LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
Jubileo 21
1. 1
misiones y predicación
celebraciones y oración
diálogo y comunidad
e s t u d i o s y r e f l e x i ó n
El Domingo primero de este Adviento celebramos en Chile la clausura del Año Jubilar de la Or-
den de Predicadores. Presidió la Eucaristía en la Parroquia de San Vicente Ferrer, Comuna de Las
Condes en Santiago, el padre Tomás Scherz, cuya familia vive en el territorio parroquial. El padre Tomás
es el Vicario para la Educación de la Arquidiócesis de Santiago, dedicado por años a la filosofía y ahora
empeñado en este servicio eclesial. Agradecemos su participación. Esta es la homilía que predicó.
Celebración Jubilar de la Orden de Predicadores en su Aniversario 800
Primer Domingo de Adviento 2016
(Isaias 2,1.5; Sal 121; Rm 13, 11-14; Mt 24, 37-44)
Parroquia de San Vicente Ferrer
Agradezco la invitación a presidir esta celebra-
ción jubilar de la Orden de Predicadores en sus
800 años. Saludo a Fray Luis Javier Rubio, Socio
del Maestro para América Latina y el Caribe, así
como a mis hermanos Julián, Paco y sacerdotes
de la comunidad, pero especialmente a esta co-
munidad parroquial y dominica de San Vicente
Ferrer, en la que siendo pequeño oí mucho a los
consagrados a la predicación.
Esa fue la impronta en sus orígenes. Hono-
rio III, el papa que los aprobó como Orden de
los predicadores en un tiempo de Adviento de
1216, tiempo litúrgico que además hoy comen-
zamos también, expresa en las constituciones el
proyecto de Santo Domingo. Dice así: «Hono-
rio, siervo de los siervos de Dios, a los amados
hijos el prior y los frailes de la Orden de los
Predicadores, salud y bendición apostólica.
Aquel que fecunda siempre a su Iglesia con
nuevos hijos, queriendo que estos tiempos mo-
dernos se conformaran a los primeros y que la
fe católica se propagara, les inspiró el piadoso
deseo por el cual, abrazados a la pobreza y pro-
fesando la vida regular, se han entregado por
completo a la predicación de la palabra de Dios,
anunciando el nombre de nuestro Señor Jesu-
cristo por el mundo entero».
No sabemos a qué se refería con los tiempos
modernos en el siglo XIII, pero en nuestra mo-
dernidad (o post modernidad, para ser más ac-
tuales) el evangelio que hemos oído (Mt 24, 37-
44), y sobre todo la palabras de Pablo que hemos
escuchado, suenan bastante incómodas: «Uste-
des saben en qué tiempo vivimos y que ya es
hora que despierten…». ¿Cómo hacer que estos
tiempos modernos se conformen a los primeros
en que el Señor nos dice además?: «“Estén pre-
venidos, porque ustedes no saben qué día vendrá
su Señor»; o peor aún: «Uno será llevado y el
otro dejado». Nos parecen advertencias amena-
zadoras que en nada contribuyen a la libertad
para decidir vivir el amor cristiano, a la cultura
de la no coacción. La salvación por el temor al
infierno no parece el camino más convincente en
estos días. Menos en una cultura de bienestar y
holgura, en que cualquier conato de inestabilidad
parece una expresión de subdesarrollo o en que
cualquier llamada de atención a un hijo podría
llegar a ser expresión de violencia intrafamiliar.
Según nos cuentan las crónicas, incluso antes
que Santo Domingo se diera a la fundación de la
Orden de los predicadores, tenía ya la convicción
de que había que acercarse a los lejanos con la
fuerza de la palabra de Dios. Pero esto significa-
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2. 2
Genealogía de Santo Domingo – Pintura quiteña del s. XIX
ba leer desde el espíritu, y no como se dio en la
cultura herética fundamentalista y literal de los
valdenses o cátaros de entonces. Había que con-
textualizar, usar la inteligencia y saber leer. Las
advertencias de Jesús se explican cuando se ha
conocido su Buena Noticia. Estar vigilantes es la
parte ardua de la esperanza, pero lo esperado
sigue siendo lo más importante, a saber: el
Reino, el de las bienaventuranzas, el anunciado
en las parábolas, el del
Padre Misericordioso.
Se advierte de un peli-
gro o se llama a la vigi-
lancia cuando previa-
mente se ha contem-
plado y asimilado un
horizonte mayor.
Al escuchar la pri-
mera lectura podemos
contemplar, y desde la
mirada del Antiguo
Testamento, ese hori-
zonte de la esperanza y
que en definitiva da luz
a la preocupación soli-
daria de Jesucristo, el Salvador, quien es el pri-
mer vigilante, el que desde la humildad de la
carne sabe que hay que estar preparado, advir-
tiendo y despertando. El profeta Isaías nos ha-
bla de una visión, de un sueño: «Sucederá al
final de los tiempos que la montaña de la Casa
del Señor será afianzada sobre la cumbre de las
montañas y se elevará por encima de las colinas.
Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán
pueblos numerosos, que dirán: “Vengan suba-
mos a la montaña del Señor, a la Casa del Señor
de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y ca-
minaremos por sus sendas”. Porque de Sion
saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra del Señor-
Él será juez entre las naciones y árbitro de pue-
blos numerosos. Con sus espadas forjaran ara-
dos y podaderas con sus lanzas. No levantará la
espada una nación contra otra ni se adiestrarán
más para la guerra…».
Parece un sueño, un deseo, pero es una pro-
mesa del Señor que hay que saber leer con hu-
mildad. Santo Domingo se imaginó una predica-
ción en itinerancia —en movimiento, es decir,
no en la comodidad de una postura y desde un
púlpito sin compromiso existencial— y en la
pobreza a manera de los apóstoles, pero sabien-
do que la esperanza no es solo un deseo, es tam-
bién un don y una tarea. Es un bien arduo y difí-
cil pero posible. Es la promesa, pero es una gra-
cia que compromete a la naturaleza. Pero ¡ojo!,
tampoco es pura tarea prometeica, como el mo-
derno híper activista capitalista que cree que
puede usufructuar con autonomía soberbia y sin
ayuda de nadie. Es
tarea humilde, que
requiere vigilancia,
estar despierto y no
presumir una salva-
ción, que en el fondo
solo viene de Dios.
El evangelio de hoy
aparece antipático
cuando no se mues-
tran los sueños. Cuan-
do no se lee la palabra
en su verdad más pro-
funda. Y la primera
lectura permanece
solo como un ideal y
una utopía inalcanzable cuando adormece, cual
opio del pueblo, cuando no se vislumbran cami-
nos del realismo cristiano, concreto, con oración
y voluntad amorosa, con su mínimo de justicia,
tal como lo expresaba san Alberto Hurtado. Es
decir, cuando no se lee el evangelio, que es el
Dios hecho carne, práctico, solidario y salvador,
que debe advertir, aconsejar, estimular. Es una
caridad que nos urge, según la expresión de San
Pablo, que el Cardenal Silva Henríquez usó co-
mo lema episcopal. No es un amor sentimental,
sin voluntad sacrificial.
El predicador es siempre un intérprete, un
mediador y un lector que actualiza, así como lo
hacen los santos con su vida, y que usualmente
son los sencillos y poco presumidos. Hay un
viejo dicho entre el gremio de los traductores,
que dice que un traductor es un traidor —
traduttore, traditore— sobre todo cuando en los
tiempos modernos debemos anunciar el mensaje
del evangelio de los primeros tiempos de su pro-
pagación. San Pablo fue tal vez el que escapó a
esa traición, cuando junto a la advertencia «de
que ya es hora de que se despertemos», vuelve a
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insistir en la gracia: «porque la salvación está
ahora más cerca de nosotros que cuando abra-
zamos la fe. La noche está muy avanzada y se
acerca el día».
Es la advertencia y el anuncio juntos. La pre-
dicación es exhortación y camino práctico. Una
buena traducción es buena noticia y sacrificio en
el orden de la vida, que muchas veces implica,
denuncia profética. Así lo hicieron los profetas,
más conocidos por sus lágrimas y sufrimientos
por las situaciones adversas. Hoy, por el contra-
rio, hemos leído de ellos ese hermoso horizonte
de la aniquilación de las guerras y la confluencia
en la paz de todas las naciones. ¡Vaya deseo de
todo hombre! En cambio de Jesús, que está ya
en Jerusalén y que se ha lamentado por ella (po-
cos versículos antes del relato que hemos oído:
Mt 23, 37-39), porque no han sabido recibir a los
profetas, nos anuncia hoy palabras más severas,
pero porque la vigilancia y el sacrificio son ex-
presiones esenciales del amor implicado en el
Reino anunciado y esperado.
Por último, para que la traducción de la que
hablábamos sea perfecta es necesario saber dia-
logar. Para traducir el evangelio es necesario
conocer el lenguaje de nuestro mundo, ya no
moderno, sino postmoderno. Me permito citar el
informe del actual Maestro de la Orden, fray
Bruno Cadoré, durante este año en el Capítulo
General de la Orden de los Predicadores, en
Bolonia, en el que se dirigía a sus hermanos do-
minicos diciendo: «Hay muchas personas —y
particularmente los más jóvenes (…) y entre
éstos los que no forman parte de nuestros luga-
res habituales— quienes después de haberse
iniciado en la fe, se alejan y se vuelven ajenos a
ella. No se trata solo de comprender las razones
de este alejamiento, sino también de buscar las
maneras para ir a su encuentro y acoger a quie-
nes actualmente están lejos. Por otra parte, más
allá de los límites del pueblo creyente, también
hay muchas personas que no han encontrado el
testimonio de la Revelación y de la fe: el celo
evangelizador nos mueve a dejar los lugares ya
establecidos [y aquí yo digo, los lenguajes típicos
nuestros] para salir al encuentro de estas perso-
nas, con la intención de invitarles a vivir la expe-
riencia de la alegría de un encuentro personal
con Jesucristo. Esta llamada puede conducirnos
a desplazarnos a los lugares donde la Iglesia vive
con mayor debilidad, donde encuentra dificulta-
des para establecerse, ser acogida y sostenida, en
lugar de permanecer instalados en los lugares
más “reconocidos”».
Probablemente, y esto lo digo ya no a la
Orden de los Predicadores, sino a todos los
que queremos seguir a Jesucristo de verdad, es
momento de dejar de predicar desde el púlpito
para sentarnos como Jesús, sedientos, en un
pozo junto a un extranjero o extranjera, la sa-
maritana (o al lejano que no sabe de lenguajes
eclesiales), en la plaza, en la micro, en el bar —
como decía el filósofo creyente y chileno
Humberto Giannini—, en el café virtual para
beber juntos del agua viva del Espíritu suscita-
do desde la cotidianeidad (sean nuestra situa-
ciones irregulares, familiares, del trabajo, o de
nuestras alegrías parciales, con el de los hijos),
para terminar adorando al Padre en Espíritu y
en Verdad, y saber al final que es el mismo
Jesús el que nos esté predicando.
Al inicio de este Adviento, abramos el cora-
zón y renovemos la fe en este Dios, que es el
primero que viene a nosotros de manera sencilla,
no con nuestras categorías, pero si con nuestro
lenguaje a habitar y a poner su tienda. Él es la
Palabra que se hace carne. Él es la fuente, origen
y destino de nuestra predicación. Que María su
Madre, a quien Santo Domingo tanto veneró e
imitó en su pobreza, su itinerancia, en la escucha
de la Palabra nos acompañe para dar luz a su
Hijo con la palabra y el testimonio. Amén.