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Política y perspectiva
Continuidad y cambio en el pensamiento
político occidental
Sheldon S. Wolin
Amorrortu editores
Buenos Aires
Director de la biblioteca de ciencia política y relaciones internaciona-
les, Eugenio Kvaternik
Politics and vision, Continuity and innovation in 1:17estern política!
thought, Sheldon S. Wolin
© Little, Brown and Company, Inc,, 1960; sexta reimpresión
Traducción, Ariel Bignami
Revisión técnica, Alfredo Antognini
Unica edición en castellano autorizada por Little, Brown and Compa-
ny, Inc., Boston, Mass., y debidamente protegida en todos los países.
Queda hecho el depósito que previene la ley n'? 11.723. © Todos los
derechos de la edición castellana reservados por Amorrortu editores
S. C. A, Luca 2223, Buenos Aires.
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modi-
ficada, escrita a máquina por el sistema multigraph, mimeógrafo, im-
preso, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservado~.
Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
Industria argentina. Made in Argentina.
Dedico este libro a Emily y Rose.
r
Prólogo
En este libro he procurado describir y analizar algunas de las preocu-
paciones continuas y cambiantes de la filosofía política. Existe hoy,
en muchos círculos intelectuales, una marcada hostilidad hacia la filo-
sofía política en su forma tradicional, e incluso desprecio por ella.
Tengo la esperanza de que este volumen, si no logra hacer reflexionar
a quienes están deseosos de echar por la borda lo que resta de la tra-
dición de la filosofía política, consiga al menos poner en claro a qué
habremos renunciado.
Aunque adopto aquí un enfoque histórico, no he tenido la intención
de ofrecer una historia global y detallada del pensamiento político.
Al elegir dicho enfoque me ha guiado, en general, la convicción de
que este representa el mejor método para comprender las preocupa-
ciones de la filosofía política y su carácter de empresa intelectual.
Estoy convencido, además, de que la perspectiva histórica es la más
eficaz cuando se trata de revelar la índole de nuestras dificultades
actuales: si no es la fuente de la sabiduría política, constituye al
menos su precondición. El lector no tardará en descubrir que han sido
omitidos muchos temas y autores que suelen incluirse en las historias
corrientes, y que respecto de otras cuestiones me he alejado en gran
medida de las interpretaciones prevalecientes. En las omisiones im-
portantes -como en el caso de la mayor parte del pensamiento polí-
tico medieval- no debe verse el indicio de un juicio adverso de mi
parte, sino la contrapartida inevitable de una obra que es, ante todo,
interpretativa.
í1is deudas intelectuales son muchas, y me place reconocerlas. Jamás
podré pagar lo que debo a los profesores John D. Lewis y Frederick
B. Artz, del Oberlin College, quienes, desde mis días de estudiante
hasta la actualidad, han sido al mismo tiempo mis maestros, conse-
jeros y amigos, alentándome para gue emprendiera una obra como
esta. Quisiera también hacer llegar mi agradecimiento a los profeso-
res Thomas Jenkin, de la Universidad de California, Los Angeles, y
Louis Hartz, de la Universidad de Harvard, por haber leído todo el
manuscrito y ofrecido sugerencias para mejorarlo; a mi colega el pro·
fesor Norman Jacobson, con quien discutí algunos problemas del libro
y que ha sido fuente constante de estímulo intelectual; a Robert J.
Pranger, quien no solo me ahorró la tediosa tarea de verificar nume-
rosas referencias, sino que también criticó la formulación inicial de
algunas ideas contenidas en el último capítulo; y, sobre todo, a otro
de mis colegas, el profesor John Schaar, cuyo selecto gusto e inteli-
gencia han contribuido sobremanera al mérito que este libro pueda
poseer.
Agrade-¿co asimismo el espíritu de colaboración y la paciencia demos-
trados por varias mecanógrafas: Jean Gilpin, Sylvia Diegnau, Sue K.
Young y, en especial, Francine Barban. Quisiera expresar mi estima
al director de la American Política! Science Review por su autorización
para reproducir, con algunas modificaciones, los dos artículos que
sirvieron de base a los capítulos 5 y 6. En su mayor parte, este es-
rudio fue posibilitado por la Fundación Rockefeller, cuyo generoso
respaldo financiero me dio cierto respiro en mis obligaciones docentes
habiruales.
Sheldon S. Wolin
Berkeley, 1960
10
l. Filosofía política y filosofía
«... Expresai· diversos significados acerca de cosas complejas con un
reducido vocabulario de sentidos estrictos». Walter Bagehot.
I. La filosofía política como forma de indagación
Este libro versa sobre una tradición especial de discurso: la filosofía
política. En él procuraré examinar la índole general de dicha tradición,
las diversas preocupaciones de quienes contribuyeron a elaborarla y
las vicisitudes que han señalado las líneas principales de su evolución.
Al mismo tiempo intentaré hacer alguna referencia a la actividad de la
filosofía política en sí. Como es natural, esta declaración de intencio-
nes induce a esperar que el examen comience con una definición de
la filosofía política. Sin embargo, tratar de satisfacer esta expectativa
resultaría infructuoso, no solo porque es imposible lograr en unas
cuantas frases lo que se propone un libro entero, sino también porque
la filosofía política no es una esencia cuya naturaleza sea eterna, sino
gna actividad compleja, más fácil de comprender si se analizan las
diversas formas en que los maestros reconocidos la han practicado. No
se puede decir que algún filósofo o época histórica la hayan definido
de modo terminante, así como ningún pintor ni escuela pictórica ha
llevado a la práctica todo lo que entendemos por pintura.
Si la filosofía política abarca algo más que lo expresado por cualquier
gran filósofo, se justifica en parte suponer que constituye una empresa
cuyas características se revelan con más claridad a lo largo del tiempo.
Dicho de otro modo, la filosofía política debe ser comprendida de la
misma manera en que se aborda la comprensión de una tradición com-
pleja y variada.
Aunque tal vez sea imposible reducir la filosofía política a una breve
definición, podemos, en cambio, elucidar las características que la dis-
tinguen de otras formas de indagación y la vinculan con ellas. Exa-
minaré estos factores bajo los subtítulos siguientes: relaciones de la
filosofía política con la filosofía, características de la filosofía política
como actividad, su contenido y lenguaje, problema de las perspectivas
o ángulos de enfoque, y modo en que actúa una tradición.
Desde que Platón advirtió por primera vez que la indagación acerca
de la índole de la vida buena del individuo se relacionaba inevitable-
mente con una indagación convergente (y no paralela) acerca de la
índole de la comunidad buena, se ha mantenido una íntima y continua
vinculación entre la filosofía política y la filosofía en general. Ademas
11
?e haber ~ontribuido generosamente al acervo principal de nuestras
i~eas p~l~ticas, la mayoría de los filósofos han proporcionado al teó-
r:Sº po~tiso. muchos de sl'.s métodos de análisis y criterios de evalua-
c10~. His,t<;>ncament~, la diferencia fundamental entre filosofía y filo-
so~ia política ha radicado en un problema de especialización y no de
me~o.do o de temperamento. En 'virtud de esta alianza, los teóricos
p~hticos. han ,ª~optado como propia la búsqueda básica de conoci-
miento sistematico que lleva a cabo el filósofo.
La teoría. política se vincula con la filosofía en otro sentido fundamen-
tal. La filosofía puede ser diferenciada de otros métodos de extraer
verdades, tales como la visión mística, el rito secreto las verdades
de conci~n~ia o el sentimiento íntimo, porque pretende ;eferirse a ver-
dade~ publicamente alcanzadas y públicamente demostrables.1 Al mis-
mo tiempo, _una de ~alidades esenciales de lo político -que ha
moldead~ vigorosamei;.te~[enfoque aedos teóricos- po1íticos acerca
de su obJ~to 4e estudio- ~-s su relación con lo «público». En esto
pensaba ~ice~on.cuando denomi~6aLcuerpo político una res -publicá,
;:ir~a. «c?sa publica~> o la: «propiedad de un pueblo». De todas las
mstitucione? que e1e:ceri autoridad en la sociedad, se ha singularizado
~l_ ()~~enamiento político_.c:omo referido exclusivamente a lo que es
«_C?_!Illlil» atoda la comunidad. ~tas funciones -tales como la de-
fensa: n31;ional, ~l <;>rdeiCirlteirio, la aClmlnistración de la justicia y la
regula~ion. eco_11on11ca- fu_eron declaradas responsabilidad primordial
?e las mst1t~c_iones P?líticas, basándosefundamentalmente en que los
~ntereses y ±mes servidos por estas funciones beneficiaban a todos los
mteg~antes de la comunidad. La única institución que rivalizó con la
autond~d del orden político. fue la Iglesia medieval; pero esto sólo
fye posi~le porque, al. a~rnmr las características de un régimen polí-
ti_c;i, pa.so a ser algo distmto de un cuerpo religioso. La íntima cone-
-'.'i9n existente entre instituciones políticas e intereses pl:íblicos ha sido
1~corp~r:ida a la práctica de los filósofos; se ha considerado la-filoso-
i~~-I'ºl~tica: co!!lo una. reflexión sobre cuestiones que preocupan a la
C()mumdad en su cbnJurito.
C<;>rresponde: enconsecuencia, que la indagación de los asuntos pú-
bhco_s se realice según los cánones de un tipo público de conocimiento.
El~g1r la otra alte_rr;~tiva, ~in~ular el conocimiento público con modos
privados de cogmcion, sena mcongruente y estaría condenado al fra-
caso. El símbolo dramático de la vinculación correcta fue la exiaencia
de la ple~e ro.mana para que }as Doce Tablas de la Ley se trasfor~aran,
de un, m!steno sacer~ot.al solo con<;>cible por unos pocos, en una for-
ma publica de conocimiento, accesible a todos.
1 Hay, es cierto, el lamento de Platón sobre la incomunicabilidad de determi-
nad.as verdades. Se diga ~o ~u_e se diga respect? de tales verdades, no se puede
d~crr que posean _val_or filosohco ~lguno" ~o mismo rige P:Uª las supuestas doc-
trmas secretas atnbmdas a los antiguos filosofas. Las doctrmas esotéricas pueden
s~r ~c~ptadas como una forma de instrucción religiosa, pero no de enseñanza
filosofica.
12
II. Forma y sustancia
Si pasamos ahora al objeto de la filosofía polítiGi, aun el más super-
ficial examen de las obras maestras de li literatura política nos reve-
lará la continua. reaparición de ciertos temas problemáticos. Podrían
exponerse muchos ejemplos, pero bastará mencfonar unos pocos, tales
como las relf!ciones de poder entre_gobernantes y gobernados, la ín-
dole de la autoridad, los problemas planteados por el conflicto social,
l§!Je:rrrrquía de deftüs fines o propósitos como objetivos de la acción
política, y el carácter del conocimiento político: Si bien los filósofos
políticos no se han interesado en igual medida por todos estos proble-
mas, se ha establecido, en cuanto a la identidad de los problemas,
u_n consenso que justifica la creencia de que estas preocupaciones han
sido permanentes. 'la circu11stancia ge que los filósofos hayan di-
sentido, a menudo violentamente, respecto de las soluciones, no des-
miente que haya: un qbjeto cor)}Ún..c!e estudio..Lo que importa es la
continuidad de las preocupaciones, no fa unanimidad de las respuest_as.
El acuerdo en cuanto al objeto de estudio presupone, a su vez, que
aquellos a quienes les interesa ampliar el saber dentro de un campo
determinado coinciden en cuanto a lo que es pertinente para dicho
objeto y lo que debe excluirse. Con respecto a la filosofía política,
esto significa que el filósofo debe tener en claro qué es político y qué
no lo es. Aristóteles, por ejemplo, aducía al comienzo de su Política***.
que )10 se debía confundir el papel del estadista (politikós) con el
del propietario de esclavos o el del jefe de familia· el primero era
específicamente político; los otros, no. La distinció~ establecida por
Aristóteles sigue teniendo vital importancia, y las dificultades que
presenta formarse una idea clara de lo que es político constituye el
tema básico de este libro. Aristóteles aludía a los problemas que ex-
'j:íerimerita el filósofo político cuando intenta circunscribir un objeto
~e estudiQ .9,Je, ~-Eefl!id.acj,i;o .P.1:1e_d,e__s~! ~ir~u.nscrito. Esta. dif~cul!~d
oJJea:eCe a: dos razones prmc1pales. En primer lugar, una mstltucion
política, por ejemplo, se halla expuesta a influencias de tipo no polí-
tico, de modo que explicar dónde comienza lo político y dónde termina
lo no político pasa a ser un prol:¡Iewa desconcertante. En segundo
lugar, hay una difundida tendencia a utilizar, cuando describimos fe-
nómenos no políticos, las mismas palabras y conceptos que cuando
hablamos de asuntos políticos. En contraste con los tecnicismos de
la matemática y las ciencias naturales, frases como «la autoridad del
padre», «la autoridad de la Iglesia» o «la autoridad del Parlamento»
evidencian usos paralelos en las discusiones sociales y políticas.
Esto plantea uno de los problemas básicos que enfrenta el filósofo
.político cuando intenta establecer la especialidad de su objeto de es-
. tuclio: ¿Qué es político? ¿Qué distingue, por ·ejemplo, la autoridad
política ae··otras formas de autoridad, o la participación en una so-
ciedad política de la participación en otros tipos de '<!sociaciones? Pro-
curando dar respuesta a estas cuestiones, generaciones de filósofos ·han
,{'* Agregamos este signo cuando se cita por primera vez, en el texto o en las
notas de cada capítulo, una obra que tiene versión castellana. La nómina com-
pleta se encontrará en la Bibliografía en castellano al final del volumen.
13
.contribuido a gestar una concepción de la filosofía política como forma
permanente de discurso acerca de lo que es político, y a describir al
filósofo político como alguien que filosofa acerca de lo político. ¿De
qué manera lo han hecho? ¿Cómo han llegado a escoger determinadas
acciones e interacciones, instituciones y valores humanos, y a llamar-
los «políticos»? ¿Cuál es el rasgo común específico de ciertos tipos de
situaciones y actividades -v. gr., votar y legislar- que permite de-
nominarlas «políticas»? O bien, ¿qué condiciones debe satisfacer de-
terminada acción o situación para que se la llame política?
En cierto sentido, el proceso de definir el ámbito de lo político no
ha diferido mucho del que ha tenido lugar en otros campos de inda-
gación. Nadie sostendría con seriedad, por ejemplo, que los campos
de la física o la química han existido siempre en una forma evidente
por sí .!nisma y bien determinada, esperando únicamente que Galileo
o Lavoisier los descubrieran. Si aceptamos que un campo de indaga-
ción es, en importante medida, producto de una definición, el campo
de la política puede ser considerado como un ámbito cuyos lírriTies.hán
sido establecidos a lo largo de sigfos de díScusión política. Así como
los perfiles·de otros campos se han modificado, también fos límites
de lo político han sidó cambiantes, abarcando a veces más, a veces
menos, de la vida y el pensamiento humanos. La era de totalitarismo
genera el lamento de que «esta es una era política. Vivimos pensando
en la guerra, el fascismo, los campos de concentración, las cachiporras,
las bombas atómicas ...».En épocas más serenas, lo político es menos
ubicuo. Según Santo Tomás de Aquino, «el hombre no está formado
para la hermandad política en su totalidad, ni en todo lo que po-
see ...».2
Quisiera insistir, sin :"!IJlbarg(), en que el campo de la polí-
tica es y llaSíaO,-eñun'sentido decisivo y radical, un producto de la
·_cf~fil:.ll!l hug1ig1?. Ni la designación de ciertas actividades y ordena-
mientos como polfücos, rú nuestra manera característica de pensar en .
ellos, ni los conceptos con que comunicamos nuestras observaciones
y reacciones, se hallan inscritos en la naturaleza de las cosas, sino que
son el legado de la actividad histórica de los filósofos políticos.
Con estos comehtarios nO me propongo sugerir que el filósofo polí-
tico se haya sentido en libertad de llamar «político» a lo que quisiera,
ni que -como el poeta de lord Kames- se haya ocupado de «fabri-
car imágenes sin base alguna en la realidad». Tampoco me propongo
insinuar que los fenómenos que designamos como políticos sean, en
un sentido literal, «creados» por el teórico. Se admite sin discusión
que las prácticas establecidas y los ordenamientos institucionales han
proporci_o_nado a los autg.i:~s_
_p_olíti.c:9s sus datos básicos; a esto me re-
feriré ensegi.iida.-También es cierto que muchos de los temas aborda- .
dospoi:uñteoiico deben su inclusión al simple hecho de que, en las
convenciones lingüísticas existentes, se alude a tales temas como
políticos. Por otro lado, también es verdad que las id~as y q¡tegotías
que empleamos en el análisis político no son del mismo orden que los
«hechos» institucionales, ni están «contenidos» en los hechos, por así
decir, sino que representan un elemento agregado, algo creado por el
teórico político. Conceptos como «poder», «autoridad», «consenso»
2 G. Orwell, England, your England, Londres: Secker & Warburg, 1954, pág.
17. T. de Aquino, Summa Theologiae, ,!".~ Ia, IIae, Q. 21, art. 4, ad 3.
14
y demás no son «cosas» reales, aunque estén destinados a señalar al-
gún aspecto importante relativo a las cosas políticas. Tienen como
función volver significativos los hechos políticos, ya sea'·con fines de
ai:iáffsTs, crítica o justificación, o una combinación de estos fines. Cuan-
do los conceptos políticos se exponen en un enunciado como el si-
guiente: «No son los derechos y privilegios de que goza un hombre
los que hacen de él un ciudadano, sino la mutua obligación entre súb-
dito y soberano», la validez de dicho enunciado no puede establecerse
remitiéndose a los datos de la vida política. Este sería un procedi-
miento circular, ya que la forma del enunciado determinaría inevi·
tablemente la interpretación de los hechos. Dicho de otra manera: la
teoría política no se interesa tanto en las prácticas políticas o su fun-
cionamiento como en sus significados. Así, en el enunciado de Bodin
qüese·-aca:ba'de trasi:ribff, elnedio de que, por motivos legales o por
la práctica, el integrante de una sociedad tuviera ciertas obligaciones
hacia su soberano, y viceversa, no era tan decisivo como que estos
deberes pudieran ser comprendidos de un modo tal que sugiriera
algo importante acerca de la pertenencia a la sociedad y --en las fases
posteriores de la argumentación de Bodin- acerca de la autoridad
del soberano y sus condiciones. En otras palabras, el concepto de per-
tenencia a la sociedad permitió a Bodin extraer consecuencias e inferir
interconexiones entre ciertas prácticas o instituciones que no eran
evidentes sobre la base de los hechos mismos._i=l!and()d significado
de tales conceptos se torna más o menos estable, ellos actúan como
«señales indicadoras» que llevan a buscar o tener en cuenta determi-
nados factores cuando procuramos comprender una situación política
o emitir un juicio acerca de ella. De este modo, los conceptos y_ca_t<:-
gorías que constituyen nuestra comprensión política nos ayudan a de.
<lucir conexiones entre. los fenómenos políticos; introducen algún or-
den en lo que podría parecer, de lo contrario, un caos irremediable
de actividades; median entre nosotros y el mundo político que pro-
curamos hacer inteligible; crean una zona de conocimiento determina-
do y con ello nos ayudan a separar los fenómenos pertinentes de los
que no lo son. ·
III. Pensamiento político e instituciones políticas
En su intento de dar significado a los fenómenos políticos, el filósofo
se ve respaldado y restringido al mismo tiempo por la circunstancia
de que las sociedades poseen cierto orden, cierto grado de ordena-
miento, que existe al margen de que los filósofos filosofen o no. En
otras palabras: los límites y la esencia del objeto de estudio de la fi-
losofía política están determinados, en gran medida, por las prácticas
de las sociedades t!xistentes. Entendemos por «prácticas» los procesos
·instihicioñaliz'ados y procedimientos establecidos que se emplean ha-
bitualmente para resolver asuntos públicos. Lo importante para la
teoría política es que estas prácticas institucionalizadas cumplen una
función fundamental en cuanto a ordenar y dirigir la conáucta fü.ima:
na y determinar el carácter de fos sucesos. El papel organizador de las
15
:
instituciones y las prácticas habituales crea una «naturaleza» o ám-
bito de fenómenos que es análoga, en general, a la naturaleza que debe
abordar el especialista en ciencias naturales..Tal vez pueda esclarecer
el significado de la «naturaleza política» describiendo parcialmente la
función de las instituciones.
EI sistema de instituciones políticas de una sociedad dada represen-
ta un ordenamiento de poder y autoridad. En algún punto del sistema,
se reconoce que ciertas instituciones. poseen autoridad para tomar
decisiones aplicables a toda la comunidad. Como es natural, el ejer-
cicio de esta furieióri atrae la ateneión de grupos e individuos que
intuyen que las decisione~ adoptadas influirán en sus intereses y ob-
jetivos. <Cuando'esfatoma de conciencia cobra la forma de una acci6n
dirigida hacia las instituciones políticas, las actividades pasan a ser
«políticas» y a integrar la naturaleza política. La iniciativa puede par-
tir de las instituciones mismas, o de los hombres que las manejan.
Una decisión pública -encaminada, por ejemplo, a controlar la fabri-
cación de tejidos o a prohibir la difusión de ciertas doctrinas- tiene
el efecto de conectar estas actividades con el orden político y conver-
tirlas, al menos en parte, en fenómenos políticos. Aunque podrían
darse múltiples ejemplos acerca del modo en que las actividades hu-
manas se vuelven «políticas», lo principal es la :función «relacionante»
que cumplen las instituciones políticas: Por medio de las cfédsiones
que adoptan y ponen en práctica los funcionarios públicos, se reúnen
actividades dispersas,,se las dota de una coherencia nueva y se mol-
dea su curso futuro de acuerdo con criterios «público~. De este modo,
las instituciones políticas agregan otras dimensiones a la naturaleza
política. Sirven para definir, por así decirlo, el «espacio político» o
lugar donde se relacionan las fuerzas tensionales de la: sociedad, como
en un tribunal, una legislatura, una audiencia administrativa o el con-
greso de un partido político. También sirven para definir el «tiempo
político», o período dentro del cual tienen lugar la decisión, la reso-
lución o el acuerdo. Los ordenamientos políticos proporcionan así un
marco dentro del cual se vinculan espacial y temporalmente las acti-
vidades de individuos y grupos. Examínese, por ejemplo, el funcio-
namiento de un sistema nacional de seguridad social. Un agente fiscal
cobra réditos provenientes de las ganancias obtenidas el año anterior
por una compañía; con esos réditos, a su vez, podría establecerse un
sistema de seguridad social o de pensiones que beneficiaría a trabajado-
res que no tienen otra vinculación con dicha compañía. Es posible,
sin embargo, que el trabajador no reciba de hecho tales beneficios has-
ta un cuarto de siglo más tarde. Tenemos aquí, en la forma de un
agente de réditos, una imtitución política: gracias a cuyo funciona-
miento una serie de actividades, que de otro modo estarían desvincu-
ladas entre sí, quedan integradas, y se les imparte un significado a
lo largo del tiempo.3
Ha dicho un filósofo contemporáneo que, por medio de los conceptos
y símbolos que utiliza nuestro pensamiento, procuramos que un «Or-
den temporal de palabras» represente a «un orden relacional de co-
3 Es importante cuidarse de la idea de que las instituciones representan un
agente impersonal, más elevado. Una institución es un grupo determinado de _
personas que llevan a cabo ciertas funciones dentro de un esquema organizacional.
l 16
sas».4
Aplicando esto mismo a los asuntos políticos, podemos decir
que las instituciones políticas proporcionan las relaciones internas
entre las «cosas» o fenómenos de naturaleza política, y que la filosofía
política trata de formular enunciados significativos respecto de esas
«Cosa.s». En otras palabras: las instituciones dan coherencia previa a
los fenómenos políticos; de ahí que, cuando el filósofo político re-
flexiona acerca de la sociedad no se encuentra ante un torbellino de
sucesos.o activi~ades inconexds que se precipitan a través de un vacío
democnteano, smo ante fenómenos ya dotados de coherencia e interre-
laciones.
IV. La filosofía política y la índole de lo político
Al mismo tiempo, sin embargo, casi todos los grandes enunciados de
la filosofía política han sido propuestos en épocas de crisis, o sea,
cua?do los fenómenos ~JOlí~icos son integrados por las formas insti-
tuc10nales con menos eficacia que antes. El colapso institucional pone
en libertad, PC?r ~sí decir, ft;r:ómenos que Iíacenque los comportamien-
tos y aconteci~iei:t?s poht1co~ tomen un carácter algo aleatorio, y
des!ruyen los sig~ic;ados habituales que habían formado parte del
antiguo ~un~o pohtico. D~sde la. ~poca en que el pensamiento grie-
go quedo fascmado por las rnestabilidades que afectan la vida política
los filósofos políticos occidentales se han preocupado por el vacío qu~
se pro?uce cuando la 1red de las relaciones políticas se ha disuelto
y los ".'i,nculos de l<;altad ~e han cortado: ~e hallan indicios de esta preo-
cupacion en las rntermmables exposic10nes de escritores arieaos v
romanos acerca de los ciclos rítmicos que estaban destinada; a ;egui~
las formas gubernamentales; en las sutiles distinciones establecidas
por Maquiavelo entre las contingencias políticas que el hombre podía
domin~r y las que lo dejaban impotente; en el concepto, elaborado
en el siglo .xvrr, de un ~<estado natural» como condición que carece
de las relac10nes establecidas y formas institucionales características de
un sistema político en funcionamiento; y en el vigoroso intento de
Hobbes por fundar una ciencia política que permitiera a los hombres
crear, d~ 1:-1:ª vez por todas; ;.ina comunidad perdurable capaz de sopor.
tar las vic;lSltudes de la política. Aunque la tarea de lafilosofía política
se comp_Iica sobr~manera en un período de desintegración, las teorías
de Piaron, Maqmavelo y Hobbes, por ejemplo evidencian una rela-
ción de «desafío y respuesta» entre el desorde~ del mundo y el pa-
pel del filósofo político como encargado de encuadrar ese desorden.
La gama de posibilidades parece infinita, ya que ahora el filósofo
pQlítico no se limita a criticar e interpretar;debe reconstruir un desar-
ticulado mundo de sigruficados:y sus expresfories institucionales con~
5omitan~e~; debe, en suma, modelar 'un cosmos político a partir d~l
caos pohtico.
Aunque las condiciones de extrema desorganización política hacen más
urgente aún la: búsqueda de orden, también el teórico político que es-
4 S. Langer, Philosophy in a new key, l* Nueva York: Mentor, 1952, págs. 58-59.
17
cribe para tiempos menos heroicos .. ha clasificado el orden como un
problema fundamental de su objeto de estudi():Ningún teórico políti-
·co abogó jamás por una sociedad desordenada, y ningún teórico polí-
tico ha propuesto jamás la revolución permanente como modo de vida.
En su sentido más elemental, el orden ha implicado una situación de
paz y seguridad que hace posible la vida civilizada. La avasallante
preocupación de San Agustín por el destino trascendente del hombre
no lo cegó ante el hecho de que prepararse para la salvación presupo-
nía un marco terrenal, dentro del cual las exigencias básicas de paz y
seguridad eran satisfechas mediante el orden político; advertir esto lo
llevó a admitir que incluso un sistema político pagano terúa cierto
valor. La preocupación por el orden ha dejado señales en el vocabu-
lario del teórico político. En los escritos de todo teórico importante
se encuentran palabras como «paz», «estabilidad», «armonía» y «equi-
librio». De modo similar, toda investigación política se dirige, en al-
guna medida, hacia los factores que favorecen o contrarían el mante-
nimiento del orden. El filósofo político pregunta: ¿Qué función cum-
plen el poder y la autoridad para defender la base de la vida social?
¿Qué exige el mantenimiento del orden a los integrantes de la so-
ciedad, en cuanto a un código de civilidad? ¿Qué tipo de conocimien-
to necesitan gobernante y gobernados para que se mantenga la paz y
la estabilidad? ¿Cuáles son las fuentes de desorden y cómo pueden
ser controladas?
Al mismo tiempo, con importantes excepciones, la mayoría de los
escritores políticos han aceptado, en alguna forma, el aforismo aristo-
télico de que los hombres que viven una vida en asociación desean,
no solo vivir, sino a!canzar una buena vida; es decir que los hombres
iienenaspiraciones que trascienden la satisfacción de ciertas necesi~
éiades elementales, casi biológicas, como la paz interna, la defensa
contra enemigos externos y fa protección de su vida y posesiones. Tal
como lo definió San Agustín, el orden contenía una jerarquía de bie-
nes que ascendía desde la mera protección de la vida hasta el tipo
de vida más elevado. A través de la historia de la filosofía política,
han existido opiniones diversas referentes a lo que debía ser incluido
dentro del concepto de orden, desde la idea griega de la autorrealiza-
ción individual, pasando por la concepción cristiana del orden político
como una especie de praeparatio evangelica, hasta el enfoque liberal
moderno según el cual el orden político tiene escasa relación con las
psiques o las almas. Cualquiera que sea el énfasis específico, la preo-.
cupación por el orden ha conducido al teórico político a examinar los
t]pos de fines y propósitos adecuados para una sociedad política. Esto
nos lleva hasta el segundo aspecto general del objeto de estudio: ¿Qué
clases de cosas resultan adecuadas para una sociedad política, y por
qué motivo lo son?
Al examinar, antes, la filosofía política y su relación con la sociedad,
aludimos muy brevemente a la idea de gue l.a filosofía política se
refería a asuntos públicos. Quisiera señalar aquí que las palabras «pú-
blico», «común» y «general» tienen una prolongada tradición de uso
que Iiú3na hecho sinónimas de lo político. Por esta razón, sirven como
indicios importantes para el objeto de estudio de la filosofía política.
Desde sus comienzos en Grecia, la tradición política occidental ha con-
18
siderado el orden político como un orden común, creado para resolver
las cuestiones en que todos los integrantes de la sociedad tienen algún
interés. El concepto de un orden que era político y común al mismo
tiempo, fue expuesto con suma elocuencia en el diálogo Protágoras/*
de Platón. En este se relataba que los dioses proporcionaron a los
hombres las artes y talentos necesarios para sobrevivir físicamente; sin
embargo, cuando los hombres fundaron ciudades, estallaron continuos
conflictos y violencias, que amenazaron retrotraer la humanidad a una
con~ición brutal y salvaje. Protágoras describía luego cómo los dioses,
temiendo que los hombres se destruveran decidieron suministrar justi-
cia y virtud: , '
«Temeroso de que toda la raza fuera exterminada, Zeus envió a Her-
mes, portador de reverencia y justicia para que fueran principios or-
denadores de las ciudades y vínculos de amistad y conciliación. Her-
mes preguntó a Zeus cómo impartir justicia y reverencia a los hom-
bres: ¿Debía distribuirlas como están distribuidas las artes, vale decir,
solo a unos pocos favorecidos i[ o] (... ) a todos? "A todos -contes-
tó Zeus-; quisiera que todos tengan una parte; porque las ciudades
no pueden existir si solamente unos pocos disfrutan de las virtudes,
como de las artes ..."».5
El «carácter común» del orden político se ha reflejado tanto en la
gama de ternas que los teóricos políticos juzgaron adecuados a su mate-
ria, corno en el modo en que tales ternas han sido tratados en la teoría
pol~t!ca. Está presente e~1 la creencia básica de los teóricos: el poder
pohtico se ocupa de los intereses generales compartidos por todos los
mtegrantes de la comunidad; la autoridad política se diferencia de
otras formas de autoridad en que habla en nombre de una sociedad
c?nsiderada en sus características comunes; la pertenencia a una so-
ciedad política simboliza mía vida de experienéias comunes; y el orden
presidido por la autoridad política debería extenderse a lo largo y a
.lo ancho de la sociedad en su conjunto. El gran problema que plantean
estos y otros t~mas proviene de que los objetos y actividades que tra-
tan no están aislados. El integrante de la sc5ciedad puede compartir
algunos intereses con sus semejantes, pero otros intereses pueden ser
pecul~ares a é!? a algún grupo al cual pertenece; de modo- similar, la
autoridad pohtrca no solo es una entre varias autoridades de la so-
ciedad, sino que, en ciertos aspectos, se encuentra compitiendo con
ellas.
La inserción de lo político en una situación de factores que se entre-
cruzan sugiere que la tarea de definirlo es continua. Esto se hace más
evidente si pasamos a considerar otro aspecto de este objeto de estu-
dio: el de la <lCtividad política. Para los fines de este trabajo inter-
preto que «a.c.~ividad política» incluyelo siguiente: a) una fo;rna de
actividad centrúda·alrededor de la búsqueda de ventajas competitivas
5 _Protagoras, :"'<, trad. al inglés por Jowett, 321-25. La cuestión referente a si el
mito de Protagoras representa los pensamientos del propio Platón es abordada
por R. B. Levinson en In defense of Plato, Cambridge: Harvard University Press
1953, págs. 293-94; W. K. C. Guthrie, In the beginning Londres· Methuen'
1957, pág. 84 y sigs. ' · '
í9
entre grupos, individuos o sociedades; b) una forma de actividad con-
dicionada por el hecho de tener lugar dentro de una situación de cam-
bio y relativa escasez; c) una forma de actividad en la cual la prose-
cución de beneficios produce consecuencias de tal magnitud que afec-
tan de modo significativo a la sociedad en su conjunto o a una parte
sustancial de ella. En el trascurso de la mayor parte de los últimos
dos mil quinientos años, las comunidades occidentales han tenido que
sobrellevar drásticos ajustes frente a cambios inducidos tanto desde
adentro como desde afuera. Como un reflejo de este fenómeno, la
política ha llegado a ser una actividad expresiva de la necesidad de
reajuste constante por parte de la sociedad. El cambio tiene como
efecto no solo alterar las posiciones relativas de los grupos sociales,
sino también modificar los objetivos por los cuales compiten indivi-
duos y grupos. De este modo, la expansión territorial de una sociedad
puede abrir nuevas fuentes de riqueza y poder, que alterarán las posi-
ciones competitivas de diversos grupos nacionales; un cambio en el
modo de producción económica puede originar la redistribución de la
riqueza y la influencia, de tal manera que provoque protesta y agitación
de parte de aquellos cuyo status ha sido afectado de modo adverso
por el nuevo orden; un gran aumento de la población con introducción
de nuevos elementos raciales, como el que tuvo lugar en Roma, puede
ocasionar exigencias de ampliación de los derechos políticos, ofrecien-
do mediante esta exigencia un elemento que invita a la manipulación
política; o puede aparecer un profeta religioso proclamando una nueva
fe y reclamando que sean extirpados los antiguos ritos y creencias
que el tiempo y la costumbre habían entretejido en la trama de expec-
tativas. Desde cierto ángulo, las actividades políticas son una res-
puesta a cambios fundamentales que tienen lugar en la sociedad. Des-
de otro punto de vista, estas actividades provocan conflicto por que
representan líneas de acción que se cortan, mediante las cuales indi-
viduos y grupos tratan de estabilizar una situación de modo afín a sus
aspiraciones y necesidades. De esta forma, la política es tanto una
fuente de conflicto como un modo de actividad que busca resolver con-
flictos y promover reajustes.
Podemos resumir este análisis diciendo que el objeto de la filosofía
política ha consistido, en gran medida, en la tentativa de hacer com-
patible la política con las exigencias del orden. La historia de la
filosofía política ha sido un diálogo sobre este tema; la perspectiva
del filósofo ha sido a veces la de un orden exento de política, y ha
producido una filosofía política de la cual fueron eliminadas la acti-
vidad política y gran parte de aquello a lo que alude el término
«política>>; otras veces, ha dejado a la actividad política un margen
tan amplio que parece haber descuidado la preservación del orden.
V. El vocabulario de la filosofía política
Una característica importante de un conjunto de conocimientos reside
en que es trasmitido mediante un lenguaje bastante especializado. Con
esto queremos decir que las palabras son utilizadas en ciertos sentidos
20
especiales, y que ciertos conceptos y categorías son considerados fun-
damentales para un::r-comptensión del tema. Este aspecto de un con-
junto de conocimientos es su lenguaje o vocabulario. En gran medida,
cualquier lenguaje especializado representa una creación artificial, ya
que se lo construye deliberadamente de modo que exprese significa-
dos y definiciones del modo más preciso posible. Los matemáticos,
por ejemplo, han elaborado un complejísímo sistema de signos y sím-
bolos, así como un conjunto aceptado de convenciones que rigen su
manipulación; también los físicos emplean una cantidad de defirúcio-
nes especiales destinadas a permitir la explicación y la predicción. Por
su parte, el lenguaje del teórico político tiene sus propias peculiarida-
des. Algunas de estas han sido señaladas por críticos que se queja:·on
de la vaguedad de los conceptos políticos tradicionales, comparados
con la precisión que caracteriza al discurso científico, o que establecie-
ron paralelos igualmente desfavorables entre la baja capacidad predic·
tiva de ias teorías políticas y el gran éxito de las teorías científicas a
este re~pecto.
-No queremos agregar una contribución más a la aburrida controversia
acerca de si la ciencia política es o puede ser una verdadera ciencia,
pero tal vez evitemos algunos errores de concepción si exponemos
brevemente lo que los teóricos políticos han procurado expresar me-
diante su vocabulario especializado. Podríamos empezar por trascribir
unos pocos enunciados característicos, seleccionados entre algunos fi-
lósofos políticos:
«Para el hombre, la seguridad es imposible si no va unida al· poder»
(Maquiavelo).
«No puede haber verdadera Lealtad, y quedarán simientes perpetuas---
de Resistencia, contra un poder construido sobre un cimiento tan
antinatural como el miedo y el terror» (Halifax).
«En cuanto el hombre ingresa en un estado de sociedad, se libra del
sentimiento de su debilidad; cesa la igualdad y entonces comienza el
estado de guerra» (Montesquieu).
Aceptemos que el lenguaje y conceptos contenidos en los enunciados
antedichos son tan vagos que desafían la rigurosa verificación pres-
crita por los experimentos científicos. En sentido estricto, conceptos
como «estado natural» o «sociedad civil» ni siquiera pueden ser so-
metidos a observación. Sin embargo, sería erróneo concluir que estos
y otros conceptos de la teoría política son empleados deliberadamente
para evitar la descripción del mundo de la experiencia política. La
frase citada de Maquiavelo alude a la circunstancia de que la vida y las
posesiones tienden a volverse inseguras cuando quienes gobiernan la
sociedad no pueden imponer la ley y el orden. Por otro lado, «seguri-
dad» es algo así como una abreviatura que expresa el hecho de que la
mayoría de los hombres prefieren una situación que garantice sus
expectativas con respecto a su viqa y propiedad. Tomada en conjunto,
la frase de Maquiavelo expresa una generalización que consta de dos
conceptos claves: poder y seguridad. Ambos «contienen», por así
decirlo, una comprensión de sentido común de sus consecuencias
prácticas. La seguridad implica así ciertas actividades, a saber, que los
21
integrantes de la sociedad pueden utilizar sus posesiones y gozar de
ellas con pleno conocimiento de que no les serán arrebatadas por la
fuerza. De modo similar, el ejercicio del poder efectivo será acomp~·
ñado por ciertas acciones usuales, tales como promulgar leyes, casti-
gos, etc. En cambio, no resulta tan evidente para el sentido común la
conexión entre poder y seguridad, y esto es lo que procur~ establecer
el teórico político. El uso de conceptos y un lenguaje especiales le per-
miten reunir una variedad de experiencias y prácticas comunes, tales
como las vinculadas con el goce de la seguridad y el ejercicio del po-
der, y mostrar sus interconexiones. .
Aunque estas generalizaciones pueden expresar cosa: ~mportantes, no
permiten predicciones exactas, como una ley de la fis1ca. L?s co=1cep-
tos son demasiado aenerales como para lograr esto, y la ev1denc1a se-
ría harto endeble Pata respaldar cualquiera de las afirmaciones ames
transcritas. Esto no quiere decir que sea imposible formular, con res-
pecto a la actividad política, proposiciones rigurosas, pasibles de ser
sometidas a una verificación empírica. Se sugiere únicamente que es-
tos enunciados no son del tipo de los que han ocupado tradicionalmen-
te la atención de los teóricos políticos. Por consiguiente, en lugar de
criticar a los teóricos por la mala ejecución de una empresa que nunca
abordaron sería más útil indagar si el teórico político intentaba algo
similar a l~ predicción, pero menos riguroso. Yo sugeriría, en prim_er
lugar, que en vez de predecir los teóricos se han ocupado de prevemr.
Maquiavelo advierte que habrá inseguridad en ausencia de una auto-
ridad aobernante efectiva; Halifax, que una autoridad que se apoya
demaslado en el temor provocará a la postre resistencia. Aunque cada
una de estas admoniciones presenta cierta similitud con una predic-
ción difiere de ella en dos importantes aspectos. En primer lugar,
una prevención sugiere una consecuencia desagradable o indeseable, en
tanto que una predicción científica es neutral. En segundo. lugar,_una
prevención es habitualmente hecha por una persona que siente cierta
relación con el grupo o las personas a quienes se previene; en resu-
men, una prevención expresa un compromiso. 9-ue está ause~te en las
predicciones. En concordancia con esta func1on de prev~mr, el len-
guaje dela "feoifa política contiene muchos conceptos destmado~ a ex-
presar señales de prevención: algunos de esos conceptos son los de
desorden, revolución, conflicto e inestabilidad.
Sin.embarP-o, la teoría política no solo ha implicado el pronóstico de
9e_s_as.tr,<:s. Se ocupa !ambi~n ge las posibilídac:l~s; procura enunciar las
condiciones-necesarias o sdicientes para lograr fines a los cuales, por
una u·ofra-ra:Zón,s~ c.s:i]fsi<:lera buenos o deseables. De-tal ·modo;·el
enunciado de Maqui:r,,elo contenía tanto una prevención como una
posibilidad: el p0der era la condición para lograr seguridad, pero un
poder ineficaz abriría el camino a la inseguridad.
Una objeción obvia para la línea de argume11tación antedicha es _q~1e
coloca al teórico político en situación de poder adeL:mtar prnposic10-
nes y emplear conceptos que no pueden ser juzgados ;:orno ciertos o
falsÓs mediante un canon empírico riguroso. Esta objeción es aceptada
sin discusiones, en cuanto corresponde a muchos de los enunciados Y
conceptos contenidos en la mayor parte de las teorías políticas. Sin
embargo, no es una objeción concluyente, pues presupone que una
22
verificación empírica proporciona el único método que permite deter-
minar si un enunciado es significativo o no. En vez de demorarse en
torno de las deficiencias científicas de las teorías políticas, acaso sea
más fructífero considerar a la teoría pg]ítica como perteneciente a una
forma diferente de discurso. Siguiendo esta sugerencia, podemos adop-
tar, para nuestros fines, una propuesta formulada por Carnap.6
Este
ha sugerido el término «exolicación» para abarcar ciertas expresiones,
empleadas tanto en el habl~ cotidiana como en la discusión científica.
La explicación emplea significados menos precisos que los idealmente
adecuados para una discusión rigurosa, pero prácticos, y que, una vez
redefinidos y precisados, pueden prestar servicios muy útiles en una
teoría. Ejemplos de tales palabras serían «ley», «causa» y «verdad».
En la medida en que se las formula como propuestas, estas palabras
no pueden ser definidas como verdaderas o falsas. El lenguaje de la
teoría política abunda en conceptos que son empleados para explicar
ciertos problemas. Con_frec:uencia se tratade palabras similares a las
del uso común, pero redefinidas y retocadas para hacerlas más útiles.
L¡fpalab¡:a_einple_ada por_ef.teórico.puede se:r guiad¡l-porelusci-común,
pero no se halla necesariamente limitada por el significado común. Por
ejemplo, la definición de Aristóteles acerca de un buen ciudadano co-
mo alguien que poseía tanto el conocimiento como la capacidad para
gobernar y ser gobernado, contenía mucho que era familiar para los
atenienses. Al mismo tiempo, las cuestiones que Aristóteles intentaba
esclarecer le exigieron remodelar o reconstruir los significados acepta-
dos. Este mismo procedimiento ha sido seguido para formar otros
conceptos claves en el lenguaje de la teoría política; conceptos como
«autoridad», «obligación» y «justicia» conservan cierto contacto con
-ros-SigJ:!ifi:ca_dps y_exp:eriencii comunes, peroJian sido remodelados pa-
rá satisfacer las exigencias del discurso sistemático.
Nos herrios-defeniC!o en Cfesfacal:-estacuestióricon: el fin de poner de
relieve los nexos entre los conceptos de la teoría política y la.experien-
cia política. Ellos sugieren que una teoría política no es una construc·
ción arbitraria, porque sus conceptos se vinculan con la experiencia
en diversos puntos. Una teoría sistemática como la formulada por
Hobbes consiste en uñared de cor1cepi:os-foterrelacioiiados- y conéren-
tes-(ídealménte); ningún concepto es idéntico a la experiencia, peto
ninguno está deLtodº_~(!f)arMo .d~_ ellf!~ Quizá se comprenda rrrejor
·todo él-procedimiento si introducimos una explicación genética. La
teoría política no constituye excepción alguna al principio general de
que, en las etapas iniciales de su evolución, casi todos los vocabularios
especiales dependen del vocabulario del lenguaje cotidiano para ex·
presar sus significados. Por ejemplo, los conceptos del pensamiento
griego primitivo podían ser comprendidos remitiéndose al uso común,
v apenas lo sobrepasaban. Con la sistematización del pensamiento po-
lítico, tal como la ejemplifican Platüii y Aristóteles, el lenguaje de la
teoría política pasó a ser más especializado y abstracto. fil_le_nguaje
coloquial cotidfono fue modificado y redefinido de modo que elteó-
6 R. Carnap, The logical foundations of probability, Chicago: University of Chica-
go Press, 1950, cap. I, y la exposición de C. G. Hempel, «Fundamentals of
concept formation in empirical science», International Encyclopedia of Unified
Science, vol. 2, n~ 7, 1952, pág. 6 y sigs.
23
rico pudiera enunciar sus ideas con una precisión, coherencia y exten-
· sión que.el uso habitual no le permitía alcanzar. Sin embargo, persis-
tía el vínculo que conectaba el concepto perfeccionado y los antiguos
usos. Se ha hecho notar con frecuencia que el concepto de justicia (di-
ke) experimentó una prolongada evolución antes de convertirse en
concepto político. En la época de Homero, trasmitía diversos signifi-
cados, tales como «mostrar», «señalar» o indicar «de qué manera ocu-
rren normalmente las cosas». En Los trabajos y los días,*'';, Hesíodo
lo adopta para usos políticos. Este previno contra el príncipe que im-
partía dike «deformada», y recordaba a los hombres que ellos dife-
rían de los animales, que ignoraban las reglas de la dike.7
En las filo-
sofías de Platón y Aristóteles, el concepto de justicia era formulado
de modo más abstracto, y no se podía decir que se identificara con los
significados habituales. Sin embargo, vale la pena hacer notar que en
La República,* de Platón, se iniciaba el examen de la justicia hacien-
do y:ue varios oradores propusieran nociones habituales de justicia.
Aunque talgunas de estas eran descartadas, otras eran consideradas in·
suficientes, lo cual equivale a decir que se las incorporaba, en forma
modificada, a la definición más global y abstracta de justicia que rela-
cionamos con el diálogo. De este modo, Platón rnnstruía un concepto
de justicia vinculado, en muchos aspectos, con una tradición del uso
común.
Aunque el vocabulario del teórico político lleva ~onsigo rastros de
lenguaje y experiencia cotidianos, es en gran medida el producto de
·los esfuerzos creadores del teórico. Esta estructura de significados
contiene no solamente conceptos políticos -<:orno ley, autoridad y
orden- sino también una sutil fusión de ideas filosóficas y políticas,
una metafísica oculta o latente. Toda teoría política que ha procurado
alcanzar, en alguna medida, un carácter global, ha adoptado alguna for-
mulación implícita o explícita acerca de los conceptos de «tiempo»,
«espacio», «realidad» o «energía». Aunque estas son, en su mayoría,
categorías tradicionales de los metafísicos, el teórico político no enun-
cia sus proposiciones ni formula sus conceptos de igual manera que el
metafísico. La preocupación del teórico no ha sido el espacio y el
tiempo como categorías que hacen referencia al mundo de los fenó-
menos naturales, sino al mundo de los fenómenos políticos; vale de-
cir al mundo de la naturaleza política. Si hubiera querido ser preciso
v ~xplícito en estos aspectos, se habría referido al espacio «político»,
~1 tiempo «político», etc. Es cierto que pocos o ningún autor ha em-
pleado esta forma de terminología. En cambio, el teórico político ha
utilizado sinónimos; en vez de espacio político quizás haya escrito
acerca de la ciudad, el Estado o la nación; en lugar de tiempo, puede
haberse referido a la historia o a la tradición; en lugar de energía, pue-
de haber hablado de poder. El <:Qnjurlto de estas categorías puede ser
denominado metafísica política.8
7 Hesíodo, Works and davs, ,;:;, vs. 263-65, 275-85. Véase también J. Myres,
Tbe political ideas of tbe Greeks, Nueva York: Abingdon ~res~, 1?27, pág. ~67
y sigs., y los dos excelentes estudios de G. Vlastos, «~0!0!11ª1: JUStlce», Classtcal
Pbilology, vol. 41, 1946, págs. 65-83, y «Equality and ¡ustice rn early Greek cos-
mology», ibid., vol. 42, 1947, págs. 156-78. . .
8 La expresión «metafísica política» es utilizada por primera vez en un sentido
24
Las categorías metafísicas que se hallan en la teoría política pue-
den ser explicadas mediante la noción de espacio político. Se podría co-
menzar señalando cómo esto se originó en el mundo antiguo, en la evo-
lución de la conciencia nacional. La idea hebraica de un pueblo separa-
do, la distinción griega entre helenos y bárbaros, el orgullo romano por
la romanitas, la noción medieval de cristiandad: todo esto contribuyó
a profundizar el sentido de identidad distintiva, que luego se vincu-
laba con una zona geográfica determinada y una cultura particular.
Pero el concepto de espacio político se basaba 1en algo más que la dis-
tfoción entre el «medio interno» de un contexto específico y diferen-
ciado de acciones y sucesos, y un «medio externo» en gran medida
desconocido e indiferenciado. También involucraba la cuestión deci-
siva de los ordenamientos destinados a zanjar los problemas surgidos
del hecho de que una gran cantidad de seres humanos, poseedores de
una identidad cultural común, ocupaban una misma zona determina-
da. Si suspendiéramos por un momento nuestras refinadas nociones
acerca de una sociedad política, con sus imponentes jerarquías de po-
der, sus ordenamientos institucionales racionalizados y sus canales es-
tablecidos por donde pasa con facilidad la conducta, y pensáramos en
estos como elementos que constituyen un área determinada, un «espa-
cio político» donde los planes, ambiciones y acciones de individuos y
grupos se ponen en contacto constantemente -chocándose, estorbán-
dose, uniéndose, separándose- podríamos advertir mejor el ingenio-
so papel que cumplen estos ordenamientos en lo que atañe a reducir
fricciones. Por diversos medios, una sociedad procura estructurar su
espacio: mediante sistemas de derechos y obligaciones, distinciones so-
ciales y de clase, restricciones y prohibiciones legales y extralegales,
beneficios y castigos, permisos y tabúes. Estos ordenamientos sirven
para señalar a las leyes caminos a lo largo de los cuales pueden desarro-
llarse sin perjuicio --o con provecho-- los movimientos humanos. En
la mayor parte de las teorías políticas encontramos este sentido del
espacio estructurado, que Hobbes ilustró notablemente:
«Respecto de lo que se halla sujeto o circunscrito de modo tal que no
puede moverse sino dentro de cierto espacio determinado por la opo-
sición de algún cuerpo externo, decimos que no tiene libertad para
ir más allá (... ) En consecuencia, la Libertad de un Súbdito reside
únicamente en las cosas que el Soberano ha omitido al regular sus ac-
ciones: por ejemplo, la Libertad de comprar, vender y establecer con-
tratos mutuos ...».9
En run espíritu similar, Locke defendió la utilidad de las restriccione,_
legales: «Difícilmente merece el nombre de limitación lo que solamen-
te nos separa de pantanos y precipicios».10
similar al mío en P. S. Ballanche, Essai sur les institutions sociales dans leur
rapports avec les idées nouvelles, París, 1818, pág. 12.
9 Leviatban, *** II, xxi, pág. 137, en la edición Oakeshott, Oxford: Blackwell.
10 Second treatise of civil government, 57. El mismo argumento, incluida la
metáfora de los límites, es adoptado en el influyente libro de A. D. Lindsay,
Tbe modern democratic State, Londres: Oxford University Press, 1943, pág.
208. Véase el reflejo del problema de la estructuración política del espacio en
un discurso del abogado parlamentario del ~iglo XVII, Oliver St. John: sin su
25
Como lo inferimos antes, ~Lespacjo político pasa a ser un problema
CT1ando no es posible controlar las energías humanas por medio de los
ordenamientos. existentes. Durante la Reforma y sus secuelas, fueron
los aspectos vitales de la religión los que amenazaron los principios
e~tructurales moldeados por las sociedades políticas medievales; en el
s1~lo XVIII, fueron las ambiciones del empresario, trabadas por la com-
plica~ª. red del mercantilismo. «No necesitamos privilegios; solamen-
te ex1grmos un sendero seguro y abierto».11
Las teorías de los fisió-
cratas, Adam Smith y Bentham, respondieron trazando nuevas vías
de acceso y redefiniendo la dimenúón espacial. Si se quisiera conti-
nuar con este análisis, se podría explicar cómo cuestionó Malthus la
teoría espacial de los economistas liberales al prevenir acerca de las
ci;:cientes pr~sior;ies provenientes del aumento de la población. Tam-
b1en se podrian mterpretar los grandes movimientos revolucionarios
del siglo XIX (v. gr., el marxismo), como manifiestos desafíos a la
e~~ructura espacial .crea~a por la sociedad industrial burguesa, y tam-
b1en como una exigencia para que esta fuera reorganizada. O bien
una novela -p. ej., Doktor Faustus,1'..., de Thomas Mann- podría ser
tomada corno representativa del punto de vista de su aeneración a
principios de este siglo, y su frustrante sensación de ah';ao ante las
restricciones impuestas por las disposiciones nacionales e
0
internacio-
nales:
«Parecía inminente una nueva apertura (... ) Nos colmaba la certeza
de que este era el siglo alemán (... ) nos había llegado la hora de
poner nuestra marca en el mundo y dirigirlo (... ) ahora, al final de
la época burguesa iniciada unos ciento veinte años atrás el mundo se
renovaría bajo nuestro signo ...».12
'
VI. Visión e imaginación política
Nuestro examen del espacio político nos ofrece un indicio acerca de
otr<? a~pe~to de la filosofía política. ifl_s diversas concepciones del es-
pacio mdican que cada teórico ha visto él problema desde una pers-
«sistema político y gobiemo», Inglaterra no era «más que un trozo de Tierra,
e? t;J. cual tantos homb~es tienen su Residencia y morada, sin jerarquías ni dis-
tmaon~~ de hombres, ?m _Propiedad salvo _en Posesión». Citado en M. Judson,
The crms of th,e CC::!stztu:wn, New_ Brunsw1ck y New Jersey: Rutgers University
Press, 1949, pag. .:>)4. Vease un e¡emplo pertmeciente al siglo xvr en Edward
D;idley: «Esta raíz de concordia no es otra cosa que un buen acuerdo y confor-
rmdad entre el pueblo o los habitantes de i;n reino, ciudad, poblado o asociación,
Y. 9ue cada hombre se contente con cumplir su deber en el cargo, lugar o condi-
c1on ~n que se encuentre. Y que no calumnie ni desdeñe a ningún otro». D. M.
Brodie, ;d., Tbe free of Commonwealth, Cambridge: Cambridge University Press,
1948, pag. 40.
11 J; Benth~, citado en L. Robbins, The theory of economic policy in English
~~~szcal pol1t1cal economy, Londres: Maanillan y St. Martin's Press, 1952, pág.
12 Dr. Faustus, ,.**trad. al inglés por H. T. Lowe-Porter, Londres: Secker &
Warburg, 1949, pág. 301.
26
p_ectiva diferente, desde un ángulo de visión particular.;, Esto sugiere
que la filosofía política constituye una forma de «ver» los fenómenos
políticos, y que el modo de visualizar los fenómenos depende, en gran
medida, del lugar donde se «sitúe» el observador. Quiero examinar
dos sentidos distintos, pero relacionados, del término «visión»; uno
y otro han desempeñado un papel importante en la teoría política.
Suele utilizarse este término para referirse a un acto de percepción.
Así, decimos que vemos al orador disertando ante una asamblea po-
lítica. En este sentido, la ><<visión» es un informe descriptivo acerca de
un objeto o suceso; pero el término se utiliza también con otra acep-
ción cuando se habla de una visión estética o religiosa. En este se-
gundo significado prédomina el elemento imaginativo y no el des-
criptivo.
Desde la revolución científica de los siglos xvI y xvn, fue el primer
tipo de visión, la «objetiva», destinada a informar de modo desapa-
sionado, la relacionada comúnmente con la observación científica. En
·fa actualidad se adníite de manera bastante generaLque esta concep,
ción de la ciencia es errónea, pues subestima el papel que cumple la
imaginación en la construcción de teorías científicas. No obstante, p::r-
siste la creencia de que el hombre de ciencia se asemeja a un cronista
experto, en la medida en que trata de ofrecer una información textual
sobre la «realidad» Esta idea se ha expresado en repetidas ocasiones
en una crítica a los teóricos políticos. Spinoza, por ejemplo, los acusó
de satíricos, diciendo que parten de la premisa de que la «teoría debe
estar en desacuerdo con la práctica (... ) Conciben a los hombres no
como son, sino como ellos quisieran que fuesen». Quizá Spinoza ¡;asó
por alto que muchos teóricos políticos han procurado seriamente con-
t~mplar los ?atos políticos como «realmente» son, pero estaba en lo
cierto al decir que el cuadro de la sociedad que ofrecen la mayoría de
ellos no es «real» o literal. Ahora bien, la cuestión es la siruiente:
¿Tienen esos cuadros el carácter de las sátiras? ¿Por qué la ~nayoría
de los autores políticos, aun los que se proclamaban científicos, como
Comte, se han sentido obligados a trazar un modelo adecuado del or-
den político? ¿Qué esperaban ganar, en lo que atañe a la comprensión
teórica, al agregar una dimensión imaginativa a su representación?
En resumen, ¿cuál debía ser, según ellos, la función de la teoría po-
lítica?
La posibilidad de que los teóricos políticos no hayan advertido que
introducían la imaginación o la fantasía en sus teorías es fácilmente
des~artable. Hay de1:nasiado~ testimonios de que en este punto pro-
cedian de modo deliberado. 3
En cambio, creían que la fantasía, la
*.,El concepto d~ vision, tal como lo emplea Wolin, puede traducirse como «vi-
s10_n», «I?erspectiva» º·_«ángulo de enfoque»; hemos optado por la forma que
mas se a¡ustaba a cada contexto, según Iás casos. (N. del K T.)
13 Este el~mento imaginativo no eslo mismo que el utopismo, por cuanto es
menos. un mtento de elevarse por sobre las realidades del momento que una
tentativa de ver las realidades existentes como posibilidades trasformadas. Esto
es evidente, por ejempl?; en Bodin; quien ·negó todo objetivo utópico; ·sfo. em-
barg<'., no se puede decir qi.;e su P!Opia obra sea una descripción de la Francia
del siglo XVI. Fue,.en cambio, un mtento de proyectar al futuro las tendencias
del momento: · ·
«Apuntamos más alto en nuestro intento de llegar, o, al menos, de acercarnos,
27
exageración, incluso la extravagancia, nos permiten a. veces ver cosas
51ue ~e o~ro ~nodo no ~e advierten..En la filosofía polfrícá, el elemento
imaginativo ha cumplido un papel semejante al que Coleridge atribuía
a la imaginación en la poesía: un poder «es'emplástico» que «reúne
t?do en una t~ta_l~dad armoi:iosa e inteligerite».14
C:iando Hobbes, por
e¡emplo, descnb10 una multitud de hombres que deliberadamente acep-
taban formar una sociedad política, sabía muy bien que semejsnte
ac~o jamás había ocurrido «realmente», pero confiaba en que esa des-
cripción imaginaria permitiría a sus lectores visualizar algunos de
los presupuestos básicos sobre los cuales descansa un orden politico.
Como la mayoría de los filósofos políticos, Hobbes sabía que los enun-
ciados imaginarios no tienen igual jerarquía que las formulaciones ten-
dientes ~pro.bar o refutar..La fant~s~a no prueba ni refuta, sino que
procura ilummar, ayudarnos a percibir me1or las cosas políticas.
Al misr?o ti~mp.~, la mayoría de los pensadores políticos han opinado
que la ii;ria_gmac10n era un elemento necesario en la teorización, por-
que advm;e.ron que, para que el intelecto pueda manipular los fenó-
menos politicos, deben ser presentados en lo que cabe denorninar «SU
plenitud mejorada». Los teóricos nos han dado cuadros en miniatura
de la vida política, cuadros en los cuales ha sido eliminado cuanto era
extraño al propósito del autor. Esto es necesario porque los teóricos
políticos, como los demás seres humanos, están impedidos de «ver»
de primera mano todas las cosas políticas. La imposibilidad de una
observación directa obliga al teórico a epitomar una sociedad abstra-
yendo ciertos fenómenos y proporcionando interconexiones donde no
.se las ve. La imaginación es el recurso del teórico para comprender un
mundo que jamás puede «conocer» de manera íntima.
Si el elemento imaginativo en el pensamiento político no fuera más
que un recurso metodológico que permitiese al teórico manejar con
más eficacia sus materiales, no justificaría la prolongada atención que
le hemos prestado.J,g imaginación ha abarcado mucho más que la cons·
trucción de modelos. Ha sido el medio para expresar los valores fun-
damentales del teórico; el medio por el cual el teórico político ha
procurado trascender la historia. Fue Platón quien más artísticamente
desplegó la visión imaginativa a que aquí me refiero. En su descrip-
ción de la comunidad política, guiada por el arte divino del estadista
y encaminada hacia la idea del Bien, Platón exhibió una forma de vi-
sión esencialmente arquitectónica. Una visión política arquitectónica
es aquella en la cual la imaginación trata de modelar la totalidad de
los fenómenos políticos de acuerdo con alguna idea del Bien que está
a la verdadera imagen de un gobierno correctamente ordenado. No es que nas
prop?ngamos descri,bir una república puramente ideal e irrealizable, como la
imaginada .PC?r Platon, o por Tomás Moro, el canciller de Inglaterra. Nos pro-
poner:1os limitarnos, en la medida de lo posible, a las formas políticas que son
practicables». (J. Bodin, Six books of the Commonwealth, M. J. Tooley, ed.,
Oxford: Blackwell, s. f., pág. 2.)
Sorel presenta uno de los más fructíferos análisis sobre esta cuestión al tratar
de distinguir su «mito» del pensamiento utópico; véase Réflexions sur la vio-
lence, *** Par.ís: _Riviere, 10~ ed., 1946, pág. 46 y sigs.
14 Btographza lztteraria (Everyman), cap. IV, pág. 42; cap. XII, pág. 139; cap.
XIV, pág~. 151-52. Véase también la exposición de B. Willey, Nineteenth cen-
tury studres, Londres: Chatto and Windus, 1949, págs. 10-26.
28
más allá d~l orden po~ítico. A lo largo del pensamiento político occi-
~ental, el impulso haCia el ordenamiento total de los fenómenos polí-
tic?s ha_ t?mado rr::~chas formas. En el caso de Platón, el impulso ar-
c¡uitecro?ico asum10 una forma esencialmente estética «... el verda-
dero leg1~lador, como un arquero, apunta únicamente hacia aquello en
lo que. siempre está presente alguna belleza eterna ...».15
Algo de
este mismo carácter reapareció en el sistema finamente cincelado de
Santo Tomás, donde se asignaba al orden político un lugar preciso en
la e:i~~mbrada catedral que era toda la creación. En otros momentos,
l~ vis10n ordenadora ha sido decididamente religiosa; así ocurrió, por
eJe_?lplo, en la Inglaterra del siglo xvn, cuando las sectas milenaristas
sonaban con una esplendorosa Nueva Jerusalén que reemplazara al
or?~n entonces vigente, irremisiblemente corrupto. La visión puede
ongmarse también en un enfoque de la histor{a como el de Heael
dond~)os ~en.ói;rienos de la polí!ica adquieren hondura temporal y"di~
mens1on histonca al ser ab~orb1d~s en una finalidad puesta por enci-
n:;tª de todo, que lo.s encami!1a hacia un _fin último. En épocas más re-
centes, la perspectiva extenor se ha teñido con frecuencia -como co-
rresponde- d; _consideraciones económicas. Según este enfoque, los
f~nomenos po~itlcos deben someterse a las exigencias de la producti-
vidad economica, y el orden político pasa a ser instrumento del ade-
lanto tecnológico:
«... El ~nic?, fin ~e nuestros pensamientos y afanes debe ser el tipo
de ?rga.~1zac10n mas fav~rable r:ara la _industria (... ) El tipo de or-
gan;~ac10n favorable a la mdustna consiste en un gobierno cuyo poder
poi.meo no _renga _más fuerza ni desarrolle más actividad que las nece-
sanas para impedir que sufra estorbos el trabajo productiv0>>.16
El ii;ipulso arqu~tectónico, en cualq;iiera de las formas en que se ha
n:;iamfestado, trajo c?mo consecuencia proporcionar diferentes dimen-
s10ne_s a las perspectivas de la filosofía política: dimensiones de belleza
estética, ve!d~d religiosa, tiempo histórico, exactitud científica y pro-
greso e~onomico. Todas ellas poseen un carácter de futuro 0 son una
proy:ección deLSJE~11J:JOiítico a una época venidera. Esto ha ocurrido
no solo. con las teorías políticas declarác:Iamente reformistas e inclus~
revolucionarias, sino también con las conservadoras. El conservadoris-
mo de Burke, por ejemplo, fue un intento de proyectar al futuro un
pasado permanente; y hasta un reaccionario confeso como Maistre in-
t~ntó recobrar un «pasado perdido», en la esperanza de que fuera po-
sible restaurarlo en el futuro.
P_ara la ~ayoría d_e los teóricos, el reordenamiento imacrinario de la
vida política que tien~ lugar en la teorización no se limita"a avudarnos
a comprender la política. Contraria131;P!e. aJo que sostenía Spinoza, la
ma~~r parte ?e los pensadores políticos han opinado que la filosofía
pohtica, precisamente po_r.ser «política», estaba destinada a disminuir
1~ _brecha entre.las posibilidades captadas mediante la imaginación po-
htica y las realidades de la existencia política. Platón advirtió que la
15 Laws,_ ,.;'¡, trad. al inglés por Jowett, 706.
16 Henrt Comte de Saint-Simon, Selected writings, trad. y ed. por F. M. H.
Markham, Nueva York: ifacmillan, 1952, pág. 70.
29
acción política era de índole sumamente intencional, y consciente y
deliberada en gran medida; en el «asesorarse» antes de actuar se veía
un requisito específico de la actividad política, que caracterizaba tanto
a los reyes homéricos como a los estadistas atenienses. Pero actuar con
inteligencia y nobleza exigía una perspectiva más vasta que la de la
situación inmediata a la cual se destinaba la acción; inteligencia y no-
bleza no eran cualidades ad hoc, sino aspectos de una visión más glo-
bal de las cosas. Esta perspectiva más global se alcanzaba pensando
en la sociedad política en su plenitud mejorada: no como es, sino co-
mo podría ser. Precisamente porque describía la sociedad de manera
exagerada, «irreal», la teoría política era un complemento imprescindi-
ble para la acción. Precisamente porque implicaba la intervención en
asuntos reales, la acción requería con urgencia una perspectiva de po-
sibilidades tentadoras.
Esfa. forma trascendente de perspectiva no ha sido compartida por el
hombre de ciencia hasta la época modernaY Cuando los primeros teó-
ricos científicos describían con matices poéticos la armonía de las es-
feras, faltaba en su visión el elemento esencial presente en la filosofía
política: el ideal de un orden sujeto a control humano que pudiera
ser trasformado mediante una combinación de pensamiento y acción.
VII. Conceptos políticos y fenómenos políticos
El ejercicio de la imaginación en la teoría política ha excluido la ca-
racterización del orden político en términos de una semejanza descrip-
tiva, pero no ha liberado a la teorización de las limitaciones inheren-
tes a las categorías empleadas por el teórico. Toda filosofía política
-por más refinadas o variadas que sean sus categorías- representa
una perspectiva necesariamente limitada, a partir de la cual contempla
los fenómenos de índole política. Los enunciados y formulaciones que
produce son -como dice Cassirer- «abreviaturas de la realidad»
que no agotan la amplia gama de la expériencia política. Los conceptos
y categorías de una filosofía política pueden compararse con una red
que se arroja para apresar fenómenos políticos, que luego son reco-
gidos y distribuidos de un modo que ese pensador particular considera
significativo y pertinente. Pero en todo el procedimiento, el pensador
ha elegido una determinada red, que arroja en un sitio por él elegido.
Podemos observar cómo funciona este proceso recurriendo a una ilus-
tración histórica. Para un filósofo como Thomas Hobbes, que vivió
la agitada vida política de la Inglaterra del siglo XVII, la tarea ur-
gente del filósofo político consistía en definir las condiciones nece-
sarias para un orden político estable. A este respecto, no fue una ex-
17 Un enfoque moderno, tal como lo expresa Heisenberg, sitúa a la ciencia más
cerca de la teoría política en este aspecto:
«Los peligros que amenazan la ciencia moderna no pueden ser evitados mediante
más y más experimentación, ya que nuestros complicados experimentos nada
tienen que ver con la naturaleza tal como es, sino con la naturaleza cambiada
y .trasformada por nuestra actividad cognitiva». Cífado en E. Heller, The disin-
berited mind, Nueva York: Meridian, 1959, pág. 33.
30
cepción entre sus contemporáneos, pero como era un pensador rigu-
rosamente sistemático, los superó en mucho en cuanto a la minudosi-
dad con que investigó las condiciones necesarias para la paz. En con-
secuencia, esta categoría de «paz» u «orden» pasó a ser, en su filoso-
fía, un centro magnético que atrajo a su órbita únicamente los fenó-
menos que Hobbes consideró pertinentes para el problema del orden.
Omitió, o señaló apenas, muchas cosas: la influencia de las clases so-
ciales, los problemas de las relaciones exteriores, las cuestiones de
administración gubernamental (en sentido estricto).
De tal modo, el uso de ciertas categorías políticas pone en juego un
principio de «exclusividad especulativa», mediante el cual se proponen
para su examen algunos aspectos de los fenómenos políticos y algunos
¡::cm<::eptos políticos, mientras que se deja languidecer a otros. Como ··
dijo Whitehead: «Cada modalidad de examen es como un reflector
que ilumina determinados hechos y abandona los restantes en un fon-
do que no se toma en cuenta».18
Sin embargo, la selectividad no es
solo cuestión de elección, ni de lá idiosincrasia de un filósofo deter-
minádo. ·En e}pensamiento de un filósofo influyen, en gran medida,
los problemas que agitan a su sociedad. Si quiere lograr la atención
d.e Sl!S. contemporán:eós, debe encarar sus problemas aceptar, para
el debate, los términos .ciue estas preocupaciones Ímponen.
VIII. Una tradición de discurso
De todas las limitaciones a la libertad del filósofo para especular, nin-
guna ha sido tan vigorosa como la misma tradición de la filosofía po-
lítica. En el acto de filosofar, el teórico interviene en un debate cuyos
términos ya han sido establecidos, en gran medida, de antemano. Mu-
chos filósofos anteriores se han ocupado de reunir y sistematizar las
palabras y concept6s dél discurso político. Con el tiempo, este mate-
rial ha sido elaborado y trasmitido como legado cultural; aquellos con-
ceptos han sido enseñados y discutidos, examinados y, con frecuencia,
módificados. Se convirtieron, en suma, en un cuerpo dé! conocimiento
heredado. Cuando pasan de una época a otra, óbran como agentes con-
servadores dentro de la teoría de un determinado filósofo, preservan-
do la comprensión, experiencia y refinamiento del pasado, y. obligan-
do a quienes desean tomar parte en el diálogo político occidental a
someterse a ciertas reglas y usos.19
Esta tradición ha sido tan tenaz,
18 A. N. Whitehead, Adventures in ideas,,:* Nueva York: Macmillan, 1933,
pág. 54.
19 Hay una interesante protesta de Renan, historiador del siglo xrx, respecto
de las dificultades de expresar ciertas ideas nuevas en idioma francés.
«El idioma francés se adecua solamente a la expresión de ideas claras; sh em-
bargo, las leyes más importantes, las que gobiernan la trasformación de la vida,
no son claras, sino que se nos aparecen en penumbras. Así, aunque los franceses
fueron los primeros en percibir los principios de lo que ahora se conoce como
darwinismo, resultaron ser los últimos en aceptarlo. Veían todo aquello per-
fectamente, pero estaba situado fuera de los hábitos usuales de su lenguaje y del
molde de la frase bien construida. Los franceses han desatendido de este modo
verdades valiosas, no por no advertirlas, sino por haberlas descartado, simple-
31
que incluso rebeldes sumamente individualistas como Hobbes, Ben-
tham y Marx llegaron a aceptar 1a tradición a tal punto que no logra-
ron destruirla ni colocarla sobre una base totalmente nueva. En cam-
bio, consiguieron únicamente ampliarla. Uno de los testimonios más
notables de la tenacidad de las tradiciones fue ofrecido por un escritor
a quien se suele considerar uno de sus más acérrimos enemigos: Nico-
lás Maquiavelo, quien, al escribir durante su retiro forzoso de la vida
pública, ofrece un vívido cuadro de lo que significa participar en el
diálogo perenne:
«Al anochecer vuelvo a mi casa y entro en mi estudio. En la puerta me
quito las ropas que tuve puestas todo el día, embarradas y sucias, y
me pongo prendas regias y cortesanas. Así, adecuadamente vestido,
entro en las viejas cortes de hombres viejos, donde, al ser recibido
con afecto, me nutro con ese alimento que es el único para mí, y para
el cual nací; no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles los
motivos de sus actos; y ellos me contestl}ll cortésmente. Durante cua-
tro horas no me aburro y olvido toda preocupación; no temo la po-
breza ni me aterra la muerte. Me entrego por completo a los ancianos.
Y como Dante dice que no hay conocimiento si no se conserva lo leído,
he anotado el beneficio que recibí de las conversaciones con ellos, y
compuesto un librito, El príncipe,.;;""i, en el cual me interno lo más po-
•ible en reflexiones sobre este tema, discutiendo qué es un principado,
cuáles son sus atributos, cómo se los obtiene, cómo se los conserva, y
por qué se los pierde».2
º
Una tradición ininterrumpida de pensamiento político presenta mu-
chas ventajas, tanto para el pensador político como para el actor po-
lítico. Les proporciona la sensación de transitar por un mundo fam1-
1iar, cuyo territorio ya ha sido explorado; y donde no lo ha sido, exis-
te igualmente una amplia variedad de indicios respecto de las rutas
alternativas. También permite la comunicación entre contemporáneos
sobre la base de un lenguaje común, aun cuando se lo encuentre tra-
ducido a diferentes dialectos. Los conceptos y categorías de la política
cumplen el papel de una conveniente «taquigrafía» o lenguaje simbó-
lico, que permite a un usuario entender qué dice otro cuando se refiere
a «derechos cívicos», «poder arbitrario» o «soberanía». De este modo,
es posible compartir además la experiencia social y aumentar la cohe-
sión social. Una tradición de filosofía política contribuye también a la
tarea interminable de adaptar la nueva experiencia política al ordena-
miento de cosas vigente. Se podría dedicar un libro entero a mostrar
el éxito que han logrado los reformadores políticos toda vez que han
podido convencer a los hombres de que los cambios propuestos eran,
en realidad, prolongaciones de las ideas y prácticas existentes que es··
taban en perfecto acuerdo con ellas. Hay que mencionar, por último,
que una tradición de pensamiento político ofrece un vínculo de con-
tinuidad entre pasado y presente. Dos hechos: que los pensadores
mente, como inútiles o como imposibles de expresar». E. Wilson, To the Fin-
land Station, Nueva York: Anchor, 1953, pág. 38.
20 Carta a Vettori, 10 de diciembre de 1513, en «The prince» and other worl:s,
A. H. Gilbert, ed., Nueva York: Hendricks House, 1941, pág. 242.
políticos sucesivos se hayan atenido, en ~eneral
1 a un vocabulario po-
lítico común, y que hayan ~cepta~o i.::r;- c1ert? .nucleo de p~oblemas co-
mo.tema adecuado para la mvest1gacion J:?Olítica, ~a;°" servido par.a ha·
cer comprensible y estimulante el pensamiento pohtico de otros siglos.
En contraste, las discontinuidades evidente.s e~ los campos científicos
hacen muy improbable que un hombre de ciencia moderno ~ecu_rra !1,la
ciencia medieval, por ejemplo, en busca de respaldo º. ~spirac10n.
Esto claro está, nada tiene que ver con la supuesta supenondad de la
inda~ación científica sobre la filosófica; es mencionado con el único
fin le señalar que la tradición del pensami~nt? político no es ~anto u~a
tradición de descubrimientos como de sigmficados extendidos a .o
largo del tiempo.
IX. Tradición e innovación
Al poner de relieve el horizonte especulativo que limita a cada ~ei;isa·
dor político, es esencial no ignorar las respuestas suma~en~e on~a­
les y creativas que han tenido lugar. Enfocando la experiencia política
común desde tirí áhgi:tlo algo distinto del predominante; presentando
de manera novedosa una antigi:ta·éuestión; rebelándose contra las ten-
dencias conservadoras del pensamiento y el lenguaje, deter~ados
pensadores han ayudado a liberar modos de pensar establecidos y a
plantear, ante sus contemporáneos y la posteridad, la necesidad de re:
pensar la experiencia política. Por ejemplo; cuando P!atón pregunt~
«¿Qué es la jústícia, y qué relación tiene con la comumdad?», se creo
una nueva serie de problemas, y se abrieron nuevas líneas de reflexión
política. Esto también es cierro de la frase ihi.cfal de El contrato so-
cial ,;-t:.,, y las frases finales del Manifiesto comunista.
La novedad no es solo función de los elementos efectivamente estable-
cidos por un teórico. Las innovaciones del pensamiento vin~adas
con hombres como Marsilió, Hobbes, Rousseau y Marx, provlD.leron
tanto de lo ql1é éstos réchazaron y omitieron silenciosamente, en el
plano de· las premisas fundamentales unificadoras, como de lo que
proponían como nuevo y diferente. Marsilio no fue original ruando
condenó abiertamente al papado, ni lo fue Hobbes cuando puso de
relieve eLpapel del miedo; y, como lo atestiguó una vez Lerún, lama-
yor parte de las ideas principales de Marx pueden ser halladas en auto-
res anteriores. Cualquiera que sea la exactitud del aforismo de White-
head, según el cual «la: éréatividad es el principio de la novedad»,:_1
en la historia de la teoría política el genio no siempre se ha presenta-
do corrib originalidad sin precedentes: A veces ha consistido en un
énfasis :más sistemático·U"·acentuadode una idea ya existente. En este
sentido, el genio es recuperación imaginativa. En otros momentos, ha
tomado una idea existente, separándola del hilo conductor que con-
vierte un agregado de ideas en un conjunto orgánico. Un hilo conduc-
tor o principio unificador no solo integra ideas particulares en una
teoría general, sino que además determina el énfasis que se asigna a
21 Process aml rea!ity,¡,, Nueva York: Macmillan, 1929, pág. 31.
33
c~da una de ~llas. Si se desplaza el principio unificador, las formula-
c10nes C_?~temdas en el con;unt?, q.ue antes eran banales o innocuas,
pasan ~ub1tamente. a tener 1mplicac10nes profundas. Por ejemplo, fue
muy diferente decrr, como lo había hecho Tomás de Aquino, que el
gobe~nante temporal no de~ía hallarse bajo la fuerza coactiva (vis
coactiva) ,~e la ley, 9ue afumar, como Marsilio, que el poder del
orde~ pohtico no debia ser trabado por nincruna institución humana.
El primer enun~ia.~o surgió e~ un conjunto ;ompletamente integrado,
e~ el cual la rehgion era considerada rectora de todas las demás acti-
v.idades humanas, y la. Iglesia era establecida como guardián institu-
ci?n~l para proteger e impulsar la pretensión unificadora de la religión
cristiana. P?~ suyarte; :1 enunciado de Marsilio formaba parte de una
argumer:tac10~ s~stematlca que, si bien dejaba intacto el contenido de
I~ ,do~tm:a c~·istrnna,. procuraba reducir la independencia de su guar-
dian mstitucional, liberando así al orden político de todo control
externo.
~u.ando un~ pretensión unificadora es desplazada, se desequilibra el
sistema de ideas; unas, 5lue e~an subordinadas, pasan a ser prominen-
t~, Yotras, 9ue eran primordiales, retroceden a un lugar de importan-
cia.secundaria. Esto se debe a que una teoría política consiste en una
s.erie de conceptos -::~tales como orden, paz, justicia, poder, ley, etc.-
li.~ados, con:o ya di1imos, por una especie de principio de representa-
cion qi;; a~igna acentos y n:od~l~ciones. Cualquier desplazamiento 0
alt:rac10n importante del prmcip10 de representación, o cualquier én-
fasis ex.:ige~ado en uno o varios conceptos, da como resultado un tipo
de teoria diferente.
La ori~in~l~~ad de,un filósofo polí!ico determinado recibe ayuda desde
ot~a direccior_i. ~si co~? la historia nunca se repite con exactitud, ja-
mas la experiencia política de una época es precisamente la misma de
~tra. De aqi:í qi;e, en,e.l juego q?e tiene lugar entre conceptos políti-
._os .y .ex~~nenc1a política cambiante, no puede dejar de haber una
modificacion en l~s categorías de la filosofía política. Esto explica, en
parte, 1,a.frecuencia. con que presenciamos el espectáculo de dos teóri-
cos p~Iíticos que, situados en puntos diferentes de la historia, utilizan
los mismos conceptos, pero expresan con ellos cosas muy distintas:
cada uno responde a un conjunto diverso de fenómenos. Como resul-
tado ~e esto, cada filosofía política importante lleva en sí algo de
exclusivo, así como algo de tradicional.
Se puede; ,resum}~ esto de otro modo, diciendo que la mayor parte de
la re~lex1on pohtica formal ha operado simultáneamente en dos nive-
les diferentes. ?n uno de ellos, cada filósofo político se ha ocupado
de lo que considera un ¡:iroblema vital de su tiempo. Pocos autores
han superado a To,n;iás de Aquino en cuanto a parecer que enfoc~ba
los p~oblemas pohticos sub specie aeternitatís; sin embargo logró
examm~r_ la cuestión que más inquietaba a sus contemporáneo;: la de
la relac10n a?:cuada entre poderes espirituales y seculares. Ningún
pensador político se interesa exclusivamente por el pasado, así como
tampoco se .J?ropone hablar solamente al futuro distante; en uno u otro
caso, el prec10 sería la ininteligibilidad. Con esto queremos decir única-
mente que tod? filó~ofo po_lítico~ está engagé en alguna medida, y que
toda obra de fiiosofia políttcífés, en alguna medida, un manifiesto di-
34
rigido a su épo~~:~ En otro nivel, sin embargo, muchos escritos políti-
cós han sido proyectados como algo más que livres de circonstance:
se los ha destinado a contribuir al diálogo continuo de la filosofía po-
lítica occidental. Esto explica por qué es tan frecuente que un pensa-
dor político aparezca atacando a otro muerto mucho antes. En A
defense of the Constitutions of America (1787), John Adams se en-
colerizaba todavía contra las ideas de Marchamont Needham, un pan-
fletista relativamente desconocido del siglo XVII. Asimismo, la obra
de John Locke Two treatises of civil government suele ser utilizada por
cualquiéf autor de libfó dé texto conio ejemplo de literatura política
encaminada ~i:uacionalizar un suceso específico de su propia época, la
~Gforí.osa Revolución de 1688. No obstante, una lectura minuciosa
permite comprobar que Locke procuraba también refotar a Thomas
Hobbes, cuyos escritos se referían principalmente a otra revolución,
acaecida medio siglo antes. Por último, se podría señalar la tempes-
tad de controversias suscitada en años recientes por la polémica de
Karl Popper contra Platón.
Se podría decir que estos ejemplos inducen a confusión porque Jos
pensadores políticos mencionados no se preocuparon por contribuir
a la tradición de la reflexión política occidental, sino que dedicaron
buena parte de su energía a refutar ciertas ideas a las que atribuían
una influencia persistente y contemporánea. La respuesta es sencilla:
¿Acaso <mna influencia persistente y contemporánea» no es, por hipó-
tesis, la definición misma de una tradición política? ¿Acaso una con-
tribución no toma habitualmente la forma de una «corrección» de un
~r!c:>r tradicional, sii:J. préténder echar por la borda la totalidad? Dicho
de otro modo: cuando un pensador político crítico encara el análisis
de una idea persistente que proviene del pasado, se inserta en un prcr
ceso bastante complejo. Como ~pensador, situado en un punto espacio-
temporal, se ocupa de ideas que reflejan, a su vez, una situación espa-
ciotemporal anterior. Además, las ideas en cuestión se relacionan de
modo similar con el pensamiento político previo y sus situaciones. .¡l
abordar ideas persistentes del pasado, es inevitable que un filósofo po-
lítico impregne su propio pensamiento de ideas y situaciones anterio-
res, análogamente· entrélazádas con las que las precedieron. En este
sentido, el pasado nunca es totalmente sustituido; se lo recupera cons-
tantemente, en el momento mismo en que el pensamiento humano PJ!~
rece ocupado en los problemas peculiares de su época. El resultado es
-tomando una frase de Guthrie-- una «coexistencia de elementos
diversos»,22
en parte nuevos, en parte heredados, lo viejo destilán-
dose en lo nuevo, y lo nuevo recibiendo la influencia de lo viejo. La
tradición del pensamiento político occidental ha exhibido así dos ten-
dencias algo contradictorias: ,una hacia un regreso infinito al pasado,
y otra hacia la acumulación. Y si esto último se parece demasiado a
la idea del progreso mecánico, podemos decir que ha habido una ten-
dencia a adquirir nuevas dimensiones de comprensión.
Una manera de ilustrar estas dos tendencias consistiría en tomar ia
idea clásica de fortuna, o suerte, y observar cómo fue manipulada crí-
22 W. K. C. Guthrie, The Greeks and their gods, Boston: Beacon Press, 1955,
pág. 28.
35
ricamente, primero por San Agustín y más tarde por Calvino, quien,
pese a haber vivido más de mil años después de aquel, fue profunda-
mente influido por su pensamiento. Para Tucídides, Polibio y los his-
toriadores romanos en general, la fortuna representaba el elemento
impredecible en la historia humana, la intrusión que trastorna los pla-
nes y cálculos mejor trazados.23
Con seguro instinto, San Agustín se-
ñaló esta idea como representativa de ese espíritu clásico que el cris-
tianismo debía superar, y sostuvo que esta noción había sido reem-
plazada por el conocimiento cristiano de un Dios que conducía a la
naturaleza y a la historia hacia un fin revelado.::!4
Pero, como luego se-
ñaló agudamente Calvino, la noción cristiana de una Divina Providen-
cia, lejos de eliminar la fortuna, en realidad la había incorporado,
sustituyendo la fortuna impredecible por la inescrutable Providencia.!!5
Sin embargo, lo que a Calvino le interesaba respecto de esto no era
ayudar a San Agustín a refutar a los paganos clásicos, sino atacar a los
humanistas renacentistas de su época, quienes habían revivido la mis-
ma idea clásica atacada antes por este. En este ejemplo, vemos dos
prolongaciones paralelas: la noción clásico-renacentista de la fortuna
y el rechazo agustiniano-calvinista de esta, en nombre de una fortuna
más elevada. A partir de San Agustín, cada participante del diálogo
construyó sobre lo hecho por sus predecesores, agregando un ele-
mento específico, una dimensión diferente. La moraleja de todo esto
se halla contenida en los versos de Eliot:
«Quizás el pasado y el presente
están presentes en el futuro,
y el futuro, contenido en el pasado.
Si todo tiempo está presente eternamente,
todo tiempo es irrecuperable.
. . . Y no llaméis inmutabilidad
al punto en que el pasado y el futuro se reúnen ...».:::6
En las ideas y conceptos elaborados durante siglos no debe verse una
reserva de sabiduría política absoluta, sino una gramática y vocabula-
rio en continua evolución, destinados a facilitar la comunicación y
orientar la comprensión. !Esto no significa que el legado de ideas con-
tenga solo verdades de validez apenas pasajera. Significa, sí, que la
validez de una idea no puede ser separada de su efectividad como for-
ma de comunicación. -
Las funciones cumplidas por una tradición de pensamiento político
23 Tucídides, The Peloponnesian W ar,,?. I, 140; Polibio, Histories,;!';,, xxxvii,
4; xxvili, 18, 8; Salustio, Bellum Catilinae, vili, I. La concepción clásica de
fortuna es expuesta por D. Greene, lvfan in his pride. A study in the political
philosophy of Thucydides and PZato, Chicago: University of Chicago Press,
1950, pág. 56 y sigs.; C. N. Cochrane, Christianity and classical cultotre, Lon-
dres: Oxford University Press, ed. rev., 1944, pág. 456 y sigs.; W. Warde
Fowler, «Polybius' conception of Tyché», Classical Review, vol. 16, págs. 445-49.
24 San Agustín, De Civitate Dei,,J;,, IV, 18, VI, 1, VII, 3, y véase C. H.
Cochrane, op. cit., pág. 474 y sigs.
25 J. Calvino, Institutes of the Christian religion, ,¡';, I, V, II.
26 T. S. Eliot, Four quartets *~ («Burnt Norton», I, II), en The complete
poems and plays, Nueva York: Harcourt, Brace, 1952, págs. 117, 119.
36
proporcionan, además, una justificación para el.estudio de la. evolu-
ción histórica de dicha tradición. Cuando estudiamos los escritos de
Platón, Locke o Marx, estamos en realidad familiarizándonos con un
vocabulario relativamente estable, y con un conjunto de categorías
que nos ayudan a orientarnos hacia un mundo particular: el mui:;do ~e
los fenómenos políticos. Pero, por sobre todo -dado 9ue !a h1stona
de la filosofía política es, como veremos, una evolución ln!elect1:1al
dentro de la cual sucesivos pensadores han agregado nuevas dimens10-
nes al análisis y comprensión de la actividad política- investigar esa
evolución no es una búsqueda de antigüedades, sino una forma de edu-
cación política.
37
2. Platón: La oposición entre la filosofía
política y la actividad política
«... repr?ducir, _por medio de un arte deliberado, lo que así se ha
aprehendido, y fz¡ar en pensamientos perennes las vacilantes imágenes
que flotan frente al espíritu». Schopenhauer.
I. Invención de la filosofía política
Tal como lo sugerí en las páginas anteriores, la filosofía política y la
naturaleza política tienen una historia: se puede decir, en consecuen-
cia, que una y otra tienen un comienzo. No obstante las cuestiones
relativas a los o~ígenes solo tienen importancia para ios anticuarios,
salvo en la medida en que aquellos puedan haber influido sobre la
e_volución po_sterior. E? el caso de la filosofía política, sus orígenes
ti~nen. tanta 1mport~nc1a que se puede decir, casi sin exagerar, que ía
his~ona del pensamiento político es, en esencia, una serie de comen-
~t.anos, unas veces favorables, otras hostiles, acerca de sus comienzos.
:._J?e~~mos a !os griegos la in;rención de la filosofía política y la delimi-
taci~n del ~rea c?rre~pondien.te ~ la índole política. Antes de que
surgiera la filosofia griega, en el siglo VI a. C., el hombre se conside-
raba a sí mismo y a la sociedad como partes intecrrales de la natura-
leza, sometidas a las mismas fuerzas naturales y ~obrenaturales. Na-
turaleza, hombre y sociedad formaban un continuo· crozaban de una
estabilidad compartida y sufría~iJa violencia de los '¿foses encoleriza-
dos. En esta era prefilosófica, Ja explicación de los acontecimientos
tanto naturales como sociales tomó la forma de «mitos». Interesaba
a los hombr~s, n? .«~Óino» funci?naban las cosas, sino qué factor so-
b!ehumano las din~ia. Los fenomenos políticos quedaban indiferen-
ciados de otros fenomenos, y no se conocía la «explicación» política
como forma específica de pensar]
El primer paso en ~l largo proceso de crear la filosofía política tuvo
lugar ,cuando.a ~ct1tud. ~~l hombre respecto de la naturaleza experi-
m~nto una drast_ica revis10n. Este fue el gran aporte de los filósofos
griegos de los siglos VI y v a: C., quienes abordaron la naturaleza
como al_go comr::rensible para el intelecto humano, algo que debe
ser explicado rac10nalmente, sin recurrir a los caprichos de los dioses.2
1 Hay útiles exámenes de lc;s modos precientífícos de pensamiento en H. A.
Frankfort Y otros, Befare phzlosophy, Londres: Pelican, 1951, págs. 11-36, 237·
62; F. M. <;=ornford, From !.·eligir¡n to pb~losof!hy, Lon~es: Arnold, 1912; H.
Kelsen,_ Soczety and.nature,,¡1;,, Chicago: Umvers1ty of Chicago Press, 1943, págs.
24 y s1gs., 233 y s1gs. -
2 F. M. Cornford, Be/ore and a/ter Socrates, Cambridge: Cambridge University
38
l!i;a vez. dado este paso, qued~ba abierto el camino para una explica-
c10n raClOI).@l de todos los fe~1omenos, tanto políticos y sociales como
naturale,s. :gn es!a. et~pa, sm embargo, los pensadores griegos no
establecian una distmc10n clara entre la naturaleza física y la sociedad·
ambos dominios eran gobernados por las mismas «leyes». Seaún Em~
pédocles, por ejemplo, las tensiones entre Amor y Odio (o"'Lucha)
constituían el principio dinámico que actuaba en toda la creación.3
En e_st~ c;:omo en otras filosofía_s presocráticas; se consideraba que fo
multiplicidad de cosas en conflicto no era mas que la apariencia ex
terior de su unidad esencial; en consecuencia, el principio explicativ1
no debía ser derivado de un conocimiento de muchos «tipos» de feni
menos, sino de la percepción de la unidad subyacente de los opuest<.,.
en _conflicto:1
Esta idea de un principio c?rr_iún a la naturaleza y la
sociedad aparece en los fragmentos de Herachto: «Homero se equivo-
caba al decir: "Ojalá se extinga esta lucha entre los dioses y los hom-
bres". No advirtió que con esto imploraba la destrucción del universo
ya que, de ser oídas sus plegarias, todo moriría ...».5
En otro fraa~
mento leemos: «En consecuencia, hay que seguir [la ley universal,
o sea] lo que es común [a todos] (... ) debemos basar nuestra fuerza
en lo que es común a todos, como la ciudad se basa en la Ley (No-
mos) y con más vigor aún. Porque todas las leyes humanas se nutren
de una, que es divina. Pues esta gobierna hasta donde quiere y es
suficiente para todo, y aún más que suficiente».6
Para nuestra investigación, no importa demasiado determinar si los
griegos llegaron a una filosofía de la naturaleza extrayendo de su ob-
servación del mundo natural conceptos políticos y sociales, o si a la
inversa, derivan sus ideas sociales y políticas de razonamiento; pre-
vios acerca de la naturaleza.7
La cuestión esencial es que en la filoso-;
fía griega primitiva, el surgimiento de la filosofía política y de un
campo especial de la política fue oscurecido por la tentativa de in-
cluir todos los fenómenos en la «naturaleza», y de explicar su funcio-
namiento de acuerdo con un principio unificador común. Consecuen-
temente, no se trata de establecer si los gi·i~gos interpretaban la so-
ciedad a partir de la naturaleza o viceversa, sino cuándo descubrieron
las diferencias entre ambas. 1
Press, 1920, pág. 8 v sigs.; W. Jaeger, Paideia,t~ trad. al inglés por G. llighet,
Nu~va York: Oxford University Press, 2a. ed., 3 vals., 1945, vol. I, pág. 150
y s1gs.
3 Los fragmentos pertinentes han sido traducidos por K. Freernan, Ancil!a to
the pre-socratic philosophers, Oxford: Blackwell, 1952, frag. 17, pácr. 53· frag.
26, págs. 55-56; frag. 35, págs. 56-57, y por J. Burnet, Early Gree!::
0
philo~ophy,
Londres: Black, 4a. ed., 1948, págs. 197-250. Véanse también los comentarios
de F. M. Cornford, The laws of motion in ancient thouobt, Cambridge: Cam-
bridge University Press, 1931, págs. 31-32. º
4 J. Burnet, op. cit., pág. 143.
5 lbid., frag. 43, pág. 136.
6 K. Freeman, op. cit., frag. 2, pág. 24; frag. 114, pág. 32
7 «Pero la relación del elemento social, en el pensamiento griego, con el ele-
mento cosmológico, fue siempre recíproca: así como el universo era compren·
dido en términos de ideas políticas como las de dike, nomos, moira, kosmos,
igualdad, también la estructura política era derivada del orden eterno del cos·
mas». W: Jaeger, The theology of the early Greek pbilosophers, :~ Nueva York:
Oxford University Press, 1947, pág. 140. Hay también observaciones al respecto
en J. Burnet, op. cit., pág. 151.
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1- Wolin - Política y perspectiva.pdf

  • 1. Política y perspectiva Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental Sheldon S. Wolin Amorrortu editores Buenos Aires
  • 2. Director de la biblioteca de ciencia política y relaciones internaciona- les, Eugenio Kvaternik Politics and vision, Continuity and innovation in 1:17estern política! thought, Sheldon S. Wolin © Little, Brown and Company, Inc,, 1960; sexta reimpresión Traducción, Ariel Bignami Revisión técnica, Alfredo Antognini Unica edición en castellano autorizada por Little, Brown and Compa- ny, Inc., Boston, Mass., y debidamente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n'? 11.723. © Todos los derechos de la edición castellana reservados por Amorrortu editores S. C. A, Luca 2223, Buenos Aires. La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modi- ficada, escrita a máquina por el sistema multigraph, mimeógrafo, im- preso, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservado~. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. Industria argentina. Made in Argentina. Dedico este libro a Emily y Rose.
  • 3. r Prólogo En este libro he procurado describir y analizar algunas de las preocu- paciones continuas y cambiantes de la filosofía política. Existe hoy, en muchos círculos intelectuales, una marcada hostilidad hacia la filo- sofía política en su forma tradicional, e incluso desprecio por ella. Tengo la esperanza de que este volumen, si no logra hacer reflexionar a quienes están deseosos de echar por la borda lo que resta de la tra- dición de la filosofía política, consiga al menos poner en claro a qué habremos renunciado. Aunque adopto aquí un enfoque histórico, no he tenido la intención de ofrecer una historia global y detallada del pensamiento político. Al elegir dicho enfoque me ha guiado, en general, la convicción de que este representa el mejor método para comprender las preocupa- ciones de la filosofía política y su carácter de empresa intelectual. Estoy convencido, además, de que la perspectiva histórica es la más eficaz cuando se trata de revelar la índole de nuestras dificultades actuales: si no es la fuente de la sabiduría política, constituye al menos su precondición. El lector no tardará en descubrir que han sido omitidos muchos temas y autores que suelen incluirse en las historias corrientes, y que respecto de otras cuestiones me he alejado en gran medida de las interpretaciones prevalecientes. En las omisiones im- portantes -como en el caso de la mayor parte del pensamiento polí- tico medieval- no debe verse el indicio de un juicio adverso de mi parte, sino la contrapartida inevitable de una obra que es, ante todo, interpretativa. í1is deudas intelectuales son muchas, y me place reconocerlas. Jamás podré pagar lo que debo a los profesores John D. Lewis y Frederick B. Artz, del Oberlin College, quienes, desde mis días de estudiante hasta la actualidad, han sido al mismo tiempo mis maestros, conse- jeros y amigos, alentándome para gue emprendiera una obra como esta. Quisiera también hacer llegar mi agradecimiento a los profeso- res Thomas Jenkin, de la Universidad de California, Los Angeles, y Louis Hartz, de la Universidad de Harvard, por haber leído todo el manuscrito y ofrecido sugerencias para mejorarlo; a mi colega el pro· fesor Norman Jacobson, con quien discutí algunos problemas del libro y que ha sido fuente constante de estímulo intelectual; a Robert J. Pranger, quien no solo me ahorró la tediosa tarea de verificar nume- rosas referencias, sino que también criticó la formulación inicial de algunas ideas contenidas en el último capítulo; y, sobre todo, a otro de mis colegas, el profesor John Schaar, cuyo selecto gusto e inteli- gencia han contribuido sobremanera al mérito que este libro pueda poseer. Agrade-¿co asimismo el espíritu de colaboración y la paciencia demos-
  • 4. trados por varias mecanógrafas: Jean Gilpin, Sylvia Diegnau, Sue K. Young y, en especial, Francine Barban. Quisiera expresar mi estima al director de la American Política! Science Review por su autorización para reproducir, con algunas modificaciones, los dos artículos que sirvieron de base a los capítulos 5 y 6. En su mayor parte, este es- rudio fue posibilitado por la Fundación Rockefeller, cuyo generoso respaldo financiero me dio cierto respiro en mis obligaciones docentes habiruales. Sheldon S. Wolin Berkeley, 1960 10 l. Filosofía política y filosofía «... Expresai· diversos significados acerca de cosas complejas con un reducido vocabulario de sentidos estrictos». Walter Bagehot. I. La filosofía política como forma de indagación Este libro versa sobre una tradición especial de discurso: la filosofía política. En él procuraré examinar la índole general de dicha tradición, las diversas preocupaciones de quienes contribuyeron a elaborarla y las vicisitudes que han señalado las líneas principales de su evolución. Al mismo tiempo intentaré hacer alguna referencia a la actividad de la filosofía política en sí. Como es natural, esta declaración de intencio- nes induce a esperar que el examen comience con una definición de la filosofía política. Sin embargo, tratar de satisfacer esta expectativa resultaría infructuoso, no solo porque es imposible lograr en unas cuantas frases lo que se propone un libro entero, sino también porque la filosofía política no es una esencia cuya naturaleza sea eterna, sino gna actividad compleja, más fácil de comprender si se analizan las diversas formas en que los maestros reconocidos la han practicado. No se puede decir que algún filósofo o época histórica la hayan definido de modo terminante, así como ningún pintor ni escuela pictórica ha llevado a la práctica todo lo que entendemos por pintura. Si la filosofía política abarca algo más que lo expresado por cualquier gran filósofo, se justifica en parte suponer que constituye una empresa cuyas características se revelan con más claridad a lo largo del tiempo. Dicho de otro modo, la filosofía política debe ser comprendida de la misma manera en que se aborda la comprensión de una tradición com- pleja y variada. Aunque tal vez sea imposible reducir la filosofía política a una breve definición, podemos, en cambio, elucidar las características que la dis- tinguen de otras formas de indagación y la vinculan con ellas. Exa- minaré estos factores bajo los subtítulos siguientes: relaciones de la filosofía política con la filosofía, características de la filosofía política como actividad, su contenido y lenguaje, problema de las perspectivas o ángulos de enfoque, y modo en que actúa una tradición. Desde que Platón advirtió por primera vez que la indagación acerca de la índole de la vida buena del individuo se relacionaba inevitable- mente con una indagación convergente (y no paralela) acerca de la índole de la comunidad buena, se ha mantenido una íntima y continua vinculación entre la filosofía política y la filosofía en general. Ademas 11
  • 5. ?e haber ~ontribuido generosamente al acervo principal de nuestras i~eas p~l~ticas, la mayoría de los filósofos han proporcionado al teó- r:Sº po~tiso. muchos de sl'.s métodos de análisis y criterios de evalua- c10~. His,t<;>ncament~, la diferencia fundamental entre filosofía y filo- so~ia política ha radicado en un problema de especialización y no de me~o.do o de temperamento. En 'virtud de esta alianza, los teóricos p~hticos. han ,ª~optado como propia la búsqueda básica de conoci- miento sistematico que lleva a cabo el filósofo. La teoría. política se vincula con la filosofía en otro sentido fundamen- tal. La filosofía puede ser diferenciada de otros métodos de extraer verdades, tales como la visión mística, el rito secreto las verdades de conci~n~ia o el sentimiento íntimo, porque pretende ;eferirse a ver- dade~ publicamente alcanzadas y públicamente demostrables.1 Al mis- mo tiempo, _una de ~alidades esenciales de lo político -que ha moldead~ vigorosamei;.te~[enfoque aedos teóricos- po1íticos acerca de su obJ~to 4e estudio- ~-s su relación con lo «público». En esto pensaba ~ice~on.cuando denomi~6aLcuerpo político una res -publicá, ;:ir~a. «c?sa publica~> o la: «propiedad de un pueblo». De todas las mstitucione? que e1e:ceri autoridad en la sociedad, se ha singularizado ~l_ ()~~enamiento político_.c:omo referido exclusivamente a lo que es «_C?_!Illlil» atoda la comunidad. ~tas funciones -tales como la de- fensa: n31;ional, ~l <;>rdeiCirlteirio, la aClmlnistración de la justicia y la regula~ion. eco_11on11ca- fu_eron declaradas responsabilidad primordial ?e las mst1t~c_iones P?líticas, basándosefundamentalmente en que los ~ntereses y ±mes servidos por estas funciones beneficiaban a todos los mteg~antes de la comunidad. La única institución que rivalizó con la autond~d del orden político. fue la Iglesia medieval; pero esto sólo fye posi~le porque, al. a~rnmr las características de un régimen polí- ti_c;i, pa.so a ser algo distmto de un cuerpo religioso. La íntima cone- -'.'i9n existente entre instituciones políticas e intereses pl:íblicos ha sido 1~corp~r:ida a la práctica de los filósofos; se ha considerado la-filoso- i~~-I'ºl~tica: co!!lo una. reflexión sobre cuestiones que preocupan a la C()mumdad en su cbnJurito. C<;>rresponde: enconsecuencia, que la indagación de los asuntos pú- bhco_s se realice según los cánones de un tipo público de conocimiento. El~g1r la otra alte_rr;~tiva, ~in~ular el conocimiento público con modos privados de cogmcion, sena mcongruente y estaría condenado al fra- caso. El símbolo dramático de la vinculación correcta fue la exiaencia de la ple~e ro.mana para que }as Doce Tablas de la Ley se trasfor~aran, de un, m!steno sacer~ot.al solo con<;>cible por unos pocos, en una for- ma publica de conocimiento, accesible a todos. 1 Hay, es cierto, el lamento de Platón sobre la incomunicabilidad de determi- nad.as verdades. Se diga ~o ~u_e se diga respect? de tales verdades, no se puede d~crr que posean _val_or filosohco ~lguno" ~o mismo rige P:Uª las supuestas doc- trmas secretas atnbmdas a los antiguos filosofas. Las doctrmas esotéricas pueden s~r ~c~ptadas como una forma de instrucción religiosa, pero no de enseñanza filosofica. 12 II. Forma y sustancia Si pasamos ahora al objeto de la filosofía polítiGi, aun el más super- ficial examen de las obras maestras de li literatura política nos reve- lará la continua. reaparición de ciertos temas problemáticos. Podrían exponerse muchos ejemplos, pero bastará mencfonar unos pocos, tales como las relf!ciones de poder entre_gobernantes y gobernados, la ín- dole de la autoridad, los problemas planteados por el conflicto social, l§!Je:rrrrquía de deftüs fines o propósitos como objetivos de la acción política, y el carácter del conocimiento político: Si bien los filósofos políticos no se han interesado en igual medida por todos estos proble- mas, se ha establecido, en cuanto a la identidad de los problemas, u_n consenso que justifica la creencia de que estas preocupaciones han sido permanentes. 'la circu11stancia ge que los filósofos hayan di- sentido, a menudo violentamente, respecto de las soluciones, no des- miente que haya: un qbjeto cor)}Ún..c!e estudio..Lo que importa es la continuidad de las preocupaciones, no fa unanimidad de las respuest_as. El acuerdo en cuanto al objeto de estudio presupone, a su vez, que aquellos a quienes les interesa ampliar el saber dentro de un campo determinado coinciden en cuanto a lo que es pertinente para dicho objeto y lo que debe excluirse. Con respecto a la filosofía política, esto significa que el filósofo debe tener en claro qué es político y qué no lo es. Aristóteles, por ejemplo, aducía al comienzo de su Política***. que )10 se debía confundir el papel del estadista (politikós) con el del propietario de esclavos o el del jefe de familia· el primero era específicamente político; los otros, no. La distinció~ establecida por Aristóteles sigue teniendo vital importancia, y las dificultades que presenta formarse una idea clara de lo que es político constituye el tema básico de este libro. Aristóteles aludía a los problemas que ex- 'j:íerimerita el filósofo político cuando intenta circunscribir un objeto ~e estudiQ .9,Je, ~-Eefl!id.acj,i;o .P.1:1e_d,e__s~! ~ir~u.nscrito. Esta. dif~cul!~d oJJea:eCe a: dos razones prmc1pales. En primer lugar, una mstltucion política, por ejemplo, se halla expuesta a influencias de tipo no polí- tico, de modo que explicar dónde comienza lo político y dónde termina lo no político pasa a ser un prol:¡Iewa desconcertante. En segundo lugar, hay una difundida tendencia a utilizar, cuando describimos fe- nómenos no políticos, las mismas palabras y conceptos que cuando hablamos de asuntos políticos. En contraste con los tecnicismos de la matemática y las ciencias naturales, frases como «la autoridad del padre», «la autoridad de la Iglesia» o «la autoridad del Parlamento» evidencian usos paralelos en las discusiones sociales y políticas. Esto plantea uno de los problemas básicos que enfrenta el filósofo .político cuando intenta establecer la especialidad de su objeto de es- . tuclio: ¿Qué es político? ¿Qué distingue, por ·ejemplo, la autoridad política ae··otras formas de autoridad, o la participación en una so- ciedad política de la participación en otros tipos de '<!sociaciones? Pro- curando dar respuesta a estas cuestiones, generaciones de filósofos ·han ,{'* Agregamos este signo cuando se cita por primera vez, en el texto o en las notas de cada capítulo, una obra que tiene versión castellana. La nómina com- pleta se encontrará en la Bibliografía en castellano al final del volumen. 13
  • 6. .contribuido a gestar una concepción de la filosofía política como forma permanente de discurso acerca de lo que es político, y a describir al filósofo político como alguien que filosofa acerca de lo político. ¿De qué manera lo han hecho? ¿Cómo han llegado a escoger determinadas acciones e interacciones, instituciones y valores humanos, y a llamar- los «políticos»? ¿Cuál es el rasgo común específico de ciertos tipos de situaciones y actividades -v. gr., votar y legislar- que permite de- nominarlas «políticas»? O bien, ¿qué condiciones debe satisfacer de- terminada acción o situación para que se la llame política? En cierto sentido, el proceso de definir el ámbito de lo político no ha diferido mucho del que ha tenido lugar en otros campos de inda- gación. Nadie sostendría con seriedad, por ejemplo, que los campos de la física o la química han existido siempre en una forma evidente por sí .!nisma y bien determinada, esperando únicamente que Galileo o Lavoisier los descubrieran. Si aceptamos que un campo de indaga- ción es, en importante medida, producto de una definición, el campo de la política puede ser considerado como un ámbito cuyos lírriTies.hán sido establecidos a lo largo de sigfos de díScusión política. Así como los perfiles·de otros campos se han modificado, también fos límites de lo político han sidó cambiantes, abarcando a veces más, a veces menos, de la vida y el pensamiento humanos. La era de totalitarismo genera el lamento de que «esta es una era política. Vivimos pensando en la guerra, el fascismo, los campos de concentración, las cachiporras, las bombas atómicas ...».En épocas más serenas, lo político es menos ubicuo. Según Santo Tomás de Aquino, «el hombre no está formado para la hermandad política en su totalidad, ni en todo lo que po- see ...».2 Quisiera insistir, sin :"!IJlbarg(), en que el campo de la polí- tica es y llaSíaO,-eñun'sentido decisivo y radical, un producto de la ·_cf~fil:.ll!l hug1ig1?. Ni la designación de ciertas actividades y ordena- mientos como polfücos, rú nuestra manera característica de pensar en . ellos, ni los conceptos con que comunicamos nuestras observaciones y reacciones, se hallan inscritos en la naturaleza de las cosas, sino que son el legado de la actividad histórica de los filósofos políticos. Con estos comehtarios nO me propongo sugerir que el filósofo polí- tico se haya sentido en libertad de llamar «político» a lo que quisiera, ni que -como el poeta de lord Kames- se haya ocupado de «fabri- car imágenes sin base alguna en la realidad». Tampoco me propongo insinuar que los fenómenos que designamos como políticos sean, en un sentido literal, «creados» por el teórico. Se admite sin discusión que las prácticas establecidas y los ordenamientos institucionales han proporci_o_nado a los autg.i:~s_ _p_olíti.c:9s sus datos básicos; a esto me re- feriré ensegi.iida.-También es cierto que muchos de los temas aborda- . dospoi:uñteoiico deben su inclusión al simple hecho de que, en las convenciones lingüísticas existentes, se alude a tales temas como políticos. Por otro lado, también es verdad que las id~as y q¡tegotías que empleamos en el análisis político no son del mismo orden que los «hechos» institucionales, ni están «contenidos» en los hechos, por así decir, sino que representan un elemento agregado, algo creado por el teórico político. Conceptos como «poder», «autoridad», «consenso» 2 G. Orwell, England, your England, Londres: Secker & Warburg, 1954, pág. 17. T. de Aquino, Summa Theologiae, ,!".~ Ia, IIae, Q. 21, art. 4, ad 3. 14 y demás no son «cosas» reales, aunque estén destinados a señalar al- gún aspecto importante relativo a las cosas políticas. Tienen como función volver significativos los hechos políticos, ya sea'·con fines de ai:iáffsTs, crítica o justificación, o una combinación de estos fines. Cuan- do los conceptos políticos se exponen en un enunciado como el si- guiente: «No son los derechos y privilegios de que goza un hombre los que hacen de él un ciudadano, sino la mutua obligación entre súb- dito y soberano», la validez de dicho enunciado no puede establecerse remitiéndose a los datos de la vida política. Este sería un procedi- miento circular, ya que la forma del enunciado determinaría inevi· tablemente la interpretación de los hechos. Dicho de otra manera: la teoría política no se interesa tanto en las prácticas políticas o su fun- cionamiento como en sus significados. Así, en el enunciado de Bodin qüese·-aca:ba'de trasi:ribff, elnedio de que, por motivos legales o por la práctica, el integrante de una sociedad tuviera ciertas obligaciones hacia su soberano, y viceversa, no era tan decisivo como que estos deberes pudieran ser comprendidos de un modo tal que sugiriera algo importante acerca de la pertenencia a la sociedad y --en las fases posteriores de la argumentación de Bodin- acerca de la autoridad del soberano y sus condiciones. En otras palabras, el concepto de per- tenencia a la sociedad permitió a Bodin extraer consecuencias e inferir interconexiones entre ciertas prácticas o instituciones que no eran evidentes sobre la base de los hechos mismos._i=l!and()d significado de tales conceptos se torna más o menos estable, ellos actúan como «señales indicadoras» que llevan a buscar o tener en cuenta determi- nados factores cuando procuramos comprender una situación política o emitir un juicio acerca de ella. De este modo, los conceptos y_ca_t<:- gorías que constituyen nuestra comprensión política nos ayudan a de. <lucir conexiones entre. los fenómenos políticos; introducen algún or- den en lo que podría parecer, de lo contrario, un caos irremediable de actividades; median entre nosotros y el mundo político que pro- curamos hacer inteligible; crean una zona de conocimiento determina- do y con ello nos ayudan a separar los fenómenos pertinentes de los que no lo son. · III. Pensamiento político e instituciones políticas En su intento de dar significado a los fenómenos políticos, el filósofo se ve respaldado y restringido al mismo tiempo por la circunstancia de que las sociedades poseen cierto orden, cierto grado de ordena- miento, que existe al margen de que los filósofos filosofen o no. En otras palabras: los límites y la esencia del objeto de estudio de la fi- losofía política están determinados, en gran medida, por las prácticas de las sociedades t!xistentes. Entendemos por «prácticas» los procesos ·instihicioñaliz'ados y procedimientos establecidos que se emplean ha- bitualmente para resolver asuntos públicos. Lo importante para la teoría política es que estas prácticas institucionalizadas cumplen una función fundamental en cuanto a ordenar y dirigir la conáucta fü.ima: na y determinar el carácter de fos sucesos. El papel organizador de las 15
  • 7. : instituciones y las prácticas habituales crea una «naturaleza» o ám- bito de fenómenos que es análoga, en general, a la naturaleza que debe abordar el especialista en ciencias naturales..Tal vez pueda esclarecer el significado de la «naturaleza política» describiendo parcialmente la función de las instituciones. EI sistema de instituciones políticas de una sociedad dada represen- ta un ordenamiento de poder y autoridad. En algún punto del sistema, se reconoce que ciertas instituciones. poseen autoridad para tomar decisiones aplicables a toda la comunidad. Como es natural, el ejer- cicio de esta furieióri atrae la ateneión de grupos e individuos que intuyen que las decisione~ adoptadas influirán en sus intereses y ob- jetivos. <Cuando'esfatoma de conciencia cobra la forma de una acci6n dirigida hacia las instituciones políticas, las actividades pasan a ser «políticas» y a integrar la naturaleza política. La iniciativa puede par- tir de las instituciones mismas, o de los hombres que las manejan. Una decisión pública -encaminada, por ejemplo, a controlar la fabri- cación de tejidos o a prohibir la difusión de ciertas doctrinas- tiene el efecto de conectar estas actividades con el orden político y conver- tirlas, al menos en parte, en fenómenos políticos. Aunque podrían darse múltiples ejemplos acerca del modo en que las actividades hu- manas se vuelven «políticas», lo principal es la :función «relacionante» que cumplen las instituciones políticas: Por medio de las cfédsiones que adoptan y ponen en práctica los funcionarios públicos, se reúnen actividades dispersas,,se las dota de una coherencia nueva y se mol- dea su curso futuro de acuerdo con criterios «público~. De este modo, las instituciones políticas agregan otras dimensiones a la naturaleza política. Sirven para definir, por así decirlo, el «espacio político» o lugar donde se relacionan las fuerzas tensionales de la: sociedad, como en un tribunal, una legislatura, una audiencia administrativa o el con- greso de un partido político. También sirven para definir el «tiempo político», o período dentro del cual tienen lugar la decisión, la reso- lución o el acuerdo. Los ordenamientos políticos proporcionan así un marco dentro del cual se vinculan espacial y temporalmente las acti- vidades de individuos y grupos. Examínese, por ejemplo, el funcio- namiento de un sistema nacional de seguridad social. Un agente fiscal cobra réditos provenientes de las ganancias obtenidas el año anterior por una compañía; con esos réditos, a su vez, podría establecerse un sistema de seguridad social o de pensiones que beneficiaría a trabajado- res que no tienen otra vinculación con dicha compañía. Es posible, sin embargo, que el trabajador no reciba de hecho tales beneficios has- ta un cuarto de siglo más tarde. Tenemos aquí, en la forma de un agente de réditos, una imtitución política: gracias a cuyo funciona- miento una serie de actividades, que de otro modo estarían desvincu- ladas entre sí, quedan integradas, y se les imparte un significado a lo largo del tiempo.3 Ha dicho un filósofo contemporáneo que, por medio de los conceptos y símbolos que utiliza nuestro pensamiento, procuramos que un «Or- den temporal de palabras» represente a «un orden relacional de co- 3 Es importante cuidarse de la idea de que las instituciones representan un agente impersonal, más elevado. Una institución es un grupo determinado de _ personas que llevan a cabo ciertas funciones dentro de un esquema organizacional. l 16 sas».4 Aplicando esto mismo a los asuntos políticos, podemos decir que las instituciones políticas proporcionan las relaciones internas entre las «cosas» o fenómenos de naturaleza política, y que la filosofía política trata de formular enunciados significativos respecto de esas «Cosa.s». En otras palabras: las instituciones dan coherencia previa a los fenómenos políticos; de ahí que, cuando el filósofo político re- flexiona acerca de la sociedad no se encuentra ante un torbellino de sucesos.o activi~ades inconexds que se precipitan a través de un vacío democnteano, smo ante fenómenos ya dotados de coherencia e interre- laciones. IV. La filosofía política y la índole de lo político Al mismo tiempo, sin embargo, casi todos los grandes enunciados de la filosofía política han sido propuestos en épocas de crisis, o sea, cua?do los fenómenos ~JOlí~icos son integrados por las formas insti- tuc10nales con menos eficacia que antes. El colapso institucional pone en libertad, PC?r ~sí decir, ft;r:ómenos que Iíacenque los comportamien- tos y aconteci~iei:t?s poht1co~ tomen un carácter algo aleatorio, y des!ruyen los sig~ic;ados habituales que habían formado parte del antiguo ~un~o pohtico. D~sde la. ~poca en que el pensamiento grie- go quedo fascmado por las rnestabilidades que afectan la vida política los filósofos políticos occidentales se han preocupado por el vacío qu~ se pro?uce cuando la 1red de las relaciones políticas se ha disuelto y los ".'i,nculos de l<;altad ~e han cortado: ~e hallan indicios de esta preo- cupacion en las rntermmables exposic10nes de escritores arieaos v romanos acerca de los ciclos rítmicos que estaban destinada; a ;egui~ las formas gubernamentales; en las sutiles distinciones establecidas por Maquiavelo entre las contingencias políticas que el hombre podía domin~r y las que lo dejaban impotente; en el concepto, elaborado en el siglo .xvrr, de un ~<estado natural» como condición que carece de las relac10nes establecidas y formas institucionales características de un sistema político en funcionamiento; y en el vigoroso intento de Hobbes por fundar una ciencia política que permitiera a los hombres crear, d~ 1:-1:ª vez por todas; ;.ina comunidad perdurable capaz de sopor. tar las vic;lSltudes de la política. Aunque la tarea de lafilosofía política se comp_Iica sobr~manera en un período de desintegración, las teorías de Piaron, Maqmavelo y Hobbes, por ejemplo evidencian una rela- ción de «desafío y respuesta» entre el desorde~ del mundo y el pa- pel del filósofo político como encargado de encuadrar ese desorden. La gama de posibilidades parece infinita, ya que ahora el filósofo pQlítico no se limita a criticar e interpretar;debe reconstruir un desar- ticulado mundo de sigruficados:y sus expresfories institucionales con~ 5omitan~e~; debe, en suma, modelar 'un cosmos político a partir d~l caos pohtico. Aunque las condiciones de extrema desorganización política hacen más urgente aún la: búsqueda de orden, también el teórico político que es- 4 S. Langer, Philosophy in a new key, l* Nueva York: Mentor, 1952, págs. 58-59. 17
  • 8. cribe para tiempos menos heroicos .. ha clasificado el orden como un problema fundamental de su objeto de estudi():Ningún teórico políti- ·co abogó jamás por una sociedad desordenada, y ningún teórico polí- tico ha propuesto jamás la revolución permanente como modo de vida. En su sentido más elemental, el orden ha implicado una situación de paz y seguridad que hace posible la vida civilizada. La avasallante preocupación de San Agustín por el destino trascendente del hombre no lo cegó ante el hecho de que prepararse para la salvación presupo- nía un marco terrenal, dentro del cual las exigencias básicas de paz y seguridad eran satisfechas mediante el orden político; advertir esto lo llevó a admitir que incluso un sistema político pagano terúa cierto valor. La preocupación por el orden ha dejado señales en el vocabu- lario del teórico político. En los escritos de todo teórico importante se encuentran palabras como «paz», «estabilidad», «armonía» y «equi- librio». De modo similar, toda investigación política se dirige, en al- guna medida, hacia los factores que favorecen o contrarían el mante- nimiento del orden. El filósofo político pregunta: ¿Qué función cum- plen el poder y la autoridad para defender la base de la vida social? ¿Qué exige el mantenimiento del orden a los integrantes de la so- ciedad, en cuanto a un código de civilidad? ¿Qué tipo de conocimien- to necesitan gobernante y gobernados para que se mantenga la paz y la estabilidad? ¿Cuáles son las fuentes de desorden y cómo pueden ser controladas? Al mismo tiempo, con importantes excepciones, la mayoría de los escritores políticos han aceptado, en alguna forma, el aforismo aristo- télico de que los hombres que viven una vida en asociación desean, no solo vivir, sino a!canzar una buena vida; es decir que los hombres iienenaspiraciones que trascienden la satisfacción de ciertas necesi~ éiades elementales, casi biológicas, como la paz interna, la defensa contra enemigos externos y fa protección de su vida y posesiones. Tal como lo definió San Agustín, el orden contenía una jerarquía de bie- nes que ascendía desde la mera protección de la vida hasta el tipo de vida más elevado. A través de la historia de la filosofía política, han existido opiniones diversas referentes a lo que debía ser incluido dentro del concepto de orden, desde la idea griega de la autorrealiza- ción individual, pasando por la concepción cristiana del orden político como una especie de praeparatio evangelica, hasta el enfoque liberal moderno según el cual el orden político tiene escasa relación con las psiques o las almas. Cualquiera que sea el énfasis específico, la preo-. cupación por el orden ha conducido al teórico político a examinar los t]pos de fines y propósitos adecuados para una sociedad política. Esto nos lleva hasta el segundo aspecto general del objeto de estudio: ¿Qué clases de cosas resultan adecuadas para una sociedad política, y por qué motivo lo son? Al examinar, antes, la filosofía política y su relación con la sociedad, aludimos muy brevemente a la idea de gue l.a filosofía política se refería a asuntos públicos. Quisiera señalar aquí que las palabras «pú- blico», «común» y «general» tienen una prolongada tradición de uso que Iiú3na hecho sinónimas de lo político. Por esta razón, sirven como indicios importantes para el objeto de estudio de la filosofía política. Desde sus comienzos en Grecia, la tradición política occidental ha con- 18 siderado el orden político como un orden común, creado para resolver las cuestiones en que todos los integrantes de la sociedad tienen algún interés. El concepto de un orden que era político y común al mismo tiempo, fue expuesto con suma elocuencia en el diálogo Protágoras/* de Platón. En este se relataba que los dioses proporcionaron a los hombres las artes y talentos necesarios para sobrevivir físicamente; sin embargo, cuando los hombres fundaron ciudades, estallaron continuos conflictos y violencias, que amenazaron retrotraer la humanidad a una con~ición brutal y salvaje. Protágoras describía luego cómo los dioses, temiendo que los hombres se destruveran decidieron suministrar justi- cia y virtud: , ' «Temeroso de que toda la raza fuera exterminada, Zeus envió a Her- mes, portador de reverencia y justicia para que fueran principios or- denadores de las ciudades y vínculos de amistad y conciliación. Her- mes preguntó a Zeus cómo impartir justicia y reverencia a los hom- bres: ¿Debía distribuirlas como están distribuidas las artes, vale decir, solo a unos pocos favorecidos i[ o] (... ) a todos? "A todos -contes- tó Zeus-; quisiera que todos tengan una parte; porque las ciudades no pueden existir si solamente unos pocos disfrutan de las virtudes, como de las artes ..."».5 El «carácter común» del orden político se ha reflejado tanto en la gama de ternas que los teóricos políticos juzgaron adecuados a su mate- ria, corno en el modo en que tales ternas han sido tratados en la teoría pol~t!ca. Está presente e~1 la creencia básica de los teóricos: el poder pohtico se ocupa de los intereses generales compartidos por todos los mtegrantes de la comunidad; la autoridad política se diferencia de otras formas de autoridad en que habla en nombre de una sociedad c?nsiderada en sus características comunes; la pertenencia a una so- ciedad política simboliza mía vida de experienéias comunes; y el orden presidido por la autoridad política debería extenderse a lo largo y a .lo ancho de la sociedad en su conjunto. El gran problema que plantean estos y otros t~mas proviene de que los objetos y actividades que tra- tan no están aislados. El integrante de la sc5ciedad puede compartir algunos intereses con sus semejantes, pero otros intereses pueden ser pecul~ares a é!? a algún grupo al cual pertenece; de modo- similar, la autoridad pohtrca no solo es una entre varias autoridades de la so- ciedad, sino que, en ciertos aspectos, se encuentra compitiendo con ellas. La inserción de lo político en una situación de factores que se entre- cruzan sugiere que la tarea de definirlo es continua. Esto se hace más evidente si pasamos a considerar otro aspecto de este objeto de estu- dio: el de la <lCtividad política. Para los fines de este trabajo inter- preto que «a.c.~ividad política» incluyelo siguiente: a) una fo;rna de actividad centrúda·alrededor de la búsqueda de ventajas competitivas 5 _Protagoras, :"'<, trad. al inglés por Jowett, 321-25. La cuestión referente a si el mito de Protagoras representa los pensamientos del propio Platón es abordada por R. B. Levinson en In defense of Plato, Cambridge: Harvard University Press 1953, págs. 293-94; W. K. C. Guthrie, In the beginning Londres· Methuen' 1957, pág. 84 y sigs. ' · ' í9
  • 9. entre grupos, individuos o sociedades; b) una forma de actividad con- dicionada por el hecho de tener lugar dentro de una situación de cam- bio y relativa escasez; c) una forma de actividad en la cual la prose- cución de beneficios produce consecuencias de tal magnitud que afec- tan de modo significativo a la sociedad en su conjunto o a una parte sustancial de ella. En el trascurso de la mayor parte de los últimos dos mil quinientos años, las comunidades occidentales han tenido que sobrellevar drásticos ajustes frente a cambios inducidos tanto desde adentro como desde afuera. Como un reflejo de este fenómeno, la política ha llegado a ser una actividad expresiva de la necesidad de reajuste constante por parte de la sociedad. El cambio tiene como efecto no solo alterar las posiciones relativas de los grupos sociales, sino también modificar los objetivos por los cuales compiten indivi- duos y grupos. De este modo, la expansión territorial de una sociedad puede abrir nuevas fuentes de riqueza y poder, que alterarán las posi- ciones competitivas de diversos grupos nacionales; un cambio en el modo de producción económica puede originar la redistribución de la riqueza y la influencia, de tal manera que provoque protesta y agitación de parte de aquellos cuyo status ha sido afectado de modo adverso por el nuevo orden; un gran aumento de la población con introducción de nuevos elementos raciales, como el que tuvo lugar en Roma, puede ocasionar exigencias de ampliación de los derechos políticos, ofrecien- do mediante esta exigencia un elemento que invita a la manipulación política; o puede aparecer un profeta religioso proclamando una nueva fe y reclamando que sean extirpados los antiguos ritos y creencias que el tiempo y la costumbre habían entretejido en la trama de expec- tativas. Desde cierto ángulo, las actividades políticas son una res- puesta a cambios fundamentales que tienen lugar en la sociedad. Des- de otro punto de vista, estas actividades provocan conflicto por que representan líneas de acción que se cortan, mediante las cuales indi- viduos y grupos tratan de estabilizar una situación de modo afín a sus aspiraciones y necesidades. De esta forma, la política es tanto una fuente de conflicto como un modo de actividad que busca resolver con- flictos y promover reajustes. Podemos resumir este análisis diciendo que el objeto de la filosofía política ha consistido, en gran medida, en la tentativa de hacer com- patible la política con las exigencias del orden. La historia de la filosofía política ha sido un diálogo sobre este tema; la perspectiva del filósofo ha sido a veces la de un orden exento de política, y ha producido una filosofía política de la cual fueron eliminadas la acti- vidad política y gran parte de aquello a lo que alude el término «política>>; otras veces, ha dejado a la actividad política un margen tan amplio que parece haber descuidado la preservación del orden. V. El vocabulario de la filosofía política Una característica importante de un conjunto de conocimientos reside en que es trasmitido mediante un lenguaje bastante especializado. Con esto queremos decir que las palabras son utilizadas en ciertos sentidos 20 especiales, y que ciertos conceptos y categorías son considerados fun- damentales para un::r-comptensión del tema. Este aspecto de un con- junto de conocimientos es su lenguaje o vocabulario. En gran medida, cualquier lenguaje especializado representa una creación artificial, ya que se lo construye deliberadamente de modo que exprese significa- dos y definiciones del modo más preciso posible. Los matemáticos, por ejemplo, han elaborado un complejísímo sistema de signos y sím- bolos, así como un conjunto aceptado de convenciones que rigen su manipulación; también los físicos emplean una cantidad de defirúcio- nes especiales destinadas a permitir la explicación y la predicción. Por su parte, el lenguaje del teórico político tiene sus propias peculiarida- des. Algunas de estas han sido señaladas por críticos que se queja:·on de la vaguedad de los conceptos políticos tradicionales, comparados con la precisión que caracteriza al discurso científico, o que establecie- ron paralelos igualmente desfavorables entre la baja capacidad predic· tiva de ias teorías políticas y el gran éxito de las teorías científicas a este re~pecto. -No queremos agregar una contribución más a la aburrida controversia acerca de si la ciencia política es o puede ser una verdadera ciencia, pero tal vez evitemos algunos errores de concepción si exponemos brevemente lo que los teóricos políticos han procurado expresar me- diante su vocabulario especializado. Podríamos empezar por trascribir unos pocos enunciados característicos, seleccionados entre algunos fi- lósofos políticos: «Para el hombre, la seguridad es imposible si no va unida al· poder» (Maquiavelo). «No puede haber verdadera Lealtad, y quedarán simientes perpetuas--- de Resistencia, contra un poder construido sobre un cimiento tan antinatural como el miedo y el terror» (Halifax). «En cuanto el hombre ingresa en un estado de sociedad, se libra del sentimiento de su debilidad; cesa la igualdad y entonces comienza el estado de guerra» (Montesquieu). Aceptemos que el lenguaje y conceptos contenidos en los enunciados antedichos son tan vagos que desafían la rigurosa verificación pres- crita por los experimentos científicos. En sentido estricto, conceptos como «estado natural» o «sociedad civil» ni siquiera pueden ser so- metidos a observación. Sin embargo, sería erróneo concluir que estos y otros conceptos de la teoría política son empleados deliberadamente para evitar la descripción del mundo de la experiencia política. La frase citada de Maquiavelo alude a la circunstancia de que la vida y las posesiones tienden a volverse inseguras cuando quienes gobiernan la sociedad no pueden imponer la ley y el orden. Por otro lado, «seguri- dad» es algo así como una abreviatura que expresa el hecho de que la mayoría de los hombres prefieren una situación que garantice sus expectativas con respecto a su viqa y propiedad. Tomada en conjunto, la frase de Maquiavelo expresa una generalización que consta de dos conceptos claves: poder y seguridad. Ambos «contienen», por así decirlo, una comprensión de sentido común de sus consecuencias prácticas. La seguridad implica así ciertas actividades, a saber, que los 21
  • 10. integrantes de la sociedad pueden utilizar sus posesiones y gozar de ellas con pleno conocimiento de que no les serán arrebatadas por la fuerza. De modo similar, el ejercicio del poder efectivo será acomp~· ñado por ciertas acciones usuales, tales como promulgar leyes, casti- gos, etc. En cambio, no resulta tan evidente para el sentido común la conexión entre poder y seguridad, y esto es lo que procur~ establecer el teórico político. El uso de conceptos y un lenguaje especiales le per- miten reunir una variedad de experiencias y prácticas comunes, tales como las vinculadas con el goce de la seguridad y el ejercicio del po- der, y mostrar sus interconexiones. . Aunque estas generalizaciones pueden expresar cosa: ~mportantes, no permiten predicciones exactas, como una ley de la fis1ca. L?s co=1cep- tos son demasiado aenerales como para lograr esto, y la ev1denc1a se- ría harto endeble Pata respaldar cualquiera de las afirmaciones ames transcritas. Esto no quiere decir que sea imposible formular, con res- pecto a la actividad política, proposiciones rigurosas, pasibles de ser sometidas a una verificación empírica. Se sugiere únicamente que es- tos enunciados no son del tipo de los que han ocupado tradicionalmen- te la atención de los teóricos políticos. Por consiguiente, en lugar de criticar a los teóricos por la mala ejecución de una empresa que nunca abordaron sería más útil indagar si el teórico político intentaba algo similar a l~ predicción, pero menos riguroso. Yo sugeriría, en prim_er lugar, que en vez de predecir los teóricos se han ocupado de prevemr. Maquiavelo advierte que habrá inseguridad en ausencia de una auto- ridad aobernante efectiva; Halifax, que una autoridad que se apoya demaslado en el temor provocará a la postre resistencia. Aunque cada una de estas admoniciones presenta cierta similitud con una predic- ción difiere de ella en dos importantes aspectos. En primer lugar, una prevención sugiere una consecuencia desagradable o indeseable, en tanto que una predicción científica es neutral. En segundo. lugar,_una prevención es habitualmente hecha por una persona que siente cierta relación con el grupo o las personas a quienes se previene; en resu- men, una prevención expresa un compromiso. 9-ue está ause~te en las predicciones. En concordancia con esta func1on de prev~mr, el len- guaje dela "feoifa política contiene muchos conceptos destmado~ a ex- presar señales de prevención: algunos de esos conceptos son los de desorden, revolución, conflicto e inestabilidad. Sin.embarP-o, la teoría política no solo ha implicado el pronóstico de 9e_s_as.tr,<:s. Se ocupa !ambi~n ge las posibilídac:l~s; procura enunciar las condiciones-necesarias o sdicientes para lograr fines a los cuales, por una u·ofra-ra:Zón,s~ c.s:i]fsi<:lera buenos o deseables. De-tal ·modo;·el enunciado de Maqui:r,,elo contenía tanto una prevención como una posibilidad: el p0der era la condición para lograr seguridad, pero un poder ineficaz abriría el camino a la inseguridad. Una objeción obvia para la línea de argume11tación antedicha es _q~1e coloca al teórico político en situación de poder adeL:mtar prnposic10- nes y emplear conceptos que no pueden ser juzgados ;:orno ciertos o falsÓs mediante un canon empírico riguroso. Esta objeción es aceptada sin discusiones, en cuanto corresponde a muchos de los enunciados Y conceptos contenidos en la mayor parte de las teorías políticas. Sin embargo, no es una objeción concluyente, pues presupone que una 22 verificación empírica proporciona el único método que permite deter- minar si un enunciado es significativo o no. En vez de demorarse en torno de las deficiencias científicas de las teorías políticas, acaso sea más fructífero considerar a la teoría pg]ítica como perteneciente a una forma diferente de discurso. Siguiendo esta sugerencia, podemos adop- tar, para nuestros fines, una propuesta formulada por Carnap.6 Este ha sugerido el término «exolicación» para abarcar ciertas expresiones, empleadas tanto en el habl~ cotidiana como en la discusión científica. La explicación emplea significados menos precisos que los idealmente adecuados para una discusión rigurosa, pero prácticos, y que, una vez redefinidos y precisados, pueden prestar servicios muy útiles en una teoría. Ejemplos de tales palabras serían «ley», «causa» y «verdad». En la medida en que se las formula como propuestas, estas palabras no pueden ser definidas como verdaderas o falsas. El lenguaje de la teoría política abunda en conceptos que son empleados para explicar ciertos problemas. Con_frec:uencia se tratade palabras similares a las del uso común, pero redefinidas y retocadas para hacerlas más útiles. L¡fpalab¡:a_einple_ada por_ef.teórico.puede se:r guiad¡l-porelusci-común, pero no se halla necesariamente limitada por el significado común. Por ejemplo, la definición de Aristóteles acerca de un buen ciudadano co- mo alguien que poseía tanto el conocimiento como la capacidad para gobernar y ser gobernado, contenía mucho que era familiar para los atenienses. Al mismo tiempo, las cuestiones que Aristóteles intentaba esclarecer le exigieron remodelar o reconstruir los significados acepta- dos. Este mismo procedimiento ha sido seguido para formar otros conceptos claves en el lenguaje de la teoría política; conceptos como «autoridad», «obligación» y «justicia» conservan cierto contacto con -ros-SigJ:!ifi:ca_dps y_exp:eriencii comunes, peroJian sido remodelados pa- rá satisfacer las exigencias del discurso sistemático. Nos herrios-defeniC!o en Cfesfacal:-estacuestióricon: el fin de poner de relieve los nexos entre los conceptos de la teoría política y la.experien- cia política. Ellos sugieren que una teoría política no es una construc· ción arbitraria, porque sus conceptos se vinculan con la experiencia en diversos puntos. Una teoría sistemática como la formulada por Hobbes consiste en uñared de cor1cepi:os-foterrelacioiiados- y conéren- tes-(ídealménte); ningún concepto es idéntico a la experiencia, peto ninguno está deLtodº_~(!f)arMo .d~_ ellf!~ Quizá se comprenda rrrejor ·todo él-procedimiento si introducimos una explicación genética. La teoría política no constituye excepción alguna al principio general de que, en las etapas iniciales de su evolución, casi todos los vocabularios especiales dependen del vocabulario del lenguaje cotidiano para ex· presar sus significados. Por ejemplo, los conceptos del pensamiento griego primitivo podían ser comprendidos remitiéndose al uso común, v apenas lo sobrepasaban. Con la sistematización del pensamiento po- lítico, tal como la ejemplifican Platüii y Aristóteles, el lenguaje de la teoría política pasó a ser más especializado y abstracto. fil_le_nguaje coloquial cotidfono fue modificado y redefinido de modo que elteó- 6 R. Carnap, The logical foundations of probability, Chicago: University of Chica- go Press, 1950, cap. I, y la exposición de C. G. Hempel, «Fundamentals of concept formation in empirical science», International Encyclopedia of Unified Science, vol. 2, n~ 7, 1952, pág. 6 y sigs. 23
  • 11. rico pudiera enunciar sus ideas con una precisión, coherencia y exten- · sión que.el uso habitual no le permitía alcanzar. Sin embargo, persis- tía el vínculo que conectaba el concepto perfeccionado y los antiguos usos. Se ha hecho notar con frecuencia que el concepto de justicia (di- ke) experimentó una prolongada evolución antes de convertirse en concepto político. En la época de Homero, trasmitía diversos signifi- cados, tales como «mostrar», «señalar» o indicar «de qué manera ocu- rren normalmente las cosas». En Los trabajos y los días,*'';, Hesíodo lo adopta para usos políticos. Este previno contra el príncipe que im- partía dike «deformada», y recordaba a los hombres que ellos dife- rían de los animales, que ignoraban las reglas de la dike.7 En las filo- sofías de Platón y Aristóteles, el concepto de justicia era formulado de modo más abstracto, y no se podía decir que se identificara con los significados habituales. Sin embargo, vale la pena hacer notar que en La República,* de Platón, se iniciaba el examen de la justicia hacien- do y:ue varios oradores propusieran nociones habituales de justicia. Aunque talgunas de estas eran descartadas, otras eran consideradas in· suficientes, lo cual equivale a decir que se las incorporaba, en forma modificada, a la definición más global y abstracta de justicia que rela- cionamos con el diálogo. De este modo, Platón rnnstruía un concepto de justicia vinculado, en muchos aspectos, con una tradición del uso común. Aunque el vocabulario del teórico político lleva ~onsigo rastros de lenguaje y experiencia cotidianos, es en gran medida el producto de ·los esfuerzos creadores del teórico. Esta estructura de significados contiene no solamente conceptos políticos -<:orno ley, autoridad y orden- sino también una sutil fusión de ideas filosóficas y políticas, una metafísica oculta o latente. Toda teoría política que ha procurado alcanzar, en alguna medida, un carácter global, ha adoptado alguna for- mulación implícita o explícita acerca de los conceptos de «tiempo», «espacio», «realidad» o «energía». Aunque estas son, en su mayoría, categorías tradicionales de los metafísicos, el teórico político no enun- cia sus proposiciones ni formula sus conceptos de igual manera que el metafísico. La preocupación del teórico no ha sido el espacio y el tiempo como categorías que hacen referencia al mundo de los fenó- menos naturales, sino al mundo de los fenómenos políticos; vale de- cir al mundo de la naturaleza política. Si hubiera querido ser preciso v ~xplícito en estos aspectos, se habría referido al espacio «político», ~1 tiempo «político», etc. Es cierto que pocos o ningún autor ha em- pleado esta forma de terminología. En cambio, el teórico político ha utilizado sinónimos; en vez de espacio político quizás haya escrito acerca de la ciudad, el Estado o la nación; en lugar de tiempo, puede haberse referido a la historia o a la tradición; en lugar de energía, pue- de haber hablado de poder. El <:Qnjurlto de estas categorías puede ser denominado metafísica política.8 7 Hesíodo, Works and davs, ,;:;, vs. 263-65, 275-85. Véase también J. Myres, Tbe political ideas of tbe Greeks, Nueva York: Abingdon ~res~, 1?27, pág. ~67 y sigs., y los dos excelentes estudios de G. Vlastos, «~0!0!11ª1: JUStlce», Classtcal Pbilology, vol. 41, 1946, págs. 65-83, y «Equality and ¡ustice rn early Greek cos- mology», ibid., vol. 42, 1947, págs. 156-78. . . 8 La expresión «metafísica política» es utilizada por primera vez en un sentido 24 Las categorías metafísicas que se hallan en la teoría política pue- den ser explicadas mediante la noción de espacio político. Se podría co- menzar señalando cómo esto se originó en el mundo antiguo, en la evo- lución de la conciencia nacional. La idea hebraica de un pueblo separa- do, la distinción griega entre helenos y bárbaros, el orgullo romano por la romanitas, la noción medieval de cristiandad: todo esto contribuyó a profundizar el sentido de identidad distintiva, que luego se vincu- laba con una zona geográfica determinada y una cultura particular. Pero el concepto de espacio político se basaba 1en algo más que la dis- tfoción entre el «medio interno» de un contexto específico y diferen- ciado de acciones y sucesos, y un «medio externo» en gran medida desconocido e indiferenciado. También involucraba la cuestión deci- siva de los ordenamientos destinados a zanjar los problemas surgidos del hecho de que una gran cantidad de seres humanos, poseedores de una identidad cultural común, ocupaban una misma zona determina- da. Si suspendiéramos por un momento nuestras refinadas nociones acerca de una sociedad política, con sus imponentes jerarquías de po- der, sus ordenamientos institucionales racionalizados y sus canales es- tablecidos por donde pasa con facilidad la conducta, y pensáramos en estos como elementos que constituyen un área determinada, un «espa- cio político» donde los planes, ambiciones y acciones de individuos y grupos se ponen en contacto constantemente -chocándose, estorbán- dose, uniéndose, separándose- podríamos advertir mejor el ingenio- so papel que cumplen estos ordenamientos en lo que atañe a reducir fricciones. Por diversos medios, una sociedad procura estructurar su espacio: mediante sistemas de derechos y obligaciones, distinciones so- ciales y de clase, restricciones y prohibiciones legales y extralegales, beneficios y castigos, permisos y tabúes. Estos ordenamientos sirven para señalar a las leyes caminos a lo largo de los cuales pueden desarro- llarse sin perjuicio --o con provecho-- los movimientos humanos. En la mayor parte de las teorías políticas encontramos este sentido del espacio estructurado, que Hobbes ilustró notablemente: «Respecto de lo que se halla sujeto o circunscrito de modo tal que no puede moverse sino dentro de cierto espacio determinado por la opo- sición de algún cuerpo externo, decimos que no tiene libertad para ir más allá (... ) En consecuencia, la Libertad de un Súbdito reside únicamente en las cosas que el Soberano ha omitido al regular sus ac- ciones: por ejemplo, la Libertad de comprar, vender y establecer con- tratos mutuos ...».9 En run espíritu similar, Locke defendió la utilidad de las restriccione,_ legales: «Difícilmente merece el nombre de limitación lo que solamen- te nos separa de pantanos y precipicios».10 similar al mío en P. S. Ballanche, Essai sur les institutions sociales dans leur rapports avec les idées nouvelles, París, 1818, pág. 12. 9 Leviatban, *** II, xxi, pág. 137, en la edición Oakeshott, Oxford: Blackwell. 10 Second treatise of civil government, 57. El mismo argumento, incluida la metáfora de los límites, es adoptado en el influyente libro de A. D. Lindsay, Tbe modern democratic State, Londres: Oxford University Press, 1943, pág. 208. Véase el reflejo del problema de la estructuración política del espacio en un discurso del abogado parlamentario del ~iglo XVII, Oliver St. John: sin su 25
  • 12. Como lo inferimos antes, ~Lespacjo político pasa a ser un problema CT1ando no es posible controlar las energías humanas por medio de los ordenamientos. existentes. Durante la Reforma y sus secuelas, fueron los aspectos vitales de la religión los que amenazaron los principios e~tructurales moldeados por las sociedades políticas medievales; en el s1~lo XVIII, fueron las ambiciones del empresario, trabadas por la com- plica~ª. red del mercantilismo. «No necesitamos privilegios; solamen- te ex1grmos un sendero seguro y abierto».11 Las teorías de los fisió- cratas, Adam Smith y Bentham, respondieron trazando nuevas vías de acceso y redefiniendo la dimenúón espacial. Si se quisiera conti- nuar con este análisis, se podría explicar cómo cuestionó Malthus la teoría espacial de los economistas liberales al prevenir acerca de las ci;:cientes pr~sior;ies provenientes del aumento de la población. Tam- b1en se podrian mterpretar los grandes movimientos revolucionarios del siglo XIX (v. gr., el marxismo), como manifiestos desafíos a la e~~ructura espacial .crea~a por la sociedad industrial burguesa, y tam- b1en como una exigencia para que esta fuera reorganizada. O bien una novela -p. ej., Doktor Faustus,1'..., de Thomas Mann- podría ser tomada corno representativa del punto de vista de su aeneración a principios de este siglo, y su frustrante sensación de ah';ao ante las restricciones impuestas por las disposiciones nacionales e 0 internacio- nales: «Parecía inminente una nueva apertura (... ) Nos colmaba la certeza de que este era el siglo alemán (... ) nos había llegado la hora de poner nuestra marca en el mundo y dirigirlo (... ) ahora, al final de la época burguesa iniciada unos ciento veinte años atrás el mundo se renovaría bajo nuestro signo ...».12 ' VI. Visión e imaginación política Nuestro examen del espacio político nos ofrece un indicio acerca de otr<? a~pe~to de la filosofía política. ifl_s diversas concepciones del es- pacio mdican que cada teórico ha visto él problema desde una pers- «sistema político y gobiemo», Inglaterra no era «más que un trozo de Tierra, e? t;J. cual tantos homb~es tienen su Residencia y morada, sin jerarquías ni dis- tmaon~~ de hombres, ?m _Propiedad salvo _en Posesión». Citado en M. Judson, The crms of th,e CC::!stztu:wn, New_ Brunsw1ck y New Jersey: Rutgers University Press, 1949, pag. .:>)4. Vease un e¡emplo pertmeciente al siglo xvr en Edward D;idley: «Esta raíz de concordia no es otra cosa que un buen acuerdo y confor- rmdad entre el pueblo o los habitantes de i;n reino, ciudad, poblado o asociación, Y. 9ue cada hombre se contente con cumplir su deber en el cargo, lugar o condi- c1on ~n que se encuentre. Y que no calumnie ni desdeñe a ningún otro». D. M. Brodie, ;d., Tbe free of Commonwealth, Cambridge: Cambridge University Press, 1948, pag. 40. 11 J; Benth~, citado en L. Robbins, The theory of economic policy in English ~~~szcal pol1t1cal economy, Londres: Maanillan y St. Martin's Press, 1952, pág. 12 Dr. Faustus, ,.**trad. al inglés por H. T. Lowe-Porter, Londres: Secker & Warburg, 1949, pág. 301. 26 p_ectiva diferente, desde un ángulo de visión particular.;, Esto sugiere que la filosofía política constituye una forma de «ver» los fenómenos políticos, y que el modo de visualizar los fenómenos depende, en gran medida, del lugar donde se «sitúe» el observador. Quiero examinar dos sentidos distintos, pero relacionados, del término «visión»; uno y otro han desempeñado un papel importante en la teoría política. Suele utilizarse este término para referirse a un acto de percepción. Así, decimos que vemos al orador disertando ante una asamblea po- lítica. En este sentido, la ><<visión» es un informe descriptivo acerca de un objeto o suceso; pero el término se utiliza también con otra acep- ción cuando se habla de una visión estética o religiosa. En este se- gundo significado prédomina el elemento imaginativo y no el des- criptivo. Desde la revolución científica de los siglos xvI y xvn, fue el primer tipo de visión, la «objetiva», destinada a informar de modo desapa- sionado, la relacionada comúnmente con la observación científica. En ·fa actualidad se adníite de manera bastante generaLque esta concep, ción de la ciencia es errónea, pues subestima el papel que cumple la imaginación en la construcción de teorías científicas. No obstante, p::r- siste la creencia de que el hombre de ciencia se asemeja a un cronista experto, en la medida en que trata de ofrecer una información textual sobre la «realidad» Esta idea se ha expresado en repetidas ocasiones en una crítica a los teóricos políticos. Spinoza, por ejemplo, los acusó de satíricos, diciendo que parten de la premisa de que la «teoría debe estar en desacuerdo con la práctica (... ) Conciben a los hombres no como son, sino como ellos quisieran que fuesen». Quizá Spinoza ¡;asó por alto que muchos teóricos políticos han procurado seriamente con- t~mplar los ?atos políticos como «realmente» son, pero estaba en lo cierto al decir que el cuadro de la sociedad que ofrecen la mayoría de ellos no es «real» o literal. Ahora bien, la cuestión es la siruiente: ¿Tienen esos cuadros el carácter de las sátiras? ¿Por qué la ~nayoría de los autores políticos, aun los que se proclamaban científicos, como Comte, se han sentido obligados a trazar un modelo adecuado del or- den político? ¿Qué esperaban ganar, en lo que atañe a la comprensión teórica, al agregar una dimensión imaginativa a su representación? En resumen, ¿cuál debía ser, según ellos, la función de la teoría po- lítica? La posibilidad de que los teóricos políticos no hayan advertido que introducían la imaginación o la fantasía en sus teorías es fácilmente des~artable. Hay de1:nasiado~ testimonios de que en este punto pro- cedian de modo deliberado. 3 En cambio, creían que la fantasía, la *.,El concepto d~ vision, tal como lo emplea Wolin, puede traducirse como «vi- s10_n», «I?erspectiva» º·_«ángulo de enfoque»; hemos optado por la forma que mas se a¡ustaba a cada contexto, según Iás casos. (N. del K T.) 13 Este el~mento imaginativo no eslo mismo que el utopismo, por cuanto es menos. un mtento de elevarse por sobre las realidades del momento que una tentativa de ver las realidades existentes como posibilidades trasformadas. Esto es evidente, por ejempl?; en Bodin; quien ·negó todo objetivo utópico; ·sfo. em- barg<'., no se puede decir qi.;e su P!Opia obra sea una descripción de la Francia del siglo XVI. Fue,.en cambio, un mtento de proyectar al futuro las tendencias del momento: · · «Apuntamos más alto en nuestro intento de llegar, o, al menos, de acercarnos, 27
  • 13. exageración, incluso la extravagancia, nos permiten a. veces ver cosas 51ue ~e o~ro ~nodo no ~e advierten..En la filosofía polfrícá, el elemento imaginativo ha cumplido un papel semejante al que Coleridge atribuía a la imaginación en la poesía: un poder «es'emplástico» que «reúne t?do en una t~ta_l~dad armoi:iosa e inteligerite».14 C:iando Hobbes, por e¡emplo, descnb10 una multitud de hombres que deliberadamente acep- taban formar una sociedad política, sabía muy bien que semejsnte ac~o jamás había ocurrido «realmente», pero confiaba en que esa des- cripción imaginaria permitiría a sus lectores visualizar algunos de los presupuestos básicos sobre los cuales descansa un orden politico. Como la mayoría de los filósofos políticos, Hobbes sabía que los enun- ciados imaginarios no tienen igual jerarquía que las formulaciones ten- dientes ~pro.bar o refutar..La fant~s~a no prueba ni refuta, sino que procura ilummar, ayudarnos a percibir me1or las cosas políticas. Al misr?o ti~mp.~, la mayoría de los pensadores políticos han opinado que la ii;ria_gmac10n era un elemento necesario en la teorización, por- que advm;e.ron que, para que el intelecto pueda manipular los fenó- menos politicos, deben ser presentados en lo que cabe denorninar «SU plenitud mejorada». Los teóricos nos han dado cuadros en miniatura de la vida política, cuadros en los cuales ha sido eliminado cuanto era extraño al propósito del autor. Esto es necesario porque los teóricos políticos, como los demás seres humanos, están impedidos de «ver» de primera mano todas las cosas políticas. La imposibilidad de una observación directa obliga al teórico a epitomar una sociedad abstra- yendo ciertos fenómenos y proporcionando interconexiones donde no .se las ve. La imaginación es el recurso del teórico para comprender un mundo que jamás puede «conocer» de manera íntima. Si el elemento imaginativo en el pensamiento político no fuera más que un recurso metodológico que permitiese al teórico manejar con más eficacia sus materiales, no justificaría la prolongada atención que le hemos prestado.J,g imaginación ha abarcado mucho más que la cons· trucción de modelos. Ha sido el medio para expresar los valores fun- damentales del teórico; el medio por el cual el teórico político ha procurado trascender la historia. Fue Platón quien más artísticamente desplegó la visión imaginativa a que aquí me refiero. En su descrip- ción de la comunidad política, guiada por el arte divino del estadista y encaminada hacia la idea del Bien, Platón exhibió una forma de vi- sión esencialmente arquitectónica. Una visión política arquitectónica es aquella en la cual la imaginación trata de modelar la totalidad de los fenómenos políticos de acuerdo con alguna idea del Bien que está a la verdadera imagen de un gobierno correctamente ordenado. No es que nas prop?ngamos descri,bir una república puramente ideal e irrealizable, como la imaginada .PC?r Platon, o por Tomás Moro, el canciller de Inglaterra. Nos pro- poner:1os limitarnos, en la medida de lo posible, a las formas políticas que son practicables». (J. Bodin, Six books of the Commonwealth, M. J. Tooley, ed., Oxford: Blackwell, s. f., pág. 2.) Sorel presenta uno de los más fructíferos análisis sobre esta cuestión al tratar de distinguir su «mito» del pensamiento utópico; véase Réflexions sur la vio- lence, *** Par.ís: _Riviere, 10~ ed., 1946, pág. 46 y sigs. 14 Btographza lztteraria (Everyman), cap. IV, pág. 42; cap. XII, pág. 139; cap. XIV, pág~. 151-52. Véase también la exposición de B. Willey, Nineteenth cen- tury studres, Londres: Chatto and Windus, 1949, págs. 10-26. 28 más allá d~l orden po~ítico. A lo largo del pensamiento político occi- ~ental, el impulso haCia el ordenamiento total de los fenómenos polí- tic?s ha_ t?mado rr::~chas formas. En el caso de Platón, el impulso ar- c¡uitecro?ico asum10 una forma esencialmente estética «... el verda- dero leg1~lador, como un arquero, apunta únicamente hacia aquello en lo que. siempre está presente alguna belleza eterna ...».15 Algo de este mismo carácter reapareció en el sistema finamente cincelado de Santo Tomás, donde se asignaba al orden político un lugar preciso en la e:i~~mbrada catedral que era toda la creación. En otros momentos, l~ vis10n ordenadora ha sido decididamente religiosa; así ocurrió, por eJe_?lplo, en la Inglaterra del siglo xvn, cuando las sectas milenaristas sonaban con una esplendorosa Nueva Jerusalén que reemplazara al or?~n entonces vigente, irremisiblemente corrupto. La visión puede ongmarse también en un enfoque de la histor{a como el de Heael dond~)os ~en.ói;rienos de la polí!ica adquieren hondura temporal y"di~ mens1on histonca al ser ab~orb1d~s en una finalidad puesta por enci- n:;tª de todo, que lo.s encami!1a hacia un _fin último. En épocas más re- centes, la perspectiva extenor se ha teñido con frecuencia -como co- rresponde- d; _consideraciones económicas. Según este enfoque, los f~nomenos po~itlcos deben someterse a las exigencias de la producti- vidad economica, y el orden político pasa a ser instrumento del ade- lanto tecnológico: «... El ~nic?, fin ~e nuestros pensamientos y afanes debe ser el tipo de ?rga.~1zac10n mas fav~rable r:ara la _industria (... ) El tipo de or- gan;~ac10n favorable a la mdustna consiste en un gobierno cuyo poder poi.meo no _renga _más fuerza ni desarrolle más actividad que las nece- sanas para impedir que sufra estorbos el trabajo productiv0>>.16 El ii;ipulso arqu~tectónico, en cualq;iiera de las formas en que se ha n:;iamfestado, trajo c?mo consecuencia proporcionar diferentes dimen- s10ne_s a las perspectivas de la filosofía política: dimensiones de belleza estética, ve!d~d religiosa, tiempo histórico, exactitud científica y pro- greso e~onomico. Todas ellas poseen un carácter de futuro 0 son una proy:ección deLSJE~11J:JOiítico a una época venidera. Esto ha ocurrido no solo. con las teorías políticas declarác:Iamente reformistas e inclus~ revolucionarias, sino también con las conservadoras. El conservadoris- mo de Burke, por ejemplo, fue un intento de proyectar al futuro un pasado permanente; y hasta un reaccionario confeso como Maistre in- t~ntó recobrar un «pasado perdido», en la esperanza de que fuera po- sible restaurarlo en el futuro. P_ara la ~ayoría d_e los teóricos, el reordenamiento imacrinario de la vida política que tien~ lugar en la teorización no se limita"a avudarnos a comprender la política. Contraria131;P!e. aJo que sostenía Spinoza, la ma~~r parte ?e los pensadores políticos han opinado que la filosofía pohtica, precisamente po_r.ser «política», estaba destinada a disminuir 1~ _brecha entre.las posibilidades captadas mediante la imaginación po- htica y las realidades de la existencia política. Platón advirtió que la 15 Laws,_ ,.;'¡, trad. al inglés por Jowett, 706. 16 Henrt Comte de Saint-Simon, Selected writings, trad. y ed. por F. M. H. Markham, Nueva York: ifacmillan, 1952, pág. 70. 29
  • 14. acción política era de índole sumamente intencional, y consciente y deliberada en gran medida; en el «asesorarse» antes de actuar se veía un requisito específico de la actividad política, que caracterizaba tanto a los reyes homéricos como a los estadistas atenienses. Pero actuar con inteligencia y nobleza exigía una perspectiva más vasta que la de la situación inmediata a la cual se destinaba la acción; inteligencia y no- bleza no eran cualidades ad hoc, sino aspectos de una visión más glo- bal de las cosas. Esta perspectiva más global se alcanzaba pensando en la sociedad política en su plenitud mejorada: no como es, sino co- mo podría ser. Precisamente porque describía la sociedad de manera exagerada, «irreal», la teoría política era un complemento imprescindi- ble para la acción. Precisamente porque implicaba la intervención en asuntos reales, la acción requería con urgencia una perspectiva de po- sibilidades tentadoras. Esfa. forma trascendente de perspectiva no ha sido compartida por el hombre de ciencia hasta la época modernaY Cuando los primeros teó- ricos científicos describían con matices poéticos la armonía de las es- feras, faltaba en su visión el elemento esencial presente en la filosofía política: el ideal de un orden sujeto a control humano que pudiera ser trasformado mediante una combinación de pensamiento y acción. VII. Conceptos políticos y fenómenos políticos El ejercicio de la imaginación en la teoría política ha excluido la ca- racterización del orden político en términos de una semejanza descrip- tiva, pero no ha liberado a la teorización de las limitaciones inheren- tes a las categorías empleadas por el teórico. Toda filosofía política -por más refinadas o variadas que sean sus categorías- representa una perspectiva necesariamente limitada, a partir de la cual contempla los fenómenos de índole política. Los enunciados y formulaciones que produce son -como dice Cassirer- «abreviaturas de la realidad» que no agotan la amplia gama de la expériencia política. Los conceptos y categorías de una filosofía política pueden compararse con una red que se arroja para apresar fenómenos políticos, que luego son reco- gidos y distribuidos de un modo que ese pensador particular considera significativo y pertinente. Pero en todo el procedimiento, el pensador ha elegido una determinada red, que arroja en un sitio por él elegido. Podemos observar cómo funciona este proceso recurriendo a una ilus- tración histórica. Para un filósofo como Thomas Hobbes, que vivió la agitada vida política de la Inglaterra del siglo XVII, la tarea ur- gente del filósofo político consistía en definir las condiciones nece- sarias para un orden político estable. A este respecto, no fue una ex- 17 Un enfoque moderno, tal como lo expresa Heisenberg, sitúa a la ciencia más cerca de la teoría política en este aspecto: «Los peligros que amenazan la ciencia moderna no pueden ser evitados mediante más y más experimentación, ya que nuestros complicados experimentos nada tienen que ver con la naturaleza tal como es, sino con la naturaleza cambiada y .trasformada por nuestra actividad cognitiva». Cífado en E. Heller, The disin- berited mind, Nueva York: Meridian, 1959, pág. 33. 30 cepción entre sus contemporáneos, pero como era un pensador rigu- rosamente sistemático, los superó en mucho en cuanto a la minudosi- dad con que investigó las condiciones necesarias para la paz. En con- secuencia, esta categoría de «paz» u «orden» pasó a ser, en su filoso- fía, un centro magnético que atrajo a su órbita únicamente los fenó- menos que Hobbes consideró pertinentes para el problema del orden. Omitió, o señaló apenas, muchas cosas: la influencia de las clases so- ciales, los problemas de las relaciones exteriores, las cuestiones de administración gubernamental (en sentido estricto). De tal modo, el uso de ciertas categorías políticas pone en juego un principio de «exclusividad especulativa», mediante el cual se proponen para su examen algunos aspectos de los fenómenos políticos y algunos ¡::cm<::eptos políticos, mientras que se deja languidecer a otros. Como ·· dijo Whitehead: «Cada modalidad de examen es como un reflector que ilumina determinados hechos y abandona los restantes en un fon- do que no se toma en cuenta».18 Sin embargo, la selectividad no es solo cuestión de elección, ni de lá idiosincrasia de un filósofo deter- minádo. ·En e}pensamiento de un filósofo influyen, en gran medida, los problemas que agitan a su sociedad. Si quiere lograr la atención d.e Sl!S. contemporán:eós, debe encarar sus problemas aceptar, para el debate, los términos .ciue estas preocupaciones Ímponen. VIII. Una tradición de discurso De todas las limitaciones a la libertad del filósofo para especular, nin- guna ha sido tan vigorosa como la misma tradición de la filosofía po- lítica. En el acto de filosofar, el teórico interviene en un debate cuyos términos ya han sido establecidos, en gran medida, de antemano. Mu- chos filósofos anteriores se han ocupado de reunir y sistematizar las palabras y concept6s dél discurso político. Con el tiempo, este mate- rial ha sido elaborado y trasmitido como legado cultural; aquellos con- ceptos han sido enseñados y discutidos, examinados y, con frecuencia, módificados. Se convirtieron, en suma, en un cuerpo dé! conocimiento heredado. Cuando pasan de una época a otra, óbran como agentes con- servadores dentro de la teoría de un determinado filósofo, preservan- do la comprensión, experiencia y refinamiento del pasado, y. obligan- do a quienes desean tomar parte en el diálogo político occidental a someterse a ciertas reglas y usos.19 Esta tradición ha sido tan tenaz, 18 A. N. Whitehead, Adventures in ideas,,:* Nueva York: Macmillan, 1933, pág. 54. 19 Hay una interesante protesta de Renan, historiador del siglo xrx, respecto de las dificultades de expresar ciertas ideas nuevas en idioma francés. «El idioma francés se adecua solamente a la expresión de ideas claras; sh em- bargo, las leyes más importantes, las que gobiernan la trasformación de la vida, no son claras, sino que se nos aparecen en penumbras. Así, aunque los franceses fueron los primeros en percibir los principios de lo que ahora se conoce como darwinismo, resultaron ser los últimos en aceptarlo. Veían todo aquello per- fectamente, pero estaba situado fuera de los hábitos usuales de su lenguaje y del molde de la frase bien construida. Los franceses han desatendido de este modo verdades valiosas, no por no advertirlas, sino por haberlas descartado, simple- 31
  • 15. que incluso rebeldes sumamente individualistas como Hobbes, Ben- tham y Marx llegaron a aceptar 1a tradición a tal punto que no logra- ron destruirla ni colocarla sobre una base totalmente nueva. En cam- bio, consiguieron únicamente ampliarla. Uno de los testimonios más notables de la tenacidad de las tradiciones fue ofrecido por un escritor a quien se suele considerar uno de sus más acérrimos enemigos: Nico- lás Maquiavelo, quien, al escribir durante su retiro forzoso de la vida pública, ofrece un vívido cuadro de lo que significa participar en el diálogo perenne: «Al anochecer vuelvo a mi casa y entro en mi estudio. En la puerta me quito las ropas que tuve puestas todo el día, embarradas y sucias, y me pongo prendas regias y cortesanas. Así, adecuadamente vestido, entro en las viejas cortes de hombres viejos, donde, al ser recibido con afecto, me nutro con ese alimento que es el único para mí, y para el cual nací; no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles los motivos de sus actos; y ellos me contestl}ll cortésmente. Durante cua- tro horas no me aburro y olvido toda preocupación; no temo la po- breza ni me aterra la muerte. Me entrego por completo a los ancianos. Y como Dante dice que no hay conocimiento si no se conserva lo leído, he anotado el beneficio que recibí de las conversaciones con ellos, y compuesto un librito, El príncipe,.;;""i, en el cual me interno lo más po- •ible en reflexiones sobre este tema, discutiendo qué es un principado, cuáles son sus atributos, cómo se los obtiene, cómo se los conserva, y por qué se los pierde».2 º Una tradición ininterrumpida de pensamiento político presenta mu- chas ventajas, tanto para el pensador político como para el actor po- lítico. Les proporciona la sensación de transitar por un mundo fam1- 1iar, cuyo territorio ya ha sido explorado; y donde no lo ha sido, exis- te igualmente una amplia variedad de indicios respecto de las rutas alternativas. También permite la comunicación entre contemporáneos sobre la base de un lenguaje común, aun cuando se lo encuentre tra- ducido a diferentes dialectos. Los conceptos y categorías de la política cumplen el papel de una conveniente «taquigrafía» o lenguaje simbó- lico, que permite a un usuario entender qué dice otro cuando se refiere a «derechos cívicos», «poder arbitrario» o «soberanía». De este modo, es posible compartir además la experiencia social y aumentar la cohe- sión social. Una tradición de filosofía política contribuye también a la tarea interminable de adaptar la nueva experiencia política al ordena- miento de cosas vigente. Se podría dedicar un libro entero a mostrar el éxito que han logrado los reformadores políticos toda vez que han podido convencer a los hombres de que los cambios propuestos eran, en realidad, prolongaciones de las ideas y prácticas existentes que es·· taban en perfecto acuerdo con ellas. Hay que mencionar, por último, que una tradición de pensamiento político ofrece un vínculo de con- tinuidad entre pasado y presente. Dos hechos: que los pensadores mente, como inútiles o como imposibles de expresar». E. Wilson, To the Fin- land Station, Nueva York: Anchor, 1953, pág. 38. 20 Carta a Vettori, 10 de diciembre de 1513, en «The prince» and other worl:s, A. H. Gilbert, ed., Nueva York: Hendricks House, 1941, pág. 242. políticos sucesivos se hayan atenido, en ~eneral 1 a un vocabulario po- lítico común, y que hayan ~cepta~o i.::r;- c1ert? .nucleo de p~oblemas co- mo.tema adecuado para la mvest1gacion J:?Olítica, ~a;°" servido par.a ha· cer comprensible y estimulante el pensamiento pohtico de otros siglos. En contraste, las discontinuidades evidente.s e~ los campos científicos hacen muy improbable que un hombre de ciencia moderno ~ecu_rra !1,la ciencia medieval, por ejemplo, en busca de respaldo º. ~spirac10n. Esto claro está, nada tiene que ver con la supuesta supenondad de la inda~ación científica sobre la filosófica; es mencionado con el único fin le señalar que la tradición del pensami~nt? político no es ~anto u~a tradición de descubrimientos como de sigmficados extendidos a .o largo del tiempo. IX. Tradición e innovación Al poner de relieve el horizonte especulativo que limita a cada ~ei;isa· dor político, es esencial no ignorar las respuestas suma~en~e on~a­ les y creativas que han tenido lugar. Enfocando la experiencia política común desde tirí áhgi:tlo algo distinto del predominante; presentando de manera novedosa una antigi:ta·éuestión; rebelándose contra las ten- dencias conservadoras del pensamiento y el lenguaje, deter~ados pensadores han ayudado a liberar modos de pensar establecidos y a plantear, ante sus contemporáneos y la posteridad, la necesidad de re: pensar la experiencia política. Por ejemplo; cuando P!atón pregunt~ «¿Qué es la jústícia, y qué relación tiene con la comumdad?», se creo una nueva serie de problemas, y se abrieron nuevas líneas de reflexión política. Esto también es cierro de la frase ihi.cfal de El contrato so- cial ,;-t:.,, y las frases finales del Manifiesto comunista. La novedad no es solo función de los elementos efectivamente estable- cidos por un teórico. Las innovaciones del pensamiento vin~adas con hombres como Marsilió, Hobbes, Rousseau y Marx, provlD.leron tanto de lo ql1é éstos réchazaron y omitieron silenciosamente, en el plano de· las premisas fundamentales unificadoras, como de lo que proponían como nuevo y diferente. Marsilio no fue original ruando condenó abiertamente al papado, ni lo fue Hobbes cuando puso de relieve eLpapel del miedo; y, como lo atestiguó una vez Lerún, lama- yor parte de las ideas principales de Marx pueden ser halladas en auto- res anteriores. Cualquiera que sea la exactitud del aforismo de White- head, según el cual «la: éréatividad es el principio de la novedad»,:_1 en la historia de la teoría política el genio no siempre se ha presenta- do corrib originalidad sin precedentes: A veces ha consistido en un énfasis :más sistemático·U"·acentuadode una idea ya existente. En este sentido, el genio es recuperación imaginativa. En otros momentos, ha tomado una idea existente, separándola del hilo conductor que con- vierte un agregado de ideas en un conjunto orgánico. Un hilo conduc- tor o principio unificador no solo integra ideas particulares en una teoría general, sino que además determina el énfasis que se asigna a 21 Process aml rea!ity,¡,, Nueva York: Macmillan, 1929, pág. 31. 33
  • 16. c~da una de ~llas. Si se desplaza el principio unificador, las formula- c10nes C_?~temdas en el con;unt?, q.ue antes eran banales o innocuas, pasan ~ub1tamente. a tener 1mplicac10nes profundas. Por ejemplo, fue muy diferente decrr, como lo había hecho Tomás de Aquino, que el gobe~nante temporal no de~ía hallarse bajo la fuerza coactiva (vis coactiva) ,~e la ley, 9ue afumar, como Marsilio, que el poder del orde~ pohtico no debia ser trabado por nincruna institución humana. El primer enun~ia.~o surgió e~ un conjunto ;ompletamente integrado, e~ el cual la rehgion era considerada rectora de todas las demás acti- v.idades humanas, y la. Iglesia era establecida como guardián institu- ci?n~l para proteger e impulsar la pretensión unificadora de la religión cristiana. P?~ suyarte; :1 enunciado de Marsilio formaba parte de una argumer:tac10~ s~stematlca que, si bien dejaba intacto el contenido de I~ ,do~tm:a c~·istrnna,. procuraba reducir la independencia de su guar- dian mstitucional, liberando así al orden político de todo control externo. ~u.ando un~ pretensión unificadora es desplazada, se desequilibra el sistema de ideas; unas, 5lue e~an subordinadas, pasan a ser prominen- t~, Yotras, 9ue eran primordiales, retroceden a un lugar de importan- cia.secundaria. Esto se debe a que una teoría política consiste en una s.erie de conceptos -::~tales como orden, paz, justicia, poder, ley, etc.- li.~ados, con:o ya di1imos, por una especie de principio de representa- cion qi;; a~igna acentos y n:od~l~ciones. Cualquier desplazamiento 0 alt:rac10n importante del prmcip10 de representación, o cualquier én- fasis ex.:ige~ado en uno o varios conceptos, da como resultado un tipo de teoria diferente. La ori~in~l~~ad de,un filósofo polí!ico determinado recibe ayuda desde ot~a direccior_i. ~si co~? la historia nunca se repite con exactitud, ja- mas la experiencia política de una época es precisamente la misma de ~tra. De aqi:í qi;e, en,e.l juego q?e tiene lugar entre conceptos políti- ._os .y .ex~~nenc1a política cambiante, no puede dejar de haber una modificacion en l~s categorías de la filosofía política. Esto explica, en parte, 1,a.frecuencia. con que presenciamos el espectáculo de dos teóri- cos p~Iíticos que, situados en puntos diferentes de la historia, utilizan los mismos conceptos, pero expresan con ellos cosas muy distintas: cada uno responde a un conjunto diverso de fenómenos. Como resul- tado ~e esto, cada filosofía política importante lleva en sí algo de exclusivo, así como algo de tradicional. Se puede; ,resum}~ esto de otro modo, diciendo que la mayor parte de la re~lex1on pohtica formal ha operado simultáneamente en dos nive- les diferentes. ?n uno de ellos, cada filósofo político se ha ocupado de lo que considera un ¡:iroblema vital de su tiempo. Pocos autores han superado a To,n;iás de Aquino en cuanto a parecer que enfoc~ba los p~oblemas pohticos sub specie aeternitatís; sin embargo logró examm~r_ la cuestión que más inquietaba a sus contemporáneo;: la de la relac10n a?:cuada entre poderes espirituales y seculares. Ningún pensador político se interesa exclusivamente por el pasado, así como tampoco se .J?ropone hablar solamente al futuro distante; en uno u otro caso, el prec10 sería la ininteligibilidad. Con esto queremos decir única- mente que tod? filó~ofo po_lítico~ está engagé en alguna medida, y que toda obra de fiiosofia políttcífés, en alguna medida, un manifiesto di- 34 rigido a su épo~~:~ En otro nivel, sin embargo, muchos escritos políti- cós han sido proyectados como algo más que livres de circonstance: se los ha destinado a contribuir al diálogo continuo de la filosofía po- lítica occidental. Esto explica por qué es tan frecuente que un pensa- dor político aparezca atacando a otro muerto mucho antes. En A defense of the Constitutions of America (1787), John Adams se en- colerizaba todavía contra las ideas de Marchamont Needham, un pan- fletista relativamente desconocido del siglo XVII. Asimismo, la obra de John Locke Two treatises of civil government suele ser utilizada por cualquiéf autor de libfó dé texto conio ejemplo de literatura política encaminada ~i:uacionalizar un suceso específico de su propia época, la ~Gforí.osa Revolución de 1688. No obstante, una lectura minuciosa permite comprobar que Locke procuraba también refotar a Thomas Hobbes, cuyos escritos se referían principalmente a otra revolución, acaecida medio siglo antes. Por último, se podría señalar la tempes- tad de controversias suscitada en años recientes por la polémica de Karl Popper contra Platón. Se podría decir que estos ejemplos inducen a confusión porque Jos pensadores políticos mencionados no se preocuparon por contribuir a la tradición de la reflexión política occidental, sino que dedicaron buena parte de su energía a refutar ciertas ideas a las que atribuían una influencia persistente y contemporánea. La respuesta es sencilla: ¿Acaso <mna influencia persistente y contemporánea» no es, por hipó- tesis, la definición misma de una tradición política? ¿Acaso una con- tribución no toma habitualmente la forma de una «corrección» de un ~r!c:>r tradicional, sii:J. préténder echar por la borda la totalidad? Dicho de otro modo: cuando un pensador político crítico encara el análisis de una idea persistente que proviene del pasado, se inserta en un prcr ceso bastante complejo. Como ~pensador, situado en un punto espacio- temporal, se ocupa de ideas que reflejan, a su vez, una situación espa- ciotemporal anterior. Además, las ideas en cuestión se relacionan de modo similar con el pensamiento político previo y sus situaciones. .¡l abordar ideas persistentes del pasado, es inevitable que un filósofo po- lítico impregne su propio pensamiento de ideas y situaciones anterio- res, análogamente· entrélazádas con las que las precedieron. En este sentido, el pasado nunca es totalmente sustituido; se lo recupera cons- tantemente, en el momento mismo en que el pensamiento humano PJ!~ rece ocupado en los problemas peculiares de su época. El resultado es -tomando una frase de Guthrie-- una «coexistencia de elementos diversos»,22 en parte nuevos, en parte heredados, lo viejo destilán- dose en lo nuevo, y lo nuevo recibiendo la influencia de lo viejo. La tradición del pensamiento político occidental ha exhibido así dos ten- dencias algo contradictorias: ,una hacia un regreso infinito al pasado, y otra hacia la acumulación. Y si esto último se parece demasiado a la idea del progreso mecánico, podemos decir que ha habido una ten- dencia a adquirir nuevas dimensiones de comprensión. Una manera de ilustrar estas dos tendencias consistiría en tomar ia idea clásica de fortuna, o suerte, y observar cómo fue manipulada crí- 22 W. K. C. Guthrie, The Greeks and their gods, Boston: Beacon Press, 1955, pág. 28. 35
  • 17. ricamente, primero por San Agustín y más tarde por Calvino, quien, pese a haber vivido más de mil años después de aquel, fue profunda- mente influido por su pensamiento. Para Tucídides, Polibio y los his- toriadores romanos en general, la fortuna representaba el elemento impredecible en la historia humana, la intrusión que trastorna los pla- nes y cálculos mejor trazados.23 Con seguro instinto, San Agustín se- ñaló esta idea como representativa de ese espíritu clásico que el cris- tianismo debía superar, y sostuvo que esta noción había sido reem- plazada por el conocimiento cristiano de un Dios que conducía a la naturaleza y a la historia hacia un fin revelado.::!4 Pero, como luego se- ñaló agudamente Calvino, la noción cristiana de una Divina Providen- cia, lejos de eliminar la fortuna, en realidad la había incorporado, sustituyendo la fortuna impredecible por la inescrutable Providencia.!!5 Sin embargo, lo que a Calvino le interesaba respecto de esto no era ayudar a San Agustín a refutar a los paganos clásicos, sino atacar a los humanistas renacentistas de su época, quienes habían revivido la mis- ma idea clásica atacada antes por este. En este ejemplo, vemos dos prolongaciones paralelas: la noción clásico-renacentista de la fortuna y el rechazo agustiniano-calvinista de esta, en nombre de una fortuna más elevada. A partir de San Agustín, cada participante del diálogo construyó sobre lo hecho por sus predecesores, agregando un ele- mento específico, una dimensión diferente. La moraleja de todo esto se halla contenida en los versos de Eliot: «Quizás el pasado y el presente están presentes en el futuro, y el futuro, contenido en el pasado. Si todo tiempo está presente eternamente, todo tiempo es irrecuperable. . . . Y no llaméis inmutabilidad al punto en que el pasado y el futuro se reúnen ...».:::6 En las ideas y conceptos elaborados durante siglos no debe verse una reserva de sabiduría política absoluta, sino una gramática y vocabula- rio en continua evolución, destinados a facilitar la comunicación y orientar la comprensión. !Esto no significa que el legado de ideas con- tenga solo verdades de validez apenas pasajera. Significa, sí, que la validez de una idea no puede ser separada de su efectividad como for- ma de comunicación. - Las funciones cumplidas por una tradición de pensamiento político 23 Tucídides, The Peloponnesian W ar,,?. I, 140; Polibio, Histories,;!';,, xxxvii, 4; xxvili, 18, 8; Salustio, Bellum Catilinae, vili, I. La concepción clásica de fortuna es expuesta por D. Greene, lvfan in his pride. A study in the political philosophy of Thucydides and PZato, Chicago: University of Chicago Press, 1950, pág. 56 y sigs.; C. N. Cochrane, Christianity and classical cultotre, Lon- dres: Oxford University Press, ed. rev., 1944, pág. 456 y sigs.; W. Warde Fowler, «Polybius' conception of Tyché», Classical Review, vol. 16, págs. 445-49. 24 San Agustín, De Civitate Dei,,J;,, IV, 18, VI, 1, VII, 3, y véase C. H. Cochrane, op. cit., pág. 474 y sigs. 25 J. Calvino, Institutes of the Christian religion, ,¡';, I, V, II. 26 T. S. Eliot, Four quartets *~ («Burnt Norton», I, II), en The complete poems and plays, Nueva York: Harcourt, Brace, 1952, págs. 117, 119. 36 proporcionan, además, una justificación para el.estudio de la. evolu- ción histórica de dicha tradición. Cuando estudiamos los escritos de Platón, Locke o Marx, estamos en realidad familiarizándonos con un vocabulario relativamente estable, y con un conjunto de categorías que nos ayudan a orientarnos hacia un mundo particular: el mui:;do ~e los fenómenos políticos. Pero, por sobre todo -dado 9ue !a h1stona de la filosofía política es, como veremos, una evolución ln!elect1:1al dentro de la cual sucesivos pensadores han agregado nuevas dimens10- nes al análisis y comprensión de la actividad política- investigar esa evolución no es una búsqueda de antigüedades, sino una forma de edu- cación política. 37
  • 18. 2. Platón: La oposición entre la filosofía política y la actividad política «... repr?ducir, _por medio de un arte deliberado, lo que así se ha aprehendido, y fz¡ar en pensamientos perennes las vacilantes imágenes que flotan frente al espíritu». Schopenhauer. I. Invención de la filosofía política Tal como lo sugerí en las páginas anteriores, la filosofía política y la naturaleza política tienen una historia: se puede decir, en consecuen- cia, que una y otra tienen un comienzo. No obstante las cuestiones relativas a los o~ígenes solo tienen importancia para ios anticuarios, salvo en la medida en que aquellos puedan haber influido sobre la e_volución po_sterior. E? el caso de la filosofía política, sus orígenes ti~nen. tanta 1mport~nc1a que se puede decir, casi sin exagerar, que ía his~ona del pensamiento político es, en esencia, una serie de comen- ~t.anos, unas veces favorables, otras hostiles, acerca de sus comienzos. :._J?e~~mos a !os griegos la in;rención de la filosofía política y la delimi- taci~n del ~rea c?rre~pondien.te ~ la índole política. Antes de que surgiera la filosofia griega, en el siglo VI a. C., el hombre se conside- raba a sí mismo y a la sociedad como partes intecrrales de la natura- leza, sometidas a las mismas fuerzas naturales y ~obrenaturales. Na- turaleza, hombre y sociedad formaban un continuo· crozaban de una estabilidad compartida y sufría~iJa violencia de los '¿foses encoleriza- dos. En esta era prefilosófica, Ja explicación de los acontecimientos tanto naturales como sociales tomó la forma de «mitos». Interesaba a los hombr~s, n? .«~Óino» funci?naban las cosas, sino qué factor so- b!ehumano las din~ia. Los fenomenos políticos quedaban indiferen- ciados de otros fenomenos, y no se conocía la «explicación» política como forma específica de pensar] El primer paso en ~l largo proceso de crear la filosofía política tuvo lugar ,cuando.a ~ct1tud. ~~l hombre respecto de la naturaleza experi- m~nto una drast_ica revis10n. Este fue el gran aporte de los filósofos griegos de los siglos VI y v a: C., quienes abordaron la naturaleza como al_go comr::rensible para el intelecto humano, algo que debe ser explicado rac10nalmente, sin recurrir a los caprichos de los dioses.2 1 Hay útiles exámenes de lc;s modos precientífícos de pensamiento en H. A. Frankfort Y otros, Befare phzlosophy, Londres: Pelican, 1951, págs. 11-36, 237· 62; F. M. <;=ornford, From !.·eligir¡n to pb~losof!hy, Lon~es: Arnold, 1912; H. Kelsen,_ Soczety and.nature,,¡1;,, Chicago: Umvers1ty of Chicago Press, 1943, págs. 24 y s1gs., 233 y s1gs. - 2 F. M. Cornford, Be/ore and a/ter Socrates, Cambridge: Cambridge University 38 l!i;a vez. dado este paso, qued~ba abierto el camino para una explica- c10n raClOI).@l de todos los fe~1omenos, tanto políticos y sociales como naturale,s. :gn es!a. et~pa, sm embargo, los pensadores griegos no establecian una distmc10n clara entre la naturaleza física y la sociedad· ambos dominios eran gobernados por las mismas «leyes». Seaún Em~ pédocles, por ejemplo, las tensiones entre Amor y Odio (o"'Lucha) constituían el principio dinámico que actuaba en toda la creación.3 En e_st~ c;:omo en otras filosofía_s presocráticas; se consideraba que fo multiplicidad de cosas en conflicto no era mas que la apariencia ex terior de su unidad esencial; en consecuencia, el principio explicativ1 no debía ser derivado de un conocimiento de muchos «tipos» de feni menos, sino de la percepción de la unidad subyacente de los opuest<.,. en _conflicto:1 Esta idea de un principio c?rr_iún a la naturaleza y la sociedad aparece en los fragmentos de Herachto: «Homero se equivo- caba al decir: "Ojalá se extinga esta lucha entre los dioses y los hom- bres". No advirtió que con esto imploraba la destrucción del universo ya que, de ser oídas sus plegarias, todo moriría ...».5 En otro fraa~ mento leemos: «En consecuencia, hay que seguir [la ley universal, o sea] lo que es común [a todos] (... ) debemos basar nuestra fuerza en lo que es común a todos, como la ciudad se basa en la Ley (No- mos) y con más vigor aún. Porque todas las leyes humanas se nutren de una, que es divina. Pues esta gobierna hasta donde quiere y es suficiente para todo, y aún más que suficiente».6 Para nuestra investigación, no importa demasiado determinar si los griegos llegaron a una filosofía de la naturaleza extrayendo de su ob- servación del mundo natural conceptos políticos y sociales, o si a la inversa, derivan sus ideas sociales y políticas de razonamiento; pre- vios acerca de la naturaleza.7 La cuestión esencial es que en la filoso-; fía griega primitiva, el surgimiento de la filosofía política y de un campo especial de la política fue oscurecido por la tentativa de in- cluir todos los fenómenos en la «naturaleza», y de explicar su funcio- namiento de acuerdo con un principio unificador común. Consecuen- temente, no se trata de establecer si los gi·i~gos interpretaban la so- ciedad a partir de la naturaleza o viceversa, sino cuándo descubrieron las diferencias entre ambas. 1 Press, 1920, pág. 8 v sigs.; W. Jaeger, Paideia,t~ trad. al inglés por G. llighet, Nu~va York: Oxford University Press, 2a. ed., 3 vals., 1945, vol. I, pág. 150 y s1gs. 3 Los fragmentos pertinentes han sido traducidos por K. Freernan, Ancil!a to the pre-socratic philosophers, Oxford: Blackwell, 1952, frag. 17, pácr. 53· frag. 26, págs. 55-56; frag. 35, págs. 56-57, y por J. Burnet, Early Gree!:: 0 philo~ophy, Londres: Black, 4a. ed., 1948, págs. 197-250. Véanse también los comentarios de F. M. Cornford, The laws of motion in ancient thouobt, Cambridge: Cam- bridge University Press, 1931, págs. 31-32. º 4 J. Burnet, op. cit., pág. 143. 5 lbid., frag. 43, pág. 136. 6 K. Freeman, op. cit., frag. 2, pág. 24; frag. 114, pág. 32 7 «Pero la relación del elemento social, en el pensamiento griego, con el ele- mento cosmológico, fue siempre recíproca: así como el universo era compren· dido en términos de ideas políticas como las de dike, nomos, moira, kosmos, igualdad, también la estructura política era derivada del orden eterno del cos· mas». W: Jaeger, The theology of the early Greek pbilosophers, :~ Nueva York: Oxford University Press, 1947, pág. 140. Hay también observaciones al respecto en J. Burnet, op. cit., pág. 151. 39