susceptible de apare-
jarlo a la instrucción. Aquella nos faculta para
el vivir sociable, para el estrechamiento de rela-
ciones legítimas, con la muchedumbre conocida o
(1)—H. Spencer: "Educación' Intelectual, Mo;a] y Física"
1.6 -
anónima. La última nos eleva hacia una prepo-
tencia legal hasta un baluarte en que el hombre,
en la modestia que le brinda su mentalidad culti-
vada. percibe el quesjido de las masas y se decide
a su vindicación parcial o total, espiritual o física.
Esta, paira nosotros, es la primicia de la cultura.
La educación, por consiguiente, es el 'comienzo de
la sabiduría; la instrucción: ella en lo cabal (1).
Si ha sido factible para algunos el impreg-
narse de ideologías y doctrinas redentoras, que
sas hermanos, comunidad precisable. se benefi-
cien de su práctica que es "la vida plena". Sola-
mente el que sabe es incapaz de anegarse en el
absurdo de la egolatría v es él, no más, el que
puede domeñar los estallidos del subconsciente
atrabiliario, salvaje. El que conoce lo vano de 1;
ostentación se halla en_la plenitud de la gloria;
él n¿ es juguete de lo artificioso que tiene el glo-
bo ni juega con la desgracia'de los que de él pen-
den. Sabemos que uno de los privilegios del ins-
truido es '.a humildad que patentiza en los pro-
cederes. El conocimiento, por lo tanto, descubre
el objetivo de su decurso: enaltecer el confalón
de los caídos, de los desventurados en lo anímico
y en lo corpóreo.
(j)—Dada la costumbre establecida e n ¡u actualidad
de considerar la educación y la instrucción como
términos de idértioo significado, y para no confun-
dir a riuesliios lectores jóvenes, er. lo sucesivo
trataremos en forma indistinta ambos vocablos.
C
> nos perdonen los académicos.
— 17
Si esos son los bastiones y afanes de la edu-
cación, démosle el apoyo de nuestro afecto y ad-
hesión incondicionales. Con esto contribuiremos,
lógicamente, a la hechura de una jerarquía del
intelecto que se nombrará: cúspide de la razón
teísta. No nos abstengamos de correr al .sosten:
miento de bases que nos han de separar, de los
que nos precedieron, por una lejanía de milenios
Eso sí no actuemos, es imperioso advertirlo, con la
premura que un falso raciocinio nos muestra. La
sujeción a las disciplinas del alma se manifestará
por la certeza de que son fecundas; no por la su-
gestión lisonjera del paralogismo. Mucho tiempo
demandamos al que se disciplina mentalmente
con la sinceridad de convertirse en adalid de los
que piensan. Enormes sedimentos, abandonados
por décadas de niebla y horror, tropiezan con los
que laboran en persecución de una era non plus
ultra; de una colectividad humana y humanitaria,
como la esbozara un Sócrates para los suyos y
un Cristo para nosotros. En ambas una corona de
cielo. Convenzámonos pues de los atributos que
revelan las teorías de avanzada y así procedamos
a la ascensión que en ella está la feliz cumbre
que Dios promete a sus hijos en la trayectoria te-
rrena: la cimera desde donde se divisa el reino da
lo empíreo, el umbral de inmortalidad bíblica que
atraviezan los que vibran al ritmo de io genero-
so, de lo sublime. A esto tiene que propender la
misión de! hombre, a "vivir la vida plena" de
Spencer.
• 8 —
Volvamos. Aquel que bajo el influjo del re-
tórico o los ensueños de la quimera se substrae al
disernimiento y se reduce a la caza del imposi-
ble, es victimado por su propia superficialidad.
Penetremos en la entraña de lo que nos conmue-
ve. Midamos los alcances de su próximo desplie-
gue. Nos será dable bastantear el poder intrínse-
co de la figura que nos sugestiona. Sentados en
pedestales de granito hagamos el examen del
mundo. Así nos convendrá la experiencia que de
él provenga. Que el maestro estampe en el edu-
cando la afición a lo que le circunda, pero en lo
que eso tenga de superlativo. Nada de formalis-
mos ortodoxos que anulan al pequeño; ni el re-
cargo de asignaturas que más que alargar, estru-
jan y ridiculizan el destino al embotarse el cere-
bro. La -crudeza o el bienestar del segundo que
vive; iniciación del niño en las alternativas del
existir. No ilusionarlo con utopías; tampoco neu-
tralizarlo contándole, exagerando," la maldad de
sus congéneres. Sólo la VERDAD ha de relucir;
la verdad que es la glorificación de EL.
No nos contradecimos en nuestra tésis. Y por
no faltar los que creen que localizan confusiones
en este "discurso", decimos: es necesario el libe-
ralismo pedagógico. Lo aceptamos. Por eso nos
, desespera el conservatismo que detiene al vigor
latente de la escuela de hoy. Pero de ésto a] des-
plazamiento del molde preconizado por Jesús, en-
carnación del hombre-HOMBRE. hay una dife-
rencia incognoscible. Nos interesa exclusivamente
— 19
3a valorización continua del ser y ella no será,
palpable si no se endereza en emulación relativa,
cabe el adjetivo, del más perfecto de los hombres;
de] que es paradigma constante, hasta la consu-
mación. del universo y aún allende. No hemos
elogiado religiones ni sectas. Nos fundamos, sim-
plemente, en la ética del que le dió a los que ra-
zonan la plataforma de la coexistencia diáfana,
sin torrentes de sangre para enlodarla. Si recu-
rrimos a la Biblia, en cierta oportunidad, es de-
bido a que la apreciamos condigna al ensanche
horizontal y vertical de los conglomerados, de
Jos que lidian por desenredar los nudos que se
interponen a la dilucidación del misterio. Mien-
tra no topemos con el marasmo que otros le ad-
judican, sus vocablos serán a manera de pendo-
nes de las huestes que cercenan la oposición de
Jos necios y atrofiados. Mientras no se nos ofrezca,
con elocuencia insuperable, la falsedad de sus
principios, para nosotros constituirá el epítome
de las ansiedades del hombre. No deseamos, es
urgente anotarlo, la entronización de la enseñan-
za religiosa sin distingos en lo relacionado con la
fe de los escolares. Esto implicaría el absolutismo
de las ¡generalidades que. obstruyen. Que se di-
funda en los que voluntariamente quieran perci-
bir el caudal de la teología libre o sectaria; esto
no es de nuestra incumbencia, es decir, la defini-
ción de sus caracteres, pero a los que gustan de
la franqueza, allá va: preferimos la libre porque
libre será ej que la acoja. Tampoco prohijamos su
20
oficialismo dado lo que es el individuo en sí. El
nos garantiza en lo que sigue: el hombre intuye,
y nos parece acertada la dicción, el conocimien-
to de Dios. Lo siente en la periferia que le en-
vuelve, en lo inconmensurable y armonioso de la
belleza natural, en la euritmia del cosmos, en la
precisión matemática de las eclosiones todas, en
la exactitud de las variantes astronómicas, en el
día y la noche; en colofón que maravilla: en la
contextura espiritual y material que lo acredita
como ser que es.
Al estar seguró el hombre de que piensa, de
que se califica él mismo en sus dones y sentidos,
de que su razón le permite caracterizarse, alza
sus ojos al infinito e imagina al Hacedor de su
complexión psíquica y corporal, y de lo que guar-
da contacto con sus órganos; al constructor de la
tierra y el espacio, de la flora y la fauna, de la
vida en suma.
Por esto no somos partidarios de la ense-
ñanza religiosa, uniforme. No es imprescindible
admitiendo el hombre, racionalmente, la omni-
presencia de un más allá. Y si la ciencia se enfila
en pos de la perfectibilidad, no es aceptable la
contraposición medular que afirman radica, en-
tre alma y materia, elementos de valía. Ellas se
complementan en el escudriño de la verdad; parra
nosotros: el encuentro con Dios, explicación de
todas las cosas. Aclaramos: ni el sensualismo mor-
boso de Locke ni el idealismo extremista de
Berkeley. Proclamamos el eclectisismo histórico
en 3o referente a medios. Adaptarnos a aquellos
regímenes que nos parezcan imbuidos de una
lógica irrefutable, es síntoma de redención por-
que la lógica nos remite a Dios. Nuestra pose en
el debate se ha clarificado. Esperamos éste sea
el juicio del estimable lector.
SEMIESCOLASTICOS
La tonalidad superativa del
educador tiene que desper-
tar, en el alumno, una in-
quietud fervorosa por el in-
finito.
N e¡ capítulo anterior nos fué posible
tratar de un tema y, aunque lo hici-
mos con alguna prolijidad, no por ello
cubrió la dimensión de nuestras disquisiciones.
En estas líneas nos esforzaremos en agotar la
cuestión.
Formalmente nos asalta la idea de haber
desnudado, ante el favor de nuestros lectores,
la ansiedad y el entusiasmo que nos embarga.
Ecuación inexplicable para muchos. Paradoja
de simientes vertebradas en la seguridad de lo
que se demuestra, decimos nosotros. Dejamos
escapar un soplo de esperanza en lo concer-
niente al futuro del orbe. Cuando todo parece
desmoronarse bajo la pesadez de lo incons-
ciente y lo yerto, fulgura el destello de lo que
se asienta en ¡a robustez del espacio y del
— 23
tiempo:, el valor de i a vida. Así como la an-
siedad aniquila, el entusiasmo remueve los es-
combros para edificar el templo de lo que se
considera digno y justo. La ecuación que nom-
bramos posee raíces que a diario se observan.
Esta es la causa por la que creímos indispensa
ble sondearla.
La lucha es ardua. Se acrecienta al vai-
vén de los desidiosos, de los irresolutos. Por
eso ayudamos a minar el puntal que los íecun-
diza. Nuestra referencia se dirige, es obvio, a
los vicios que, en lo que obedece a los progra-
mas de la educación total, ejercitan los peda-
gogos del día; a ese hermetismo y aferramiento
a conductos que, en lo arcaico de sus ponen-
cias, descalifican la magnitud del progreso
que es emblema o consigna de los entendimien -
tos de envergadura. Inveterado el preceptor e
inveterado el sistema.
Si Santo Tomás de Aquino organizó y dió
color a la filosofía escolástica, haciendo de
Aristóteles el fundamento de su preceptiva,
innegable es xjue lo hizo respondiendo, con sitó
privilegios bien ponderados, al panorama que
el prerrenacimiento impuso. Pe.ro si éste pro-
piamente dicho fué la consagración de la liber-
tad subjetiva y el divorcio del pasado claus-
tral, quedaron flotando, como vestigios ame-
nazadores y en discípulos pequeños de fibra,
analítica, rescollos de lo ido; casamatas del
atraso que otrora profesaran los más con sin-
gular beatitud. Y así, fase tras fase, siglo trj.u
>A -
siglo, el escolasticismo ha hecho ostentación
de un poderío único. Ha debilitado grande-
mente la afición del hombre por las cosas de
su personalidad dispuesta.a lo voluminoso. Lo
ha entregado a lo turbio y paralizador de su
doctrina, a la rémora a que nos ligan las co-
rrientes imperialistas del medioevo. El maes-
tro, lacayo del sofisma y de la tradición nuga-
toria, no ha podido salvarse. Mucho menos ha
conquistado la salvación de quienes en él con-
fían. Ha seguido la ejecución pragmática de
voces que, pronunciadas seiscientos años atrás,
aún resuenan con ecos que despiertan emocio-
nes y promueven el abanderamiento. Todavía
escuchamos el ditirambo al cuerpo vetusto de
concepciones que fueron y quieren ser. Se oye»
el cántico a la moral longeva que trata de en-
filarnos en la procesión fantasmagórica de los
que la secundan'consciente o inconscientemen-
te. Unos por lucro; los más por ignorancia. Así
se escucha, a través del éter, la algarabía de
tonos que desea imprimir e imprime, en la des-
orientación ambiental, la suya que vence fen
condiciones de descaro. Es un alma que en la
soberbia de falaces metempsícosis se desvela,
por reencarnar en un ciclo que ya se enfrenta
al comienzo del positivismo regulador, sabio.
Lo acabamos de decir: cunde la desorientación.,
pero ella se acerca a la era, del trato amigable
y franco, sin eufemismos ni especuladores que
la desvaloricen en el consentimiento de los di-
rigentes de la intelectualidad, o sea que. por
la opinión favorable de ésta, se tergiversen los
barruntos de un nuevo mundo, feliz, humani-
tario. Allí arribará la barca que. nos conduce.
Tremenda es la presión de lo anacrónico.
Admirable la resistencia de lo que nace. Aquél
se abona, por lo general, la predilección del
temeroso, del pusilánime que se oculta a los
embates del descubrimiento veraz. El otro, ga-
llardo en el convencimiento de que es reducto
de lo dinámico, del empuje de las comunida-
des hacia la etapa del esplendor. La concate-
nación de juicios que colman el libre juego de
los "conjuntos humanos" en su ansia de darse
una existencia cuajada de felicidades, nos está
alineando en la prosapia de lo hidalgo. Pero
esa libertad de opinión, rectificamos, no es de
índole total, Se singulariza en los conglomera-
dos que se expanden al conjuro de las transpo-
siciones cotidianas. Los otros, los más, no sal-
tan la barrera de lo tradicional, de lo que sos-
tiene las posiciones, ya corrompidas, del ayer
negativo. Este es el yer^o del escolasticismo y
el de los que se ensimisman en materializarlo.
Podemos vituperar, con largueza, el siste-
• Tíia instruccional vigente. Generación tras ge-
neración ha sucumbido por el desgaste inútil
de sus vitaminas. Ha habido prodigalidad en
la adopción de asignaturas infecundas. Ya lo
dijimos: domina la. simetría del rebaño. Al
muchacho, ávido de luz y diferenciación, se le
engolfa en las peripecias uniformes del círculo.
Si él se hace acreedor a una atenta vigilancia
2 6 - •
de su maestro porque sus méritos se evidencian
relevantes, un llamado de atención para que
siga el curso de sus Compañeros es lo más a
que se dispone quien lo dirige. La psicología,
base del preceptor integral, no derrocha su
conveniencia en el minuto oportuno. Si el pu-
pilo sobresale en esta o aquella dirección, tie-
ne que prescindir de lo que le obsesiona y en-
cajonarse al toque de lo conventual. Lástima
el relajamiento espiritual que política como
esa ocasiona.
El profesor ha de encarnar lo completo.
De esto partirtios hacia el elogio de las medi-
das unipersonales en lo que afecta al niño o
al adulto. Si completo es el profesor, completo
debe ser el que estudia a su calor paternal. Si
el alumno se preocupa por algo instintivo o cir-
cunstancial, si descubre facilidades que le son
vocacionales, o producto del hechizo externo
qué de inmediato le asalta forzando su reserva
en latencia, ha de estimulársele en la persecu-
ción de su fin. Con esto se le convierte en un.
entusiasta por lo nuevo, por lo que atrae en su
originalidad. Se robustece el amor a sus auto-
creaciones y se torna accesible a un trato favo-
rable con el resto de sus semejantes. Este niño,
percibiendo el beneplácito que produce su con-
fec Clon, G6 transmutará en sostén del progreso
cósmico. Si el maestro comprende e impulsa
sus pasiones no bastardas, el dinamismo del
educando inundará la jurisdicción de la masa,
de la comunidad o de la comunión que nos de-
- 27
finiera» magistralmente, Gurvitch (1). Porque
es indudable la presencia de esos estratos cla-
sificados, en la sociabilidad.
Se ha logrado entonces, merced al concur-
so de una idea y de un pedagogo responsable
y lleno de fruición por los propósitos de aque-
lla, ensamblar un nuevo puntal en los anda-
miajes acerados de la evolución. Así, corrien-
do sobre la plataforma de estos cánones, se
facilitará la obtención del destino nombrado
superbo. Nunca con el auxilio de otros usos
No divagamos. No son ilusiones las que nos
impelen a sentar plaza como emborronadores
de hojas de papel. Lacónicamente, eso sí, es-
cribimos lo que brota de nuestro andar por el
laberinto de las teorías y de las prácticas.
En la escuela de hoy, seguimos, radican
segmentos de antaño. Con vigor no disimulado
se eyaculan en los recipientes del día. Hay
adornos que ciegan y nos agobia el expresar-
lo. Por doquier notamos a los exponentes ds
la pléyade de "doctos" que destruyen la rea-
leza de lo" afirmativo. Se gozan en la falacia
que sustentan y en la ramificación que extien-
den por los ámbitos a su custodia. El joven,
una vez satisfecho el período correspondiente,
no abarca más pretensiones qiíe las de circuns-
cribirse a la ecolalia que le hacen aprender,
esto es: le da "rienda suelta" a la constancia
imitativa" que le fué grabada en el aula. El
<1) George Gurvitch: "Las formas de la socíabi'.i'íj.«!".
28
abandono o sustracción á la férula de ella y el
dedicarse a las disquisiciones que desvanecen
ei espasmo, se ofrece, a sus ojos, carente de
significado vital. ¿No es de importancia el
brindar a los hombres comodidad y blandura?
¿Es que las multitudes tienen que vegetar dé-
cada por década én la inanición y en la obscu-
ridad? Ello parece asegurarnos la actitud de
ios que danzan al son de la amalgama escolás-
tica.
Craso error el de los gerentes mentales •
que se ocupan en el practicismo de los desati-
nos del pretérito. Colaboran, sin rival, a aumen-
tar el desquicio que enumeramos, cuando de-
berían solazarse en el robustecimiento del "an-
tídoto" que se columbra para manufacturar el
engranaje del coexistir venturoso. La enseñan-
za psicológica individual, por naturaleza, es la
designada para arrumbar a las sociedades.
Sí el niño, por ejemiple, resulta un dile-
tante apasionado, désenle los medios que lo
refinarán.' Si muestra gusto y disposición para
el cultivo manual o intelectual, el Estado ha
de auspiciar, en lo económico, el cariz del es-
tudio exigido; también garantizar el lapso que
su condición (psíquica racional demande.. Por-
que es de suponer la variedad de años que tar-
darán, muchachos de la misma edad, en recibir
su diploma. Y es en el discernimiento de las
respectivas facultades de sus alumnos en don-
de "se pone a prueba", y dura ciertamente, la
entereza y profundidad del mentor. Medirlos
— 29
en el grado en que les atraiga la literatura tLi-
na, la filosofía, la teología, las ciencias etc., es
empeño de corazones abiertos por su compene-
tración de los problemas del hombre. Pero sí
no dejamos de apreciar la dificultad de la me-
dición a que nos referimos, verdad es que el
maestro, >por su convivencia estrecha, diaria
con el educando, cuenta con un diapasón único
para el cometiído. El, mejor que otros, se cer-
ciora de los motivos que sacuden la intuición
del infante. Poseyendo un récord de las carac-
terísticas que continuamente desenvuelve, lo
iniciará exitosamente en la comprensión det
orden que lo absorbe. De esta manera el indi-
vidualismo se crecerá, no en el aspecto disol-
vente en que se ha revelado hasta la fecha,
sino en la interpretación verídica que le es
peculiar: bastión de las uniones instituciona-
les; comienzo y terminal de las comunidades
que obran ipor la razón.
Para la práctica de nuestras ideas pues,
el estado tiene que echarse sobre sus espaldas
el costo ordinario y extraordinario; la refor-
ma ha de venir de arriba porque sólo este ex-
tremo abunda en la posibilidad de hacerlo. Y
no sólo su costo monetario; él debe crearla, en
todo rumbo, como obligación de mayor pronti-
tud en su tarea de acondicionamiento de los
que lo dignifican. Que la juventud se someta
a la volición que la punza: que la voluntad del
sujeto se amplíe en la consecución de lo que Lj
fuerza internamente. Eso sí. e! estado tendrá
30
que superfiscalizar o mejor; gobernar el desa-
rrollo de las vocaciones. En este sistema la pru-
dencia ocupará sitio dominante. Como en todos
los que se afanan por la innovación, los peli-
gros le acechan. Sus trillos denuncian escepti-
cismos de monta. Y no es para menos si pen-
samos un segundo siquiera, en la pluralidad de
contexturas morales y anímicas que pululan,
desorientadas, en la inmensidad de los conti-
nentes. Dejar el desenvolvimiento absoluto del
homo sapiens a un autoanálisis, es aventurarse
a que el mal o las pasiones de estiércol, se es-
tiren en persecución del horror y la tragedia.
El hombre posee grandes bienes; también fa-
bulosos abismos. Educar a los primeros rele-
gando a los segundos es epopeya de semblanza
épica. Contados son los hombres que ostentan
la aureola de su propio dominio en regalo al
bien. No permitamos que ellos desaparezcan
de la faz de la tierra. Es nuestra sagrada obli-
gación, al contrario, fomentar sus legiones.
En lo que atañe al aspecto puramente fí-
sico, la escuela ha de procurar la intensifica-
ción de él. La pedagogía actual sí ha obtenido,
en este asunto, un visible progreso aunque ca-
ben castigos que pesan. Haciendo nuestras las
doctrinas de eminentes ipedagogos, clásicos y
modernísimos, consideramos prematuro, en ni-
ños de siete u ocho años, la aplicación de pos-
tulados que por su esencia cerebral producen
una ataxia a veces incurable. Así como endil-
gamos aa aplauso al positivismo individual, lo
extendemos, simultáneamente, a la biología
hoy en auge. Es ineludible, en homenaje a la
pureza de la raza humana, dar al niño, en los
primeros tres o cuatro años de la edad que se
tilda escolar, un entrenamiento corporal que lo
haga apto para el desempeño de sus labores
manuales etc. Nosotros admiramos el trabajo
de Ja escuela semiescolástica en lo referente al
punto de discusión (1). Lo que nos parece dig-
no de castigo es su olvido de lo que funda-
menta a la eugenesia: el alimento. Las institu-
ciones escolares del pasado, todas, y muchas
de nuestra era, un noventa por ciento, descui-
daron y descuidan si no la salud directamente,
los medios o comestibles que son soporte de
ella. No es el efecto lo que hay que suprimir;
es la causa que lo procrea. Dada la actividad
(3). Semiescolástico llamamos nosotros al período
intelectual que parte de la Revolución francesa y liega
a los comienzos del siglo veinte. Y le damos ese califi-
cativo porque si cierto es que aquel movimiento de-
r r u m b ó las conquistas de la Edad Media, no le fué po-
sigle cambiar, rádicalmente, los lineamientos morales,
anímicos etc., consolidados durante cientos de años. T a n
es así que poco tiempo después de la" caída d e Luis XVI
se entronizó, con ¡a ayuda de muchos que bregaron p o r
•la implantación del régimen republicano, el Imperio
napoleónico. Ñi escolasticismo-frenético ni liberalismo
hubo en la educación de la época: fué un semiescolasti-
cismo, una mezcla de pretérito y presente lo que obtu-
vo la supervivencia. Por tanto, creemos no caer en
ninguna falsedad al estampar la denominación en cues-
tión.
i2 —
social que adherimos a nuestro enuncio docen-
te, la enseñanza ha de intervenir, sin ambages,
en la vigorización de las jóvenes generaciones.
Ojalá, es convicción nuestra, la física adquiera
un vistoso absolutismo en el devenir de la in-
fancia y precedido, sí, de la adecuada alimen-
tación que salva de la demencia y el oprobio
cívico, a la ciudadanía. Estamos seguros de
que con un aprendizaje sistemático de los dife-
rentes ejercicios musculares, la estirpe indo-
latina irradiará competencias decisivas en los
torneos del cuerpo. El exorno fisiológico de
nuestra gente es encomiable. Gran número'de
pueblos americanos se revelan orgullosos del
tipo que cónservan; tipo atlètico y perspicaz,
émulo de Apolo en sus dotaciones carnales e
hijos preclaros de la Madre Sabiduría en su
apetencia de indagar, de saber... No falta más,
para su introducción en todos los países de
América, que el interés de los Gobiernos (por
la robustez de lo anatómico, que es también
base de la elegancia del espíritu y de sus cuan-
tiosas creaciones.
La alimentación, reducida y pobre en can-
tidad y calidad, no responde, en consecuencia,
al desgaste que sufren los muchachos al tener-
los, durante dos o tres medias horas, en demos-
traciones calisténicas que más que ajusfar, ener-
van las fibras de sus ejecutores. Lo cuerdo en
estos problemas es que la administración pú-
blica, sabedora del matiz de su misión, conce-
— 33
da al alumnado que enflaquece en la Indigencia-,
el sustento que lo coloque en igualdad de cir-
cunstancias para lidiar. Es el pequeño el bene-
ficiado rectamente; el Estado a la larga. La
gravedad de esta situación no es para escu-
darla. En muchas localidades contemplamos
columnas de chicuelos que, luego de un hora-
rio de dureza mental sin par, languidecen bajo
la férula del tormento físico. Si la nutrición es
abundante y rica en vitaminas, el cuerpo ren-
dirá el máximo de resistencia, y el alma, en la
tranquilidad y esplendidez de su órgano exter-
no, se acercará irremisiblemente al cumpli-
miento de sus deberes. Quedamos, por lo tanto,
en que el "men sana in corpore sano" de los
latinos es de efectividad sorprendente en su
cotejo con el hombre, con lo que éste es.
Si el cuerpo es endeble, la inteligencia,
si bien no se desvanece, se circunscribe a la
poquedad. Se enmaraña su libertad de engen-
drar.
Nuestra posición, sostenemos, es concreta-
ble en la siguiente fórmula: alimento puro y
sobrado; consiguiente desarrollo material, des-
de la edad lectiva según el ordenamiento ac-
tual, (siete años) hasta los diez en que sí se
iprepara al niño para un esfuerzo tenaz y va-
riado. De los once en adelante imposición pau-
latina, de conformidad con la cadencia evolu-
34 -
tiva del joven, de las asignaturas que para
Spencer (1) son útiles y no simplemente agra-
dables; de aquellas que convierten al educan-
do en un hombre al servicio de la comunidad,
y no en parásito impregnado de conocimientos
abstractos, que se nulifica en el ágape, en la
conferencia, en la reunión de amigos o de fa-
miliares porque no asimila la realidad de sus
íntimos, de su ambiente. Que se desplace de
la instrucción la necedad, hoy preponderante,
del idioma extraño que deprime al maternal,
al que nos ha permitido encauzarnos. Que
se deje para los ratos de ocio y como un juego
o malabarismo del desocupado, la confusión
de la lengua extranjera que se trata de po-
seer. Ante todo ha de haber espontaneidad.
Que se borren las impertinencias del recargo
de lucubraciones que constriñen la voluntad
del estudiante, en detrimento de lo que está
correlacionado con sus deseos intrínsecos.
Los idiomas exóticos.—Cuánta insistencia
en este aparte—. Que se enseñen si así lo pide
el que estudia. Eso sí que se dé (preferencia al
conocimiento del propio porque con ello se en-
riquece nuestro léxico, y no el de otra nación
no española". Que cada país haga saborear a
sus hijos la sonoridad de sus vocablos. Pero
(1). H. Spencer: "Educ. Intelectual, Moral y Fisica".
— 35
que jamás se impruebe al niño que fracasa en
su examen lingüístico no nacional, (1)
La experiencia nos indica, enfáticamente,
lo absurdo de los preceptos imperantes. En
nuestros campos y ciudades se pone de relieve
el efecto del método: bachilleres, otrora ador-
mecidos en la esperanza de la utopía, enfren-
tándose a la agudeza del existir; trabajando
la tierra con palas y picos que ellos esperaban
serían libros y plumas. Si se les hubiera espe-
cializado para la labranza de las fincas no
objetaríamos el movimiento que en ellas se
verifica,. Lo criticable es que se les hizo o cre-
yó hacérseles idóneos para que condicionaran
el avance de las artes, de la ciencia, de los cien-
tos de modos -que crean la civilización y la
cultura.
Por tanto, después de comenzados los pe-
ríodos de alimentación suficiente y plenitud
corporal, qué se principie la educación que el
pupilo ansia; la qpe él aprecia ineludible para
sus cálculos; la que, naciendo al influjo de la
naturaleza, del niño es complemento de ella.
Así contará el mundo con agentes de reconoci-
(1). Reconocemos, en los días que corren, la im-
portancia de! inglés. Tiene que ser así dada la política
de defensa continental que realizan los Estados Unidos
de América, pero ello no es motivo para exigirlo des-
preciando, corno se hace actualmente, la grandeza del
nuestro. Por esto decimos, con respecto a ios idiomas
extraños, "que se enseñen si así lo pide ei que estudia"..
•36 -
d a aptitud para el desempeño de las ramas de
la sabiduría. No habrá empirismo en las actua-
ciones. Inversamente: un positivismo cabal
será el galardón ofrecido a las comunidades
de vanguardia.*
El escolasticismo debe esfumarse (porque
el segundo que nos afianza es de tensión no
vista años atrás. Se requiere pues, la gallardía
y solidez del brazo como lo imponderable de
la inteligencia que organizada surca en pos del
hombre-HOMBRE.
Que los maestros analicen y corroboren,
con sus quehaceres, la proposición que los Ha-
dos superponen en la angustia del momento.
Ella no es más que la asimilación de las misti-
ficaciones de espíritu y materia que transfor-
man al individuo en sér no animal, dependien-
te de una voluntad, de una intuición, de una
razón que desgaja el cortinaje de lo esotérico
o misterioso. Y esa tonalidad superativa que
tiene que distinguir al maestro* ha de traspa-
sarse al interés del alumno apocado, como as-
piración de su vida. Inculcar amor a las fuentes
de lo cognoscible. He aquí la belleza de nues-
tra ortodoxia. Que el niño, perplejo ante el
paradigma de su mentor, se encierre en la de-
voción de las palabras que lo f o r j a n : espíritu
y carne.
Hermosa la teoría. Aún más hermosa su
.tangibilidad. No somos ilusos en sostener lo
— 37
llano de su aplicación. Son muchos los vericue-
tos que se alzan en la consecución de sus afa-
nes. Nada más que la contundencia de un alma
firme y la hidalguía del corazón socavarán el
reino de la dejadez. Sólo la seguridad en las
reservas del hombre logrará la demolición de
órdenes renuentes al individualismo empren-
dedor, modelado conforme a los atributos del
bien que penden de su génesis. Convivencia
saludable; conexiones, entre la masa, garanti-
zadas por la sublimidad del hombre integral.
Este nuestro anuncio.
Nosotros, por lo tanto, admitimos lo arduo
de su entronización. No nos embelesa la proso-
popeya de sus axiomas; no ignoramos cuán
abultadas y groseras son muchas de las posi-
ciones tradicionales del hombre. Es "empresa
de romanos" el diezmar a los que personifican
lo inveterado. Pero el hombre superior sí ob-
tendrá el premio que merece su propuesta de
una humanidad relacionada por vínculos de
afección, a salvo de cizaña e insidia. Y sí lo
conquistará quien propone, con sobrado dere-
cho los que contribuyen prácticamente y a des-
pecho de la animadversión del troglodita.
El semiescolasticismo ha recibido un gol<pe
letal. Agonizante como está, deja entrever el
fasto que correspondió a su era, deja que los
de hoy contemplen la esplendidez aparatosa y
externa que cegara el raciocinio de los suyos
38 -•
Ya no eclipsa, desde luego, con la intensidad
del ayer aunque, en la opacidad del que mue-
re, le quedan bríos para cerciorarse de las
"luces fantásticas" que llaman la atención del
hombre de los siglos XIX y XX. Comprende
Ja divergencia de rumbos, la bifurcación del
sendero que implantara, unilateral, para solaz
del medioevo más que para lo moderno. Ha
podido ver el desdoblamiento de sus (principios
secos, desconectados del realismo mundano, y
cómo tira o brinca la evolución en su peregri-
naje hacia las regiones de Dios.
Entramos en el positivismo de los nexos,
en la interpenetración de conciencias que ela-
borará, para gracia del individuo, la suprema
conciencia estatal: justicia de y para los hom-
bres. Fulgorosa y trágica a la vez, la presen-
tación del escolasticismo e.n el escenario de loa
que viven marca ya, con evidencia que rego-
cija, el acto último que es el de la pendiente,
no enderezable, del ocaso.
Así nuestras vicisitudes y nuestros place-
res sentirán, en la periferia social, la mano
que nos alivia o la risa franca que nos secun-
da. No más protervia ni traición. Tampoco an-
tigüedades eñ la institución que se edifique.
El sér ha de posarse sobre peldaños que le
inciten a la obra de contornos esenciales. No
malgastar sus dones en supercherías que con-
ducen al oprobio. Ceder al mendigo el bálsamo
- 39
de su filosofía, de sus percepciones realistas.
Qtïe si hay dualismo en su proyección se des-
o j e de «lía o que, en conjunción singular, lo
resuma en el amor a los hombres, criaturas
susceptibles de mejora sin límite.
-íü - -
DE LOS PADRES EN SU RELACION
CON EL HIJO
El padre tiene que ser es-
pejo de atributos podero-
sos dado el carácter imita-
tivo de la niñez.
UCHO se ha escrito acerca de ia influen-
cia que en la vida del niño ejerce la cos-
tumbre familiar. Algunos dijeron que el.
muchacho es lo que el nivel medio ético del ho-
gar quiere que sea. Todos han evacuado pare-
ceres que convergen. No obstante, nos conside-
ramos obligados a insistir, tal vez pobremente
pero llenos de gusto y franqueza, en este aspec-
to del uso privativo de los padres. Y lo hace-
mos también porque si lo dicho se funda en ta
observación diaria, se nota, juntamente, el cariz
de orden público, estadual, que va adquiriendo
la relación de los progenitores con sus hijos. Se
sostiene, categóricamente, que el muchacho pa~
— 4L
tentiza en sus portes callejeros la e d u c a c i ó n re-
cibida en su casa. Cierto es, y de aquí que las
doctrinas referentes a la pedagogía contemporá-
nea forcejeen en abrir, .a los postulados que ali-
mentan, la norma del encierro; esa desidia que
ponen de manifiesto, en miles de casos, los que
a más de engendrar, timonean.
Pues bien: poseídos del fondo de la gestión
glosaremos la metodología seguida por padres de
de uno y otro bando, esto es: reaccionarios y van-
guardistas.
Si como dijimos al comienzo de esta obra, ei
escenario primero en que se desenvuelve el jc-
vencito es de' consecuencias en la mayoría de
las veces indeleble, la tradición y primitivez de
sus padres-ensombrece el fanal que ilumina la
ruta de las conquistas de oro. Si al niñ0 se le
vapulea porque exterioriza su. pensamiento; si
se le trata de amordazar porque discrepa, aún
instintivamente, de la tesis, defendida por sus
hermanos o cualesquiera de los que con él ha-
bitan, ese chicuelo, en el paroxismo del dolor
que le infunden, se transmutará en harapo de la
colectividad. Saibemos de ¡excepciones a .nues-
tro juicio pero, como tales, resulta]! inaprecia-
bles ante todo si es nuestro empeño criticar las
debilidades del mundo. Por ello sostenemos la
condición de harapo con que se identifica el que
anda en atmósferas que le repelen. Suya no es
la culpa. Ella radica en el ningún concepto que
•de sus responsabilidades posee el padre. Si así
42
no fuera, e] orgullo de éste y su vanidad de maes-
tro natural harían del niño sustento de las ver-
dades que se tildan inconcusas.
El hogar, por ende, es de capital importan-
cía en la formación del hombre. Su actividad* no
puede estar limitada; su función es la de hacer
del joven ciudadano útil y honrado. Debe bus-
car, como base de su constitución, el acicalamien-
to no interrumpido de los que lo complementan
en su índole de prole. Grande y seria pues, la
misión encomendada a los jefes de familia. Ellos
están en el deber de preparar al niño para en-
frentarse a la crudeza de la vida, con la decisión
y convencimiento propios de los que se valori-
zan, a sí mismos, sostén del acervo intelectual
del universo. No se colige de esto, la frase es de-
cisiva, que el padre ha de acudir a represiones
o insinuaciones de médula cavernícola. Ha ha-
bido contundencia en nuestra exposición. El niño
ha de tener, en quien le procrea, un consejero,
un amigo, un hermano; que nunca mire en su
ascendiente la actitud del que está dispuesto a
pegarle porque de este o aquel conflicto salió mal
parado. No mejor es la iracundia de que nos dan
fe millones de padres al enterarse de una "dia-
blura" o "locura" de las que son comunes en el
ciento por ciento de los imberbes. Creemos, con
H. Spencer, (1) que el más ventajoso castigo a
que ha de someterse al chico, es el "natural", o
(3) H. Spencer: "Educ. Intelectual Morai y Física,"-
43
sea que reciba, en compensación por el desliz, sü
eíeeto ineludible. Por ejemplo: la suspensión, de
parte del padre, del habla cariñosa con que es-
tila regalar al niño. Este, al conocer las razones
que- compelieron a aquél para proceder así, sen-
tirá en el alma la dolencia del desprecio y evi-
tará, en lo sucesivo, la repetición de lo que abu-
ra lo desespera. Si es opuesto a la terminación
de sus estudios, señalarle sujetos que, por su tem-
peramento vagabundo, van de un lugar a otr;
j
mendigando la limosna; viajeros menesterosos
cuando podrían haberse convertido en elemento»
favorables a la sociedad. E n último caso, si su
refracción alcanza el grado de lo irreductible,
que se les introduzca el interés por un oficio que
los dignifique en la consecución de los medios de
subsistencia. Al niño que se quema ;¡i acercara?
a un fuego no hay que castigarlo. El efecto inva-
riable de su descuido o casualidad, la ampolla y
el aquejamiento que. le produce, es el más apto
de los correctivos a que tiene qye aspirar un pa-
dre de amplias miras. Si el muchacho rompe ur;
objeto de su propiedad, un juguete, el bulto que
alberga sus implementos de escuela etc., el pr: -
varíe de repuestos, aunque momentáneamente,
es de eficacia mucho más efectiva que la que «
saca por el puntapié y tantos de los mártir
corporales. Si de lo que se trata es de artícuí'N
de propiedad agena, el inducirle a su reposición.
en un tiempo prudencial, es lo aconsejable, no.s
•dice Spencer. En estos problemas si se jusi'Iu'i
i4 -
]a actitud del padre. No en el pisotear a su hijo,
en el flagelo montañez de que se sienten ufanos
multitud de "jefes de familia" que para nosotros,
concuerdan con ]a imbecilidad. Más que directo-
res resultan verdugos. El niño se espanta a la
sola amenaza de la vaina o la faja, y un retrai-
miento, en ocasiones radical, lo imposibilita para
la expansión de sus adornos mentales.
Así, desde luego, nos acercamos a lo pri-
mordial de nuestro discurso: la sapiencia que
debe revelar el padre en sus relaciones con el
hijo, el padre de vanguardia, el que no se atie-
ne más que a] sentido común, no digamos que a
su cultura porque sería mucho pedir, para fijar
sus modales frente a su descendencia inmediata.
Apresar el albedrío de ésta es síntoma de des-
composición idéntica a la que nos precedió. Tam-
bién lo es el no descongestionar el cerebro del
muchacho que está lleno de humos y obscuridad
que lo conducen a la región del negativismo. Por
eso el padre, aun sin ser una notabilidad en eJ
orden espiritual intelectual, sí ha de hacer de-
rroche de cautela al tratar de la corrección de su
hijo. Y la madre, con su influjo único e irresis-
tible, tiene que ayudar al buen resultado de nues-
tro principio. Con la miel que brota de sus ojos,
de sus manos, de su corazón, modelará sensible-
mente, él carácter de su retoño. Advertimos que
no debe extremar sus caricias. Ha de patentizar
aquellas que sean como acicates para la prepa-
ración del hijo. La miel en exceso y los repetidos-
45
mimos son de suyo inconvenientes. Ya observa
remos la consecuencia de la unificación del pa-
dre y la madre: las comunidades dispondrán de
.adalides del nuevo ordenamiento positivo idea-
lista.
El padre, por consiguiente, ha de petrificar-
se en lo relativo a los deseos limpios que alber-
ga para favor del niño, pero sí con la cautela ya
nombrada. La juventud, pues, tiene que desli-
zarse por cánones no alejados de la materia que
.la envuelve, y en ello es terminante la idiosin-
crasia de sus mayores. Hay que alumbrarle el
camino del honor y del decoro; de lo que única-
mente se conquista por una educación solidifica-
da en el realismo de los hombres. Y para que
esto sea así, obséquiese al joven la atracción que
lo domina y que quita vendas. Que no se diga se
yerguen insultantes los corifeos de la transfor-
mación. No. Es que los que establecen, para el
hombre, medios de profundidad reformadora, lo
hacen con el garbo que otorga el control de la
ciencia que profesan. No es que nosotros nos brin-
damos el adjetivo de corifeos. Solamente pedi-
mos, para los representantes de la pedagogía ac-
tual, la genuflexión de los que sí avalúan la bri-
llantez de sus teoremas; la aureola para los que
nos han servido de guías en Ja hilvanación de
las presentes líneas: Pestalozzi, Rousseau, Spen-
cer, etc., etc.
El hogar, insistimos, tiene la acción de la en-
señanza prístina. El ha de significar para los que
46 -•
se afectan con sus emanaciones y ven la estela
de su curso, el ejemplo de lo correcto, de lo ver-
dadero. Ya nos hemos referido, aunque suscin-
tamente, a la ejecutoria de los jefes de casa que
disponen de hijos. A pesar de esto, entendemos
no es prolijo lo que se externe a fin de dirimir
el punto. Siempre que se busque la exactitud en
los nexos que amarran a los hombres, no podrá
"haber cansancio ni displicencia. Porque si en algo
ha fulgurado un embolismo asfixiante, ha sido
en la vida matrimonial y sus adherencias de de-
recho humano. En estos casos, en los que la tra-
dición ha jugado y juega un papel dominante, no
'ha faltado la soberbia de incontables padres que,
con una conformación espiritual al garete, pin-
tan en el niño el estigma de la ambición bastar-
da que a ellos embarga: tres años, a lo sumo, de
escuela y el resto a la práctica de trabajos que
'embrutecen, por los burdos, el sensitivísimo de la
niñez. El egoísmo y altanería de esos padres, na-
turalmente, es una causa de] raquitismo mental
que por todas partes cunde. A su extirpación oja-
l á total han ¿fe entregarse los desveles del que
marcha al unísono de los tambores de la cultu-
ra occidental, de la cristiandad. Esto puede apre-
ciarse como un llamamiento al conjunto de in-
vestigadores del psiquismo; una invitación a los
que, hendiendo la bruma del conservatismo, for-
man los sostenes de ¡a relación diáfana entre el
padre y el 'hijo, entre éste y la escuela, pero que
; permanecen ocultos en su gabinete por miedo al
— 47
ptrblico o por extremada'modestia. Ha cíe adqui-
rir esto, lógicamente, los métodos de una empre-
sa de altura, sin rodeos, sin más contemplación
que la tiene que guardar a ía diferencia de de-
licadezas inmanente a los jovencitos, porque los
que crean sistemas, desde luego, son hombres de
señaladas y variadas ansias.
La familia, vituperada sin tregua, por líderes
de facciones que no alientan más idealismo que
la eyeculación de !
a ponzoña, adquiere, en nues-
tro folleto, singular importancia. La justiprecia-
mos porque se sabe ella, es eje de la sociedad or-
ganizada, de las colectividades que, en oposición
al clan y a la. tribu, han venido sufriendo meta-
morfosis; sangrientas pero ubérrimas en productos
de calidad, de consistencia para nuestra civiliza-
ción.
Ese es el motivo que nos ha adentrado en la
explicación de Jos vínculos paternales y filiales.
Si el hogar es resumen de sublimidad, a despecho
de sus gratuitos y falsos oponentes, su afinidad
con la existencia escolar resulta indiscutible. Si
los dos principios se completan en la exaltación
de la pureza ética y pasión progresista en el mu-
chacho, tenemos que aceptar la indisolubilidad de
ellos. Su.s puntos de contacto semejan pirámides,
interminables en su ascensión a la Felicidad. No
hay ninguna heterogeneidad en sus atalayas.
Ambas se funden en la eminencia interpenetrada
de sus fluidos: fluidos de magetismo que nos en-
cumbran en la esperanza de lo infinito.
48 -•
Ha de ser categórica entonces, la simpatía
con que el p&dre debe auscultar el alma de sus
Hijos. Cuanta más benevolencia revele en sus
normas, maytfr efectividad sacará de la sucesión
diaria del niño.
Hemos dicho todo lo relacionado con la acti-
tud del padre para con su prole. Nos parece haber
dejado, por lo menos, alguna duda Gil |ci mente de
nuestros lectores. Si no están dispuestos a acep-
tar en su integralidad nuestra tésis, esperamos que
siquiera, al evidenciar su consentimiento a una
parte de ella, miren con'cariño el resto. Verifica-
mos un esfuerzo ímprobo en este trabajo y si no
nos es dable abordar absolutamente los varios
polos de la educación, en último caso nuestros vo-
cablos se ajustan a las realidades del segundo que
nos determina.
Queremos, sintetizando, que a la familia se la
mtronice en el sitial a que es acreedora. Si los
resultados de su contextura tienen una ramifica-
ción social, es indispensable que el Estado inter-
venga en la elevación de la ética que ha de ase-
gurarla. Por una campaña sostenida y general, la
nación, al través de su personalidad jurídica, el
Estado, podrá consolidar el ramaje de la verti-
calidad moral. Así será factible el integralismo
de la enseñanza y el padre y la madre, en combi-
nación con aquél, darán al hijo el rudimento de
sus actividades preescoláres. Condición "sine
quan'non" de su conducta en el aula es la mez-
cla de lo doméstico y lo civil.
— 49
Repetimos: si el hermetismo "escolástico"
de que ya hablamos en el capítulo precedente ha
establecido la paralización intelectual de genera-
ciones a granel, en los tiempOs que corren lo ve-
mos desplomarse, no nos asusta su lentitud, tra-
yendo en su caída el cúmulo de errores, el montón
de sofismas que ennegreció el espacio de los siglos
XIV y XV, especialmente. Bastante se ha hedió;
más se, hará en un futuro no lejano. Los hombres
ya alimentan afanes que los ennoblecen. Sus pen-
samientos se dirigen a la cosecución de posturas
que los hagan sobresalir; pero son posturas de
héroes y no de chauvinistas. Ellos quieren distan-
ciarse, definitivamente, del género bruto. Las
disquisiciones científicas que claman por el ajus-
tamiento de Jos seres de acuerdo con sus verda-
des, son indicios de la cercanía de otros albores.
Estos sí denudan, en su vigor, el cimiento de las
sociedades apetecidas: positivismo a prueba de
reaccionarios y extremistas de uno u otro bando.
El muchacho ha de recibir, en su existencia pri-
vada, el nivel mental espiritual de sus padres. Lo
ha de recibir no como herencia a la que debe fi-
delidad eterna: como génesis, nada más, de su pró-
xima ascensión en el mundo; como comienzo aní-
mico de sus trasposiciones. No será, en lo sucesivo
el objeto de los caprichos de su familia. Tendrá
participación primordial en las discusiones que !e
afecten directamente. Podrá, en suma, decidir de
su destino. Siempre bajo la égida de sus padres
50 —
arrumbará en pos de su determinismo histórico.
No más intolerancia que mina a] fuerte, al re-,
belde que destroza la hipocresía reinante y su cola
de inmundicias. El padre, educador supremo, tie-
ne que ser fautor de valimiento para el joven, es
decir: que no sólo en teoría ha de responder a
ese calificativo, sino'prácticamente también y en
cantidad que supere a aquella. Indudablemente
la educación, asentada sobre bases científicas^ se
acercará al pináculo de su esplendor. Conside-
rando al hombre en sus diversas manifestaciones
y los posibles a qua está expuesto, llegará a la
formación de lá escuela HUMANA, según el bri-
llante enuncio de Ramón T. Eli^ondo (1). Coti-
zando el impulso latentq que bulle en la mayoría
de los hombres y dándole la práctica de que es
merecedor, la humanidad, construirá así la era de
la interdependencia sana, más que esto: progresis-
ta y sin manchas. No se confunda la elucidación
que externamos. Al hablar de los impulsos laten-
tes nos referimos a los sublimes, al aspecto bueno
de la antinomia BIEN Y MAL. Para nosotros, lo
aseguramos con certeza, el mundo ha dominado los
preámbulos del' reajuste genérico y será la fami-
lia, Ja escuela y la moral quienes aguantarán la
canalización de las luchas entabladas por la aris-
tocracia de la mente, para lograr la depuración
de las instituciones de la hora, más que a la au-
(1).—Ramón T. Eftzcode "Socioto¿ía de Ja Educación".
— 51
toridad del sistema, habremos de otorgar nues-
tra estima y aplausos, así como nuestra ayuda,
a los que ponen al descubierto las bendiciones
de ]a autodidaxia.
52 -•
AUTOPREPARACION
Kl individuo debe empeñar-
se en la consecución, ojalá
plena, do su anhelo.
EL considerar analíticamente un tema
como este requiere, si no erudición, al
menos un tinte de claridad en lo que
afecta a las posiciones que se adoptan. En con-
secuencia, haremos lo imposible por vencer.
No nos son desconocidas las dificultades que
se entrecruzan. Con voluntad y sinceridad nos
arrimaremos al afán perseguido.
Los sistemas científicos tienen la ventaja
de acoplar, en circunstancias corrientes o anor-
males, el objetivo que las estimula con el con-
senso público. Si no fuera así, el universo se
descarrilaría. Una ola de anarquía total haría
del hombre un ente desquiciado, sin más aspi-
raciones que las de socavar, contra la evidencia
de su buen éxito, regímenes y constituciones.
Por suerte, en la vida de los pueblos hay pau-
sas que tonifican, intervalos que marcan lo
— 53
apropiado o inconveniente de las normas en
uso. Estos son los momentos que aprovechan
los tipos que la Providencia quiere modelado-
res de almas. Pues bien: si el ipositivismo. psi-
cológico personal que hemos esbozado es segu-
ro vivirá en no lejana fecha, aun ahora no se
debe sumir en olvido que el campo acciona!
de'la. edhcación es el sujeto en sí, es decir:
el agente unilateral, el hombre. Si las masas
asisten a espectáculos históricos que las retie-
nen embelesadas, a gestas militares, descubri-
mientos científicos, torneos filosofales etc.,
contemplan, frente o "tras bastidores", al cori-
feo respectivo. Uno e indivisible. Sea, que en
todos aquellos acontecimientos que implican
para la humanidad un período de transición
y el siguiente reajuste de derechos y deberes,
sobresale, como precursor y organizador, el
axioma del filósofo, la espada del militar soli-
viantado, el escrito incendiario del literato o
la facundia trepidante del agitador. Pero es
un solo hombre, una sola razón la que da ma-
tices a toda una época. Así vemos que Alejan-
dro, en la antigüedad, domeñó inmensos terri-
torios cincelando en ellos la fisonomía que su
cultura embrionaria guardaba, hasta compro-
bar que "la tierra calló en su (presencia". Julio
César en Roma; Maquiavelo en Italia; Zuin-
glio en Suiza; Lutero, Kant, Hégel, Leibnitz,
Bismark en Alemania; Huse y Jerónimo en
Eslovaquia; Descartes, Voltaire, Rousseau,
54 —
Napoleón en Francia; Wellington, Bacon, Spen-
cer, Disraeli en Inglaterra; Hitler, Mussolini,
Stalin y Roosevelt en la actualidad, todos, aba-
tes y clérigos, políticos, militares, filósofos por
miles, han estampado en su aldea, pueblo, ciu-
dad o país, el concepto de vida que profesaron
y profesan. De aquí sacamos en definitiva que
es el hombre, personalmente, quien levanta los
altares de la humanidad. Es sólo él, en sus
inspiraciones o deseos racionales, el que alum-
bra en la ascensión de la especie. Dios ordena
y el hombre ejecuta. Por eso pues, tampoco
obtendríamos la educación integral que nos
ocupa, si el adolescente no posee la cualidad
y decisión necesarias para acometer el estudio
de lo que le rodea en lo intrínseco o extrínseco.
El hombre, en cualquier fase transformadora,
es el que indica la cumbre a someter. Con sus
especulaciones y críticas, con sus idealismos y
soluciones practicistas da a las sociedades el
baluarte de sus creaciones de todo género.
La escuela de hoy, claro está, tiene que
adaptarse al método unipersonal que anuncian
los pedagogos de abolengo. Pero antes ha de
conseguir que la juventud se apasione en la
elucidación de los grandes problemas que man-
tienen en zozobra a las comunidades. Porque
nada sacaremos en realidad, si el elemento
humano (permanece a la deriva. Los nuevos
postulados educativos pueden hacer ostenta-
ción de su verismo pero, si la importancia del
— 55
nivel cultural no representa nada o casi na;i*
en los sacrificios a que se llama al ser de iwy.
y en los que él mismo voluntariamente efectúa,
por aparte, es preferible eliminarlos. Para n
negarnos, para no animalizar nuestra comple-
xión de sujetos pensantes y ipara clecir con Ma-
quiavelo: "ser hombre es ser luchador", aun-
que no en el fondo pesimista que él le adjudica
a su aforismo, más bien agregando n o s o t r u s :
luchador racional, la pedagogía de nuestra ei".i
tiene que crear, en la belleza de su preocupa-
ción genuina, -al superhombre de Niet-zsche
(1). Este, para nosotros, el esfuerzo de la ac-
tual y futuras generaciones. La participación
del programa educacional respectivo ha de
aparecer,— ¿quién lo duda?,—terminante.
Siendo el autodidacto como decimos, el
que se cultiva (porque siente "hambre de sa-
ber", se considerará, en su trabajo, doblemente
impulsado: interna y externamente. En lo pri-
mero: el señuelo que con él nace; la vocación
que empuja para colmar su propósito. En lo
segundo: el provocado por el hechizo de la
ciencia. Ya Samuel Smiles, con la autoridad
fl>. "Asi hablaba Zaratustra". Transigimos cors N¡!,
t/.s-
che solo en su determinación del superhombre. e.< es-
cir: de calificativo Superhombre. No en las propcwa-
des que le adjudica, porque son graseras, furibunda-
mente materialistas. Que conste asi.
56
que lograra, nos condujo a la percepción del
valor de la autopreparación. Después de él, ta
experiencia diaria, la información ajena que
se nos cuenta, el presenciar con nuestros ojos
y entendimiento los avances del que se instruye
a costa propia, nos revalida en los puntos des-
critos. No aceptamos, haciendo honor a nuestra
seguridad de reseñadores, compiladores pési-
mos si se quiere, el arrastre con que se deifica
a las "ideas generales". Ellas producen el en-
cierro dogmático a que ya nos referimos. Fo-
mentando en sus partidarios un fanatismo me-
diaval, ponen murallas infranqueables en el
desfile de los que reforman. La psicología in-
dividual es la encargada de derribar la plata-
forma invariable, eterna. Quedando franco el
paso a lo inconmensurable del espíritu, si será
dable, al (jue se disciplina por sí, engarzarse
en las corrientes que progresan sin ambages ni
volteretas que a veces las anulan en su carre-
ra. La compatibilidad de la enseñanza oficial
con la extraoficial o conducta del "rata de
biblioteca" como vulgarmente se distingue al
autodidacto, es evidente. Y en muchas oca-
siones de éste provienen métodos y comple-
mentos que ayudan en la depuración de la es-
cuela. Si esto ha sido verdad en los dominios
de la enseñanza colectiva, es de esperar que,
al conjuro del individualismo psicológico se
acreciente la condescendencia mutua de lo ofi-
cial y lo particular: de la enseñanza guberna-
mental y la personal.
— 57
El hombre, criatura que piensa y obra (Des-
cartes), es dado, por naturaleza, al trabajo fá-
cil. Prefiere, en la mayoría de las ocasiones,
lo abundante (cantidad) a lo valioso (cali-
dad). De aquí que un. noventa y cinco por cien-
to se abandone al examen superficial. Esta es
la causa por la que en muchos círculos de ami-
gos o tertulias de alguna base social, o i g a m o s
a los más haciendo derroche de palabras que
no rebasan el lindero de lo insípido. Si en la
salida parecieran sorprendernos con adornos
morfológicos que destila su conversación, pues
hablan de esto o lo otro, desgraciadamente al
abordar con fuerza cualesquiera de los graves
asuntos que afligen a la humanidad, fallan. Se
pone de manifiesto la incapacidad petulante
que los'asiste. En varios hombres también so-
bresale, al zambullirse en el mar sin fondo a
que ellos mismos se remiten, la pasión de la
venganza, consistente en humillar al que sí ha
podido, con argumentos de peso, desenmasca-
rarlos. Es verdad que quien, sin cadenas nor-
mativas como las de la escuela cerrada y uni-
forme que nos antecedió y que aún arraiga en
países de toda dimensión, (en apariencia) se
prepara mejor para el torneo de las civiliza-
ciones. Si el que lee con afán de estudio no
siente la dureza del maestro, la conminatoria,
que le martiriza continuamente porque no re-
suelve con prontitud algo de su repertorio u
horario, es más apto y más libre ipara interve-
58 —
nir, ventajosamente, en las cuestiones unidas
a lo cultural. Con espontaneidad sí se remonta
el individuo en busca de su destino.
Hemos atacado al maestro corriente, al
que no está imbuido, porque es necio, o retró-
grado, de las novedades científicas y filosófi-
cas que van imprimiendo señales indelebles.
Ahora bien: el otro, el que sí asimila el dia-
pasón de su época, es portador del mensaje
que aglomera, del verbo que catequiza por su
desnudez, por lo llano, porque resjponde a las
demandas del segundo vivido. Este maestro,
que hombro a hombro pelea por la creación
anunciada en las premisas que comulga, sí es
báculo del joven que se enamora, tal vez ro-
mánticamente, de la sabiduría. Y al decir "ro-
mánticamente" estamos en lo cierto. Hómbres
hay que se educan o son educados por
"sport", porque encuentran romántico el dis-
putar, solamente, sobre temas de trascenden-
cia. A estos es ineludible dirigirlos y para ello
nuestro preceptor, para éstos y para los que
sí navegan en el bajel del (positivismo. Pero
para los últimos, para los que no hay más
horizonte que el marcado por la ascensión aún
no terminada del conocimiento, el mentor que
delineamos es insuperable. Por ello el auto-
didacto debe proceder cautelosamente en la
escogencia de sus "padres espirituales". Un
mal discernimiento es seguro l e anonadará
hasta consumirla por entero.
— 59
Si los libros lo electrizan, ha de empL-ur-
se con tacto ipara no permitir que ia ve !'!>>».-
dad o elegante dicción del autor lo fulmine::.
Su raciocinio, es lógico, tiene que div ersiíícar -
se para dar su real quilataje a las atraccio»e>
que pasen ante su vista. El que sabe por pr o-
pia dedicación ha de juzgar, teoremas o per-
sonajes centro de la obra, con la imparciali-
dad que el sentido del hombre superior poseo.
Ayuno de malas intenciones tendrá, comí.) pre-
sente a su estudio sincero, el acopio nunca
substituido de la legítima educación. Luego,
dignificado por sus creaciones originales, por
su percepción cabal de los acontecimientos que
mantienen en espectativa a los unos y en tu-
multo, a los otros, su instrucción se proyectar;!
en la limpieza del estrado, porque él lo ame-
rita; en el periódico porque su pluma enar-
dece cuando el vilipendio del poderoso se in-
yecta en la mansedumbre obligada del ipobre.
también para descubrir si el peculado se en-
señorea en los salones del ministerio, del mu-
nicipio, del palacete. Su instrucción dejará
secuelas que no pizarán sino los buenos, los
nobles de alma, los grandes en sus concepcio-
nes. Desde la tribuna de la ciencia, de la filo-
sofía, de la metafísica, del arte etc., etc., alum-
brará la senda de la tranquilidad y bienaven-
turanza humanas.
No concedemos supremacía al cultivador
de sí mismo. Lejos de nosotros tal nieta. Lo
60 —
que adjudicamos a nuestro tipo es adjudicable,
sin duda, a quienes durante dieciocho o dieci-
nueve años se capacitan a la sombra de maes-
tros oficiales, es decir, que se perfeccionan en
la tutela de los regímenes pedagógicos corres-
pondientes. No (podríamos negar nuestros jui-
cios ya, externados. El ditirambo que glosamos
en homenaje al autodidacto tiene otra causa:
la de que, por costumbre, se desprecia al que
no ha logrado, por A o B, hacerse "lenguas"
con un título. A nosotros, así lo hemos dicho
en infinidad de oportunidades, nos embarga
la creencia de que no es un cartón quien dei-
fica al hombre de saber. Es la inteligencia y
el encarrilamiento sano quienes hacen la supe-
rioridad del sujeto. Conocemos miles de ejem-
plos que nos ceden la razón. Y, en lo que atañe
a los profesionales, nos ha sido posible, en co-
yunturas a montones, enterarnos de cómo des-
honran el pergamino que los ha licenciado. La
asimilación mecánica que ellos practican el día
de los exámenes, único quizá en que estudian,
los arma, momentáneamente, para el exacto dirj
mir de las tesis finalistas. Alcanzado su an-
helo, en el momento no más da iprincipio el
estigma con que cubren a sus maestros, a su
colegio, a su patria. Una o dos horas después
de rendidas las pruebas, esos "brillosos" acar-
tonados no pueden describirnos uno solo de los
valores ecuménicos, o locales, que integraron
el mayor número de su programa en el recinto
— 61
••escolar. ..Samuel Smileg (1). dice, a esLe, respecto.;
"La teoría de que el éxito en los exámenes es
una prueba de lo que el niño será después, es
falaz. Ya hemos visto que muchos de los hom-
bres más distinguidos fueron holgazanes ,v
nada precoces en la escuela". Hay un fuerte
realismo en su exclamación. Más abajo, (2)
afirma. "Las distribuciones de premios y los
concursos estimulan sus energías; y cuando
han "pasado" y obtenido todo lo que ambicio-
naban, ¿cuál es su condición actual? Son fre-
cuentemente pobres criaturas aniquiladas. Muy
pocos niños y niñas de los que ganan premio.-!
realizan las promesas que habían hecho conce-
bir". Este escritor puso los "puntos sobre las
íes".
' Entiéndase que no queremos generalizar
porque de hacerlo, caeríamos en contradiccio-
nes que nos ridiculizarían. Hablamos de los
muchos defectos que ostenta el sistema educa-
cional en boga en distintos países. Y dirigimos
nuestras sílabas en son de alabanza para el
autodidacto, porque él es mirado despectiva-
mente, porque se le esteriliza al no mostrar la
propiedad de un título. La historia,,
inagotable en lecciones de todo colorido, nos
(1). S. Smiles: "Vida v Trabajo". Págs. 354 y K.d'e.
Garnier Hnos. París.
(2) S. Smiles: "Vida y Trabajo". Pág. 355. Edie. Garnier
Hnos. París.
62 -•
informa de que fueron los no togados los cau-
santes de las transformaciones de resonancia.
Por eso sentimos deleite en la dedicatoria de
estas páginas a los que cosechan, ipor esfuer-
zo suyo, una posición mediana o envidiable;
a los que, bregando contra la altanería de
plebeyos y aristócratas, (éstos por egoísmo y
aquellos por su incomprensión) hacen propios
los toneles guardadores del tesoro que instru-
ye, que da civilización auténtica en lugar de
disfrazarla o suprimirla.
El pulidor de sí mismo, entonces, dispone
de un haber que lo clasifica entre los seres
útiles a la humanidad, en especial: a su pa-
tria. Nosotros no suspiramos nada más que por
contribuir al riego de los postulados que hoy
se despliegan en "columnas de abanico". Que
la educación y la instrucción se.alarguen hasta
rozar los comienzos "de la divinidad, porque
con Von Wiesse afirmamos que "lo racional
linda por todas partes con lo ultrarracional".
Esto dicho por uno de los directores del positi-
vismo empírico.
— 63
SOCIOLOGIA Y EDUCACION
El Estado tiene que conver-
tirse en auspiciador decisi-
vo de la educación integral.
CON franqueza decimos: comienza el
análisis de una fase de la cuestión que
nos ocupa, envolviéndonos algún te-
mor en lo que atañe- a sus resultados. Porque
es indispensable saber que la parte sociológica
de la educación abarca direcciones si no con-
fusas, por lo menos difíciles de explicar exis-
tiendo, como existe, un apiñamiento de rum-
bos que han grabado en el raciocinio de los
conjuntos pensantes, los llamados a hacerlo:
filósofos, políticos, científicos etc. No somos
"ri lo uno, ni los otros. Sí sentimos, a pesar de
ello, la obligación de tratar lo que constituyó
la definición del nombre de nuestro ensayo.
En los primeros capítulos hablamos de
asuntos que disponen de una correlación estre-
cha con nuestro propósito. Ahora, en el pre-
— 65
sente, nos dedicaremos a él de lleno. Bien o
mal, saldremos del laberinto en que la terque-
dad de nuestra juventud nos introdujo.
La sociología, o sea el conocimiento de las
relaciones entre los hombres, entre éstos y el
Estado y la manera de que ellas se desenvuel-
van dentro de conceptos que las purifiquen,
alcanza, en los momentos que pasan, una no-
toria superioridad sobre las otras fuerzas del
intelecto. No nos alarma el que para Comte la
sociología esté sujeta a dos interpretaciones:
estática y dinámica o positivista con una mar-
cada acentuación filosófica. Y no nos sorpren-
de porque consideramos que la sociedad, en
su progresiva modulación, es dinámica. En sus
paradas o ciclos de prevención, estática. Tam-
poco el que Max Weber diga no corresponde
la sociología a ciencias naturales ni históricas.
Con éste peleamos la exclusión que formula.
Es ciencia natural porque lidia en su explica-
ción de los fenómenos sociales, fenómenos pu-
ramente funcionales por su génesis: condicio-
nes orográficas, climatológicas; temperamento
o talante personal y colectivo; influjo que so-
bre esto tienen las primeras. Y ciencia histó-
rica porqué el ayer, con sus experiencias raquí-
ticas o abundantes, obsequia al hoy el raudal
de sus argumentos en pro o en contra. En las
dos se para el hombre con el anhelo de refor-
mar o innovar el lineaje tendido por sus ante-
pasados. Con Spann nos atrae la "superiori-
66 —
dad absoluta" de la filosofía social. En todo
caso se demanda la participación del conoci-
miento subjetivo, del hombre en su calidad de
sér que razona y concibe. Comte fué explícito
en ello. Si bien no aceptó los principios de la
filosofía social pura, sí otorgó su consentimien-
to a la filosofía positivista que aprecia al su-
jeto en cuanto es, intuye, y actúa. Si la socio-
logía, e.n consecuencia, es exornada de tales
atributos, sus nexos con la educación deben
señalarse. Si el'la escudriña en el afán de cons-
truir sociedades que se divorcien del pretérito
en lo que las perjudica, sus vínculos con la
senda cultural de los pueblos han de merecer
sitio de honor en nuestra obrita. Somos, tpor
lógica, adictos a la sociología filosófica y cien-
tífica, esto es: a la compenetración natural del
espíritu y la matèria. Aseguramos que el hom-
bre no puede sobrevivir abrazado eternamente
al positivismo riguroso ni al idealismo metafisi-
co. Requiere del auxilio de ambos para arros-
trar, con posibilidades halagüeñas, los embates
de su sino. Si es positivista a ciegas, se ve pre-
cisado a negar finalidades trascendentes; un
algo suprasensible a que se dirige la estada
del hombre en la tierra, y termina en la adop-
ción de un materialismo enfermo por no tener
más miras que el hoy objetivo. Si es idealista
en. demasía, se aleja de sus semejantes para
entrar en la nebulosa de lo misterioso, de lo
que está vedado al interés mortal. Se desipoja
— 67
o cree despojarse de la carne que lo integra
para hacer su enrolamiento en un misticismo
que lo destroza. Por eso admitimos, en el prag-
matismo del ser, la revelación dictatorial de tos-
dos principios: materia y espíritu.
La sociedad universal (macrocosmo), y
el individuo (microcosmo), han incoado el
segundo gran evento de la sangre. De esta vez
(parece que el statu quo de la convivencia de
las clases y jerarquías intelectuales y econó-
micas, se ha roto definitivamente. No valieron
las improntas "hechas con fundamento en pos-
tulados de célebres sociólogos y economistas.
El equilibrio terminó en una concentración de
poderíos que no vacilaron en luchar por darle
cima a las (pretensiones que cada uno alentara
y alienta. Los valores morales y estéticos que
nos dijera Markof, el conjunto de realizacio-
nes que nos legaron una civilización en apa-
riencia sólida, se ha desquiciado. Razón tuvo
este autor al pregonar que en los "principios
de la moral urbana, artificial e inhumana", se
encuentra el gérmen dé la decadencia con-
temporánea. Por desdicha al pesimismo cun-
de. Los cerebros se ofuscan al presenciar y
sentir el ciclón que arrasa centurias de sacri-
ficios. Las posiciones estabilizadas merced a
arduas tareas se liquidan en inmolación que
solo el Dante concibiera. Las medianías se su-
perponen al jinetear intrigas que desconcier-
tan porque son éstas la vara que mide para
68 —
obsequiar gajes. Una asfixia tremenda se va
apoderando de los que ni son mezquinos ni
son carneros; de los que sí pueden enderezar
a sus semejantes en direcciones que los hagan
valer. Pero es tan pavorosa la inmundicia de
las circunstancias, que la hidalguía de miles
de corazones permanece arrinconada, sin atre-
vérsela tomar parte en un movimiento que com-
pela a las muchedumbres a volver a la juris-
dicción del hombre verdaderamente hombre.
Cuando más urge la unidad de las almas, más
se distancian. Cuando las naciones solicitan e
imploran a sus hijos la unificación en sus vis-
lumbres finales, más inconmovible aparece la
cizaña que corroe. Los instintos, sin ofro hori-
zonte que el de llenar sus estómagos, asesi-
nan cuantos indicios de renovación o innova-
ción pretenden ganarse la estima de los con-
fundidos. Las pasiones de arrabal se enorgu-
llecen de su potencia sin contras que las ame-
nacen de seguido. Por esto se extienden ame-
nazantes y traidoras.
Todo el complejo materialista que fué capaz
de concebir Carlos Marx se derrama sobre les
que preconizan la eficacia de la combinación:
cuerpo-espíritu. Combinación evidente ella.
Los axiomas de la ideología frondosa, estimu-
lada por ansias que la sublimizan, enmudecen
a los gritos desaforados de la chusma. El pre-
cepto que crea, el espiritualismo que extrae
del yo los pilares de una era que establezca
— 69
los fundamentos de la humanidad alegre, ri-
sueña en su "confort", se muestra flojo al re-
cibir la afrenta del socialismo bolchevique.
Los conjuntos (élite) dirigentes palidecen al
encarar la solución de problemas sociales. En
suma: nuestra sociedad gesticula lastimosa-
mente al sobrevenir la defunción del alma y
su secuela de valía en los campos de 1« cul-
tura. En paradoja terrible, debemos admitir
la culpabilidad de nuestra civilización en el
despertar furioso de las capas "bajas" de la
comunidad de la hora. Marx 1q advirtió con-
cretamente: "La sociedad burguesa ha creado
las armas de su propia destrucción" (1). Esta
otro: "Desde su creación, los grandes Bancos,
engalanados de títulos nacionales, no son otra,
cosa que asofliacioTias de espesculaldoijes pri-
vados que se' establecen al lado de los Gobier-
nos" (2). Aquí se confirma el principio del
desbarajuste social, económico y político que
palpamos. Si hay descaro en la pugna por el
implantamiento del materialismo histórico que
no tiene razón lógica ni natural de existir, in-
dudablemente sí encontramos cierta veracidad
en las anteriores exclamaciones.
A su destrucción, claro está, deben endil-
garse los trabajos de la sociedad moderna. El
materialismo ha sido procreado por un desliz
(1) "Manifiesto Comunista"
- (2) "El Capital"
70 —
de los hombres. Que vuelvan ellos a la justicia
que ignoraron durante decenios y se fomente
el engranaje de una época positiva idealista.
Por esto Yierkandt nos dice que la sociología
es: "Nada más que filosofía de la cultura y
para que ésta exista es imprescindible la exis-
tencia de la sociedad, del sujeto colectivo",;
también que: "El campo proipio de la sociolo-
gía es la conformación de la sociedad y de la
cultura". Positivismo e idealismo se dan la ma-
no como orfebres que son del movimiento todo
de las masas. Vierkandt hace una magistral
interpretación de la vida del hombre. A su
práctica, entonces, es ineludible se dediquen
los exponentes de la fase que nos envuelve.
Marx negó al hombre al negar su espíritu; lo
negó en su capacidad racional individual. Vier-
kandt lo glorifica por sus grandezas culturales
y civilizadoras. El primero desbarató los ci-
mientos del mundo activo, del que no es sino
por gracia de la mente y sus intuiciones, a pe-
sar de la apariencia externa. Ella es, para bien
o para mal, quien pone el acicate a la
actividad del cosmos y sus pobladores. El
segundo concede *a los asuntos de la co-
lectividad toda la proyección de la cul-
tura, o sea: que ellos no se destacan más que
al través de la psicología y de la espirituali-
dad que es motor y dirección. Si para Marx el
hombre obedece por lo general al imperativo
económico, causa omnipotente de la super acti-
— 71
vidad mundana; si para él la fisiología adquie-
re propiedades incontrarrestables por únicas,
con lo que relega la aptitud o el alcance men-
tal individual, Vierkandt beatifica los empujes
de la cultura que brotan, naturalmente, al so-
plo del espíritu. Este autor acepta la finalidad
colectiva del ente, pero no rechaza .su imperio
como punto inicial del progreso.
Creemos en su decir. Si nuestra era se sin-
gulariza por la avalancha de un crudo materia-
lismo ; si para los corifeos de éste no hay más
impulso que el hechizo de lo objetivo, de la
idea nacida al llamado de lo corporal, irremi-
siblemente se nos coloca a la par de la anima-
lidad. Ea líneas portentosas Alexis Markof
deshace la altanería de los necios, al afirmar,
en relación con el sofisma mecánico material
d'e ellos, lo siguiente: "Si el mundo no es más
que uh caos regido por las fuerzas ciegas de
la materia, es muy poco probable, por una par-
te, que el proceso histórico social conduzca a
un "modus vivendi" fruto del raciocinio huma-
no y, por otra, es imposible que exista algo
racional en un universo irracional y caótico "a
priori". Su refutación nos lega armas comple-
tamente invencibles. Así nos sentimos más se-
guros en la divulgación de nuestro criterio.
Si la materia es origen y fin del ordena-
miento cósmico, si los actos volitivos no fulgu-
ran más que a la señal de lo externo, no hable-
mos de cultura porque ella no es sino en el
72 —
hombre, individualmente tratado. No hay ra-
zón en donde impera lo irracional nos dice
Markof, y nuestra seguridad de que somos
HOMBRES lo ratifica. Si los grandes socialis-
tas marxistas han formulado los principios de
la humanidad del mañana, asentada sobre
plataformas de realismo indiscutible para ellos,
¿cómo será dable su consecución si se despla
za
lo que ha sido su capacidad generativa? ¿Por
qué reniegan del idealismo si ellos han ideado
el modelo del macrocosmo futuro? La soberbia
es fuente de profundos males. Este es él caso
de los que, aun imbuidos de máximas espiri-
tualistas o metafísicas, ya que tienen certeza
de su condición de seres humanos entendemos
nosotros, se sueltan en improperios y falseda-
des; en ataques a sus protpios adornos que les
han permitido agigantarse en su esencia de
entes con voluntad, con pasiones, con concien-
cia de sus atributos no darwinianos.
Los positivistas materialistas, en síntesis,
aran terrenos que están bajo sus pies, es decir,
quedan en el "aire" al minar lo que les sostie-
ne enhiestos de cuerpo y alma. Sus premisas
se esfuman al ponerse en contradicción con lo
que las crea. Sus cálculos, al no fundarse en
lo que el sujeto es, chocan con la solidez de
las fuerzas que se abrazan en la constitución
de él. No nos embarcamos en simples especu-
laciones. La vida ordinaria, la del pobre como
la del rico, la de las clases sociales en suma,
— 73
da pábulo a nuestro grito. Por esto decimos
que la sociedad sin individuos es inadmisible,
ilógica; también el hombre sin espíritu se nos
antoja, en verdad, inconcebible. De continuo
oímos peroratas y leemos folletos y libros en
que se h
ace el elogio de las reservas materia-
listas de los hombres; en toda esa literatura
probamos la tendencia del siglo. La concupis-
cencia se abre domeñando los hemisferios. Las
virtudes anímicas quedan a la zaga y las obje-
tivas se envanecen al contar con la fruición de
los más. El sentimiento bondadoso se encasti-
lla en el yo, sin oportunidad de expansión co-
lectiva. El heroísmo de los que creen y fecun-
dizan la idea de una meta "divina" como ga-
lardón al sufrimiento de las masas, es víctima
de injurias y degradaciones. No hay más labor
para las especies vivientes que la de satisfacer
su necesidad de combustión* Riquezas, comi-
das opíparas. He allí la ilusión suprema de Ia
época. Los conglomerados olvidan la cimera
que puede marcar su raciocinio; su conceipto
del universo y del hombre se enfanga en la
voluptuosidad de la ramera que vende sus car-
nes, en la animación sospechosa de la pantalla
cinematográfica, en los estruendos no coordi-
nados de la música africana, en el pavoneo
antiestético del baile o las danzas ambiguas
de la fecha. Tenemos que aceptar el criterio
de Gustavo Le Bon al decirnos que las masas
son incapaces de guiarse, que-no piensan, que
74 —
no proceden a impulsos de la conciencia sino
a los del minuto que cruzan. Este es el defecto
del hombre colectivo. Para las multitudes no-
existe el mañana; sólo el presente. Por eso
requieren de la energía del líder, del conductor
de pueblos que discierne. Sin é
l marchan a la
deriva y mientras no salgan de la trivialidad
que denotan, habrá dictadores (1).
Pues bien, si los agentes del alma y del
cuenpo reniegan de la veracidad de un pinácu-
lo sobrenatural; si ellos ríen a la sola exposi-
ción de "prejuicios" "fomentados durante los
años del romanticismo del medioevo", nosotros
entristecemos al analizar sus postulados de sor-
didez no limitada. Esto nos ofrece alguna ana-
(1) Nosotros, al referirnos al conglomerado, lo ha-
cemos considerando que él es por obra del sujeto, por
.el "número" en síntesis. El conglomerado es la totali-
dad de tipos racionales o NO que, por la naturaleza de
su respectiva coexistencia, poseen rasgos que los her-
manan. No obstante, el sér personal difiere del colec-
tivo. La moral individual varia al mezclarse con la mul-
titud. El individuo se convulsiona al calor de la orgía
y del tumulto. Pierde s-us privilegios de elemento que
razona para sustentar lo que Durkheim define "con-
ciencia colectiva" o "sér supremo". Por esto decimos:
"los conglomerador olvidan" como podríamos decir: "los
hombres olvidan". Esto dentro del relativismo ya ex-
plicado.
Advertimos que el "sér supremo" de Durkheim
no es todo lo grande que él cree; lo aceptamos porque
de cualquier modo, este sociólogo acepta un poder que
hace y dirige.
— 75
logia con la vieja anécdota de Nerón, según
la cual éste, para calmar su ansia de troglodita,
ordenó abrieran las entrañas de su madre pa-
ra estar seguro del sitio en que ella lo había,
fecundado. En nuestro caso no se mata a! espí-
ritu para observar sus intimidades; se le ase-
sina porque al saberlo generador de proposi-
ciones que cohiben la consumación salvaje del
hecho decididamente objetivo, el hombre no
soporta el escarnio consiguiente. Su orgullo, su
altisonancia, las varias afluencias del ambien-
te en que se arrastra, le infunden una mega-
lomanía que, puesta al Iad o contrario al de los
dictados de su mente sana, lo hace languide-
cer, estéril en su delirio, muchas veces. Y cuan-
do fructifican, es ipara convertirse en .adalides
de la maldad.
No enaltecemos, es indispensable mani-
festarlo de nuevo, la preponderancia del idea-
lismo medieval; en otras frases hemos diluci-
dado nuestra tesis. Tampoco nos marea la so
lución donada por el materialismo. Esto seria
confundir la fe que guardamos a nuestro gé-
nero. Si las masas no piensan por la algarabía
del momento, por la superficialidad con que
todo lo miden, sí razona el hombre, criatura
d e sentidos y concepciones. A éste encomen-
damos la misión de depurarse, de perfeccio-
narse sin altos ni iplazos. Así, con una educa-
ción generalizada y seria, tal vez obtendría-
mos, en aquéllas, la prudencia y noción infaír
76 —
ble que se apodera de los que estudian los in-
trincados asuntos de la sociedad.
La sociología, por lo tanto, está identifi-
cada con el grado educacional de cualquier
nación. A pesar de ser una disciplina relativa-
mente nueva, sus ramificaciones abarcan ai
devenir de la. humanidad. Y este devenir, para
que sea todo lo perfecto a que aspiran los di-
rectores de esa corriente, ha de tener su base
en la educación científico filosófica. Al niño
en edad escolar hay que iniciarlo, aunque so-
meramente, en los problemas a que ha de en-
frentarse ya adulto. Imponerle de sus obliga-
ciones para con su patria, de sus deberes ipara
con la sociedad a la que pertenece y para con
la periferia universal dentro de la que aquella
vive. Indicarle, para un remedo no importa
parcial, las gestas de sus mayores; los actos
que han contribuido, efectivamente, a propul-
sar el estandard de vida de los que llevan so-
bre sus espaldas la pesadez de la industria y
de la agricultura; del obrero que, inculto y
escuálido, clama ipor una redistribución de los
(pedestales económicos actualmente en manos
de una sola clase. Inculcar, en el corazón del
niño, la nobleza de la tarea que tiene por guía
la felicidad de los desposeídos de los medios
de subsistencia más precarios. En resumen:
encarrilarlo por los dominios de la sociología,
porque es ésta" la que, por su integridad, con-
templa la eficacia del medicamento positivo
— 77
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  • 1. HECTOR MEOÑO VINCENZI SOCIOLOGIA Y EDUCACION Breve ensayo de los nexos entre la sociología y la educación. imp. "La Tribuna" SAN JOSE, COSTA RICA 1 9 4 3
  • 2. HECTOR MEOÑO VINCENZI SOCIOLOGIA Y EDUCACION Breve ensayo de los nexos entre la sociología y la. educación. ÏJïîP. "La Tribuna" SAN JOSE, COSTA RICA 1 9 4 3
  • 3. ç f j m¿ /»yo QJtec/o/' ?»//». J3«e «a. âec/iad* cù&**>**» de /vorri/jre de- />¿en.
  • 4. E X O R D I O w T A, este primer fruto de mi esfuerzo, con el sin- I / cero deseo de contribuir, dentro de mis pocas * facultades, al incremento del estudio de aquellos problemas que hoy, y siempre, exigen la aten ción decisiva de los hombres, sin distingos ni creen- cias que obstaculicen la solución respectiva. En él no hay doctrina ni un estilo determinado. No busco más que dibujar, para mis compatriotas, algunos aspectos del individualismo psicológico, ansiando, empeñosa- mente, se comprendan mis propósitos. He tratado de ser todo lo cloro que el tema requiere; si esta aspira- ción no fué alcanzada, pido disculpas. Mi inquietud juvenil tal vez ha derramado su vitalidad hasta llegar al vértigo, pero al vértigo que produce el apasiona- miento por lo SMIO y lo verdadero. He creído que el abordar temas educativos y socio- lógicos es de un interés capital. Por ello considero que resulta deber trascendente de quien los analiza, actuar con mesura; ante todo, con algún conocimiento positi- vo de la materia. No pretendo vestirme con el título de sociólogo ni de educador. Solamente quiero hacer constar que, si uno trajina al vaivén de los pequeños y grandes acontecimientos mundiales y si éstos son
  • 5. objeto de la mirada escrutadora de los hombres, hay que señalar posicionis y colores; han Que definir el punió de vista personal y danie la preseutaciiin exlem.a que tas circunstancias demanden. Ese mi anhelo. Aun- que pobremente, creo no dejar dudas en cuanto a los principios que sustento. Ellos son. resultado de la i.¡-pe- riencia diaria. Que se me castigue la jornia, oiu se desmenuce el contenido por no corresponder. en ciertos inovu ntos, ati sentir de mis lectores; lo acepto de bue- nas maneras. Pero que no se ponga en entredicho la buena fe que vacio en mis líneas. Eis convicción mía. el •sendero que me propongo demarcar. En lo referente a las citas que hayo de J. ,/. Rou- sseau, Spencer, Peslalozzi y Seniles, he de manifestar que, si bien ellos pertenecieron c* épocas que en la ac- tualidad se prnilen llamar clásicas, no por i-so sus n.i-io- mas han perdido fuerza y lógica. Aun hoy, cien o dos- cientos años después de haber dado a publicidad -us »lá.rimus, tienen ellas tan estrecha relación con los vm- vtmie tilos de nuestro siglo, que es imposible objetarlas por arcaicas. Esos tipos enunciaron, para gloria del fu- turo. )'a contemplarnos los efectos razonables de su metodología. El individualismo psicológico se alarga roa 'mareada rapidez; el hombre continúa valorizándose me- dianil una lucha sin cuartel, y él triunfará; lo asegu- ro, fio con la certeza del que vaticina, pero si con la espt ribazo del que por Jo menos, .superficialmente, cono- ce los atribuios del sujeto que es nervio, R<I;ÓN !J ac- ción. Es mi. ensayo, por consiguiente, una síntesis del hi- ño, del hombre y del estado. EL AT'TUR.
  • 6. ACTITUD AFIRMATIVA DEL SUJETO RACIONAL Como age r.te evolutivo del orden humano, todo hombre debe educarse y . . . educar. E L estudio crítico de los postulados que afectan, decisivamente, la conformación espiritual, intelectual, moral etc., del niño, es de una importancia que amerita la delicadeza misma del asunto. Y debe de ser así por cuanto se sabe, con propiedad, que el nivel social político de una nación depende, en porcentaje sensible, de la solidez cultural que alcanzan sus componen- tes. Nuestra crítica, en síntesis, no pretende más norte que el de contribuir, con el mejor de los deseos, al esclarecimiento y subsiguiente elogio de preceptos que a la hora se vislumbran en mar- cha de victoria. Afirmamos, en consecuencia, la necesidad de que la instrucción integral penetre, no interesan sus movimientos paulatinos si son robustos, en el afán evolutivo de nuestro siglo. Es más: resulta que su adopción tiene que ser — 7
  • 7. también integral, dado que es el punto de partida de aquélla. El paso es lento pero seguro. A ese propósito noble'como el que más, han de dedicarse los esfuerzos y cualidades de los hombres que, por ventura, aprisionan el don de la inteligencia positivamente creadora. No es de justos que, quien pueda, se niegue a darse por entero a la causa de la superación del númen individual, principio del colectivo. Tampoco que, aun los menos capa- ces para el efecto, no ofrenden, al mejoramiento de Jas instituciones de misión preceptiva, su míni- mo haber cultural. De entre todos habrá de salir, en una exaltación de la fortaleza humana, un con- junto de omnicios para coronar los axiomas de la pedagogía auténtica, realista. ¿Es un llamado lo que decimos? No. Solamente una insinuación. No nos compete lo primero porque carecemos de au- toridad ¿Lo segundo? Quién sabe. De todos mo- dos queremos participar en las contiendas de nuestra generación. Somos de los "menos capa- ces" pero de una sinceridad a prueba. Si en los actuales momentos la corriente ul- tramaterialista que ha tomado posesión del mun- do, obstruye la serenidad con que tienen que abordarse los conflictos de la educación e instruc- ción juveniles, todavía se perfilan elementos de reciedumbre que, escondiéndose de la locura de sus semejantes, rompen el conformismo que do- mina y lanzan al presente el fruto de su empe- ño. Por ello tales sujetos se agigantan en el co- razón de los que analizan, en el aprecio de los que 8 —
  • 8. si ciertamente no hacen gala de erudición; (éste nuestro caso) siquiera auscultan, con rapidez, la? posibilidades de los seres. Aquí la justificación de nuestro enuncio. Que si la concupiscencia avanza anegando y sujetando la personalidad, y las mu- chas y aceptables proposiciones de ésta, quedan baluartes en 'os que se aferra-, como última espe- ranza, la ilusión por un universo asentado en lo indestructible de la equidad. Es vital, por ende, que todo individuo, ha- ciendo una autocrítica de su estada en la tierra logre intuir la manera de dominar al yo egoísta para que se considere ligado, por vínculos de di- vinidad, al resto de sus homogéneos. El hombre no ha nacido para vivir encerrado en el capricho de la inconsciencia. Nace y actúa para que, en. un despliegue de su razón y de su talento, estructure los pilares qüe han de trans^ formar al tipo humano, dentro de lo relativo de la exclamación, en imagen de su Creador. Anhe- lamos, fervorosamente, que ese despliegue de virtudes cuaje en un acervo de concepciones de múltiple cuño; en un encadenamiento de innova- ciones que se pueda decir, con énfasis, ha llegado el genio al umbral de lo sacrosanto. Aspiramos, •—¿Quién lo discute?—, al entronque con la Sabi- duría celestial de nuestro progenitor. Este es el afán de los que, recogiendo la miseria espiritual que nos invade, tratan de cambiarla, en sus co- razones, por una riqueza sin comparación. Desdi- chadamente el arcano teologal será impenetrable — 9
  • 9. hasta no se sabe cuándo. No obstante, a la pleni- tud de Ja inteligencia habremos de dedicar lo má?. cotizable de nuestra acción. Si disponemos de una mente abierta a los giros negativos o afirmativos no es por el simple hecho de determinarnos en el carácter de cuerpos anímicos; es que, en especial, se nos dotó, para la realización progresiva de nor- mas que llevan en sí la marca tangible del super- hombre. Disponemos de la entereza requerida pa- ra el desplazamiento del furor negativo que en diversas circunstancias nos abraza. Desgracia- damente pocos son los hombres que se vanaglo- rian del anudamiento absoluto de sus pasiones. Y los que sí tienen el privilegio de imponerse a los conciliábulos que internamente les mortifican, o no sobresalen por modestia innata o el medio, a disposición del prejuicio, les hunde en la diatriba y el escarnio. Entonces el reconocimiento genuino que hay que otorgar a los que derrumban el obs- táculo, y sacan avante la pretensión que los man- tiene en la vigilia de los mártires. De este también la certeza del aforismo: "El mundo es de los audaces". Pero de los audaces inteligentes agregamos. Nunca de los brutos, de los ayunos, del uso disciplinario que tutela el desenvolvi- miento psicofísico del o los más humanos entre le humano. El ejemplo de los privilegiados del entendi- miento es el que debe guiarnos en el vuelo poi conquistar la meta reservada a los amantes del saber. Si el ambiente asfixia en su incomprensión. 10
  • 10. que el a'ma reduzca, con ímpetu de heleno, las vallas del obscurantismo. Es indudable la poten- cia que coadyuva, o mejor: condiciona la ascensión del hombre. Latente o vistosa, ella es premio en el devenir del ciudadano que taladra con esmero buscando su puesto de combate. Sólo la contra- dicen los carentes de voluntad, los que sucum- ben en la molicie. ' El débil no soporta los ataques de la. adversi- dad, medida universal de la contextura del ente. El fuerte, el convencido de la bondad motor de lo que sustenta, se revuelve, fogoso en su altura, contra la presión del que ignora el rudimento del avance dirigido a la atalaya que nos marcará el Hacedor Supremo. Es del agente que razona ha- cerse acreedor a la bienaventuranza ofrecida por la escritura de médula suprasensible. Nada más efectivo, para la cristalización de la promesa, que el desvelarse por el ensanchamiento del intelecto de la niñez; darle fondo y precisión a esa nebulo- sa. incoherente en sí, que es .la edad del joven- zuelo. Recordemos que el niño es susceptible de cambios. Su cerebro, en desnudez primitiva, es acogedor de impresiones que generalmente seña- lan el derrotero de] porvenir. Si es su organismo pensante» una masa de arcilla, amorfa en aspectos y fines, que se modele en ella el conocimiento que dignifica. Este es el horizonte a que tiene que aspirar el maestro del día. Que no desvirtúe^ en ningún bajo de su profesión, el lineaje perpendicu- lar a que ha de tender el postulado de la ense- — 11
  • 11. ñanza. Siempre con la mira puesta en lo factible Transformando con entereza lo arcaico del mé- todo. Adaptándose valerosamente a la fecha que pide, en diversos casos, la remoción de casi toda una fase histórica. Que no medre a la sombra de favoritismos o complacencias. El mentor de so- ciedades ha de enorgullecerse en la responsabili- dad de su trabajo. Su pecunio máximo ha de re- presentarlo el ascendiente en resípeto y persone- ría que consigue a base de una probidad sin man- cha. Estar firme en la creencia de que su labor se encamina por senderos de civilización no des- mentida, por sitios en que se observe, con clari- dad, el indicio de una arquitectura social y espi- ritual de belleza sin paralelo. Enorme la carga, trascendental lo que la compone. El maestro nece- sita, en este "modus vivendi" escolar, del estoi- cismo de Zenón. Pero no más que del estoisismo en lo que él significa: impavidez en el sosteni- miento del ideal. No del cuerpo doctrinario que aquél propagara ardorosamente. Hoy, más desarrollado el concepto del joven en lo que atañe al orden práctico que rige al Uni- verso, y debido esto a la intromisión de motivos superficial o arteramente creados, se impone la sagacidad de quien tiene en sus manos la prepa- ración del soporte cultural. Porque hemos de ad- mitir la precocidad del niño en la asimilación de los asuntos que tocan, directamente, a su sensibi- lidad emotiva. Su inquietud es agüijoneada de continuo por el hechizo, a veces innegable, de lo 12
  • 12. que le rodea. Se dice que ]a primera impresión adquiere matices imborrables en el crecimiento del muchacho; que en toda ocasión el gesto y ac- titud mirados en la pantalla original de que dis- pone el pupilo, ejerce proyecciones vividas e ine- luctables en el curso de su existencia. Pues bien: sí la atracción puramente material asienta su pre- dominio en la actividad receptiva del niño, tanto más difícil es el sometimiento de él al sistema ¡ns- truccional a que pertenece, forzado, antinatural, hermético. Desde luego ese es el origen de la di- ficultad en que el maestro se haya para inculcar, en sus alumnos, el enfocamiento de las premisa? a que obedece. Si hay empirismo en el chico lo hay el cuádruple en su educador, pero en éste agravado por no fundarse en el proceso ordinario que sigue el niño en su anatomía, ampliada de seguido y en la explosión periódica de nuevas fa- cultades. El preceptor batalla auxiliado de pro- posiciones que no son correlativas a la naturaleza del educando. El uno y el'otro han de variar ra- dicalmente. Al niño corregirlo en razón del inte- rés de su patria, que es él en su índole de sujeto social. Al maestro amanerarlo en las variantes del chicuelo, en las rutas de cuando en cuando desesperantes, que toma hasta su formalización como hombre. Desarraigar la influencia de la costumbre es itarea de idoneidad. En ello fracasan, por falta del mencionado don, seres que, sí podrían figurar con singulares perfiles en otro ramo, se dedican des- 13
  • 13. graciadamente para la sociedad, a la escabrosa faena de hacer, en el ^embrión molecular a su cus- todia, al obrero, al agricultor, al comerciante, al estadista del futuro. No se colige de lo anterior que exigimos de¿ maestro la profundidad del eru- dito. Lo que nos preocupa es que él o los que tengan bajo su mando a los constituyentes de la nación dinámica de más adelante, valoricen la idio- sincrasia del panorama en que se mueven. Que digan a sus conjuntos la obligación de dirigir el. estudio por aquellos rumbos que otea la lógica del minuto, estimularlos en la verificación de 10 que integra sus vocaciones sanas y cuerdas; en resu- men; conducirlos al montículo de la superioridad a que se destinan los voceros del pensamiento. Por esto Rousseau, en su obra "Emilio", interpre- tada ¡sintética {pero , exactamente por Fran- cisco Vial (1), nos dice: "No sabemos nunca colo- carnos al nivel de los niños; no entramos, en sus ideas sino que les atribuímos las nuestras y, si- guiendo siempre nuestros propios razonamientos, con verdades eslabonadas sólo amontonamos en sus cabezas extravagancias y errores". Nadie des- cribe con tal viveza la situación de la pedagogía de su época que es., con ligeras transmutaciones, similar a la que pertenecemos. Loable, desde todo punto de vista, el holocausto anímico, *en no pocas circunstancias físico, y ello (1).—Feo. Vial: "La Doctrina Educativa de J. J. Rousse-
  • 14. por arrastre, del maestro, Su gestión en lo concer- niente al climax cultural de las sociedades, no cuenta, raras excepciones, con un incentivo pal- pable. E n la mayoría de las incidencias a que está ligado en su trajín, no recibe de ]a colectividad el aplauso que tonifica y entusiasma para la prose- cución. En diversas oportunidades, innoblemente, se vilipendia el sentido de su programa en el auia. Si innova, es el oficialismo su censor cruel y envi- dioso. No se aceptan novedades que provengan de la bajura; ellas deben elaborarse en los gabinetes del que manda, del que en un noventa y cinco por ciento de su "gestión" vegeta largo de las necesidades de sus compatriotas, ignorante de las bulliciones de su pueblo. Y si el preceptor no se circunscribe más que a la firmeza del régimen instruccional en boga, poniendo a su servicio bríos y desinterés personal, se le holla con severidad de parte de los enemigos de su Jefe superior. Al ejecutar su apostolado no carece del epíteto que muerde e introduce el dolor. Tampoco le faltan las mofas de discípulos y padres en el apogeo del troglodismo. Su lección es patíbulo. El patíbulo que la noche forja al día, esa pugna eterna en que oarticipan las tinieblas y la aurora sin nubes que la cieguen. Ahora bien: si ello porta en sí el esco- zor que radica en la impotencia del que no sabe o saben, nos es indispensable aceptar algunas de las frases que estos evacúan, por cuanto son re- flejos de un realismo que pasma. ¿Por qué sostenemos tal criterio? Sencillamen- — 15
  • 15. te porque, en esos paraninfos que hormiguean, hay maestros que envilecen la seriedad de su que- hacer. Descarados y cínicos. Otros que, en si* nur Jidad por valuar el instinto del muchacho, le ad- judican u n cariz reñido con los más viables de los axiomas que el individualismo natural infor- ma. Se sumergen en la aridez del dogma y lu- chan, tesoneramente, por convertir, a la simetría del rebaño, la personalidad que se desboca en el ansia de su manifestación singular; en el rasgo de destacarse que es inmanente a la complexión del hombre. Estas son las causas por las que se nos ocurre justa la palabra de varios críticos. No tra- tamos de velar lo que es cristalino. En toda orga- nización por depurada que sea, abunda el micro- bio que la corrompe. Peligroso que se desbande porque sofoca la amplitud abstracta o concreta del que renueva. Al expandirse sin nadie que lo frene, si justificamos la detracción de que es víc- tima el maestro y sus dirigentes. Al decirnos Spencer que el fin primordial de la educación es "enseñarnos a vivir la vida plena", (1), se formalizó un principio que desde años venía mortificando la. intuición de educadores e instructores. Y decimos esto último porque lo que se aplica a la educación es susceptible de apare- jarlo a la instrucción. Aquella nos faculta para el vivir sociable, para el estrechamiento de rela- ciones legítimas, con la muchedumbre conocida o (1)—H. Spencer: "Educación' Intelectual, Mo;a] y Física" 1.6 -
  • 16. anónima. La última nos eleva hacia una prepo- tencia legal hasta un baluarte en que el hombre, en la modestia que le brinda su mentalidad culti- vada. percibe el quesjido de las masas y se decide a su vindicación parcial o total, espiritual o física. Esta, paira nosotros, es la primicia de la cultura. La educación, por consiguiente, es el 'comienzo de la sabiduría; la instrucción: ella en lo cabal (1). Si ha sido factible para algunos el impreg- narse de ideologías y doctrinas redentoras, que sas hermanos, comunidad precisable. se benefi- cien de su práctica que es "la vida plena". Sola- mente el que sabe es incapaz de anegarse en el absurdo de la egolatría v es él, no más, el que puede domeñar los estallidos del subconsciente atrabiliario, salvaje. El que conoce lo vano de 1; ostentación se halla en_la plenitud de la gloria; él n¿ es juguete de lo artificioso que tiene el glo- bo ni juega con la desgracia'de los que de él pen- den. Sabemos que uno de los privilegios del ins- truido es '.a humildad que patentiza en los pro- cederes. El conocimiento, por lo tanto, descubre el objetivo de su decurso: enaltecer el confalón de los caídos, de los desventurados en lo anímico y en lo corpóreo. (j)—Dada la costumbre establecida e n ¡u actualidad de considerar la educación y la instrucción como términos de idértioo significado, y para no confun- dir a riuesliios lectores jóvenes, er. lo sucesivo trataremos en forma indistinta ambos vocablos. C > nos perdonen los académicos. — 17
  • 17. Si esos son los bastiones y afanes de la edu- cación, démosle el apoyo de nuestro afecto y ad- hesión incondicionales. Con esto contribuiremos, lógicamente, a la hechura de una jerarquía del intelecto que se nombrará: cúspide de la razón teísta. No nos abstengamos de correr al .sosten: miento de bases que nos han de separar, de los que nos precedieron, por una lejanía de milenios Eso sí no actuemos, es imperioso advertirlo, con la premura que un falso raciocinio nos muestra. La sujeción a las disciplinas del alma se manifestará por la certeza de que son fecundas; no por la su- gestión lisonjera del paralogismo. Mucho tiempo demandamos al que se disciplina mentalmente con la sinceridad de convertirse en adalid de los que piensan. Enormes sedimentos, abandonados por décadas de niebla y horror, tropiezan con los que laboran en persecución de una era non plus ultra; de una colectividad humana y humanitaria, como la esbozara un Sócrates para los suyos y un Cristo para nosotros. En ambas una corona de cielo. Convenzámonos pues de los atributos que revelan las teorías de avanzada y así procedamos a la ascensión que en ella está la feliz cumbre que Dios promete a sus hijos en la trayectoria te- rrena: la cimera desde donde se divisa el reino da lo empíreo, el umbral de inmortalidad bíblica que atraviezan los que vibran al ritmo de io genero- so, de lo sublime. A esto tiene que propender la misión de! hombre, a "vivir la vida plena" de Spencer. • 8 —
  • 18. Volvamos. Aquel que bajo el influjo del re- tórico o los ensueños de la quimera se substrae al disernimiento y se reduce a la caza del imposi- ble, es victimado por su propia superficialidad. Penetremos en la entraña de lo que nos conmue- ve. Midamos los alcances de su próximo desplie- gue. Nos será dable bastantear el poder intrínse- co de la figura que nos sugestiona. Sentados en pedestales de granito hagamos el examen del mundo. Así nos convendrá la experiencia que de él provenga. Que el maestro estampe en el edu- cando la afición a lo que le circunda, pero en lo que eso tenga de superlativo. Nada de formalis- mos ortodoxos que anulan al pequeño; ni el re- cargo de asignaturas que más que alargar, estru- jan y ridiculizan el destino al embotarse el cere- bro. La -crudeza o el bienestar del segundo que vive; iniciación del niño en las alternativas del existir. No ilusionarlo con utopías; tampoco neu- tralizarlo contándole, exagerando," la maldad de sus congéneres. Sólo la VERDAD ha de relucir; la verdad que es la glorificación de EL. No nos contradecimos en nuestra tésis. Y por no faltar los que creen que localizan confusiones en este "discurso", decimos: es necesario el libe- ralismo pedagógico. Lo aceptamos. Por eso nos , desespera el conservatismo que detiene al vigor latente de la escuela de hoy. Pero de ésto a] des- plazamiento del molde preconizado por Jesús, en- carnación del hombre-HOMBRE. hay una dife- rencia incognoscible. Nos interesa exclusivamente — 19
  • 19. 3a valorización continua del ser y ella no será, palpable si no se endereza en emulación relativa, cabe el adjetivo, del más perfecto de los hombres; de] que es paradigma constante, hasta la consu- mación. del universo y aún allende. No hemos elogiado religiones ni sectas. Nos fundamos, sim- plemente, en la ética del que le dió a los que ra- zonan la plataforma de la coexistencia diáfana, sin torrentes de sangre para enlodarla. Si recu- rrimos a la Biblia, en cierta oportunidad, es de- bido a que la apreciamos condigna al ensanche horizontal y vertical de los conglomerados, de Jos que lidian por desenredar los nudos que se interponen a la dilucidación del misterio. Mien- tra no topemos con el marasmo que otros le ad- judican, sus vocablos serán a manera de pendo- nes de las huestes que cercenan la oposición de Jos necios y atrofiados. Mientras no se nos ofrezca, con elocuencia insuperable, la falsedad de sus principios, para nosotros constituirá el epítome de las ansiedades del hombre. No deseamos, es urgente anotarlo, la entronización de la enseñan- za religiosa sin distingos en lo relacionado con la fe de los escolares. Esto implicaría el absolutismo de las ¡generalidades que. obstruyen. Que se di- funda en los que voluntariamente quieran perci- bir el caudal de la teología libre o sectaria; esto no es de nuestra incumbencia, es decir, la defini- ción de sus caracteres, pero a los que gustan de la franqueza, allá va: preferimos la libre porque libre será ej que la acoja. Tampoco prohijamos su 20
  • 20. oficialismo dado lo que es el individuo en sí. El nos garantiza en lo que sigue: el hombre intuye, y nos parece acertada la dicción, el conocimien- to de Dios. Lo siente en la periferia que le en- vuelve, en lo inconmensurable y armonioso de la belleza natural, en la euritmia del cosmos, en la precisión matemática de las eclosiones todas, en la exactitud de las variantes astronómicas, en el día y la noche; en colofón que maravilla: en la contextura espiritual y material que lo acredita como ser que es. Al estar seguró el hombre de que piensa, de que se califica él mismo en sus dones y sentidos, de que su razón le permite caracterizarse, alza sus ojos al infinito e imagina al Hacedor de su complexión psíquica y corporal, y de lo que guar- da contacto con sus órganos; al constructor de la tierra y el espacio, de la flora y la fauna, de la vida en suma. Por esto no somos partidarios de la ense- ñanza religiosa, uniforme. No es imprescindible admitiendo el hombre, racionalmente, la omni- presencia de un más allá. Y si la ciencia se enfila en pos de la perfectibilidad, no es aceptable la contraposición medular que afirman radica, en- tre alma y materia, elementos de valía. Ellas se complementan en el escudriño de la verdad; parra nosotros: el encuentro con Dios, explicación de todas las cosas. Aclaramos: ni el sensualismo mor- boso de Locke ni el idealismo extremista de Berkeley. Proclamamos el eclectisismo histórico
  • 21. en 3o referente a medios. Adaptarnos a aquellos regímenes que nos parezcan imbuidos de una lógica irrefutable, es síntoma de redención por- que la lógica nos remite a Dios. Nuestra pose en el debate se ha clarificado. Esperamos éste sea el juicio del estimable lector.
  • 22. SEMIESCOLASTICOS La tonalidad superativa del educador tiene que desper- tar, en el alumno, una in- quietud fervorosa por el in- finito. N e¡ capítulo anterior nos fué posible tratar de un tema y, aunque lo hici- mos con alguna prolijidad, no por ello cubrió la dimensión de nuestras disquisiciones. En estas líneas nos esforzaremos en agotar la cuestión. Formalmente nos asalta la idea de haber desnudado, ante el favor de nuestros lectores, la ansiedad y el entusiasmo que nos embarga. Ecuación inexplicable para muchos. Paradoja de simientes vertebradas en la seguridad de lo que se demuestra, decimos nosotros. Dejamos escapar un soplo de esperanza en lo concer- niente al futuro del orbe. Cuando todo parece desmoronarse bajo la pesadez de lo incons- ciente y lo yerto, fulgura el destello de lo que se asienta en ¡a robustez del espacio y del — 23
  • 23. tiempo:, el valor de i a vida. Así como la an- siedad aniquila, el entusiasmo remueve los es- combros para edificar el templo de lo que se considera digno y justo. La ecuación que nom- bramos posee raíces que a diario se observan. Esta es la causa por la que creímos indispensa ble sondearla. La lucha es ardua. Se acrecienta al vai- vén de los desidiosos, de los irresolutos. Por eso ayudamos a minar el puntal que los íecun- diza. Nuestra referencia se dirige, es obvio, a los vicios que, en lo que obedece a los progra- mas de la educación total, ejercitan los peda- gogos del día; a ese hermetismo y aferramiento a conductos que, en lo arcaico de sus ponen- cias, descalifican la magnitud del progreso que es emblema o consigna de los entendimien - tos de envergadura. Inveterado el preceptor e inveterado el sistema. Si Santo Tomás de Aquino organizó y dió color a la filosofía escolástica, haciendo de Aristóteles el fundamento de su preceptiva, innegable es xjue lo hizo respondiendo, con sitó privilegios bien ponderados, al panorama que el prerrenacimiento impuso. Pe.ro si éste pro- piamente dicho fué la consagración de la liber- tad subjetiva y el divorcio del pasado claus- tral, quedaron flotando, como vestigios ame- nazadores y en discípulos pequeños de fibra, analítica, rescollos de lo ido; casamatas del atraso que otrora profesaran los más con sin- gular beatitud. Y así, fase tras fase, siglo trj.u >A -
  • 24. siglo, el escolasticismo ha hecho ostentación de un poderío único. Ha debilitado grande- mente la afición del hombre por las cosas de su personalidad dispuesta.a lo voluminoso. Lo ha entregado a lo turbio y paralizador de su doctrina, a la rémora a que nos ligan las co- rrientes imperialistas del medioevo. El maes- tro, lacayo del sofisma y de la tradición nuga- toria, no ha podido salvarse. Mucho menos ha conquistado la salvación de quienes en él con- fían. Ha seguido la ejecución pragmática de voces que, pronunciadas seiscientos años atrás, aún resuenan con ecos que despiertan emocio- nes y promueven el abanderamiento. Todavía escuchamos el ditirambo al cuerpo vetusto de concepciones que fueron y quieren ser. Se oye» el cántico a la moral longeva que trata de en- filarnos en la procesión fantasmagórica de los que la secundan'consciente o inconscientemen- te. Unos por lucro; los más por ignorancia. Así se escucha, a través del éter, la algarabía de tonos que desea imprimir e imprime, en la des- orientación ambiental, la suya que vence fen condiciones de descaro. Es un alma que en la soberbia de falaces metempsícosis se desvela, por reencarnar en un ciclo que ya se enfrenta al comienzo del positivismo regulador, sabio. Lo acabamos de decir: cunde la desorientación., pero ella se acerca a la era, del trato amigable y franco, sin eufemismos ni especuladores que la desvaloricen en el consentimiento de los di- rigentes de la intelectualidad, o sea que. por
  • 25. la opinión favorable de ésta, se tergiversen los barruntos de un nuevo mundo, feliz, humani- tario. Allí arribará la barca que. nos conduce. Tremenda es la presión de lo anacrónico. Admirable la resistencia de lo que nace. Aquél se abona, por lo general, la predilección del temeroso, del pusilánime que se oculta a los embates del descubrimiento veraz. El otro, ga- llardo en el convencimiento de que es reducto de lo dinámico, del empuje de las comunida- des hacia la etapa del esplendor. La concate- nación de juicios que colman el libre juego de los "conjuntos humanos" en su ansia de darse una existencia cuajada de felicidades, nos está alineando en la prosapia de lo hidalgo. Pero esa libertad de opinión, rectificamos, no es de índole total, Se singulariza en los conglomera- dos que se expanden al conjuro de las transpo- siciones cotidianas. Los otros, los más, no sal- tan la barrera de lo tradicional, de lo que sos- tiene las posiciones, ya corrompidas, del ayer negativo. Este es el yer^o del escolasticismo y el de los que se ensimisman en materializarlo. Podemos vituperar, con largueza, el siste- • Tíia instruccional vigente. Generación tras ge- neración ha sucumbido por el desgaste inútil de sus vitaminas. Ha habido prodigalidad en la adopción de asignaturas infecundas. Ya lo dijimos: domina la. simetría del rebaño. Al muchacho, ávido de luz y diferenciación, se le engolfa en las peripecias uniformes del círculo. Si él se hace acreedor a una atenta vigilancia 2 6 - •
  • 26. de su maestro porque sus méritos se evidencian relevantes, un llamado de atención para que siga el curso de sus Compañeros es lo más a que se dispone quien lo dirige. La psicología, base del preceptor integral, no derrocha su conveniencia en el minuto oportuno. Si el pu- pilo sobresale en esta o aquella dirección, tie- ne que prescindir de lo que le obsesiona y en- cajonarse al toque de lo conventual. Lástima el relajamiento espiritual que política como esa ocasiona. El profesor ha de encarnar lo completo. De esto partirtios hacia el elogio de las medi- das unipersonales en lo que afecta al niño o al adulto. Si completo es el profesor, completo debe ser el que estudia a su calor paternal. Si el alumno se preocupa por algo instintivo o cir- cunstancial, si descubre facilidades que le son vocacionales, o producto del hechizo externo qué de inmediato le asalta forzando su reserva en latencia, ha de estimulársele en la persecu- ción de su fin. Con esto se le convierte en un. entusiasta por lo nuevo, por lo que atrae en su originalidad. Se robustece el amor a sus auto- creaciones y se torna accesible a un trato favo- rable con el resto de sus semejantes. Este niño, percibiendo el beneplácito que produce su con- fec Clon, G6 transmutará en sostén del progreso cósmico. Si el maestro comprende e impulsa sus pasiones no bastardas, el dinamismo del educando inundará la jurisdicción de la masa, de la comunidad o de la comunión que nos de- - 27
  • 27. finiera» magistralmente, Gurvitch (1). Porque es indudable la presencia de esos estratos cla- sificados, en la sociabilidad. Se ha logrado entonces, merced al concur- so de una idea y de un pedagogo responsable y lleno de fruición por los propósitos de aque- lla, ensamblar un nuevo puntal en los anda- miajes acerados de la evolución. Así, corrien- do sobre la plataforma de estos cánones, se facilitará la obtención del destino nombrado superbo. Nunca con el auxilio de otros usos No divagamos. No son ilusiones las que nos impelen a sentar plaza como emborronadores de hojas de papel. Lacónicamente, eso sí, es- cribimos lo que brota de nuestro andar por el laberinto de las teorías y de las prácticas. En la escuela de hoy, seguimos, radican segmentos de antaño. Con vigor no disimulado se eyaculan en los recipientes del día. Hay adornos que ciegan y nos agobia el expresar- lo. Por doquier notamos a los exponentes ds la pléyade de "doctos" que destruyen la rea- leza de lo" afirmativo. Se gozan en la falacia que sustentan y en la ramificación que extien- den por los ámbitos a su custodia. El joven, una vez satisfecho el período correspondiente, no abarca más pretensiones qiíe las de circuns- cribirse a la ecolalia que le hacen aprender, esto es: le da "rienda suelta" a la constancia imitativa" que le fué grabada en el aula. El <1) George Gurvitch: "Las formas de la socíabi'.i'íj.«!". 28
  • 28. abandono o sustracción á la férula de ella y el dedicarse a las disquisiciones que desvanecen ei espasmo, se ofrece, a sus ojos, carente de significado vital. ¿No es de importancia el brindar a los hombres comodidad y blandura? ¿Es que las multitudes tienen que vegetar dé- cada por década én la inanición y en la obscu- ridad? Ello parece asegurarnos la actitud de ios que danzan al son de la amalgama escolás- tica. Craso error el de los gerentes mentales • que se ocupan en el practicismo de los desati- nos del pretérito. Colaboran, sin rival, a aumen- tar el desquicio que enumeramos, cuando de- berían solazarse en el robustecimiento del "an- tídoto" que se columbra para manufacturar el engranaje del coexistir venturoso. La enseñan- za psicológica individual, por naturaleza, es la designada para arrumbar a las sociedades. Sí el niño, por ejemiple, resulta un dile- tante apasionado, désenle los medios que lo refinarán.' Si muestra gusto y disposición para el cultivo manual o intelectual, el Estado ha de auspiciar, en lo económico, el cariz del es- tudio exigido; también garantizar el lapso que su condición (psíquica racional demande.. Por- que es de suponer la variedad de años que tar- darán, muchachos de la misma edad, en recibir su diploma. Y es en el discernimiento de las respectivas facultades de sus alumnos en don- de "se pone a prueba", y dura ciertamente, la entereza y profundidad del mentor. Medirlos — 29
  • 29. en el grado en que les atraiga la literatura tLi- na, la filosofía, la teología, las ciencias etc., es empeño de corazones abiertos por su compene- tración de los problemas del hombre. Pero sí no dejamos de apreciar la dificultad de la me- dición a que nos referimos, verdad es que el maestro, >por su convivencia estrecha, diaria con el educando, cuenta con un diapasón único para el cometiído. El, mejor que otros, se cer- ciora de los motivos que sacuden la intuición del infante. Poseyendo un récord de las carac- terísticas que continuamente desenvuelve, lo iniciará exitosamente en la comprensión det orden que lo absorbe. De esta manera el indi- vidualismo se crecerá, no en el aspecto disol- vente en que se ha revelado hasta la fecha, sino en la interpretación verídica que le es peculiar: bastión de las uniones instituciona- les; comienzo y terminal de las comunidades que obran ipor la razón. Para la práctica de nuestras ideas pues, el estado tiene que echarse sobre sus espaldas el costo ordinario y extraordinario; la refor- ma ha de venir de arriba porque sólo este ex- tremo abunda en la posibilidad de hacerlo. Y no sólo su costo monetario; él debe crearla, en todo rumbo, como obligación de mayor pronti- tud en su tarea de acondicionamiento de los que lo dignifican. Que la juventud se someta a la volición que la punza: que la voluntad del sujeto se amplíe en la consecución de lo que Lj fuerza internamente. Eso sí. e! estado tendrá 30
  • 30. que superfiscalizar o mejor; gobernar el desa- rrollo de las vocaciones. En este sistema la pru- dencia ocupará sitio dominante. Como en todos los que se afanan por la innovación, los peli- gros le acechan. Sus trillos denuncian escepti- cismos de monta. Y no es para menos si pen- samos un segundo siquiera, en la pluralidad de contexturas morales y anímicas que pululan, desorientadas, en la inmensidad de los conti- nentes. Dejar el desenvolvimiento absoluto del homo sapiens a un autoanálisis, es aventurarse a que el mal o las pasiones de estiércol, se es- tiren en persecución del horror y la tragedia. El hombre posee grandes bienes; también fa- bulosos abismos. Educar a los primeros rele- gando a los segundos es epopeya de semblanza épica. Contados son los hombres que ostentan la aureola de su propio dominio en regalo al bien. No permitamos que ellos desaparezcan de la faz de la tierra. Es nuestra sagrada obli- gación, al contrario, fomentar sus legiones. En lo que atañe al aspecto puramente fí- sico, la escuela ha de procurar la intensifica- ción de él. La pedagogía actual sí ha obtenido, en este asunto, un visible progreso aunque ca- ben castigos que pesan. Haciendo nuestras las doctrinas de eminentes ipedagogos, clásicos y modernísimos, consideramos prematuro, en ni- ños de siete u ocho años, la aplicación de pos- tulados que por su esencia cerebral producen una ataxia a veces incurable. Así como endil-
  • 31. gamos aa aplauso al positivismo individual, lo extendemos, simultáneamente, a la biología hoy en auge. Es ineludible, en homenaje a la pureza de la raza humana, dar al niño, en los primeros tres o cuatro años de la edad que se tilda escolar, un entrenamiento corporal que lo haga apto para el desempeño de sus labores manuales etc. Nosotros admiramos el trabajo de Ja escuela semiescolástica en lo referente al punto de discusión (1). Lo que nos parece dig- no de castigo es su olvido de lo que funda- menta a la eugenesia: el alimento. Las institu- ciones escolares del pasado, todas, y muchas de nuestra era, un noventa por ciento, descui- daron y descuidan si no la salud directamente, los medios o comestibles que son soporte de ella. No es el efecto lo que hay que suprimir; es la causa que lo procrea. Dada la actividad (3). Semiescolástico llamamos nosotros al período intelectual que parte de la Revolución francesa y liega a los comienzos del siglo veinte. Y le damos ese califi- cativo porque si cierto es que aquel movimiento de- r r u m b ó las conquistas de la Edad Media, no le fué po- sigle cambiar, rádicalmente, los lineamientos morales, anímicos etc., consolidados durante cientos de años. T a n es así que poco tiempo después de la" caída d e Luis XVI se entronizó, con ¡a ayuda de muchos que bregaron p o r •la implantación del régimen republicano, el Imperio napoleónico. Ñi escolasticismo-frenético ni liberalismo hubo en la educación de la época: fué un semiescolasti- cismo, una mezcla de pretérito y presente lo que obtu- vo la supervivencia. Por tanto, creemos no caer en ninguna falsedad al estampar la denominación en cues- tión. i2 —
  • 32. social que adherimos a nuestro enuncio docen- te, la enseñanza ha de intervenir, sin ambages, en la vigorización de las jóvenes generaciones. Ojalá, es convicción nuestra, la física adquiera un vistoso absolutismo en el devenir de la in- fancia y precedido, sí, de la adecuada alimen- tación que salva de la demencia y el oprobio cívico, a la ciudadanía. Estamos seguros de que con un aprendizaje sistemático de los dife- rentes ejercicios musculares, la estirpe indo- latina irradiará competencias decisivas en los torneos del cuerpo. El exorno fisiológico de nuestra gente es encomiable. Gran número'de pueblos americanos se revelan orgullosos del tipo que cónservan; tipo atlètico y perspicaz, émulo de Apolo en sus dotaciones carnales e hijos preclaros de la Madre Sabiduría en su apetencia de indagar, de saber... No falta más, para su introducción en todos los países de América, que el interés de los Gobiernos (por la robustez de lo anatómico, que es también base de la elegancia del espíritu y de sus cuan- tiosas creaciones. La alimentación, reducida y pobre en can- tidad y calidad, no responde, en consecuencia, al desgaste que sufren los muchachos al tener- los, durante dos o tres medias horas, en demos- traciones calisténicas que más que ajusfar, ener- van las fibras de sus ejecutores. Lo cuerdo en estos problemas es que la administración pú- blica, sabedora del matiz de su misión, conce- — 33
  • 33. da al alumnado que enflaquece en la Indigencia-, el sustento que lo coloque en igualdad de cir- cunstancias para lidiar. Es el pequeño el bene- ficiado rectamente; el Estado a la larga. La gravedad de esta situación no es para escu- darla. En muchas localidades contemplamos columnas de chicuelos que, luego de un hora- rio de dureza mental sin par, languidecen bajo la férula del tormento físico. Si la nutrición es abundante y rica en vitaminas, el cuerpo ren- dirá el máximo de resistencia, y el alma, en la tranquilidad y esplendidez de su órgano exter- no, se acercará irremisiblemente al cumpli- miento de sus deberes. Quedamos, por lo tanto, en que el "men sana in corpore sano" de los latinos es de efectividad sorprendente en su cotejo con el hombre, con lo que éste es. Si el cuerpo es endeble, la inteligencia, si bien no se desvanece, se circunscribe a la poquedad. Se enmaraña su libertad de engen- drar. Nuestra posición, sostenemos, es concreta- ble en la siguiente fórmula: alimento puro y sobrado; consiguiente desarrollo material, des- de la edad lectiva según el ordenamiento ac- tual, (siete años) hasta los diez en que sí se iprepara al niño para un esfuerzo tenaz y va- riado. De los once en adelante imposición pau- latina, de conformidad con la cadencia evolu- 34 -
  • 34. tiva del joven, de las asignaturas que para Spencer (1) son útiles y no simplemente agra- dables; de aquellas que convierten al educan- do en un hombre al servicio de la comunidad, y no en parásito impregnado de conocimientos abstractos, que se nulifica en el ágape, en la conferencia, en la reunión de amigos o de fa- miliares porque no asimila la realidad de sus íntimos, de su ambiente. Que se desplace de la instrucción la necedad, hoy preponderante, del idioma extraño que deprime al maternal, al que nos ha permitido encauzarnos. Que se deje para los ratos de ocio y como un juego o malabarismo del desocupado, la confusión de la lengua extranjera que se trata de po- seer. Ante todo ha de haber espontaneidad. Que se borren las impertinencias del recargo de lucubraciones que constriñen la voluntad del estudiante, en detrimento de lo que está correlacionado con sus deseos intrínsecos. Los idiomas exóticos.—Cuánta insistencia en este aparte—. Que se enseñen si así lo pide el que estudia. Eso sí que se dé (preferencia al conocimiento del propio porque con ello se en- riquece nuestro léxico, y no el de otra nación no española". Que cada país haga saborear a sus hijos la sonoridad de sus vocablos. Pero (1). H. Spencer: "Educ. Intelectual, Moral y Fisica". — 35
  • 35. que jamás se impruebe al niño que fracasa en su examen lingüístico no nacional, (1) La experiencia nos indica, enfáticamente, lo absurdo de los preceptos imperantes. En nuestros campos y ciudades se pone de relieve el efecto del método: bachilleres, otrora ador- mecidos en la esperanza de la utopía, enfren- tándose a la agudeza del existir; trabajando la tierra con palas y picos que ellos esperaban serían libros y plumas. Si se les hubiera espe- cializado para la labranza de las fincas no objetaríamos el movimiento que en ellas se verifica,. Lo criticable es que se les hizo o cre- yó hacérseles idóneos para que condicionaran el avance de las artes, de la ciencia, de los cien- tos de modos -que crean la civilización y la cultura. Por tanto, después de comenzados los pe- ríodos de alimentación suficiente y plenitud corporal, qué se principie la educación que el pupilo ansia; la qpe él aprecia ineludible para sus cálculos; la que, naciendo al influjo de la naturaleza, del niño es complemento de ella. Así contará el mundo con agentes de reconoci- (1). Reconocemos, en los días que corren, la im- portancia de! inglés. Tiene que ser así dada la política de defensa continental que realizan los Estados Unidos de América, pero ello no es motivo para exigirlo des- preciando, corno se hace actualmente, la grandeza del nuestro. Por esto decimos, con respecto a ios idiomas extraños, "que se enseñen si así lo pide ei que estudia".. •36 -
  • 36. d a aptitud para el desempeño de las ramas de la sabiduría. No habrá empirismo en las actua- ciones. Inversamente: un positivismo cabal será el galardón ofrecido a las comunidades de vanguardia.* El escolasticismo debe esfumarse (porque el segundo que nos afianza es de tensión no vista años atrás. Se requiere pues, la gallardía y solidez del brazo como lo imponderable de la inteligencia que organizada surca en pos del hombre-HOMBRE. Que los maestros analicen y corroboren, con sus quehaceres, la proposición que los Ha- dos superponen en la angustia del momento. Ella no es más que la asimilación de las misti- ficaciones de espíritu y materia que transfor- man al individuo en sér no animal, dependien- te de una voluntad, de una intuición, de una razón que desgaja el cortinaje de lo esotérico o misterioso. Y esa tonalidad superativa que tiene que distinguir al maestro* ha de traspa- sarse al interés del alumno apocado, como as- piración de su vida. Inculcar amor a las fuentes de lo cognoscible. He aquí la belleza de nues- tra ortodoxia. Que el niño, perplejo ante el paradigma de su mentor, se encierre en la de- voción de las palabras que lo f o r j a n : espíritu y carne. Hermosa la teoría. Aún más hermosa su .tangibilidad. No somos ilusos en sostener lo — 37
  • 37. llano de su aplicación. Son muchos los vericue- tos que se alzan en la consecución de sus afa- nes. Nada más que la contundencia de un alma firme y la hidalguía del corazón socavarán el reino de la dejadez. Sólo la seguridad en las reservas del hombre logrará la demolición de órdenes renuentes al individualismo empren- dedor, modelado conforme a los atributos del bien que penden de su génesis. Convivencia saludable; conexiones, entre la masa, garanti- zadas por la sublimidad del hombre integral. Este nuestro anuncio. Nosotros, por lo tanto, admitimos lo arduo de su entronización. No nos embelesa la proso- popeya de sus axiomas; no ignoramos cuán abultadas y groseras son muchas de las posi- ciones tradicionales del hombre. Es "empresa de romanos" el diezmar a los que personifican lo inveterado. Pero el hombre superior sí ob- tendrá el premio que merece su propuesta de una humanidad relacionada por vínculos de afección, a salvo de cizaña e insidia. Y sí lo conquistará quien propone, con sobrado dere- cho los que contribuyen prácticamente y a des- pecho de la animadversión del troglodita. El semiescolasticismo ha recibido un gol<pe letal. Agonizante como está, deja entrever el fasto que correspondió a su era, deja que los de hoy contemplen la esplendidez aparatosa y externa que cegara el raciocinio de los suyos 38 -•
  • 38. Ya no eclipsa, desde luego, con la intensidad del ayer aunque, en la opacidad del que mue- re, le quedan bríos para cerciorarse de las "luces fantásticas" que llaman la atención del hombre de los siglos XIX y XX. Comprende Ja divergencia de rumbos, la bifurcación del sendero que implantara, unilateral, para solaz del medioevo más que para lo moderno. Ha podido ver el desdoblamiento de sus (principios secos, desconectados del realismo mundano, y cómo tira o brinca la evolución en su peregri- naje hacia las regiones de Dios. Entramos en el positivismo de los nexos, en la interpenetración de conciencias que ela- borará, para gracia del individuo, la suprema conciencia estatal: justicia de y para los hom- bres. Fulgorosa y trágica a la vez, la presen- tación del escolasticismo e.n el escenario de loa que viven marca ya, con evidencia que rego- cija, el acto último que es el de la pendiente, no enderezable, del ocaso. Así nuestras vicisitudes y nuestros place- res sentirán, en la periferia social, la mano que nos alivia o la risa franca que nos secun- da. No más protervia ni traición. Tampoco an- tigüedades eñ la institución que se edifique. El sér ha de posarse sobre peldaños que le inciten a la obra de contornos esenciales. No malgastar sus dones en supercherías que con- ducen al oprobio. Ceder al mendigo el bálsamo - 39
  • 39. de su filosofía, de sus percepciones realistas. Qtïe si hay dualismo en su proyección se des- o j e de «lía o que, en conjunción singular, lo resuma en el amor a los hombres, criaturas susceptibles de mejora sin límite. -íü - -
  • 40. DE LOS PADRES EN SU RELACION CON EL HIJO El padre tiene que ser es- pejo de atributos podero- sos dado el carácter imita- tivo de la niñez. UCHO se ha escrito acerca de ia influen- cia que en la vida del niño ejerce la cos- tumbre familiar. Algunos dijeron que el. muchacho es lo que el nivel medio ético del ho- gar quiere que sea. Todos han evacuado pare- ceres que convergen. No obstante, nos conside- ramos obligados a insistir, tal vez pobremente pero llenos de gusto y franqueza, en este aspec- to del uso privativo de los padres. Y lo hace- mos también porque si lo dicho se funda en ta observación diaria, se nota, juntamente, el cariz de orden público, estadual, que va adquiriendo la relación de los progenitores con sus hijos. Se sostiene, categóricamente, que el muchacho pa~ — 4L
  • 41. tentiza en sus portes callejeros la e d u c a c i ó n re- cibida en su casa. Cierto es, y de aquí que las doctrinas referentes a la pedagogía contemporá- nea forcejeen en abrir, .a los postulados que ali- mentan, la norma del encierro; esa desidia que ponen de manifiesto, en miles de casos, los que a más de engendrar, timonean. Pues bien: poseídos del fondo de la gestión glosaremos la metodología seguida por padres de de uno y otro bando, esto es: reaccionarios y van- guardistas. Si como dijimos al comienzo de esta obra, ei escenario primero en que se desenvuelve el jc- vencito es de' consecuencias en la mayoría de las veces indeleble, la tradición y primitivez de sus padres-ensombrece el fanal que ilumina la ruta de las conquistas de oro. Si al niñ0 se le vapulea porque exterioriza su. pensamiento; si se le trata de amordazar porque discrepa, aún instintivamente, de la tesis, defendida por sus hermanos o cualesquiera de los que con él ha- bitan, ese chicuelo, en el paroxismo del dolor que le infunden, se transmutará en harapo de la colectividad. Saibemos de ¡excepciones a .nues- tro juicio pero, como tales, resulta]! inaprecia- bles ante todo si es nuestro empeño criticar las debilidades del mundo. Por ello sostenemos la condición de harapo con que se identifica el que anda en atmósferas que le repelen. Suya no es la culpa. Ella radica en el ningún concepto que •de sus responsabilidades posee el padre. Si así 42
  • 42. no fuera, e] orgullo de éste y su vanidad de maes- tro natural harían del niño sustento de las ver- dades que se tildan inconcusas. El hogar, por ende, es de capital importan- cía en la formación del hombre. Su actividad* no puede estar limitada; su función es la de hacer del joven ciudadano útil y honrado. Debe bus- car, como base de su constitución, el acicalamien- to no interrumpido de los que lo complementan en su índole de prole. Grande y seria pues, la misión encomendada a los jefes de familia. Ellos están en el deber de preparar al niño para en- frentarse a la crudeza de la vida, con la decisión y convencimiento propios de los que se valori- zan, a sí mismos, sostén del acervo intelectual del universo. No se colige de esto, la frase es de- cisiva, que el padre ha de acudir a represiones o insinuaciones de médula cavernícola. Ha ha- bido contundencia en nuestra exposición. El niño ha de tener, en quien le procrea, un consejero, un amigo, un hermano; que nunca mire en su ascendiente la actitud del que está dispuesto a pegarle porque de este o aquel conflicto salió mal parado. No mejor es la iracundia de que nos dan fe millones de padres al enterarse de una "dia- blura" o "locura" de las que son comunes en el ciento por ciento de los imberbes. Creemos, con H. Spencer, (1) que el más ventajoso castigo a que ha de someterse al chico, es el "natural", o (3) H. Spencer: "Educ. Intelectual Morai y Física,"- 43
  • 43. sea que reciba, en compensación por el desliz, sü eíeeto ineludible. Por ejemplo: la suspensión, de parte del padre, del habla cariñosa con que es- tila regalar al niño. Este, al conocer las razones que- compelieron a aquél para proceder así, sen- tirá en el alma la dolencia del desprecio y evi- tará, en lo sucesivo, la repetición de lo que abu- ra lo desespera. Si es opuesto a la terminación de sus estudios, señalarle sujetos que, por su tem- peramento vagabundo, van de un lugar a otr; j mendigando la limosna; viajeros menesterosos cuando podrían haberse convertido en elemento» favorables a la sociedad. E n último caso, si su refracción alcanza el grado de lo irreductible, que se les introduzca el interés por un oficio que los dignifique en la consecución de los medios de subsistencia. Al niño que se quema ;¡i acercara? a un fuego no hay que castigarlo. El efecto inva- riable de su descuido o casualidad, la ampolla y el aquejamiento que. le produce, es el más apto de los correctivos a que tiene qye aspirar un pa- dre de amplias miras. Si el muchacho rompe ur; objeto de su propiedad, un juguete, el bulto que alberga sus implementos de escuela etc., el pr: - varíe de repuestos, aunque momentáneamente, es de eficacia mucho más efectiva que la que « saca por el puntapié y tantos de los mártir corporales. Si de lo que se trata es de artícuí'N de propiedad agena, el inducirle a su reposición. en un tiempo prudencial, es lo aconsejable, no.s •dice Spencer. En estos problemas si se jusi'Iu'i i4 -
  • 44. ]a actitud del padre. No en el pisotear a su hijo, en el flagelo montañez de que se sienten ufanos multitud de "jefes de familia" que para nosotros, concuerdan con ]a imbecilidad. Más que directo- res resultan verdugos. El niño se espanta a la sola amenaza de la vaina o la faja, y un retrai- miento, en ocasiones radical, lo imposibilita para la expansión de sus adornos mentales. Así, desde luego, nos acercamos a lo pri- mordial de nuestro discurso: la sapiencia que debe revelar el padre en sus relaciones con el hijo, el padre de vanguardia, el que no se atie- ne más que a] sentido común, no digamos que a su cultura porque sería mucho pedir, para fijar sus modales frente a su descendencia inmediata. Apresar el albedrío de ésta es síntoma de des- composición idéntica a la que nos precedió. Tam- bién lo es el no descongestionar el cerebro del muchacho que está lleno de humos y obscuridad que lo conducen a la región del negativismo. Por eso el padre, aun sin ser una notabilidad en eJ orden espiritual intelectual, sí ha de hacer de- rroche de cautela al tratar de la corrección de su hijo. Y la madre, con su influjo único e irresis- tible, tiene que ayudar al buen resultado de nues- tro principio. Con la miel que brota de sus ojos, de sus manos, de su corazón, modelará sensible- mente, él carácter de su retoño. Advertimos que no debe extremar sus caricias. Ha de patentizar aquellas que sean como acicates para la prepa- ración del hijo. La miel en exceso y los repetidos- 45
  • 45. mimos son de suyo inconvenientes. Ya observa remos la consecuencia de la unificación del pa- dre y la madre: las comunidades dispondrán de .adalides del nuevo ordenamiento positivo idea- lista. El padre, por consiguiente, ha de petrificar- se en lo relativo a los deseos limpios que alber- ga para favor del niño, pero sí con la cautela ya nombrada. La juventud, pues, tiene que desli- zarse por cánones no alejados de la materia que .la envuelve, y en ello es terminante la idiosin- crasia de sus mayores. Hay que alumbrarle el camino del honor y del decoro; de lo que única- mente se conquista por una educación solidifica- da en el realismo de los hombres. Y para que esto sea así, obséquiese al joven la atracción que lo domina y que quita vendas. Que no se diga se yerguen insultantes los corifeos de la transfor- mación. No. Es que los que establecen, para el hombre, medios de profundidad reformadora, lo hacen con el garbo que otorga el control de la ciencia que profesan. No es que nosotros nos brin- damos el adjetivo de corifeos. Solamente pedi- mos, para los representantes de la pedagogía ac- tual, la genuflexión de los que sí avalúan la bri- llantez de sus teoremas; la aureola para los que nos han servido de guías en Ja hilvanación de las presentes líneas: Pestalozzi, Rousseau, Spen- cer, etc., etc. El hogar, insistimos, tiene la acción de la en- señanza prístina. El ha de significar para los que 46 -•
  • 46. se afectan con sus emanaciones y ven la estela de su curso, el ejemplo de lo correcto, de lo ver- dadero. Ya nos hemos referido, aunque suscin- tamente, a la ejecutoria de los jefes de casa que disponen de hijos. A pesar de esto, entendemos no es prolijo lo que se externe a fin de dirimir el punto. Siempre que se busque la exactitud en los nexos que amarran a los hombres, no podrá "haber cansancio ni displicencia. Porque si en algo ha fulgurado un embolismo asfixiante, ha sido en la vida matrimonial y sus adherencias de de- recho humano. En estos casos, en los que la tra- dición ha jugado y juega un papel dominante, no 'ha faltado la soberbia de incontables padres que, con una conformación espiritual al garete, pin- tan en el niño el estigma de la ambición bastar- da que a ellos embarga: tres años, a lo sumo, de escuela y el resto a la práctica de trabajos que 'embrutecen, por los burdos, el sensitivísimo de la niñez. El egoísmo y altanería de esos padres, na- turalmente, es una causa de] raquitismo mental que por todas partes cunde. A su extirpación oja- l á total han ¿fe entregarse los desveles del que marcha al unísono de los tambores de la cultu- ra occidental, de la cristiandad. Esto puede apre- ciarse como un llamamiento al conjunto de in- vestigadores del psiquismo; una invitación a los que, hendiendo la bruma del conservatismo, for- man los sostenes de ¡a relación diáfana entre el padre y el 'hijo, entre éste y la escuela, pero que ; permanecen ocultos en su gabinete por miedo al — 47
  • 47. ptrblico o por extremada'modestia. Ha cíe adqui- rir esto, lógicamente, los métodos de una empre- sa de altura, sin rodeos, sin más contemplación que la tiene que guardar a ía diferencia de de- licadezas inmanente a los jovencitos, porque los que crean sistemas, desde luego, son hombres de señaladas y variadas ansias. La familia, vituperada sin tregua, por líderes de facciones que no alientan más idealismo que la eyeculación de ! a ponzoña, adquiere, en nues- tro folleto, singular importancia. La justiprecia- mos porque se sabe ella, es eje de la sociedad or- ganizada, de las colectividades que, en oposición al clan y a la. tribu, han venido sufriendo meta- morfosis; sangrientas pero ubérrimas en productos de calidad, de consistencia para nuestra civiliza- ción. Ese es el motivo que nos ha adentrado en la explicación de Jos vínculos paternales y filiales. Si el hogar es resumen de sublimidad, a despecho de sus gratuitos y falsos oponentes, su afinidad con la existencia escolar resulta indiscutible. Si los dos principios se completan en la exaltación de la pureza ética y pasión progresista en el mu- chacho, tenemos que aceptar la indisolubilidad de ellos. Su.s puntos de contacto semejan pirámides, interminables en su ascensión a la Felicidad. No hay ninguna heterogeneidad en sus atalayas. Ambas se funden en la eminencia interpenetrada de sus fluidos: fluidos de magetismo que nos en- cumbran en la esperanza de lo infinito. 48 -•
  • 48. Ha de ser categórica entonces, la simpatía con que el p&dre debe auscultar el alma de sus Hijos. Cuanta más benevolencia revele en sus normas, maytfr efectividad sacará de la sucesión diaria del niño. Hemos dicho todo lo relacionado con la acti- tud del padre para con su prole. Nos parece haber dejado, por lo menos, alguna duda Gil |ci mente de nuestros lectores. Si no están dispuestos a acep- tar en su integralidad nuestra tésis, esperamos que siquiera, al evidenciar su consentimiento a una parte de ella, miren con'cariño el resto. Verifica- mos un esfuerzo ímprobo en este trabajo y si no nos es dable abordar absolutamente los varios polos de la educación, en último caso nuestros vo- cablos se ajustan a las realidades del segundo que nos determina. Queremos, sintetizando, que a la familia se la mtronice en el sitial a que es acreedora. Si los resultados de su contextura tienen una ramifica- ción social, es indispensable que el Estado inter- venga en la elevación de la ética que ha de ase- gurarla. Por una campaña sostenida y general, la nación, al través de su personalidad jurídica, el Estado, podrá consolidar el ramaje de la verti- calidad moral. Así será factible el integralismo de la enseñanza y el padre y la madre, en combi- nación con aquél, darán al hijo el rudimento de sus actividades preescoláres. Condición "sine quan'non" de su conducta en el aula es la mez- cla de lo doméstico y lo civil. — 49
  • 49. Repetimos: si el hermetismo "escolástico" de que ya hablamos en el capítulo precedente ha establecido la paralización intelectual de genera- ciones a granel, en los tiempOs que corren lo ve- mos desplomarse, no nos asusta su lentitud, tra- yendo en su caída el cúmulo de errores, el montón de sofismas que ennegreció el espacio de los siglos XIV y XV, especialmente. Bastante se ha hedió; más se, hará en un futuro no lejano. Los hombres ya alimentan afanes que los ennoblecen. Sus pen- samientos se dirigen a la cosecución de posturas que los hagan sobresalir; pero son posturas de héroes y no de chauvinistas. Ellos quieren distan- ciarse, definitivamente, del género bruto. Las disquisiciones científicas que claman por el ajus- tamiento de Jos seres de acuerdo con sus verda- des, son indicios de la cercanía de otros albores. Estos sí denudan, en su vigor, el cimiento de las sociedades apetecidas: positivismo a prueba de reaccionarios y extremistas de uno u otro bando. El muchacho ha de recibir, en su existencia pri- vada, el nivel mental espiritual de sus padres. Lo ha de recibir no como herencia a la que debe fi- delidad eterna: como génesis, nada más, de su pró- xima ascensión en el mundo; como comienzo aní- mico de sus trasposiciones. No será, en lo sucesivo el objeto de los caprichos de su familia. Tendrá participación primordial en las discusiones que !e afecten directamente. Podrá, en suma, decidir de su destino. Siempre bajo la égida de sus padres 50 —
  • 50. arrumbará en pos de su determinismo histórico. No más intolerancia que mina a] fuerte, al re-, belde que destroza la hipocresía reinante y su cola de inmundicias. El padre, educador supremo, tie- ne que ser fautor de valimiento para el joven, es decir: que no sólo en teoría ha de responder a ese calificativo, sino'prácticamente también y en cantidad que supere a aquella. Indudablemente la educación, asentada sobre bases científicas^ se acercará al pináculo de su esplendor. Conside- rando al hombre en sus diversas manifestaciones y los posibles a qua está expuesto, llegará a la formación de lá escuela HUMANA, según el bri- llante enuncio de Ramón T. Eli^ondo (1). Coti- zando el impulso latentq que bulle en la mayoría de los hombres y dándole la práctica de que es merecedor, la humanidad, construirá así la era de la interdependencia sana, más que esto: progresis- ta y sin manchas. No se confunda la elucidación que externamos. Al hablar de los impulsos laten- tes nos referimos a los sublimes, al aspecto bueno de la antinomia BIEN Y MAL. Para nosotros, lo aseguramos con certeza, el mundo ha dominado los preámbulos del' reajuste genérico y será la fami- lia, Ja escuela y la moral quienes aguantarán la canalización de las luchas entabladas por la aris- tocracia de la mente, para lograr la depuración de las instituciones de la hora, más que a la au- (1).—Ramón T. Eftzcode "Socioto¿ía de Ja Educación". — 51
  • 51. toridad del sistema, habremos de otorgar nues- tra estima y aplausos, así como nuestra ayuda, a los que ponen al descubierto las bendiciones de ]a autodidaxia. 52 -•
  • 52. AUTOPREPARACION Kl individuo debe empeñar- se en la consecución, ojalá plena, do su anhelo. EL considerar analíticamente un tema como este requiere, si no erudición, al menos un tinte de claridad en lo que afecta a las posiciones que se adoptan. En con- secuencia, haremos lo imposible por vencer. No nos son desconocidas las dificultades que se entrecruzan. Con voluntad y sinceridad nos arrimaremos al afán perseguido. Los sistemas científicos tienen la ventaja de acoplar, en circunstancias corrientes o anor- males, el objetivo que las estimula con el con- senso público. Si no fuera así, el universo se descarrilaría. Una ola de anarquía total haría del hombre un ente desquiciado, sin más aspi- raciones que las de socavar, contra la evidencia de su buen éxito, regímenes y constituciones. Por suerte, en la vida de los pueblos hay pau- sas que tonifican, intervalos que marcan lo — 53
  • 53. apropiado o inconveniente de las normas en uso. Estos son los momentos que aprovechan los tipos que la Providencia quiere modelado- res de almas. Pues bien: si el ipositivismo. psi- cológico personal que hemos esbozado es segu- ro vivirá en no lejana fecha, aun ahora no se debe sumir en olvido que el campo acciona! de'la. edhcación es el sujeto en sí, es decir: el agente unilateral, el hombre. Si las masas asisten a espectáculos históricos que las retie- nen embelesadas, a gestas militares, descubri- mientos científicos, torneos filosofales etc., contemplan, frente o "tras bastidores", al cori- feo respectivo. Uno e indivisible. Sea, que en todos aquellos acontecimientos que implican para la humanidad un período de transición y el siguiente reajuste de derechos y deberes, sobresale, como precursor y organizador, el axioma del filósofo, la espada del militar soli- viantado, el escrito incendiario del literato o la facundia trepidante del agitador. Pero es un solo hombre, una sola razón la que da ma- tices a toda una época. Así vemos que Alejan- dro, en la antigüedad, domeñó inmensos terri- torios cincelando en ellos la fisonomía que su cultura embrionaria guardaba, hasta compro- bar que "la tierra calló en su (presencia". Julio César en Roma; Maquiavelo en Italia; Zuin- glio en Suiza; Lutero, Kant, Hégel, Leibnitz, Bismark en Alemania; Huse y Jerónimo en Eslovaquia; Descartes, Voltaire, Rousseau, 54 —
  • 54. Napoleón en Francia; Wellington, Bacon, Spen- cer, Disraeli en Inglaterra; Hitler, Mussolini, Stalin y Roosevelt en la actualidad, todos, aba- tes y clérigos, políticos, militares, filósofos por miles, han estampado en su aldea, pueblo, ciu- dad o país, el concepto de vida que profesaron y profesan. De aquí sacamos en definitiva que es el hombre, personalmente, quien levanta los altares de la humanidad. Es sólo él, en sus inspiraciones o deseos racionales, el que alum- bra en la ascensión de la especie. Dios ordena y el hombre ejecuta. Por eso pues, tampoco obtendríamos la educación integral que nos ocupa, si el adolescente no posee la cualidad y decisión necesarias para acometer el estudio de lo que le rodea en lo intrínseco o extrínseco. El hombre, en cualquier fase transformadora, es el que indica la cumbre a someter. Con sus especulaciones y críticas, con sus idealismos y soluciones practicistas da a las sociedades el baluarte de sus creaciones de todo género. La escuela de hoy, claro está, tiene que adaptarse al método unipersonal que anuncian los pedagogos de abolengo. Pero antes ha de conseguir que la juventud se apasione en la elucidación de los grandes problemas que man- tienen en zozobra a las comunidades. Porque nada sacaremos en realidad, si el elemento humano (permanece a la deriva. Los nuevos postulados educativos pueden hacer ostenta- ción de su verismo pero, si la importancia del — 55
  • 55. nivel cultural no representa nada o casi na;i* en los sacrificios a que se llama al ser de iwy. y en los que él mismo voluntariamente efectúa, por aparte, es preferible eliminarlos. Para n negarnos, para no animalizar nuestra comple- xión de sujetos pensantes y ipara clecir con Ma- quiavelo: "ser hombre es ser luchador", aun- que no en el fondo pesimista que él le adjudica a su aforismo, más bien agregando n o s o t r u s : luchador racional, la pedagogía de nuestra ei".i tiene que crear, en la belleza de su preocupa- ción genuina, -al superhombre de Niet-zsche (1). Este, para nosotros, el esfuerzo de la ac- tual y futuras generaciones. La participación del programa educacional respectivo ha de aparecer,— ¿quién lo duda?,—terminante. Siendo el autodidacto como decimos, el que se cultiva (porque siente "hambre de sa- ber", se considerará, en su trabajo, doblemente impulsado: interna y externamente. En lo pri- mero: el señuelo que con él nace; la vocación que empuja para colmar su propósito. En lo segundo: el provocado por el hechizo de la ciencia. Ya Samuel Smiles, con la autoridad fl>. "Asi hablaba Zaratustra". Transigimos cors N¡!, t/.s- che solo en su determinación del superhombre. e.< es- cir: de calificativo Superhombre. No en las propcwa- des que le adjudica, porque son graseras, furibunda- mente materialistas. Que conste asi. 56
  • 56. que lograra, nos condujo a la percepción del valor de la autopreparación. Después de él, ta experiencia diaria, la información ajena que se nos cuenta, el presenciar con nuestros ojos y entendimiento los avances del que se instruye a costa propia, nos revalida en los puntos des- critos. No aceptamos, haciendo honor a nuestra seguridad de reseñadores, compiladores pési- mos si se quiere, el arrastre con que se deifica a las "ideas generales". Ellas producen el en- cierro dogmático a que ya nos referimos. Fo- mentando en sus partidarios un fanatismo me- diaval, ponen murallas infranqueables en el desfile de los que reforman. La psicología in- dividual es la encargada de derribar la plata- forma invariable, eterna. Quedando franco el paso a lo inconmensurable del espíritu, si será dable, al (jue se disciplina por sí, engarzarse en las corrientes que progresan sin ambages ni volteretas que a veces las anulan en su carre- ra. La compatibilidad de la enseñanza oficial con la extraoficial o conducta del "rata de biblioteca" como vulgarmente se distingue al autodidacto, es evidente. Y en muchas oca- siones de éste provienen métodos y comple- mentos que ayudan en la depuración de la es- cuela. Si esto ha sido verdad en los dominios de la enseñanza colectiva, es de esperar que, al conjuro del individualismo psicológico se acreciente la condescendencia mutua de lo ofi- cial y lo particular: de la enseñanza guberna- mental y la personal. — 57
  • 57. El hombre, criatura que piensa y obra (Des- cartes), es dado, por naturaleza, al trabajo fá- cil. Prefiere, en la mayoría de las ocasiones, lo abundante (cantidad) a lo valioso (cali- dad). De aquí que un. noventa y cinco por cien- to se abandone al examen superficial. Esta es la causa por la que en muchos círculos de ami- gos o tertulias de alguna base social, o i g a m o s a los más haciendo derroche de palabras que no rebasan el lindero de lo insípido. Si en la salida parecieran sorprendernos con adornos morfológicos que destila su conversación, pues hablan de esto o lo otro, desgraciadamente al abordar con fuerza cualesquiera de los graves asuntos que afligen a la humanidad, fallan. Se pone de manifiesto la incapacidad petulante que los'asiste. En varios hombres también so- bresale, al zambullirse en el mar sin fondo a que ellos mismos se remiten, la pasión de la venganza, consistente en humillar al que sí ha podido, con argumentos de peso, desenmasca- rarlos. Es verdad que quien, sin cadenas nor- mativas como las de la escuela cerrada y uni- forme que nos antecedió y que aún arraiga en países de toda dimensión, (en apariencia) se prepara mejor para el torneo de las civiliza- ciones. Si el que lee con afán de estudio no siente la dureza del maestro, la conminatoria, que le martiriza continuamente porque no re- suelve con prontitud algo de su repertorio u horario, es más apto y más libre ipara interve- 58 —
  • 58. nir, ventajosamente, en las cuestiones unidas a lo cultural. Con espontaneidad sí se remonta el individuo en busca de su destino. Hemos atacado al maestro corriente, al que no está imbuido, porque es necio, o retró- grado, de las novedades científicas y filosófi- cas que van imprimiendo señales indelebles. Ahora bien: el otro, el que sí asimila el dia- pasón de su época, es portador del mensaje que aglomera, del verbo que catequiza por su desnudez, por lo llano, porque resjponde a las demandas del segundo vivido. Este maestro, que hombro a hombro pelea por la creación anunciada en las premisas que comulga, sí es báculo del joven que se enamora, tal vez ro- mánticamente, de la sabiduría. Y al decir "ro- mánticamente" estamos en lo cierto. Hómbres hay que se educan o son educados por "sport", porque encuentran romántico el dis- putar, solamente, sobre temas de trascenden- cia. A estos es ineludible dirigirlos y para ello nuestro preceptor, para éstos y para los que sí navegan en el bajel del (positivismo. Pero para los últimos, para los que no hay más horizonte que el marcado por la ascensión aún no terminada del conocimiento, el mentor que delineamos es insuperable. Por ello el auto- didacto debe proceder cautelosamente en la escogencia de sus "padres espirituales". Un mal discernimiento es seguro l e anonadará hasta consumirla por entero. — 59
  • 59. Si los libros lo electrizan, ha de empL-ur- se con tacto ipara no permitir que ia ve !'!>>».- dad o elegante dicción del autor lo fulmine::. Su raciocinio, es lógico, tiene que div ersiíícar - se para dar su real quilataje a las atraccio»e> que pasen ante su vista. El que sabe por pr o- pia dedicación ha de juzgar, teoremas o per- sonajes centro de la obra, con la imparciali- dad que el sentido del hombre superior poseo. Ayuno de malas intenciones tendrá, comí.) pre- sente a su estudio sincero, el acopio nunca substituido de la legítima educación. Luego, dignificado por sus creaciones originales, por su percepción cabal de los acontecimientos que mantienen en espectativa a los unos y en tu- multo, a los otros, su instrucción se proyectar;! en la limpieza del estrado, porque él lo ame- rita; en el periódico porque su pluma enar- dece cuando el vilipendio del poderoso se in- yecta en la mansedumbre obligada del ipobre. también para descubrir si el peculado se en- señorea en los salones del ministerio, del mu- nicipio, del palacete. Su instrucción dejará secuelas que no pizarán sino los buenos, los nobles de alma, los grandes en sus concepcio- nes. Desde la tribuna de la ciencia, de la filo- sofía, de la metafísica, del arte etc., etc., alum- brará la senda de la tranquilidad y bienaven- turanza humanas. No concedemos supremacía al cultivador de sí mismo. Lejos de nosotros tal nieta. Lo 60 —
  • 60. que adjudicamos a nuestro tipo es adjudicable, sin duda, a quienes durante dieciocho o dieci- nueve años se capacitan a la sombra de maes- tros oficiales, es decir, que se perfeccionan en la tutela de los regímenes pedagógicos corres- pondientes. No (podríamos negar nuestros jui- cios ya, externados. El ditirambo que glosamos en homenaje al autodidacto tiene otra causa: la de que, por costumbre, se desprecia al que no ha logrado, por A o B, hacerse "lenguas" con un título. A nosotros, así lo hemos dicho en infinidad de oportunidades, nos embarga la creencia de que no es un cartón quien dei- fica al hombre de saber. Es la inteligencia y el encarrilamiento sano quienes hacen la supe- rioridad del sujeto. Conocemos miles de ejem- plos que nos ceden la razón. Y, en lo que atañe a los profesionales, nos ha sido posible, en co- yunturas a montones, enterarnos de cómo des- honran el pergamino que los ha licenciado. La asimilación mecánica que ellos practican el día de los exámenes, único quizá en que estudian, los arma, momentáneamente, para el exacto dirj mir de las tesis finalistas. Alcanzado su an- helo, en el momento no más da iprincipio el estigma con que cubren a sus maestros, a su colegio, a su patria. Una o dos horas después de rendidas las pruebas, esos "brillosos" acar- tonados no pueden describirnos uno solo de los valores ecuménicos, o locales, que integraron el mayor número de su programa en el recinto — 61
  • 61. ••escolar. ..Samuel Smileg (1). dice, a esLe, respecto.; "La teoría de que el éxito en los exámenes es una prueba de lo que el niño será después, es falaz. Ya hemos visto que muchos de los hom- bres más distinguidos fueron holgazanes ,v nada precoces en la escuela". Hay un fuerte realismo en su exclamación. Más abajo, (2) afirma. "Las distribuciones de premios y los concursos estimulan sus energías; y cuando han "pasado" y obtenido todo lo que ambicio- naban, ¿cuál es su condición actual? Son fre- cuentemente pobres criaturas aniquiladas. Muy pocos niños y niñas de los que ganan premio.-! realizan las promesas que habían hecho conce- bir". Este escritor puso los "puntos sobre las íes". ' Entiéndase que no queremos generalizar porque de hacerlo, caeríamos en contradiccio- nes que nos ridiculizarían. Hablamos de los muchos defectos que ostenta el sistema educa- cional en boga en distintos países. Y dirigimos nuestras sílabas en son de alabanza para el autodidacto, porque él es mirado despectiva- mente, porque se le esteriliza al no mostrar la propiedad de un título. La historia,, inagotable en lecciones de todo colorido, nos (1). S. Smiles: "Vida v Trabajo". Págs. 354 y K.d'e. Garnier Hnos. París. (2) S. Smiles: "Vida y Trabajo". Pág. 355. Edie. Garnier Hnos. París. 62 -•
  • 62. informa de que fueron los no togados los cau- santes de las transformaciones de resonancia. Por eso sentimos deleite en la dedicatoria de estas páginas a los que cosechan, ipor esfuer- zo suyo, una posición mediana o envidiable; a los que, bregando contra la altanería de plebeyos y aristócratas, (éstos por egoísmo y aquellos por su incomprensión) hacen propios los toneles guardadores del tesoro que instru- ye, que da civilización auténtica en lugar de disfrazarla o suprimirla. El pulidor de sí mismo, entonces, dispone de un haber que lo clasifica entre los seres útiles a la humanidad, en especial: a su pa- tria. Nosotros no suspiramos nada más que por contribuir al riego de los postulados que hoy se despliegan en "columnas de abanico". Que la educación y la instrucción se.alarguen hasta rozar los comienzos "de la divinidad, porque con Von Wiesse afirmamos que "lo racional linda por todas partes con lo ultrarracional". Esto dicho por uno de los directores del positi- vismo empírico. — 63
  • 63. SOCIOLOGIA Y EDUCACION El Estado tiene que conver- tirse en auspiciador decisi- vo de la educación integral. CON franqueza decimos: comienza el análisis de una fase de la cuestión que nos ocupa, envolviéndonos algún te- mor en lo que atañe- a sus resultados. Porque es indispensable saber que la parte sociológica de la educación abarca direcciones si no con- fusas, por lo menos difíciles de explicar exis- tiendo, como existe, un apiñamiento de rum- bos que han grabado en el raciocinio de los conjuntos pensantes, los llamados a hacerlo: filósofos, políticos, científicos etc. No somos "ri lo uno, ni los otros. Sí sentimos, a pesar de ello, la obligación de tratar lo que constituyó la definición del nombre de nuestro ensayo. En los primeros capítulos hablamos de asuntos que disponen de una correlación estre- cha con nuestro propósito. Ahora, en el pre- — 65
  • 64. sente, nos dedicaremos a él de lleno. Bien o mal, saldremos del laberinto en que la terque- dad de nuestra juventud nos introdujo. La sociología, o sea el conocimiento de las relaciones entre los hombres, entre éstos y el Estado y la manera de que ellas se desenvuel- van dentro de conceptos que las purifiquen, alcanza, en los momentos que pasan, una no- toria superioridad sobre las otras fuerzas del intelecto. No nos alarma el que para Comte la sociología esté sujeta a dos interpretaciones: estática y dinámica o positivista con una mar- cada acentuación filosófica. Y no nos sorpren- de porque consideramos que la sociedad, en su progresiva modulación, es dinámica. En sus paradas o ciclos de prevención, estática. Tam- poco el que Max Weber diga no corresponde la sociología a ciencias naturales ni históricas. Con éste peleamos la exclusión que formula. Es ciencia natural porque lidia en su explica- ción de los fenómenos sociales, fenómenos pu- ramente funcionales por su génesis: condicio- nes orográficas, climatológicas; temperamento o talante personal y colectivo; influjo que so- bre esto tienen las primeras. Y ciencia histó- rica porqué el ayer, con sus experiencias raquí- ticas o abundantes, obsequia al hoy el raudal de sus argumentos en pro o en contra. En las dos se para el hombre con el anhelo de refor- mar o innovar el lineaje tendido por sus ante- pasados. Con Spann nos atrae la "superiori- 66 —
  • 65. dad absoluta" de la filosofía social. En todo caso se demanda la participación del conoci- miento subjetivo, del hombre en su calidad de sér que razona y concibe. Comte fué explícito en ello. Si bien no aceptó los principios de la filosofía social pura, sí otorgó su consentimien- to a la filosofía positivista que aprecia al su- jeto en cuanto es, intuye, y actúa. Si la socio- logía, e.n consecuencia, es exornada de tales atributos, sus nexos con la educación deben señalarse. Si el'la escudriña en el afán de cons- truir sociedades que se divorcien del pretérito en lo que las perjudica, sus vínculos con la senda cultural de los pueblos han de merecer sitio de honor en nuestra obrita. Somos, tpor lógica, adictos a la sociología filosófica y cien- tífica, esto es: a la compenetración natural del espíritu y la matèria. Aseguramos que el hom- bre no puede sobrevivir abrazado eternamente al positivismo riguroso ni al idealismo metafisi- co. Requiere del auxilio de ambos para arros- trar, con posibilidades halagüeñas, los embates de su sino. Si es positivista a ciegas, se ve pre- cisado a negar finalidades trascendentes; un algo suprasensible a que se dirige la estada del hombre en la tierra, y termina en la adop- ción de un materialismo enfermo por no tener más miras que el hoy objetivo. Si es idealista en. demasía, se aleja de sus semejantes para entrar en la nebulosa de lo misterioso, de lo que está vedado al interés mortal. Se desipoja — 67
  • 66. o cree despojarse de la carne que lo integra para hacer su enrolamiento en un misticismo que lo destroza. Por eso admitimos, en el prag- matismo del ser, la revelación dictatorial de tos- dos principios: materia y espíritu. La sociedad universal (macrocosmo), y el individuo (microcosmo), han incoado el segundo gran evento de la sangre. De esta vez (parece que el statu quo de la convivencia de las clases y jerarquías intelectuales y econó- micas, se ha roto definitivamente. No valieron las improntas "hechas con fundamento en pos- tulados de célebres sociólogos y economistas. El equilibrio terminó en una concentración de poderíos que no vacilaron en luchar por darle cima a las (pretensiones que cada uno alentara y alienta. Los valores morales y estéticos que nos dijera Markof, el conjunto de realizacio- nes que nos legaron una civilización en apa- riencia sólida, se ha desquiciado. Razón tuvo este autor al pregonar que en los "principios de la moral urbana, artificial e inhumana", se encuentra el gérmen dé la decadencia con- temporánea. Por desdicha al pesimismo cun- de. Los cerebros se ofuscan al presenciar y sentir el ciclón que arrasa centurias de sacri- ficios. Las posiciones estabilizadas merced a arduas tareas se liquidan en inmolación que solo el Dante concibiera. Las medianías se su- perponen al jinetear intrigas que desconcier- tan porque son éstas la vara que mide para 68 —
  • 67. obsequiar gajes. Una asfixia tremenda se va apoderando de los que ni son mezquinos ni son carneros; de los que sí pueden enderezar a sus semejantes en direcciones que los hagan valer. Pero es tan pavorosa la inmundicia de las circunstancias, que la hidalguía de miles de corazones permanece arrinconada, sin atre- vérsela tomar parte en un movimiento que com- pela a las muchedumbres a volver a la juris- dicción del hombre verdaderamente hombre. Cuando más urge la unidad de las almas, más se distancian. Cuando las naciones solicitan e imploran a sus hijos la unificación en sus vis- lumbres finales, más inconmovible aparece la cizaña que corroe. Los instintos, sin ofro hori- zonte que el de llenar sus estómagos, asesi- nan cuantos indicios de renovación o innova- ción pretenden ganarse la estima de los con- fundidos. Las pasiones de arrabal se enorgu- llecen de su potencia sin contras que las ame- nacen de seguido. Por esto se extienden ame- nazantes y traidoras. Todo el complejo materialista que fué capaz de concebir Carlos Marx se derrama sobre les que preconizan la eficacia de la combinación: cuerpo-espíritu. Combinación evidente ella. Los axiomas de la ideología frondosa, estimu- lada por ansias que la sublimizan, enmudecen a los gritos desaforados de la chusma. El pre- cepto que crea, el espiritualismo que extrae del yo los pilares de una era que establezca — 69
  • 68. los fundamentos de la humanidad alegre, ri- sueña en su "confort", se muestra flojo al re- cibir la afrenta del socialismo bolchevique. Los conjuntos (élite) dirigentes palidecen al encarar la solución de problemas sociales. En suma: nuestra sociedad gesticula lastimosa- mente al sobrevenir la defunción del alma y su secuela de valía en los campos de 1« cul- tura. En paradoja terrible, debemos admitir la culpabilidad de nuestra civilización en el despertar furioso de las capas "bajas" de la comunidad de la hora. Marx 1q advirtió con- cretamente: "La sociedad burguesa ha creado las armas de su propia destrucción" (1). Esta otro: "Desde su creación, los grandes Bancos, engalanados de títulos nacionales, no son otra, cosa que asofliacioTias de espesculaldoijes pri- vados que se' establecen al lado de los Gobier- nos" (2). Aquí se confirma el principio del desbarajuste social, económico y político que palpamos. Si hay descaro en la pugna por el implantamiento del materialismo histórico que no tiene razón lógica ni natural de existir, in- dudablemente sí encontramos cierta veracidad en las anteriores exclamaciones. A su destrucción, claro está, deben endil- garse los trabajos de la sociedad moderna. El materialismo ha sido procreado por un desliz (1) "Manifiesto Comunista" - (2) "El Capital" 70 —
  • 69. de los hombres. Que vuelvan ellos a la justicia que ignoraron durante decenios y se fomente el engranaje de una época positiva idealista. Por esto Yierkandt nos dice que la sociología es: "Nada más que filosofía de la cultura y para que ésta exista es imprescindible la exis- tencia de la sociedad, del sujeto colectivo",; también que: "El campo proipio de la sociolo- gía es la conformación de la sociedad y de la cultura". Positivismo e idealismo se dan la ma- no como orfebres que son del movimiento todo de las masas. Vierkandt hace una magistral interpretación de la vida del hombre. A su práctica, entonces, es ineludible se dediquen los exponentes de la fase que nos envuelve. Marx negó al hombre al negar su espíritu; lo negó en su capacidad racional individual. Vier- kandt lo glorifica por sus grandezas culturales y civilizadoras. El primero desbarató los ci- mientos del mundo activo, del que no es sino por gracia de la mente y sus intuiciones, a pe- sar de la apariencia externa. Ella es, para bien o para mal, quien pone el acicate a la actividad del cosmos y sus pobladores. El segundo concede *a los asuntos de la co- lectividad toda la proyección de la cul- tura, o sea: que ellos no se destacan más que al través de la psicología y de la espirituali- dad que es motor y dirección. Si para Marx el hombre obedece por lo general al imperativo económico, causa omnipotente de la super acti- — 71
  • 70. vidad mundana; si para él la fisiología adquie- re propiedades incontrarrestables por únicas, con lo que relega la aptitud o el alcance men- tal individual, Vierkandt beatifica los empujes de la cultura que brotan, naturalmente, al so- plo del espíritu. Este autor acepta la finalidad colectiva del ente, pero no rechaza .su imperio como punto inicial del progreso. Creemos en su decir. Si nuestra era se sin- gulariza por la avalancha de un crudo materia- lismo ; si para los corifeos de éste no hay más impulso que el hechizo de lo objetivo, de la idea nacida al llamado de lo corporal, irremi- siblemente se nos coloca a la par de la anima- lidad. Ea líneas portentosas Alexis Markof deshace la altanería de los necios, al afirmar, en relación con el sofisma mecánico material d'e ellos, lo siguiente: "Si el mundo no es más que uh caos regido por las fuerzas ciegas de la materia, es muy poco probable, por una par- te, que el proceso histórico social conduzca a un "modus vivendi" fruto del raciocinio huma- no y, por otra, es imposible que exista algo racional en un universo irracional y caótico "a priori". Su refutación nos lega armas comple- tamente invencibles. Así nos sentimos más se- guros en la divulgación de nuestro criterio. Si la materia es origen y fin del ordena- miento cósmico, si los actos volitivos no fulgu- ran más que a la señal de lo externo, no hable- mos de cultura porque ella no es sino en el 72 —
  • 71. hombre, individualmente tratado. No hay ra- zón en donde impera lo irracional nos dice Markof, y nuestra seguridad de que somos HOMBRES lo ratifica. Si los grandes socialis- tas marxistas han formulado los principios de la humanidad del mañana, asentada sobre plataformas de realismo indiscutible para ellos, ¿cómo será dable su consecución si se despla za lo que ha sido su capacidad generativa? ¿Por qué reniegan del idealismo si ellos han ideado el modelo del macrocosmo futuro? La soberbia es fuente de profundos males. Este es él caso de los que, aun imbuidos de máximas espiri- tualistas o metafísicas, ya que tienen certeza de su condición de seres humanos entendemos nosotros, se sueltan en improperios y falseda- des; en ataques a sus protpios adornos que les han permitido agigantarse en su esencia de entes con voluntad, con pasiones, con concien- cia de sus atributos no darwinianos. Los positivistas materialistas, en síntesis, aran terrenos que están bajo sus pies, es decir, quedan en el "aire" al minar lo que les sostie- ne enhiestos de cuerpo y alma. Sus premisas se esfuman al ponerse en contradicción con lo que las crea. Sus cálculos, al no fundarse en lo que el sujeto es, chocan con la solidez de las fuerzas que se abrazan en la constitución de él. No nos embarcamos en simples especu- laciones. La vida ordinaria, la del pobre como la del rico, la de las clases sociales en suma, — 73
  • 72. da pábulo a nuestro grito. Por esto decimos que la sociedad sin individuos es inadmisible, ilógica; también el hombre sin espíritu se nos antoja, en verdad, inconcebible. De continuo oímos peroratas y leemos folletos y libros en que se h ace el elogio de las reservas materia- listas de los hombres; en toda esa literatura probamos la tendencia del siglo. La concupis- cencia se abre domeñando los hemisferios. Las virtudes anímicas quedan a la zaga y las obje- tivas se envanecen al contar con la fruición de los más. El sentimiento bondadoso se encasti- lla en el yo, sin oportunidad de expansión co- lectiva. El heroísmo de los que creen y fecun- dizan la idea de una meta "divina" como ga- lardón al sufrimiento de las masas, es víctima de injurias y degradaciones. No hay más labor para las especies vivientes que la de satisfacer su necesidad de combustión* Riquezas, comi- das opíparas. He allí la ilusión suprema de Ia época. Los conglomerados olvidan la cimera que puede marcar su raciocinio; su conceipto del universo y del hombre se enfanga en la voluptuosidad de la ramera que vende sus car- nes, en la animación sospechosa de la pantalla cinematográfica, en los estruendos no coordi- nados de la música africana, en el pavoneo antiestético del baile o las danzas ambiguas de la fecha. Tenemos que aceptar el criterio de Gustavo Le Bon al decirnos que las masas son incapaces de guiarse, que-no piensan, que 74 —
  • 73. no proceden a impulsos de la conciencia sino a los del minuto que cruzan. Este es el defecto del hombre colectivo. Para las multitudes no- existe el mañana; sólo el presente. Por eso requieren de la energía del líder, del conductor de pueblos que discierne. Sin é l marchan a la deriva y mientras no salgan de la trivialidad que denotan, habrá dictadores (1). Pues bien, si los agentes del alma y del cuenpo reniegan de la veracidad de un pinácu- lo sobrenatural; si ellos ríen a la sola exposi- ción de "prejuicios" "fomentados durante los años del romanticismo del medioevo", nosotros entristecemos al analizar sus postulados de sor- didez no limitada. Esto nos ofrece alguna ana- (1) Nosotros, al referirnos al conglomerado, lo ha- cemos considerando que él es por obra del sujeto, por .el "número" en síntesis. El conglomerado es la totali- dad de tipos racionales o NO que, por la naturaleza de su respectiva coexistencia, poseen rasgos que los her- manan. No obstante, el sér personal difiere del colec- tivo. La moral individual varia al mezclarse con la mul- titud. El individuo se convulsiona al calor de la orgía y del tumulto. Pierde s-us privilegios de elemento que razona para sustentar lo que Durkheim define "con- ciencia colectiva" o "sér supremo". Por esto decimos: "los conglomerador olvidan" como podríamos decir: "los hombres olvidan". Esto dentro del relativismo ya ex- plicado. Advertimos que el "sér supremo" de Durkheim no es todo lo grande que él cree; lo aceptamos porque de cualquier modo, este sociólogo acepta un poder que hace y dirige. — 75
  • 74. logia con la vieja anécdota de Nerón, según la cual éste, para calmar su ansia de troglodita, ordenó abrieran las entrañas de su madre pa- ra estar seguro del sitio en que ella lo había, fecundado. En nuestro caso no se mata a! espí- ritu para observar sus intimidades; se le ase- sina porque al saberlo generador de proposi- ciones que cohiben la consumación salvaje del hecho decididamente objetivo, el hombre no soporta el escarnio consiguiente. Su orgullo, su altisonancia, las varias afluencias del ambien- te en que se arrastra, le infunden una mega- lomanía que, puesta al Iad o contrario al de los dictados de su mente sana, lo hace languide- cer, estéril en su delirio, muchas veces. Y cuan- do fructifican, es ipara convertirse en .adalides de la maldad. No enaltecemos, es indispensable mani- festarlo de nuevo, la preponderancia del idea- lismo medieval; en otras frases hemos diluci- dado nuestra tesis. Tampoco nos marea la so lución donada por el materialismo. Esto seria confundir la fe que guardamos a nuestro gé- nero. Si las masas no piensan por la algarabía del momento, por la superficialidad con que todo lo miden, sí razona el hombre, criatura d e sentidos y concepciones. A éste encomen- damos la misión de depurarse, de perfeccio- narse sin altos ni iplazos. Así, con una educa- ción generalizada y seria, tal vez obtendría- mos, en aquéllas, la prudencia y noción infaír 76 —
  • 75. ble que se apodera de los que estudian los in- trincados asuntos de la sociedad. La sociología, por lo tanto, está identifi- cada con el grado educacional de cualquier nación. A pesar de ser una disciplina relativa- mente nueva, sus ramificaciones abarcan ai devenir de la. humanidad. Y este devenir, para que sea todo lo perfecto a que aspiran los di- rectores de esa corriente, ha de tener su base en la educación científico filosófica. Al niño en edad escolar hay que iniciarlo, aunque so- meramente, en los problemas a que ha de en- frentarse ya adulto. Imponerle de sus obliga- ciones para con su patria, de sus deberes ipara con la sociedad a la que pertenece y para con la periferia universal dentro de la que aquella vive. Indicarle, para un remedo no importa parcial, las gestas de sus mayores; los actos que han contribuido, efectivamente, a propul- sar el estandard de vida de los que llevan so- bre sus espaldas la pesadez de la industria y de la agricultura; del obrero que, inculto y escuálido, clama ipor una redistribución de los (pedestales económicos actualmente en manos de una sola clase. Inculcar, en el corazón del niño, la nobleza de la tarea que tiene por guía la felicidad de los desposeídos de los medios de subsistencia más precarios. En resumen: encarrilarlo por los dominios de la sociología, porque es ésta" la que, por su integridad, con- templa la eficacia del medicamento positivo — 77