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SENSACIÓN Y SENTIDOS
                                                Basado en: La Ciencia de la Vida
                                                                  De H.G. Wells
                                                                  Julian Huxley
                                                                   y G.P. Wells

                                                         Por Javier Avila Guzmán
                                                              UNAM FES Acatlán
                                                                   Enero de 2012



     El organismo humano, como el de todo ser vivo, opera por sensaciones
producidas por estímulos nerviosos, si los impulsos nerviosos fueran visibles,
tendríamos frente a nosotros un espectáculo de actividad y estremecimientos
continuos en escenas de actividad ondulantes. Veríamos una incesante sucesión
de impulsos recorriendo los músculos a velocidades vertiginosas, manteniendo a
cada músculo tenso y dispuesto a la acción. Pero como ya N. Wiener lo señaló,
esta conexión es de doble vía. Por lo que también veríamos otra serie de impulsos
incesantes viajando vertiginosamente en dirección opuesta. Antes de adentrarnos
en el cerebro, debemos considerar todos estos impulsos que traen sin cesar
informaciones, al cerebro, de todas las regiones del cuerpo.

Efectivamente y similar a una red teléfónica que transporta flujos en dos sentidos,
                                              en nuestro cuerpo existe esta doble
                                              conexión entre fibras sensitivas,
                                              que transportan información del
                                              cuerpo al cerebro; y             fibras
                                              motoras, que llevan impulsos del
                                              cerebro hacia los músculos. Ambas
                                              fibras unidas forman los nervios de
                                              nuestro sistema nervioso, y si bien
                                              bien      ambas,      estructural     y
                                              funcionalmente       son     similares,
                                              difieren en la dirección en que viajan
                                              sus flujos, su origen y destino y por
                                              tanto sus significado funcional.

                                              Los órganos de los sentidos,
                                              estaciones terminales del sistema
                                              nervioso, son de muy diversas
                                              clases y se encuentran distribuidos
en todos los tejidos del cuerpo, e informan del estado y condición de cada región.
Así, el cerebro (gobierno central) está perfectamente enterado de la posición,
estado y movimientos de cada uno de nuestros órganos, tejidos y músculos, y
sabe oportunamente si, por ejemplo, hay malestar en el torax por hambre o por
indigestión.

     A los órganos de los sentidos que dan cuenta del estado interno de nuestro
cuerpo (autocepción), se les conoce como órganos internos de los sentidos.
También están los otros, más conocidos, que dan cuenta de las circunstancias y
estados externos al cuerpo (heterocepción), también llamados órganos externos
de los sentidos. Estos últimos, además se subdividen en dos: órganos de la
sensación y el gusto (tacto y gusto), que reportan sensaciones muy cercanas a
nuestro cuerpo (de contacto); y, otros como la vista, el oido y el olfato, que
                                                 reportan     lo     que     ocurre
                                                 externamente y a distancia. La
                                                 importancia de éstos últimos
                                                 además tiene que ver con la
                                                 capacidad de prevenir un
                                                 peligro, identificar una dirección
                                                 o buscar lugares seguros, para
                                                 lo que están conectados a
                                                 centros especializados en el
                                                 cerebro.

                                                        Si consideramos uno de los
                                                     más sencillos órganos de los
                                                     sentidos de contacto, un pelo,
                                                     observaremos que produce,
                                                     ante la cercanía de un cerillo,
un ligero cosquilleo debido al anillo sensitivo que lo conecta a un nervio.
Piénsese en la utilidad de los bigotes del ratón o del gato que les ayudan a guiarse
en la obscuridad.

Como el pelo se encuentra holgadamente contenido en el interior del folículo
piloso, cualquier contacto que le represente movimiento (contacto), produce la
exitación del anillo sensitivo y en el acto sale un impulso hacia el sistema nervioso
central.

     Este impulso, sin embargo, nada dice en concreto, es igual a cualquier otro.
Es el cerebro el que tiene que distinguir entre varias clases de sensaciones e
interpretar el significado de ese estímulo.
¿Cómo lo hace? Si pudiéramos observar todas las fibras sensitivas del cuerpo,
veríamos que sólo se distinguen por el área que conectan y por el tipo de fibra
nerviosa que las conecta a las células cerebrales que las reciben. Así las
sensaciones del folículo piloso llegan a cierta área cerebral que las interpreta
como una sensación de tacto, mientras que una fibra sensitiva que viene de la
parte sensible del ojo, llegará a una región cerebral que la interpretará como una
sensación visual.

    Esta condición implica la facilidad con la que se puede engañar al cerebro, por
ejemplo: un fuerte golpe o presión en un ojo, nos hace ver estrellitas, una
inflamación del nervio auditivo, se interpreta como oír voces, y el colocar las
terminales de una pila eléctrica en la lengua que produce una sabor peculiar.

   No obstante, la presencia constante de un estímulo, por ejemplo, sobre un
pelo, amortigua su sensación, es decir deja de sentirse, ya que por lo general, lo
que registran los impulsos nerviosos es un cambio de condición, una condición
permanente, deja de producirlos. El cerebro no puede estar reportando
permanentemente un estado que no cambia, los informes cerebrales son discretos
y sólo informan lo esencial.

   Así, el mensaje presupuesto es: todo está tranquilo, mientras no haya un
¡atención! Algo se mueve a la derecha. El movimiento súbito de una araña tiene
más atención e importancia para el ojo, que todo el mobiliario que permanece
éstatico en la habitación. Lo que interesa a nuestros sentidos es el cambio, los
estímulos constantes e invariantes tienen poco efecto ya que no modifican sus
impulsos.

   Supongamos que, en un día frio entramos en una habitación con calefacción, el
repentino aumento de la temperatura afecta a una serie de órganos en nuestra piel
que son sensibles al calor, hay una descarga repentina de impulsos y durante
algunos minutos nos sentiremos acalorados; pero si la temperatura permanece
constante, pronto se disiparán sus efectos y nuestros órganos se adaptarán y
sentiremos que la temperatura de la habitación va bajando. Si nuevamente
salimos al frio exterior, secederá algo parecido hasta que nos ajustemos y
sentiremos que estamos “entrando en calor”.

   Este principio se basa en una paradoja fisiológica bien conocida, que consiste
en contar con tres recipientes: uno con agua caliente, otro con agua fría y el
tercero con agua tibia. Metemos la mano izquierda en el agua caliente y la
derecha en la fría y esperamos un minuto. Se producirá el efecto que hemos
descrito, sentiremos que la mano izquierda se calienta, mientras la derecha se
enfría y pronto la sensación se calma. Ahora sumergimos ambas en el agua
templada, la izquierda la sentirá fresca y empezará a enfríarse, la derecha la
sentirá caliente y empezará a calentarse, así el mismo recipiente enfría una y
simultáneamente calienta otra. Nuestra piel no aprecia la temperatura sino los
cambios que se dan en ésta. Pero nuestras sensaciones de calor o frío no se
reducen unicamente a temperaturas cambiantes y podemos sentir calor o frío
extremos aún cuando la temperatura permanezca constante, aunque en realidad
estas sensaciones no se deben a la acción de nuestros órganos sensoriales.

    En un día muy caluroso, sentimos la humedad de la transpiración, debido a la
expansión de nuestros vasos sanguíneos y la consiguiente aceleración de nuestra
circulación en la piel; de igual modo, en un día frío, sentimos temblores y
escalofrío; y un día de larga exposición a un sol quemante, nos producirá una
leve sensación de dolor en la piel debido a la acción de los rayos ultravioleta; pero
ninguna de estas impresiones son producto de los órganos sensibles a la
temperatura, que no intervienen si la temperatura se mantiene constante.

    Lo mismo ocurre con los demás sentidos. Cuando volamos en un avión o
helicóptero, después de cierto rato nos acostumbramos al ruido continuo del
motor. Normalmente no sentimos el contacto de nuestra ropa, salvo que una
etiqueta o un pliege nos moleste. Hasta nuestros ojos entran en esta lógica
general, las imágenes de objetos estáticos hacen poca impresión mientras que,
los que se mueven, llaman nuestra atención y los vemos con mayor exactitud. Aún
cuando creemos que estamos mirando fijamente un objeto, nuestros ojos no están
quietos en absoluto, tiemblan y se mueven rápida y constantemente, con objeto
de lograr que la imagen sea lo más nítida posible. Pero revisemos con máyor
detalle a cada uno de estos órganos de los sentidos.

Dolor, temperatura y tacto.

     Nuestra piel es suceptible de experimentar diversas clases de sensaciones
como la temperatura (frío o calor), dolor y tacto. Cada una corresponde a
diferentes órganos sensitivos. Si recorriéramos la piel con la punta de un alfiler
caliente, veríamos que el calor sólo se siente en determinados puntos, y así como
hay zonas sensibles al calor y otras no, también sucedería lo mismo con un alfiler
frío, la sensación de frío queda restringida a determinadas áreas. Las zonas
sensibles a calor y frío no corrresponden, por lo que hay órganos que sólo son
sensibles al calor y otros sólo al frío, son de clases distintas. De modo parecido,
opera el sentido de tacto que presenta otra distribución diferente; mientras que la
sensación de dolor no está restringida a algunas zonas, sino que está presente en
toda nuestra piel.
Se podría argumentar
                                                    que hay diferentes clases de
                                                    dolores, pero tendríamos que
                                                    concluir que, con frecuencia,
                                                    lo que percibimos no son
                                                    simples sensaciones, sino
                                                    complejos de sensaciones,
                                                    es decir que dependen de la
                                                    intensidad y magnitud del
                                                    estímulo. Una fuente de calor
                                                    focalizada, por ejemplo un
                                                    cerillo,     produce        una
                                                    sensación         simple      e
                                                    identificable, pero un baño
                                                    con agua extremadamente
                                                    caliente o fría, no sólo afecta
                                                    a los órganos específicos de
                                                    calor o frío, sino a ambos,
                                                    por lo que el conjunto de
                                                    sensaciones sensibles que
                                                    percibimos        se      torna
                                                    complejo, eso mismo pasa
                                                    con el dolor, cuando lo que lo
produce afecta, simultáneamente a diferentes tipos de órganos sensoriales.

   Una cortada produce en general un dolor puro, pero la inflamación por una
quemadura de piel produce un ardor difuso, ya que se debe a la excitación
simultánea de órganos del dolor y del calor, o el hecho de que un dolor sea
palpitante (punzante), significa que los órganos sensoriales están implicados en
cambios de la presión arterial o de impulsos cardíacos.

   En particular, las sensaciones del tacto involucran con frecuencia la
participación de diversos órganos sensitivos donde intervienen sensaciones de
presión y movimiento.       Nuestros músculos, tendones y coyunturas están
abundantemente provistos de órganos sensitivos, principalmente sensibles a la
presión e informan al sistema nervioso central (SNC) sobre la posición y
movimiento de los miembros. Estos órganos participan también en la apreciación
de las formas y texturas de los objetos.

    Si extendemos nuestros dedos sobre la superficie de una mesa con los ojos
cerrados, la impresión de una superficie liza y dura depende principalmente de los
impulsos sensoriales de estructuras profundas del tacto. Conocemos que es dura,
porque podemos presionarla sin deformarla y sabemos que es plana porque
podemos deslizar nuestos dedos por ella, sin sentir obstáculo o cambio de forma.
La presión sobre la superficie, se debe a órganos situados en el tejido conjuntivo
del interior de los dedos; y, el del movimiento a los órganos de los músculos
interesados, situados ya no en los dedos, sino en los brazos y en el hombro.

   De este modo, aún sensaciones simples del tacto, resultan producidas por
varios órganos de diferente clase, cuya sensaciones llegan unidas al sistema
nervioso central y quedan interpretadas como una sola.

   Las sensaciones táctiles son sencillas, las de otros órganos son más
complicadas, ya que además de fibras nerviosas, tienen células especializadas.
Hay una particularmente importante: el dolor. El dolor es mucho más importante
para nuestro organismo que la mayoría de sensaciones, porque representa
gravedad o peligro inminente. Es una señal de alarma y su importancia queda
evidenciada porque anátomicamente, a diferencia de los órganos de calor, frío y
tacto, que están confinados a ciertas zonas de la piel, la malla del dolor se
extendiende por toda la superficie del cuerpo.

Autocepción o sensación interna.

   Es ocasión de revisar las sensaciones que se producen en nuestras vísceras
torácicas y abdominales, que no consideramos por ser autónomas. Cada órgano
tiene zonas sensibles partículares que corresponden a áreas específicas del
sistema nervioso. Por ejemplo: la boca está gobernada por un área central en el
cerebro, masticación y deglución son resultado de impulsos venidos del cerebelo.
La boca es muy sensible a sabores, temperatura y consistencia de los alimentos,
pero en cuanto el bocado es deglutido pasa a procesos mecánicos y automáticos
–el esófago que por medio de movimientos autónomos lo conduce al estómago- lo
que queda fuera de nuestro alcance perceptivo.

    Siempre que un órgano abdominal envía un intenso mensaje sensorio al control
central, quiere decir que algo importante está pasando y requiere de la
intervención del cerebro. Aún hoy, poco sabemos de las diferentes sensaciones
viscerales y de los órganos sensitivos que las producen. Sabemos que su
disposición es muy diferente, por ejemplo, a la de los órganos de la piel y, parece
corrresponder a la independencia relativa de cada víscera. Los cirujanos han
descubierto, por ejemplo, que se puede cortar un segmento del intestino sin
producir ninguna sensación dolorosa, pero en cambio, una fuerte contracción o
distención de las paredes intestinales puede producir dolores atroces e
insoportables. Sin embargo, no todos los impulsos sensitivos viscerales son de
dolor o de angustia.
Así como impulsos motores no son enviados en el momento preciso en que se
desea la contracción, ya que son en realidad impulsos continuos que mantienen al
músculo capaz y dispuesto; de modo similar ocurre con el gobierno central, que
recibe informes contínuos del estado de pecho y abdomen, que le dicen ya sea
que todo está bien, o que hay una sensación de malestar que puede producir
serios problemas. Hay sensaciones que aún se conocen de manera imperfecta:
vigor, apetito, malestar, inquietud, cansancio, depresión, etc., están asociados a
estados sensibles; algunos de ellos pueden provenír de impulsos de nuestras
vísceras, lo que si sabemos es que esto influye mucho sobre nuestra mente.
Cuando el estómago está vacío, el cerebro se inquieta, incluso antes de sentir
hambre, y cuando el estómago está lleno, se torna indolente y perezoso. Por otra
parte, estas sensaciones pueden no provenir de impulsos sensitivos sino, por
ejemplo: de alteraciones en el estado químico de las células nerviosas, o a las
formas de cómo circula la sangre y se distribuye más en el vientre que en el
cerebro, o incluso, de la composición misma de la sangre, aún hoy se considera a
estas sensaciones como vagas y muy poco definidas.

Olfato y gusto.

  Olfato y gusto son sentidos químicos, es decir que sus exitadores no son fisicos
como luz o temperatura, sino substancias químicas que actúan de acuerdo a su
estructura molecular. En la especie humana, el olfato tiene un desarrollo precario y
es casi totalmente anulado por la vista y el oído, a diferencia de los mamíferos
inferiores donde el olfato es muchísimo más agudo. Para un perro, el olfato es
fundamental. Los hombres identificamos a los otros por su imagen o su voz, el
perro por su olor. Un perro debe tener en su cerebro un amplísimo fichero de
olores. Los mecanismos tanto de gusto como de olfato, son básicamente los
mismos.

   Son células sensibles a determinadas substancias y, ante su presencia envían
impulsos al cerebro. En ambos casos, las substancias deben ser solubles en agua
para obrar con eficacia. Así, por ejemplo, una débil tintura de quinina, tiene un
sabor muy fuerte, en cambio, un grano de polvo de quinina que se disuelve muy
                                                        lentamente en la saliva,
                                                        tiene un sabor apenas
                                                        perceptible.    De igual
                                                        forma, las substancias
                                                        olorosas      han      de
                                                        disolverse     en       la
                                                        humedad        de       la
                                                        membrana de las fosas
nasales para producir una sensación de olor.

Las fosas nasales conducen el aire por cavidades triangulares, hasta unos
huesecillos en forma de laberinto en espiral. Las células sensibles a los olores,
están ubicadas y protegidas en la parte superior, en una atmósfera relativamente
tranquila. Así las moléculas olorosas llegan en difusión a estas zonas. No obstante
cuando estamos interesados en percibir un aroma en especial, al inspirar
violentamente, dilatamos las fosas nasales y modificamos la disposición del
laberinto, llevando la brisa directamente a las zonas sensibles.

   Por su parte, el sentido del gusto está conformado por amontonamientos de
células sensibles en forma de huevo, distribuidas en la superficie de lengua y
paladar. En el proceso de saborear, la participación de las papilas gustativas es
muy limitado. Sólo hay cuatro clases de sensaciones puras: dulce, agrio, amargo y
                                  salado. Cada célula del gusto está especializada
                                  en uno de estos cuatro sabores, por lo que las
                                  variadas    sensaciones    de    sabor,    están
                                  compuestas por las combinaciones de estos
                                  cuatro sabores básicos aunque también por otra
                                  clase de estímulos.

                                       Por ejemplo, la diferencia de sabor entre el
                                   carnero y el jamón, se aprecian por el olfato y no
                                   por el gusto. Es la dilución de moléculas
                                   olfativas en la parte alta del paladar y nariz las
                                   que producen sutiles distinciones generalmente
                                   atribuidas al sabor. Un hombre que, por ejemplo,
                                   cierre los ojos y se ponga tapones en la nariz,
                                   dificilmente distinguirá entre un pedazo de
manzana o de cebolla en la boca.

   Además, hay substancias que estimulan células sensibles de otros sentidos.
Así la mostaza estimula los órganos de calor; la menta los del frío y, algunas otras
producen un delicioso cosquilleo que no es más que un tipo de dolor muy débil.

El oído.

Los órganos antes descriptos, perciben estímulos que afectan a la substancia viva.
Producen estímulos a través de la irritabilidad por medios mecánicos o químicos,
sobre el tacto o el gusto. El oído es un órgano más complicado. El sonido consiste
en pulsaciones rítmicas de aire y no hay prueba de que estas pulsaciones afecten
al protoplasma vivo.
Sabemos que el estímulo que excita a las células auditivas, no es sonoro sino
de tacto, ya que cada vez que las pulsaciones sonoras excitan al oído, hay un
contacto de células sensitivas. En esto estriba la maravillosa sencillez del oído,
que es una extensión de las facultades de la materia viva. Un gusano puede
sentir y gustar, pero no cuenta con una estructura que convierta las ondas sonoras
en estímulos capaces de excitar al protoplasma, y por tanto, ignora el mundo del
sonido.

    El órgano del oído consta de tres partes: oído externo (visible); oído medio
(tímpano); y el oído interno. El oído interno es el verdadero órgano sensitivo, pues
es ahí donde las vibraciones ocasionan la excitación de las células sensibles y se
inicia el impulso nervioso.




    El oído externo y medio recogen las vibraciones sonoras y las transportan al
oído interno, órgano sensible que está seguro y protegido incrustado en el hueso
del cráneo. Muchos mamíferos cuentan con orejas en forma de trompetas que
pueden mover y dirigir al lugar del que proviene el sonido para oír mejor. En el
hombre, este aparato amplificador está muy poco desarrollado, sólo contamos con
una simple oreja fija que sólo unos cuantos son capaces de mover.

  Así, aunque el hombre es capaz de distinguir sonidos que abarcan una amplia
gama, tiene menos capacidad de percibir sonidos débiles que un perro o un
caballo, y no puede hacerse una
                                                idea tan precisa de la dirección
                                                de la que viene. Cerilla y bello
                                                filtran y protegen, al igual que en
                                                la nariz a las células sensibles.

                                                     El oído medio es una estecha
                                                 cámara llena de aire y en
                                                 contacto con la boca, por medio
                                                 de la Trompa de Eustaquio, es la
                                                 encargada de nivelar la presión
                                                 interna del oído medio, con la
                                                 presión     exterior  permitiendo
                                                 eventualmente el paso del aire
                                                 (bostezo para aliviar la presión).
La estructura del oído medio es ósea excepto por el tímpano y las membranas
más finas de la ventana redonda y ventana oval. Entre el tímpano y estas
membranas se encuentran los tres huesesillos llamados: martillo, yunque y
estribo. Las ondas sonoras externas golpean el tímpano y si vibración es
transmitida por los huesecillos a la ventana oval. La articulación de estos
diminutos huesos es flexible, ya que si se da un choque violento (un golpe en el
oído), se desarticulan para que la vibración del golpe no llegue a las partes
profundas, más delicadas. El oído interno está ocupado por un fluido acuoso y la
dispersión de ondas sonoras se da de manera distinta a la aérea. Los huesecillos
reducen la amplitud de la vibración y la concentran en la ventana oval (de tan sólo
un tamaño del 5% del tímpano) pero simultáneamente la hacen más fuerte y
potente para hacerla llegar al medio acuoso que vibra por efecto de estas ondas.
La vibración acuosa llega a un tubo alargado y espiral en forma de caracol en cuyo
interior se encuentran las células sensibles.

                                                                Las      terminales
                                                                sensibles, en su
                                                                cara       superior
                                                                aparecen como
                                                                pelos rígidos que
                                                                montados sobre
                                                                una     membrana
                                                                flexible que sube
                                                                y     baja,     son
                                                                tocados por un
                                                                anaquel      rígido
que las excita y es en este contacto donde se produce el impulso que será
enviado al cerebro por células sensitivas a través de fibras nerviosas.

     Actualmente se supone que el método que se usa para distinguir sonidos de
diferentes tonos, se debe a que el diámetro del caracol va disminuyendo en la
medida en que se va acercando al final de la espiral y, así mismo, la membrana
elástica sobre la que descansan las células sensibles. De este modo, si la
vibración de un cuerpo elástico depende de su tamaño, las diferentes partes de la
membrana son sensibles sólo a ciertas frecuencias, es decir que cada parte está
finada en diferente tono. Consecuentemente, las vibraciones acuosas que llegan
al oído interno, sólo afectan a ciertas partes de la membrana y sólo sacuden a
células que tienen esa longitud de onda, es decir que están afinadas en ese
mismo tono.

  Se puede concluir que las células auditivas no son sensibles al sonido en sí, sino
al contacto que produce su vibración. Las fibras nerviosas van del oído al cerebro
y es en éste, donde se interpretan como notas de tonalidades diferentes según
sean las fibras nerviosas por las que lleguen. También ahí, en el cerebro, es
donde se combinan las sensaciones producidas por notas simultáneas, formando
la sensación de un coro que según sea agradable, excitante, discordante,
adquirirá un significado emotivo, emocional.

La vista.

  Si bien, hemos señalado que, en sentidos como el oído y el olfato, los seres
humanos no somos tan sensibles como otros mamíferos superiores; en el caso de
la vista es lo contrario. La vista humana, sólo compartida con algunos monos y
simios, nos permite ver con mucha mayor claridad que el resto de las especies,
con la sólo excepción de algunas aves. (video 00.00 4.13)
La estructura del ojo se parece mucho a una cámara fotográfica; en ella
podemos distinguir dos partes: una pantalla sensible colocada al fondo, llamada
retina y, un sistema de lentes que proyectan en ella, las imágenes del mundo
exterior. Es de hecho la retina, donde los rayos luminosos forman las imágenes
sobre las células sensibles que generan los impulsos nerviosos que irán al
cerebro. El globo ocular está obscurecido para operar como caja negra y evitar la
refracción o dispersión de la luz. Mientras que las partes anteriores son
transparentes (juego de lentes) y abultados hacia el frente forman la córnea y
atrás de ella una capa biconvexa también transparentes, llamada cristalino.

    El iris del ojo opera como un diafragma que, cuando hay poca luz se abre y
cuando hay mucha se cierra, ya que el exceso de luminosidad interna puede
                                             dañar la sensibilidad del ojo de
                                             manera temporal o permanente;
                                             pero además, con esta operación
                                             mejora     la   imagen    evitando
                                             distorciones tanto en las líneas
                                             como en el color.

                                               La lente divide al ojo en dos
                                               cavidades una de humor acuoso y
                                               otra con una especie de gelatina
                                               llamada humor vítreo. El humor
                                               acuoso       es        segregado
                                               constantemente por el lagrimal y
                                               mantiene alimentada, oxigenada y
                                               húmeda la córnea, limpiándola de
                                               residuos.

                                               Así, córnea y cristalino concentran
                                               luz e imagen en la retina, siendo
esta la función fundamental de la córnea, en tanto que el cristalino es elástico y su
nivel graduable de convexibidad permite enfocar objetos a diferentes distancias.
Aunque con cierta frecuencia los músculos del cristalino no ajustan con propiedad,
produciendo miopía, presbícia o astigmatismo, deficiencias que fácilmente se
pueden corregir con un par de gafas.

   Las células sensibles de la retina son de dos tipos: bastones y conos. Cada
uno tiene en su extremo una estructura estriada –más larga y delgada en los
bastones que en los conos- que es la sede de la excitación y que termina, en
ambos casos, en una larga fibra nerviosa, en el otro extremo.
Antes se creía
                                                               que         estas
                                                               células eran las
                                                                    directamente
                                                               sensibles a la
                                                               luz,          hoy
                                                               sabemos que la
                                                               luz opera sobre
                                                               ellas de una
manera muy curiosa y peculiar. La substancia intercelular de la retina contiene
substancias químicas que la luz descompone de manera parecida a como lo hace
con los compuestos de plata de una placa fotográfica. Las substancias derivadas
de esta descomposición son las que estimulan a estas células.

    De este modo, los bastones y conos no son sensibles a la luz, son órganos
químicos iguales al gusto o al olfato. Así como el sonido se convierte en contactos,
la luz se convierte en estímulos químicos en el ojo y de este modo el cerebro los
interpreta como formas y colores.

  Hemos dicho que gran variedad de sensaciones del tacto son en realidad el
resultado de dos clases elementales de sensaciones (presión y movimiento), lo
mismo sucede con las sensaciones cromáticas. Se puede producir la sensación de
cualquier color mezclando adecuadamente tres tipos de longitud de onda de los
haces luminosos. Probablemente hay en la retina tres substancias sensibles a las
longitudes de onda de los tres colores básicos: rojo, verde y violeta. El proceso de
combinación de estas tres sensaciones elementales formar colores compuestos:
amarillo, café, azul; en el cerebro de manera análoga a como los sonidos forman
un coro.

Las células de la retina contactan con el cerebro mediante fibras nerviosas (nervio
óptico), y conviene revisar un hecho curioso sobre la disposición anatómica de
estas fibras. Podríamos suponer que, de manera ánaloga a como funcionan otros
órganos de los sentidos, que los extremos sensibles de conos y bastones
deberían estar orientados en dirección a la luz que los exita, y las fibras nerviosas
en la dirección opuesta, pero en este caso, sucede exactamente lo contrario.

   Los extremos sensibles y estriados de las células de la retina están orientados
hacia la pared interior del globo ocular y las fibras nerviosas forman una cortina
que se interpone entre éstas y la luz, por lo que es lógico que nublen las imágenes
que llegan a la retina, y así sucede en la mayor parte de la retina. Pero en los ojos
de hombres y simios, esta cortina queda modificada cerca del centro de la parte
posterior del globo ocular, en una zona llamada mancha amarilla, que es el punto
de visión exacta y en la que radica la supremacía de la vista humana por encima
de la de cualquier otro mamífero. En esta zona, la cortina nerviosa queda reducida
a una sexta parte de su grosor normal; de modo que es transparente y la imagen
queda velada de manera imperceptible.

    En esta zona amarilla, las células sensibles se encuentran muy juntas y
apretadas a fin de que la imagen quede definida con su máxima resolución.
Además, de que en este punto amarillo no hay vasos sanguíneos. De esta zona es
de donde parten juntas las fibras nerviosas a una región especializada del cerebro
y su enervación concentra la tercera parte de todas las fibras sensibles de la retina
y del nervio óptico. Sólo es posible ver algo con claridad cuando su imagen queda
enfocada sobre esta zona de la mancha amarilla. En otras especies no es así, por
lo que, es lógico suponer, que animales como el perro, el gallo o el caballo no ven
los objetos con la misma precisión que nosotros.

   Cerca de la mancha amarilla, se encuentra el punto del que parte el nervio
óptico, así que todas las fibras sensibles convergen en este punto, este es el
llamado punto ciego pues en él no hay ninguna célula sensible y por tanto no
puede apreciar ninguna imagen.




     Finalmente, las células visuales de la retina son muy sensibles a la falta de
oxígeno, y pierden su función cuando carecen de éste, aunque sea por segundos.
A esto se debe la ceguera momentánea que experimentan los pilotos después de
un caída en picada, que retira la sangre de la cabeza y la concentra en las
piernas, por efecto de la aceleración.
Hay un contraste muy notable entre el proceso mental que sigue la audición al
que se da en la visión. Ya hemos visto que la parte del caracol estimulada
depende de la frecuencia del sonido captado, el oído percibe las cualidades de un
sonido, aunque la idea que nos hacemos de la dirección de la que proviene, suele
ser vaga, basada en su intensidad o en el oído que la oye primero. A diferencia en
la vista, la parte de la retina estimulada por un objeto, depende de la posición de
éste. El ojo es un órgano especializado en determinar las propiedades espaciales
de los objetos, su posición, forma y movimiento.

     El cerebro trabaja incesantemente con la información recibida por los ojos, por
medio de asociaciones inconscientes con experiencias anteriores. Al juzgar la
solidez y forma tridimensional de los objetos, confiamos por completo en su forma
y sombreado y en asociaciones de éste con experiencias derivadas del sentido del
tacto. Pero en realidad es una mera apreciación, como lo demuestran los errores
que cometen, tanto el aparato óptico como los centros visuales del cerebro frente
a ilusiones ópticas comunes.
Lo característico de la vista humana es la precisión de la información espacial
que puede registrar. Un ratón, por su olfato puede enterarse de la presencia del
gato; por sus oídos, saber si se mueve y aproximadamente donde está, pero, por
sus ojos, sabe exactamente donde está, lo que después de todo es lo que más le
interesa.

Posición y movimiento.

  Las sensaciones de posición y movimiento dependen de los músculos, tendones
y articulaciones que están dotados, hemos dicho, de diminutos órganos sensitivos,
por medio de los cuales sabemos de las posiciones y movimientos de las partes
de nuestro cuerpo. Si cerráramos los ojos y pedimos a alguien que manipule
nuestros brazos y manos, no tendremos dificultad en saber la posición en las que
los coloca, gracias a estos pequeños órganos. El sistema nervioso central está
recibiendo continuamente estos impulsos los que intervienen de manera muy
importante en el gobierno de nuestros movimientos.

    Si el cerebro (como gobierno central), quiere colocar la mano derecha en cierta
posición, los músculos requeridos y las instrucciones dependerán de la posición
inicial en la que se encuentre nuestra mano derecha. En enfermedades como la
ataxia locomotriz, donde dejan de funcionar los nervios sensitivos de las piernas,
aunque siguen funcionando los nervios motores, el paciente tendrá que mirarse
las piernas para saber que tiene que hacer, como moverse y, por lo general,
tenderá a exagerar la intensidad de sus movimientos. Cuando está avanzada la
enfermedad y también los nervios motores empiezan a estar afectados, los
movimientos se vuelven incontrolables y se hace imposible la marcha o cualquier
movimiento útil.

Equilibrio.

    Además de estos órganos, hay otro grupo muy delicado y especializado en el
cerebro que nos indica la posición y movimiento del cuerpo en su conjunto. En el
laberinto del oído interno, como hemos visto, hay un saco vacío incrustado en el
hueso, que no sólo recibe sonidos, sino que además está dotado de canales
semicirculares, con tres tubos arqueados, que salen del vestíbulo y vuelven a éste,
después de hacer un semicírculo. Se trata de uno recto y de dos perpendiculares
que tienen, en un extremo, un ligero abultamiento o ampolla, ahí están situadas
las células sensibles con largas protuberancias en forma de pestañas que
penetran en la cavidad del canal y se prolongan, por debajo, en fibras nerviosas.

    Supongamos que movemos repentinamente la cabeza de manera horizontal,
por ejemplo al mirar por encima del hombro, sabemos que los canales están
llenos de un líquido (humor o linfa), que al moverse bruscamente, por la inercia del
fluido, retrasa el movimiento del
                                                    laberinto, habrá por tanto, una
                                                    leve circulación de fluido y una
                                                    inclinación de las pestañas
                                                    sensibles en la ampolla. Este
                                                    cimbreo estimula a las células
                                                    que,       enviarán     impulsos
                                                    nerviosos a los que el cerebro
                                                    interpreta como sensación de
                                                    movimiento horizontal.

                                                          Como los tres canales están
                                                      situados en planos que se
                                                      cortan    a      escuadra     y
                                                      corrresponden a las tres
                                                      dimensiones     del    espacio,
                                                      cualquier movimiento producirá
una circulación en el flujo del fluido, en uno o más canales produciendo una
excitación en las células sensibles (pestañas) y comparando la fuerza de estas
perturbaciones en cada canal, es que el cerebro puede apreciar la dirección e
intensidad del movimiento. Sin esta información, nos veríamos desorientados al
tratar de caminar o correr. A esto le llamos equilibrio.

   El funcionamiento de este aparato depende de la inercia del fluido que llena los
canales, por lo que no aprecia el movimiento uniforme, sino sus aceleraciones,
cambios o enfrenones. Si fueramos en un tren, con las cortinas cerradas y a
velocidad constante, no percibimos el movimiento, pero cuando el tren aminora o
acelera su marcha, sentimos con toda precisión sus cambios de velocidad. Esto
es facil de demostrar: si por ejemplo, bailando, giramos rápidamente sobre las
puntas de los pies de manera constante, al principio sentiremos la sensación del
giro, pero poco después ya no, y si nos detenemos bruscamente, la inercia del
fluido en el laberinto, tenderá a continuar en giro, y al cimbrar las pestañas en la
dirección opuesta, tendremos la sensación de que giramos en la dirección
contraria al movimiento realizado. A esto le llamamos vértigo o mareo. Así, hay
informaciones falsas que transmite el laberinto al cerebro, cuando el primero es
sobreexcitado lo cual, a veces, es divertido, pero también a veces perturbador de
nuestro sentido del equilibrio.

   Hay además en el oído, órganos encargados de señalarle al cerebro la
inclinación de la cabeza. En las paredes del vestíbulo hay dos grupos de células
sensibles, uno en un plano vertical y, otro en el horizontal, parecidas a las células
sensitivas de las ampollas, pero entre sus pestañas, hay terroncitos de carbonato
de calcio, llamados “otolitos” que presionan a las células en un sentido o en otro,
informando al cerebro de la inclinación de la cabeza con respecto a la vertical. A
primera vista parece muy heterogénea la constitución del oído interno al contener
órganos tan distintos como el caracol, los canales semicirculares y los órganos
sensibles del vestíbulo que, como hemos visto, aprecian cosas tan distintas como
sonido y posición. Pero tienen algo en común, hemos visto como las células del
caracol no son sensibles al sonido como tal, sino a una forma de tacto producida
por éste. Del mismo modo, las células de los canales semicirculares y las del
vestíbulo son sensibles al tacto y son excitadas cuando nos movemos o
cambiamos de posición.

   El oído interno es pues un complejo de varios artificios anatómicos ingeniosos
para estimular células de tacto. El tacto y las reacciones químicas de calor, frio y
dolor, son las sensaciones primarias de todas nuestras percepciones del mundo
exterior. Igualmente la vista y el oído se basan en éstas y sus impresiones son
elaboradas por el cerebro que las recibe.

Sistema nervioso y cerebro

  Ahora ya estamos en condiciones de exponer ideas generales sobre ciertos
comportamientos de cuerpos animales y humanos en los que, como vimos,
órganos sensitivos y mecanismos motores son correlativos. Sentimos algo y
actuamos en consecuencia.

      Es común comparar entre dos tipos de comportamientos: uno en el que
sentimos algo y actuamos en consecuencia, por ejemplo retirar la mano cuando
tocamos un objeto caliente, lo cual hacemos con mucha rapidez, incluso antes de
que el cerebro perciba dolor o de que nuestra mente se entere; a esta le llamamos
acción refleja o reflejo. Es totalmente automática e independiente de nuestra
mente. Pero hay otro tipo de acciones que no parecen tan automáticas, en las que
intervienen aspectos de la memoria y del conocimiento. Sí oímos el llamado a
comer, nuestro organismo hace ciertos preparativos para la comida, si oímos el
himno nacional, nos ponemos de pie, etc., a esto le llamamos respuestas
adquiridas.

    La conducta de los animales superiores tienen este doble carácter, sus
respuestas pueden corresponder a un sistema heredado y automático de reflejos,
o puede obedecer en mayor o menor medida a respuestas adquiridas. Esta
dualidad se refleja en nuestra anatomía, pues los dos sistemas de respuesta
tienen distintas sedes.
Podemos observar
                                                      que la mayor cantidad de
                                                      la cavidad craneana está
                                                      ocupada por el cerebro,
                                                      una grieta vertical divide a
                                                      esta masa en dos mitades
                                                      o      hemisferios.      Los
                                                      hemisferios son la sede de
                                                      la mente, es en ellos
                                                      donde     se    realiza    la
                                                      memoria          y        las
                                                      asociaciones             que
                                                      sostienen las respuestas
                                                      adquiridas. El resto del
                                                      sistema nervioso central
                                                      (SNC), la médula espinal y
                                                      el cerebelo intervienen
                                                      sólo en los actos reflejos o
                                                      automáticos.     Sólo     las
                                                      actividades que involucran
mente y cerebro afectan al conocimiento.

   Extirpando, por ejemplo, el cerebro de una rana, pero conservando, médula y
cerebelo, la rana respirará y comerá, se sentará en su postura habitual y si se le
pincha, saltará; colocada en el agua, nadará, con su vista evitará obstáculos y
buscará una isla o un madero flotante donde se sentará segura. Un perro sin
cerebro hará aproximadamente lo mismo; respirará, comerá, caminará y dormirá,
pero no mostrará ningún tipo de fenómeno psíquico, mentalmente estará muerto.
Cesarán todas las insinuaciones y expresiones de sentimientos. Si se le da de
comer en la boca, masticará y comerá pero nunca dará muestras de apetito o
hambre, aún cuando esté muriendo de inanición, nunca buscará alimento y aún
teniéndolo cerca no lo tocará, ya que no lo reconoce como alimento, reaccionará a
un pinchazo y ladrará pero no mostrará miedo alguno frente a alguna amenaza.
Carecerá así de todo poder de asociación, comprensión y memoria y de toda clase
de conocimiento contínúo.

    Quizá lo notable de un animal descerebrado no sea lo que no puede hacer,
sino lo que puede hacer. Hay un centenar de reflejos automáticos que no
requieren de la competencia cerebral (vida vegetativa), como la respiratoria o la
del equilibrio, entre muchas otras de nuestra vida cotidiana. En términos
generales, podemos decir que estas actividades reflejas dependen de la
disposición de las fibras nerviosas en el sistema nervioso central: es decir de
nuestra anatomía. Hay todavía muchas cosas que, sobre esto, no sabemos, lo
único que podemos decir es que el buen funcionamiento de las monótonas
actividades de nuestra vida diaria dependen de una maquinaria aún más compleja
y sofisticada que la de cualquier máquina o robot, construidos por el hombre.

   El cerebro, el órgano de la mente, está por encima de este sistema de
respuestas automáticas y de hecho, puede modificar la actividad de los centros
reflejos. Cerebro y SNC, son el gobierno central de nuestro cuerpo. Médula y
cerebro, no se encargan de las actividades ordinarias y sólo intervienen en éstas
cuando, desde un análisis del estado del cuerpo en su conjunto, se requiere de
una intervención especial, dado que no son suficientes las respuestas rutinarias.

    Si cortáramos una rebanada de cerebro, podríamos identificar dos clases de
tejidos, sobre toda la superficie del hemisferio cerebral hay una capa de materia
gris que es el asiento de las células nerviosas y la zona donde ocurren los
procesos mentales. En el interior hay un núcleo de materia blanca, constituido
por las fibras que ponen en contacto a las células de la materia gris con las
funciones automáticas y rutinarias del cuerpo, además de conectar entre sí a
diversas zonas de la materia gris.

    Los impulsos que envían los órganos de los sentidos llegan primero a los
órganos receptores inferiores del cerebelo, desde donde se bifurcan en dos
direcciones: unos siguen hacia los centros reflejos y otros continuan hacia los
hemisferios cerebrales. El impulso puede, o bien, sólo convertirse en un reflejo, o
                                                  bien pasar en parte o
                                                  modificado a los hemisferios
                                                  cerebrales.

                                                     Hay otro sistema de fibras
                                                   nerviosas       paralelo, que
                                                   conduce las impresiones de los
                                                   hemisferios a las células
                                                   nerviosas motoras del cerebro
                                                   o de la médula espinal. Así es
                                                   como el cerebro puede tomar
                                                   en     cuenta    circunstancias
                                                   especiales,             ordenar
                                                   determinados movimientos e
                                                   incluso inhibir o controlar los
                                                   centros de impulsos reflejos
                                                   automáticos. Por supuesto que
esto varía de especie en especie, según su grado evolutivo, por ejemplo, peces
simples o una rana son casi exclusivamente máquinas de reflejos; pero en la
medida en que ascendemos en la escala evolutiva, encontramos que los centros
reflejos van relacionándose cada vez más con los hemisferios rectores. También
observamos un mayor y mejor desarrollo del cerebro en especies superiores, el de
la rana más pequeño que el de un ratón y en éste, mayor cantidad de materia gris
que, surcada por una mayor cantidad de arrugas, corresponde a una mayor
cantidad de respuestas adquiridas. Ni duda cabe, de que el mayor tamaño y
complejidad del cerebro humano corresponde a la mayor precisión de sus
procesos mentales.

    No podemos concluir sin mencionar la importancia de un órgano determinante
para el comportamiento automático, inconsciente. El cerebelo, colocado debajo
de los hemisferios, es una especie de secretario particular del cerebro, discreto y
eficiente. De superficie más rugosa que el resto del cerebro, es un órgano que
discierne lo inconsciente. El ejemplo del equilibrio nos puede dar una idea precisa
de sus funciones. Mantenemos el equilibrio gracias a un intrincado y complejo
conjunto de acciones reflejas. Supongamos que el cerebro envía la orden a las
células motoras de elevar el brazo derecho. El centro de gravedad del cuerpo se
desplaza y si no hubiese ajustes compensatorios nos inclinaríamos y caeríamos
del lado derecho; pero el cerebelo entra en acción, observa las órdenes del
cerebro e interviene de modo discreto y apropiado para no transtornar el equilibrio
corporal, quizá ocasionando un ligero movimiento compensatorio del brazo
izquierdo o un pequeño ajuste en las articulaciones de la cadera.

    En conclusión, hemos explicado sucintamente como es que funciona el
sistema de lo que percibimos del mundo exterior, como se convierte en
sensaciones y como esta información nos hace conscientes no sólo de lo que
pasa en nuestro entorno inmediato y remoto, sino tambien de lo que sentimos y
percibimos del interior de nosotros mismos. Hasta aquí esta somera revisión
externa de las conexiones del cerebro con el cuerpo, quizá ahora estemos en
posibilidad de adentrarnos con más detenimiento en el surgimiento del SNC, el
funcionamiento cerebral interno, y en su papel protagónico como sede de las
funciones adquiridas, el raciocinio, el conocimiento y la conciencia misma.


Síntesis de Javier Ignacio Avila Guzmán de la obra: Armonía y Dirección de la
Máquina Humana en: El Cuerpo Vivo. Libro Primero de La Ciencia de la Vida.
De H.G. Wells, Julian Huxley y G.P. Wells. Traducción de: Ignacio López Valen-
cia. Revisado por: Ignacio Bolivar Izquierdo. Editorial Aguilar. México. 1959. Pps.
76-90.

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1 sensación y sentidos

  • 1. SENSACIÓN Y SENTIDOS Basado en: La Ciencia de la Vida De H.G. Wells Julian Huxley y G.P. Wells Por Javier Avila Guzmán UNAM FES Acatlán Enero de 2012 El organismo humano, como el de todo ser vivo, opera por sensaciones producidas por estímulos nerviosos, si los impulsos nerviosos fueran visibles, tendríamos frente a nosotros un espectáculo de actividad y estremecimientos continuos en escenas de actividad ondulantes. Veríamos una incesante sucesión de impulsos recorriendo los músculos a velocidades vertiginosas, manteniendo a cada músculo tenso y dispuesto a la acción. Pero como ya N. Wiener lo señaló, esta conexión es de doble vía. Por lo que también veríamos otra serie de impulsos incesantes viajando vertiginosamente en dirección opuesta. Antes de adentrarnos en el cerebro, debemos considerar todos estos impulsos que traen sin cesar informaciones, al cerebro, de todas las regiones del cuerpo. Efectivamente y similar a una red teléfónica que transporta flujos en dos sentidos, en nuestro cuerpo existe esta doble conexión entre fibras sensitivas, que transportan información del cuerpo al cerebro; y fibras motoras, que llevan impulsos del cerebro hacia los músculos. Ambas fibras unidas forman los nervios de nuestro sistema nervioso, y si bien bien ambas, estructural y funcionalmente son similares, difieren en la dirección en que viajan sus flujos, su origen y destino y por tanto sus significado funcional. Los órganos de los sentidos, estaciones terminales del sistema nervioso, son de muy diversas clases y se encuentran distribuidos
  • 2. en todos los tejidos del cuerpo, e informan del estado y condición de cada región. Así, el cerebro (gobierno central) está perfectamente enterado de la posición, estado y movimientos de cada uno de nuestros órganos, tejidos y músculos, y sabe oportunamente si, por ejemplo, hay malestar en el torax por hambre o por indigestión. A los órganos de los sentidos que dan cuenta del estado interno de nuestro cuerpo (autocepción), se les conoce como órganos internos de los sentidos. También están los otros, más conocidos, que dan cuenta de las circunstancias y estados externos al cuerpo (heterocepción), también llamados órganos externos de los sentidos. Estos últimos, además se subdividen en dos: órganos de la sensación y el gusto (tacto y gusto), que reportan sensaciones muy cercanas a nuestro cuerpo (de contacto); y, otros como la vista, el oido y el olfato, que reportan lo que ocurre externamente y a distancia. La importancia de éstos últimos además tiene que ver con la capacidad de prevenir un peligro, identificar una dirección o buscar lugares seguros, para lo que están conectados a centros especializados en el cerebro. Si consideramos uno de los más sencillos órganos de los sentidos de contacto, un pelo, observaremos que produce, ante la cercanía de un cerillo, un ligero cosquilleo debido al anillo sensitivo que lo conecta a un nervio. Piénsese en la utilidad de los bigotes del ratón o del gato que les ayudan a guiarse en la obscuridad. Como el pelo se encuentra holgadamente contenido en el interior del folículo piloso, cualquier contacto que le represente movimiento (contacto), produce la exitación del anillo sensitivo y en el acto sale un impulso hacia el sistema nervioso central. Este impulso, sin embargo, nada dice en concreto, es igual a cualquier otro. Es el cerebro el que tiene que distinguir entre varias clases de sensaciones e interpretar el significado de ese estímulo.
  • 3. ¿Cómo lo hace? Si pudiéramos observar todas las fibras sensitivas del cuerpo, veríamos que sólo se distinguen por el área que conectan y por el tipo de fibra nerviosa que las conecta a las células cerebrales que las reciben. Así las sensaciones del folículo piloso llegan a cierta área cerebral que las interpreta como una sensación de tacto, mientras que una fibra sensitiva que viene de la parte sensible del ojo, llegará a una región cerebral que la interpretará como una sensación visual. Esta condición implica la facilidad con la que se puede engañar al cerebro, por ejemplo: un fuerte golpe o presión en un ojo, nos hace ver estrellitas, una inflamación del nervio auditivo, se interpreta como oír voces, y el colocar las terminales de una pila eléctrica en la lengua que produce una sabor peculiar. No obstante, la presencia constante de un estímulo, por ejemplo, sobre un pelo, amortigua su sensación, es decir deja de sentirse, ya que por lo general, lo que registran los impulsos nerviosos es un cambio de condición, una condición permanente, deja de producirlos. El cerebro no puede estar reportando permanentemente un estado que no cambia, los informes cerebrales son discretos y sólo informan lo esencial. Así, el mensaje presupuesto es: todo está tranquilo, mientras no haya un ¡atención! Algo se mueve a la derecha. El movimiento súbito de una araña tiene más atención e importancia para el ojo, que todo el mobiliario que permanece éstatico en la habitación. Lo que interesa a nuestros sentidos es el cambio, los estímulos constantes e invariantes tienen poco efecto ya que no modifican sus impulsos. Supongamos que, en un día frio entramos en una habitación con calefacción, el repentino aumento de la temperatura afecta a una serie de órganos en nuestra piel que son sensibles al calor, hay una descarga repentina de impulsos y durante algunos minutos nos sentiremos acalorados; pero si la temperatura permanece constante, pronto se disiparán sus efectos y nuestros órganos se adaptarán y sentiremos que la temperatura de la habitación va bajando. Si nuevamente salimos al frio exterior, secederá algo parecido hasta que nos ajustemos y sentiremos que estamos “entrando en calor”. Este principio se basa en una paradoja fisiológica bien conocida, que consiste en contar con tres recipientes: uno con agua caliente, otro con agua fría y el tercero con agua tibia. Metemos la mano izquierda en el agua caliente y la derecha en la fría y esperamos un minuto. Se producirá el efecto que hemos descrito, sentiremos que la mano izquierda se calienta, mientras la derecha se enfría y pronto la sensación se calma. Ahora sumergimos ambas en el agua
  • 4. templada, la izquierda la sentirá fresca y empezará a enfríarse, la derecha la sentirá caliente y empezará a calentarse, así el mismo recipiente enfría una y simultáneamente calienta otra. Nuestra piel no aprecia la temperatura sino los cambios que se dan en ésta. Pero nuestras sensaciones de calor o frío no se reducen unicamente a temperaturas cambiantes y podemos sentir calor o frío extremos aún cuando la temperatura permanezca constante, aunque en realidad estas sensaciones no se deben a la acción de nuestros órganos sensoriales. En un día muy caluroso, sentimos la humedad de la transpiración, debido a la expansión de nuestros vasos sanguíneos y la consiguiente aceleración de nuestra circulación en la piel; de igual modo, en un día frío, sentimos temblores y escalofrío; y un día de larga exposición a un sol quemante, nos producirá una leve sensación de dolor en la piel debido a la acción de los rayos ultravioleta; pero ninguna de estas impresiones son producto de los órganos sensibles a la temperatura, que no intervienen si la temperatura se mantiene constante. Lo mismo ocurre con los demás sentidos. Cuando volamos en un avión o helicóptero, después de cierto rato nos acostumbramos al ruido continuo del motor. Normalmente no sentimos el contacto de nuestra ropa, salvo que una etiqueta o un pliege nos moleste. Hasta nuestros ojos entran en esta lógica general, las imágenes de objetos estáticos hacen poca impresión mientras que, los que se mueven, llaman nuestra atención y los vemos con mayor exactitud. Aún cuando creemos que estamos mirando fijamente un objeto, nuestros ojos no están quietos en absoluto, tiemblan y se mueven rápida y constantemente, con objeto de lograr que la imagen sea lo más nítida posible. Pero revisemos con máyor detalle a cada uno de estos órganos de los sentidos. Dolor, temperatura y tacto. Nuestra piel es suceptible de experimentar diversas clases de sensaciones como la temperatura (frío o calor), dolor y tacto. Cada una corresponde a diferentes órganos sensitivos. Si recorriéramos la piel con la punta de un alfiler caliente, veríamos que el calor sólo se siente en determinados puntos, y así como hay zonas sensibles al calor y otras no, también sucedería lo mismo con un alfiler frío, la sensación de frío queda restringida a determinadas áreas. Las zonas sensibles a calor y frío no corrresponden, por lo que hay órganos que sólo son sensibles al calor y otros sólo al frío, son de clases distintas. De modo parecido, opera el sentido de tacto que presenta otra distribución diferente; mientras que la sensación de dolor no está restringida a algunas zonas, sino que está presente en toda nuestra piel.
  • 5. Se podría argumentar que hay diferentes clases de dolores, pero tendríamos que concluir que, con frecuencia, lo que percibimos no son simples sensaciones, sino complejos de sensaciones, es decir que dependen de la intensidad y magnitud del estímulo. Una fuente de calor focalizada, por ejemplo un cerillo, produce una sensación simple e identificable, pero un baño con agua extremadamente caliente o fría, no sólo afecta a los órganos específicos de calor o frío, sino a ambos, por lo que el conjunto de sensaciones sensibles que percibimos se torna complejo, eso mismo pasa con el dolor, cuando lo que lo produce afecta, simultáneamente a diferentes tipos de órganos sensoriales. Una cortada produce en general un dolor puro, pero la inflamación por una quemadura de piel produce un ardor difuso, ya que se debe a la excitación simultánea de órganos del dolor y del calor, o el hecho de que un dolor sea palpitante (punzante), significa que los órganos sensoriales están implicados en cambios de la presión arterial o de impulsos cardíacos. En particular, las sensaciones del tacto involucran con frecuencia la participación de diversos órganos sensitivos donde intervienen sensaciones de presión y movimiento. Nuestros músculos, tendones y coyunturas están abundantemente provistos de órganos sensitivos, principalmente sensibles a la presión e informan al sistema nervioso central (SNC) sobre la posición y movimiento de los miembros. Estos órganos participan también en la apreciación de las formas y texturas de los objetos. Si extendemos nuestros dedos sobre la superficie de una mesa con los ojos cerrados, la impresión de una superficie liza y dura depende principalmente de los impulsos sensoriales de estructuras profundas del tacto. Conocemos que es dura,
  • 6. porque podemos presionarla sin deformarla y sabemos que es plana porque podemos deslizar nuestos dedos por ella, sin sentir obstáculo o cambio de forma. La presión sobre la superficie, se debe a órganos situados en el tejido conjuntivo del interior de los dedos; y, el del movimiento a los órganos de los músculos interesados, situados ya no en los dedos, sino en los brazos y en el hombro. De este modo, aún sensaciones simples del tacto, resultan producidas por varios órganos de diferente clase, cuya sensaciones llegan unidas al sistema nervioso central y quedan interpretadas como una sola. Las sensaciones táctiles son sencillas, las de otros órganos son más complicadas, ya que además de fibras nerviosas, tienen células especializadas. Hay una particularmente importante: el dolor. El dolor es mucho más importante para nuestro organismo que la mayoría de sensaciones, porque representa gravedad o peligro inminente. Es una señal de alarma y su importancia queda evidenciada porque anátomicamente, a diferencia de los órganos de calor, frío y tacto, que están confinados a ciertas zonas de la piel, la malla del dolor se extendiende por toda la superficie del cuerpo. Autocepción o sensación interna. Es ocasión de revisar las sensaciones que se producen en nuestras vísceras torácicas y abdominales, que no consideramos por ser autónomas. Cada órgano tiene zonas sensibles partículares que corresponden a áreas específicas del sistema nervioso. Por ejemplo: la boca está gobernada por un área central en el cerebro, masticación y deglución son resultado de impulsos venidos del cerebelo. La boca es muy sensible a sabores, temperatura y consistencia de los alimentos, pero en cuanto el bocado es deglutido pasa a procesos mecánicos y automáticos –el esófago que por medio de movimientos autónomos lo conduce al estómago- lo que queda fuera de nuestro alcance perceptivo. Siempre que un órgano abdominal envía un intenso mensaje sensorio al control central, quiere decir que algo importante está pasando y requiere de la intervención del cerebro. Aún hoy, poco sabemos de las diferentes sensaciones viscerales y de los órganos sensitivos que las producen. Sabemos que su disposición es muy diferente, por ejemplo, a la de los órganos de la piel y, parece corrresponder a la independencia relativa de cada víscera. Los cirujanos han descubierto, por ejemplo, que se puede cortar un segmento del intestino sin producir ninguna sensación dolorosa, pero en cambio, una fuerte contracción o distención de las paredes intestinales puede producir dolores atroces e insoportables. Sin embargo, no todos los impulsos sensitivos viscerales son de dolor o de angustia.
  • 7. Así como impulsos motores no son enviados en el momento preciso en que se desea la contracción, ya que son en realidad impulsos continuos que mantienen al músculo capaz y dispuesto; de modo similar ocurre con el gobierno central, que recibe informes contínuos del estado de pecho y abdomen, que le dicen ya sea que todo está bien, o que hay una sensación de malestar que puede producir serios problemas. Hay sensaciones que aún se conocen de manera imperfecta: vigor, apetito, malestar, inquietud, cansancio, depresión, etc., están asociados a estados sensibles; algunos de ellos pueden provenír de impulsos de nuestras vísceras, lo que si sabemos es que esto influye mucho sobre nuestra mente. Cuando el estómago está vacío, el cerebro se inquieta, incluso antes de sentir hambre, y cuando el estómago está lleno, se torna indolente y perezoso. Por otra parte, estas sensaciones pueden no provenir de impulsos sensitivos sino, por ejemplo: de alteraciones en el estado químico de las células nerviosas, o a las formas de cómo circula la sangre y se distribuye más en el vientre que en el cerebro, o incluso, de la composición misma de la sangre, aún hoy se considera a estas sensaciones como vagas y muy poco definidas. Olfato y gusto. Olfato y gusto son sentidos químicos, es decir que sus exitadores no son fisicos como luz o temperatura, sino substancias químicas que actúan de acuerdo a su estructura molecular. En la especie humana, el olfato tiene un desarrollo precario y es casi totalmente anulado por la vista y el oído, a diferencia de los mamíferos inferiores donde el olfato es muchísimo más agudo. Para un perro, el olfato es fundamental. Los hombres identificamos a los otros por su imagen o su voz, el perro por su olor. Un perro debe tener en su cerebro un amplísimo fichero de olores. Los mecanismos tanto de gusto como de olfato, son básicamente los mismos. Son células sensibles a determinadas substancias y, ante su presencia envían impulsos al cerebro. En ambos casos, las substancias deben ser solubles en agua para obrar con eficacia. Así, por ejemplo, una débil tintura de quinina, tiene un sabor muy fuerte, en cambio, un grano de polvo de quinina que se disuelve muy lentamente en la saliva, tiene un sabor apenas perceptible. De igual forma, las substancias olorosas han de disolverse en la humedad de la membrana de las fosas
  • 8. nasales para producir una sensación de olor. Las fosas nasales conducen el aire por cavidades triangulares, hasta unos huesecillos en forma de laberinto en espiral. Las células sensibles a los olores, están ubicadas y protegidas en la parte superior, en una atmósfera relativamente tranquila. Así las moléculas olorosas llegan en difusión a estas zonas. No obstante cuando estamos interesados en percibir un aroma en especial, al inspirar violentamente, dilatamos las fosas nasales y modificamos la disposición del laberinto, llevando la brisa directamente a las zonas sensibles. Por su parte, el sentido del gusto está conformado por amontonamientos de células sensibles en forma de huevo, distribuidas en la superficie de lengua y paladar. En el proceso de saborear, la participación de las papilas gustativas es muy limitado. Sólo hay cuatro clases de sensaciones puras: dulce, agrio, amargo y salado. Cada célula del gusto está especializada en uno de estos cuatro sabores, por lo que las variadas sensaciones de sabor, están compuestas por las combinaciones de estos cuatro sabores básicos aunque también por otra clase de estímulos. Por ejemplo, la diferencia de sabor entre el carnero y el jamón, se aprecian por el olfato y no por el gusto. Es la dilución de moléculas olfativas en la parte alta del paladar y nariz las que producen sutiles distinciones generalmente atribuidas al sabor. Un hombre que, por ejemplo, cierre los ojos y se ponga tapones en la nariz, dificilmente distinguirá entre un pedazo de manzana o de cebolla en la boca. Además, hay substancias que estimulan células sensibles de otros sentidos. Así la mostaza estimula los órganos de calor; la menta los del frío y, algunas otras producen un delicioso cosquilleo que no es más que un tipo de dolor muy débil. El oído. Los órganos antes descriptos, perciben estímulos que afectan a la substancia viva. Producen estímulos a través de la irritabilidad por medios mecánicos o químicos, sobre el tacto o el gusto. El oído es un órgano más complicado. El sonido consiste en pulsaciones rítmicas de aire y no hay prueba de que estas pulsaciones afecten al protoplasma vivo.
  • 9. Sabemos que el estímulo que excita a las células auditivas, no es sonoro sino de tacto, ya que cada vez que las pulsaciones sonoras excitan al oído, hay un contacto de células sensitivas. En esto estriba la maravillosa sencillez del oído, que es una extensión de las facultades de la materia viva. Un gusano puede sentir y gustar, pero no cuenta con una estructura que convierta las ondas sonoras en estímulos capaces de excitar al protoplasma, y por tanto, ignora el mundo del sonido. El órgano del oído consta de tres partes: oído externo (visible); oído medio (tímpano); y el oído interno. El oído interno es el verdadero órgano sensitivo, pues es ahí donde las vibraciones ocasionan la excitación de las células sensibles y se inicia el impulso nervioso. El oído externo y medio recogen las vibraciones sonoras y las transportan al oído interno, órgano sensible que está seguro y protegido incrustado en el hueso del cráneo. Muchos mamíferos cuentan con orejas en forma de trompetas que pueden mover y dirigir al lugar del que proviene el sonido para oír mejor. En el hombre, este aparato amplificador está muy poco desarrollado, sólo contamos con una simple oreja fija que sólo unos cuantos son capaces de mover. Así, aunque el hombre es capaz de distinguir sonidos que abarcan una amplia gama, tiene menos capacidad de percibir sonidos débiles que un perro o un
  • 10. caballo, y no puede hacerse una idea tan precisa de la dirección de la que viene. Cerilla y bello filtran y protegen, al igual que en la nariz a las células sensibles. El oído medio es una estecha cámara llena de aire y en contacto con la boca, por medio de la Trompa de Eustaquio, es la encargada de nivelar la presión interna del oído medio, con la presión exterior permitiendo eventualmente el paso del aire (bostezo para aliviar la presión). La estructura del oído medio es ósea excepto por el tímpano y las membranas más finas de la ventana redonda y ventana oval. Entre el tímpano y estas membranas se encuentran los tres huesesillos llamados: martillo, yunque y estribo. Las ondas sonoras externas golpean el tímpano y si vibración es transmitida por los huesecillos a la ventana oval. La articulación de estos diminutos huesos es flexible, ya que si se da un choque violento (un golpe en el oído), se desarticulan para que la vibración del golpe no llegue a las partes profundas, más delicadas. El oído interno está ocupado por un fluido acuoso y la dispersión de ondas sonoras se da de manera distinta a la aérea. Los huesecillos reducen la amplitud de la vibración y la concentran en la ventana oval (de tan sólo un tamaño del 5% del tímpano) pero simultáneamente la hacen más fuerte y potente para hacerla llegar al medio acuoso que vibra por efecto de estas ondas. La vibración acuosa llega a un tubo alargado y espiral en forma de caracol en cuyo interior se encuentran las células sensibles. Las terminales sensibles, en su cara superior aparecen como pelos rígidos que montados sobre una membrana flexible que sube y baja, son tocados por un anaquel rígido
  • 11. que las excita y es en este contacto donde se produce el impulso que será enviado al cerebro por células sensitivas a través de fibras nerviosas. Actualmente se supone que el método que se usa para distinguir sonidos de diferentes tonos, se debe a que el diámetro del caracol va disminuyendo en la medida en que se va acercando al final de la espiral y, así mismo, la membrana elástica sobre la que descansan las células sensibles. De este modo, si la vibración de un cuerpo elástico depende de su tamaño, las diferentes partes de la membrana son sensibles sólo a ciertas frecuencias, es decir que cada parte está finada en diferente tono. Consecuentemente, las vibraciones acuosas que llegan al oído interno, sólo afectan a ciertas partes de la membrana y sólo sacuden a células que tienen esa longitud de onda, es decir que están afinadas en ese mismo tono. Se puede concluir que las células auditivas no son sensibles al sonido en sí, sino al contacto que produce su vibración. Las fibras nerviosas van del oído al cerebro y es en éste, donde se interpretan como notas de tonalidades diferentes según sean las fibras nerviosas por las que lleguen. También ahí, en el cerebro, es donde se combinan las sensaciones producidas por notas simultáneas, formando la sensación de un coro que según sea agradable, excitante, discordante, adquirirá un significado emotivo, emocional. La vista. Si bien, hemos señalado que, en sentidos como el oído y el olfato, los seres humanos no somos tan sensibles como otros mamíferos superiores; en el caso de la vista es lo contrario. La vista humana, sólo compartida con algunos monos y simios, nos permite ver con mucha mayor claridad que el resto de las especies, con la sólo excepción de algunas aves. (video 00.00 4.13)
  • 12. La estructura del ojo se parece mucho a una cámara fotográfica; en ella podemos distinguir dos partes: una pantalla sensible colocada al fondo, llamada retina y, un sistema de lentes que proyectan en ella, las imágenes del mundo exterior. Es de hecho la retina, donde los rayos luminosos forman las imágenes sobre las células sensibles que generan los impulsos nerviosos que irán al cerebro. El globo ocular está obscurecido para operar como caja negra y evitar la refracción o dispersión de la luz. Mientras que las partes anteriores son transparentes (juego de lentes) y abultados hacia el frente forman la córnea y atrás de ella una capa biconvexa también transparentes, llamada cristalino. El iris del ojo opera como un diafragma que, cuando hay poca luz se abre y cuando hay mucha se cierra, ya que el exceso de luminosidad interna puede dañar la sensibilidad del ojo de manera temporal o permanente; pero además, con esta operación mejora la imagen evitando distorciones tanto en las líneas como en el color. La lente divide al ojo en dos cavidades una de humor acuoso y otra con una especie de gelatina llamada humor vítreo. El humor acuoso es segregado constantemente por el lagrimal y mantiene alimentada, oxigenada y húmeda la córnea, limpiándola de residuos. Así, córnea y cristalino concentran luz e imagen en la retina, siendo esta la función fundamental de la córnea, en tanto que el cristalino es elástico y su nivel graduable de convexibidad permite enfocar objetos a diferentes distancias. Aunque con cierta frecuencia los músculos del cristalino no ajustan con propiedad, produciendo miopía, presbícia o astigmatismo, deficiencias que fácilmente se pueden corregir con un par de gafas. Las células sensibles de la retina son de dos tipos: bastones y conos. Cada uno tiene en su extremo una estructura estriada –más larga y delgada en los bastones que en los conos- que es la sede de la excitación y que termina, en ambos casos, en una larga fibra nerviosa, en el otro extremo.
  • 13. Antes se creía que estas células eran las directamente sensibles a la luz, hoy sabemos que la luz opera sobre ellas de una manera muy curiosa y peculiar. La substancia intercelular de la retina contiene substancias químicas que la luz descompone de manera parecida a como lo hace con los compuestos de plata de una placa fotográfica. Las substancias derivadas de esta descomposición son las que estimulan a estas células. De este modo, los bastones y conos no son sensibles a la luz, son órganos químicos iguales al gusto o al olfato. Así como el sonido se convierte en contactos, la luz se convierte en estímulos químicos en el ojo y de este modo el cerebro los interpreta como formas y colores. Hemos dicho que gran variedad de sensaciones del tacto son en realidad el resultado de dos clases elementales de sensaciones (presión y movimiento), lo mismo sucede con las sensaciones cromáticas. Se puede producir la sensación de cualquier color mezclando adecuadamente tres tipos de longitud de onda de los haces luminosos. Probablemente hay en la retina tres substancias sensibles a las longitudes de onda de los tres colores básicos: rojo, verde y violeta. El proceso de combinación de estas tres sensaciones elementales formar colores compuestos: amarillo, café, azul; en el cerebro de manera análoga a como los sonidos forman un coro. Las células de la retina contactan con el cerebro mediante fibras nerviosas (nervio óptico), y conviene revisar un hecho curioso sobre la disposición anatómica de estas fibras. Podríamos suponer que, de manera ánaloga a como funcionan otros órganos de los sentidos, que los extremos sensibles de conos y bastones deberían estar orientados en dirección a la luz que los exita, y las fibras nerviosas en la dirección opuesta, pero en este caso, sucede exactamente lo contrario. Los extremos sensibles y estriados de las células de la retina están orientados hacia la pared interior del globo ocular y las fibras nerviosas forman una cortina que se interpone entre éstas y la luz, por lo que es lógico que nublen las imágenes que llegan a la retina, y así sucede en la mayor parte de la retina. Pero en los ojos de hombres y simios, esta cortina queda modificada cerca del centro de la parte posterior del globo ocular, en una zona llamada mancha amarilla, que es el punto
  • 14. de visión exacta y en la que radica la supremacía de la vista humana por encima de la de cualquier otro mamífero. En esta zona, la cortina nerviosa queda reducida a una sexta parte de su grosor normal; de modo que es transparente y la imagen queda velada de manera imperceptible. En esta zona amarilla, las células sensibles se encuentran muy juntas y apretadas a fin de que la imagen quede definida con su máxima resolución. Además, de que en este punto amarillo no hay vasos sanguíneos. De esta zona es de donde parten juntas las fibras nerviosas a una región especializada del cerebro y su enervación concentra la tercera parte de todas las fibras sensibles de la retina y del nervio óptico. Sólo es posible ver algo con claridad cuando su imagen queda enfocada sobre esta zona de la mancha amarilla. En otras especies no es así, por lo que, es lógico suponer, que animales como el perro, el gallo o el caballo no ven los objetos con la misma precisión que nosotros. Cerca de la mancha amarilla, se encuentra el punto del que parte el nervio óptico, así que todas las fibras sensibles convergen en este punto, este es el llamado punto ciego pues en él no hay ninguna célula sensible y por tanto no puede apreciar ninguna imagen. Finalmente, las células visuales de la retina son muy sensibles a la falta de oxígeno, y pierden su función cuando carecen de éste, aunque sea por segundos. A esto se debe la ceguera momentánea que experimentan los pilotos después de un caída en picada, que retira la sangre de la cabeza y la concentra en las piernas, por efecto de la aceleración.
  • 15. Hay un contraste muy notable entre el proceso mental que sigue la audición al que se da en la visión. Ya hemos visto que la parte del caracol estimulada depende de la frecuencia del sonido captado, el oído percibe las cualidades de un sonido, aunque la idea que nos hacemos de la dirección de la que proviene, suele ser vaga, basada en su intensidad o en el oído que la oye primero. A diferencia en la vista, la parte de la retina estimulada por un objeto, depende de la posición de éste. El ojo es un órgano especializado en determinar las propiedades espaciales de los objetos, su posición, forma y movimiento. El cerebro trabaja incesantemente con la información recibida por los ojos, por medio de asociaciones inconscientes con experiencias anteriores. Al juzgar la solidez y forma tridimensional de los objetos, confiamos por completo en su forma y sombreado y en asociaciones de éste con experiencias derivadas del sentido del tacto. Pero en realidad es una mera apreciación, como lo demuestran los errores que cometen, tanto el aparato óptico como los centros visuales del cerebro frente a ilusiones ópticas comunes.
  • 16. Lo característico de la vista humana es la precisión de la información espacial que puede registrar. Un ratón, por su olfato puede enterarse de la presencia del gato; por sus oídos, saber si se mueve y aproximadamente donde está, pero, por sus ojos, sabe exactamente donde está, lo que después de todo es lo que más le interesa. Posición y movimiento. Las sensaciones de posición y movimiento dependen de los músculos, tendones y articulaciones que están dotados, hemos dicho, de diminutos órganos sensitivos, por medio de los cuales sabemos de las posiciones y movimientos de las partes de nuestro cuerpo. Si cerráramos los ojos y pedimos a alguien que manipule nuestros brazos y manos, no tendremos dificultad en saber la posición en las que los coloca, gracias a estos pequeños órganos. El sistema nervioso central está recibiendo continuamente estos impulsos los que intervienen de manera muy importante en el gobierno de nuestros movimientos. Si el cerebro (como gobierno central), quiere colocar la mano derecha en cierta posición, los músculos requeridos y las instrucciones dependerán de la posición inicial en la que se encuentre nuestra mano derecha. En enfermedades como la ataxia locomotriz, donde dejan de funcionar los nervios sensitivos de las piernas, aunque siguen funcionando los nervios motores, el paciente tendrá que mirarse las piernas para saber que tiene que hacer, como moverse y, por lo general, tenderá a exagerar la intensidad de sus movimientos. Cuando está avanzada la enfermedad y también los nervios motores empiezan a estar afectados, los movimientos se vuelven incontrolables y se hace imposible la marcha o cualquier movimiento útil. Equilibrio. Además de estos órganos, hay otro grupo muy delicado y especializado en el cerebro que nos indica la posición y movimiento del cuerpo en su conjunto. En el laberinto del oído interno, como hemos visto, hay un saco vacío incrustado en el hueso, que no sólo recibe sonidos, sino que además está dotado de canales semicirculares, con tres tubos arqueados, que salen del vestíbulo y vuelven a éste, después de hacer un semicírculo. Se trata de uno recto y de dos perpendiculares que tienen, en un extremo, un ligero abultamiento o ampolla, ahí están situadas las células sensibles con largas protuberancias en forma de pestañas que penetran en la cavidad del canal y se prolongan, por debajo, en fibras nerviosas. Supongamos que movemos repentinamente la cabeza de manera horizontal, por ejemplo al mirar por encima del hombro, sabemos que los canales están llenos de un líquido (humor o linfa), que al moverse bruscamente, por la inercia del
  • 17. fluido, retrasa el movimiento del laberinto, habrá por tanto, una leve circulación de fluido y una inclinación de las pestañas sensibles en la ampolla. Este cimbreo estimula a las células que, enviarán impulsos nerviosos a los que el cerebro interpreta como sensación de movimiento horizontal. Como los tres canales están situados en planos que se cortan a escuadra y corrresponden a las tres dimensiones del espacio, cualquier movimiento producirá una circulación en el flujo del fluido, en uno o más canales produciendo una excitación en las células sensibles (pestañas) y comparando la fuerza de estas perturbaciones en cada canal, es que el cerebro puede apreciar la dirección e intensidad del movimiento. Sin esta información, nos veríamos desorientados al tratar de caminar o correr. A esto le llamos equilibrio. El funcionamiento de este aparato depende de la inercia del fluido que llena los canales, por lo que no aprecia el movimiento uniforme, sino sus aceleraciones, cambios o enfrenones. Si fueramos en un tren, con las cortinas cerradas y a velocidad constante, no percibimos el movimiento, pero cuando el tren aminora o acelera su marcha, sentimos con toda precisión sus cambios de velocidad. Esto es facil de demostrar: si por ejemplo, bailando, giramos rápidamente sobre las puntas de los pies de manera constante, al principio sentiremos la sensación del giro, pero poco después ya no, y si nos detenemos bruscamente, la inercia del fluido en el laberinto, tenderá a continuar en giro, y al cimbrar las pestañas en la dirección opuesta, tendremos la sensación de que giramos en la dirección contraria al movimiento realizado. A esto le llamamos vértigo o mareo. Así, hay informaciones falsas que transmite el laberinto al cerebro, cuando el primero es sobreexcitado lo cual, a veces, es divertido, pero también a veces perturbador de nuestro sentido del equilibrio. Hay además en el oído, órganos encargados de señalarle al cerebro la inclinación de la cabeza. En las paredes del vestíbulo hay dos grupos de células sensibles, uno en un plano vertical y, otro en el horizontal, parecidas a las células sensitivas de las ampollas, pero entre sus pestañas, hay terroncitos de carbonato
  • 18. de calcio, llamados “otolitos” que presionan a las células en un sentido o en otro, informando al cerebro de la inclinación de la cabeza con respecto a la vertical. A primera vista parece muy heterogénea la constitución del oído interno al contener órganos tan distintos como el caracol, los canales semicirculares y los órganos sensibles del vestíbulo que, como hemos visto, aprecian cosas tan distintas como sonido y posición. Pero tienen algo en común, hemos visto como las células del caracol no son sensibles al sonido como tal, sino a una forma de tacto producida por éste. Del mismo modo, las células de los canales semicirculares y las del vestíbulo son sensibles al tacto y son excitadas cuando nos movemos o cambiamos de posición. El oído interno es pues un complejo de varios artificios anatómicos ingeniosos para estimular células de tacto. El tacto y las reacciones químicas de calor, frio y dolor, son las sensaciones primarias de todas nuestras percepciones del mundo exterior. Igualmente la vista y el oído se basan en éstas y sus impresiones son elaboradas por el cerebro que las recibe. Sistema nervioso y cerebro Ahora ya estamos en condiciones de exponer ideas generales sobre ciertos comportamientos de cuerpos animales y humanos en los que, como vimos, órganos sensitivos y mecanismos motores son correlativos. Sentimos algo y actuamos en consecuencia. Es común comparar entre dos tipos de comportamientos: uno en el que sentimos algo y actuamos en consecuencia, por ejemplo retirar la mano cuando tocamos un objeto caliente, lo cual hacemos con mucha rapidez, incluso antes de que el cerebro perciba dolor o de que nuestra mente se entere; a esta le llamamos acción refleja o reflejo. Es totalmente automática e independiente de nuestra mente. Pero hay otro tipo de acciones que no parecen tan automáticas, en las que intervienen aspectos de la memoria y del conocimiento. Sí oímos el llamado a comer, nuestro organismo hace ciertos preparativos para la comida, si oímos el himno nacional, nos ponemos de pie, etc., a esto le llamamos respuestas adquiridas. La conducta de los animales superiores tienen este doble carácter, sus respuestas pueden corresponder a un sistema heredado y automático de reflejos, o puede obedecer en mayor o menor medida a respuestas adquiridas. Esta dualidad se refleja en nuestra anatomía, pues los dos sistemas de respuesta tienen distintas sedes.
  • 19. Podemos observar que la mayor cantidad de la cavidad craneana está ocupada por el cerebro, una grieta vertical divide a esta masa en dos mitades o hemisferios. Los hemisferios son la sede de la mente, es en ellos donde se realiza la memoria y las asociaciones que sostienen las respuestas adquiridas. El resto del sistema nervioso central (SNC), la médula espinal y el cerebelo intervienen sólo en los actos reflejos o automáticos. Sólo las actividades que involucran mente y cerebro afectan al conocimiento. Extirpando, por ejemplo, el cerebro de una rana, pero conservando, médula y cerebelo, la rana respirará y comerá, se sentará en su postura habitual y si se le pincha, saltará; colocada en el agua, nadará, con su vista evitará obstáculos y buscará una isla o un madero flotante donde se sentará segura. Un perro sin cerebro hará aproximadamente lo mismo; respirará, comerá, caminará y dormirá, pero no mostrará ningún tipo de fenómeno psíquico, mentalmente estará muerto. Cesarán todas las insinuaciones y expresiones de sentimientos. Si se le da de comer en la boca, masticará y comerá pero nunca dará muestras de apetito o hambre, aún cuando esté muriendo de inanición, nunca buscará alimento y aún teniéndolo cerca no lo tocará, ya que no lo reconoce como alimento, reaccionará a un pinchazo y ladrará pero no mostrará miedo alguno frente a alguna amenaza. Carecerá así de todo poder de asociación, comprensión y memoria y de toda clase de conocimiento contínúo. Quizá lo notable de un animal descerebrado no sea lo que no puede hacer, sino lo que puede hacer. Hay un centenar de reflejos automáticos que no requieren de la competencia cerebral (vida vegetativa), como la respiratoria o la del equilibrio, entre muchas otras de nuestra vida cotidiana. En términos generales, podemos decir que estas actividades reflejas dependen de la
  • 20. disposición de las fibras nerviosas en el sistema nervioso central: es decir de nuestra anatomía. Hay todavía muchas cosas que, sobre esto, no sabemos, lo único que podemos decir es que el buen funcionamiento de las monótonas actividades de nuestra vida diaria dependen de una maquinaria aún más compleja y sofisticada que la de cualquier máquina o robot, construidos por el hombre. El cerebro, el órgano de la mente, está por encima de este sistema de respuestas automáticas y de hecho, puede modificar la actividad de los centros reflejos. Cerebro y SNC, son el gobierno central de nuestro cuerpo. Médula y cerebro, no se encargan de las actividades ordinarias y sólo intervienen en éstas cuando, desde un análisis del estado del cuerpo en su conjunto, se requiere de una intervención especial, dado que no son suficientes las respuestas rutinarias. Si cortáramos una rebanada de cerebro, podríamos identificar dos clases de tejidos, sobre toda la superficie del hemisferio cerebral hay una capa de materia gris que es el asiento de las células nerviosas y la zona donde ocurren los procesos mentales. En el interior hay un núcleo de materia blanca, constituido por las fibras que ponen en contacto a las células de la materia gris con las funciones automáticas y rutinarias del cuerpo, además de conectar entre sí a diversas zonas de la materia gris. Los impulsos que envían los órganos de los sentidos llegan primero a los órganos receptores inferiores del cerebelo, desde donde se bifurcan en dos direcciones: unos siguen hacia los centros reflejos y otros continuan hacia los hemisferios cerebrales. El impulso puede, o bien, sólo convertirse en un reflejo, o bien pasar en parte o modificado a los hemisferios cerebrales. Hay otro sistema de fibras nerviosas paralelo, que conduce las impresiones de los hemisferios a las células nerviosas motoras del cerebro o de la médula espinal. Así es como el cerebro puede tomar en cuenta circunstancias especiales, ordenar determinados movimientos e incluso inhibir o controlar los centros de impulsos reflejos automáticos. Por supuesto que
  • 21. esto varía de especie en especie, según su grado evolutivo, por ejemplo, peces simples o una rana son casi exclusivamente máquinas de reflejos; pero en la medida en que ascendemos en la escala evolutiva, encontramos que los centros reflejos van relacionándose cada vez más con los hemisferios rectores. También observamos un mayor y mejor desarrollo del cerebro en especies superiores, el de la rana más pequeño que el de un ratón y en éste, mayor cantidad de materia gris que, surcada por una mayor cantidad de arrugas, corresponde a una mayor cantidad de respuestas adquiridas. Ni duda cabe, de que el mayor tamaño y complejidad del cerebro humano corresponde a la mayor precisión de sus procesos mentales. No podemos concluir sin mencionar la importancia de un órgano determinante para el comportamiento automático, inconsciente. El cerebelo, colocado debajo de los hemisferios, es una especie de secretario particular del cerebro, discreto y eficiente. De superficie más rugosa que el resto del cerebro, es un órgano que discierne lo inconsciente. El ejemplo del equilibrio nos puede dar una idea precisa de sus funciones. Mantenemos el equilibrio gracias a un intrincado y complejo conjunto de acciones reflejas. Supongamos que el cerebro envía la orden a las células motoras de elevar el brazo derecho. El centro de gravedad del cuerpo se desplaza y si no hubiese ajustes compensatorios nos inclinaríamos y caeríamos del lado derecho; pero el cerebelo entra en acción, observa las órdenes del cerebro e interviene de modo discreto y apropiado para no transtornar el equilibrio corporal, quizá ocasionando un ligero movimiento compensatorio del brazo izquierdo o un pequeño ajuste en las articulaciones de la cadera. En conclusión, hemos explicado sucintamente como es que funciona el sistema de lo que percibimos del mundo exterior, como se convierte en sensaciones y como esta información nos hace conscientes no sólo de lo que pasa en nuestro entorno inmediato y remoto, sino tambien de lo que sentimos y percibimos del interior de nosotros mismos. Hasta aquí esta somera revisión externa de las conexiones del cerebro con el cuerpo, quizá ahora estemos en posibilidad de adentrarnos con más detenimiento en el surgimiento del SNC, el funcionamiento cerebral interno, y en su papel protagónico como sede de las funciones adquiridas, el raciocinio, el conocimiento y la conciencia misma. Síntesis de Javier Ignacio Avila Guzmán de la obra: Armonía y Dirección de la Máquina Humana en: El Cuerpo Vivo. Libro Primero de La Ciencia de la Vida. De H.G. Wells, Julian Huxley y G.P. Wells. Traducción de: Ignacio López Valen- cia. Revisado por: Ignacio Bolivar Izquierdo. Editorial Aguilar. México. 1959. Pps. 76-90.