FALSA CASA-MUSEO DE MURILLO
JULIO MAYO - ABC de Sevilla, lunes 6 de marzo de 2017, pp. 84-85.
https://drive.google.com/file/d/0B9C8YpHPNJaSTzBfc2NucXhJVHM/view?usp=sharing
1. L
as fechas conmemorativas son muy opor-
tunas para difundir nuestra historia, pero
no deben emplearse para contaminar el
pasado de confusiones ni leyendas dañi-
nas. Y lo decimos, porque no es cierto que
el pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo vivie-
se los últimos años de su vida, donde el Instituto An-
daluz del Flamenco ha establecido su sede. Así reza
una placa de acero inoxidable fijada a la pared del
zaguán de la casona de color almagra claro, que se
halla ubicada en el barrio de Santa Cruz, frente al
convento de las Teresas, en cuya fachada predica un
óvalo metálico que es la Casa Museo de Murillo. En
caso de que lo hubiese sido, que no lo fue, debió ser-
lo un único año. No todos los últimos de su vida.
En el Padrón de las personas que han de cumplir
con el precepto de la confesión y comunión en esta
Parroquia de Santa Cruz del año 1682, figura afin-
cado en la casa número 3 de la calle entonces deno-
minada de la Puerta pequeña. Junto a él se encon-
traban avecindados, su hijo Gaspar, en aquel mo-
mento clérigo menor aunque luego llegó a ser
canónigo, una tal Ana María y un tal José Cano, pro-
bablemente personal del propio servicio doméstico.
De los cinco hijos y cuatro hijas que había tenido,
sobrevivieron pocos. Con él, nada más, se encontra-
ba don Gaspar, pues una de sus hijas
había ingresado como monja en el con-
vento sevillano de Madre de Dios. Mu-
rillo tenía 65 años y era viudo desde ha-
cía más de veinte. Y aunque se desco-
noce la causa por la que alcanzó el
privilegio de alojarse en esta morada,
adyacente a la iglesia filial de la cate-
dral, demolida y trasladada a la calle
Mateos Gago en el transcurso del siglo
XIX, es muy posible que este paradero
reuniera las mejores condiciones para
su retiro, después de la gran caída que
sufrió pintando un lienzo para la iglesia de los Ca-
puchinos de Cádiz, un año antes, en 1681. No se sabe
si el accidente se perpetró aquí en su estudio, o allí
en la bahía. Lo cierto es que, tras el golpe, optó por
regresar a la collación de uno de los principales cen-
tros de su vida mística y espiritual.
La relación estrecha del clan familiar de los Mu-
rillos con la institución eclesiástica –pues su primo
hermano Bartolomé Pérez Ortiz llegó a ser canóni-
go y algunos otros tíos suyos fueron frailes domini-
cos, como fray Bartolomé Murillo–, y los notabilísi-
mos trabajos que el maestro realizó para la catedral,
pudieron haber influenciado en las facilidades que
los dirigentes clericales le brindaron para instalar-
se en el barrio preferido para residir por los curas y
prebendados de la catedral. Sus calles estrechas,
abrigadas por la muralla que va hacia el Alcázar, de-
paraban un recogimiento mucho más propicio que
el inquietante bullicio de otros lugares transitados
de aquella populosa Sevilla. Así lo demuestra el he-
cho de que, en el entorno de sus callejas, se instala-
se el hospital destinado a acoger a los sacerdotes ya
ancianos y venerables. No perdamos de vista que el
máximo responsable del cuidado y mantenimiento
de los cuatro templos que auxiliaban a la catedral
(San Roque, San Bartolomé, Santa María la Blanca
y Santa Cruz) fue, entre 1655 y 1682, el canónigo Jus-
tino de Neve, amigo personal suyo y promotor de
importantes proyectos artísticos.
Murillo y su familia, que habían mantenido una
gran relación con Santa Cruz, como feligreses entre
1659 y 1662, vivieron luego casi dos décadas en la ca-
lle San Jerónimo, de la parroquia de San Bartolomé.
Estando empadronado allí, pintó los cuatro lienzos
del hospicio de los Venerables en 1678.
Su funeral se ofició, el 4 de abril de 1682, en la igle-
sia de Santa Cruz. Según la anotación de su partida
de defunción, se enterró en uno de los cañones de
bóveda propios de la fábrica, sin más ostentación.
Cuentan las crónicas que el sepelio constituyó todo
un acontecimiento popular y que portaron su fére-
tro dos marqueses y cuatro caballeros de órdenes
militares.
Confusiones sobre el domicilio
Fue el cronista sevillano Félix González de León
quien engendró el equívoco, en 1839, al publicar que
Murillo vivió los últimos años de su vida y murió en
una casa de la calle Santa Teresa, que se encontra-
ba justamente enfrente del convento de las monjas
carmelitas, en el libro Noticia del origen de los nom-
bres de las calles de Sevilla. Apoya su tesis en unos
apuntes de su propio abuelo, que decían así: «El día
3 de abril de 1682 murió en la casa que está enfren-
te de las monjas Teresas el famoso pintor don Bar-
tolomé Esteban Murillo. Este pintor fue íntimo ami-
go de mi abuelo –tatarabuelo del historiador–, por
lo que le pintó y regaló el retrato de mi abuela que
está en el comedor». De este modo, González de León,
rebatió la propuesta planteada por el via-
jero romántico Richard Ford unos años
antes, en 1831. Este escritor inglés, seña-
laba como vivienda una de la casa de los
Alfaros, en la plaza del mismo nombre,
que hacía esquina con la actual del Agua.
Difundió hasta un dibujo de ella. A partir
de entonces, el deán López Cepero, Ama-
dor de los Ríos y Gómez Aceves, insistie-
ron en catalogar el palacete de los Alfaro
como el lugar donde había fallecido Mu-
rillo. Sin embargo, a mediados del siglo
XIX, los académicos de Bellas Artes y otros
intelectuales románticos, como Tubino y Reinoso,
concluyen que la casa está en la plaza de Alfaro, pero
en la acera que colinda con la plaza de Santa Cruz.
Esta propuesta la difundió también el pintor argen-
tino José Miguel Torre Revello, quien copió el texto
de una lápida de mármol que se instaló en el núme-
ro dos de la plaza de Alfaro. Aunque parecía un ho-
gar demasiado humilde y algo reducido, Santiago
Montoto consideró, ya en el siglo XX, como buena
la nueva designación del espacio en el que pudiera
haberle llegado el óbito.
Pero hace escasas décadas, el profesor Diego An-
gulo Íñiguez recobró aquella sugerencia iniciática
de González de León, que señalaba la casa frontera
al convento de las Teresas como emplazamiento de
su expiración. El eminente historiador del arte, ex-
presa, en el primer tomo de su estudio sobre Muri-
llo, que ambas teorías son conciliables porque pudo
haber fallecido en esta casa aunque no hubiese vi-
vido en ella. La publicación de este voluminoso tra-
bajo, en 1981, a solo un año de la celebración del III
Centenario de la defunción de Murillo (1682-1982),
colmó de argumentos a la Junta de Andalucía para
centralizar en este inmueble, de la calle Santa Tere-
sa, buena parte de las actividades de la efeméride,
después de haberlo adquirido en 1972.
Nuevas revelaciones documentales
Antes de que la iglesia de Santa Cruz fuese derriba-
da en las primeras décadas del siglo XIX, su puerta
principal se abría hacia la calle Santa Teresa. A par-
tir de ella se articulaba un cuerpo de naves, exten-
dido desde el acerado del consulado de Francia has-
ta el de las murallas que buscan el Alcázar, aunque
sin llegar del todo a aquel extremo. En la parte más
oriental de la plaza, hacia el borde de la glorieta ajar-
dinada donde está la cruz de forja, se alineaban la
torre y una cupulita que cubría el ábside y el presbi-
terio, según muestra el plano de la ciudad manda-
do hacer por Pablo de Olavide en 1771. En este mis-
mo documento cartográfico, se comprueba que el
templo estaba rodeado por un carril con salidas ha-
cia la calle Mezquita y plaza de Alfaro, respectiva-
mente. Pero además, desvela que por el lateral de la
iglesia discurría una callecita estrecha que comuni-
caba la calle de Santa Teresa con la plaza de Alfaro.
La misma que los padrones llaman de la Puerta pe-
queña o Puerta chica, en razón del portoncillo que
se abría hacia ella desde la iglesia.
Con el objeto de esclarecer qué calle fue aquella
de la Puerta chica en la que habitó Murillo, hemos
cotejado minuciosamente numerosos libros padro-
nes del archivo parroquial de Santa Cruz. La consul-
ta sistemática de estos censos, de manera secuen-
ciada, nos permite reconstruir la evolución del no-
menclátor de la calle y su parcelación inmobiliaria.
En los siglos XVII y XVIII mantuvo prácticamente
el mismo nombre. De Puerta pequeña, pasó a refe-
renciarse como Puerta chica.
FALSA CASA-MUSEO
DE MURILLO
POR JULIO MAYO
Es en el año 1800 cuando aparece asentado un nue-
vo nombre para la vía: calle de Santa Cruz. Curiosa-
mente el mismo que posee, signado ya, en un padrón
militar del Archivo municipal, fechado en 1714. Des-
de las últimas décadas del siglo XVII, eran tres casas
las que integraban la referida calle de la Puerta chi-
ca. La primera de ellas estaba dentro de la propia igle-
sia y las demás en el corto tramo de la calleja. Los pa-
drones de inicios del siglo XIX, cuando la iglesia ocu-
paba aún gran parte de la plaza y no había sido
demolida, registran todavía anotados los mismos
tres inmuebles que enuncia el padrón de 1682, cuan-
do falleció Murillo, con la particularidad de que los
sitúa, lógicamente, en la calle de Santa Cruz, pero se-
parándolos claramente de los descritos en la «Pla-
zuela de Alfaro» y «Callejón de Alfaro». Se com-
prueba así que el artista, antes de fallecer, no ocupó
ningún inmueble de la calle de Santa Teresa ni de la
plaza de los Alfaros.
Murillo vivió dentro del mismo inmueble que ocu-
parían años después otros sacerdotes emblemáti-
cos de Santa Cruz. Francisco de Paula Baquero, Car-
taya del Barco y hasta el propio Félix José Reinoso,
se domiciliaron en esta misma casa que pertenecía
a la propiedad del cabildo catedralicio, tal como tes-
timonian diversos documentos del Archivo de la ca-
tedral y el propio Padrón de fincas urbanas de 1795,
localizado en el Archivo Histórico Nacional de Ma-
drid. Este documento urbanístico nos ha servido de
igual modo para acreditar que la casa ocupada por
Murillo, en 1682, tuvo que hallarse enclavada en la
manzana de casas del tablado flamenco de Los Ga-
llos, formada entre las plazas de Santa Cruz y Alfa-
ro. Su casa estaba muy cerca de la que muestra aho-
ra, en su fachada, las letras de bronce puestas por la
Academia de Bellas Artes el año 1858, en recuerdo
de su enterramiento en la iglesia destruida de San-
ta Cruz.
Final
Al final, pasará como en Madrid. La Administra-
ción reunió a tropecientos arqueólogos para que
sondeasen el paradero de los huesos de Cervantes
en la iglesia del convento de las Trinitarias Des-
calzas, mientras que la búsqueda de la exhuma-
ción en legajos se la encomendó solo a un histo-
riador. Pero con una limitación. Que lo hiciera en
dos días. Antes de que el Ayuntamiento sevillano
hubiese designado el edificio de la calle de Santa
Teresa como centro oficial para acoger los actos
del IV centenario del nacimiento de Murillo (1617-
2017) –van y eligen donde dicen que falleció–; lo
lógico es que, con anterioridad, hubiese promovi-
do un trabajo serio de investigación documental
que ratificase, o descartase, si ciertamente el ge-
nio llegó a vivir tantos años en este palacio de la
Junta de Andalucía. Este tratamiento no lo mere-
ce uno de los máximos exponentes de la pintura
barroca del Siglo de Oro español, que tuvo la ha-
bilidad de colmar, a un mismo tiempo, las apeten-
cias de las élites y el pueblo llano, al que conquis-
tó profundamente, quien por excelencia y aclama-
ción popular es el Pintor de Sevilla.
JULIO MAYO ES HISTORIADOR
FOTOS: ABC
Fachada de la vivienda en el barrio de Santa Cruz
en cuya placa se asegura que fue la casa de Murillo.
Julio Mayo sostiene que hay documentación (a la
derecha) que desmiente que el pintor sevillano
pasara allí los últimos años de su vida
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Un dato falso
Murillo no pasó
los últimos años
de su vida frente
al convento de
las Teresas
como dice la
placa de la casa
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