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Ministro provincial
1
A los hermanos de la Provincia,
A las hermanas contemplativas OSC, OIC y TOR,
A los hermanos y hermanas de la OFS
Carta en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la BVM,
Patrona de la Orden y Titular de la Provincia
Madrid a 6 de diciembre de 2020
Queridos hermanos y hermanas, el Señor os dé la paz.
El calendario nos sitúa de nuevo ante el misterio de Dios que se revela en María bajo su Inmaculada
Concepción. La llena de gracia vuelve a recordarnos, en su hágase tu voluntad, que el primado de su
vida es Dios. A Él la ofreció y a su hijo Jesús dedicó su existencia. No en vano, María asumió como
algo propio su doctrina acerca del seguimiento: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue
a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Lc 16,24). La negación de sí mismo viene precedida del
encuentro personal con Dios. Este fascina, seduce, llena de sentido la
propia vida, tanto que nos capacita para llevar a cabo esa renuncia a
nosotros mismos y nos permite dar espacio a Él y a los demás.
Por eso, deseo que la celebración de la solemnidad de la
Inmaculada Concepción de María, a cuyo patronazgo nos acogemos
como Orden y como Provincia, nos ayude a vivir con sentido de entrega
nuestra consagración religiosa. Ella es para los consagrados, tal como
nos recuerda la exhortación apostólica Vita Consecrata, «la que, desde
su Concepción Inmaculada, refleja más perfectamente la belleza
divina… María es ejemplo sublime de perfecta consagración, por su
pertenencia plena y entrega total a Dios. Elegida por el Señor, que
quiso realizar en ella el misterio de la Encarnación, recuerda a los
consagrados la primacía de la iniciativa de Dios» (VC, 28).
El reconocimiento de María como Inmaculada le evoca directamente al creyente que el
reinado de Dios es posible en este mundo nuestro marcado por el pecado. Sin ruido, sin
estridencias, sin aparatosidad, María nos recuerda que otro mundo es posible. Quizá el mundo que
en el que piensa el papa Francisco en su última encíclica cuando nos dice que «soñemos como una
única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra
que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su
propia voz, todos hermanos» (Fratelli Tutti, núm. 8).
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2
Los Hermanos Menores y todos los miembros de la Familia Franciscana hemos de
contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a materializar este sueño de la fraternidad
universal. Hermanos esperanzados, reconciliados, alegres… al vivir juntos crean fraternidades
esperanzadas, reconciliadas, alegres… y se constituyen en testigos cualificados del Señor
resucitado. Pero, cuán difícil resulta recorrer este camino, entonces y ahora. Y esta dificultad viene,
en gran medida, porque nuestros intereses pasan por priorizar lo personal frente a lo fraterno y la
misión que Dios nos encomienda. Cuando lo personal es lo primero, el diálogo se hace infructuoso,
las reuniones sobran, la formación provincial o fraterna es una pérdida de tiempo; los retiros
personales y comunitarios, como los ejercicios espirituales, son algo tan nuestro que apenas nos
podemos exhortar a su realización…, y el proyecto de fraternidad se quiebra seriamente. La
persona se aísla, y volvemos a esquemas de vida pseudo-monacales, eso sí, postmodernos.
María Inmaculada nos recuerda que la fraternidad evangélica es posible. Ella encarnó el
proyecto de Dios creando familia. Tampoco lo tuvo fácil, pero su absoluta confianza en Dios la llevó
a acoger un proyecto de vida imposible, supo escuchar y fructificó el diálogo entre ella y Dios;
aprendió, junto a su prima Isabel y a su esposo José, a entender los designios de Dios sobre su vida,
hizo silencio ante las palabras y obras de su Hijo mientras le seguía de un lugar para otro… y de
este modo, posibilitó la comunión en la primitiva comunidad de discípulos cuando se manifestó la
gracia de Pentecostés. En definitiva, María pudo olvidarse de sí porque se le permitió descubrir que
su vida adquiría pleno sentido a partir de su pobreza. A propósito del olvido de sí, y mirando a la
figura de Charles de Foucault, Pablo D’Ors escribe algo que da que pensar: «Los hombres prefieren
cualquier cosa antes que la soledad. Preferimos llenarnos de basura antes que estar vacíos… ¡Ah, la
nada! No sé qué es, pero hay que ser nada para que Dios pueda entrar en el corazón… El silencio y
la soledad son los campos de cultivo en que se fragua eso que llamamos ser humano».
Qué bien refleja María estas actitudes del silencio y la soledad. Su intercesión poderosa nos
sigue acompañando. Sea para nosotros motivo de esperanza, reconciliación y alegría, de tal modo
que construyamos decididamente la fraternidad universal de los hijos de Dios.
Feliz día de Santa María, Inmaculada en su Concepción.
Recibid un abrazo fraterno.
Fdo.: FRAY JUAN CARLOS MOYA OVEJERO, OFM
Ministro provincial
Por mandato del Ministro provincial
Fdo.: Fray Antonio Arévalo Sánchez, OFM
Secretario provincial