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Edad Media
La Edad Media es el periodo de la historia europea que transcurrió desde la desintegración del Imperio
romano de Occidente, en el siglo V, hasta el siglo XV.

Su comienzo se sitúa tradicionalmente en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y su
fin en 1492 con el descubrimiento de América, o en 1453 con la caída del Imperio Bizantino, fecha que
coincide con la invención de la imprenta (Biblia de Gutenberg) y con el fin de la Guerra de los Cien Años.

No obstante, las fechas anteriores no han de ser tomadas como referencias fijas ya que nunca hubo
reptura brusca en el desarrollo cultural de Europa.

Parece que el término lo empleó por vez primera el historiador Flavio Biondo de Forli, en su obra
―Historiarum ab inclinatione romanorun imperii decades‖ (―Décadas de historia desde la decadencia del
Imperio romano‖), publicada en 1438 aunque fue escrita treinta años antes.

El término implicó en su origen una parálisis del progreso, considerando que la edad media fue un periodo
de estancamiento cultural, ubicado cronológicamente entre la gloria de la antigüedad clásica y el
renacimiento. La investigación actual tiende, no obstante, a reconocer este periodo como uno más de los
que constituyen la evolución histórica europea, con sus propios procesos críticos y de desarrollo. Se
divide generalmente la edad media en tres épocas.

Inicios de la edad media

Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: ni los ya
mencionados como referencia aproximada ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en
el 410, ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente) fueron
sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época.

La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave
dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano,
hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes trescientos años Europa occidental mantuvo una
cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca
llegó a perderse u olvidarse por completo.

LA CREACIÓN DE UN NUEVO ORDEN

Desintegración del poder central y vasallaje

El imperio de Carlomagno (742-814) constituyó el primer intento de
crear un nuevo orden después de los graves trastornos que se
habían producido a raíz de las invasiones de los pueblos germánicos
y la decadencia y caída final del imperio romano.

A la muerte de Carlomagno (814) siguieron nuevas conmociones
producidas en gran parte por nuevas migraciones e invasiones: los
germanos del norte o normandos, provenientes de Escandinavia, se
dirigieron a Rusia, Inglaterra, el norte de Francia y el Mediterráneo.

Los pueblos eslavos se extendieron por la Europa centro-oriental.
Los húngaros o magiares, jinetes nómades provenientes del centro
de Asia, recorrieron la cuenca del Danubio. En el curso del siglo X
estos pueblos se hicieron sedentarios y se convirtieron al
cristianismo. Empezaron a formarse los pueblos que en definitiva
                                                                                   Carlomagno
determinarían la fisonomía de Europa.

Todos estos cambios se produjeron en medio de una transformación general de las formas económicas,
sociales y políticas. Decayeron las ciudades, disminuyó y casi desapareció el comercio internacional, se
redujo el uso de la moneda y la tierra quedó como la principal riqueza. Los poderes centrales perdieron
toda autoridad y desapareció la organización administrativa burocrática.

Lentamente se formó un nuevo orden que ha recibido el nombre de feudalismo.
En medio de las interminables guerras los hombres anhelaron por encima de todo poder disfrutar de
protección y seguridad. Como los poderes centrales perdieron toda autoridad se tuvo que recurrir a los
poderes locales. Se generalizó la costumbre de que los vecinos de un lugar se sometieron a quien los
podía defender mejor: a veces un conde, pero muchas veces también algún particular que no poseía
ningún título o cargo oficial, pero que se imponía a los demás por su valentía y su sentido de la autoridad.
A estos hombres se les empezó a llamar señores, mientras que las personas que se encomendaban a su
protección recibieron el nombre de vasallos.

Entre señor y vasallo se estableció una especie de contrato: el señor prometía protección a su vasallo;
éste se comprometía, mediante un juramento de fidelidad, a ciertos servicios. El régimen vasálico se
generalizó a través de toda la sociedad: el rey encabezaba la pirámide: sus vasallos eran los duques,
condes y otros señores poderosos. Éstos, por su parte, recibían la "fidelidad" de las personas más ricas e
influyentes de su región las cuales, a su vez, recibían los servicios de vasallos más modestos. De esta
manera, desde la cima hasta la base de la sociedad, toda persona estaba vinculada a otra.

El feudo

El régimen vasálico constituyó una determinada forma de organización del poder cuyo desarrollo se vio
favorecido por las condiciones económicas imperantes en la época. En aquellos tiempos la tierra era la
única riqueza. Muchas veces los propietarios, al encomendarse a una persona más poderosa, solicitaron
protección no sólo para ellos mismos, sino también para sus tierras. A menudo donaban sus tierras a su
protector, pero conservaban su usufructo. Por otra parte, los señores poderosos, dueños de grandes
propiedades, para recompensar a sus servidores, les daban uno de sus propios dominios y les
permitieron recibir sus productos. El dueño daba su tierra en beneficio o, como se diría luego, en feudo.

En un comienzo se concedieron los feudos ante todo como compensación económica por los servicios
prestados. Más, con el tiempo se generalizó la costumbre de que los señores diesen los feudos a aquellos
que se encomendaban a ellos como vasallos.

El régimen feudal nació de la combinación de vasallaje y feudo.

Régimen feudal

Este sistema de tenencia de la tierra y servicio personal se generalizó en la mayor parte de Europa, si
bien sus formas específicas variaron mucho de un país a otro y, de un siglo a otro.

El acto mediante el cual una persona se convertía en vasallo y recibía un feudo era solemne, lleno de
colorido. El vasallo debía prestar el homenaje: se arrodillaba, con la cabeza descubierta y sin armas, y
colocaba sus manos juntas entre las manos del señor. Luego decía: "Señor, yo seré vuestro hombre". Al
homenaje seguía la fe, el juramento de fidelidad que se prestaba poniendo el vasallo sus manos sobre las
Sagradas Escrituras o una reliquia. Luego seguía la investidura: el señor investía al vasallo del feudo y
con este fin le entregaba un objeto simbólico, una rama o un terrón que representaba la tierra enfeudada.

Mediante el homenaje y la investidura se establecía un contrato que imponía obligaciones recíprocas.

El señor debía al vasallo protección y mantención. El vasallo debía ayuda y consejo. La ayuda más
importante era el servicio militar o servicio de hueste: el vasallo debía presentarse con armadura y caballo
y debía mantenerse con sus propios medios.

Como un señor poderoso tenía a muchos vasallos, el vasallaje le proporcionaba las fuerzas armadas
necesarias para defender sus propiedades y las de sus vasallos y siervos. Con el tiempo, el servicio
militar quedó reducido a cuarenta días al año. El vasallo debía prestar ayuda pecuniaria: para pagar el
rescate del señor que había caído prisionero, para dotar de armadura al hijo primogénito del señor que
era armado caballero, para el matrimonio de la mayor, y para la partida del señor a Tierra Santa. El
servicio de consejo comprendía, ante todo, la asistencia al tribunal del señor.
Con el tiempo no sólo las tierras, sino también toda clase
                                                 de funciones y derechos públicos fueron entregados en
                                                 feudos. Los condes, que una vez habían sido funcionarios
                                                 nombrados por el rey, se convirtieron en vasallos que
                                                 ejercían las funciones públicas por derecho feudal. El rey
                                                 feudal gozaba de un poder muy limitado. Sólo ejercía
                                                 autoridad sobre sus dominios propios y los vasallos
                                                 inmediatos, pero no tenía ningún poder directo sobre la
                                                 gran masa de la población.

Cada señor gobernaba en sus dominios. Los grandes señores, los duques y condes, eran verdaderos
reyes en sus dominios: mantenían sus propias fuerzas militares, administraban justicia, percibían
impuestos y acuñaban monedas. Y también los vasallos inferiores ejercían funciones públicas que en el
imperio romano habían sido desempeñadas por la administración imperial y que en el Estado moderno
serían desempeñados por los organismos propios del Estado.

El régimen feudo-vasálico fue, pues, una organización del poder político que correspondió a las
condiciones especiales de la Edad Media. El sistema feudal no pudo garantizar plena estabilidad política.
Sin embargo, en tiempos de escaso desarrollo económico y técnico y de mucha violencia, ofreció ciertas
condiciones de paz y justicia e inculcó a los hombres ciertos valores que conservan su sentido hasta la
fecha: el sentido del honor, la virtud de la lealtad, el respeto por la dignidad de la persona, la estimación
de la mujer, la fe en la palabra dada.

La Iglesia en el sistema feudal

La Iglesia recibió por donación o legado extensas tierras que estaban sujetas a las obligaciones feudales.
Los obispos y abades, al mismo tiempo de ser ministros de la Iglesia, se convirtieron en vasallos de los
reyés y en grandes señores.

Cuando moría un vasallo laico sin herederos, la administración del feudo volvía a manos del señor. En
cambio, los feudos de la Iglesia no pertenecían a un obispo o abad en particular. Por eso, cuando moría
un obispo, el contrato feudal no era alterado y la Iglesia conservaba la tierra. De esta manera, las
posesiones de la Iglesia aumentaron cada vez más y finalmente la tercera parte de la propiedad agrícola
en la Europa occidental y central perteneció a la Iglesia.

La sociedad feudal

La sociedad medieval se compuso de grupos sociales fijos, los estados o estamentos: nobleza, clero y
población campesina.

La nobleza feudal estaba formada por el rey y los señores y sus vasallos.

Su estado era hereditario, o sea, era una nobleza de sangre. En tiempos de guerra casi permanente los
mayores honores eran concedidos al hombre que manejaba la espada. La nobleza medieval fue
fundamentalmente una nobleza guerrera. Según el derecho feudal cada persona sólo podía ser juzgada
por alguien que fuese igual o superior. Por eso los nobles sólo podían ser juzgados por otros nobles, sus
pares o iguales.

El clero cumplió, junto con sus funciones religiosas, con importantes funciones sociales y culturales. Los
miembros del clero recibían una educación superior que los capacitaba para asumir la dirección de la
sociedad. Si bien los miembros del alto clero provenían a menudo de la nobleza, la Iglesia estuvo siempre
abierta a todos los grupos de la sociedad, de modo que también humildes campesinos tuvieron la
posibilidad de ordenarse sacerdotes y ascender a los más altos cargos eclesiásticos.

En la base de la escala social se encontraba la población campesina, el tercer estado. Sólo unos pocos
campesinos conservaron la libertad personal, en su mayor parte eran siervos que, por nacimiento y
herencia, dependían de algún señor.

La villa, núcleo básico de la economía medieval
El régimen feudal constituía una organización del poder político que regulaba los derechos y deberes de
los señores y los vasallos. Su base económica era la villa, organización del trabajo agrícola, de la vida de
los campesinos y de las relaciones entre éstos y el señor de la villa.

La villa tuvo sus orígenes en las formas de explotación de los últimos tiempos del Imperio Romano y en
las condiciones que se produjeron a raíz de las invasiones. Durante aquellos tiempos calamitosos muchos
pequeños propietarios prefirieron entregar su tierra a algún propietario poderoso y convertirse en siervos
de éste con el fin de recibir su protección.

El feudo de un gran señor podía comprender a cientos de villas, mientras que un feudo pequeño podía
estar formado por una sola villa. La parte mas importante de la villa estaba formada por la casa señorial
que muchas veces era un castillo fortificado. A su lado se elevaban los almacenes, talleres, establos, los
hornos y los molinos.

Cerca del castillo estaban la capilla o iglesia, la casa del sacerdote y la
aldea con sus angostas callejuelas y las modestas casas de los campesinos
o villanos. Las tierras de la villa estaban divididas en dos partes: una parte,
la tierra señorial o "reserva", era explotada directamente por el señor a quien
correspondían todos los productos. El trabajo era ejercido por los siervos
domésticos y por los villanos que estaban obligados a prestar servicios
personales. La otra parte estaba dividida en lotes o "mansus" que eran
concedidos a los villanos quienes los explotaban en beneficio propio a
cambio de lo cual debían pagar un censo y prestar servicios personales.

El censo se pagaba en especies: granos, carnes, aves, huevos, miel, telas.
Los siervos debían trabajar en las tierras del señor dos o tres días de la
semana y debían aportar sus herramientas y su propia yunta de bueyes.
Además estaban las praderas y los bosques comunes, sobre los cuales el
señor se reservaba algunos privilegios, como el derecho de caza, pero que por lo demás podían ser
aprovechados por todos los villanos para que pudieran llevar allá sus animales y sacar leña.

El señor de la villa ejercía sobre los villanos una autoridad patriarcal y una jurisdicción privada. El siervo
de la gleba estaba, por nacimiento y herencia, ligado a la tierra. No podía abandonar la villa y trasladarse
a otra parte. No podía casarse sin el permiso del señor. Si bien en teoría se encontraban acogidos a la
protección y la justicia del rey, de hecho dependían casi totalmente del señor de la villa.

La villa trataba de ser autosuficiente, esto es, producía lo que necesitaba y consumía lo que producía. Los
mismos villanos hacían el pan, preparaban la cerveza y el vino, hilaban, tejían confeccionaban sus
sencillos muebles. El trabajo tenía el fin de sustentar a todos los habitantes de la villa, pero no servía al
lucro.

Los instrumentos y las técnicas agrícolas eran primitivos: la guadaña, la echona, el molino de piedras, el
arado de palo sin ruedas. No se practicaba una rotación de los cultivos. La mitad o la tercera parte de las
tierras quedaba cada año en barbecho para que el suelo pudiera descansar. El rendimiento era muy bajo.
Por cada grano que se sembraba sólo se cosechaban 4 ó 5 granos. La alimentación era muy poco
variada. El pan era el alimento más importante. A veces se comía carne de ave o chancho. El ganado
vacuno era escaso. Con la poca leche se hacía queso. Las bebidas más importantes eran la sidra, la
cerveza y el vino.

Vida y cultura caballeresca

La vida del señor se desarrollaba principalmente en el castillo, que era habitación y fortaleza y símbolo de
la vida noble. Al medio se elevaba la torre señorial con su atalaya. Los edificios y patios estaban rodeados
por gruesos muros provistos de almenas y troneras y por un profundo foso. Para entrar al castillo había
que bajar el puente levadizo y subir el pesado portón.
El castillo no ofrecía grandes comodidades y la vida transcurría
                                           tranquilamente. Las ventanas, sin vidrios eran pequeñas para
                                           poderlas tapar en el invierno. En invierno se prendía fuego
                                           para protegerse contra el frío. Pero las salas se llenaban de
                                           humo. Recién en el siglo XIV empezaron a construirse
                                           chimeneas.

                                        Para las comidas las fuentes se ponían en la mesa. Cada uno
                                        se servía con los dedos o con una cuchara y cuchillo. No se
                                        conocía el tenedor. Los huesos eran arrojados a los perros que
se colocaban detrás de su amo. Las camas estaban cubiertas por un baldaquino con pesadas cortinas
para protegerse contra el frío.

El día empezaba con la misa. Luego el señor recorría el castillo, se preocupaba de sus caballos y perros y
conversaba con su administrador. Las principales diversiones eran la caza y los ejercicios ecuestres y de
armas. Con regocijo se recibía a los prestidigitadores, comediantes y músicos y, ante todo, a los
trovadores que, en sus poesías y poemas, cantaban la dicha del amor y las épicas hazañas del rey Arturo
y otros valientes caballeros.

La caballería. Originalmente el caballero fue simplemente el
guerrero que luchaba a caballo. A medida que el combate a
caballo se tornó cada vez más complicado, requiriendo de una
preparación especial y de grandes medios económicos, los
caballeros empezaron a erigirse en un verdadero estado y casi
en una orden que constituía la realización máxima de los
ideales que animaban a la nobleza medieval.

Por regla general, sólo el hijo de nobles podía llegar a ser
caballero. Para serlo, debía someterse a un largo aprendizaje
de las armas. Servía a un ilustre caballero como paje y escudero. A la edad de veintiún años era armado
caballero en solemne ceremonia.

Máxima expresión de la vida caballeresca eran los torneos. Pomposas fiestas en que los caballeros, en
presencia de las damas, medían sus fuerzas.

En la caballería medieval se armonizaron la ética heroica de los germanos y los principios de la moral
cristiana. El caballero cristiano debía usar la espada en defensa de la religión y en protección de las
viudas, los huérfanos y todos los pobres y desamparados.

IGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EUROPA MEDIEVAL

A diferencia del feudalismo, que se caracterizaba por la existencia de un sinnúmero de poderes locales, la
Iglesia disponía de una fuerte organización centralizada que constituyó la principal fuerza unificadora
durante la Edad Media. Bajo la dirección de la Iglesia, la cristiandad o República cristiana se comprendió
como unidad. La Iglesia ejerció numerosas funciones propias del gobierno civil y tuvo decisiva influencia
sobre todo el desarrollo social y cultural. La Iglesia poseyó también un enorme poder material, ya que
tenía el derecho al diezmo, la décima parte que cada uno debía pagar de sus entradas a la Iglesia y,
además, recibió grandes donaciones de tierras.

La iglesia acompañaba al hombre durante toda su vida. Por medio del sacramento del bautismo el niño se
convertía en cristiano y recibía un nombre cristiano. Por medio de la confirmación el bautizado era
recibido definitivamente en la Iglesia. La confesión y penitencia absolvían al pecador de sus pecados. En
la celebración de la Santa Eucaristía el sacerdote consagraba el pan y el vino en conmemoración de la
Última Cena.

El matrimonio sólo era reconocido cuando recibía la sanción y bendición por medio del sacramento del
matrimonio. El sacramento de la ordenación era conferido a los que se ordenaban sacerdotes. El
sacramento de la extrema unción era dado por el sacerdote antes de la muerte. Los sacerdotes eran
esenciales para la salvación eterna. Los sacramentos los confería la Iglesia por intermedio de sus
sacerdotes.
Durante la Edad Media la Iglesia se esforzó por suavizar las costumbres, suprimir los espantos de la
guerra e imponer el ideal cristiano de la paz. Por medio de la Tregua de Dios la Iglesia logró limitar las
acciones bélicas a ciertos días de la semana, quedando prohibido el uso de la espada en los días
consagrados especialmente a Dios.

La Iglesia mantenía sus propios tribunales con el fin de proteger a los débiles y desamparados y de
castigar a los que violaban los mandamientos religiosos y eclesiásticos. Administraba justicia según el
Derecho Canónigo, el derecho de la Iglesia, una recopilación basada en las Sagradas Escrituras, los
escritos de los Santos Padres, las resoluciones de los Concilios y los decretos de los Papas.

El peor crimen y pecado era la herejía, la creencia en errores que, por ser contrarios al dogma, habían
sido condenados por la Iglesia. La herejía era un crimen contra Dios y la sociedad. El herético se
colocaba al margen de la sociedad religiosa y de la sociedad civil y era castigado por ambas. Para
perseguir y castigar a los herejes, la Iglesia estableció los tribunales de la Inquisición.

Las principales armas que usaba la Iglesia contra quienes la ofendían eran la excomunión, el entredicho y
la destitución de los gobernantes impíos. La excomunión negaba al culpable los servicios de la Iglesia. El
hereje que no se reconciliaba con la Iglesia era entregado a las autoridades civiles que solían condenarlo
a morir en la hoguera. Por medio del entredicho se cerraban las Iglesias y se suspendían los servicios
religiosos en un distrito entero hasta que los culpables, bajo la presión de la población piadosa afectada
por esta terrible medida, deponían su actitud rebelde.

El gobernante que violaba las leves de la Iglesia podía ser destituido por ésta. Los súbditos de un príncipe
excomulgado quedaban absueltos del juramento de fidelidad.

En el curso del tiempo las relaciones entre el poder temporal y el poder espiritual se hicieron cada vez
más estrechas. Los reyes francos y los emperadores alemanes que siguieron a Carlomagno ayudaron a
los Papas. Estos intervenían en la coronación de los emperadores. Los obispos que obtenían algún feudo
debían servir a su señor feudal. Durante el siglo X los emperadores alemanes intervinieron directamente
en Roma con el fin de proteger a los Papas contra la poderosa nobleza y el inquieto pueblo romano. Los
emperadores y reyes se arrogaron el derecho de designar directamente a los obispos y abades.

Durante el siglo XI se produjo un profundo renacimiento religioso que tuvo su origen en la orden
monástica de Cluny que había sido fundada en Borgoña en 910. Los monjes cluniaenses quisieron
reformar los monasterios y la Iglesia entera con el fin de que se pudiera dedicar enteramente a sus fines
religiosos. Para ello era necesario librarla de la dominación de los Príncipes. Había que poner término a
la investidura laica, la designación de los obispos por los reyes.

En el año 1059 se creó el Colegio de Cardenales en Roma, que recibió la función de elegir al Papa con
prescindencia de toda posible influencia por parte de los poderes políticos.

La reforma fue apoyada entusiastamente por el Papa Gregorio VII (1073-1'085). Durante la querella de
las investiduras se produjo un violento conflicto entre el Papado y el Imperio. El emperador Enrique IV
insistió en su tradicional derecho de nombrar a los obispos. Gregorio VII luchó por la libertad de la Iglesia
y excomulgó a Enrique IV. Este se vio obligado a someterse. En el año 1077 Enrique IV apareció en
Canosa, un castillo de los Apeninos, vestido de penitente, y permaneció descalzo durante tres días y tres
noches en la nieve hasta que Gregorio lo absolvió y lo admitió nuevamente en la Iglesia.

En los decenios siguientes la Iglesia pudo imponer ampliamente sus exigencias y el Papado alcanzó un
poder cada vez mayor. Inocencio III (1198-1216) proclamaba que la autoridad del Papa estaba por
encima de todo poder temporal. Los reyes de Inglaterra, Dinamarca, Polonia, Hungría, Aragón y Portugal
se convirtieron en vasallos de San Pedro y juraron fidelidad al Papa.

En el curso de los siglos XII y XIII se produjeron grandes cambios en Europa. Renacieron las ciudades y
el comercio y se fundaron colegios y universidades. Para responder a estos cambios se crearon dos
nuevas órdenes religiosas: la orden franciscano, fundada por San Francisco, y la orden dominicana,
fundada por Santo Domingo. Los monjes de estas nuevas órdenes no se retiraban a la soledad
monástica, sino que se mezclaban con el pueblo. Recorrían las calles y las plazas y predicaban el
Evangelio con el fin de inculcar la fe cristiana y combatir las herejías. Los dominicanos se destacaron
como filósofos y teólogos y muchos de ellos fueron profesores eminentes en las universidades de
Bologna, París, Colonia y Oxford.

Durante cientos de años los peregrinos cristianos pudieron visitar los santos lugares en Palestina, ante
todo los lugares de la Pasión y el Santo Sepulcro en Jerusalén. Pero en el siglo XI los turcos seldyúcidas,
fanáticos musulmanes, se apoderaron de Palestina y pusieron en peligro a Bizancio, cuyo emperador
solicitó ayuda de la iglesia de Occidente. En el Concilio de Clermont (1095) el Papa Urbano II invitó a los
fieles a "tomar la cruz" y a rescatar Tierra Santa de los infieles. Durante los siglos XII y XIII millares de
cruzados se dirigieron a Palestina, por mar y por tierra, con el fin de reconquistar Tierra Santa para la
cristiandad.

Los cristianos conquistaron grandes triunfos y, temporalmente, pudieron establecer su dominio sobre
Jerusalén y otros lugares. Mas, a la postre, los musulmanes lograron mantener su posición.

A pesar de que las Cruzadas no consiguieron su fin, tuvieron enormes efectos sobre Occidente. Se
estrecharon los contactos con Oriente, los europeos conocieron una cultura que en muchos aspectos era
superior a la propia, se abrieron los mercados asiáticos y se intensificó el comercio internacional. Los
mercaderes italianos se encargaron de llevar a Europa caña de azúcar del Líbano y Siria, y sedas,
especias, tejidos finos y piedras preciosas del Cercano y del Lejano Oriente.

EL DESARROLLO ECONOMICO,

EL RESURGIMIENTO DE LA VIDA URBANA Y EL DESARROLLO CULTURAL

Desarrollo económico y social

En los primeros tiempos de la Edad Media la economía tuvo un carácter casi exclusivamente agrícola.
Recién a partir del siglo XI empezaron a renacer los mercados, los centros urbanos y el comercio
internacional.

A raíz de las Cruzadas aumentó el intercambio comercial entre las ciudades italianas y el Cercano
Oriente. Con el tiempo, la cantidad de bienes traídos de Oriente llegó a ser tan grande que ya no pudieron
ser consumidos por los mismos italianos. Los mercaderes empezaron a cruzar los Alpes y a vender sus
mercaderías en los países del norte.

El comercio internacional se desarrollaba desde el este hacia el oeste. Las exportaciones de China y la
India eran llevadas a los puertos del Golfo de Persia y del Mar Rojo. De ahí las caravanas de camellos y
caballos partían a Alejandría en Egipto o a los puertos de San Juan de Acre y de Jafa en Palestina. Allí
las mercaderías eran cargadas en los barcos y llevadas a las ciudades del norte de Italia, a Venecia,
Génova y Florencia.

Un segundo sistema de comercio internacional se desarrolló en los mares del norte. Lana inglesa y paños
flamencos eran llevados en barco por el Mar del Norte y el Mar Báltico a los puertos escandinavos y
bálticos donde eran intercambiados por cueros, pieles, granos y madera.

Para la economía cerrada de las aldeas, sólo habían existido mercados locales, donde los siervos de la
villa podían vender semanalmente los pocos excedentes de su producción agrícola y los productos de su
industria doméstica. A raíz del crecimiento del comercio internacional los señores feudales
establecieron ferias, que se celebraban una vez al año y donde se juntaban los comerciantes
provenientes de todas partes de Europa. Particularmente famosas eran las ferias de la Campaña de
Francia. El señor concedía su protección armada a la feria a cambio de lo cual se le pagaba un tributo.

El aumento del comercio se relacionó con un aumento del uso de la moneda y del dinero circulante. En
las ferias algunos comerciantes se dedicaron a los negocios de dinero: establecieron su banco para
cambiar monedas; recibían dinero en depósito y giraban letras de cambio para poder efectuar pagos en
otras plazas. También prestaban dinero cobrando intereses. Esta práctica fue prohibida en un comienzo
por la Iglesia como usura. Mas con el tiempo se establecieron leyes para impedir la usura y establecer
una tasa justa de intereses.
Al mismo tiempo renació la vida urbana. Muchas ciudades se formaron al pie de los muros de un castillo o
al lado de un palacio episcopal o de un convento. Otras se establecieron a orillas de los ríos, las vías
naturales del comercio.

En aquellos tiempos belicosos, las ciudades, al igual que los castillos, tuvieron que rodearse de
poderosos muros y fortificaciones. En el centro de la ciudad había una plaza en que se celebraba el
mercado semanal. A su costado se elevaban la Iglesia, el palacio del ayuntamiento y las casas de los
principales gremios y de los patricios. Como el recinto urbano era reducido, las calles eran estrechas y las
casas angostas de varios pisos.

La vida urbana era muy distinta de la vida del campo y, por lo tanto, las ciudades tuvieron que darse sus
propias leyes y su propia organización.

El gobierno de la ciudad era ejercido por un Concejo Municipal, cuyos miembros eran elegidos por las
corporaciones. Solían pertenecer a las familias patricias, esto es, las familias más antiguas y ricas. El
Concejo estaba presidido por un alcalde. El gobierno municipal cuidaba de la defensa de la ciudad y de la
seguridad pública, percibía los impuestos, administraba el dinero municipal, nombraba a los jueces y
jurados, administraba las escuelas y los hospitales y fijaba la política económica.

En un comienzo las ciudades dependieron del señor en cuyo territorio habían sido fundadas. A partir del
siglo XI las ciudades se levantaron y, mediante negociaciones y violentas luchas, obtuvieron
gradualmente su independencia, quedando sujetas directamente al rey. Los impuestos que las ciudades
pagaban al rey aumentaban su riqueza y, por lo tanto, también su poder sobre los nobles. Las ciudades
se convirtieron en aliados importantes de los reyes en su lucha por consolidar el poder central y quebrar la
resistencia de la nobleza feudal.

Con el fin de reglamentar las actividades comerciales, los mercaderes se organizaban en asociaciones o
guildas. Sólo los miembros de una guilda estaban autorizados para vender sus mercaderías en
determinados distritos, de modo que gozaban de un monopolio en esa región. El tribunal de la guilda
juzgaba los conflictos entre los miembros y castigaban a comerciantes deshonestos. La guilda ayudaba a
sus socios en la vejez y mantenía casas para los pobres.

Los artesanos tenían sus propias asociaciones, los gremios. Para cada actividad artesanal había un
gremio correspondiente: joyeros, zapateros, peleteros, armeros, etc.

Para poder ejercer algún oficio, era indispensable pertenecer a un gremio. Este fijaba los precios y
reglamentaba la cantidad y la calidad de la producción. Se debía realizar el trabajo por el honor del oficio
y no por afán de lucro.

La formación de un buen artesano tomaba largo tiempo. Un aprendiz entraba de niño al taller de un
maestro donde permanecía entre cinco y doce años. Vivía en la casa del maestro donde recibía comida y
vestuario, pero ninguna remuneración. Al terminar el aprendizaje se convertía en oficial y empezaba a
recibir un salario. Para completar su formación, los oficiales debían salir de viaje y trabajar en distintos
talleres.

Vueltos a la ciudad natal, presentaban su obra maestra y rendían un examen para ascender a maestros.
Las ciudades y los gremios muchas veces establecieron tratados y alianzas con otras ciudades y otros
gremios para concederse mutuos privilegios y unir sus fuerzas en la lucha contra los piratas, los
salteadores de caminos y las ciudades rivales. La más importante de estas asociaciones fue la Liga
Hanseática que, hacia fines del siglo XIV, incluyó a cientos de ciudades y puertos del norte de Alemania,
de los Países Bajos, Inglaterra, Escandinavia y Rusia y que logró establecer su monopolio sobre el
comercio marítimo de todo el norte de Europa.

Con el desarrollo de la ciudad y de la población urbana apareció un elemento nuevo en la sociedad
europea. El habitante de la ciudad o burgo, el burgués, a diferencia del noble, estaba interesado en el
comercio y el trabajo y no en la guerra. En la ciudad no existía la servidumbre: "El aire de la ciudad hace
libre". Los vecinos eran hombres libres que se sentían orgullosos de sus derechos, de su riqueza y de su
poder.

Desarrollo cultural
El surgimiento de las ciudades, la formación de una próspera clase media, las reformas monásticas y el
contacto con otras culturas estimularon el desarrollo cultural. Los príncipes y la Iglesia necesitaban de
personas instruidas en las leyes. El comercio internacional y las operaciones de dinero requerían de un
mayor grado de instrucción. Con el fin de responder a estas exigencias se formaron asociaciones de
profesores y estudiantes, comparables a los gremios con sus maestros y aprendices. Estas corporaciones
de estudio recibieron el nombre de Universidades. La primera fue la Escuela de Bolonia, famosa por sus
juristas.

Luego, los príncipes y reyes fundaron Universidades en toda Europa. La fundación debía ser aprobada
por el Papa. Cada Universidad recibía sus estatutos propios. La Universidad estaba dividida en las cuatro
Facultades de Artes, Medicina, Derecho y Teología. El primer grado universitario era el Bachillerato. El
título de Magister confería el derecho de enseñar en la Universidad. Los estudios culminaban en el
Doctorado.

Las Universidades servían a la formación profesional y preparaban a los profesores, médicos y abogados
que la sociedad necesitaba. Pero su tarea más elevada consistía en la búsqueda e interpretación de la
verdad. Los sabios cristianos estaban convencidos de que la razón y la fe se complementaban. La
filosofía y la teología debían explicar los misterios de la revelación divina. El sabio más famoso de la Edad
Media fue Santo Tomás (1225-1274), el principal representante de la Escolástica, quien creo con su
Summa una síntesis de la filosofía aristotélica y del pensamiento cristiano.

Durante toda la Edad Media el latín fue la lengua de la Iglesia, de las Universidades y de la ciencia. Al
formarse las nacionalidades europeas, éstas desarrollaron sus propias lenguas, que luego encontraron
también expresión literaria. En España nació como primer documento literario de la lengua vernácula el
Poema del Cid. Se considera que la obra literaria más grandiosa de la Edad Media es la Divina Comedia,
del poeta italiano Dante. Esta obra, que narra la historia del viaje mítico del poeta por el infierno, el
purgatorio y el cielo, es auténtica expresión del espíritu religioso de la Edad Media.

La religiosidad medieval encontró también su expresión en las creaciones del arte y, en especial, en la
arquitectura. A partir del siglo X se desarrolló el arte románico, que se caracteriza ante todo por el empleo
del arco de medio punto y la bóveda y la cúpula de media naranja. En el siglo XII nació en Francia un
nuevo arte que recibiría el nombre de gótico. Sus elementos más típicos son el arco apuntado u ojiva, las
ventanas de lancetas, los rosetones y las vidrieras de múltiples colores. La catedral gótica, con sus altas
torres y sus altas naves era expresión de una profunda religiosidad y de la mística esperanza del hombre
medieval de unirse a Dios.

Ver, además, Edad Media, pestes y hambrunas

Fuente.

"Breve Historia Universal", Ricardo Krebs


EDAD MEDIA, LEGADO

La Edad Media dejó como legado o herencia principal al mundo conocido, entre otras cosas, el haber
permitido la propagación y defensa de la fe católica, la construcción de templos o basílicas donde tenía
efecto el culto a Dios, la creación y formación de los Estados Nacionales llamados Monarquías
(Inglaterra, Francia, España), la difusión de la Biblia y la trasmisión cultural por parte de los monjes y
sacerdotes, la latinización del mundo; es decir, de la utilización del latín como lengua universal.




El sistema político y económico llamado feudalismo fue un sistema contractual de relaciones políticas,
económicas y militares entre los miembros de la nobleza de Europa occidental durante la alta edad
media.
El feudalismo se caracterizó por la concesión de feudos (casi
siempre en forma de tierras y trabajo) a cambio de una
prestación política y militar, contrato sellado por un juramento
de homenaje y fidelidad. Pero tanto el señor como el vasallo
eran hombres libres, por lo que no debe ser confundido con el
régimen señorial, sistema contemporáneo de aquél, que
regulaba las relaciones entre los señores y sus campesinos.

El feudalismo unía la prestación política y militar a la posesión
de tierras con el propósito de preservar a la Europa medieval
de su desintegración en innumerables señoríos
independientes tras el hundimiento del Imperio Carolingio.

Orígenes

Cuando los pueblos germanos conquistaron en el siglo V el Imperio romano de Occidente pusieron
también fin al ejército profesional romano y lo sustituyeron por los suyos propios, formados con guerreros
que servían a sus caudillos por razones de honor y obtención de un botín. Vivían de la tierra y combatían
a pie ya que, como luchaban cuerpo a cuerpo, no necesitaban emplear la caballería. Pero cuando los
musulmanes, vikingos y magiares invadieron Europa en los siglos VIII, IX y X, los germanos se vieron
incapaces de enfrentarse con unos ejércitos que se desplazaban con suma rapidez.

Primero Carlos Martel en la Galia, después el rey Alfredo el Grande en Inglaterra y por último Enrique el
Pajarero de Germania, cedieron caballos a algunos de sus soldados para repeler las incursiones sobre
sus tierras. No parece que estas tropas combatieran a caballo; más bien tenían la posibilidad de perseguir
a sus enemigos con mayor rapidez que a pie. No obstante, es probable que se produjeran acciones de
caballería en este mismo periodo, al introducirse el uso de los estribos. Con total seguridad esto ocurrió
en el siglo XI.

Los caballos de guerra eran costosos y su adiestramiento para emplearlos militarmente exigía años de
práctica.

                                        Carlos Martel, con el fin de ayudar a su tropa de caballería, le
                                        otorgó fincas (explotadas por braceros) que tomó de las
                                        posesiones de la Iglesia. Estas tierras, denominadas ‗beneficios‘,
                                        eran cedidas mientras durara la prestación de los soldados. Éstos,
                                        a su vez, fueron llamados ‗vasallos‘ (término derivado de una
                                        palabra gaélica que significaba sirviente). Sin embargo, los
                                        vasallos, soldados selectos de los que los gobernantes Carolingios
                                        se rodeaban, se convirtieron en modelos para aquellos nobles que
                                        seguían a la corte.

                                        Con la desintegración del Imperio Carolingio en el siglo IX muchos
                                        personajes poderosos se esforzaron por constituir sus propios
                                        grupos de vasallos dotados de montura, a los que ofrecían
                                        beneficios a cambio de su servicio. Algunos de los hacendados
                                        más pobres se vieron obligados a aceptar el vasallaje y ceder sus
                                        tierras al señorío de los más poderosos, recibiendo a cambio los
                                        beneficios feudales. Se esperaba que los grandes señores
                                        protegieran a los vasallos de la misma forma que se esperaba que
los vasallos sirvieran a sus señores.

Feudalismo clásico

Esta relación de carácter militar que se estableció en los siglos VIII y IX a veces es denominada
feudalismo Carolingio, pero carecía aún de uno de los rasgos esenciales del feudalismo clásico
desarrollado plenamente desde el siglo X.

Fue sólo hacia el año 1000 cuando el término ‗feudo‘ comenzó a emplearse en sustitución de ‗beneficio‘
este cambio de términos refleja una evolución en la institución. A partir de este momento se aceptaba de
forma unánime que las tierras entregadas al vasallo eran hereditarias, con tal de que el heredero que las
recibiera fuera grato al señor y pagara un impuesto de herencia llamado ‗socorro‘.

El vasallo no sólo prestaba el obligado juramento de fidelidad a su señor, sino también un juramento
especial de homenaje al señor feudal, el cual, a su vez, le investía con un feudo. De este modo, el
feudalismo se convirtió en una institución tanto política como militar, basada en una relación contractual
entre dos personas individuales, las cuales mantenían sus respectivos derechos sobre el feudo.

Causas de la aparición del sistema feudal

La guerra fue endémica durante toda la época feudal, pero el feudalismo no provocó esta situación; al
contrario, la guerra originó el feudalismo.

Tampoco el feudalismo fue responsable del colapso del Imperio Carolingio, más bien el fracaso de éste
hizo necesaria la existencia del régimen feudal. El Imperio Carolingio se hundió porque estaba basado en
la autoridad de una sola persona y no estaba dotado de instituciones lo suficientemente desarrolladas.

La desaparición del Imperio amenazó con sumir a Europa en una situación de anarquía: cientos de
señores individuales gobernaban a sus pueblos con completa independencia respecto de cualquier
autoridad soberana. Los vínculos feudales devolvieron cierta unidad, dentro de la cual los señores
renunciaban a parte de su libertad, lo que era necesario para lograr una cooperación eficaz. Bajo la
dirección de sus señores feudales, los vasallos pudieron defenderse de sus enemigos, y más tarde crear
principados feudales de cierta importancia y complejidad. Una vez que el feudalismo demostró su utilidad
local reyes y emperadores lo adoptaron para fortalecer sus monarquías.

El feudalismo alcanzó su madurez en el siglo XI y tuvo su máximo apogeo en los siglos XII y XIII. Su cuna
fue la región comprendida entre los ríos Rin y Loira, dominada por el ducado de Normandía. Al conquistar
sus soberanos, a fines del siglo XI, el sur de Italia, Sicilia e Inglaterra y ocupar Tierra Santa en la primera
Cruzada, establecieron en todas estas zonas las instituciones feudales.

España también adoptó un cierto tipo de feudalismo en el siglo XII, al igual que el sur de Francia, el norte
de Italia y los territorios alemanes. Incluso Europa central y oriental conoció el sistema feudal durante un
cierto tiempo y en grado limitado, sobre todo cuando el Imperio bizantino se feudalizó tras la cuarta
Cruzada.

Los llamados feudalismos del antiguo Egipto y de Persia, o de China y Japón, no guardan relación alguna
con el feudalismo europeo, y sólo son superficialmente similares. Quizá fueran los samurais japoneses los
que más se asemejaron a los caballeros medievales, en particular los shoguns de la familia Ashikaga;
pero las relaciones entre señores y vasallos en Japón eran diferentes a las del feudalismo de Europa
occidental.

Características

En su forma más clásica, el feudalismo occidental asumía que casi toda la tierra pertenecía al príncipe
soberano —bien el rey, el duque, el marqués o el
conde— que la recibía "de nadie sino de Dios".

El príncipe cedía los feudos a sus barones, los
cuales le rendían el obligado juramento de
homenaje y fidelidad por el que prestaban su
ayuda política y militar, según los términos de la
cesión. Los nobles podían ceder parte de sus
feudos a caballeros que le rindieran, a su vez,
homenaje y fidelidad y les sirvieran de acuerdo a
la extensión de las tierras concedidas. De este
modo si un monarca otorgaba un feudo de doce
señoríos a un noble y a cambio exigía el servicio
de diez caballeros, el noble podía ceder a su vez
diez de los señoríos recibidos a otros tantos caballeros, con lo que podía cumplir la prestación requerida
por el rey.
Un noble podía conservar la totalidad de sus feudos bajo su dominio personal y mantener a sus
caballeros en su señorío, alimentados y armados, todo ello a costa de sufragar las prestaciones debidas a
su señor a partir de su propio patrimonio y sin establecer relaciones feudales con inferiores, pero esto era
raro que sucediera ya que los caballeros deseaban tener sus propios señoríos. Los caballeros podían
adquirir dos o más feudos y eran proclives a ceder, a su vez, parte de esas posesiones en la medida
necesaria para obtener el servicio al que estaban obligados con su superior. Mediante este
subenfeudamiento se creó una pirámide feudal, con el monarca en la cúspide, unos señores intermedios
por debajo y un grupo de caballeros feudales para servir a la convocatoria real.

Los problemas surgían cuando un caballero aceptaba feudos de más de un señor, para lo cual se creó la
institución del homenaje feudatario, que permitía al caballero proclamar a uno de sus señores como su
señor feudal, al que serviría personalmente, en tanto que enviaría a sus vasallos a servir a sus otros
señores. Esto quedaba reflejado en la máxima francesa de que "el señor de mi señor no es mi señor" de
ahí que no se considerara rebelde al subvasallo que combatía contra el señor de su señor. Sin embargo,
en Inglaterra, Guillermo I el Conquistador y sus sucesores exigieron a los vasallos de sus vasallos que les
prestaran juramento de fidelidad.

Obligaciones del vasallo

La prestación militar era fundamental en el feudalismo, pero estaba lejos de ser la única obligación del
vasallo para con su señor. Cuando el señor era propietario de un castillo, podía exigir a sus vasallos que
lo guarnecieran, en una prestación denominada ‗custodia del castillo‘. El señor también esperaba de sus
vasallos que le atendieran en su corte, con objeto de aconsejarle y de participar en juicios que afectaban
a otros vasallos. Si el señor necesitaba dinero, podía esperar que sus vasallos le ofrecieran ayuda
financiera.

A lo largo de los siglos XII y XIII estallaron muchos conflictos entre los señores y sus vasallos por los
servicios que estos últimos debían prestar. En Inglaterra, la Carta Magna definió las obligaciones de los
vasallos del rey; por ejemplo, no era obligatorio procurar ayuda económica al monarca salvo en tres
ocasiones: en el matrimonio de su hija mayor, en el nombramiento como caballero de su primogénito y
para el pago del rescate del propio rey.

En Francia fue frecuente un cuarto motivo para este tipo de ayuda extraordinaria: la financiación de una
Cruzada organizada por el monarca. El hecho de actuar como consejeros condujo a los vasallos a exigir
que se obtuviera su beneplácito en las decisiones del señor que les afectaran en cuestiones militares,
alianzas matrimoniales, creación de impuestos o juicios legales.

Herencia y tutela

                                                         Otro aspecto del feudalismo que requirió una
                                                         regulación fue la sucesión de los feudos. Cuando
                                                         éstos se hicieron hereditarios, el señor estableció
                                                         un impuesto de herencia llamado ‗socorro‘. Su
                                                         cuantía fue en ocasiones motivo de conflictos.

                                                         La Carta Magna estableció el socorro en 100
                                                         libras por barón y 5 libras por caballero; en todo
                                                         caso, la tasa varió según el feudo. Los señores se
                                                         reservaron el derecho de asegurarse que el
                                                         propietario del feudo fuese leal y cumplidor de
                                                         sus obligaciones. Si un vasallo moría y dejaba a
                                                         un heredero mayor de edad y buen caballero, el
señor no tenía por qué objetar su sucesión. Sin embargo, si el hijo era menor de edad o si el heredero era
mujer, el señor podía asumir el control del feudo hasta que el heredero alcanzara la mayoría de edad o la
heredera se casara con un hombre que tuviera su aprobación.

De este modo surgió el derecho señorial de tutela de los herederos menores de edad o de las herederas y
el derecho de vigilar sobre el matrimonio de éstas, lo que en ciertos casos supuso que el señor se eligiera
a sí mismo como marido. La viuda de un vasallo tenía derecho a una pensión de por vida sobre el feudo
de su marido (por lo general un tercio de su valor) lo que también llevaba a provocar el interés del señor
por que la viuda contrajera nuevas nupcias. En algunos feudos el señor tenía pleno derecho para
controlar estas segundas nupcias.

En el caso de muerte de un vasallo sin sucesores directos, la relación de los herederos con el señor
variaban: los hermanos fueron normalmente aceptados como herederos, no así los primos. Si los
herederos no eran aceptados por el señor, la propiedad del feudo revertía en éste, que así recuperaba el
pleno control sobre el feudo; entonces podía quedárselo para su dominio directo o cederlo a cualquier
caballero en un nuevo vasallaje.

Ruptura del contrato

Debido al carácter contractual de las relaciones feudales cualquier acción irregular cometida por las
partes podía originar la ruptura del contrato. Cuando el vasallo no llevaba a cabo las prestaciones
exigidas, el señor podía acusarle, en su corte, ante sus otros vasallos y si éstos encontraban culpable a
su par, entonces el señor tenía la facultad de confiscar su feudo, que pasaba de nuevo a su control
directo. Si el vasallo intentaba defender su tierra, el señor podía declararle la guerra para recuperar el
control del feudo confiscado.

El hecho de que los pares del vasallo le declararan culpable implicaba que moral y legalmente estaban
obligados a cumplir su juramento y pocos vasallos podían mantener una guerra contra su señor y todos
sus pares. En el caso contrario, si el vasallo consideraba que su señor no cumplía con sus obligaciones,
podía desafiarle —esto es, romper formalmente su confianza— y declarar que no le consideraría por más
tiempo como su señor, si bien podía seguir conservando el feudo como dominio propio o convertirse en
vasallo de otro señor. Puesto que en ocasiones el señor consideraba el desafío como una rebelión, los
vasallos desafiantes debían contar con fuertes apoyos o estar preparados para una guerra que podían
perder.

Autoridad real

Los monarcas, durante toda la época feudal, tenían otras fuentes
de autoridad además de su señorío feudal. El renacimiento del
saber clásico supuso el resurgimiento del Derecho romano, con su
tradición de poderosos gobernantes y de la administración
territorial. La Iglesia consideraba que los gobernantes lo eran por la
gracia de Dios y estaban revestidos de un derecho sagrado.

El florecimiento del comercio y de la industria dio lugar al desarrollo
de las ciudades y a la aparición de una incipiente burguesía, la cual
exigió a los príncipes que mantuvieran la libertad y el orden
necesarios para el desarrollo de la actividad comercial. Esa
población urbana también demandó un papel en el gobierno de las
ciudades para mantener su riqueza.

En Italia se organizaron comunidades que arrebataron el control del
país a la nobleza feudal que incluso fue forzada a residir en
algunas de las urbes. Las ciudades situadas al norte de los Alpes
enviaron representantes a los consejos reales y desarrollaron
instituciones parlamentarias para conseguir voz en las cuestiones
de gobierno, al igual que la nobleza feudal. Con los impuestos que obtuvieron de las ciudades, los
príncipes pudieron contratar sirvientes civiles y soldados profesionales. De este modo pudieron imponer
su voluntad sobre el feudo y hacerse más independientes del servicio de sus vasallos.

Decadencia

El feudalismo alcanzó el punto culminante de su desarrollo en el siglo XIII; a partir de entonces inició su
decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que los señores tuvieron problemas para obtener las
prestaciones que debían recibir. Los vasallos prefirieron realizar pagos en metálico (scutagium, ‗tasas por
escudo‘) a cambio de la ayuda militar debida a sus señores; a su vez éstos tendieron a preferir el dinero,
que les permitía contratar tropas profesionales que en muchas ocasiones estaban mejor entrenadas y
eran más disciplinadas que los vasallos.

Además, el resurgimiento de las tácticas de infantería y la introducción de nuevas armas, como el arco y
la pica, hicieron que la aballería no fuera ya un factor decisivo para la guerra. La decadencia del
feudalismo se aceleró en los siglos XIV y XV. Durante la guerra de los Cien Años, las caballerías francesa
e inglesa combatieron duramente, pero las batallas se ganaron en gran medida por los soldados
profesionales y en especial por los arqueros de a pie.

Los soldados profesionales combatieron en unidades cuyos jefes habían prestado juramento de homenaje
y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no hereditarios y que normalmente tenían una duración de
meses o años. Este ‗feudalismo bastardo‘ estaba a un paso del sistema de mercenarios, que ya había
triunfado en la Italia de los condotieros renacentistas.

Su papel en el desarrollo político

La figura jurídica del feudo estaba contenida en el derecho consuetudinario de Europa occidental y en
aspectos feudales como la tutela y el matrimonio, la reversibilidad y la confiscación, que continuaron en
vigor después de que la prestación militar hubiera desaparecido. En Inglaterra las posesiones feudales
fueron abolidas por ley en 1660, pero se prolongaron en algunas zonas de Europa hasta que el derecho
consuetudinario fue sustituido por el Derecho romano, proceso concluido por el emperador Napoleón a
prLos musulmanes en España

Después de conquistar muchas tierras del Levante mediterráneo y todo el norte de África en el 711, los
musulmanes decidieron invadir la península Ibérica. Derrotaron a las fuerzas de los visigodos mandadas
por su rey don Rodrigo.

Esta batalla que duró unos tres días vio el triunfo de los
musulmanes y el fin del reino visigodo en España.

El rey desapareció ya que no se pudo encontrar su cadáver en el
campo de batalla y, según la crónica, sólo se encontraron su
túnica, su corona, su calzado de oro y su caballo en un hoyo lleno
de barro cerca del río Guadalete (Andalucía) donde tuvo lugar la
batalla.

Tanto la vida como la desaparición de don Rodrigo han venido a
nutrir las leyendas y, a su vez, muchas obras literarias.

Una vez exterminadas las fuerzas visigodas, los musulmanes
conquistaron fácilmente toda la península, salvo algunos valles en
los montes cantábricos. Los victoriosos ejércitos árabes pasaron
los Pirineos e invadieron Francia y la habrían conquistado si los
ejércitos francos no los hubieran derrotado en la batalla de Poitiers
(Tours).

Esta rápida conquista de la Península no sólo se puede explicar               Don Rodrigo, rey de España
mencionando la derrota sufrida por los visigodos en el Guadalete.                  visigoda en 711
Hay que añadir que ya antes de la llegada de los moros en el
Norte de África el reino visigodo sufría de una gran inestabilidad política, también era injusto hacia grupos
minoritarios y entre estos los judíos; además, los labradores estaban muy explotados por la nobleza.

Los árabes trataron a los judíos mucho mejor y también mostraron una gran tolerancia hacia los
cristianos. Muchos de estos cristianos se convirtieron al Islam (muladíes), pero los que permanecieron
fieles a su fe pudieron continuar practicándola en sus iglesias. Es también cierto que las autoridades
musulmanas intervenían en el nombramiento de los obispos de los que ahora se llamaban mozárabes; es
decir, cristianos que vivían bajo el dominio árabe.
Durante los primeros cuarenta años de la
                                                         ocupación de la Península había muchísimas
                                                         luchas y peleas entre las diferentes facciones que
                                                         querían controlar el poder. Estas luchas
                                                         reflejaban en España (Al-Andalús) lo que estaba
                                                         aconteciendo en Damasco, donde los Abasíes y
                                                         los Omeyas se disputaban el poder.

                                                         Los Omeyas perdieron y la mayor parte de esta
                                                         familia fue asesinada, con la excepción de un
                                                         joven que consiguió huir y llegar a España, donde
                                                         sus partidarios le entregaron el gobierno.

                                                         Abderramán (Abd-er-Rahman), que así se
                                                         llamaba este noble refugiado, se instaló en
                                                         Córdoba y fue durante su emirato que se empezó
                                                         la construcción de la Gran Mezquita, cuya belleza
                                                         y grandeza se puede admirar hasta nuestros
                Batalla de Guadalete                     días.

Abderramán I se independizó del dominio del califato de Damasco (756), pero continuó siendo emir
(gobernador). Al-Andalús continúa siendo un emirato hasta la creación del Califato de Córdoba (912) por
Abderramán III.

La dominación musulmana se puede dividir en cuatro partes: I. Emirato dependiente de Damasco (711-
756). II. Emirato independiente (756-912). III. Califato de Córdoba (912-1030). IV. Reino taifas (1030-
1492).

Desde los primeros años de la conquista árabe de la península hasta 1030 cuando el Califato de Córdoba
se desintegra en una serie de reinos árabes llamados "taifas," los musulmanes poseían una gran parte del
territorio de lo que hoy es España y Portugal. Los cristianos habían establecido unos reinos y condados
que correspondían, en gran parte, a una zona montañosa formada por los montes cantábricos y los
Pirineos.

Es importante recordar que estas dos culturas estuvieron
conviviendo durante mucho tiempo. A estas dos culturas tenemos
que añadir otra, la judía o hispano hebrea. Aunque fuera ésta
minoritoria, tuvo muchísima importancia por la contribución que hizo,
tanto en las ciencias como en las letras, a la España tanto
musulmana como cristiana.

Durante el Califato, Córdoba era una ciudad que resplandecía tanto
en su planta física como en su cultura. En esa época tanto Londres
como París eran ciudades pequeñas y sucias, pero Córdoba se
extendía kilómetros y kilómetros por ambas riberas del Guadalquivir
con una población de casi medio millón de habitantes.

Cerca de Córdoba, Abderramán III construyó Medinat-ez-Zahra para
su esposa favorita. Lo que asombra es que se construyó en
poquísimos años y llegó a ser una verdadera joya arquitectónica que
por su gran belleza inspiró a muchos poetas. Hoy sólo quedan las
ruinas y sobre ellas los arqueólogos de hoy, junto con los arquitectos
del Patrimonio nacional van poco a poco reconstruyendo algunos de        Don Rodrigo, en el museo de cera
los edificios.                                                                      de Madrid
Claro está que nunca se volverá a ver esos salones con columnas de mármol y paredes cubiertas de oro.
Según los pocos escritos que han llegado hasta hoy y que cantan la gloria de esos lugares, entrar en
Medina Azahara (Medinat-ez-Zahra) era pasar al mundo encantado de Las mil y una noches.
Sin duda alguna, Córdoba era, en el siglo X, una de las ciudades de gran esplendor cultural. Se podía
comparar favorablemente con la Constantinopla y Bagdad de esa época. Esta ciudad junto como otras
que no podemos olvidar tales como Sevilla, Toledo y Granada produjeron individuos que alcanzaron un
gran renombre en las matemáticas, astronomía, botánica, historia, geografía, filosofía, etc.

                                                        Este gran saber se debe al hecho de que los
                                                        árabes tradujeron y estudiaron las obras clásicas
                                                        de los griegos. El pensamiento árabe le debe
                                                        mucho a la filosofía griega y a su vez los filósofos
                                                        y teólogos cristianos deben mucho a los
                                                        comentaristas árabes, ya que sus escritos
                                                        traducidos al latín se difundieron por la Europa
                                                        cristiana.

                                                        Averroes (Ibn Rushd, 1126-1198) en su
                                                        aristotelianismo trató de reconciliar la fe y la
                                                        razón, la ciencia y la religión. Entre los grandes
                                                        pensadores hispano-hebreos destaca el cordobés
                                                        Maimonides (Moses Ben Maimon, 1139-1205)
         Califato de Granada hacia el 1002              que contemporáneo de Averroes.
                   (ampliar imagen)
                                                        Después de la muerte del gran general Almanzor
en 1002, Al-Andalús se vio envuelto en una serie de crisis que resultaron en la fragmentación del Califato
(1035).

Esta creación de los reinos taifas vino a debilitar el poder de los musulmanes en España y a partir de este
momento la iniciativa militar está en manos de los reinos cristianos.

La Reconquista que así se ha llamado a esta serie de guerras y luchas que los cristianos llevaron a través
de ocho siglos para volver a poseer las tierras que antes fueron de los visigodos, no acabó antes con la
presencia mora en España debido principalmente al hecho que estos reinos cristianos se pasaban mucho
tiempo luchando entre si.

Otra razón fue que invasiones de moros de Marruecos vinieron a dar más vigor militar a los reinos árabes
de la península. Fue durante estas invasiones de almorávides (1086), almohades (1146) y benimerinos
(1212) que los reinos cristianos se unían para hacer un frente común a los nuevos invasores que tenían
su propia idea de reconquistar.

Las grandes ciudades árabes y los reinos taifas que representaban fueron cayendo poco a poco en poder
de los reyes cristianos: Zaragoza, Toledo,
Córdoba, Sevilla, Valencia, y finalmente,
Granada.

Este Reconquista resultó ser tan lenta que entre
la toma de Toledo por Alfonso VI de Castilla en
1085 y la caída de Granada en 1492 pasaron
más de cuatro siglos; aunque después de caer
Sevilla a mediados del siglo XIII bajo el poder de
Castilla y Valencia ahora en el poder de Aragón,
el dominio cristiano es hegemónico.

El reino de Granada sobrevivió por razones
político-económicas. Los emires o reyezuelos
granadinos pagaron tributos en oro durante
muchísimos años antes que los Reyes Católicos
                                                               Interior de la mezquita de Córdoba
decidieran eliminar por completo de la península
la presencia musulmana.

El origen de las Cruzadas
La I Cruzada fue predicada por el Papa Urbano II en el Concilio de Clermont (1095), tras la conquista de
Jerusalén por los turcos seljúcidas (1076) y las peticiones de ayuda del emperador bizantino Alejo I
Comneno.

Aparte de la recuperación de los Santos Lugares, con su clara connotación religiosa, los Papas vieron las
Cruzadas como un instrumento de ensamblaje espiritual que superase las tensiones entre Roma y
Constantinopla, que además elevaría su prestigio en la lucha contra los emperadores germanos,
afianzando su poder sobre los poderes laicos. También como un medio de desviar la guerra endémica
entre los señores cristianos hacia una causa justa que pudiera ser común a todos ellos, la lucha contra el
infiel.

                                               El éxito de esta iniciativa y su conversión en un fenómeno
                                               histórico que se extenderá durante dos siglos, se deberá
                                               tanto a aspectos de la vida económica y social de los siglos
                                               XI al XIII como a cuestiones políticas y religiosas, en las que
                                               intervendrán una gran variedad de agentes: como la difícil
                                               situación de las masas populares de Europa occidental; el
                                               ambiente escatológico, que hacía de la peregrinación a
                                               Jerusalén el cumplimiento del supremo destino religioso de
                                               los fieles; o los intereses comerciales de las ciudades del
                                               norte de Italia que participaban en estas expediciones y que
                                               encontraron en las cruzadas su oportunidad de intensificar
                                               sus relaciones comerciales con el mediterráneo oriental,
                                               convirtiéndose en las grandes beneficiarias del proceso.

                                               Los comerciantes Italianos reabrieron el Mediterráneo
                                               oriental al comercio occidental, monopolizaron el tráfico y se
                                               convirtieron en intermediarios y distribuidores en Europa de
                                               las especies y otros productos traídos de China e India.
         Cruzadas: buen negocio
                                             También tuvo su papel la necesidad de expansión de la
sociedad feudal, en la que el marco de la organización señorial se vio desbordado por el crecimiento,
obligando a emigrar a muchos segundones de la pequeña nobleza en busca de nuevas posibilidades de
lucro. De esta procedencia eran la mayoría de los caballeros franconormandos que formaron la mayor
parte de los contingentes de la primera cruzada.

Espiritualmente dos corrientes coinciden en las Cruzadas. Por un lado, la idea de un itinerario espiritual
que enlaza la cruzada con la vieja costumbre penitencial de la peregrinación. Así se intenta alcanzar la
Jerusalén celestial por vía de la Jerusalén terrestre. Ambas a ojos del cristiano del siglo XI resultaban
prácticamente inseparables.

Y más que para los caballeros para las masas populares
imbuidas de unas ideas mesiánicas y en extremo anarquizantes,
que chocaron repetidamente con el orden social establecido.

Son las llamadas cruzadas populares, como la de Pedro el
Ermitaño, que precedió a la expedición de los caballeros, la de
los Niños (1212) y la de los Pastoreaux (1250). Por otro lado,
está la idea de una "guerra santa" contra los infieles, en la que
Jerusalén no constituye el único objetivo, se lucha contra el
Islam.

Las ocho Cruzadas

La historiografía tradicional contabiliza ocho cruzadas, aunque en
realidad el número de expediciones fue mayor. Las tres primeras
se centraron en Palestina, para luego volver la vista al Norte de
África o servir a otros intereses, como la IV Cruzada.

La I cruzada (1095-1099) dirigida por Godofredo de Bouillon,
Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo I de Tarento culminó con la conquista de Jerusalén (1099), tras la
toma de Nicea (1097) y Antioquia (1098), y la formación de los estados latinos en Tierra Santa: el reino de
jerusalén (1099), el principado de Antioquia (1098) y los condados de Edesa (1098) y Trípoli (1199).

La II Cruzada> (1147-1149) predicada por San Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa por los
turcos, y dirigida por Luis VII de Francia y el emperador Conrado III, terminó con el fracasado asalto a
Damasco (1148).

                                         La III Cruzada (1189-1192) fue una consecuencia directa de la
                                         toma de Jerusalén (1187) por Saladino. Dirigida por Ricardo
                                         Corazón de León, Felipe II Augusto de Francia y Federico III de
                                         Alemania, no alcanzó sus objetivos, aunque Ricardo tomaría
                                         Chipre (1191) para cederla luego al Rey de Jerusalén, y junto a
                                         Felipe Augusto, Acre (1191).

                                         La IV Cruzada (1202-1204), inspirada por Inocencio III ya contra
                                         Egipto, terminó desviándose hacia el Imperio Bizantino por la
                                         intervención de los venecianos, que la utilizaron en su propio
                                         beneficio.

                                         Tras la toma y saqueo de Constantinopla (1204) se constituyó
                                         sobre el viejo Bizancio el Imperio Latino de Occidente,
                                         organizado feudalmente y con una autoridad muy débil.
                                         Desapareció en 1291 ante la reacción bizantina que
                                         constituyeron el llamado Imperio de Nicea, al tiempo que Génova
                                         sustituía a Venecia en el control del comercio bizantino.
      Ricardo Corazón de León          La V (1217-1221) y la VII (1248-1254) Cruzadas, dirigidas por
Andrés II de Hungría y Juan de Brienne, y Luis IX de Francia, respectivamente, tuvieron como objetivo el
sultanato de Egipto y ambas terminaron en rotundos fracasos.

La VIII cruzada (1271) también fue iniciativa de Luis IX. Dirigida contra Túnez concluyó con la muerte de
San Luis ante la ciudad sitiada.

La VI Cruzada (1228-1229) fue la más extraña de todas, dirigida por un soberano excomulgado, Federico
II de Alemania, alcanzó unos objetivos sorprendentes para la época: el condominio confesional de
Jerusalén, Belén y Nazareth (1299), status que sin embargo duraría pocos años.

España no tuvo mucho que ver en estas Cruzadas, varios miles de españoles se alistaron para combatir
al "infiel". En el año 1180 el papa Alejandro III emitió una bula reconociendo la Orden de los Caballeros de
Nuestra Señora de Montjoie, fundada por un español, el conde Rodrigo, siete años más tarde muchos
hermanos se pasaron a las otras Órdenes Militares nacionales y otros se retiraron a Aragón, la conocida
Orden de Trufac. La Orden del Temple los
absorbió.

Estas Órdenes Militares extranjeras —la
Hospitalaria de San Juan o de los Caballeros de
Malta, el Temple y los Caballeros Teutónicos— sí
fueron las que actuaron ayudando a las
españolas, pues, como dijo Fernando II de
Castilla "No faltan moros en mi propio país".

Esta Cruzada no es ni más ni menos que la
Reconquista, iniciada, según muchos, por Pelayo
en el año 722 en la famosa Batalla de
Covadonga. Duró 770 años, hasta 1492, la caída
de Granada en manos cristianas.

El siguiente gran paso hacia la reconquista fue la
toma de Toledo en el año 1085. al-Andalus se                      Importantes pero infructuosas
había convertido en un lugar donde los musulmanes nacían y morían.

Consecuencias

Las Cruzadas influyeron en múltiples aspectos de la vida medieval, aunque, en general, no cumplieron los
objetivos esperados.

Casi todas las expediciones militares sufrieron importantes derrotas. Jerusalén se perdería en 1187 y lo
que quedó de las posiciones cristianas tras la III Cruzada hasta su definitiva pérdida en el siglo XIII (San
Juan de Acre -1291) se limitaba a una estrecha franja litoral cuya pérdida era cuestión de tiempo.

                                                          Además, los señores de Occidente llevaron sus
                                                          diferencias tanto a las propias Cruzadas (Luis VII
                                                          de Francia y Conrado III en la II Cruzada; Ricardo
                                                          Corazón de León y Felipe II Augusto en la III)
                                                          como a los estados cristianos fundados en Tierra
                                                          Santa, donde los intereses de los diferentes
                                                          grupos dieron lugar a numerosos conflictos.

                                                          En el intento de reensamblar las cristiandades
                                                          latina y griega, no sólo fallaron las Cruzadas, sino
                                                          que se acentuó el odio y la diferencia entre ellas,
                                                          convirtiéndose en causa última de la ruptura
                                                          definitiva entre Roma y Bizancio.

                                                       Cierto es que Bizancio pidió ayuda a Occidente,
                                                       pero al modo tradicional, pequeños grupos de
                                                       soldados que le ayudasen a recobrar las
             Los señores de Occidente                  provincias perdidas, no con grandes ejércitos
poco dispuestos a someterse a la disciplina de los mandos bizantinos, o que se convirtieran en poderes
independientes en las tierras que ocupasen o en la propia Constantinopla, como ocurrió en la IV Cruzada.

Historiadores como Ana Comneno o Guillermo de Tiro nos han dejado testimonios del impacto del paso
de los cruzados por las tierras bizantinas y el choque entre la brutalidad de costumbres de los
occidentales y el refinamiento cultural bizantino.

Por último, y a pesar de los réditos políticos que las Cruzadas tuvieron para el Papado como director de la
política exterior europea, pronto se encontró Roma con voces que criticaban su uso como instrumento al
servicio de los intereses papales, sobre todo desde que no se limitaron a los musulmanes, y se dirigieron
también contra los disidentes religiosos o los enemigos políticos.

La expansión del comercio y el crecimiento de la población

El mundo feudal europeo se caracterizaba por relaciones personales verticales dictadas por reglas
estrictas basadas en la costumbre. La relación entre el señor y sus siervos suponía apelar a un sistema
de obligaciones mutuas y de servicios, desde lo más alto a lo más bajo, establecidas en función de la
posesión de la tierra. Los servicios que el siervo debía al señor y los que el señor debía al siervo, por
ejemplo frente a un ataque o el estallido de una guerra, eran todos convenidos y cumplidos según la
costumbre.
La posesión de la tierra implicaba su explotación agrícola
con base en un sistema comunal; cultivándose
colectivamente los campos abiertos y estableciéndose
acuerdos contractuales para el reparto de las cosechas, el
uso de las máquinas, herramientas, y la prestación de los
servicios por parte de los vasallos hacia su señor.

De esta organización participaba activamente la Iglesia,
poseedora de una gran cantidad de tierras, las cuales
ampliaba frecuentemente en virtud de las donaciones que
recibía en calidad de herencia por parte de los señores.

El rasgo más importante en lo económico de los dominios
feudales, se refiere a que sea cual fuere la relación entre
patrono y trabajador, ya se tratara de un estatuto
tradicional, de una obligación o de una compulsión, el
hecho es que los productos se entregaban pero no se
vendían.

Sobre este orden de dominio de la tierra, junto con toda           Relaciones verticales medievales.
suerte de compulsiones y exacciones respecto al trabajo, van a ocurrir desde el siglo X importantes
cambios vinculados a dos hechos estrechamente vinculados entre si: la expansión demográfica y el
crecimiento de la actividad comercial.

Hacia comienzos del siglo XII la presión demográfica comienza a provocar una disminución del control de
la tierra por parte de los señores, mientras que la expansión del comercio trae aparejadas nuevas
relaciones contractuales para el trabajo y para los intercambios. En principio, incluso algunos señoríos se
convierten en factores de animación económica y en reguladores de los movimientos de la producción y
de los intercambios. Posteriormente, dan paso a la organización de los mercados en torno a las ferias y a
la emergencia de poderosos centros urbanos funcionando como redes articuladas de comercio.

                                             Mapa conceptual
Estrechamente vinculado a la expansión demográfica, el movimiento de expansión del espacio agrícola, la
multiplicación de los núcleos urbanos y de colonización regional, representan la expresión tangible del
crecimiento económico de la Europa de los siglos medievales tempranos; proceso que continuará durante
toda la Edad Media, aunque sometido a significativas perturbaciones.
Mayor uso del suelo.             El aumento de las roturaciones y la intensificación del uso de
                                            los terrazgos existentes determinarán el incremento de la
producción agrícola.

El desbloqueo de una situación precaria sirve de incentivo para el desarrollo de otras actividades
productivas, particularmente la industria artesanal y el comercio.

En conjunto con esta evolución, comienza a gestarse una red de relaciones personales horizontales para
el trabajo, para los préstamos y la compraventa de mercancías, apoyándose en un esquema cooperativo
del todo diferente al existente en el señorío feudal tradicional; una red de relaciones comerciales y de
intercambio de servicios entre centros urbanos y poblados rurales; y una red comercial interregional que
abarcará prácticamente toda Europa y amplias zonas de comercio con regiones del Cercano Oriente, el
norte de África y Asia oriental.

Actuando como causa al mismo tiempo que como consecuencia, al unísono o de forma aislada, una serie
de factores se van a correlacionar para tener efectos significativos en la ampliación de los intercambios y
en la vinculación de los espacios comerciales.

Entre estos factores destaca, en primer lugar, las mejoras de las vías y de los medios de comunicación
como expresión de los adelantos técnicos que se estaban gestando en los transportes, especialmente en
los fluviales y marítimos.

Sirva como ejemplo la región de Lombardía, donde en los últimos decenios del siglo XII los municipios
urbanos acometen una relevante obra de renovación de las rutas y de las vías navegables. La posibilidad
de que la más remota aldea se hiciera accesible en barco o en carro desde la ciudad, promoviendo los
intercambios, agilizó los acuerdos comerciales entre centros urbanos y localidades rurales, reduciéndose
los costos de transporte implicados.

Un hecho colateral testimonia la importante mejora de las
vías de navegación, incentivada por la dinámica comercial
regional e internacional europea. Es el aumento constante
de la capacidad de carga de los barcos mercantes.

Hacia 1320, las galeras venecianas que se dirigían a Chipre
o Flandes tenían una capacidad de carga de
aproximadamente 110 a 115 toneladas métricas; un siglo
después la capacidad de carga había aumentado a 170
toneladas métricas; y hacia 1550 dicha capacidad se había
elevado hasta 280.

Pero quienes se convierten en los líderes de las
embarcaciones con una gran capacidad de carga,
provocando que la productividad de los transportes se
dispare, son los genoveses. Hacia finales del siglo XIII se
observarán barcos genoveses que exceden la capacidad de
flete de 450 toneladas de las naos catalanas, consideradas
hasta ese momento las de mayor tonelaje.                               Auge comercial y productivo.
Este avance genovés tiene su explicación en la necesidad de transportar unos productos pesados a bajo
precio para asegurar el abastecimiento de la ciudad. Los grandes navíos no eliminan a los pequeños y la
circulación de éstos es un buen indicador de una coyuntura económica favorable.

Un segundo factor que potencia el funcionamiento de redes de producción y de comercio se observa en la
instalación de los mercados locales, floreciendo mayoritariamente en el norte de Europa. En Inglaterra, la
Corona era la otorgante de las cartas de establecimiento de estas ferias y mercados, llegando a entregar
cerca de dos mil.
Algunas ferias comerciales llegaron a ser muy
                                                         importantes, como las ferias de Champaña,
                                                         logrando concentrar un gran número de
                                                         compradores y vendedores de los más variados
                                                         productos.

                                                         Sin embargo, hacia finales del siglo XIV las ferias
                                                         comenzaron a decaer, al ser paulatinamente
                                                         sustituidas por mercados permanentes ubicados
                                                         en áreas urbanas, y en la medida que seguían
                                                         reduciéndose los costos de transporte de las
                                                         rutas de comunicación marítima entre el norte y el
                                                         sur.
              Activos mercados locales.
                                                        Cabe destacar que en las ferias ya se percibía,
además de las operaciones comerciales de productos, la instauración de un incipiente sistema de cambio
monetario. Los días finales de una determinada feria eran dedicados a las transacciones financieras,
implicando cambios de diferentes monedas, una vez pesadas y evaluadas; negociaciones de préstamos,
pago de deudas antiguas; se honraban cartas de crédito y se hacían operaciones con letras de cambio.

El aspecto anterior está vinculado con el hecho de que la ampliación de la base monetaria para que las
transacciones se lleven a cabo y el dinero adquiera algunas de sus funciones especializadas, se venía
gestando en Europa desde la época carolingia.

Cerca del año mil, existía una gran variedad de monedas en circulación, respondiendo a varias
tradiciones monetarias. El sistema evoluciona en la dirección de desarrollarse hacia un plurimetalismo y,
simultáneamente, hacia un régimen de monometalismo plata, vinculado relativamente a la explotación de
las minas de plata (Bohemia, Cerdeña, Tirol, Sajonia).

Desde el siglo XIII tres tipos de monedas se utilizan con diferentes propósitos. El vellón es la moneda de
los intercambios cotidianos (pan, vino, limosnas, portazgos, censos); la plata es la moneda de los
mercaderes y de las transacciones del mercado local; el oro y las letras de cambio están reservados al
comercio internacional, a los príncipes y a la
aristocracia.

Hacia mediados del siglo XIII, la propia dinámica
comercial impone que las monedas más sólidas,
como las monedas de oro emitidas en gran
cantidad en ciudades muy activas
económicamente, terminen convirtiéndose en el
patrón de referencia para la fijación de los tipos
de cambio. De hecho, se ha presentado al Florín,
emitido en Florencia, como la moneda que en el
siglo XV representaba el papel del dólar en el
presente.
                                                                      Galera veneciana.
Los primeros y principales usuarios de las
monedas de oro van a ser los propios italianos, en la medida que son ellos quienes manejan buena parte
del comercio internacional, pero también los operadores de los fondos de los principados y del papado.

En los años centrales del siglo XIV la moneda de oro se diversifica y es emitida por diversos reinos,
perdiendo así el florín su situación de cuasi monopolio y siendo este aspecto un síntoma de una
verdadera integración de la moneda de oro en la economía europea.

Un tercer factor detrás de la expansión comercial se relaciona con que, trátese de la producción rural o de
la producción urbana, ésta adquiere unas nuevas cualidades derivadas del papel imputable a cambios,
aunque rudimentarios, en la organización de las tareas, y la preeminencia que va adquiriendo el trabajo
asalariado. La unidad industrial típica lo constituye el taller agremiado, formado por el maestro artesano
produciendo junto con sus trabajadores, siendo el mismo a menudo fabricante y vendedor a la vez. Por lo
general, las materias primas para elaborar sus productos le pertenecían, así como las herramientas con
las cuales trabajaba.

Esta rudimentaria especialización, a pesar de sus limitaciones, significó contar con una mano de obra
cada vez más cualificada.

                                                        La aparición del trabajo asalariado denota uno de
                                                        los cambios más significativos provocados por la
                                                        expansión del comercio y el incremento de la
                                                        población.

                                                        La introducción de los salarios posibilita una
                                                        mejor medida del ingreso del trabajador tanto en
                                                        términos monetarios como en términos reales,
                                                        asociado a los cambios de los precios, la oferta y
                                                        la demanda de trabajo.

                                                        Las consecuencias del incremento de la
                                                        población provocarán la caída del salario real,
                                                        elevándose el nivel de precios de los principales
                                                        rubros, fundamentalmente los agrícolas, la
      Movimiento comercial en puerto medieval.
                                                        dinámica contraria generará un incremento del
salario real del trabajador.

Un cuarto factor relevante es la división del trabajo que comienza a operar entre la producción urbana y la
producción rural, estableciéndose una red de intercambios alrededor de ellas.

Los núcleos urbanos se concentraron en la producción de artículos manufacturados y en el comercio; el
campo, ampliado cada vez más en la medida que se incorporaban tierras de frontera para su cultivo, se
especializó en la producción de los rubros agrícolas necesarios para abastecer el creciente mercado,
conformado tanto por los que ya no producían sus propios alimentos, así como por los negociantes de
materias primas obtenidas del medio rural.

Los intercambios involucraban además la movilización de campesinos y artesanos hacia las ciudades, en
la medida que factores como la expansión demográfica y el propio crecimiento del comercio los impulsaba
a buscar nuevas oportunidades.

Un ejemplo característico de estas relaciones
urbano-rurales se puede visualizar en el papel
que cumplía la producción de vino, que hasta la
época carolingia fue tenido por un cultivo de lujo.
El desarrollo de los viñedos se da con fuerza a
partir del siglo XI, cuando la viticultura campesina
coexiste, y en muchos casos sustituye a la
viticultura eclesiástica.

En la medida que se amplió la producción                                 Florín de oro, 1347.
vinícola, consecuentemente se expandieron las
redes rurales y urbanas para su comercio, contribuyendo a difundir mejores técnicas para su producción,
el trabajo asalariado, y un mayor desarrollo de la tonelería y la organización para su transporte y
exportación.

La manifestación más palpable del impulso adquirido por los intercambios comerciales, lo representa la
aparición de nuevos núcleos urbanos y la consolidación o crecimiento de los existentes.

Las ciudades generarán una gran dinámica, propiciando la creación de nuevas instituciones políticas y
económicas, como el gremio, la confraternidad, la universidad, nuevas normas para los negocios y las
finanzas, y nuevas actitudes hacia aspectos como el tiempo, el riesgo, el trabajo.
La expansión del comercio independizó las transacciones basadas en la necesidad de especificar el
conjunto de los bienes a transar. Al ampliarse, por ejemplo, los pagos en metálico, la balanza se inclinó
hacia nuevas formas contractuales más eficaces, que reducían los costos de transacción implicados.

                                                         El surgimiento de comunidades que operaban
                                                         dentro de un sistema de relaciones sociales, de
                                                         producción y distribución diferente al régimen
                                                         feudal imperante, se logró en algunas regiones
                                                         con la cooperación de los mismos estamentos
                                                         feudales; empero, en otras regiones comportó
                                                         una intensa pugna con éstos, en la medida que
                                                         las nuevas relaciones amenazaban sus
                                                         beneficios y privilegios.
               Ciudades más pobladas.
                                                     Las causas subyacentes al origen de las
ciudades medievales es tema de controversia y depende sobremanera de las condiciones particulares,
variantes de región a región y de un país a otro.

En ciertas ciudades, los factores más influyentes parecen haber sido el aumento de la densidad de
población y unas particulares condiciones geográficas, en otras ciudades el elemento de mayor peso para
su surgimiento lo constituyó la expansión del comercio.

No se puede descartar que las variables mencionadas hayan actuado al unísono en algunos casos, ni que
otras causas puedan ser consideradas.

Al parecer, algunas ciudades se originaron a partir de un aumento de la densidad de población en ciertos
medios rurales, por lo cual existió, al menos en un principio, una continuidad entre comunidad aldeana y
comunidad urbana. Así, ciertas ciudades inglesas, por ejemplo Manchester, pueden haber tenido un
origen puramente rural, aunque su desarrollo urbano fue imputable a una buena posición geográfica,
como un fiordo, o la cercanía al estuario de un
río, determinando su conversión en centros
comerciales.

Otra tesis, debida a Pirenne (1980), encuentra la
explicación del resurgimiento de las ciudades en
el establecimiento de grupos de comerciantes y
artesanos bajo las murallas de un monasterio o
un castillo, no sólo por la protección militar que
éste proporcionaba, o por su situación favorable
sobre una ruta comercial ya existente, sino
también porque allí se le ofrecían ciertos
privilegios a cambio de proveer algunas                              Artesanos productivos.
necesidades demandadas por los feudos.

El factor decisivo para este resurgimiento fue el renacimiento del comercio marítimo en el Mediterráneo,
trayendo como consecuencia el movimiento de caravanas comerciales transcontinentales y, en su
momento, el asentamiento de colonias locales de mercaderes.

Ejemplos de ciudades constituidas bajo estas condiciones serían Londres y, en Europa continental, París,
Colonia en los márgenes del Rin, y ciudades germanas y flamencas como Bremen, Magdeburgo, Gante y
Brujas.

Venecia sirve de modelo de desarrollo de la ciudad-estado mercantil. Desde el siglo VIII sus barcos
transportan hacia Constantinopla los productos de las regiones que la rodean; aceite, trigo y vinos de
Italia, sal de las lagunas, maderas de construcción, vidrio, armas y, a pesar de las prohibiciones de la
Iglesia, esclavos que consiguen sus marinos en los pueblos eslavos de las costas del Adriático. En pago
reciben los valiosos tejidos en seda y de muselina que fabrica la industria bizantina, así como especias
que Constantinopla recibe de Asia.
Influyó sobremanera en este comercio lo altamente apreciadas que eran en Occidente las especias de la
India, principalmente la pimienta, que incluso llegó a utilizarse en algunos sitios como medio de pago;
también eran muy demandada la nuez moscada, así como el jengibre, la canela y el azafrán, junto con las
sustancias aromáticas provenientes de Asia Menor, como el incienso, el bálsamo, la mirra.

                                                        Ya en el siglo X y los dos siguientes el nivel de
                                                        comercio veneciano alcanza grandes
                                                        proporciones, combinándose el auge de riqueza
                                                        con un sistema organizado de poder, una
                                                        organización política y administrativa que la
                                                        coloca en un plano hegemónico dentro de su área
                                                        de influencia, y aun más allá, hacia el interior de
                                                        Europa.

                                                        Las Cruzadas determinarán el aumento de la
                                                        influencia comercial de Venecia, pero también
                                                        provocarán un impulso de la misma naturaleza
                                                        sobre otras ciudades italianas y, en menor
                                                        medida, posteriormente, sobre las ciudades de la
                                                        región de Cataluña, particularmente Barcelona.
              Comercio textil floreciente.
                                                       El eje comercial incorporará rápidamente a
Florencia, Milán, Génova y Pisa. Se forma así un comercio triangular entre estas ciudades, algunas
regiones de Asia y el norte de Europa. Dentro de este movimiento económico van surgiendo las industrias
que ayudan a conformar una matriz donde el comercio no sólo se basa en productos agrícolas.

Las ciudades italianas se convierten, irradiando hacia el espacio mediterráneo, en una amplia red
comercial textil, sustentada fundamentalmente en la pañería de lana, pero incluyendo también los tejidos
de lienzo y de seda.

En efecto, a la circulación Occidente-Oriente de los paños y de los lienzos corresponde, en sentido
inverso, la de la seda y el alumbre (mordiente indispensable para la industria textil). Debido a que este
tipo de comercio complementario implicaba para las ciudades italianas la exportación de productos
pesados de bajo costo, frente a la importación de ―bienes de lujo‖ con mayor valor agregado y un tráfico
comercial más costoso, el intercambio con Oriente sólo pudo ser equilibrado por medio de masivas
exportaciones desde Occidente.

Esta corriente internacional de comercio tuvo la particularidad de afianzarse por encima de la situación de
amenaza política que significó para Europa el avance turco. Más allá de la importancia de la expansión
islámica en los destinos del mundo, ésta no cambió la situación de preeminencia comercial que las
ciudades italianas acababan de adquirir en el Levante.

La ofensiva islámica se concentraba en tierra firme, puesto que los turcos tenían una flota débil. En
realidad, antes que perjudicarlos, el comercio de los italianos con las costas de Asia menor los
beneficiaba. Por intermedio de este comercio, las especias traídas por las caravanas de China y de India,
podían transitar hacia Siria, donde eran embarcadas por los comerciantes italianos.

La persistencia de la navegación creó el efecto de un mecanismo de mutuo beneficio, que a la par de
incrementar el poderío económico de las ciudades italianas, también mantenía la dinámica de la actividad
económica de las regiones turcas.

Por otra parte, aunque el tráfico comercial con Asia se sustentó en la importación de especias, es un error
considerar que se limitaba exclusivamente a estos rubros. Hacia 1200 la variedad de productos que se
importaban de China, India y el mundo musulmán, incluirían arroz, naranjas, albaricoques, higos, pasas,
perfumes, medicinas, materias para teñir. Hay que agregar el algodón y la seda bruta, cuyo comercio
aumenta ostensiblemente en la medida que se desarrolla la industria textil italiana y flamenca.
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  • 1. Edad Media La Edad Media es el periodo de la historia europea que transcurrió desde la desintegración del Imperio romano de Occidente, en el siglo V, hasta el siglo XV. Su comienzo se sitúa tradicionalmente en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América, o en 1453 con la caída del Imperio Bizantino, fecha que coincide con la invención de la imprenta (Biblia de Gutenberg) y con el fin de la Guerra de los Cien Años. No obstante, las fechas anteriores no han de ser tomadas como referencias fijas ya que nunca hubo reptura brusca en el desarrollo cultural de Europa. Parece que el término lo empleó por vez primera el historiador Flavio Biondo de Forli, en su obra ―Historiarum ab inclinatione romanorun imperii decades‖ (―Décadas de historia desde la decadencia del Imperio romano‖), publicada en 1438 aunque fue escrita treinta años antes. El término implicó en su origen una parálisis del progreso, considerando que la edad media fue un periodo de estancamiento cultural, ubicado cronológicamente entre la gloria de la antigüedad clásica y el renacimiento. La investigación actual tiende, no obstante, a reconocer este periodo como uno más de los que constituyen la evolución histórica europea, con sus propios procesos críticos y de desarrollo. Se divide generalmente la edad media en tres épocas. Inicios de la edad media Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: ni los ya mencionados como referencia aproximada ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente) fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época. La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes trescientos años Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo. LA CREACIÓN DE UN NUEVO ORDEN Desintegración del poder central y vasallaje El imperio de Carlomagno (742-814) constituyó el primer intento de crear un nuevo orden después de los graves trastornos que se habían producido a raíz de las invasiones de los pueblos germánicos y la decadencia y caída final del imperio romano. A la muerte de Carlomagno (814) siguieron nuevas conmociones producidas en gran parte por nuevas migraciones e invasiones: los germanos del norte o normandos, provenientes de Escandinavia, se dirigieron a Rusia, Inglaterra, el norte de Francia y el Mediterráneo. Los pueblos eslavos se extendieron por la Europa centro-oriental. Los húngaros o magiares, jinetes nómades provenientes del centro de Asia, recorrieron la cuenca del Danubio. En el curso del siglo X estos pueblos se hicieron sedentarios y se convirtieron al cristianismo. Empezaron a formarse los pueblos que en definitiva Carlomagno determinarían la fisonomía de Europa. Todos estos cambios se produjeron en medio de una transformación general de las formas económicas, sociales y políticas. Decayeron las ciudades, disminuyó y casi desapareció el comercio internacional, se redujo el uso de la moneda y la tierra quedó como la principal riqueza. Los poderes centrales perdieron toda autoridad y desapareció la organización administrativa burocrática. Lentamente se formó un nuevo orden que ha recibido el nombre de feudalismo.
  • 2. En medio de las interminables guerras los hombres anhelaron por encima de todo poder disfrutar de protección y seguridad. Como los poderes centrales perdieron toda autoridad se tuvo que recurrir a los poderes locales. Se generalizó la costumbre de que los vecinos de un lugar se sometieron a quien los podía defender mejor: a veces un conde, pero muchas veces también algún particular que no poseía ningún título o cargo oficial, pero que se imponía a los demás por su valentía y su sentido de la autoridad. A estos hombres se les empezó a llamar señores, mientras que las personas que se encomendaban a su protección recibieron el nombre de vasallos. Entre señor y vasallo se estableció una especie de contrato: el señor prometía protección a su vasallo; éste se comprometía, mediante un juramento de fidelidad, a ciertos servicios. El régimen vasálico se generalizó a través de toda la sociedad: el rey encabezaba la pirámide: sus vasallos eran los duques, condes y otros señores poderosos. Éstos, por su parte, recibían la "fidelidad" de las personas más ricas e influyentes de su región las cuales, a su vez, recibían los servicios de vasallos más modestos. De esta manera, desde la cima hasta la base de la sociedad, toda persona estaba vinculada a otra. El feudo El régimen vasálico constituyó una determinada forma de organización del poder cuyo desarrollo se vio favorecido por las condiciones económicas imperantes en la época. En aquellos tiempos la tierra era la única riqueza. Muchas veces los propietarios, al encomendarse a una persona más poderosa, solicitaron protección no sólo para ellos mismos, sino también para sus tierras. A menudo donaban sus tierras a su protector, pero conservaban su usufructo. Por otra parte, los señores poderosos, dueños de grandes propiedades, para recompensar a sus servidores, les daban uno de sus propios dominios y les permitieron recibir sus productos. El dueño daba su tierra en beneficio o, como se diría luego, en feudo. En un comienzo se concedieron los feudos ante todo como compensación económica por los servicios prestados. Más, con el tiempo se generalizó la costumbre de que los señores diesen los feudos a aquellos que se encomendaban a ellos como vasallos. El régimen feudal nació de la combinación de vasallaje y feudo. Régimen feudal Este sistema de tenencia de la tierra y servicio personal se generalizó en la mayor parte de Europa, si bien sus formas específicas variaron mucho de un país a otro y, de un siglo a otro. El acto mediante el cual una persona se convertía en vasallo y recibía un feudo era solemne, lleno de colorido. El vasallo debía prestar el homenaje: se arrodillaba, con la cabeza descubierta y sin armas, y colocaba sus manos juntas entre las manos del señor. Luego decía: "Señor, yo seré vuestro hombre". Al homenaje seguía la fe, el juramento de fidelidad que se prestaba poniendo el vasallo sus manos sobre las Sagradas Escrituras o una reliquia. Luego seguía la investidura: el señor investía al vasallo del feudo y con este fin le entregaba un objeto simbólico, una rama o un terrón que representaba la tierra enfeudada. Mediante el homenaje y la investidura se establecía un contrato que imponía obligaciones recíprocas. El señor debía al vasallo protección y mantención. El vasallo debía ayuda y consejo. La ayuda más importante era el servicio militar o servicio de hueste: el vasallo debía presentarse con armadura y caballo y debía mantenerse con sus propios medios. Como un señor poderoso tenía a muchos vasallos, el vasallaje le proporcionaba las fuerzas armadas necesarias para defender sus propiedades y las de sus vasallos y siervos. Con el tiempo, el servicio militar quedó reducido a cuarenta días al año. El vasallo debía prestar ayuda pecuniaria: para pagar el rescate del señor que había caído prisionero, para dotar de armadura al hijo primogénito del señor que era armado caballero, para el matrimonio de la mayor, y para la partida del señor a Tierra Santa. El servicio de consejo comprendía, ante todo, la asistencia al tribunal del señor.
  • 3. Con el tiempo no sólo las tierras, sino también toda clase de funciones y derechos públicos fueron entregados en feudos. Los condes, que una vez habían sido funcionarios nombrados por el rey, se convirtieron en vasallos que ejercían las funciones públicas por derecho feudal. El rey feudal gozaba de un poder muy limitado. Sólo ejercía autoridad sobre sus dominios propios y los vasallos inmediatos, pero no tenía ningún poder directo sobre la gran masa de la población. Cada señor gobernaba en sus dominios. Los grandes señores, los duques y condes, eran verdaderos reyes en sus dominios: mantenían sus propias fuerzas militares, administraban justicia, percibían impuestos y acuñaban monedas. Y también los vasallos inferiores ejercían funciones públicas que en el imperio romano habían sido desempeñadas por la administración imperial y que en el Estado moderno serían desempeñados por los organismos propios del Estado. El régimen feudo-vasálico fue, pues, una organización del poder político que correspondió a las condiciones especiales de la Edad Media. El sistema feudal no pudo garantizar plena estabilidad política. Sin embargo, en tiempos de escaso desarrollo económico y técnico y de mucha violencia, ofreció ciertas condiciones de paz y justicia e inculcó a los hombres ciertos valores que conservan su sentido hasta la fecha: el sentido del honor, la virtud de la lealtad, el respeto por la dignidad de la persona, la estimación de la mujer, la fe en la palabra dada. La Iglesia en el sistema feudal La Iglesia recibió por donación o legado extensas tierras que estaban sujetas a las obligaciones feudales. Los obispos y abades, al mismo tiempo de ser ministros de la Iglesia, se convirtieron en vasallos de los reyés y en grandes señores. Cuando moría un vasallo laico sin herederos, la administración del feudo volvía a manos del señor. En cambio, los feudos de la Iglesia no pertenecían a un obispo o abad en particular. Por eso, cuando moría un obispo, el contrato feudal no era alterado y la Iglesia conservaba la tierra. De esta manera, las posesiones de la Iglesia aumentaron cada vez más y finalmente la tercera parte de la propiedad agrícola en la Europa occidental y central perteneció a la Iglesia. La sociedad feudal La sociedad medieval se compuso de grupos sociales fijos, los estados o estamentos: nobleza, clero y población campesina. La nobleza feudal estaba formada por el rey y los señores y sus vasallos. Su estado era hereditario, o sea, era una nobleza de sangre. En tiempos de guerra casi permanente los mayores honores eran concedidos al hombre que manejaba la espada. La nobleza medieval fue fundamentalmente una nobleza guerrera. Según el derecho feudal cada persona sólo podía ser juzgada por alguien que fuese igual o superior. Por eso los nobles sólo podían ser juzgados por otros nobles, sus pares o iguales. El clero cumplió, junto con sus funciones religiosas, con importantes funciones sociales y culturales. Los miembros del clero recibían una educación superior que los capacitaba para asumir la dirección de la sociedad. Si bien los miembros del alto clero provenían a menudo de la nobleza, la Iglesia estuvo siempre abierta a todos los grupos de la sociedad, de modo que también humildes campesinos tuvieron la posibilidad de ordenarse sacerdotes y ascender a los más altos cargos eclesiásticos. En la base de la escala social se encontraba la población campesina, el tercer estado. Sólo unos pocos campesinos conservaron la libertad personal, en su mayor parte eran siervos que, por nacimiento y herencia, dependían de algún señor. La villa, núcleo básico de la economía medieval
  • 4. El régimen feudal constituía una organización del poder político que regulaba los derechos y deberes de los señores y los vasallos. Su base económica era la villa, organización del trabajo agrícola, de la vida de los campesinos y de las relaciones entre éstos y el señor de la villa. La villa tuvo sus orígenes en las formas de explotación de los últimos tiempos del Imperio Romano y en las condiciones que se produjeron a raíz de las invasiones. Durante aquellos tiempos calamitosos muchos pequeños propietarios prefirieron entregar su tierra a algún propietario poderoso y convertirse en siervos de éste con el fin de recibir su protección. El feudo de un gran señor podía comprender a cientos de villas, mientras que un feudo pequeño podía estar formado por una sola villa. La parte mas importante de la villa estaba formada por la casa señorial que muchas veces era un castillo fortificado. A su lado se elevaban los almacenes, talleres, establos, los hornos y los molinos. Cerca del castillo estaban la capilla o iglesia, la casa del sacerdote y la aldea con sus angostas callejuelas y las modestas casas de los campesinos o villanos. Las tierras de la villa estaban divididas en dos partes: una parte, la tierra señorial o "reserva", era explotada directamente por el señor a quien correspondían todos los productos. El trabajo era ejercido por los siervos domésticos y por los villanos que estaban obligados a prestar servicios personales. La otra parte estaba dividida en lotes o "mansus" que eran concedidos a los villanos quienes los explotaban en beneficio propio a cambio de lo cual debían pagar un censo y prestar servicios personales. El censo se pagaba en especies: granos, carnes, aves, huevos, miel, telas. Los siervos debían trabajar en las tierras del señor dos o tres días de la semana y debían aportar sus herramientas y su propia yunta de bueyes. Además estaban las praderas y los bosques comunes, sobre los cuales el señor se reservaba algunos privilegios, como el derecho de caza, pero que por lo demás podían ser aprovechados por todos los villanos para que pudieran llevar allá sus animales y sacar leña. El señor de la villa ejercía sobre los villanos una autoridad patriarcal y una jurisdicción privada. El siervo de la gleba estaba, por nacimiento y herencia, ligado a la tierra. No podía abandonar la villa y trasladarse a otra parte. No podía casarse sin el permiso del señor. Si bien en teoría se encontraban acogidos a la protección y la justicia del rey, de hecho dependían casi totalmente del señor de la villa. La villa trataba de ser autosuficiente, esto es, producía lo que necesitaba y consumía lo que producía. Los mismos villanos hacían el pan, preparaban la cerveza y el vino, hilaban, tejían confeccionaban sus sencillos muebles. El trabajo tenía el fin de sustentar a todos los habitantes de la villa, pero no servía al lucro. Los instrumentos y las técnicas agrícolas eran primitivos: la guadaña, la echona, el molino de piedras, el arado de palo sin ruedas. No se practicaba una rotación de los cultivos. La mitad o la tercera parte de las tierras quedaba cada año en barbecho para que el suelo pudiera descansar. El rendimiento era muy bajo. Por cada grano que se sembraba sólo se cosechaban 4 ó 5 granos. La alimentación era muy poco variada. El pan era el alimento más importante. A veces se comía carne de ave o chancho. El ganado vacuno era escaso. Con la poca leche se hacía queso. Las bebidas más importantes eran la sidra, la cerveza y el vino. Vida y cultura caballeresca La vida del señor se desarrollaba principalmente en el castillo, que era habitación y fortaleza y símbolo de la vida noble. Al medio se elevaba la torre señorial con su atalaya. Los edificios y patios estaban rodeados por gruesos muros provistos de almenas y troneras y por un profundo foso. Para entrar al castillo había que bajar el puente levadizo y subir el pesado portón.
  • 5. El castillo no ofrecía grandes comodidades y la vida transcurría tranquilamente. Las ventanas, sin vidrios eran pequeñas para poderlas tapar en el invierno. En invierno se prendía fuego para protegerse contra el frío. Pero las salas se llenaban de humo. Recién en el siglo XIV empezaron a construirse chimeneas. Para las comidas las fuentes se ponían en la mesa. Cada uno se servía con los dedos o con una cuchara y cuchillo. No se conocía el tenedor. Los huesos eran arrojados a los perros que se colocaban detrás de su amo. Las camas estaban cubiertas por un baldaquino con pesadas cortinas para protegerse contra el frío. El día empezaba con la misa. Luego el señor recorría el castillo, se preocupaba de sus caballos y perros y conversaba con su administrador. Las principales diversiones eran la caza y los ejercicios ecuestres y de armas. Con regocijo se recibía a los prestidigitadores, comediantes y músicos y, ante todo, a los trovadores que, en sus poesías y poemas, cantaban la dicha del amor y las épicas hazañas del rey Arturo y otros valientes caballeros. La caballería. Originalmente el caballero fue simplemente el guerrero que luchaba a caballo. A medida que el combate a caballo se tornó cada vez más complicado, requiriendo de una preparación especial y de grandes medios económicos, los caballeros empezaron a erigirse en un verdadero estado y casi en una orden que constituía la realización máxima de los ideales que animaban a la nobleza medieval. Por regla general, sólo el hijo de nobles podía llegar a ser caballero. Para serlo, debía someterse a un largo aprendizaje de las armas. Servía a un ilustre caballero como paje y escudero. A la edad de veintiún años era armado caballero en solemne ceremonia. Máxima expresión de la vida caballeresca eran los torneos. Pomposas fiestas en que los caballeros, en presencia de las damas, medían sus fuerzas. En la caballería medieval se armonizaron la ética heroica de los germanos y los principios de la moral cristiana. El caballero cristiano debía usar la espada en defensa de la religión y en protección de las viudas, los huérfanos y todos los pobres y desamparados. IGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EUROPA MEDIEVAL A diferencia del feudalismo, que se caracterizaba por la existencia de un sinnúmero de poderes locales, la Iglesia disponía de una fuerte organización centralizada que constituyó la principal fuerza unificadora durante la Edad Media. Bajo la dirección de la Iglesia, la cristiandad o República cristiana se comprendió como unidad. La Iglesia ejerció numerosas funciones propias del gobierno civil y tuvo decisiva influencia sobre todo el desarrollo social y cultural. La Iglesia poseyó también un enorme poder material, ya que tenía el derecho al diezmo, la décima parte que cada uno debía pagar de sus entradas a la Iglesia y, además, recibió grandes donaciones de tierras. La iglesia acompañaba al hombre durante toda su vida. Por medio del sacramento del bautismo el niño se convertía en cristiano y recibía un nombre cristiano. Por medio de la confirmación el bautizado era recibido definitivamente en la Iglesia. La confesión y penitencia absolvían al pecador de sus pecados. En la celebración de la Santa Eucaristía el sacerdote consagraba el pan y el vino en conmemoración de la Última Cena. El matrimonio sólo era reconocido cuando recibía la sanción y bendición por medio del sacramento del matrimonio. El sacramento de la ordenación era conferido a los que se ordenaban sacerdotes. El sacramento de la extrema unción era dado por el sacerdote antes de la muerte. Los sacerdotes eran esenciales para la salvación eterna. Los sacramentos los confería la Iglesia por intermedio de sus sacerdotes.
  • 6. Durante la Edad Media la Iglesia se esforzó por suavizar las costumbres, suprimir los espantos de la guerra e imponer el ideal cristiano de la paz. Por medio de la Tregua de Dios la Iglesia logró limitar las acciones bélicas a ciertos días de la semana, quedando prohibido el uso de la espada en los días consagrados especialmente a Dios. La Iglesia mantenía sus propios tribunales con el fin de proteger a los débiles y desamparados y de castigar a los que violaban los mandamientos religiosos y eclesiásticos. Administraba justicia según el Derecho Canónigo, el derecho de la Iglesia, una recopilación basada en las Sagradas Escrituras, los escritos de los Santos Padres, las resoluciones de los Concilios y los decretos de los Papas. El peor crimen y pecado era la herejía, la creencia en errores que, por ser contrarios al dogma, habían sido condenados por la Iglesia. La herejía era un crimen contra Dios y la sociedad. El herético se colocaba al margen de la sociedad religiosa y de la sociedad civil y era castigado por ambas. Para perseguir y castigar a los herejes, la Iglesia estableció los tribunales de la Inquisición. Las principales armas que usaba la Iglesia contra quienes la ofendían eran la excomunión, el entredicho y la destitución de los gobernantes impíos. La excomunión negaba al culpable los servicios de la Iglesia. El hereje que no se reconciliaba con la Iglesia era entregado a las autoridades civiles que solían condenarlo a morir en la hoguera. Por medio del entredicho se cerraban las Iglesias y se suspendían los servicios religiosos en un distrito entero hasta que los culpables, bajo la presión de la población piadosa afectada por esta terrible medida, deponían su actitud rebelde. El gobernante que violaba las leves de la Iglesia podía ser destituido por ésta. Los súbditos de un príncipe excomulgado quedaban absueltos del juramento de fidelidad. En el curso del tiempo las relaciones entre el poder temporal y el poder espiritual se hicieron cada vez más estrechas. Los reyes francos y los emperadores alemanes que siguieron a Carlomagno ayudaron a los Papas. Estos intervenían en la coronación de los emperadores. Los obispos que obtenían algún feudo debían servir a su señor feudal. Durante el siglo X los emperadores alemanes intervinieron directamente en Roma con el fin de proteger a los Papas contra la poderosa nobleza y el inquieto pueblo romano. Los emperadores y reyes se arrogaron el derecho de designar directamente a los obispos y abades. Durante el siglo XI se produjo un profundo renacimiento religioso que tuvo su origen en la orden monástica de Cluny que había sido fundada en Borgoña en 910. Los monjes cluniaenses quisieron reformar los monasterios y la Iglesia entera con el fin de que se pudiera dedicar enteramente a sus fines religiosos. Para ello era necesario librarla de la dominación de los Príncipes. Había que poner término a la investidura laica, la designación de los obispos por los reyes. En el año 1059 se creó el Colegio de Cardenales en Roma, que recibió la función de elegir al Papa con prescindencia de toda posible influencia por parte de los poderes políticos. La reforma fue apoyada entusiastamente por el Papa Gregorio VII (1073-1'085). Durante la querella de las investiduras se produjo un violento conflicto entre el Papado y el Imperio. El emperador Enrique IV insistió en su tradicional derecho de nombrar a los obispos. Gregorio VII luchó por la libertad de la Iglesia y excomulgó a Enrique IV. Este se vio obligado a someterse. En el año 1077 Enrique IV apareció en Canosa, un castillo de los Apeninos, vestido de penitente, y permaneció descalzo durante tres días y tres noches en la nieve hasta que Gregorio lo absolvió y lo admitió nuevamente en la Iglesia. En los decenios siguientes la Iglesia pudo imponer ampliamente sus exigencias y el Papado alcanzó un poder cada vez mayor. Inocencio III (1198-1216) proclamaba que la autoridad del Papa estaba por encima de todo poder temporal. Los reyes de Inglaterra, Dinamarca, Polonia, Hungría, Aragón y Portugal se convirtieron en vasallos de San Pedro y juraron fidelidad al Papa. En el curso de los siglos XII y XIII se produjeron grandes cambios en Europa. Renacieron las ciudades y el comercio y se fundaron colegios y universidades. Para responder a estos cambios se crearon dos nuevas órdenes religiosas: la orden franciscano, fundada por San Francisco, y la orden dominicana, fundada por Santo Domingo. Los monjes de estas nuevas órdenes no se retiraban a la soledad monástica, sino que se mezclaban con el pueblo. Recorrían las calles y las plazas y predicaban el Evangelio con el fin de inculcar la fe cristiana y combatir las herejías. Los dominicanos se destacaron
  • 7. como filósofos y teólogos y muchos de ellos fueron profesores eminentes en las universidades de Bologna, París, Colonia y Oxford. Durante cientos de años los peregrinos cristianos pudieron visitar los santos lugares en Palestina, ante todo los lugares de la Pasión y el Santo Sepulcro en Jerusalén. Pero en el siglo XI los turcos seldyúcidas, fanáticos musulmanes, se apoderaron de Palestina y pusieron en peligro a Bizancio, cuyo emperador solicitó ayuda de la iglesia de Occidente. En el Concilio de Clermont (1095) el Papa Urbano II invitó a los fieles a "tomar la cruz" y a rescatar Tierra Santa de los infieles. Durante los siglos XII y XIII millares de cruzados se dirigieron a Palestina, por mar y por tierra, con el fin de reconquistar Tierra Santa para la cristiandad. Los cristianos conquistaron grandes triunfos y, temporalmente, pudieron establecer su dominio sobre Jerusalén y otros lugares. Mas, a la postre, los musulmanes lograron mantener su posición. A pesar de que las Cruzadas no consiguieron su fin, tuvieron enormes efectos sobre Occidente. Se estrecharon los contactos con Oriente, los europeos conocieron una cultura que en muchos aspectos era superior a la propia, se abrieron los mercados asiáticos y se intensificó el comercio internacional. Los mercaderes italianos se encargaron de llevar a Europa caña de azúcar del Líbano y Siria, y sedas, especias, tejidos finos y piedras preciosas del Cercano y del Lejano Oriente. EL DESARROLLO ECONOMICO, EL RESURGIMIENTO DE LA VIDA URBANA Y EL DESARROLLO CULTURAL Desarrollo económico y social En los primeros tiempos de la Edad Media la economía tuvo un carácter casi exclusivamente agrícola. Recién a partir del siglo XI empezaron a renacer los mercados, los centros urbanos y el comercio internacional. A raíz de las Cruzadas aumentó el intercambio comercial entre las ciudades italianas y el Cercano Oriente. Con el tiempo, la cantidad de bienes traídos de Oriente llegó a ser tan grande que ya no pudieron ser consumidos por los mismos italianos. Los mercaderes empezaron a cruzar los Alpes y a vender sus mercaderías en los países del norte. El comercio internacional se desarrollaba desde el este hacia el oeste. Las exportaciones de China y la India eran llevadas a los puertos del Golfo de Persia y del Mar Rojo. De ahí las caravanas de camellos y caballos partían a Alejandría en Egipto o a los puertos de San Juan de Acre y de Jafa en Palestina. Allí las mercaderías eran cargadas en los barcos y llevadas a las ciudades del norte de Italia, a Venecia, Génova y Florencia. Un segundo sistema de comercio internacional se desarrolló en los mares del norte. Lana inglesa y paños flamencos eran llevados en barco por el Mar del Norte y el Mar Báltico a los puertos escandinavos y bálticos donde eran intercambiados por cueros, pieles, granos y madera. Para la economía cerrada de las aldeas, sólo habían existido mercados locales, donde los siervos de la villa podían vender semanalmente los pocos excedentes de su producción agrícola y los productos de su industria doméstica. A raíz del crecimiento del comercio internacional los señores feudales establecieron ferias, que se celebraban una vez al año y donde se juntaban los comerciantes provenientes de todas partes de Europa. Particularmente famosas eran las ferias de la Campaña de Francia. El señor concedía su protección armada a la feria a cambio de lo cual se le pagaba un tributo. El aumento del comercio se relacionó con un aumento del uso de la moneda y del dinero circulante. En las ferias algunos comerciantes se dedicaron a los negocios de dinero: establecieron su banco para cambiar monedas; recibían dinero en depósito y giraban letras de cambio para poder efectuar pagos en otras plazas. También prestaban dinero cobrando intereses. Esta práctica fue prohibida en un comienzo por la Iglesia como usura. Mas con el tiempo se establecieron leyes para impedir la usura y establecer una tasa justa de intereses.
  • 8. Al mismo tiempo renació la vida urbana. Muchas ciudades se formaron al pie de los muros de un castillo o al lado de un palacio episcopal o de un convento. Otras se establecieron a orillas de los ríos, las vías naturales del comercio. En aquellos tiempos belicosos, las ciudades, al igual que los castillos, tuvieron que rodearse de poderosos muros y fortificaciones. En el centro de la ciudad había una plaza en que se celebraba el mercado semanal. A su costado se elevaban la Iglesia, el palacio del ayuntamiento y las casas de los principales gremios y de los patricios. Como el recinto urbano era reducido, las calles eran estrechas y las casas angostas de varios pisos. La vida urbana era muy distinta de la vida del campo y, por lo tanto, las ciudades tuvieron que darse sus propias leyes y su propia organización. El gobierno de la ciudad era ejercido por un Concejo Municipal, cuyos miembros eran elegidos por las corporaciones. Solían pertenecer a las familias patricias, esto es, las familias más antiguas y ricas. El Concejo estaba presidido por un alcalde. El gobierno municipal cuidaba de la defensa de la ciudad y de la seguridad pública, percibía los impuestos, administraba el dinero municipal, nombraba a los jueces y jurados, administraba las escuelas y los hospitales y fijaba la política económica. En un comienzo las ciudades dependieron del señor en cuyo territorio habían sido fundadas. A partir del siglo XI las ciudades se levantaron y, mediante negociaciones y violentas luchas, obtuvieron gradualmente su independencia, quedando sujetas directamente al rey. Los impuestos que las ciudades pagaban al rey aumentaban su riqueza y, por lo tanto, también su poder sobre los nobles. Las ciudades se convirtieron en aliados importantes de los reyes en su lucha por consolidar el poder central y quebrar la resistencia de la nobleza feudal. Con el fin de reglamentar las actividades comerciales, los mercaderes se organizaban en asociaciones o guildas. Sólo los miembros de una guilda estaban autorizados para vender sus mercaderías en determinados distritos, de modo que gozaban de un monopolio en esa región. El tribunal de la guilda juzgaba los conflictos entre los miembros y castigaban a comerciantes deshonestos. La guilda ayudaba a sus socios en la vejez y mantenía casas para los pobres. Los artesanos tenían sus propias asociaciones, los gremios. Para cada actividad artesanal había un gremio correspondiente: joyeros, zapateros, peleteros, armeros, etc. Para poder ejercer algún oficio, era indispensable pertenecer a un gremio. Este fijaba los precios y reglamentaba la cantidad y la calidad de la producción. Se debía realizar el trabajo por el honor del oficio y no por afán de lucro. La formación de un buen artesano tomaba largo tiempo. Un aprendiz entraba de niño al taller de un maestro donde permanecía entre cinco y doce años. Vivía en la casa del maestro donde recibía comida y vestuario, pero ninguna remuneración. Al terminar el aprendizaje se convertía en oficial y empezaba a recibir un salario. Para completar su formación, los oficiales debían salir de viaje y trabajar en distintos talleres. Vueltos a la ciudad natal, presentaban su obra maestra y rendían un examen para ascender a maestros. Las ciudades y los gremios muchas veces establecieron tratados y alianzas con otras ciudades y otros gremios para concederse mutuos privilegios y unir sus fuerzas en la lucha contra los piratas, los salteadores de caminos y las ciudades rivales. La más importante de estas asociaciones fue la Liga Hanseática que, hacia fines del siglo XIV, incluyó a cientos de ciudades y puertos del norte de Alemania, de los Países Bajos, Inglaterra, Escandinavia y Rusia y que logró establecer su monopolio sobre el comercio marítimo de todo el norte de Europa. Con el desarrollo de la ciudad y de la población urbana apareció un elemento nuevo en la sociedad europea. El habitante de la ciudad o burgo, el burgués, a diferencia del noble, estaba interesado en el comercio y el trabajo y no en la guerra. En la ciudad no existía la servidumbre: "El aire de la ciudad hace libre". Los vecinos eran hombres libres que se sentían orgullosos de sus derechos, de su riqueza y de su poder. Desarrollo cultural
  • 9. El surgimiento de las ciudades, la formación de una próspera clase media, las reformas monásticas y el contacto con otras culturas estimularon el desarrollo cultural. Los príncipes y la Iglesia necesitaban de personas instruidas en las leyes. El comercio internacional y las operaciones de dinero requerían de un mayor grado de instrucción. Con el fin de responder a estas exigencias se formaron asociaciones de profesores y estudiantes, comparables a los gremios con sus maestros y aprendices. Estas corporaciones de estudio recibieron el nombre de Universidades. La primera fue la Escuela de Bolonia, famosa por sus juristas. Luego, los príncipes y reyes fundaron Universidades en toda Europa. La fundación debía ser aprobada por el Papa. Cada Universidad recibía sus estatutos propios. La Universidad estaba dividida en las cuatro Facultades de Artes, Medicina, Derecho y Teología. El primer grado universitario era el Bachillerato. El título de Magister confería el derecho de enseñar en la Universidad. Los estudios culminaban en el Doctorado. Las Universidades servían a la formación profesional y preparaban a los profesores, médicos y abogados que la sociedad necesitaba. Pero su tarea más elevada consistía en la búsqueda e interpretación de la verdad. Los sabios cristianos estaban convencidos de que la razón y la fe se complementaban. La filosofía y la teología debían explicar los misterios de la revelación divina. El sabio más famoso de la Edad Media fue Santo Tomás (1225-1274), el principal representante de la Escolástica, quien creo con su Summa una síntesis de la filosofía aristotélica y del pensamiento cristiano. Durante toda la Edad Media el latín fue la lengua de la Iglesia, de las Universidades y de la ciencia. Al formarse las nacionalidades europeas, éstas desarrollaron sus propias lenguas, que luego encontraron también expresión literaria. En España nació como primer documento literario de la lengua vernácula el Poema del Cid. Se considera que la obra literaria más grandiosa de la Edad Media es la Divina Comedia, del poeta italiano Dante. Esta obra, que narra la historia del viaje mítico del poeta por el infierno, el purgatorio y el cielo, es auténtica expresión del espíritu religioso de la Edad Media. La religiosidad medieval encontró también su expresión en las creaciones del arte y, en especial, en la arquitectura. A partir del siglo X se desarrolló el arte románico, que se caracteriza ante todo por el empleo del arco de medio punto y la bóveda y la cúpula de media naranja. En el siglo XII nació en Francia un nuevo arte que recibiría el nombre de gótico. Sus elementos más típicos son el arco apuntado u ojiva, las ventanas de lancetas, los rosetones y las vidrieras de múltiples colores. La catedral gótica, con sus altas torres y sus altas naves era expresión de una profunda religiosidad y de la mística esperanza del hombre medieval de unirse a Dios. Ver, además, Edad Media, pestes y hambrunas Fuente. "Breve Historia Universal", Ricardo Krebs EDAD MEDIA, LEGADO La Edad Media dejó como legado o herencia principal al mundo conocido, entre otras cosas, el haber permitido la propagación y defensa de la fe católica, la construcción de templos o basílicas donde tenía efecto el culto a Dios, la creación y formación de los Estados Nacionales llamados Monarquías (Inglaterra, Francia, España), la difusión de la Biblia y la trasmisión cultural por parte de los monjes y sacerdotes, la latinización del mundo; es decir, de la utilización del latín como lengua universal. El sistema político y económico llamado feudalismo fue un sistema contractual de relaciones políticas, económicas y militares entre los miembros de la nobleza de Europa occidental durante la alta edad media.
  • 10. El feudalismo se caracterizó por la concesión de feudos (casi siempre en forma de tierras y trabajo) a cambio de una prestación política y militar, contrato sellado por un juramento de homenaje y fidelidad. Pero tanto el señor como el vasallo eran hombres libres, por lo que no debe ser confundido con el régimen señorial, sistema contemporáneo de aquél, que regulaba las relaciones entre los señores y sus campesinos. El feudalismo unía la prestación política y militar a la posesión de tierras con el propósito de preservar a la Europa medieval de su desintegración en innumerables señoríos independientes tras el hundimiento del Imperio Carolingio. Orígenes Cuando los pueblos germanos conquistaron en el siglo V el Imperio romano de Occidente pusieron también fin al ejército profesional romano y lo sustituyeron por los suyos propios, formados con guerreros que servían a sus caudillos por razones de honor y obtención de un botín. Vivían de la tierra y combatían a pie ya que, como luchaban cuerpo a cuerpo, no necesitaban emplear la caballería. Pero cuando los musulmanes, vikingos y magiares invadieron Europa en los siglos VIII, IX y X, los germanos se vieron incapaces de enfrentarse con unos ejércitos que se desplazaban con suma rapidez. Primero Carlos Martel en la Galia, después el rey Alfredo el Grande en Inglaterra y por último Enrique el Pajarero de Germania, cedieron caballos a algunos de sus soldados para repeler las incursiones sobre sus tierras. No parece que estas tropas combatieran a caballo; más bien tenían la posibilidad de perseguir a sus enemigos con mayor rapidez que a pie. No obstante, es probable que se produjeran acciones de caballería en este mismo periodo, al introducirse el uso de los estribos. Con total seguridad esto ocurrió en el siglo XI. Los caballos de guerra eran costosos y su adiestramiento para emplearlos militarmente exigía años de práctica. Carlos Martel, con el fin de ayudar a su tropa de caballería, le otorgó fincas (explotadas por braceros) que tomó de las posesiones de la Iglesia. Estas tierras, denominadas ‗beneficios‘, eran cedidas mientras durara la prestación de los soldados. Éstos, a su vez, fueron llamados ‗vasallos‘ (término derivado de una palabra gaélica que significaba sirviente). Sin embargo, los vasallos, soldados selectos de los que los gobernantes Carolingios se rodeaban, se convirtieron en modelos para aquellos nobles que seguían a la corte. Con la desintegración del Imperio Carolingio en el siglo IX muchos personajes poderosos se esforzaron por constituir sus propios grupos de vasallos dotados de montura, a los que ofrecían beneficios a cambio de su servicio. Algunos de los hacendados más pobres se vieron obligados a aceptar el vasallaje y ceder sus tierras al señorío de los más poderosos, recibiendo a cambio los beneficios feudales. Se esperaba que los grandes señores protegieran a los vasallos de la misma forma que se esperaba que los vasallos sirvieran a sus señores. Feudalismo clásico Esta relación de carácter militar que se estableció en los siglos VIII y IX a veces es denominada feudalismo Carolingio, pero carecía aún de uno de los rasgos esenciales del feudalismo clásico desarrollado plenamente desde el siglo X. Fue sólo hacia el año 1000 cuando el término ‗feudo‘ comenzó a emplearse en sustitución de ‗beneficio‘ este cambio de términos refleja una evolución en la institución. A partir de este momento se aceptaba de
  • 11. forma unánime que las tierras entregadas al vasallo eran hereditarias, con tal de que el heredero que las recibiera fuera grato al señor y pagara un impuesto de herencia llamado ‗socorro‘. El vasallo no sólo prestaba el obligado juramento de fidelidad a su señor, sino también un juramento especial de homenaje al señor feudal, el cual, a su vez, le investía con un feudo. De este modo, el feudalismo se convirtió en una institución tanto política como militar, basada en una relación contractual entre dos personas individuales, las cuales mantenían sus respectivos derechos sobre el feudo. Causas de la aparición del sistema feudal La guerra fue endémica durante toda la época feudal, pero el feudalismo no provocó esta situación; al contrario, la guerra originó el feudalismo. Tampoco el feudalismo fue responsable del colapso del Imperio Carolingio, más bien el fracaso de éste hizo necesaria la existencia del régimen feudal. El Imperio Carolingio se hundió porque estaba basado en la autoridad de una sola persona y no estaba dotado de instituciones lo suficientemente desarrolladas. La desaparición del Imperio amenazó con sumir a Europa en una situación de anarquía: cientos de señores individuales gobernaban a sus pueblos con completa independencia respecto de cualquier autoridad soberana. Los vínculos feudales devolvieron cierta unidad, dentro de la cual los señores renunciaban a parte de su libertad, lo que era necesario para lograr una cooperación eficaz. Bajo la dirección de sus señores feudales, los vasallos pudieron defenderse de sus enemigos, y más tarde crear principados feudales de cierta importancia y complejidad. Una vez que el feudalismo demostró su utilidad local reyes y emperadores lo adoptaron para fortalecer sus monarquías. El feudalismo alcanzó su madurez en el siglo XI y tuvo su máximo apogeo en los siglos XII y XIII. Su cuna fue la región comprendida entre los ríos Rin y Loira, dominada por el ducado de Normandía. Al conquistar sus soberanos, a fines del siglo XI, el sur de Italia, Sicilia e Inglaterra y ocupar Tierra Santa en la primera Cruzada, establecieron en todas estas zonas las instituciones feudales. España también adoptó un cierto tipo de feudalismo en el siglo XII, al igual que el sur de Francia, el norte de Italia y los territorios alemanes. Incluso Europa central y oriental conoció el sistema feudal durante un cierto tiempo y en grado limitado, sobre todo cuando el Imperio bizantino se feudalizó tras la cuarta Cruzada. Los llamados feudalismos del antiguo Egipto y de Persia, o de China y Japón, no guardan relación alguna con el feudalismo europeo, y sólo son superficialmente similares. Quizá fueran los samurais japoneses los que más se asemejaron a los caballeros medievales, en particular los shoguns de la familia Ashikaga; pero las relaciones entre señores y vasallos en Japón eran diferentes a las del feudalismo de Europa occidental. Características En su forma más clásica, el feudalismo occidental asumía que casi toda la tierra pertenecía al príncipe soberano —bien el rey, el duque, el marqués o el conde— que la recibía "de nadie sino de Dios". El príncipe cedía los feudos a sus barones, los cuales le rendían el obligado juramento de homenaje y fidelidad por el que prestaban su ayuda política y militar, según los términos de la cesión. Los nobles podían ceder parte de sus feudos a caballeros que le rindieran, a su vez, homenaje y fidelidad y les sirvieran de acuerdo a la extensión de las tierras concedidas. De este modo si un monarca otorgaba un feudo de doce señoríos a un noble y a cambio exigía el servicio de diez caballeros, el noble podía ceder a su vez diez de los señoríos recibidos a otros tantos caballeros, con lo que podía cumplir la prestación requerida por el rey.
  • 12. Un noble podía conservar la totalidad de sus feudos bajo su dominio personal y mantener a sus caballeros en su señorío, alimentados y armados, todo ello a costa de sufragar las prestaciones debidas a su señor a partir de su propio patrimonio y sin establecer relaciones feudales con inferiores, pero esto era raro que sucediera ya que los caballeros deseaban tener sus propios señoríos. Los caballeros podían adquirir dos o más feudos y eran proclives a ceder, a su vez, parte de esas posesiones en la medida necesaria para obtener el servicio al que estaban obligados con su superior. Mediante este subenfeudamiento se creó una pirámide feudal, con el monarca en la cúspide, unos señores intermedios por debajo y un grupo de caballeros feudales para servir a la convocatoria real. Los problemas surgían cuando un caballero aceptaba feudos de más de un señor, para lo cual se creó la institución del homenaje feudatario, que permitía al caballero proclamar a uno de sus señores como su señor feudal, al que serviría personalmente, en tanto que enviaría a sus vasallos a servir a sus otros señores. Esto quedaba reflejado en la máxima francesa de que "el señor de mi señor no es mi señor" de ahí que no se considerara rebelde al subvasallo que combatía contra el señor de su señor. Sin embargo, en Inglaterra, Guillermo I el Conquistador y sus sucesores exigieron a los vasallos de sus vasallos que les prestaran juramento de fidelidad. Obligaciones del vasallo La prestación militar era fundamental en el feudalismo, pero estaba lejos de ser la única obligación del vasallo para con su señor. Cuando el señor era propietario de un castillo, podía exigir a sus vasallos que lo guarnecieran, en una prestación denominada ‗custodia del castillo‘. El señor también esperaba de sus vasallos que le atendieran en su corte, con objeto de aconsejarle y de participar en juicios que afectaban a otros vasallos. Si el señor necesitaba dinero, podía esperar que sus vasallos le ofrecieran ayuda financiera. A lo largo de los siglos XII y XIII estallaron muchos conflictos entre los señores y sus vasallos por los servicios que estos últimos debían prestar. En Inglaterra, la Carta Magna definió las obligaciones de los vasallos del rey; por ejemplo, no era obligatorio procurar ayuda económica al monarca salvo en tres ocasiones: en el matrimonio de su hija mayor, en el nombramiento como caballero de su primogénito y para el pago del rescate del propio rey. En Francia fue frecuente un cuarto motivo para este tipo de ayuda extraordinaria: la financiación de una Cruzada organizada por el monarca. El hecho de actuar como consejeros condujo a los vasallos a exigir que se obtuviera su beneplácito en las decisiones del señor que les afectaran en cuestiones militares, alianzas matrimoniales, creación de impuestos o juicios legales. Herencia y tutela Otro aspecto del feudalismo que requirió una regulación fue la sucesión de los feudos. Cuando éstos se hicieron hereditarios, el señor estableció un impuesto de herencia llamado ‗socorro‘. Su cuantía fue en ocasiones motivo de conflictos. La Carta Magna estableció el socorro en 100 libras por barón y 5 libras por caballero; en todo caso, la tasa varió según el feudo. Los señores se reservaron el derecho de asegurarse que el propietario del feudo fuese leal y cumplidor de sus obligaciones. Si un vasallo moría y dejaba a un heredero mayor de edad y buen caballero, el señor no tenía por qué objetar su sucesión. Sin embargo, si el hijo era menor de edad o si el heredero era mujer, el señor podía asumir el control del feudo hasta que el heredero alcanzara la mayoría de edad o la heredera se casara con un hombre que tuviera su aprobación. De este modo surgió el derecho señorial de tutela de los herederos menores de edad o de las herederas y el derecho de vigilar sobre el matrimonio de éstas, lo que en ciertos casos supuso que el señor se eligiera a sí mismo como marido. La viuda de un vasallo tenía derecho a una pensión de por vida sobre el feudo
  • 13. de su marido (por lo general un tercio de su valor) lo que también llevaba a provocar el interés del señor por que la viuda contrajera nuevas nupcias. En algunos feudos el señor tenía pleno derecho para controlar estas segundas nupcias. En el caso de muerte de un vasallo sin sucesores directos, la relación de los herederos con el señor variaban: los hermanos fueron normalmente aceptados como herederos, no así los primos. Si los herederos no eran aceptados por el señor, la propiedad del feudo revertía en éste, que así recuperaba el pleno control sobre el feudo; entonces podía quedárselo para su dominio directo o cederlo a cualquier caballero en un nuevo vasallaje. Ruptura del contrato Debido al carácter contractual de las relaciones feudales cualquier acción irregular cometida por las partes podía originar la ruptura del contrato. Cuando el vasallo no llevaba a cabo las prestaciones exigidas, el señor podía acusarle, en su corte, ante sus otros vasallos y si éstos encontraban culpable a su par, entonces el señor tenía la facultad de confiscar su feudo, que pasaba de nuevo a su control directo. Si el vasallo intentaba defender su tierra, el señor podía declararle la guerra para recuperar el control del feudo confiscado. El hecho de que los pares del vasallo le declararan culpable implicaba que moral y legalmente estaban obligados a cumplir su juramento y pocos vasallos podían mantener una guerra contra su señor y todos sus pares. En el caso contrario, si el vasallo consideraba que su señor no cumplía con sus obligaciones, podía desafiarle —esto es, romper formalmente su confianza— y declarar que no le consideraría por más tiempo como su señor, si bien podía seguir conservando el feudo como dominio propio o convertirse en vasallo de otro señor. Puesto que en ocasiones el señor consideraba el desafío como una rebelión, los vasallos desafiantes debían contar con fuertes apoyos o estar preparados para una guerra que podían perder. Autoridad real Los monarcas, durante toda la época feudal, tenían otras fuentes de autoridad además de su señorío feudal. El renacimiento del saber clásico supuso el resurgimiento del Derecho romano, con su tradición de poderosos gobernantes y de la administración territorial. La Iglesia consideraba que los gobernantes lo eran por la gracia de Dios y estaban revestidos de un derecho sagrado. El florecimiento del comercio y de la industria dio lugar al desarrollo de las ciudades y a la aparición de una incipiente burguesía, la cual exigió a los príncipes que mantuvieran la libertad y el orden necesarios para el desarrollo de la actividad comercial. Esa población urbana también demandó un papel en el gobierno de las ciudades para mantener su riqueza. En Italia se organizaron comunidades que arrebataron el control del país a la nobleza feudal que incluso fue forzada a residir en algunas de las urbes. Las ciudades situadas al norte de los Alpes enviaron representantes a los consejos reales y desarrollaron instituciones parlamentarias para conseguir voz en las cuestiones de gobierno, al igual que la nobleza feudal. Con los impuestos que obtuvieron de las ciudades, los príncipes pudieron contratar sirvientes civiles y soldados profesionales. De este modo pudieron imponer su voluntad sobre el feudo y hacerse más independientes del servicio de sus vasallos. Decadencia El feudalismo alcanzó el punto culminante de su desarrollo en el siglo XIII; a partir de entonces inició su decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que los señores tuvieron problemas para obtener las prestaciones que debían recibir. Los vasallos prefirieron realizar pagos en metálico (scutagium, ‗tasas por escudo‘) a cambio de la ayuda militar debida a sus señores; a su vez éstos tendieron a preferir el dinero,
  • 14. que les permitía contratar tropas profesionales que en muchas ocasiones estaban mejor entrenadas y eran más disciplinadas que los vasallos. Además, el resurgimiento de las tácticas de infantería y la introducción de nuevas armas, como el arco y la pica, hicieron que la aballería no fuera ya un factor decisivo para la guerra. La decadencia del feudalismo se aceleró en los siglos XIV y XV. Durante la guerra de los Cien Años, las caballerías francesa e inglesa combatieron duramente, pero las batallas se ganaron en gran medida por los soldados profesionales y en especial por los arqueros de a pie. Los soldados profesionales combatieron en unidades cuyos jefes habían prestado juramento de homenaje y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no hereditarios y que normalmente tenían una duración de meses o años. Este ‗feudalismo bastardo‘ estaba a un paso del sistema de mercenarios, que ya había triunfado en la Italia de los condotieros renacentistas. Su papel en el desarrollo político La figura jurídica del feudo estaba contenida en el derecho consuetudinario de Europa occidental y en aspectos feudales como la tutela y el matrimonio, la reversibilidad y la confiscación, que continuaron en vigor después de que la prestación militar hubiera desaparecido. En Inglaterra las posesiones feudales fueron abolidas por ley en 1660, pero se prolongaron en algunas zonas de Europa hasta que el derecho consuetudinario fue sustituido por el Derecho romano, proceso concluido por el emperador Napoleón a prLos musulmanes en España Después de conquistar muchas tierras del Levante mediterráneo y todo el norte de África en el 711, los musulmanes decidieron invadir la península Ibérica. Derrotaron a las fuerzas de los visigodos mandadas por su rey don Rodrigo. Esta batalla que duró unos tres días vio el triunfo de los musulmanes y el fin del reino visigodo en España. El rey desapareció ya que no se pudo encontrar su cadáver en el campo de batalla y, según la crónica, sólo se encontraron su túnica, su corona, su calzado de oro y su caballo en un hoyo lleno de barro cerca del río Guadalete (Andalucía) donde tuvo lugar la batalla. Tanto la vida como la desaparición de don Rodrigo han venido a nutrir las leyendas y, a su vez, muchas obras literarias. Una vez exterminadas las fuerzas visigodas, los musulmanes conquistaron fácilmente toda la península, salvo algunos valles en los montes cantábricos. Los victoriosos ejércitos árabes pasaron los Pirineos e invadieron Francia y la habrían conquistado si los ejércitos francos no los hubieran derrotado en la batalla de Poitiers (Tours). Esta rápida conquista de la Península no sólo se puede explicar Don Rodrigo, rey de España mencionando la derrota sufrida por los visigodos en el Guadalete. visigoda en 711 Hay que añadir que ya antes de la llegada de los moros en el Norte de África el reino visigodo sufría de una gran inestabilidad política, también era injusto hacia grupos minoritarios y entre estos los judíos; además, los labradores estaban muy explotados por la nobleza. Los árabes trataron a los judíos mucho mejor y también mostraron una gran tolerancia hacia los cristianos. Muchos de estos cristianos se convirtieron al Islam (muladíes), pero los que permanecieron fieles a su fe pudieron continuar practicándola en sus iglesias. Es también cierto que las autoridades musulmanas intervenían en el nombramiento de los obispos de los que ahora se llamaban mozárabes; es decir, cristianos que vivían bajo el dominio árabe.
  • 15. Durante los primeros cuarenta años de la ocupación de la Península había muchísimas luchas y peleas entre las diferentes facciones que querían controlar el poder. Estas luchas reflejaban en España (Al-Andalús) lo que estaba aconteciendo en Damasco, donde los Abasíes y los Omeyas se disputaban el poder. Los Omeyas perdieron y la mayor parte de esta familia fue asesinada, con la excepción de un joven que consiguió huir y llegar a España, donde sus partidarios le entregaron el gobierno. Abderramán (Abd-er-Rahman), que así se llamaba este noble refugiado, se instaló en Córdoba y fue durante su emirato que se empezó la construcción de la Gran Mezquita, cuya belleza y grandeza se puede admirar hasta nuestros Batalla de Guadalete días. Abderramán I se independizó del dominio del califato de Damasco (756), pero continuó siendo emir (gobernador). Al-Andalús continúa siendo un emirato hasta la creación del Califato de Córdoba (912) por Abderramán III. La dominación musulmana se puede dividir en cuatro partes: I. Emirato dependiente de Damasco (711- 756). II. Emirato independiente (756-912). III. Califato de Córdoba (912-1030). IV. Reino taifas (1030- 1492). Desde los primeros años de la conquista árabe de la península hasta 1030 cuando el Califato de Córdoba se desintegra en una serie de reinos árabes llamados "taifas," los musulmanes poseían una gran parte del territorio de lo que hoy es España y Portugal. Los cristianos habían establecido unos reinos y condados que correspondían, en gran parte, a una zona montañosa formada por los montes cantábricos y los Pirineos. Es importante recordar que estas dos culturas estuvieron conviviendo durante mucho tiempo. A estas dos culturas tenemos que añadir otra, la judía o hispano hebrea. Aunque fuera ésta minoritoria, tuvo muchísima importancia por la contribución que hizo, tanto en las ciencias como en las letras, a la España tanto musulmana como cristiana. Durante el Califato, Córdoba era una ciudad que resplandecía tanto en su planta física como en su cultura. En esa época tanto Londres como París eran ciudades pequeñas y sucias, pero Córdoba se extendía kilómetros y kilómetros por ambas riberas del Guadalquivir con una población de casi medio millón de habitantes. Cerca de Córdoba, Abderramán III construyó Medinat-ez-Zahra para su esposa favorita. Lo que asombra es que se construyó en poquísimos años y llegó a ser una verdadera joya arquitectónica que por su gran belleza inspiró a muchos poetas. Hoy sólo quedan las ruinas y sobre ellas los arqueólogos de hoy, junto con los arquitectos del Patrimonio nacional van poco a poco reconstruyendo algunos de Don Rodrigo, en el museo de cera los edificios. de Madrid Claro está que nunca se volverá a ver esos salones con columnas de mármol y paredes cubiertas de oro. Según los pocos escritos que han llegado hasta hoy y que cantan la gloria de esos lugares, entrar en Medina Azahara (Medinat-ez-Zahra) era pasar al mundo encantado de Las mil y una noches.
  • 16. Sin duda alguna, Córdoba era, en el siglo X, una de las ciudades de gran esplendor cultural. Se podía comparar favorablemente con la Constantinopla y Bagdad de esa época. Esta ciudad junto como otras que no podemos olvidar tales como Sevilla, Toledo y Granada produjeron individuos que alcanzaron un gran renombre en las matemáticas, astronomía, botánica, historia, geografía, filosofía, etc. Este gran saber se debe al hecho de que los árabes tradujeron y estudiaron las obras clásicas de los griegos. El pensamiento árabe le debe mucho a la filosofía griega y a su vez los filósofos y teólogos cristianos deben mucho a los comentaristas árabes, ya que sus escritos traducidos al latín se difundieron por la Europa cristiana. Averroes (Ibn Rushd, 1126-1198) en su aristotelianismo trató de reconciliar la fe y la razón, la ciencia y la religión. Entre los grandes pensadores hispano-hebreos destaca el cordobés Maimonides (Moses Ben Maimon, 1139-1205) Califato de Granada hacia el 1002 que contemporáneo de Averroes. (ampliar imagen) Después de la muerte del gran general Almanzor en 1002, Al-Andalús se vio envuelto en una serie de crisis que resultaron en la fragmentación del Califato (1035). Esta creación de los reinos taifas vino a debilitar el poder de los musulmanes en España y a partir de este momento la iniciativa militar está en manos de los reinos cristianos. La Reconquista que así se ha llamado a esta serie de guerras y luchas que los cristianos llevaron a través de ocho siglos para volver a poseer las tierras que antes fueron de los visigodos, no acabó antes con la presencia mora en España debido principalmente al hecho que estos reinos cristianos se pasaban mucho tiempo luchando entre si. Otra razón fue que invasiones de moros de Marruecos vinieron a dar más vigor militar a los reinos árabes de la península. Fue durante estas invasiones de almorávides (1086), almohades (1146) y benimerinos (1212) que los reinos cristianos se unían para hacer un frente común a los nuevos invasores que tenían su propia idea de reconquistar. Las grandes ciudades árabes y los reinos taifas que representaban fueron cayendo poco a poco en poder de los reyes cristianos: Zaragoza, Toledo, Córdoba, Sevilla, Valencia, y finalmente, Granada. Este Reconquista resultó ser tan lenta que entre la toma de Toledo por Alfonso VI de Castilla en 1085 y la caída de Granada en 1492 pasaron más de cuatro siglos; aunque después de caer Sevilla a mediados del siglo XIII bajo el poder de Castilla y Valencia ahora en el poder de Aragón, el dominio cristiano es hegemónico. El reino de Granada sobrevivió por razones político-económicas. Los emires o reyezuelos granadinos pagaron tributos en oro durante muchísimos años antes que los Reyes Católicos Interior de la mezquita de Córdoba decidieran eliminar por completo de la península la presencia musulmana. El origen de las Cruzadas
  • 17. La I Cruzada fue predicada por el Papa Urbano II en el Concilio de Clermont (1095), tras la conquista de Jerusalén por los turcos seljúcidas (1076) y las peticiones de ayuda del emperador bizantino Alejo I Comneno. Aparte de la recuperación de los Santos Lugares, con su clara connotación religiosa, los Papas vieron las Cruzadas como un instrumento de ensamblaje espiritual que superase las tensiones entre Roma y Constantinopla, que además elevaría su prestigio en la lucha contra los emperadores germanos, afianzando su poder sobre los poderes laicos. También como un medio de desviar la guerra endémica entre los señores cristianos hacia una causa justa que pudiera ser común a todos ellos, la lucha contra el infiel. El éxito de esta iniciativa y su conversión en un fenómeno histórico que se extenderá durante dos siglos, se deberá tanto a aspectos de la vida económica y social de los siglos XI al XIII como a cuestiones políticas y religiosas, en las que intervendrán una gran variedad de agentes: como la difícil situación de las masas populares de Europa occidental; el ambiente escatológico, que hacía de la peregrinación a Jerusalén el cumplimiento del supremo destino religioso de los fieles; o los intereses comerciales de las ciudades del norte de Italia que participaban en estas expediciones y que encontraron en las cruzadas su oportunidad de intensificar sus relaciones comerciales con el mediterráneo oriental, convirtiéndose en las grandes beneficiarias del proceso. Los comerciantes Italianos reabrieron el Mediterráneo oriental al comercio occidental, monopolizaron el tráfico y se convirtieron en intermediarios y distribuidores en Europa de las especies y otros productos traídos de China e India. Cruzadas: buen negocio También tuvo su papel la necesidad de expansión de la sociedad feudal, en la que el marco de la organización señorial se vio desbordado por el crecimiento, obligando a emigrar a muchos segundones de la pequeña nobleza en busca de nuevas posibilidades de lucro. De esta procedencia eran la mayoría de los caballeros franconormandos que formaron la mayor parte de los contingentes de la primera cruzada. Espiritualmente dos corrientes coinciden en las Cruzadas. Por un lado, la idea de un itinerario espiritual que enlaza la cruzada con la vieja costumbre penitencial de la peregrinación. Así se intenta alcanzar la Jerusalén celestial por vía de la Jerusalén terrestre. Ambas a ojos del cristiano del siglo XI resultaban prácticamente inseparables. Y más que para los caballeros para las masas populares imbuidas de unas ideas mesiánicas y en extremo anarquizantes, que chocaron repetidamente con el orden social establecido. Son las llamadas cruzadas populares, como la de Pedro el Ermitaño, que precedió a la expedición de los caballeros, la de los Niños (1212) y la de los Pastoreaux (1250). Por otro lado, está la idea de una "guerra santa" contra los infieles, en la que Jerusalén no constituye el único objetivo, se lucha contra el Islam. Las ocho Cruzadas La historiografía tradicional contabiliza ocho cruzadas, aunque en realidad el número de expediciones fue mayor. Las tres primeras se centraron en Palestina, para luego volver la vista al Norte de África o servir a otros intereses, como la IV Cruzada. La I cruzada (1095-1099) dirigida por Godofredo de Bouillon,
  • 18. Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo I de Tarento culminó con la conquista de Jerusalén (1099), tras la toma de Nicea (1097) y Antioquia (1098), y la formación de los estados latinos en Tierra Santa: el reino de jerusalén (1099), el principado de Antioquia (1098) y los condados de Edesa (1098) y Trípoli (1199). La II Cruzada> (1147-1149) predicada por San Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa por los turcos, y dirigida por Luis VII de Francia y el emperador Conrado III, terminó con el fracasado asalto a Damasco (1148). La III Cruzada (1189-1192) fue una consecuencia directa de la toma de Jerusalén (1187) por Saladino. Dirigida por Ricardo Corazón de León, Felipe II Augusto de Francia y Federico III de Alemania, no alcanzó sus objetivos, aunque Ricardo tomaría Chipre (1191) para cederla luego al Rey de Jerusalén, y junto a Felipe Augusto, Acre (1191). La IV Cruzada (1202-1204), inspirada por Inocencio III ya contra Egipto, terminó desviándose hacia el Imperio Bizantino por la intervención de los venecianos, que la utilizaron en su propio beneficio. Tras la toma y saqueo de Constantinopla (1204) se constituyó sobre el viejo Bizancio el Imperio Latino de Occidente, organizado feudalmente y con una autoridad muy débil. Desapareció en 1291 ante la reacción bizantina que constituyeron el llamado Imperio de Nicea, al tiempo que Génova sustituía a Venecia en el control del comercio bizantino. Ricardo Corazón de León La V (1217-1221) y la VII (1248-1254) Cruzadas, dirigidas por Andrés II de Hungría y Juan de Brienne, y Luis IX de Francia, respectivamente, tuvieron como objetivo el sultanato de Egipto y ambas terminaron en rotundos fracasos. La VIII cruzada (1271) también fue iniciativa de Luis IX. Dirigida contra Túnez concluyó con la muerte de San Luis ante la ciudad sitiada. La VI Cruzada (1228-1229) fue la más extraña de todas, dirigida por un soberano excomulgado, Federico II de Alemania, alcanzó unos objetivos sorprendentes para la época: el condominio confesional de Jerusalén, Belén y Nazareth (1299), status que sin embargo duraría pocos años. España no tuvo mucho que ver en estas Cruzadas, varios miles de españoles se alistaron para combatir al "infiel". En el año 1180 el papa Alejandro III emitió una bula reconociendo la Orden de los Caballeros de Nuestra Señora de Montjoie, fundada por un español, el conde Rodrigo, siete años más tarde muchos hermanos se pasaron a las otras Órdenes Militares nacionales y otros se retiraron a Aragón, la conocida Orden de Trufac. La Orden del Temple los absorbió. Estas Órdenes Militares extranjeras —la Hospitalaria de San Juan o de los Caballeros de Malta, el Temple y los Caballeros Teutónicos— sí fueron las que actuaron ayudando a las españolas, pues, como dijo Fernando II de Castilla "No faltan moros en mi propio país". Esta Cruzada no es ni más ni menos que la Reconquista, iniciada, según muchos, por Pelayo en el año 722 en la famosa Batalla de Covadonga. Duró 770 años, hasta 1492, la caída de Granada en manos cristianas. El siguiente gran paso hacia la reconquista fue la toma de Toledo en el año 1085. al-Andalus se Importantes pero infructuosas
  • 19. había convertido en un lugar donde los musulmanes nacían y morían. Consecuencias Las Cruzadas influyeron en múltiples aspectos de la vida medieval, aunque, en general, no cumplieron los objetivos esperados. Casi todas las expediciones militares sufrieron importantes derrotas. Jerusalén se perdería en 1187 y lo que quedó de las posiciones cristianas tras la III Cruzada hasta su definitiva pérdida en el siglo XIII (San Juan de Acre -1291) se limitaba a una estrecha franja litoral cuya pérdida era cuestión de tiempo. Además, los señores de Occidente llevaron sus diferencias tanto a las propias Cruzadas (Luis VII de Francia y Conrado III en la II Cruzada; Ricardo Corazón de León y Felipe II Augusto en la III) como a los estados cristianos fundados en Tierra Santa, donde los intereses de los diferentes grupos dieron lugar a numerosos conflictos. En el intento de reensamblar las cristiandades latina y griega, no sólo fallaron las Cruzadas, sino que se acentuó el odio y la diferencia entre ellas, convirtiéndose en causa última de la ruptura definitiva entre Roma y Bizancio. Cierto es que Bizancio pidió ayuda a Occidente, pero al modo tradicional, pequeños grupos de soldados que le ayudasen a recobrar las Los señores de Occidente provincias perdidas, no con grandes ejércitos poco dispuestos a someterse a la disciplina de los mandos bizantinos, o que se convirtieran en poderes independientes en las tierras que ocupasen o en la propia Constantinopla, como ocurrió en la IV Cruzada. Historiadores como Ana Comneno o Guillermo de Tiro nos han dejado testimonios del impacto del paso de los cruzados por las tierras bizantinas y el choque entre la brutalidad de costumbres de los occidentales y el refinamiento cultural bizantino. Por último, y a pesar de los réditos políticos que las Cruzadas tuvieron para el Papado como director de la política exterior europea, pronto se encontró Roma con voces que criticaban su uso como instrumento al servicio de los intereses papales, sobre todo desde que no se limitaron a los musulmanes, y se dirigieron también contra los disidentes religiosos o los enemigos políticos. La expansión del comercio y el crecimiento de la población El mundo feudal europeo se caracterizaba por relaciones personales verticales dictadas por reglas estrictas basadas en la costumbre. La relación entre el señor y sus siervos suponía apelar a un sistema de obligaciones mutuas y de servicios, desde lo más alto a lo más bajo, establecidas en función de la posesión de la tierra. Los servicios que el siervo debía al señor y los que el señor debía al siervo, por ejemplo frente a un ataque o el estallido de una guerra, eran todos convenidos y cumplidos según la costumbre.
  • 20. La posesión de la tierra implicaba su explotación agrícola con base en un sistema comunal; cultivándose colectivamente los campos abiertos y estableciéndose acuerdos contractuales para el reparto de las cosechas, el uso de las máquinas, herramientas, y la prestación de los servicios por parte de los vasallos hacia su señor. De esta organización participaba activamente la Iglesia, poseedora de una gran cantidad de tierras, las cuales ampliaba frecuentemente en virtud de las donaciones que recibía en calidad de herencia por parte de los señores. El rasgo más importante en lo económico de los dominios feudales, se refiere a que sea cual fuere la relación entre patrono y trabajador, ya se tratara de un estatuto tradicional, de una obligación o de una compulsión, el hecho es que los productos se entregaban pero no se vendían. Sobre este orden de dominio de la tierra, junto con toda Relaciones verticales medievales. suerte de compulsiones y exacciones respecto al trabajo, van a ocurrir desde el siglo X importantes cambios vinculados a dos hechos estrechamente vinculados entre si: la expansión demográfica y el crecimiento de la actividad comercial. Hacia comienzos del siglo XII la presión demográfica comienza a provocar una disminución del control de la tierra por parte de los señores, mientras que la expansión del comercio trae aparejadas nuevas relaciones contractuales para el trabajo y para los intercambios. En principio, incluso algunos señoríos se convierten en factores de animación económica y en reguladores de los movimientos de la producción y de los intercambios. Posteriormente, dan paso a la organización de los mercados en torno a las ferias y a la emergencia de poderosos centros urbanos funcionando como redes articuladas de comercio. Mapa conceptual
  • 21. Estrechamente vinculado a la expansión demográfica, el movimiento de expansión del espacio agrícola, la multiplicación de los núcleos urbanos y de colonización regional, representan la expresión tangible del crecimiento económico de la Europa de los siglos medievales tempranos; proceso que continuará durante toda la Edad Media, aunque sometido a significativas perturbaciones.
  • 22. Mayor uso del suelo. El aumento de las roturaciones y la intensificación del uso de los terrazgos existentes determinarán el incremento de la producción agrícola. El desbloqueo de una situación precaria sirve de incentivo para el desarrollo de otras actividades productivas, particularmente la industria artesanal y el comercio. En conjunto con esta evolución, comienza a gestarse una red de relaciones personales horizontales para el trabajo, para los préstamos y la compraventa de mercancías, apoyándose en un esquema cooperativo del todo diferente al existente en el señorío feudal tradicional; una red de relaciones comerciales y de intercambio de servicios entre centros urbanos y poblados rurales; y una red comercial interregional que abarcará prácticamente toda Europa y amplias zonas de comercio con regiones del Cercano Oriente, el norte de África y Asia oriental. Actuando como causa al mismo tiempo que como consecuencia, al unísono o de forma aislada, una serie de factores se van a correlacionar para tener efectos significativos en la ampliación de los intercambios y en la vinculación de los espacios comerciales. Entre estos factores destaca, en primer lugar, las mejoras de las vías y de los medios de comunicación como expresión de los adelantos técnicos que se estaban gestando en los transportes, especialmente en los fluviales y marítimos. Sirva como ejemplo la región de Lombardía, donde en los últimos decenios del siglo XII los municipios urbanos acometen una relevante obra de renovación de las rutas y de las vías navegables. La posibilidad de que la más remota aldea se hiciera accesible en barco o en carro desde la ciudad, promoviendo los intercambios, agilizó los acuerdos comerciales entre centros urbanos y localidades rurales, reduciéndose los costos de transporte implicados. Un hecho colateral testimonia la importante mejora de las vías de navegación, incentivada por la dinámica comercial regional e internacional europea. Es el aumento constante de la capacidad de carga de los barcos mercantes. Hacia 1320, las galeras venecianas que se dirigían a Chipre o Flandes tenían una capacidad de carga de aproximadamente 110 a 115 toneladas métricas; un siglo después la capacidad de carga había aumentado a 170 toneladas métricas; y hacia 1550 dicha capacidad se había elevado hasta 280. Pero quienes se convierten en los líderes de las embarcaciones con una gran capacidad de carga, provocando que la productividad de los transportes se dispare, son los genoveses. Hacia finales del siglo XIII se observarán barcos genoveses que exceden la capacidad de flete de 450 toneladas de las naos catalanas, consideradas hasta ese momento las de mayor tonelaje. Auge comercial y productivo. Este avance genovés tiene su explicación en la necesidad de transportar unos productos pesados a bajo precio para asegurar el abastecimiento de la ciudad. Los grandes navíos no eliminan a los pequeños y la circulación de éstos es un buen indicador de una coyuntura económica favorable. Un segundo factor que potencia el funcionamiento de redes de producción y de comercio se observa en la instalación de los mercados locales, floreciendo mayoritariamente en el norte de Europa. En Inglaterra, la Corona era la otorgante de las cartas de establecimiento de estas ferias y mercados, llegando a entregar cerca de dos mil.
  • 23. Algunas ferias comerciales llegaron a ser muy importantes, como las ferias de Champaña, logrando concentrar un gran número de compradores y vendedores de los más variados productos. Sin embargo, hacia finales del siglo XIV las ferias comenzaron a decaer, al ser paulatinamente sustituidas por mercados permanentes ubicados en áreas urbanas, y en la medida que seguían reduciéndose los costos de transporte de las rutas de comunicación marítima entre el norte y el sur. Activos mercados locales. Cabe destacar que en las ferias ya se percibía, además de las operaciones comerciales de productos, la instauración de un incipiente sistema de cambio monetario. Los días finales de una determinada feria eran dedicados a las transacciones financieras, implicando cambios de diferentes monedas, una vez pesadas y evaluadas; negociaciones de préstamos, pago de deudas antiguas; se honraban cartas de crédito y se hacían operaciones con letras de cambio. El aspecto anterior está vinculado con el hecho de que la ampliación de la base monetaria para que las transacciones se lleven a cabo y el dinero adquiera algunas de sus funciones especializadas, se venía gestando en Europa desde la época carolingia. Cerca del año mil, existía una gran variedad de monedas en circulación, respondiendo a varias tradiciones monetarias. El sistema evoluciona en la dirección de desarrollarse hacia un plurimetalismo y, simultáneamente, hacia un régimen de monometalismo plata, vinculado relativamente a la explotación de las minas de plata (Bohemia, Cerdeña, Tirol, Sajonia). Desde el siglo XIII tres tipos de monedas se utilizan con diferentes propósitos. El vellón es la moneda de los intercambios cotidianos (pan, vino, limosnas, portazgos, censos); la plata es la moneda de los mercaderes y de las transacciones del mercado local; el oro y las letras de cambio están reservados al comercio internacional, a los príncipes y a la aristocracia. Hacia mediados del siglo XIII, la propia dinámica comercial impone que las monedas más sólidas, como las monedas de oro emitidas en gran cantidad en ciudades muy activas económicamente, terminen convirtiéndose en el patrón de referencia para la fijación de los tipos de cambio. De hecho, se ha presentado al Florín, emitido en Florencia, como la moneda que en el siglo XV representaba el papel del dólar en el presente. Galera veneciana. Los primeros y principales usuarios de las monedas de oro van a ser los propios italianos, en la medida que son ellos quienes manejan buena parte del comercio internacional, pero también los operadores de los fondos de los principados y del papado. En los años centrales del siglo XIV la moneda de oro se diversifica y es emitida por diversos reinos, perdiendo así el florín su situación de cuasi monopolio y siendo este aspecto un síntoma de una verdadera integración de la moneda de oro en la economía europea. Un tercer factor detrás de la expansión comercial se relaciona con que, trátese de la producción rural o de la producción urbana, ésta adquiere unas nuevas cualidades derivadas del papel imputable a cambios, aunque rudimentarios, en la organización de las tareas, y la preeminencia que va adquiriendo el trabajo asalariado. La unidad industrial típica lo constituye el taller agremiado, formado por el maestro artesano produciendo junto con sus trabajadores, siendo el mismo a menudo fabricante y vendedor a la vez. Por lo
  • 24. general, las materias primas para elaborar sus productos le pertenecían, así como las herramientas con las cuales trabajaba. Esta rudimentaria especialización, a pesar de sus limitaciones, significó contar con una mano de obra cada vez más cualificada. La aparición del trabajo asalariado denota uno de los cambios más significativos provocados por la expansión del comercio y el incremento de la población. La introducción de los salarios posibilita una mejor medida del ingreso del trabajador tanto en términos monetarios como en términos reales, asociado a los cambios de los precios, la oferta y la demanda de trabajo. Las consecuencias del incremento de la población provocarán la caída del salario real, elevándose el nivel de precios de los principales rubros, fundamentalmente los agrícolas, la Movimiento comercial en puerto medieval. dinámica contraria generará un incremento del salario real del trabajador. Un cuarto factor relevante es la división del trabajo que comienza a operar entre la producción urbana y la producción rural, estableciéndose una red de intercambios alrededor de ellas. Los núcleos urbanos se concentraron en la producción de artículos manufacturados y en el comercio; el campo, ampliado cada vez más en la medida que se incorporaban tierras de frontera para su cultivo, se especializó en la producción de los rubros agrícolas necesarios para abastecer el creciente mercado, conformado tanto por los que ya no producían sus propios alimentos, así como por los negociantes de materias primas obtenidas del medio rural. Los intercambios involucraban además la movilización de campesinos y artesanos hacia las ciudades, en la medida que factores como la expansión demográfica y el propio crecimiento del comercio los impulsaba a buscar nuevas oportunidades. Un ejemplo característico de estas relaciones urbano-rurales se puede visualizar en el papel que cumplía la producción de vino, que hasta la época carolingia fue tenido por un cultivo de lujo. El desarrollo de los viñedos se da con fuerza a partir del siglo XI, cuando la viticultura campesina coexiste, y en muchos casos sustituye a la viticultura eclesiástica. En la medida que se amplió la producción Florín de oro, 1347. vinícola, consecuentemente se expandieron las redes rurales y urbanas para su comercio, contribuyendo a difundir mejores técnicas para su producción, el trabajo asalariado, y un mayor desarrollo de la tonelería y la organización para su transporte y exportación. La manifestación más palpable del impulso adquirido por los intercambios comerciales, lo representa la aparición de nuevos núcleos urbanos y la consolidación o crecimiento de los existentes. Las ciudades generarán una gran dinámica, propiciando la creación de nuevas instituciones políticas y económicas, como el gremio, la confraternidad, la universidad, nuevas normas para los negocios y las finanzas, y nuevas actitudes hacia aspectos como el tiempo, el riesgo, el trabajo.
  • 25. La expansión del comercio independizó las transacciones basadas en la necesidad de especificar el conjunto de los bienes a transar. Al ampliarse, por ejemplo, los pagos en metálico, la balanza se inclinó hacia nuevas formas contractuales más eficaces, que reducían los costos de transacción implicados. El surgimiento de comunidades que operaban dentro de un sistema de relaciones sociales, de producción y distribución diferente al régimen feudal imperante, se logró en algunas regiones con la cooperación de los mismos estamentos feudales; empero, en otras regiones comportó una intensa pugna con éstos, en la medida que las nuevas relaciones amenazaban sus beneficios y privilegios. Ciudades más pobladas. Las causas subyacentes al origen de las ciudades medievales es tema de controversia y depende sobremanera de las condiciones particulares, variantes de región a región y de un país a otro. En ciertas ciudades, los factores más influyentes parecen haber sido el aumento de la densidad de población y unas particulares condiciones geográficas, en otras ciudades el elemento de mayor peso para su surgimiento lo constituyó la expansión del comercio. No se puede descartar que las variables mencionadas hayan actuado al unísono en algunos casos, ni que otras causas puedan ser consideradas. Al parecer, algunas ciudades se originaron a partir de un aumento de la densidad de población en ciertos medios rurales, por lo cual existió, al menos en un principio, una continuidad entre comunidad aldeana y comunidad urbana. Así, ciertas ciudades inglesas, por ejemplo Manchester, pueden haber tenido un origen puramente rural, aunque su desarrollo urbano fue imputable a una buena posición geográfica, como un fiordo, o la cercanía al estuario de un río, determinando su conversión en centros comerciales. Otra tesis, debida a Pirenne (1980), encuentra la explicación del resurgimiento de las ciudades en el establecimiento de grupos de comerciantes y artesanos bajo las murallas de un monasterio o un castillo, no sólo por la protección militar que éste proporcionaba, o por su situación favorable sobre una ruta comercial ya existente, sino también porque allí se le ofrecían ciertos privilegios a cambio de proveer algunas Artesanos productivos. necesidades demandadas por los feudos. El factor decisivo para este resurgimiento fue el renacimiento del comercio marítimo en el Mediterráneo, trayendo como consecuencia el movimiento de caravanas comerciales transcontinentales y, en su momento, el asentamiento de colonias locales de mercaderes. Ejemplos de ciudades constituidas bajo estas condiciones serían Londres y, en Europa continental, París, Colonia en los márgenes del Rin, y ciudades germanas y flamencas como Bremen, Magdeburgo, Gante y Brujas. Venecia sirve de modelo de desarrollo de la ciudad-estado mercantil. Desde el siglo VIII sus barcos transportan hacia Constantinopla los productos de las regiones que la rodean; aceite, trigo y vinos de Italia, sal de las lagunas, maderas de construcción, vidrio, armas y, a pesar de las prohibiciones de la Iglesia, esclavos que consiguen sus marinos en los pueblos eslavos de las costas del Adriático. En pago reciben los valiosos tejidos en seda y de muselina que fabrica la industria bizantina, así como especias que Constantinopla recibe de Asia.
  • 26. Influyó sobremanera en este comercio lo altamente apreciadas que eran en Occidente las especias de la India, principalmente la pimienta, que incluso llegó a utilizarse en algunos sitios como medio de pago; también eran muy demandada la nuez moscada, así como el jengibre, la canela y el azafrán, junto con las sustancias aromáticas provenientes de Asia Menor, como el incienso, el bálsamo, la mirra. Ya en el siglo X y los dos siguientes el nivel de comercio veneciano alcanza grandes proporciones, combinándose el auge de riqueza con un sistema organizado de poder, una organización política y administrativa que la coloca en un plano hegemónico dentro de su área de influencia, y aun más allá, hacia el interior de Europa. Las Cruzadas determinarán el aumento de la influencia comercial de Venecia, pero también provocarán un impulso de la misma naturaleza sobre otras ciudades italianas y, en menor medida, posteriormente, sobre las ciudades de la región de Cataluña, particularmente Barcelona. Comercio textil floreciente. El eje comercial incorporará rápidamente a Florencia, Milán, Génova y Pisa. Se forma así un comercio triangular entre estas ciudades, algunas regiones de Asia y el norte de Europa. Dentro de este movimiento económico van surgiendo las industrias que ayudan a conformar una matriz donde el comercio no sólo se basa en productos agrícolas. Las ciudades italianas se convierten, irradiando hacia el espacio mediterráneo, en una amplia red comercial textil, sustentada fundamentalmente en la pañería de lana, pero incluyendo también los tejidos de lienzo y de seda. En efecto, a la circulación Occidente-Oriente de los paños y de los lienzos corresponde, en sentido inverso, la de la seda y el alumbre (mordiente indispensable para la industria textil). Debido a que este tipo de comercio complementario implicaba para las ciudades italianas la exportación de productos pesados de bajo costo, frente a la importación de ―bienes de lujo‖ con mayor valor agregado y un tráfico comercial más costoso, el intercambio con Oriente sólo pudo ser equilibrado por medio de masivas exportaciones desde Occidente. Esta corriente internacional de comercio tuvo la particularidad de afianzarse por encima de la situación de amenaza política que significó para Europa el avance turco. Más allá de la importancia de la expansión islámica en los destinos del mundo, ésta no cambió la situación de preeminencia comercial que las ciudades italianas acababan de adquirir en el Levante. La ofensiva islámica se concentraba en tierra firme, puesto que los turcos tenían una flota débil. En realidad, antes que perjudicarlos, el comercio de los italianos con las costas de Asia menor los beneficiaba. Por intermedio de este comercio, las especias traídas por las caravanas de China y de India, podían transitar hacia Siria, donde eran embarcadas por los comerciantes italianos. La persistencia de la navegación creó el efecto de un mecanismo de mutuo beneficio, que a la par de incrementar el poderío económico de las ciudades italianas, también mantenía la dinámica de la actividad económica de las regiones turcas. Por otra parte, aunque el tráfico comercial con Asia se sustentó en la importación de especias, es un error considerar que se limitaba exclusivamente a estos rubros. Hacia 1200 la variedad de productos que se importaban de China, India y el mundo musulmán, incluirían arroz, naranjas, albaricoques, higos, pasas, perfumes, medicinas, materias para teñir. Hay que agregar el algodón y la seda bruta, cuyo comercio aumenta ostensiblemente en la medida que se desarrolla la industria textil italiana y flamenca.