1. Ojo por ojo, diente por diente, justicia por venganza….
Entre las bajas pasiones que suele albergar el corazón humano, descuella la del espíritu
de venganza, por su extremada peligrosidad e inutilidad.
Varios ladrones y sospechosos de robar fueron brutalmente agredidos en la vía pública en
distintas ciudades de nuestro país, principalmente en la ciudad de Santiago. El caso más
grave ocurrió en Rosario (Argentina), donde David Moreira, un joven de 18 años acusado
de asaltar a una mujer, recibió los golpes que le propinaron una veintena de vecinos
enfurecidos. A los pocos días falleció. Las acciones fueron protagonizadas por gente
común que estaba en el barrio y que reaccionó al grito de “ladrón, ladrón”. Esta cruel
acción fue celebrada en las redes sociales y hasta encontró voz en algunos dirigentes
políticos marginales. Es inaudito que por un robo, que no es un delito mayor, una persona
pierda su vida masacrado por el resto de sus conciudadanos.
Luego de la muerte de David Moreira, la presidenta de Argentina Cristina Kirchner,
señalo:“Cuando alguien siente que su vida no vale más de dos pesos para el resto de la
sociedad, no le podemos reclamar que la vida de los demás valga para él más de dos
pesos. “Las cosas son así, entonces tenemos que entender que necesitamos miradas y
voces que traigan tranquilidad. No necesitamos voces que traigan deseos de venganza,
de enfrentamiento o de odio. Eso es malo”, agregó.
Completamente de acuerdo con la presidenta, no es necesario que la gente se altere y
llegue a niveles insospechados de violencia, que pueden causar daños irreparables tanto
en la victima como en el victimario.
Sin ir más lejos, un estudio elaborado por la Corte Suprema de Justicia chilena, aborda el
análisis del móvil en los homicidios y apunta que en el 79% de los casos, la carátula del
expediente fue por riña, ajuste de cuentas o venganza. Así surge que esa motivación
representa el 43% de los hechos en Arica, el 42% en la Pintana y el 52% en Puente Alto.
La venganza es definida por el Pequeño Larousse Ilustrado como un “mal que se hace a
alguien para castigarlo y reparar así una injuria o daño recibido”. Un comportamiento
semejante no puede tener cabida en un ser rectamente pensante. Dicen que decía Ovidio
que “la venganza es propia de los seres enfermos, estrechos y retorcidos”. Este juicio
encierra una sabia y reflexiva verdad. Cierto es que el dolor producido por un daño o
agravio nos induce a vengarnos de aquel que nos lo causó; pero, si reflexionamos, nos
damos cuenta de que ello es labor vana y, en el fondo, absurda, sin ningún sentido.
¿Qué beneficio proporciona la venganza? Absolutamente ninguno. Por el contrario, si en
el momento de ejecutarla el individuo se halla padeciendo aún los efectos del daño que la
originó, lo que consigue, con su torpe acto, es agregar otro dolor a su alma: el del
remordimiento. No pasa de ser entonces la venganza una acción insensata, que en nada
beneficia y sí, en cambio, perjudica.
El hecho vengativo se apoya en un doble engaño. En primer lugar, el vengador parte de la
falsa creencia de que la ofensa que recibió lo colocó, moralmente, por debajo del ofensor.
2. Esto es completamente erróneo, porque lo que ocurre es precisamente todo lo contrario:
es el ofensor quien se coloca por debajo del ofendido. Si una persona ofende, sin
justificación, a alguien, comete una equivocación o falta, mientras que el ofendido no
incurre en ninguna, lo cual equivale a decir que, en ese caso, la persona ofensora se ha
ubicado, moralmente, por debajo de la persona ofendida, y no al revés.
Cuando argumentan la falta de justicia como razón para vengarse, esta venganza se
realiza ya no con el objetivo de hacer justicia, sino de liberar la tensión que el dolor y el
odio han hecho germinar en el damnificado; por eso se dice que la venganza trasciende la
atención de reparación y tiene un carácter ejemplificador cuyo objetivo es pagar con la
misma moneda o infringir un mal mayor en quien ha cometido el daño original, por lo que
se corre el riesgo de entrar a un espiral de violencia sin control.
Para los antiguos romanos, la Justicia era ética, equidad y honestidad, la voluntad
constante de dar a cada uno lo que es suyo. Se sabe que la vida en la antigua Roma era
llevadera entre sus miembros porque seguían las leyes, respetaban la justicia, y no se
vengaban contra el que les hizo mal, haciendo un mal todavía mayor, se intentó fijar una
justicia retributiva con la lex talionis o Ley del Talión. ¿Sería tan difícil para nuestra
caótica sociedad hacer y respetar lo mismo?
En la obra “El arte de pensar bien”, de Jose Balmes, citamos: “Cuando el corazón,
poseído del odio, llega a engañarse a sí mismo, creyendo obrar a impulsos del buen
deseo ---quizá de la misma caridad---, se halla como sujeto a la fascinación de un reptil a
quien no ve y cuya existencia ni aun sospecha”.
Pero hay un hecho tan grave como paradójico en esto de la confusión de la venganza con
la justicia, y es el de que, no obstante hallarse el vengador animado por un sincero deseo
de justicia, muchas veces el mal que irroga excede a la gravedad del agravio antes
recibido, con lo que incurre él mismo en injusticia, es decir, viola, y casi siempre con
creces, la virtud que cree defender.
La venganza es la más peligrosa y terrible de las pasiones. A diferencia de otras, que se
manifiestan en su verdadera apariencia, la venganza suele disfrazarse con la
indumentaria de la justicia. ¡Nada menos que con la de la justicia!, esa virtud que fue
considerada por Aristóteles, en su Ética nicomaquea, como “la mejor de las virtudes”, “la
virtud perfecta”, aquella como la que “ni la estrella de la tarde ni el lucero del alba son tan
maravillosos”. La venganza le usurpa a la justicia su inmaculado manto, para disimular su
propia catadura infame. Con frecuencia se oye al vengador decir: “Tengo que hacer
justicia”, y tal es la consigna que lo guía y tal el propósito que lo mueve, cuando,
obnubilado por la cólera, no atiende a razones ni consejos de nadie.
Finalmente, es innegable que la persona vengativa posee unos alcances mentales
algo epidérmicos, vale decir poco penetrantes, que no le permiten entrar a
considerar, con mayor profundidad, el problema, y solucionarlo sensatamente,
3. esto es, no tratando de luchar contra el pasado (venganza), sino contra el futuro
(prevención).