1. Fascinados por el revanchismo
Aquel orador romano, intelectual heleno, que se avergonzaba de todo filósofo que no quería
desterrar ningún vicio si no estaba castigado por un juez, nos dejó una enseñanza grata y evidente. Sin
ser un ácrata ni el pintoresco intendente. Al menos para mí. Entiendo que mucho menos para los
gacetilleros del revanchismo. Para que una conducta sea deplorable y mezquina, no es necesario que
esté recogida en algún código reglamentario, menos nomotético; ni una autoridad sea la que ampare o
quite el impoluto expediente; ni siquiera descendida de la esencia divina de algún ente inmortal. Porque
todos sabemos lo que se cuece y recuece en la dimensión terrenal,a fuego sempiterno.
La imperiosidad de esta sugestión interesada es falsa: dotar a todos los comportamientos de un
carácter penal al conjunto de los asuntos y sus difuntos, es una treta, argucia con malicia. Más bien
surge un gárgaro, o escondite, a escondidillas, de un código banal, pero venal sustentador de la mayoría
de los cotarros. Hospicio para pajarracos, atiborrados de alpiste y con falta de barrotes en alguna parte
de su enrejado. Dejarse sobornar a uno mismo por su propio pensamiento se lleva en las venas, y
adocenas.
Los desquites restauran lo que promulgo como una pérdida cuyo carácter es emocional, de
somática susceptibilidad. Hay quites que cuestan la misma vida. Quizá, incluso, no sea punible ni por la
ley de Dios ni por la ley del hombre, y esa es la autoafirmación de su despliegue. Simplemente es ruin,
vil y sucia. Una sordidez donde hasta el avariento se siente empachado por el afán desmedido de
atesorar esta licencia impune. Yace reposa, sosegada e impertérrita entre las prácticas más habituales y
cotidianas de una importante masa de recientes. Les sirve para destacar desde el sin ton ni son. ¡Ay,
madre!
Podría llegar a pensarse cierta legitimidad en mantener un espíritu de revancha.
Probablemente hasta se conciba de justicia urbana tomar satisfacción cuando resarcieras un daño o
derrota, cuánto más en caso de una ofensa. Sin embargo ahí es donde está encubierta la falsedad del
impulso. Este contexto no sirve para el esparcimiento, pero acaba siendo un juego heurístico. No solo
son las paredes o las vigas las que se acaban pandeando. Sentirse ofendido es a menudo una maniobra
para ganar adeptos. Sentirse constantemente ofendido se convierte en un método, para estigmatizar a
su antagonista. Describir tal daño, por el que el contrapuesto ha degradado mi supuesto honor, irrumpe
para atestiguar la necesidad de desagravio: _Cruzaste mi México lindo y querido, por eso la venganza de
Moctezuma será mi deseo y tu homenaje. ¡Ja, ja,ja…!
La derrota posee una contextualización simplemente azarosa cuando el descalabro ha estado
supeditado a unas reglas. Uno expone, incluso arriesga, su esperanza de salir victorioso en la siguiente
contienda, o boutique de la riña y la pelea encubierta.
2. Ante lo descrito, la percepción sagaz de los fascinados por el revanchismo ex profeso,
verborrean, en sus múltiples y variopintoscírculos deacción,expresiones como las siguientes:
Esto no se queda así. _Y a partir de ahí, comienza la dispersión del ahora veremos_.
Se va a enterar de quién soy yo… _Como seres correligionarioscon peso,con juramento_.
¡Qué se ha creído! _Si es que está extendido el pensamiento de que ningún civil puede señalar
ni advertir de la maquinaria oligárquica. Brotando en cogollo con los escogidos, apretados en
torno al ascenso hasta la copa_.
Va a enterarse de lo que vale un peine. _Peinar el cabello de ángel para montar toda la
pastelería_.
Se va a acordar por mis muertos. _Son los testigos en quien arrogamos la tarea, porque quién
va a poder demostrar que no estaban de nuestra parte_.
¡¿Ah, sí?! pues espérate… _Asechanzas de siempre, con cepos, zancadillas y lazos por
sorpresa_.
Y por supuesto, se postulan para materializar con represalia, la pendiente fijación contra el
nada presunto adverso. ¿Dónde habrá estado la realidad para preocuparse en tanta demasía, dedicando
lapsos de tiempo al delirio justiciero, con la manada? La reprobación social no es ni testimonial en esta
dimensión. El que reprueba es finalmente el censurado, desaprobado e incluso insultado. Las campas
encuentran sus anchas desparramadas hasta en la orilla, ribera o regajo. Por tanto, los comportamientos
reaccionariosseempeñan en:
Subrayar deficiencias del agraviante que pasaba por
allí.
Recalcar con desazón todas esas insuficiencias.
Matizar,con sonsonete, los agravios.
Acentuar tu absoluta inopiadesus bondades.
Enfatizar el atendimiento.
Incidir en la ofensa.
Insistir en la injuria por injurias.
Repetir el escarnio.
Todo ello en cónclaves para la camándula,quizá sea lo peor.
Sábado,24 de junio de2017
Félix Sánchez
Un ciudadano más.