En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, y fue hacia el mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo y tartamudo, y le pidieron que pusiera su mano sobre él.
3. Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente, le metió
los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua.
Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre:
“¡Efetá! (es decir “¡Ábrete!”)
Al momento, los oídos del sordo se abrieron, y se le
desató la lengua y pudo hablar bien. Jesús les mandó
que no se lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo
mandaba, tanto más lo contaban. Llenos de
admiración, decían: “Todo lo hace bien. ¡Hasta puede
hacer que los sordos oigan y que los mudos hablen.
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5. Le pidieron a Jesús que le
impusiera las manos.
Como el sordomudo no podía
rogar por sí, sus acompañantes le
pidieron a Jesús que le impusiera
sus manos. Se ve que tenían fe en
su gran poder para curar
enfermedades.
Jesús lo apartó de la gente llevándolo consigo a un
sitio apartado, porque había un gran gentío al
enterarse que Jesús estaba allí y para evitar que se
excitaran. Sólo siguieron a Jesús los apóstoles y los
acompañantes del sordo.
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7. “Y al momento se le abrieron los oídos y se le soltó la
lengua y hablaba sin dificultad.” Suponemos que sus
primeras palabras deben haber sido de
agradecimiento.
“Y les mandó que no le dijeran a nadie.” Jesús no
quería atraer hacia sí una vana popularidad, pero los
que habían presenciado esta escena y no pudieron
quedarse callados sino que lo contaron a todos los
que quisieron escucharlos.
Y en el colmo del asombro decían: “todo lo ha hecho
bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Difícil encontrar un elogio mejor que este para el
Señor Jesús
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11. Podríamos concluir diciendo:
• El Evangelio resalta la gran admiración que
producían los milagros de Jesús. Esta
admiración también la debemos tener nosotros.
Debemos tener la capacidad de admirarnos
siempre de las maravillas de Dios.
• Jesús se conmueve ante el sufrimiento de las
personas que encuentra a su paso.
Debemos imitar a Jesús ayudando a los
humildes, menesterosos y abandonados.
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13. Digámosle a Jesús:
“Señor que yo sea tu
mano que reparte
ayudas, tus ojos que
miran con bondad y tu
sonrisa, tus palabras
amables, tu bondad en
recibir a todos, aún a
los más despreciados
por el mundo.
14. Que ninguno se
vaya de mí con las
manos vacías, con
la frialdad de una
repulsa, de un
desprecio o de una
respuesta desabrida
y amarga.”
15. El sordomudo es un incomunicado, no oye ni habla,
está solo. El poder comunicarse con los demás es un
don de Dios. No comunicarse es empobrecerse, por
eso Jesús se conmovió ante el sordomudo.
Señor abre nuestros oídos para que escuchemos e
clamor del necesitado y abre nuestros labios para
que hablemos de tus maravillas. ¡Oh Dios!