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El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach

                               Ap´stolos Doxiadis
                                 o
                 Digitalizaci´n: maplewhite@gmail.com
                             o
Toda familia tiene su oveja negra; en la nuestra era el t´ Petros.
                                                           ıo

  Sus dos hermanos menores, mi padre y el t´ Anargyros, se aseguraron de
                                           ıo
que mis primos y yo hered´ramos sin cuestionar la opini´n que ten´ de ´l.
                         a                             o         ıan  e

  —El in´til de mi hermano Petros es uno de los fiascos de la vida —dec´
         u                                                            ıa
mi padre cada vez que se le presentaba la ocasi´n.
                                               o

  Durante las reuniones familiares —que el t´ Petros ten´ por costum-
                                              ıo            ıa
bre evitar—, el t´ Anargyros acompa˜aba la menci´n de su nombre con
                 ıo                   n              o
gru˜idos y muecas de disgusto, desd´n o simple resignaci´n, dependiendo de
   n                               e                    o
su humor.

   Sin embargo, debo reconocerles algo: en el aspecto econ´mico los dos
                                                             o
lo trataban con escrupulosa justicia. A pesar de que ´l no asum´ ni una
                                                      e            ıa
m´ınima parte del trabajo y las responsabilidades de dirigir la f´brica que
                                                                 a
los tres hab´ heredado de mi abuelo, mi padre y el t´ Anargyros siempre
             ıan                                     ıo
entregaban al t´ Petros su parte de los beneficios. (Esto se deb´ a una
                 ıo                                                 ıa
fuerte lealtad familiar, otro legado com´n.)
                                        u

  El t´ Petros, a su vez, les pag´ con la misma moneda: dado que no hab´
      ıo                         o                                          ıa
tenido hijos propios, cuando muri´ nos dej´ a nosotros, sus sobrinos, v´stagos
                                 o        o                            a
de sus magn´nimos hermanos, la fortuna que hab´ estado multiplic´ndose
             a                                     ıa                  a
en su cuenta bancaria y que ´l pr´cticamente no hab´ tocado.
                              e   a                   ıa

   A m´ en particular, su ((sobrino favorito)) (seg´n sus propias palabras),
       ı                                            u
me dej´ el legado adicional de su magn´
       o                                   ıfica biblioteca, que por mi parte
don´ a la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas. S´lo me qued´ dos libros: el
    e                  e                 a        o           e
volumen diecisiete de Opera Omnia, de Leonhard Euler, y el n´mero treinta
                                                                u
y ocho de la revista cient´ıfica alemana Monatshefte f¨r Mathematik und
                                                          u
Physik. Estos humildes recuerdos ten´ un significado simb´lico, ya que
                                       ıan                      o
delimitaban las fronteras de la historia esencial de la vida del t´ Petros.
                                                                   ıo
El punto de partida es una carta escrita en 1742, contenida en el primer
volumen, en la que el desconocido matem´tico Christian Goldbach hace al
                                            a
gran Euler una peculiar observaci´n aritm´tica. Y su fin, para decirlo de
                                   o          e
alg´n modo, se encuentra en las p´ginas 183-198 de la erudita publicaci´n
   u                               a                                     o
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                               2

alemana, en un estudio titulado ((Sobre sentencias formalmente indecidibles
de Principia Mathematica y sistemas afines)), escrito en 1931 por el todav´
                                                                         ıa
desconocido matem´tico vien´s Kurt G¨del.
                   a         e         o



   Hasta mediados de mi adolescencia s´lo vi al t´ Petros una vez al a˜o,
                                         o          ıo                    n
durante la tradicional visita del d´ de su santo, la fiesta de san Pedro y san
                                   ıa
Pablo, el 29 de junio. La costumbre hab´ sido impuesta por mi abuelo, y
                                          ıa
como consecuencia de ello se hab´ convertido en inviolable en una familia
                                    ıa
tan apegada a las tradiciones como la nuestra. Todos viaj´bamos a Ekali, que
                                                          a
hoy es un suburbio de Atenas pero en aquellos tiempos parec´ un caser´
                                                                 ıa         ıo
aislado en la selva, donde el t´ Petros viv´ solo en una casa peque˜a,
                                 ıo           ıa                          n
rodeada de un gran jard´ y un huerto.
                         ın

   La actitud desde˜osa de mi padre y el t´ Anargyros para con su hermano
                   n                      ıo
mayor me hab´ intrigado enormemente durante la infancia, hasta conver-
               ıa
tirse poco a poco en un aut´ntico enigma. Tan grande era el contraste entre
                            e
el cuadro que pintaban de ´l y la impresi´n que yo me hab´ hecho a trav´s
                           e              o              ıa              e
de nuestro escaso contacto personal, que incluso una mente tan inmadura
como la m´ se ve´ empujada a especular al respecto.
           ıa     ıa

   En vano observaba al t´ Petros durante nuestra visita anual, buscando
                            ıo
en su apariencia o conducta se˜ales de inmoralidad, indolencia u otro rasgo
                                 n
reprobable. Sin embargo, sal´ bien parado de cualquier comparaci´n con
                               ıa                                      o
                 ´
sus hermanos. Estos eran impacientes, a menudo francamente groseros en
su trato con la gente, mientras que el t´ Petros era diplom´tico, considerado
                                        ıo                 a
y siempre ten´ un brillo afable en sus hundidos ojos azules. Los dos m´s
               ıa                                                          a
j´venes fumaban y beb´ mucho, pero Petros no beb´ nada m´s fuerte que
 o                      ıan                            ıa        a
agua y s´lo inhalaba el aire perfumado de su jard´ Adem´s, a diferencia
         o                                           ın.      a
de mi padre, que era corpulento, y de t´ Anargyros, que era directamente
                                           ıo
obeso, Petros luc´ una saludable delgadez, producto de una vida f´
                   ıa                                              ısicamente
activa y abstemia.

   Con los a˜os, mi curiosidad fue en aumento. Sin embargo, para mi gran
             n
desconsuelo, mi padre se negaba a darme cualquier informaci´n sobre el t´
                                                             o            ıo
Petros, m´s all´ de la estereotipada y desde˜osa cantilena seg´n la cual era
          a    a                            n                 u
((uno de los fiascos de la vida)). Fue mi madre quien me puso al corriente
de sus actividades diarias (no pod´ calificarse de ocupaci´n): se levantaba
                                   ıan                     o
por la ma˜ana al despuntar el alba y pasaba la mayor parte de las horas
          n
diurnas trabajando afanosamente en el jard´ sin ayuda de un jardinero ni
                                            ın,
de ninguna de las m´quinas modernas que podr´ haberle ahorrado esfuer-
                    a                           ıan
zos (sus hermanos atribu´ equivocadamente este hecho a su taca˜er´
                           ıan                                       n ıa).
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                              3

En raras ocasiones sal´ de casa, pero una vez al mes visitaba una peque˜a
                       ıa                                                n
instituci´n filantr´pica fundada por mi abuelo, a la que ofrec´ sus servicios
         o        o                                           ıa
gratuitos de tesorero. De vez en cuando iba a ((otro sitio)), que mi madre
nunca especific´. Su casa era una aut´ntica ermita; salvo por la invasi´n
                o                       e                                o
anual de la familia, jam´s recib´ visitas. El t´ Petros no ten´ vida social.
                         a      ıa             ıo              ıa
Por las noches permanec´ en casa y —en este punto mi madre baj´ la voz
                          ıa                                        o
y continu´ casi en susurros— ((se enfrascaba en sus estudios)).
           o

  El comentario despert´ mi curiosidad de inmediato.
                       o

   —¿Estudios? ¿Qu´ estudios ? —S´lo Dios lo sabe —respondi´ mi ma-
                    e              o                           o
dre, empujando mi infantil imaginaci´n a invocar visiones de esoterismo,
                                    o
alquimia o algo peor.

   Poco despu´s una informaci´n inesperada me ayud´ a identificar el mis-
               e                 o                    o
terioso ((otro lugar)) que frecuentaba el t´ Petros. Me la facilit´ alguien a
                                           ıo                     o
quien mi padre hab´ invitado a cenar.
                      ıa

  El otro d´ vi a tu hermano Petros en el club. Me venci´ con una Karo-
           ıa                                           o
Cann —anunci´ nuestro convidado.
              o

  —¿Qu´ quiere decir? —interrump´ gan´ndome una mirada furiosa de mi
        e                       ı,   a
padre—. Qu´ es una Karo-Cann?
          e

   Nuestro convidado explic´ que se refer´ a una jugada de apertura de
                             o            ıa
ajedrez que llevaba el nombre de sus inventores, los se˜ores Karo y Cann.
                                                       n
Por lo visto, el t´ Petros iba de vez en cuando a un club de ajedrez en
                  ıo
Patissia, donde indefectiblemente derrotaba a sus contrincantes.

  —¡Qu´ jugador! —exclam´ el invitado con admiraci´n—. Si participara
         e                    o                   o
en los torneos oficiales, ya ser´ un gran maestro.
                               ıa

  En ese punto mi padre cambi´ de tema.
                             o

   La reuni´n familiar anual se celebraba en el jard´ Los adultos se sen-
            o                                       ın.
taban alrededor de una mesa que hab´ dispuesto en un peque˜o patio
                                        ıan                       n
pavimentado, donde beb´ y manten´ conversaciones triviales mientras
                         ıan           ıan
los dos hermanos m´s j´venes se esforzaban (aunque sin mucho ´xito) por ser
                   a o                                       e
corteses con el homenajeado. Mis primos y yo jug´bamos entre los ´rboles
                                                  a                 a
del huerto.

  En cierta ocasi´n, decidido a desvelar el misterio del t´ Petros, ped´ per-
                  o                                       ıo           ı
miso para usar el lavabo. Buscaba una oportunidad para examinar el interior
de la casa, pero me llev´ una gran decepci´n cuando mi t´ se˜al´ un pe-
                         e                  o                ıo n o
que˜o excusado contiguo al cobertizo del jard´ Al a˜o siguiente, el clima
   n                                           ın.     n
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                                4

cooper´ con mi curiosidad. Una tormenta de verano oblig´ a mi t´ a abrir
       o                                                  o        ıo
las puertas y a conducirnos a un lugar que a todas luces el arquitecto hab´
                                                                          ıa
dise˜ado como sal´n. Tambi´n era obvio, no obstante, que el propietario
    n              o          e
no lo usaba para recibir visitas. Aunque hab´ un sof´, estaba inapropia-
                                              ıa       a
damente colocado mirando a una pared. Entraron las sillas del jard´ las
                                                                      ın,
dispusieron en semic´ırculo y nos sentamos como deudos en un velatorio de
provincias.

   Yo mir´ alrededor, haciendo un r´pido reconocimiento. Los unicos muebles
          e                        a                          ´
que al parecer se utilizaban todos los d´ eran el desvencijado sill´n que
                                          ıas                         o
estaba junto a la chimenea y una mesa peque˜a situada a su lado; sobre ella
                                              n
hab´ un tablero de ajedrez con las piezas colocadas como si hubiera una
    ıa
partida en curso. Junto a la mesa, en el suelo, hab´ una pila de libros y
                                                       ıa
revistas de ajedrez. De modo que all´ era donde el t´ Petros se sentaba cada
                                     ı              ıo
noche. Los estudios que hab´ mencionado mi madre deb´ de ser estudios
                            ıa                            ıan
de ajedrez. ¿O no?

   No deb´ precipitarme a sacar conclusiones, ya que de pronto se abr´
           ıa                                                             ıan
nuevas posibilidades especulativas. El elemento m´s destacable de la estancia
                                                    a
donde est´bamos sentados, aquel que lo hac´ tan diferente del sal´n de
           a                                    ıa                     o
nuestra casa, era la abrumadora presencia de libros; hab´ innumerables
                                                              ıa
vol´menes por todas partes. Aparte de que todas las paredes visibles de la
   u
sala, el pasillo y el vest´
                          ıbulo estaban forradas de estanter´ desde el suelo
                                                            ıas
hasta el techo, en la mayor parte del suelo hab´ altas pilas de libros. Casi
                                                  ıa
todos eran viejos y ajados.

  Al principio escog´ el camino m´s f´cil para responder mis dudas sobre su
                    ı            a a
contenido:

  —¿Qu´ son todos esos libros, t´ Petros? —pregunt´.
      e                         ıo                e

  Se produjo un silencio tenso, como si acabara de mentar la soga en casa
del ahorcado.

   —Son... viejos —respondi´ ´l en tono vacilante tras echar una r´pida
                               o e                                       a
mirada a mi padre. Sin embargo, parec´ tan nervioso mientras buscaba la
                                          ıa
respuesta y su sonrisa era tan forzada, que no me atrev´ a pedir explicaciones.
                                                       ı

   Una vez m´s recurr´ a la estratagema del lavabo. En esta ocasi´n el t´
              a        ı                                             o     ıo
Petros me acompa˜´ a un retrete situado junto a la cocina. Mientras ´l
                    no                                                     e
regresaba al sal´n, solo y fuera de la vista de los dem´s, aprovech´ la opor-
                o                                      a           e
tunidad que yo mismo hab´ creado. Tom´ el libro que estaba arriba de todo
                            ıa             e
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                               5

en la pila m´s cercana del pasillo y lo hoje´ con rapidez. Por desgracia es-
             a                              e
taba en alem´n, un idioma con el que no me encontraba, ni me encuentro,
              a
familiarizado. Para colmo, la mayor parte de las p´ginas estaban plagadas
                                                    a
de misteriosos s´ımbolos que jam´s hab´ visto: ∀, ∃, y ∈. Entre ellos dis-
                                  a     ıa
                                              √
tingu´ algunos m´s inteligibles, como +, =, y intercalados con n´meros y
      ı           a                                               u
letras latinas y griegas. Mi mente racional super´ las fantas´ cabal´
                                                 o           ıas     ısticas:
¡eran libros de matem´ticas!
                       a

  Aquel d´ me march´ de Ekali totalmente abstra´ en mi descubrimiento,
           ıa             e                      ıdo
indiferente a la rega˜ina que me dio mi padre en el camino de regreso a
                        n
Atenas y a sus hip´critas reprimendas por mi supuesto ((comportamiento
                      o
grosero con mi t´ y mis ((preguntas de curioso metomentodo)). ¡Como si lo
                 ıo))
que le preocupara fuera mi peque˜a infracci´n del savoir-vivre!
                                n          o

   En los meses siguientes, mi curiosidad por la cara oscura y desconocida
del t´ Petros fue aumentando de manera progresiva hasta rayar en la ob-
      ıo
sesi´n. Recuerdo que en horas de clase dibujaba compulsivamente en mis
    o
cuadernos garabatos que mezclaban los s´    ımbolos matem´ticos con los del
                                                           a
ajedrez. Matem´ticas y ajedrez: en una de esas disciplinas estaba la solu-
                 a
ci´n al misterio que rodeaba a mi t´ pero ninguna de las dos ofrec´ una
  o                                   ıo,                             ıa
explicaci´n del todo satisfactoria, pues no casaban con la actitud desde˜osa
           o                                                             n
de sus hermanos. Sin duda, esos campos de inter´s (¿o se trataba de algo
                                                   e
m´s que inter´s?) no eran censurables por s´ mismos. Lo mirara como lo
  a           e                                ı
mirase, ser un jugador de ajedrez con el nivel de un gran maestro, o un
matem´tico que hab´ devorado centenares de impresionantes libros, no lo
         a           ıa
clasificaban autom´ticamente como uno de los ((fiascos de la vida)).
                   a

   Necesitaba descubrir la verdad, y para conseguirlo llevaba un tiempo ur-
diendo un plan del estilo de las aventuras de mis h´roes literarios favoritos,
                                                   e
un proyecto digno de los Siete Secretos de Enyd Blyton, o su alma gemela
griega, el ((heroico Ni˜o Fantasma)). Planifiqu´ hasta el ultimo detalle una
                       n                      e           ´
incursi´n en casa de mi t´ durante una de sus expediciones a la instituci´n
       o                  ıo                                               o
filantr´pica o al club de ajedrez, con el fin de encontrar pruebas palpables
      o
de sus supuestas faltas.


   Quiso la suerte, sin embargo, que no me viese obligado a cometer un
delito para satisfacer mi curiosidad. En mi caso, Mahoma no tuvo que ir a
la monta˜a, pues ´sta fue primero a ´l. La respuesta que buscaba lleg´ y,
         n         e                   e                             o
para decirlo de una manera gr´fica, fue como un inesperado mazazo en la
                                a
cabeza.

  Ocurri´ como sigue:
        o
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                               6

  Una tarde, mientras estaba solo haciendo los deberes, son´ el tel´fono y
                                                           o       e
atend´
     ı.

   Buenas tardes —dijo una desconocida voz masculina—. Llamo de la So-
ciedad Hel´nica de Matem´ticas. ¿Puedo hablar con el profesor, por favor?
          e              a

  Al principio, sin pensar, correg´ al que llamaba.
                                  ı

  —Creo que se equivoca de n´mero. Aqu´ no hay ning´n profesor.
                            u         ı            u

   —Ah, lo siento —respondi´ ´l—. Deber´ haber preguntado antes. ¿No
                               o e           ıa
es ´sa la residencia de la familia Papachristos?
   e

  Tuve una s´bita inspiraci´n y me dej´ guiar por ella.
            u              o          e

  —¿Acaso se refiere al se˜or Petros Papachristos? —pregunt´.
                         n                                e

  S´ —respondi´ el hombre—. Al profesor Papachristos.
   ı          o

  ¡Profesor! Perm´ıtame, querido lector, el uso de un desfasado clich´ verbal
                                                                       e
en una historia por lo dem´s ins´lita: el auricular estuvo a punto de ca´rseme
                          a     o                                        e
de la mano. Sin embargo, disimul´ mi sorpresa para no desaprovechar una
                                   e
oportunidad inesperada.

   —Ah, no me hab´ dado cuenta de que se refer´ al profesor Papachristos
                    ıa                           ıa
—dije con voz obsequiosa—. Ver´, ´sta es la casa de su hermano, pero como
                                a e
el profesor no tiene tel´fono —lo cual era verdad— recibimos las llamadas
                        e
para ´l —mentira flagrante.
     e

  —En tal caso, ¿podr´ darme su direcci´n? —pregunt´ mi interlocutor,
                      ıa                o              o
pero yo ya hab´ recuperado la compostura y no iba a dejarme vencer f´cil-
              ıa                                                    a
mente.

   Al profesor le gusta preservar su intimidad —repuse con altaner´
                                                                  ıa—. Tam-
bi´n recibimos su correo.
  e

  Hab´ dejado al pobre hombre sin alternativa.
     ıa

   Entonces tenga la bondad de darme su direcci´n. Queremos enviarle una
                                               o
invitaci´n de la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas.
        o                    e             a

  Durante los d´ siguientes fing´ una enfermedad para estar en casa a la
                 ıas              ı
hora en que pasaba el cartero. No tuve que esperar mucho. Tres d´ despu´s
                                                                ıas      e
de la llamada telef´nica, ten´ en mis manos el precioso sobre. Esper´ hasta
                   o         ıa                                     e
despu´s de medianoche, cuando mis padres se fueron a dormir, para ir de
      e
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                              7

puntillas a la cocina y abrir el sobre con vapor (otra lecci´n aprendida de
                                                            o
mis lecturas infantiles).

  Desplegu´ la carta y le´
          e              ı:

        Se˜or Petros Papachristos
          n
          Catedr´tico de An´lisis, r.
                 a          a
          Universidad de M´nich
                           u

           Distinguido catedr´tico:
                               a
           Nuestra asociaci´n est´ preparando una sesi´n especial
                            o      a                       o
        para conmemorar el ducent´simo quincuag´simo aniversario
                                     e               e
        del nacimiento de Leonard Euler con una conferencia sobre
        ((L´gica formal y los cimientos de las matem´ticas)).
           o                                           a
           Nos sentir´
                     ıamos muy honrados, estimado profesor, si usted
        pudiera asistir y dirigir unas palabras a la Sociedad...

   De modo que el hombre a quien mi padre calificaba de ((uno de los fiascos
de la vida)) era catedr´tico de An´lisis en la Universidad de M´nich (el sig-
                       a          a                            u
nificado de la peque˜a r que segu´ al inesperado y prestigioso t´
                     n           ıa                            ıtulo todav´ıa
se me escapaba). En cuanto a las haza˜as del tal Leonhard Euler, a´n recor-
                                       n                           u
dado y homenajeado doscientos cincuenta a˜os despu´s de su nacimiento,
                                               n        e
eran un misterio absoluto para m´ ı.

   El domingo siguiente por la ma˜ana sal´ de casa con mi uniforme de boy
                                   n        ı
scout, pero en lugar de asistir a la reuni´n semanal tom´ un autob´s para
                                          o               e         u
Ekali, con la carta de la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas a buen recaudo
                                       e              a
en mi bolsillo. Encontr´ a mi t´ con las mangas de la camisa remangadas,
                        e       ıo
un viejo sombrero en la cabeza y una pala en las manos, removiendo la tierra
del huerto. Se sorprendi´ de verme.
                         o

  —¿Qu´ te trae por aqu´ —pregunt´.
      e                ı?        o

  Le entregu´ el sobre cerrado.
            e

  No deber´ haberte tomado tantas molestias —dijo, casi sin mirar el
          ıas
sobre—. Podr´ haberla enviado por correo. —Sonri´ con cordialidad y
            ıas                                 o
a˜adi´—: Muchas gracias, boy scout.
 n o

  — ¿Sabe tu padre que has venido?

  —Eh... no —balbuce´.
                    e

  —Entonces ser´ mejor que te acompa˜e a casa. Tus padres deben de estar
               a                    n
preocupados.
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                                 8

   Le dije que no era necesario, pero ´l insisti´. Mont´ en su viejo y desven-
                                       e         o      o
cijado ((escarabajo)), sin preocuparse por las botas embarradas, y partimos
hacia Atenas. En el camino trat´ m´s de una vez de empezar una conversa-
                                  e a
ci´n acerca de la invitaci´n, pero ´l desvi´ el tema hacia asuntos irrelevantes,
  o                       o        e       o
como el tiempo, la temporada apropiada para podar los ´rboles y los grupos
                                                           a
de boy scouts.

  Me dej´ en la esquina m´s pr´xima a mi casa.
        o                a    o

  —¿Crees que deber´ subir a excusarte?
                   ıa

  —No, t´ gracias. No ser´ necesario.
        ıo,              a

   Sin embargo, necesit´ excusarme. Quiso mi maldita suerte que mi padre
                       e
llamara al club para pedirme que recogiera algo en el camino de vuelta, y
entonces le informaron de mi ausencia. Ingenuamente solt´ toda la verdad.
                                                           e
Result´ ser la peor decisi´n posible. Si hubiera mentido diciendo que hab´
       o                  o                                              ıa
faltado a la reuni´n para fumar furtivamente en el parque, o incluso para
                  o
visitar una casa de mala nota, mi padre no se habr´ enfadado tanto.
                                                   ıa

  —¿No te he prohibido expresamente mantener cualquier clase de relaci´n   o
con ese tipo? —grit´, y se le puso la cara tan roja, que mi madre le rog´ que
                   o                                                    o
pensara en su tensi´n arterial.
                   o

  —No, padre —respond´ y era verdad—. De hecho, nunca me lo has prohi-
                     ı,
bido. ¡Nunca!

  —Pero ¿no sabes nada de ´l? ¿No te he hablado mil veces de mi hermano
                          e
Petros?

  —Pues s´ me has dicho mil veces que es uno de los ((fiascos de la vida)), ¿y
           ı,
qu´? Aun as´ es tu hermano, mi t´ ¿Acaso es tan grave que le haya llevado
  e          ı                   ıo.
una carta al pobre? Y ahora que lo pienso, no me parece justo llamar ((fiasco))
a un catedr´tico de An´lisis de una universidad importante.
            a          a

   —Catedr´tico de An´lisis, retirado —gru˜´ mi padre, desvelando el mis-
             a       a                    no
terio de la letra r.

   Todav´ echando humo por las orejas, pronunci´ sentencia por lo que ca-
          ıa                                      o
lific´ de ((abominable acto de inexcusable desobediencia)). Yo no pod´ creer
    o                                                               ıa
la severidad del castigo: durante un mes tendr´ que permanecer confinado
                                              ıa
en mi habitaci´n a todas horas, salvo las que pasaba en el colegio. Hasta
               o
me servir´ las comidas all´ ¡y no se me permitir´ comunicarme oralmente
           ıan              ı,                   ıa
con ´l ni con mi madre ni con ninguna otra persona!
     e
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                                9

 Sub´ a mi habitaci´n para empezar a cumplir mi condena sinti´ndome un
      ı              o                                       e
M´rtir de la Verdad.
 a



    A ultima hora de esa misma noche mi padre llam´ por dos veces suave-
      ´                                               o
mente a la puerta y entr´. Yo estaba sentado ante mi escritorio, leyendo, y,
                           o
obedeciendo sus ´rdenes, ni siquiera lo salud´. Se sent´ delante de m´ en
                   o                            e        o             ı,
la cama, e intu´ por su expresi´n que algo hab´ cambiado. Parec´ sereno,
                ı                o                ıa              ıa
incluso arrepentido. Lo primero que dijo fue que el castigo que me hab´   ıa
impuesto era ((quiz´s un tanto exagerado)) y que lo retiraba y me ped´
                     a                                                    ıa
disculpas por sus modales y su conducta, sin precedentes y totalmente im-
propia de ´l. Comprend´ que su arrebato de ira hab´ sido injusto. Era
            e              ıa                            ıa
il´gico, a˜adi´, y naturalmente coincid´ con ´l, esperar que yo entendiera
  o        n o                             ı    e
algo que nunca se hab´ tomado la molestia de explicarme. Jam´s me hab´
                        ıa                                      a         ıa
hablado sinceramente del problema del t´ Petros y hab´ llegado el momen-
                                            ıo          ıa
to de corregir su ((penoso error)). Quer´ hablarme de su hermano mayor. Yo,
                                        ıa
claro est´, era todo o´
          a            ıdos.

  Esto es lo que me cont´:
                        o

   Desde la m´s tierna infancia el t´ Petros hab´ demostrado un prodigioso
              a                     ıo           ıa
talento para las matem´ticas. En la escuela primaria hab´ impresionado a
                        a                                    ıa
sus maestros con su facilidad para la aritm´tica, y en el bachillerato domina-
                                            e
ba con incre´ pericia abstracciones de ´lgebra, geometr´ y trigonometr´
            ıble                          a                 ıa              ıa.
Su padre, mi abuelo, pese a carecer de instrucci´n formal, demostr´ ser un
                                                  o                    o
hombre progresista. En lugar de orientar a Petros hacia disciplinas m´s      a
pr´cticas, que lo preparar´ para trabajar a su lado en el negocio familiar,
   a                       ıan
lo anim´ a seguir los dictados de su coraz´n. Por lo tanto, a una edad pre-
        o                                   o
coz Petros se matricul´ en la Universidad de Berl´ donde se licenci´ con
                       o                             ın,                 o
matr´ıcula de honor a los diecinueve a˜os. Durante el a˜o siguiente hizo el
                                        n                  n
doctorado y entr´ a formar parte del claustro de la Universidad de M´nich,
                 o                                                       u
en calidad de catedr´tico, a la asombrosa edad de veinticuatro a˜os, convir-
                     a                                             n
ti´ndose en el hombre m´s joven que jam´s hab´ ocupado ese puesto.
  e                       a                a      ıa

  Yo escuchaba con los ojos como platos.

  —No parece la historia de ((uno de los fiascos de la vida)) —observ´.
                                                                    e

  —Todav´ no he terminado —me advirti´ mi padre.
        ıa                           o

   En este punto se desvi´ de la historia. Sin que yo lo animara en modo
                         o
alguno, me habl´ de s´ mismo, del t´ Anargyros y de los sentimientos de
                o     ı             ıo
ambos hacia Petros. Los dos hermanos menores hab´ seguido los progresos
                                                   ıan
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                               10

de ´ste con orgullo. En ning´n momento se hab´ sentido celosos; al fin y
    e                            u                ıan
al cabo, a ambos les iba muy bien en el colegio, aunque sus conquistas no
fueran tan espectaculares como las del genio de su hermano. Sin embargo,
nunca hab´ estado muy unidos. Desde la infancia, Petros hab´ sido un so-
            ıan                                                ıa
litario. Mi padre y el t´ Anargyros no hab´ pasado mucho tiempo con ´l,
                         ıo                  ıan                            e
ni siquiera cuando a´n viv´ en la casa familiar, pues mientras ellos jugaban
                      u       ıa
con los amigos Petros permanec´ en su habitaci´n resolviendo problemas de
                                   ıa            o
geometr´ Cuando se march´ a estudiar fuera del pa´ el abuelo los obligaba
         ıa.                     o                    ıs,
a escribirle cartas de cortes´ (((Querido hermano, estamos bien... etc´tera))),
                               ıa                                     e
a las que ´l respond´ de uvas a peras con un lac´nico agradecimiento en
            e          ıa                            o
una postal. En 1925, cuando toda la familia viaj´ a Alemania para verlo,
                                                    o
se comport´ en las pocas reuniones familiares como un aut´ntico extra˜o:
              o                                              e             n
distra´ıdo, ansioso, claramente impaciente por volver a lo que fuera que es-
tuviese haciendo. Despu´s de eso no volvieron a verlo hasta 1940, cuando
                            e
Grecia entr´ en guerra con Alemania y ´l se vio obligado a regresar.
              o                           e

  —¿Para qu´? —pregunt´—. ¿Para alistarse?
           e          e

   —¡Desde luego que no! Tu t´ nunca tuvo sentimientos patri´ticos... ni de
                              ıo                             o
ninguna otra clase, dicho sea de paso. Cuando se declar´ la guerra, pas´ a
                                                       o                o
ser considerado un enemigo extranjero y tuvo que marcharse de Alemania.

   —¿Y por qu´ no se march´ a otro sitio, como Inglaterra o Estados Unidos,
               e           o
a otra universidad importante? Si era un matem´tico tan brillante...
                                                a

  Mi padre me interrumpi´ con un gru˜ido de asentimiento, acompa˜ado
                          o           n                         n
de una fuerte palmada en su propio muslo.

                         o    ´
  —¡Precisamente! —exclam´—. ¡Ese es el quid de la cuesti´n! Ya no era
                                                         o
un gran matem´tico.
             a

  —¿Qu´ quieres decir? —pregunt´—. ¿C´mo es posible?
      e                        e     o

   Sigui´ una pausa larga y significativa, lo que me indic´ que hab´
        o                                                  o         ıamos
llegado a un punto cr´
                     ıtico de la historia, el punto exacto en que las cosas
se pondr´ feas. Mi padre se inclin´ hacia m´ con la frente fruncida en un
          ıan                       o          ı
gesto ominoso y sus siguientes palabras salieron en un murmullo, casi un
gemido:

  —Tu t´ hijo m´ cometi´ el peor de los pecados.
       ıo,     ıo,     o

  —Pero ¿qu´ hizo, pap´? ¡Cu´ntame! ¿Rob´ o mat´ a alguien?
           e          a     e           o      o

  —No, no, esos delitos son simples travesuras comparados con el suyo.
Y te advierto que no soy yo quien lo considera as´ sino los Evangelios,
                                                 ı,
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                                 11

el propio Dios nuestro Se˜or: ((¡No blasfemar´s contra el Esp´
                         n                   a               ıritu!)) Tu t´
                                                                          ıo
Petros ech´ margaritas a los cerdos, tom´ algo sublime, grande y sagrado y
           o                             o
lo profan´ con absoluta desfachatez.
         o

  Ante el inesperado giro teol´gico del relato, me puse en guardia.
                              o

  —¿Qu´ cosa exactamente?
      e

  —¡Su don, naturalmente! —respondi´ mi padre—. El don grande y unico
                                     o                               ´
con que Dios lo hab´ bendecido: ¡su prodigioso, inaudito talento para las
                    ıa
matem´ticas! El muy idiota lo desperdici´, lo desaprovech´, lo arroj´ a la
      a                                 o                o          o
basura. ¿Te lo imaginas? El muy ingrato no hizo ning´n trabajo util en el
                                                     u           ´
campo de las matem´ticas. ¡Nunca! ¡Nada! ¡Cero! Finito! Kaputt!
                    a

  —Pero ¿por qu´? —pregunt´.
               e          e

                      ısima excelencia estaba obsesionada por ((la conjetura
  Ah, porque su ilustr´
de Goldbach)).

  —¿Qu´?
      e

  Bah, un acertijo absurdo, algo que no le interesa a nadie salvo a un pu˜ado
                                                                         n
de ociosos aficionados a los juegos intelectuales.

  —¿Un acertijo? ¿Como los crucigramas?

  No, un problema matem´tico, pero no cualquier problema. En teor´ la
                              a                                            ıa,
conjetura de Goldbach es el problema m´s dif´ de las matem´ticas. ¿Te
                                             a     ıcil              a
haces una idea? Los mayores genios del planeta no han logrado resolverlo,
pero el listillo de tu t´ decidi´ a los veinti´n a˜os que ´l lo conseguir´
                        ıo      o             u n         e              ıa... ¡Y
procedi´ a desperdiciar su vida entera en el intento!
        o

  El razonamiento me confundi´.
                             o
                                    ´
  —Un momento, padre —dije—. ¿Ese es su crimen? ¿Buscar la soluci´n     o
del problema m´s dif´ de la historia de las matem´ticas? ¿Hablas en serio?
              a     ıcil                         a
Vaya, ¡es magn´
              ıfico, sencillamente fant´stico!
                                      a

  Mi padre me fulmin´ con la mirada.
                    o

   —Si hubiera conseguido resolverlo, quiz´ ser´ ((magn´
                                          a ıa          ıfico)) o ((sencillamente
fant´stico)) o lo que t´ quieras, aunque aun as´ seguir´ siendo in´til, desde
    a                  u                        ı      ıa            u
luego. ¡Pero no lo hizo!

  Empezaba a impacientarse conmigo, a ser el de siempre.

  —Hijo, ¿sabes cu´l es el secreto de la vida? —pregunt´, ce˜udo.
                  a                                    o n
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                                12

  —No, no lo s´.
              e

  Antes de revel´rmelo se son´ la nariz con estruendo en un pa˜uelo de seda
                  a          o                                n
con sus iniciales bordadas.

   El secreto de la vida es fijarse siempre metas alcanzables. Pueden ser f´ci-
                                                                          a
les o dif´
         ıciles, dependiendo de las circunstancias, tu car´cter y aptitudes,
                                                           a
pero ¡siempre deben ser al-can-za-bles! De hecho, creo que colgar´ un re-
                                                                    e
trato del t´ Petros en tu habitaci´n con la inscripci´n: ¡no seguir este
            ıo                        o                o
ejemplo!



  Mientras escribo esto, en la madurez, me resulta imposible describir la
desaz´n que produjo en mi esp´
     o                          ıritu adolescente esta primera aunque ten-
denciosa e incompleta versi´n de la historia del t´ Petros. Era evidente que
                           o                      ıo
mi padre me la hab´ relatado como advertencia, pero sus palabras causa-
                    ıa
ron exactamente el efecto contrario: en lugar de predisponerme contra su
descarriado hermano mayor, me empujaron hacia ´l, como si de repente se
                                                     e
hubiera convertido en una brillante estrella en mi firmamento.

   Mi descubrimiento me hab´ dejado at´nito. No sab´ qu´ era exactamen-
                              ıa         o             ıa e
te la famosa conjetura de Goldbach (sin duda estar´ fuera del alcance de
                                                     ıa
mi intelecto) y en su momento no me interes´ en averiguarlo. Lo que me
                                                e
fascinaba era la idea de que mi cordial, retra´ y aparentemente modesto
                                               ıdo
t´ era en verdad un hombre que, por decisi´n propia, hab´ luchado durante
 ıo                                        o              ıa
a˜os en los confines de la ambici´n humana. Ese hombre a quien conoc´
 n                                o                                          ıa
desde siempre, que de hecho era un pariente cercano, ¡se hab´ pasado la
                                                                 ıa
vida tratando de resolver uno de los problemas m´s dif´
                                                   a     ıciles de la historia
de las matem´ticas! Mientras sus hermanos estudiaban, se casaban, ten´
               a                                                           ıan
hijos y dirig´ el negocio de la familia, desaprovechando su vida junto con
             ıan
el resto de la humanidad an´nima en las rutinas diarias de la subsistencia,
                             o
la procreaci´n y el ocio, ´l, como un Prometeo redivivo, se esforzaba por
             o            e
echar luz sobre el m´s oscuro e inaccesible rinc´n del conocimiento.
                    a                            o

  El hecho de que hubiera fracasado en su intento no s´lo no lo rebajaba
                                                             o
ante mis ojos, sino que, por el contrario, lo elevaba a la m´s alta cumbre de la
                                                            a
excelencia. ¿Acaso la decisi´n de librar la Gran Batalla, aunque uno supiera
                            o
que era desesperada, no era el rasgo que defin´ al h´roe rom´ntico ideal?
                                                   ıa     e         a
Es m´s, ¿en qu´ se diferenciaba mi t´ de Le´nidas y sus tropas espartanas
     a          e                      ıo        o
protegiendo las Term´pilas? Los ultimos versos del poema de Cavafis, que
                      o             ´
hab´ aprendido en el colegio, se me antojaron ideales para describir al t´
   ıa                                                                         ıo
Petros:
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                             13

        ... Pero el mayor honor recae en aquellos que prev´n,
                                                          e
        como muchos en efecto prev´n,
                                    e
        que Efialtes el Traidor aparecer´ al fin,
                                        a
        y entonces los persas finalmente podr´n
                                             a
        pasar por el estrecho desfiladero...

   Aun antes de o´ la historia del t´ Petros, los comentarios despectivos de
                 ır                 ıo
sus hermanos, adem´s de despertar mi curiosidad, me hab´ inspirado pena
                    a                                    ıan
(una reacci´n muy diferente, por cierto, de la de mis primos, que se hab´
           o                                                              ıan
adherido por completo al desprecio de su padre). En cuanto me enter´ de e
la verdad —y aunque se tratara de una versi´n llena de prejuicios— elev´ a
                                             o                            e
mi t´ a la categor´ de modelo.
     ıo           ıa

   La primera consecuencia fue un cambio en mi actitud ante las clases
de Matem´ticas, que hasta entonces encontraba bastante aburridas, y una
          a
notable mejora en mi rendimiento. Cuando lleg´ el siguiente informe escolar
                                              o
                                ´
y mi padre vio que mis notas en Algebra, Geometr´ y Trigonometr´ hab´
                                                ıa                ıa    ıan
subido a sobresaliente, enarc´ las cejas en un gesto de perplejidad y me
                              o
dirigi´ una mirada extra˜a. Hasta es posible que sospechara algo, pero no
      o                  n
pod´ enfadarse: ¿c´mo iba a re˜irme por destacar en el colegio?
    ıa             o            n

   En la fecha en que la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas iba a celebrar
                                       e               a
el doscientos cincuenta cumplea˜os de Leonhard Euler me present´ en el
                                 n                                   e
auditorio antes de hora, lleno de expectaci´n. Aunque las matem´ticas del
                                           o                       a
bachillerato no me ayudaban a descifrar su significado preciso, el nombre de
la conferencia —((L´gica formal y los cimientos de las matem´ticas))— me
                     o                                         a
hab´ intrigado desde el momento en que hab´ le´ la invitaci´n. Hab´
    ıa                                         ıa ıdo             o       ıa
o´ hablar de ((recepciones formales)) y de ((simple l´gica)), pero ¿c´mo se
 ıdo                                                 o               o
combinaban los dos conceptos? Hab´ aprendido que los edificios ten´ ci-
                                    ıa                                ıan
mientos, pero... ¿las matem´ticas?
                            a

  Mientras el p´blico y los conferenciantes ocupaban sus lugares, esper´ en
                 u                                                     e
vano ver la figura delgada y asc´tica de mi t´ Como deber´ haber imagina-
                               e            ıo.          ıa
do, no asisti´. Yo ya sab´ que nunca aceptaba invitaciones, pero entonces
             o           ıa
descubr´ que no estaba dispuesto a hacer excepciones ni siquiera por las
        ı
matem´ticas.
       a

  El primer conferenciante, el presidente de la Sociedad, mencion´ su nom-
                                                                 o
bre con especial respeto:

  —Por desgracia, el profesor Petros Papachristos, el matem´tico griego
                                                             a
de fama internacional, no podr´ dirigirse a nosotros debido a una ligera
                              a
indisposici´n.
           o
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                                 14

  Sonre´ con suficiencia, orgulloso de ser el unico en el p´blico que sab´
         ı                                     ´             u            ıa
que la ((ligera indisposici´n)) de mi t´ era un subterfugio, una excusa para
                           o           ıo
preservar su tranquilidad.

   A pesar de la ausencia del t´ Petros, me qued´ hasta el final de la confe-
                                ıo                    e
rencia. Escuch´ con fascinaci´n un breve resumen de la vida del homenajeado
                e             o
(al parecer, Leonhard Euler hab´ marcado un hito en la historia con sus
                                    ıa
descubrimientos en pr´cticamente todas las ramas de las matem´ticas). Lue-
                       a                                             a
go, cuando el conferenciante principal subi´ al estrado y empez´ a hablar
                                                o                      o
de ((los fundamentos de las teor´ matem´ticas seg´n la l´gica formal)), me
                                  ıas         a          u     o
sum´ en un estado de ´xtasis. A pesar de que no entend´ m´s que algunas
     ı                  e                                     ı a
de sus primeras palabras, mi esp´    ıritu se deleit´ en la poco familiar dicha
                                                    o
de definiciones y conceptos desconocidos, todos s´     ımbolos de un mundo que,
aunque misterioso, desde el principio se me antoj´ casi sagrado a causa de su
                                                     o
inconmensurable sabidur´ Los nombres m´gicos, nunca o´
                          ıa.                   a               ıdos, se suced´
                                                                              ıan
interminablemente, cautiv´ndome con su sublime musicalidad: el problema
                            a
del continuo, el aleph, Gottlob Frege, razonamiento inductivo, el programa
de Hilbert, verificabilidad y noverificabilidad, pruebas de consistencia, prue-
bas de completitud, conjunto de conjuntos, la m´quina de Von Neumann,
                                                       a
la paradoja de Russell, el ´lgebra de Boole... En cierto punto, en medio de
                            a
tan embriagadoras olas, tuve la fugaz impresi´n de o´ las importantes pa-
                                                  o        ır
labras ((conjetura de Goldbach)), pero antes de que lograra concentrarme, el
tema hab´ tomado nuevos derroteros m´gicos: los axiomas de Peano pa-
           ıa                                a
ra la aritm´tica, el teorema de los n´meros primos, los sistemas abiertos y
             e                           u
cerrados, m´s axiomas, Euclides, Euler, Cantor, Zen´n, G¨del...
              a                                           o    o

   Por extra˜o que parezca, la conferencia sobre ((los fundamentos de las
             n
teor´ matem´ticas seg´n la l´gica formal)) obr´ su poderosa magia sobre
     ıas        a        u      o                  o
mi alma adolescente precisamente porque no revel´ ninguno de los secretos
                                                     o
que hab´ presentado: no s´ si habr´ tenido el mismo efecto si hubiera
         ıa                  e          ıa
explicado sus misterios de manera exhaustiva. Por fin entend´ el cartel
                                                                   ıa
situado en la entrada de la Academia de Plat´n: Oudeis ageometretos eiseto
                                               o
(((prohibida la entrada a los ignorantes en geometr´   ıa))). La moraleja de la
tarde emergi´ con claridad cristalina: las matem´ticas eran una disciplina
              o                                     a
infinitamente m´s interesante que resolver ecuaciones de segundo grado o
                  a
calcular el volumen de s´lidos, las insignificantes tareas que realiz´bamos en
                        o                                           a
el colegio. Sus practicantes viv´ en un aut´ntico para´ conceptual, un
                                 ıan            e             ıso
majestuoso reino po´tico inaccesible para el profano.
                     e
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                              15

  Aquella velada en la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas fue un momento
                                    e              a
crucial de mi vida. Fue all´ y entonces cuando decid´ convertirme en ma-
                           ı                         ı
tem´tico.
    a




   Al final de ese curso lectivo me otorgaron un premio por tener las notas
m´s altas en Matem´ticas. Mi padre se jact´ de ello ante el t´ Anargyros...
  a                 a                      o                 ıo
¡como si pudiera haber hecho otra cosa!

   Yo hab´ terminado mi pen´ltimo a˜o de bachillerato y mis padres hab´
          ıa                   u       n                                   ıan
decidido que estudiar´ en una universidad estadounidense. Puesto que el
                      ıa
sistema en ese pa´ no exige declarar el principal campo de inter´s del alumno
                 ıs                                             e
en el momento de matricularse, tuve la oportunidad de posponer el momento
de revelar a mi padre la terrible verdad —pues as´ la calificar´ ´l— durante
                                                    ı         ıa e
unos a˜os m´s. (Por suerte, mis dos primos ya hab´ escogido una carrera
       n     a                                         ıan
que garantizaba al negocio familiar una nueva generaci´n de empresarios.)
                                                           o
De hecho, lo distraje durante un tiempo con vagos comentarios sobre mis
intenciones de estudiar Econ´micas mientras urd´ mi plan: una vez que
                               o                      ıa
estuviera matriculado en la universidad, con el Atl´ntico entero entre yo
                                                         a
y la autoridad de mi padre, podr´ dirigir los estudios hacia mi verdadero
                                    ıa
Destino.

   Ese a˜o, en la fiesta de san Pedro y san Pablo, no pude resistirme m´s. En
        n                                                             a
cierto momento llev´ al t´ Petros aparte e impulsivamente le confes´ mis
                     e     ıo                                          e
intenciones.

  —T´ estoy pensando en estudiar Matem´ticas.
    ıo,                               a

   Mi entusiasmo no produjo una reacci´n inmediata. Mi t´ permaneci´ ca-
                                        o                  ıo        o
llado e impasible, mir´ndome fijamente con expresi´n muy seria. Me estre-
                      a                            o
mec´ al pensar que aqu´l deb´ de ser el aspecto que ten´ mientras luchaba
    ı                  e      ıa                        ıa
por desvelar los misterios de la conjetura de Goldbach.

   —¿Qu´ sabes de matem´ticas, jovencito? —pregunt´ tras un breve silen-
       e               a                          o
cio.

  No me gust´ su tono, pero prosegu´ de acuerdo con mis planes:
            o                      ı

   —He sido el primero de la clase, t´ Petros. ¡Me han dado el premio del
                                     ıo
instituto!

  Por unos instantes pareci´ sopesar esa informaci´n y luego se encogi´ de
                           o                      o                   o
hombros.
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                              16

   —Es una decisi´n importante —dijo—, que no deber´ tomar sin medi-
                  o                                   ıas
tarla antes. ¿Por qu´ no vienes a verme una tarde y hablamos del asunto?
                    e
—Luego a˜adi´, innecesariamente—: Ser´ preferible que no se lo dijeras a
          n o                           ıa
tu padre.

   Fui a verlo pocos d´ despu´s, en cuanto consegu´ una buena coartada.
                      ıas      e                      ı
El t´ Petros me condujo a la cocina y me ofreci´ una bebida fr´ hecha con
    ıo                                           o             ıa
cerezas ´cidas de su huerto. Luego se sent´ frente a m´ con aspecto solemne
        a                                 o            ı
y profesional.

  —Veamos, ¿qu´ son las matem´ticas en tu opini´n? —pregunt´.
              e              a                 o           o

   El ´nfasis en la ultima palabra suger´ que cualquier respuesta que le diera
      e             ´                   ıa
ser´ equivocada.
   ıa

   Balbuce´ una sucesi´n de lugares comunes, como que era ((la m´s su-
           e            o                                           a
blime de las ciencias)) y ten´ maravillosas aplicaciones en el campo de la
                             ıa
electr´nica, la medicina y la exploraci´n espacial.
      o                                o

  El t´ Petros frunci´ el entrecejo.
      ıo             o

   —Si te interesan las aplicaciones pr´cticas, ¿por qu´ no estudias inge-
                                        a               e
nier´ O f´
    ıa?   ısica. Esas ciencias tambi´n est´n relacionadas con cierta clase de
                                    e     a
matem´ticas.
        a

   Otra inflexi´n cargada de significado. Era evidente que ´l no ten´ en gran
               o                                          e       ıa
estima esa ((clase)) de matem´ticas. Antes de humillarme a´n m´s, decid´ que
                             a                            u    a       ı
no estaba a su altura y lo admit´ ı.

   —T´ no puedo explicar el porqu´ con palabras. Lo unico que s´ es que
      ıo,                          e                   ´          e
quiero ser matem´tico. Supuse que lo entender´
                  a                                 ´
                                             ıas... El reflexion´ por unos
                                                               o
instantes y al cabo pregunt´:
                           o

  —¿Sabes jugar al ajedrez?

  —Un poco, pero no me pidas que juegue, por favor. S´ muy bien que
                                                     e
perder´
      ıa.

  Petros sonri´.
              o

  —No iba a proponerte una partida; s´lo quiero darte un ejemplo que com-
                                        o
prendas. Mira, las verdaderas matem´ticas no tienen nada que ver con las
                                      a
aplicaciones pr´cticas ni con los procedimientos de c´lculo que aprendes en
               a                                     a
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                            17

el colegio. Estudian conceptos intelectuales abstractos que, al menos mien-
tras el matem´tico est´ ocupado con ellos, no guardan relaci´n alguna con
                a        a                                    o
el mundo f´ ısico y sensorial.

  —Me parece bien dije.

   —Los matem´ticos —prosigui´— encuentran el mismo placer en sus es-
                 a                  o
tudios que los jugadores de ajedrez en el juego. De hecho, desde un punto de
vista psicol´gico, el verdadero matem´tico se parece a un poeta o a un com-
            o                            a
positor musical; en otras palabras, a alguien preocupado por la creaci´n de
                                                                       o
belleza y la b´squeda de armon´ y perfecci´n. Es el polo opuesto al hombre
              u                   ıa          o
pr´ctico, el ingeniero, el pol´
  a                           ıtico o... —hizo una pausa, buscando una figu-
ra a´n m´s aborrecible en su escala de valores—, claro est´, el hombre de
    u     a                                                  a
negocios.

  Si me contaba aquello con el fin de desanimarme hab´ escogido el camino
                                                    ıa
equivocado.

   —Es precisamente lo que busco, t´ Petros —repuse con entusiasmo—. No
                                    ıo
quiero ser ingeniero; no quiero trabajar en la empresa de la familia. Quiero
enfrascarme en las verdaderas matem´ticas igual que t´... ¡como hiciste con
                                       a               u
la conjetura de Goldbach!

   ¡Caray! ¡La hab´ fastidiado! Antes de salir hacia Ekali hab´ decidido
                  ıa                                          ıa
que no har´ ninguna referencia a la conjetura de Goldbach durante la con-
            ıa
versaci´n; pero en mi entusiasmo hab´ sido lo bastante imprudente para
       o                              ıa
solt´rselo.
    a

  Aunque el t´ Petros permaneci´ impert´rrito, not´ un ligero temblor en
             ıo                o       e          e
su mano.

  —¿Qui´n te ha hablado de la conjetura de Goldbach? —pregunt´ en voz
       e                                                     o
baja.

  —Mi padre —murmur´.
                   e

  —¿Y qu´ te dijo exactamente?
        e

  —Que intentaste resolverla.

  —¿S´lo eso?
     o

  —Y... que no lo lograste.

  Su mano dej´ de temblar.
             o
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                              18

  —¿Nada m´s?
          a

  —Nada m´s.
         a

  —Mmm... —dijo—. ¿Qu´ te parece si hacemos un trato?
                     e

  —¿Qu´ clase de trato?
      e

   —Esc´chame: yo creo que en matem´ticas, igual que en el arte o en los
         u                               a
deportes, si uno no es el mejor, no es nada. Un ingeniero de caminos, un
abogado o un dentista que sea sencillamente eficaz puede tener una vida pro-
fesional creativa y satisfactoria. Sin embargo, un matem´tico medio (natu-
                                                         a
ralmente, no me refiero a un profesor de secundaria, sino a un investigador),
es una tragedia andante, una tragedia viviente...

  —Pero t´ —lo interrump´
          ıo              ı—, yo no tengo la menor intenci´n de ser un
                                                          o
matem´tico medio. Quiero ser un n´mero uno.
     a                           u

  Mi t´ sonri´.
      ıo     o

  —Al menos en eso te pareces a m´ Yo tambi´n era demasiado ambicioso.
                                     ı.        e
Pero ver´s, jovencito, no basta con tener buenas intenciones. Este campo
         a
no es como otros, en los que la diligencia siempre tiene una compensaci´n.
                                                                       o
Para llegar a la cima en el mundo de las matem´ticas necesitas algo m´s,
                                                  a                    a
una condici´n absolutamente imprescindible para el ´xito.
           o                                         e

  —¿Y cu´l es?
        a

  Me dirigi´ una mirada de perplejidad por ignorar lo obvio.
           o

   —¡Talento, desde luego! La aptitud natural en su m´xima expresi´n. Nun-
                                                        a            o
ca lo olvides: Mathematicus nascitur non fit; el matem´tico nace, no se hace.
                                                        a
Si no tienes esa aptitud especial en los genes, trabajar´s en vano durante to-
                                                        a
da tu vida y un d´ acabar´s siendo un mediocre. Un mediocre distinguido,
                   ıa       a
quiz´, pero mediocre al fin.
     a

  Lo mir´ fijamente a los ojos.
        e

  —¿ Cu´l es el trato, t´
       a                ıo?

  Titube´ un momento, como si estuviera pens´ndolo. Por fin dijo:
        o                                   a

   —No quiero verte haciendo unos estudios que te conducir´n al fracaso
                                                           a
y la desdicha. En consecuencia, te pido que me hagas la firme promesa de
que no te convertir´s en matem´tico a menos que descubras que tienes un
                   a            a
talento extraordinario. ¿Aceptas?
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                           19

  Aquello me desconcert´.
                       o

  —Pero ¿c´mo puedo determinar eso, t´
          o                          ıo?

  —No puedes ni necesitas hacerlo —respondi´ con una sonrisita artera—.
                                           o
Lo har´ yo.
      e

  —¿T´?
     u

  —S´ Te pondr´ un problema que te llevar´s a casa y tratar´s de resolver.
     ı.        e                         a                 a
Seg´n lo que hagas con ´l, podr´ juzgar mejor si tienes madera de gran
   u                   e       e
matem´tico.
      a

  La propuesta me inspir´ sentimientos contradictorios: detestaba las prue-
                         o
bas, pero me fascinaban los retos.

  —¿Cu´nto tiempo tendr´? —pregunt´.
      a                e          e

  El t´ Petros entorn´ los ojos mientras sopesaba la cuesti´n.
      ıo             o                                     o

  —Mmm... Bien, digamos que hasta el comienzo del curso lectivo, el pri-
mero de octubre. Ser´n casi tres meses.
                    a

   Ignorante de m´ pens´ que en tres meses era capaz de resolver no uno
                  ı,    e
sino cualquier n´mero de problemas matem´ticos.
                u                        a

  —¿Tanto?

   —Bueno, el problema ser´ dif´ —contest´—. No cualquiera puede re-
                              a   ıcil          o
solverlo, pero si tienes dotes para ser un gran matem´tico, lo conseguir´s.
                                                     a                  a
Naturalmente, deber´s prometer que no pedir´s ayuda a nadie ni consultar´s
                      a                       a                          a
libros.

  —Lo prometo —dije.

  Me mir´ fijamente.
        o

  —¿Eso significa que aceptas el trato?

  Solt´ un profundo suspiro.
      e

  —¡Lo acepto!

   Sin pronunciar una palabra, el t´ Petros se march´ y al cabo de unos
                                     ıo               o
instantes regres´ con l´piz y papel. Adopt´ una actitud expeditiva, de ma-
                o      a                  o
tem´tico a matem´tico, y dijo:
    a              a
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                              20

  —He aqu´ el problema... Supongo que ya sabr´s algo sobre n´meros pri-
           ı                                 a              u
mos, ¿no?-

   —¡Desde luego, t´ Un n´mero primo es un entero mayor que 1 que no
                     ıo!     u
tiene divisores aparte de s´ mismo y de la unidad. Por ejemplo, 2, 3, 5, 7,
                           ı
11, 13 y as´ sucesivamente.
           ı

  Parec´ satisfecho con la exactitud de mi definici´n.
       ıa                                         o

  —¡Estupendo! Ahora dime, ¿cu´ntos n´meros primos hay? De pronto, me
                              a      u
sent´ un ignorante.
    ı

  —¿Cu´ntos?
      a

  —S´ cu´ntos. ¿No te lo han ense˜ado en el colegio?
    ı, a                         n

  —No. 29

  Mi t´ sacudi´ la cabeza con expresi´n de disgusto ante la baja calidad
       ıo      o                     o
de la ense˜anza de matem´ticas en Grecia.
          n             a

   —De acuerdo, te lo dir´ porque vas a necesitarlo: los n´meros primos
                           e                                  u
son infinitos, seg´n demostr´ por primera vez Euclides en el siglo iii antes
                 u           o
de Cristo. Su prueba es una joya por su belleza y simplicidad. Usando el
m´todo de reductio ad absurdum, de reducci´n al absurdo, en primer lugar
  e                                          o
da por sentado lo contrario de lo que desea probar, es decir que los n´meros
                                                                      u
primos son finitos. Luego...

   Con r´pidos y vigorosos trazos en el papel y unas pocas palabras aclara-
         a
torias, el t´ Petros escribi´ para m´ la prueba de nuestro sabio antecesor,
            ıo              o       ı
d´ndome tambi´n el primer ejemplo de las verdaderas matem´ticas.
 a              e                                            a

   —... Lo que sin embargo es contrario a nuestra hip´tesis previa —con-
                                                      o
cluy´—. La serie finita lleva a una contradicci´n, ergo los n´meros primos
    o                                         o             u
son infinitos. Quod erat demonstrandum.

   —Eso es fant´stico, t´ —dije, fascinado por el ingenio de la demostra-
               a        ıo
ci´n—. ¡Es tan simple!
  o

   —S´ —respondi´ con un suspiro—, muy simple, pero no se le ocurri´ a
       ı            o                                                     o
nadie antes de que Euclides lo demostrara. Piensa en la lecci´n que se oculta
                                                              o
tras esto: a veces las cosas parecen sencillas s´lo en retrospectiva.
                                                o

  Yo no estaba de humor para filosofar.
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                                 21

   —Sigue, t´ Ponme el problema que tengo que resolver. Primero lo escri-
            ıo.
bi´ en un papel y luego lo ley´ en voz alta.
  o                           o

   —Quiero que intentes demostrar —dijo— que todo entero par mayor que
2 es igual a la suma de dos primos.

   Reflexion´ por un instante, rezando con fervor por una inspiraci´n repen-
            e                                                     o
tina que me permitiera vencerlo con una soluci´n instant´nea. Sin embargo,
                                              o         a
no lleg´, y me limit´ a decir:
       o            e

  —¿Eso es todo?

  T´ Petros sacudi´ un dedo a modo de advertencia.
   ıo             o

   —¡No es tan sencillo! Para cada caso en particular que puedas considerar,
4 = 2 + 2, 6 = 3 + 3, 8 = 3 + 5, 10 = 3 + 7, 12 = 7 + 5, 14 = 7 + 7, etc´tera, es
                                                                        e
obvio, aunque cuanto mayor es el n´mero m´s complicado es el c´lculo. Sin
                                      u        a                      a
embargo, puesto que los n´meros pares son infinitos, es imposible enfocar
                            u
el problema caso por caso. Tendr´s que hallar una demostraci´n general, y
                                    a                             o
sospecho que eso te resultar´ m´s dif´ de lo que crees.
                              a a       ıcil

  Me puse en pie.

  —Por dif´ que sea, lo conseguir´ —afirm´—. Empezar´ a trabajar de
           ıcil                  e      e          e
inmediato.

  Mientras me dirig´ hacia la puerta del jard´ me llam´ por la ventana
                   ıa                        ın,      o
de la cocina.

  —¡Eh! ¿No te llevas el papel con el problema?

  Soplaba una brisa fresca y aspir´ el aroma de la tierra h´meda. Creo que
                                   e                        u
nunca en mi vida, ni antes ni despu´s, me he sentido tan dichoso como en ese
                                   e
breve instante, ni tan lleno de confianza, expectaci´n y gloriosa esperanza.
                                                    o

  —No lo necesito, t´ —grit´—. Lo recuerdo perfectamente: todo entero
                      ıo     e
par mayor que 2 es igual a la suma de dos primos. Te ver´ el primero de
                                                        e
octubre con la soluci´n.
                     o

  Su severo recordatorio me lleg´ cuando ya estaba en la calle:
                                o

   —¡No olvides nuestro trato! —grit´—. ¡S´lo podr´s ser matem´tico si
                                    o     o       a           a
resuelves el problema!



  Me esperaba un verano dif´
                           ıcil.
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                                        22

   Por suerte, en los calurosos meses de julio y agosto mis padres siempre me
despachaban a casa de mi t´ materno en Pylos. Eso significaba que estar´
                              ıo                                            ıa
fuera de la vista de mi padre y no tendr´ el problema adicional (como si el
                                          ıa
que el t´ Petros me hab´ dado no fuera suficiente) de hacer mi trabajo en
        ıo                ıa
secreto. En cuanto llegu´ a Pylos desplegu´ mis papeles sobre la mesa del
                          e                   e
comedor (en verano siempre com´    ıamos fuera) y declar´ a mis primos que
                                                          e
hasta nuevo aviso no estar´ disponible para ir a nadar, jugar o visitar el
                             ıa
teatro al aire libre. Empec´ a trabajar en el problema de la ma˜ana a la
                             e                                       n
noche, con m´ ınimas interrupciones. Mi t´ me importunaba con su bondad
                                           ıa
natural.

  —Te esfuerzas demasiado, cari˜o. T´matelo con calma. Est´s de vacacio-
                                n   o                     a
nes y has venido aqu´ a descansar.
                    ı

  Sin embargo, yo hab´ decidido que no descansar´ hasta la victoria final.
                       ıa                          ıa
Trabajaba incesantemente, garabateando una p´gina tras otra, enfocando el
                                                a
problema desde todas las perspectivas posibles. A menudo, cuando estaba
demasiado cansado para el razonamiento deductivo abstracto, probaba casos
espec´ıficos, pregunt´ndome si el t´ Petros me habr´ tendido una trampa
                    a              ıo                ıa
pidi´ndome que demostrara algo obviamente falso. Despu´s de innumerables
    e                                                     e
divisiones hab´ creado una tabla de los primeros cien n´meros primos (una
               ıa                                       u
                                                      1
versi´n primitiva y casera de la criba de Erat´stenes ) que luego proced´ a
     o                                        o                          ı
sumar, en todas las parejas posibles, para confirmar que el principio era
verdadero. Busqu´ infructuosamente, dentro de esos l´
                  e                                   ımites, un n´mero que
                                                                  u
no cumpliera la condici´n requerida, pero todos pod´ expresarse como la
                        o                            ıan
suma de dos primos.

   En alg´n momento de mediados de agosto, despu´s de trasnochar innu-
          u                                           e
merables d´ y tomar infinidad de caf´s griegos, pens´ durante unas pocas
            ıas                        e                e
horas felices que lo ten´ que hab´ llegado a la soluci´n. Llen´ unas cuantas
                        ıa,      ıa                   o       e
p´ginas con mi razonamiento y se las envi´ a t´ Petros por correo expreso.
 a                                        e    ıo

   Llevaba apenas unos d´ saboreando mi triunfo cuando el cartero me
                        ıas
trajo un telegrama:


        Lo unico que has demostrado es que todo n´mero par puede
           ´                                     u
        expresarse como la suma de un primo y un impar, lo cual es
        obvio. Stop.



1M´todo para localizar los n´ meros primos, inventado por el matem´tico griego Erat´ste-
  e                         u                                     a                o
nes.
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                             23

   Tard´ una semana en recuperarme de mi primer fracaso y el primer golpe
       e
a mi orgullo; pero me recuper´, y aunque con cierto desaliento reanud´ el
                              e                                      e
trabajo, esta vez empleando el m´todo de reductio ad absurdum.
                                e

   ((Supongamos que existe un n´mero par n que no puede expresarse como
                               u
la suma de dos primos. Entonces...))

  Cuanto m´s trabajaba en el problema, m´s evidente parec´ expresaba
            a                             a                ıa
una verdad fundamental con respecto a los enteros, la materia prima del
universo matem´tico.
              a

   Pronto empec´ a preguntarme sobre la forma precisa en que los n´meros
                e                                                   u
primos est´n distribuidos entre los dem´s enteros o el procedimiento por el
          a                             a
cual, dado un cierto n´mero primo, nos conduce al siguiente. Sab´ que esa
                       u                                         ıa
informaci´n me habr´ resultado extremadamente util en mi tarea y en un
         o           ıa                            ´
par de ocasiones sent´ la tentaci´n de consultar un libro. Sin embargo, me
                      ı          o
mantuve fiel a mi promesa de no buscar ayuda externa, y no lo hice.

   El t´ Petros hab´ dicho que la demostraci´n de Euclides de la infinitud de
       ıo          ıa                       o
los n´meros primos era la unica herramienta que necesitaba para encontrar
     u                    ´
la prueba. Sin embargo, no estaba haciendo progresos.




   A finales de septiembre, pocos d´ antes de empezar mi ultimo curso
                                       ıas                ´
lectivo, fui otra vez a Ekali, taciturno y desmoralizado.

   —¿Y bien? —me pregunt´ el t´ Petros en cuanto nos sentamos, des-
                            o      ıo
pu´s de que yo rechazara con frialdad su brebaje de cerezas ´cidas—. ¿Has
   e                                                        a
resuelto el problema?

  —No —respond´ La verdad es que no lo he hecho.
              ı—.

   Lo ultimo que deseaba en ese momento era describir mis fallidos intentos o
      ´
escuchar c´mo ´l los analizaba para m´ Es m´s; no ten´ ninguna curiosidad
           o   e                     ı.     a         ıa
por descubrir la soluci´n, la prueba del enunciado. Lo unico que quer´
                       o                                  ´                ıa
era olvidar cualquier cosa relacionada con los n´meros, ya fueran pares o
                                                u
impares... por no mencionar los primos.

  Pero el t´ Petros no estaba dispuesto a dejarme escapar f´cilmente.
           ıo                                              a

  —Entonces la cuesti´n est´ zanjada —dijo—. Recuerdas nuestro trato,
                     o     a
¿verdad?
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                           24

   Encontr´ exasperante esa necesidad de ratificar formalmente su victoria
           e
(dado que, por alguna raz´n, estaba convencido de que me consideraba ven-
                         o
cido). Sin embargo, no iba a darle el gusto de que me viera humillado.

   —Desde luego, t´ y estoy seguro de que t´ tambi´n lo recuerdas. El
                  ıo,                      u      e
trato era que no me convertir´ en matem´tico a menos que resolviera el
                             ıa        a
problema...

  —¡No! —me interrumpi´ con s´bita vehemencia—. ¡El trato era que a
                           o      u
menos que resolvieras el problema, har´ la firme promesa de no convertirte
                                      ıas
en matem´tico!
         a

  Lo mir´ con expresi´n ce˜uda.
        e            o    n

  —Exactamente —convine—, y dado que no he resuelto el problema...

  —Ahora har´s la firme promesa de que no te convertir´s en matem´tico.
               a                                      a         a
—Se interrumpi´, dando ´nfasis por segunda vez a las mismas palabras,
                 o        e
como si su vida (o m´s bien la m´ dependiera de ello.
                    a           ıa)

  —Claro —repuse, esforz´ndome por aparentar indiferencia—, si eso te
                          a
complace, te har´ la firme promesa de no convertirme en matem´tico.
                e                                           a

  Su voz se volvi´ dura, cruel incluso cuando dijo:
                 o

   —No se trata de que me complazcas, jovencito, ¡sino de que cumplas tu
trato! ¡Tienes que jurarme que te mantendr´s alejado de las matem´ticas!
                                          a                      a

  Mi malestar se convirti´ de pronto en aut´ntico odio.
                         o                 e

  —Muy bien, t´ —dije con frialdad—. Te juro que me mantendr´ alejado
               ıo                                           e
de las matem´ticas. ¿Est´s satisfecho?
            a           a

  Me puse de pie, pero ´l alz´ la mano en un adem´n amenazador.
                       e     o                   a

  —¡No tan r´pido!
            a

  Con un movimiento r´pido sac´ un papel del bolsillo, lo despleg´ y me lo
                        a     o                                  o
puso delante de la nariz.

  Dec´ lo siguiente:
     ıa



       Yo, el abajo firmante, estando en plena posesi´n de mis fa-
                                                     o
       cultades, por la presente prometo solemnemente que, habida
       cuenta que no he demostrado una capacidad superior para las
       matem´ticas y en virtud del acuerdo hecho con mi t´ Petros
              a                                          ıo,
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                                        25

        Papachristos, nunca estudiar´ en una instituci´n de educa-
                                     e                  o
        ci´n superior con el fin de obtener un t´
          o                                    ıtulo en Matem´ticas
                                                             a
        ni tratar´ por ninguna otra v´ de desempe˜ar una profesi´n
                 e                   ıa            n             o
        en el campo de las matem´ticas.
                                   a

  Lo mir´ con incredulidad.
        e

  —¡Firma! —orden´ mi t´
                 o     ıo.

  —¿Qu´ sentido tiene esto? —gru˜´ ya sin esforzarme por disimular mis
         e                      nı,
sentimientos.

  —Firma —respondi´ sin conmoverse—. ¡Un trato es un trato!
                  o

  Dej´ su mano extendida, sujetando la estilogr´fica suspendida en el aire,
      e                                          a
saqu´ mi bol´
    e         ıgrafo y firm´. Sin darle tiempo a decir nada m´s, le arroj´ el
                          e                                 a           e
papel y corr´ hacia la puerta del jard´
            ı                         ın.

  —¡Espera! —grit´, pero yo ya estaba en la calle.
                 o

   Corr´ y corr´ hasta que dej´ de o´
        ı      ı              e     ırlo. Entonces me detuve, y todav´ sin
                                                                     ıa
aliento, me derrumb´ y llor´ como un ni˜o l´grimas de ira, frustraci´n y
                     e      e              n a                        o
verg¨enza.
     u



  No vi al t´ Petros ni habl´ con ´l durante mi ultimo curso en el instituto,
            ıo              e     e             ´
y en el mes de junio siguiente busqu´ una excusa para faltar a la visita
                                       e
familiar a Ekali.

   Sin duda, mi experiencia del verano anterior hab´ tenido el resultado que
                                                   ıa
el t´ Petros hab´ deseado y previsto. Al margen de mi obligaci´n de cum-
    ıo            ıa                                             o
plir con mi parte del ((trato)), hab´ perdido todo deseo de convertirme en
                                    ıa
matem´tico. Afortunadamente, los efectos secundarios no fueron extremos
       a
ni mi rechazo total, por lo que mi rendimiento en los estudios sigui´ siendo
                                                                    o
excelente. En consecuencia, me admitieron en una de las mejores universida-
des estadounidenses. En el momento de matricularme declar´ que pensaba
                                                             e
hacer la licenciatura en Econ´micas, una elecci´n que acat´ hasta el tercer
                               o                o          e
               2
a˜o de carrera . Aparte de las asignaturas obligatorias, C´lculo Elemental
 n                                                         a
   ´
y Algebra Lineal (dicho sea de paso, saqu´ sobresaliente en ambas), no hice
                                          e
ning´n otro curso de Matem´ticas en mis primeros dos a˜os.
     u                        a                          n

2De acuerdo con el sistema de estudios estadounidense, un estudiante puede hacer los dos
primeros cursos en la universidad sin la obligaci´n de declarar un campo de especialidad
                                                 o
o, si lo hace, puede cambiar de opini´n hasta el principio del tercer a˜o.
                                     o                                 n
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                             o                               26

   La brillante (al menos al principio) estratagema de t´ Petros se hab´
                                                          ıo              ıa
basado en la aplicaci´n del determinismo absoluto de las matem´ticas a mi
                      o                                          a
vida. Hab´ corrido un riesgo, desde luego, pero lo hab´ calculado bien:
           ıa                                              ıa
las probabilidades de que yo descubriera la identidad del problema que me
hab´ asignado en los primeros y elementales cursos universitarios de Ma-
    ıa
tem´ticas eran m´
    a             ınimas. El campo al que pertenece el problema es Teor´ de
                                                                       ıa
N´meros, que s´lo se ense˜aba en las asignaturas optativas para aspirantes
  u             o          n
a la licenciatura en matem´ticas. En consecuencia, era razonable suponer
                             a
que, siempre que cumpliera mi promesa, terminar´ mis estudios (y tal vez
                                                  ıa
mi vida) sin descubrir la verdad.

  La realidad, sin embargo, no es tan fiable como las matem´ticas y las
                                                          a
cosas salieron de otra manera.

   El primer d´ de mi tercer a˜o me informaron de que el Destino (¿qui´n
               ıa              n                                            e
si no puede disponer coincidencias semejantes ?) hab´ decidido que com-
                                                        ıa
partiera mi habitaci´n de la residencia universitaria con Sammy Epstein,
                     o
un muchacho canijo de Brooklyn, famoso entre los estudiantes del primer
ciclo porque era un prodigio de las matem´ticas. Sammy obtendr´ su t´
                                          a                       ıa     ıtulo
ese mismo curso, con apenas diecisiete a˜os, y aunque oficialmente todav´
                                         n                                   ıa
no hab´ terminado la licenciatura, todas las asignaturas que cursaba per-
        ıa
tenec´ al doctorado. De hecho, ya hab´ empezado a trabajar en su tesis
      ıan                                ıa
doctoral en Topolog´ Algebraica. Convencido de que a esas alturas todas las
                    ıa
heridas causadas por mi breve y traum´tica historia de matem´tico hab´
                                       a                        a          ıan
cicatrizado, me sent´ encantado, incluso divertido, al descubrir la identidad
                    ı
de mi nuevo compa˜ero de cuarto. En nuestra primera noche juntos, mien-
                    n
tras cen´bamos en el comedor de la universidad para conocernos mejor, le
         a
dije con naturalidad:

  —Puesto que eres un genio de las matem´ticas, Sammy, estoy seguro de
                                         a
que podr´s probar con facilidad que todo n´mero par mayor que 2 es la
        a                                 u
suma de dos primos.

  Se ech´ a re´
        o     ır.

  —Si pudiera probar eso, t´ no estar´ aqu´ cenando contigo; ya ser´
                              ıo,       ıa    ı                        ıa
catedr´tico, quiz´s incluso tendr´ la medalla Fields, el Nobel de las ma-
      a          a                ıa
tem´ticas.
    a

  Antes de que terminara de hablar, en un instante de revelaci´n, adivin´ la
                                                              o         e
horrible verdad. Sammy la confirm´ con sus siguientes palabras:
                                 o
El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis
                                            o                                          27

   —La afirmaci´n que acabas de hacer es la conjetura de Goldbach, ¡uno de
                o
los problemas irresueltos m´s dif´
                           a     ıciles de todos los campos de las matem´ti-
                                                                        a
cas!

  Mis reacciones pasaron por las fases denominadas (si no recuerdo mal lo
que aprend´ en Psicolog´ Elemental en la universidad) ((las cuatro etapas
             ı            ıa
del duelo)): negaci´n, ira, depresi´n y aceptaci´n.
                   o               o            o

  De ellas, la primera fue la que dur´ menos.
                                     o

  —No... ¡no es posible! —tartamude´ en cuanto Sammy hubo terminado
                                     e
de pronunciar las horribles palabras. A´n ten´ la esperanza de haberle
                                       u     ıa
entendido mal.

   —¿Qu´ quieres decir con que no es posible? —pregunt´—. ¡Lo es! La
          e                                                 o
conjetura de Goldbach, que as´ se llama la hip´tesis, pues nunca ha sido
                                 ı               o
demostrada, es que todos los n´meros pares son la suma de dos primos.
                                   u
Lo afirm´ por primera vez un matem´tico llamado Goldbach en una carta
         o                             a
dirigida a Euler3. Aunque se ha demostrado que es verdad incluso en n´meros
                                                                     u
primos alt´ ısimos, nadie ha conseguido formular una prueba general.

   No escuch´ las palabras siguientes de Sammy, porque ya hab´ pasado a
              e                                              ıa
la fase de la ira.

  —¡ Maldito cabr´n! —exclam´ en griego—. ¡Hijo de puta! ¡Que Dios lo
                  o             e
condene! ¡Que se pudra en el infierno!

   Mi nuevo compa˜ero de cuarto, totalmente estupefacto ante el hecho de
                   n
que una hip´tesis de teor´ de n´meros pudiera provocar semejante arrebato
           o             ıa    u
de pasi´n mediterr´nea, me rog´ que le contara qu´ me pasaba; pero yo no
       o           a           o                 e
estaba en condiciones de dar explicaciones.

  Ten´ diecinueve a˜os y hasta entonces hab´ llevado una vida protegida
       ıa              n                       ıa
de los peligros del mundo. Aparte de un vaso de whisky que hab´ bebido con
                                                              ıa
mi padre para celebrar ((entre hombres adultos)) mi graduaci´n del instituto
                                                            o
y de los obligatorios sorbos de vino para brindar en la boda de un pariente
u otro, nunca hab´ probado el alcohol. Por lo tanto, las exorbitantes canti-
                    ıa
dades que inger´ esa noche en un bar cercano a la universidad (empec´ con
                 ı                                                     e

3De hecho, la carta de Christian Goldbach, fechada en 1742, contiene la conjetura de que
((todo entero puede expresarse como la suma de tres n´meros primos)). No obstante, si
                                                         u
esto es verdad, en el caso de los enteros pares uno de esos tres primos ser´ el 2 (la suma
                                                                           a
de tres primos impares ser´ necesariamente impar, y 2 es el unico n´mero primo par). El
                           a                                  ´      u
corolario l´gico de lo anterior es que todo entero par es la suma de dos n´meros primos.
           o                                                               u
Sin embargo, ir´nicamente, no fue Goldbach sino Euler quien formul´ la conjetura que
                 o                                                     o
lleva el nombre del primero; un hecho poco conocido, incluso entre los matem´ticos.
                                                                               a
El tio Petros y la conjetura de Goldbach
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El tio Petros y la conjetura de Goldbach

  • 1. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach Ap´stolos Doxiadis o Digitalizaci´n: maplewhite@gmail.com o
  • 2. Toda familia tiene su oveja negra; en la nuestra era el t´ Petros. ıo Sus dos hermanos menores, mi padre y el t´ Anargyros, se aseguraron de ıo que mis primos y yo hered´ramos sin cuestionar la opini´n que ten´ de ´l. a o ıan e —El in´til de mi hermano Petros es uno de los fiascos de la vida —dec´ u ıa mi padre cada vez que se le presentaba la ocasi´n. o Durante las reuniones familiares —que el t´ Petros ten´ por costum- ıo ıa bre evitar—, el t´ Anargyros acompa˜aba la menci´n de su nombre con ıo n o gru˜idos y muecas de disgusto, desd´n o simple resignaci´n, dependiendo de n e o su humor. Sin embargo, debo reconocerles algo: en el aspecto econ´mico los dos o lo trataban con escrupulosa justicia. A pesar de que ´l no asum´ ni una e ıa m´ınima parte del trabajo y las responsabilidades de dirigir la f´brica que a los tres hab´ heredado de mi abuelo, mi padre y el t´ Anargyros siempre ıan ıo entregaban al t´ Petros su parte de los beneficios. (Esto se deb´ a una ıo ıa fuerte lealtad familiar, otro legado com´n.) u El t´ Petros, a su vez, les pag´ con la misma moneda: dado que no hab´ ıo o ıa tenido hijos propios, cuando muri´ nos dej´ a nosotros, sus sobrinos, v´stagos o o a de sus magn´nimos hermanos, la fortuna que hab´ estado multiplic´ndose a ıa a en su cuenta bancaria y que ´l pr´cticamente no hab´ tocado. e a ıa A m´ en particular, su ((sobrino favorito)) (seg´n sus propias palabras), ı u me dej´ el legado adicional de su magn´ o ıfica biblioteca, que por mi parte don´ a la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas. S´lo me qued´ dos libros: el e e a o e volumen diecisiete de Opera Omnia, de Leonhard Euler, y el n´mero treinta u y ocho de la revista cient´ıfica alemana Monatshefte f¨r Mathematik und u Physik. Estos humildes recuerdos ten´ un significado simb´lico, ya que ıan o delimitaban las fronteras de la historia esencial de la vida del t´ Petros. ıo El punto de partida es una carta escrita en 1742, contenida en el primer volumen, en la que el desconocido matem´tico Christian Goldbach hace al a gran Euler una peculiar observaci´n aritm´tica. Y su fin, para decirlo de o e alg´n modo, se encuentra en las p´ginas 183-198 de la erudita publicaci´n u a o
  • 3. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 2 alemana, en un estudio titulado ((Sobre sentencias formalmente indecidibles de Principia Mathematica y sistemas afines)), escrito en 1931 por el todav´ ıa desconocido matem´tico vien´s Kurt G¨del. a e o Hasta mediados de mi adolescencia s´lo vi al t´ Petros una vez al a˜o, o ıo n durante la tradicional visita del d´ de su santo, la fiesta de san Pedro y san ıa Pablo, el 29 de junio. La costumbre hab´ sido impuesta por mi abuelo, y ıa como consecuencia de ello se hab´ convertido en inviolable en una familia ıa tan apegada a las tradiciones como la nuestra. Todos viaj´bamos a Ekali, que a hoy es un suburbio de Atenas pero en aquellos tiempos parec´ un caser´ ıa ıo aislado en la selva, donde el t´ Petros viv´ solo en una casa peque˜a, ıo ıa n rodeada de un gran jard´ y un huerto. ın La actitud desde˜osa de mi padre y el t´ Anargyros para con su hermano n ıo mayor me hab´ intrigado enormemente durante la infancia, hasta conver- ıa tirse poco a poco en un aut´ntico enigma. Tan grande era el contraste entre e el cuadro que pintaban de ´l y la impresi´n que yo me hab´ hecho a trav´s e o ıa e de nuestro escaso contacto personal, que incluso una mente tan inmadura como la m´ se ve´ empujada a especular al respecto. ıa ıa En vano observaba al t´ Petros durante nuestra visita anual, buscando ıo en su apariencia o conducta se˜ales de inmoralidad, indolencia u otro rasgo n reprobable. Sin embargo, sal´ bien parado de cualquier comparaci´n con ıa o ´ sus hermanos. Estos eran impacientes, a menudo francamente groseros en su trato con la gente, mientras que el t´ Petros era diplom´tico, considerado ıo a y siempre ten´ un brillo afable en sus hundidos ojos azules. Los dos m´s ıa a j´venes fumaban y beb´ mucho, pero Petros no beb´ nada m´s fuerte que o ıan ıa a agua y s´lo inhalaba el aire perfumado de su jard´ Adem´s, a diferencia o ın. a de mi padre, que era corpulento, y de t´ Anargyros, que era directamente ıo obeso, Petros luc´ una saludable delgadez, producto de una vida f´ ıa ısicamente activa y abstemia. Con los a˜os, mi curiosidad fue en aumento. Sin embargo, para mi gran n desconsuelo, mi padre se negaba a darme cualquier informaci´n sobre el t´ o ıo Petros, m´s all´ de la estereotipada y desde˜osa cantilena seg´n la cual era a a n u ((uno de los fiascos de la vida)). Fue mi madre quien me puso al corriente de sus actividades diarias (no pod´ calificarse de ocupaci´n): se levantaba ıan o por la ma˜ana al despuntar el alba y pasaba la mayor parte de las horas n diurnas trabajando afanosamente en el jard´ sin ayuda de un jardinero ni ın, de ninguna de las m´quinas modernas que podr´ haberle ahorrado esfuer- a ıan zos (sus hermanos atribu´ equivocadamente este hecho a su taca˜er´ ıan n ıa).
  • 4. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 3 En raras ocasiones sal´ de casa, pero una vez al mes visitaba una peque˜a ıa n instituci´n filantr´pica fundada por mi abuelo, a la que ofrec´ sus servicios o o ıa gratuitos de tesorero. De vez en cuando iba a ((otro sitio)), que mi madre nunca especific´. Su casa era una aut´ntica ermita; salvo por la invasi´n o e o anual de la familia, jam´s recib´ visitas. El t´ Petros no ten´ vida social. a ıa ıo ıa Por las noches permanec´ en casa y —en este punto mi madre baj´ la voz ıa o y continu´ casi en susurros— ((se enfrascaba en sus estudios)). o El comentario despert´ mi curiosidad de inmediato. o —¿Estudios? ¿Qu´ estudios ? —S´lo Dios lo sabe —respondi´ mi ma- e o o dre, empujando mi infantil imaginaci´n a invocar visiones de esoterismo, o alquimia o algo peor. Poco despu´s una informaci´n inesperada me ayud´ a identificar el mis- e o o terioso ((otro lugar)) que frecuentaba el t´ Petros. Me la facilit´ alguien a ıo o quien mi padre hab´ invitado a cenar. ıa El otro d´ vi a tu hermano Petros en el club. Me venci´ con una Karo- ıa o Cann —anunci´ nuestro convidado. o —¿Qu´ quiere decir? —interrump´ gan´ndome una mirada furiosa de mi e ı, a padre—. Qu´ es una Karo-Cann? e Nuestro convidado explic´ que se refer´ a una jugada de apertura de o ıa ajedrez que llevaba el nombre de sus inventores, los se˜ores Karo y Cann. n Por lo visto, el t´ Petros iba de vez en cuando a un club de ajedrez en ıo Patissia, donde indefectiblemente derrotaba a sus contrincantes. —¡Qu´ jugador! —exclam´ el invitado con admiraci´n—. Si participara e o o en los torneos oficiales, ya ser´ un gran maestro. ıa En ese punto mi padre cambi´ de tema. o La reuni´n familiar anual se celebraba en el jard´ Los adultos se sen- o ın. taban alrededor de una mesa que hab´ dispuesto en un peque˜o patio ıan n pavimentado, donde beb´ y manten´ conversaciones triviales mientras ıan ıan los dos hermanos m´s j´venes se esforzaban (aunque sin mucho ´xito) por ser a o e corteses con el homenajeado. Mis primos y yo jug´bamos entre los ´rboles a a del huerto. En cierta ocasi´n, decidido a desvelar el misterio del t´ Petros, ped´ per- o ıo ı miso para usar el lavabo. Buscaba una oportunidad para examinar el interior de la casa, pero me llev´ una gran decepci´n cuando mi t´ se˜al´ un pe- e o ıo n o que˜o excusado contiguo al cobertizo del jard´ Al a˜o siguiente, el clima n ın. n
  • 5. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 4 cooper´ con mi curiosidad. Una tormenta de verano oblig´ a mi t´ a abrir o o ıo las puertas y a conducirnos a un lugar que a todas luces el arquitecto hab´ ıa dise˜ado como sal´n. Tambi´n era obvio, no obstante, que el propietario n o e no lo usaba para recibir visitas. Aunque hab´ un sof´, estaba inapropia- ıa a damente colocado mirando a una pared. Entraron las sillas del jard´ las ın, dispusieron en semic´ırculo y nos sentamos como deudos en un velatorio de provincias. Yo mir´ alrededor, haciendo un r´pido reconocimiento. Los unicos muebles e a ´ que al parecer se utilizaban todos los d´ eran el desvencijado sill´n que ıas o estaba junto a la chimenea y una mesa peque˜a situada a su lado; sobre ella n hab´ un tablero de ajedrez con las piezas colocadas como si hubiera una ıa partida en curso. Junto a la mesa, en el suelo, hab´ una pila de libros y ıa revistas de ajedrez. De modo que all´ era donde el t´ Petros se sentaba cada ı ıo noche. Los estudios que hab´ mencionado mi madre deb´ de ser estudios ıa ıan de ajedrez. ¿O no? No deb´ precipitarme a sacar conclusiones, ya que de pronto se abr´ ıa ıan nuevas posibilidades especulativas. El elemento m´s destacable de la estancia a donde est´bamos sentados, aquel que lo hac´ tan diferente del sal´n de a ıa o nuestra casa, era la abrumadora presencia de libros; hab´ innumerables ıa vol´menes por todas partes. Aparte de que todas las paredes visibles de la u sala, el pasillo y el vest´ ıbulo estaban forradas de estanter´ desde el suelo ıas hasta el techo, en la mayor parte del suelo hab´ altas pilas de libros. Casi ıa todos eran viejos y ajados. Al principio escog´ el camino m´s f´cil para responder mis dudas sobre su ı a a contenido: —¿Qu´ son todos esos libros, t´ Petros? —pregunt´. e ıo e Se produjo un silencio tenso, como si acabara de mentar la soga en casa del ahorcado. —Son... viejos —respondi´ ´l en tono vacilante tras echar una r´pida o e a mirada a mi padre. Sin embargo, parec´ tan nervioso mientras buscaba la ıa respuesta y su sonrisa era tan forzada, que no me atrev´ a pedir explicaciones. ı Una vez m´s recurr´ a la estratagema del lavabo. En esta ocasi´n el t´ a ı o ıo Petros me acompa˜´ a un retrete situado junto a la cocina. Mientras ´l no e regresaba al sal´n, solo y fuera de la vista de los dem´s, aprovech´ la opor- o a e tunidad que yo mismo hab´ creado. Tom´ el libro que estaba arriba de todo ıa e
  • 6. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 5 en la pila m´s cercana del pasillo y lo hoje´ con rapidez. Por desgracia es- a e taba en alem´n, un idioma con el que no me encontraba, ni me encuentro, a familiarizado. Para colmo, la mayor parte de las p´ginas estaban plagadas a de misteriosos s´ımbolos que jam´s hab´ visto: ∀, ∃, y ∈. Entre ellos dis- a ıa √ tingu´ algunos m´s inteligibles, como +, =, y intercalados con n´meros y ı a u letras latinas y griegas. Mi mente racional super´ las fantas´ cabal´ o ıas ısticas: ¡eran libros de matem´ticas! a Aquel d´ me march´ de Ekali totalmente abstra´ en mi descubrimiento, ıa e ıdo indiferente a la rega˜ina que me dio mi padre en el camino de regreso a n Atenas y a sus hip´critas reprimendas por mi supuesto ((comportamiento o grosero con mi t´ y mis ((preguntas de curioso metomentodo)). ¡Como si lo ıo)) que le preocupara fuera mi peque˜a infracci´n del savoir-vivre! n o En los meses siguientes, mi curiosidad por la cara oscura y desconocida del t´ Petros fue aumentando de manera progresiva hasta rayar en la ob- ıo sesi´n. Recuerdo que en horas de clase dibujaba compulsivamente en mis o cuadernos garabatos que mezclaban los s´ ımbolos matem´ticos con los del a ajedrez. Matem´ticas y ajedrez: en una de esas disciplinas estaba la solu- a ci´n al misterio que rodeaba a mi t´ pero ninguna de las dos ofrec´ una o ıo, ıa explicaci´n del todo satisfactoria, pues no casaban con la actitud desde˜osa o n de sus hermanos. Sin duda, esos campos de inter´s (¿o se trataba de algo e m´s que inter´s?) no eran censurables por s´ mismos. Lo mirara como lo a e ı mirase, ser un jugador de ajedrez con el nivel de un gran maestro, o un matem´tico que hab´ devorado centenares de impresionantes libros, no lo a ıa clasificaban autom´ticamente como uno de los ((fiascos de la vida)). a Necesitaba descubrir la verdad, y para conseguirlo llevaba un tiempo ur- diendo un plan del estilo de las aventuras de mis h´roes literarios favoritos, e un proyecto digno de los Siete Secretos de Enyd Blyton, o su alma gemela griega, el ((heroico Ni˜o Fantasma)). Planifiqu´ hasta el ultimo detalle una n e ´ incursi´n en casa de mi t´ durante una de sus expediciones a la instituci´n o ıo o filantr´pica o al club de ajedrez, con el fin de encontrar pruebas palpables o de sus supuestas faltas. Quiso la suerte, sin embargo, que no me viese obligado a cometer un delito para satisfacer mi curiosidad. En mi caso, Mahoma no tuvo que ir a la monta˜a, pues ´sta fue primero a ´l. La respuesta que buscaba lleg´ y, n e e o para decirlo de una manera gr´fica, fue como un inesperado mazazo en la a cabeza. Ocurri´ como sigue: o
  • 7. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 6 Una tarde, mientras estaba solo haciendo los deberes, son´ el tel´fono y o e atend´ ı. Buenas tardes —dijo una desconocida voz masculina—. Llamo de la So- ciedad Hel´nica de Matem´ticas. ¿Puedo hablar con el profesor, por favor? e a Al principio, sin pensar, correg´ al que llamaba. ı —Creo que se equivoca de n´mero. Aqu´ no hay ning´n profesor. u ı u —Ah, lo siento —respondi´ ´l—. Deber´ haber preguntado antes. ¿No o e ıa es ´sa la residencia de la familia Papachristos? e Tuve una s´bita inspiraci´n y me dej´ guiar por ella. u o e —¿Acaso se refiere al se˜or Petros Papachristos? —pregunt´. n e S´ —respondi´ el hombre—. Al profesor Papachristos. ı o ¡Profesor! Perm´ıtame, querido lector, el uso de un desfasado clich´ verbal e en una historia por lo dem´s ins´lita: el auricular estuvo a punto de ca´rseme a o e de la mano. Sin embargo, disimul´ mi sorpresa para no desaprovechar una e oportunidad inesperada. —Ah, no me hab´ dado cuenta de que se refer´ al profesor Papachristos ıa ıa —dije con voz obsequiosa—. Ver´, ´sta es la casa de su hermano, pero como a e el profesor no tiene tel´fono —lo cual era verdad— recibimos las llamadas e para ´l —mentira flagrante. e —En tal caso, ¿podr´ darme su direcci´n? —pregunt´ mi interlocutor, ıa o o pero yo ya hab´ recuperado la compostura y no iba a dejarme vencer f´cil- ıa a mente. Al profesor le gusta preservar su intimidad —repuse con altaner´ ıa—. Tam- bi´n recibimos su correo. e Hab´ dejado al pobre hombre sin alternativa. ıa Entonces tenga la bondad de darme su direcci´n. Queremos enviarle una o invitaci´n de la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas. o e a Durante los d´ siguientes fing´ una enfermedad para estar en casa a la ıas ı hora en que pasaba el cartero. No tuve que esperar mucho. Tres d´ despu´s ıas e de la llamada telef´nica, ten´ en mis manos el precioso sobre. Esper´ hasta o ıa e despu´s de medianoche, cuando mis padres se fueron a dormir, para ir de e
  • 8. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 7 puntillas a la cocina y abrir el sobre con vapor (otra lecci´n aprendida de o mis lecturas infantiles). Desplegu´ la carta y le´ e ı: Se˜or Petros Papachristos n Catedr´tico de An´lisis, r. a a Universidad de M´nich u Distinguido catedr´tico: a Nuestra asociaci´n est´ preparando una sesi´n especial o a o para conmemorar el ducent´simo quincuag´simo aniversario e e del nacimiento de Leonard Euler con una conferencia sobre ((L´gica formal y los cimientos de las matem´ticas)). o a Nos sentir´ ıamos muy honrados, estimado profesor, si usted pudiera asistir y dirigir unas palabras a la Sociedad... De modo que el hombre a quien mi padre calificaba de ((uno de los fiascos de la vida)) era catedr´tico de An´lisis en la Universidad de M´nich (el sig- a a u nificado de la peque˜a r que segu´ al inesperado y prestigioso t´ n ıa ıtulo todav´ıa se me escapaba). En cuanto a las haza˜as del tal Leonhard Euler, a´n recor- n u dado y homenajeado doscientos cincuenta a˜os despu´s de su nacimiento, n e eran un misterio absoluto para m´ ı. El domingo siguiente por la ma˜ana sal´ de casa con mi uniforme de boy n ı scout, pero en lugar de asistir a la reuni´n semanal tom´ un autob´s para o e u Ekali, con la carta de la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas a buen recaudo e a en mi bolsillo. Encontr´ a mi t´ con las mangas de la camisa remangadas, e ıo un viejo sombrero en la cabeza y una pala en las manos, removiendo la tierra del huerto. Se sorprendi´ de verme. o —¿Qu´ te trae por aqu´ —pregunt´. e ı? o Le entregu´ el sobre cerrado. e No deber´ haberte tomado tantas molestias —dijo, casi sin mirar el ıas sobre—. Podr´ haberla enviado por correo. —Sonri´ con cordialidad y ıas o a˜adi´—: Muchas gracias, boy scout. n o — ¿Sabe tu padre que has venido? —Eh... no —balbuce´. e —Entonces ser´ mejor que te acompa˜e a casa. Tus padres deben de estar a n preocupados.
  • 9. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 8 Le dije que no era necesario, pero ´l insisti´. Mont´ en su viejo y desven- e o o cijado ((escarabajo)), sin preocuparse por las botas embarradas, y partimos hacia Atenas. En el camino trat´ m´s de una vez de empezar una conversa- e a ci´n acerca de la invitaci´n, pero ´l desvi´ el tema hacia asuntos irrelevantes, o o e o como el tiempo, la temporada apropiada para podar los ´rboles y los grupos a de boy scouts. Me dej´ en la esquina m´s pr´xima a mi casa. o a o —¿Crees que deber´ subir a excusarte? ıa —No, t´ gracias. No ser´ necesario. ıo, a Sin embargo, necesit´ excusarme. Quiso mi maldita suerte que mi padre e llamara al club para pedirme que recogiera algo en el camino de vuelta, y entonces le informaron de mi ausencia. Ingenuamente solt´ toda la verdad. e Result´ ser la peor decisi´n posible. Si hubiera mentido diciendo que hab´ o o ıa faltado a la reuni´n para fumar furtivamente en el parque, o incluso para o visitar una casa de mala nota, mi padre no se habr´ enfadado tanto. ıa —¿No te he prohibido expresamente mantener cualquier clase de relaci´n o con ese tipo? —grit´, y se le puso la cara tan roja, que mi madre le rog´ que o o pensara en su tensi´n arterial. o —No, padre —respond´ y era verdad—. De hecho, nunca me lo has prohi- ı, bido. ¡Nunca! —Pero ¿no sabes nada de ´l? ¿No te he hablado mil veces de mi hermano e Petros? —Pues s´ me has dicho mil veces que es uno de los ((fiascos de la vida)), ¿y ı, qu´? Aun as´ es tu hermano, mi t´ ¿Acaso es tan grave que le haya llevado e ı ıo. una carta al pobre? Y ahora que lo pienso, no me parece justo llamar ((fiasco)) a un catedr´tico de An´lisis de una universidad importante. a a —Catedr´tico de An´lisis, retirado —gru˜´ mi padre, desvelando el mis- a a no terio de la letra r. Todav´ echando humo por las orejas, pronunci´ sentencia por lo que ca- ıa o lific´ de ((abominable acto de inexcusable desobediencia)). Yo no pod´ creer o ıa la severidad del castigo: durante un mes tendr´ que permanecer confinado ıa en mi habitaci´n a todas horas, salvo las que pasaba en el colegio. Hasta o me servir´ las comidas all´ ¡y no se me permitir´ comunicarme oralmente ıan ı, ıa con ´l ni con mi madre ni con ninguna otra persona! e
  • 10. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 9 Sub´ a mi habitaci´n para empezar a cumplir mi condena sinti´ndome un ı o e M´rtir de la Verdad. a A ultima hora de esa misma noche mi padre llam´ por dos veces suave- ´ o mente a la puerta y entr´. Yo estaba sentado ante mi escritorio, leyendo, y, o obedeciendo sus ´rdenes, ni siquiera lo salud´. Se sent´ delante de m´ en o e o ı, la cama, e intu´ por su expresi´n que algo hab´ cambiado. Parec´ sereno, ı o ıa ıa incluso arrepentido. Lo primero que dijo fue que el castigo que me hab´ ıa impuesto era ((quiz´s un tanto exagerado)) y que lo retiraba y me ped´ a ıa disculpas por sus modales y su conducta, sin precedentes y totalmente im- propia de ´l. Comprend´ que su arrebato de ira hab´ sido injusto. Era e ıa ıa il´gico, a˜adi´, y naturalmente coincid´ con ´l, esperar que yo entendiera o n o ı e algo que nunca se hab´ tomado la molestia de explicarme. Jam´s me hab´ ıa a ıa hablado sinceramente del problema del t´ Petros y hab´ llegado el momen- ıo ıa to de corregir su ((penoso error)). Quer´ hablarme de su hermano mayor. Yo, ıa claro est´, era todo o´ a ıdos. Esto es lo que me cont´: o Desde la m´s tierna infancia el t´ Petros hab´ demostrado un prodigioso a ıo ıa talento para las matem´ticas. En la escuela primaria hab´ impresionado a a ıa sus maestros con su facilidad para la aritm´tica, y en el bachillerato domina- e ba con incre´ pericia abstracciones de ´lgebra, geometr´ y trigonometr´ ıble a ıa ıa. Su padre, mi abuelo, pese a carecer de instrucci´n formal, demostr´ ser un o o hombre progresista. En lugar de orientar a Petros hacia disciplinas m´s a pr´cticas, que lo preparar´ para trabajar a su lado en el negocio familiar, a ıan lo anim´ a seguir los dictados de su coraz´n. Por lo tanto, a una edad pre- o o coz Petros se matricul´ en la Universidad de Berl´ donde se licenci´ con o ın, o matr´ıcula de honor a los diecinueve a˜os. Durante el a˜o siguiente hizo el n n doctorado y entr´ a formar parte del claustro de la Universidad de M´nich, o u en calidad de catedr´tico, a la asombrosa edad de veinticuatro a˜os, convir- a n ti´ndose en el hombre m´s joven que jam´s hab´ ocupado ese puesto. e a a ıa Yo escuchaba con los ojos como platos. —No parece la historia de ((uno de los fiascos de la vida)) —observ´. e —Todav´ no he terminado —me advirti´ mi padre. ıa o En este punto se desvi´ de la historia. Sin que yo lo animara en modo o alguno, me habl´ de s´ mismo, del t´ Anargyros y de los sentimientos de o ı ıo ambos hacia Petros. Los dos hermanos menores hab´ seguido los progresos ıan
  • 11. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 10 de ´ste con orgullo. En ning´n momento se hab´ sentido celosos; al fin y e u ıan al cabo, a ambos les iba muy bien en el colegio, aunque sus conquistas no fueran tan espectaculares como las del genio de su hermano. Sin embargo, nunca hab´ estado muy unidos. Desde la infancia, Petros hab´ sido un so- ıan ıa litario. Mi padre y el t´ Anargyros no hab´ pasado mucho tiempo con ´l, ıo ıan e ni siquiera cuando a´n viv´ en la casa familiar, pues mientras ellos jugaban u ıa con los amigos Petros permanec´ en su habitaci´n resolviendo problemas de ıa o geometr´ Cuando se march´ a estudiar fuera del pa´ el abuelo los obligaba ıa. o ıs, a escribirle cartas de cortes´ (((Querido hermano, estamos bien... etc´tera))), ıa e a las que ´l respond´ de uvas a peras con un lac´nico agradecimiento en e ıa o una postal. En 1925, cuando toda la familia viaj´ a Alemania para verlo, o se comport´ en las pocas reuniones familiares como un aut´ntico extra˜o: o e n distra´ıdo, ansioso, claramente impaciente por volver a lo que fuera que es- tuviese haciendo. Despu´s de eso no volvieron a verlo hasta 1940, cuando e Grecia entr´ en guerra con Alemania y ´l se vio obligado a regresar. o e —¿Para qu´? —pregunt´—. ¿Para alistarse? e e —¡Desde luego que no! Tu t´ nunca tuvo sentimientos patri´ticos... ni de ıo o ninguna otra clase, dicho sea de paso. Cuando se declar´ la guerra, pas´ a o o ser considerado un enemigo extranjero y tuvo que marcharse de Alemania. —¿Y por qu´ no se march´ a otro sitio, como Inglaterra o Estados Unidos, e o a otra universidad importante? Si era un matem´tico tan brillante... a Mi padre me interrumpi´ con un gru˜ido de asentimiento, acompa˜ado o n n de una fuerte palmada en su propio muslo. o ´ —¡Precisamente! —exclam´—. ¡Ese es el quid de la cuesti´n! Ya no era o un gran matem´tico. a —¿Qu´ quieres decir? —pregunt´—. ¿C´mo es posible? e e o Sigui´ una pausa larga y significativa, lo que me indic´ que hab´ o o ıamos llegado a un punto cr´ ıtico de la historia, el punto exacto en que las cosas se pondr´ feas. Mi padre se inclin´ hacia m´ con la frente fruncida en un ıan o ı gesto ominoso y sus siguientes palabras salieron en un murmullo, casi un gemido: —Tu t´ hijo m´ cometi´ el peor de los pecados. ıo, ıo, o —Pero ¿qu´ hizo, pap´? ¡Cu´ntame! ¿Rob´ o mat´ a alguien? e a e o o —No, no, esos delitos son simples travesuras comparados con el suyo. Y te advierto que no soy yo quien lo considera as´ sino los Evangelios, ı,
  • 12. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 11 el propio Dios nuestro Se˜or: ((¡No blasfemar´s contra el Esp´ n a ıritu!)) Tu t´ ıo Petros ech´ margaritas a los cerdos, tom´ algo sublime, grande y sagrado y o o lo profan´ con absoluta desfachatez. o Ante el inesperado giro teol´gico del relato, me puse en guardia. o —¿Qu´ cosa exactamente? e —¡Su don, naturalmente! —respondi´ mi padre—. El don grande y unico o ´ con que Dios lo hab´ bendecido: ¡su prodigioso, inaudito talento para las ıa matem´ticas! El muy idiota lo desperdici´, lo desaprovech´, lo arroj´ a la a o o o basura. ¿Te lo imaginas? El muy ingrato no hizo ning´n trabajo util en el u ´ campo de las matem´ticas. ¡Nunca! ¡Nada! ¡Cero! Finito! Kaputt! a —Pero ¿por qu´? —pregunt´. e e ısima excelencia estaba obsesionada por ((la conjetura Ah, porque su ilustr´ de Goldbach)). —¿Qu´? e Bah, un acertijo absurdo, algo que no le interesa a nadie salvo a un pu˜ado n de ociosos aficionados a los juegos intelectuales. —¿Un acertijo? ¿Como los crucigramas? No, un problema matem´tico, pero no cualquier problema. En teor´ la a ıa, conjetura de Goldbach es el problema m´s dif´ de las matem´ticas. ¿Te a ıcil a haces una idea? Los mayores genios del planeta no han logrado resolverlo, pero el listillo de tu t´ decidi´ a los veinti´n a˜os que ´l lo conseguir´ ıo o u n e ıa... ¡Y procedi´ a desperdiciar su vida entera en el intento! o El razonamiento me confundi´. o ´ —Un momento, padre —dije—. ¿Ese es su crimen? ¿Buscar la soluci´n o del problema m´s dif´ de la historia de las matem´ticas? ¿Hablas en serio? a ıcil a Vaya, ¡es magn´ ıfico, sencillamente fant´stico! a Mi padre me fulmin´ con la mirada. o —Si hubiera conseguido resolverlo, quiz´ ser´ ((magn´ a ıa ıfico)) o ((sencillamente fant´stico)) o lo que t´ quieras, aunque aun as´ seguir´ siendo in´til, desde a u ı ıa u luego. ¡Pero no lo hizo! Empezaba a impacientarse conmigo, a ser el de siempre. —Hijo, ¿sabes cu´l es el secreto de la vida? —pregunt´, ce˜udo. a o n
  • 13. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 12 —No, no lo s´. e Antes de revel´rmelo se son´ la nariz con estruendo en un pa˜uelo de seda a o n con sus iniciales bordadas. El secreto de la vida es fijarse siempre metas alcanzables. Pueden ser f´ci- a les o dif´ ıciles, dependiendo de las circunstancias, tu car´cter y aptitudes, a pero ¡siempre deben ser al-can-za-bles! De hecho, creo que colgar´ un re- e trato del t´ Petros en tu habitaci´n con la inscripci´n: ¡no seguir este ıo o o ejemplo! Mientras escribo esto, en la madurez, me resulta imposible describir la desaz´n que produjo en mi esp´ o ıritu adolescente esta primera aunque ten- denciosa e incompleta versi´n de la historia del t´ Petros. Era evidente que o ıo mi padre me la hab´ relatado como advertencia, pero sus palabras causa- ıa ron exactamente el efecto contrario: en lugar de predisponerme contra su descarriado hermano mayor, me empujaron hacia ´l, como si de repente se e hubiera convertido en una brillante estrella en mi firmamento. Mi descubrimiento me hab´ dejado at´nito. No sab´ qu´ era exactamen- ıa o ıa e te la famosa conjetura de Goldbach (sin duda estar´ fuera del alcance de ıa mi intelecto) y en su momento no me interes´ en averiguarlo. Lo que me e fascinaba era la idea de que mi cordial, retra´ y aparentemente modesto ıdo t´ era en verdad un hombre que, por decisi´n propia, hab´ luchado durante ıo o ıa a˜os en los confines de la ambici´n humana. Ese hombre a quien conoc´ n o ıa desde siempre, que de hecho era un pariente cercano, ¡se hab´ pasado la ıa vida tratando de resolver uno de los problemas m´s dif´ a ıciles de la historia de las matem´ticas! Mientras sus hermanos estudiaban, se casaban, ten´ a ıan hijos y dirig´ el negocio de la familia, desaprovechando su vida junto con ıan el resto de la humanidad an´nima en las rutinas diarias de la subsistencia, o la procreaci´n y el ocio, ´l, como un Prometeo redivivo, se esforzaba por o e echar luz sobre el m´s oscuro e inaccesible rinc´n del conocimiento. a o El hecho de que hubiera fracasado en su intento no s´lo no lo rebajaba o ante mis ojos, sino que, por el contrario, lo elevaba a la m´s alta cumbre de la a excelencia. ¿Acaso la decisi´n de librar la Gran Batalla, aunque uno supiera o que era desesperada, no era el rasgo que defin´ al h´roe rom´ntico ideal? ıa e a Es m´s, ¿en qu´ se diferenciaba mi t´ de Le´nidas y sus tropas espartanas a e ıo o protegiendo las Term´pilas? Los ultimos versos del poema de Cavafis, que o ´ hab´ aprendido en el colegio, se me antojaron ideales para describir al t´ ıa ıo Petros:
  • 14. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 13 ... Pero el mayor honor recae en aquellos que prev´n, e como muchos en efecto prev´n, e que Efialtes el Traidor aparecer´ al fin, a y entonces los persas finalmente podr´n a pasar por el estrecho desfiladero... Aun antes de o´ la historia del t´ Petros, los comentarios despectivos de ır ıo sus hermanos, adem´s de despertar mi curiosidad, me hab´ inspirado pena a ıan (una reacci´n muy diferente, por cierto, de la de mis primos, que se hab´ o ıan adherido por completo al desprecio de su padre). En cuanto me enter´ de e la verdad —y aunque se tratara de una versi´n llena de prejuicios— elev´ a o e mi t´ a la categor´ de modelo. ıo ıa La primera consecuencia fue un cambio en mi actitud ante las clases de Matem´ticas, que hasta entonces encontraba bastante aburridas, y una a notable mejora en mi rendimiento. Cuando lleg´ el siguiente informe escolar o ´ y mi padre vio que mis notas en Algebra, Geometr´ y Trigonometr´ hab´ ıa ıa ıan subido a sobresaliente, enarc´ las cejas en un gesto de perplejidad y me o dirigi´ una mirada extra˜a. Hasta es posible que sospechara algo, pero no o n pod´ enfadarse: ¿c´mo iba a re˜irme por destacar en el colegio? ıa o n En la fecha en que la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas iba a celebrar e a el doscientos cincuenta cumplea˜os de Leonhard Euler me present´ en el n e auditorio antes de hora, lleno de expectaci´n. Aunque las matem´ticas del o a bachillerato no me ayudaban a descifrar su significado preciso, el nombre de la conferencia —((L´gica formal y los cimientos de las matem´ticas))— me o a hab´ intrigado desde el momento en que hab´ le´ la invitaci´n. Hab´ ıa ıa ıdo o ıa o´ hablar de ((recepciones formales)) y de ((simple l´gica)), pero ¿c´mo se ıdo o o combinaban los dos conceptos? Hab´ aprendido que los edificios ten´ ci- ıa ıan mientos, pero... ¿las matem´ticas? a Mientras el p´blico y los conferenciantes ocupaban sus lugares, esper´ en u e vano ver la figura delgada y asc´tica de mi t´ Como deber´ haber imagina- e ıo. ıa do, no asisti´. Yo ya sab´ que nunca aceptaba invitaciones, pero entonces o ıa descubr´ que no estaba dispuesto a hacer excepciones ni siquiera por las ı matem´ticas. a El primer conferenciante, el presidente de la Sociedad, mencion´ su nom- o bre con especial respeto: —Por desgracia, el profesor Petros Papachristos, el matem´tico griego a de fama internacional, no podr´ dirigirse a nosotros debido a una ligera a indisposici´n. o
  • 15. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 14 Sonre´ con suficiencia, orgulloso de ser el unico en el p´blico que sab´ ı ´ u ıa que la ((ligera indisposici´n)) de mi t´ era un subterfugio, una excusa para o ıo preservar su tranquilidad. A pesar de la ausencia del t´ Petros, me qued´ hasta el final de la confe- ıo e rencia. Escuch´ con fascinaci´n un breve resumen de la vida del homenajeado e o (al parecer, Leonhard Euler hab´ marcado un hito en la historia con sus ıa descubrimientos en pr´cticamente todas las ramas de las matem´ticas). Lue- a a go, cuando el conferenciante principal subi´ al estrado y empez´ a hablar o o de ((los fundamentos de las teor´ matem´ticas seg´n la l´gica formal)), me ıas a u o sum´ en un estado de ´xtasis. A pesar de que no entend´ m´s que algunas ı e ı a de sus primeras palabras, mi esp´ ıritu se deleit´ en la poco familiar dicha o de definiciones y conceptos desconocidos, todos s´ ımbolos de un mundo que, aunque misterioso, desde el principio se me antoj´ casi sagrado a causa de su o inconmensurable sabidur´ Los nombres m´gicos, nunca o´ ıa. a ıdos, se suced´ ıan interminablemente, cautiv´ndome con su sublime musicalidad: el problema a del continuo, el aleph, Gottlob Frege, razonamiento inductivo, el programa de Hilbert, verificabilidad y noverificabilidad, pruebas de consistencia, prue- bas de completitud, conjunto de conjuntos, la m´quina de Von Neumann, a la paradoja de Russell, el ´lgebra de Boole... En cierto punto, en medio de a tan embriagadoras olas, tuve la fugaz impresi´n de o´ las importantes pa- o ır labras ((conjetura de Goldbach)), pero antes de que lograra concentrarme, el tema hab´ tomado nuevos derroteros m´gicos: los axiomas de Peano pa- ıa a ra la aritm´tica, el teorema de los n´meros primos, los sistemas abiertos y e u cerrados, m´s axiomas, Euclides, Euler, Cantor, Zen´n, G¨del... a o o Por extra˜o que parezca, la conferencia sobre ((los fundamentos de las n teor´ matem´ticas seg´n la l´gica formal)) obr´ su poderosa magia sobre ıas a u o o mi alma adolescente precisamente porque no revel´ ninguno de los secretos o que hab´ presentado: no s´ si habr´ tenido el mismo efecto si hubiera ıa e ıa explicado sus misterios de manera exhaustiva. Por fin entend´ el cartel ıa situado en la entrada de la Academia de Plat´n: Oudeis ageometretos eiseto o (((prohibida la entrada a los ignorantes en geometr´ ıa))). La moraleja de la tarde emergi´ con claridad cristalina: las matem´ticas eran una disciplina o a infinitamente m´s interesante que resolver ecuaciones de segundo grado o a calcular el volumen de s´lidos, las insignificantes tareas que realiz´bamos en o a el colegio. Sus practicantes viv´ en un aut´ntico para´ conceptual, un ıan e ıso majestuoso reino po´tico inaccesible para el profano. e
  • 16. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 15 Aquella velada en la Sociedad Hel´nica de Matem´ticas fue un momento e a crucial de mi vida. Fue all´ y entonces cuando decid´ convertirme en ma- ı ı tem´tico. a Al final de ese curso lectivo me otorgaron un premio por tener las notas m´s altas en Matem´ticas. Mi padre se jact´ de ello ante el t´ Anargyros... a a o ıo ¡como si pudiera haber hecho otra cosa! Yo hab´ terminado mi pen´ltimo a˜o de bachillerato y mis padres hab´ ıa u n ıan decidido que estudiar´ en una universidad estadounidense. Puesto que el ıa sistema en ese pa´ no exige declarar el principal campo de inter´s del alumno ıs e en el momento de matricularse, tuve la oportunidad de posponer el momento de revelar a mi padre la terrible verdad —pues as´ la calificar´ ´l— durante ı ıa e unos a˜os m´s. (Por suerte, mis dos primos ya hab´ escogido una carrera n a ıan que garantizaba al negocio familiar una nueva generaci´n de empresarios.) o De hecho, lo distraje durante un tiempo con vagos comentarios sobre mis intenciones de estudiar Econ´micas mientras urd´ mi plan: una vez que o ıa estuviera matriculado en la universidad, con el Atl´ntico entero entre yo a y la autoridad de mi padre, podr´ dirigir los estudios hacia mi verdadero ıa Destino. Ese a˜o, en la fiesta de san Pedro y san Pablo, no pude resistirme m´s. En n a cierto momento llev´ al t´ Petros aparte e impulsivamente le confes´ mis e ıo e intenciones. —T´ estoy pensando en estudiar Matem´ticas. ıo, a Mi entusiasmo no produjo una reacci´n inmediata. Mi t´ permaneci´ ca- o ıo o llado e impasible, mir´ndome fijamente con expresi´n muy seria. Me estre- a o mec´ al pensar que aqu´l deb´ de ser el aspecto que ten´ mientras luchaba ı e ıa ıa por desvelar los misterios de la conjetura de Goldbach. —¿Qu´ sabes de matem´ticas, jovencito? —pregunt´ tras un breve silen- e a o cio. No me gust´ su tono, pero prosegu´ de acuerdo con mis planes: o ı —He sido el primero de la clase, t´ Petros. ¡Me han dado el premio del ıo instituto! Por unos instantes pareci´ sopesar esa informaci´n y luego se encogi´ de o o o hombros.
  • 17. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 16 —Es una decisi´n importante —dijo—, que no deber´ tomar sin medi- o ıas tarla antes. ¿Por qu´ no vienes a verme una tarde y hablamos del asunto? e —Luego a˜adi´, innecesariamente—: Ser´ preferible que no se lo dijeras a n o ıa tu padre. Fui a verlo pocos d´ despu´s, en cuanto consegu´ una buena coartada. ıas e ı El t´ Petros me condujo a la cocina y me ofreci´ una bebida fr´ hecha con ıo o ıa cerezas ´cidas de su huerto. Luego se sent´ frente a m´ con aspecto solemne a o ı y profesional. —Veamos, ¿qu´ son las matem´ticas en tu opini´n? —pregunt´. e a o o El ´nfasis en la ultima palabra suger´ que cualquier respuesta que le diera e ´ ıa ser´ equivocada. ıa Balbuce´ una sucesi´n de lugares comunes, como que era ((la m´s su- e o a blime de las ciencias)) y ten´ maravillosas aplicaciones en el campo de la ıa electr´nica, la medicina y la exploraci´n espacial. o o El t´ Petros frunci´ el entrecejo. ıo o —Si te interesan las aplicaciones pr´cticas, ¿por qu´ no estudias inge- a e nier´ O f´ ıa? ısica. Esas ciencias tambi´n est´n relacionadas con cierta clase de e a matem´ticas. a Otra inflexi´n cargada de significado. Era evidente que ´l no ten´ en gran o e ıa estima esa ((clase)) de matem´ticas. Antes de humillarme a´n m´s, decid´ que a u a ı no estaba a su altura y lo admit´ ı. —T´ no puedo explicar el porqu´ con palabras. Lo unico que s´ es que ıo, e ´ e quiero ser matem´tico. Supuse que lo entender´ a ´ ıas... El reflexion´ por unos o instantes y al cabo pregunt´: o —¿Sabes jugar al ajedrez? —Un poco, pero no me pidas que juegue, por favor. S´ muy bien que e perder´ ıa. Petros sonri´. o —No iba a proponerte una partida; s´lo quiero darte un ejemplo que com- o prendas. Mira, las verdaderas matem´ticas no tienen nada que ver con las a aplicaciones pr´cticas ni con los procedimientos de c´lculo que aprendes en a a
  • 18. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 17 el colegio. Estudian conceptos intelectuales abstractos que, al menos mien- tras el matem´tico est´ ocupado con ellos, no guardan relaci´n alguna con a a o el mundo f´ ısico y sensorial. —Me parece bien dije. —Los matem´ticos —prosigui´— encuentran el mismo placer en sus es- a o tudios que los jugadores de ajedrez en el juego. De hecho, desde un punto de vista psicol´gico, el verdadero matem´tico se parece a un poeta o a un com- o a positor musical; en otras palabras, a alguien preocupado por la creaci´n de o belleza y la b´squeda de armon´ y perfecci´n. Es el polo opuesto al hombre u ıa o pr´ctico, el ingeniero, el pol´ a ıtico o... —hizo una pausa, buscando una figu- ra a´n m´s aborrecible en su escala de valores—, claro est´, el hombre de u a a negocios. Si me contaba aquello con el fin de desanimarme hab´ escogido el camino ıa equivocado. —Es precisamente lo que busco, t´ Petros —repuse con entusiasmo—. No ıo quiero ser ingeniero; no quiero trabajar en la empresa de la familia. Quiero enfrascarme en las verdaderas matem´ticas igual que t´... ¡como hiciste con a u la conjetura de Goldbach! ¡Caray! ¡La hab´ fastidiado! Antes de salir hacia Ekali hab´ decidido ıa ıa que no har´ ninguna referencia a la conjetura de Goldbach durante la con- ıa versaci´n; pero en mi entusiasmo hab´ sido lo bastante imprudente para o ıa solt´rselo. a Aunque el t´ Petros permaneci´ impert´rrito, not´ un ligero temblor en ıo o e e su mano. —¿Qui´n te ha hablado de la conjetura de Goldbach? —pregunt´ en voz e o baja. —Mi padre —murmur´. e —¿Y qu´ te dijo exactamente? e —Que intentaste resolverla. —¿S´lo eso? o —Y... que no lo lograste. Su mano dej´ de temblar. o
  • 19. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 18 —¿Nada m´s? a —Nada m´s. a —Mmm... —dijo—. ¿Qu´ te parece si hacemos un trato? e —¿Qu´ clase de trato? e —Esc´chame: yo creo que en matem´ticas, igual que en el arte o en los u a deportes, si uno no es el mejor, no es nada. Un ingeniero de caminos, un abogado o un dentista que sea sencillamente eficaz puede tener una vida pro- fesional creativa y satisfactoria. Sin embargo, un matem´tico medio (natu- a ralmente, no me refiero a un profesor de secundaria, sino a un investigador), es una tragedia andante, una tragedia viviente... —Pero t´ —lo interrump´ ıo ı—, yo no tengo la menor intenci´n de ser un o matem´tico medio. Quiero ser un n´mero uno. a u Mi t´ sonri´. ıo o —Al menos en eso te pareces a m´ Yo tambi´n era demasiado ambicioso. ı. e Pero ver´s, jovencito, no basta con tener buenas intenciones. Este campo a no es como otros, en los que la diligencia siempre tiene una compensaci´n. o Para llegar a la cima en el mundo de las matem´ticas necesitas algo m´s, a a una condici´n absolutamente imprescindible para el ´xito. o e —¿Y cu´l es? a Me dirigi´ una mirada de perplejidad por ignorar lo obvio. o —¡Talento, desde luego! La aptitud natural en su m´xima expresi´n. Nun- a o ca lo olvides: Mathematicus nascitur non fit; el matem´tico nace, no se hace. a Si no tienes esa aptitud especial en los genes, trabajar´s en vano durante to- a da tu vida y un d´ acabar´s siendo un mediocre. Un mediocre distinguido, ıa a quiz´, pero mediocre al fin. a Lo mir´ fijamente a los ojos. e —¿ Cu´l es el trato, t´ a ıo? Titube´ un momento, como si estuviera pens´ndolo. Por fin dijo: o a —No quiero verte haciendo unos estudios que te conducir´n al fracaso a y la desdicha. En consecuencia, te pido que me hagas la firme promesa de que no te convertir´s en matem´tico a menos que descubras que tienes un a a talento extraordinario. ¿Aceptas?
  • 20. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 19 Aquello me desconcert´. o —Pero ¿c´mo puedo determinar eso, t´ o ıo? —No puedes ni necesitas hacerlo —respondi´ con una sonrisita artera—. o Lo har´ yo. e —¿T´? u —S´ Te pondr´ un problema que te llevar´s a casa y tratar´s de resolver. ı. e a a Seg´n lo que hagas con ´l, podr´ juzgar mejor si tienes madera de gran u e e matem´tico. a La propuesta me inspir´ sentimientos contradictorios: detestaba las prue- o bas, pero me fascinaban los retos. —¿Cu´nto tiempo tendr´? —pregunt´. a e e El t´ Petros entorn´ los ojos mientras sopesaba la cuesti´n. ıo o o —Mmm... Bien, digamos que hasta el comienzo del curso lectivo, el pri- mero de octubre. Ser´n casi tres meses. a Ignorante de m´ pens´ que en tres meses era capaz de resolver no uno ı, e sino cualquier n´mero de problemas matem´ticos. u a —¿Tanto? —Bueno, el problema ser´ dif´ —contest´—. No cualquiera puede re- a ıcil o solverlo, pero si tienes dotes para ser un gran matem´tico, lo conseguir´s. a a Naturalmente, deber´s prometer que no pedir´s ayuda a nadie ni consultar´s a a a libros. —Lo prometo —dije. Me mir´ fijamente. o —¿Eso significa que aceptas el trato? Solt´ un profundo suspiro. e —¡Lo acepto! Sin pronunciar una palabra, el t´ Petros se march´ y al cabo de unos ıo o instantes regres´ con l´piz y papel. Adopt´ una actitud expeditiva, de ma- o a o tem´tico a matem´tico, y dijo: a a
  • 21. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 20 —He aqu´ el problema... Supongo que ya sabr´s algo sobre n´meros pri- ı a u mos, ¿no?- —¡Desde luego, t´ Un n´mero primo es un entero mayor que 1 que no ıo! u tiene divisores aparte de s´ mismo y de la unidad. Por ejemplo, 2, 3, 5, 7, ı 11, 13 y as´ sucesivamente. ı Parec´ satisfecho con la exactitud de mi definici´n. ıa o —¡Estupendo! Ahora dime, ¿cu´ntos n´meros primos hay? De pronto, me a u sent´ un ignorante. ı —¿Cu´ntos? a —S´ cu´ntos. ¿No te lo han ense˜ado en el colegio? ı, a n —No. 29 Mi t´ sacudi´ la cabeza con expresi´n de disgusto ante la baja calidad ıo o o de la ense˜anza de matem´ticas en Grecia. n a —De acuerdo, te lo dir´ porque vas a necesitarlo: los n´meros primos e u son infinitos, seg´n demostr´ por primera vez Euclides en el siglo iii antes u o de Cristo. Su prueba es una joya por su belleza y simplicidad. Usando el m´todo de reductio ad absurdum, de reducci´n al absurdo, en primer lugar e o da por sentado lo contrario de lo que desea probar, es decir que los n´meros u primos son finitos. Luego... Con r´pidos y vigorosos trazos en el papel y unas pocas palabras aclara- a torias, el t´ Petros escribi´ para m´ la prueba de nuestro sabio antecesor, ıo o ı d´ndome tambi´n el primer ejemplo de las verdaderas matem´ticas. a e a —... Lo que sin embargo es contrario a nuestra hip´tesis previa —con- o cluy´—. La serie finita lleva a una contradicci´n, ergo los n´meros primos o o u son infinitos. Quod erat demonstrandum. —Eso es fant´stico, t´ —dije, fascinado por el ingenio de la demostra- a ıo ci´n—. ¡Es tan simple! o —S´ —respondi´ con un suspiro—, muy simple, pero no se le ocurri´ a ı o o nadie antes de que Euclides lo demostrara. Piensa en la lecci´n que se oculta o tras esto: a veces las cosas parecen sencillas s´lo en retrospectiva. o Yo no estaba de humor para filosofar.
  • 22. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 21 —Sigue, t´ Ponme el problema que tengo que resolver. Primero lo escri- ıo. bi´ en un papel y luego lo ley´ en voz alta. o o —Quiero que intentes demostrar —dijo— que todo entero par mayor que 2 es igual a la suma de dos primos. Reflexion´ por un instante, rezando con fervor por una inspiraci´n repen- e o tina que me permitiera vencerlo con una soluci´n instant´nea. Sin embargo, o a no lleg´, y me limit´ a decir: o e —¿Eso es todo? T´ Petros sacudi´ un dedo a modo de advertencia. ıo o —¡No es tan sencillo! Para cada caso en particular que puedas considerar, 4 = 2 + 2, 6 = 3 + 3, 8 = 3 + 5, 10 = 3 + 7, 12 = 7 + 5, 14 = 7 + 7, etc´tera, es e obvio, aunque cuanto mayor es el n´mero m´s complicado es el c´lculo. Sin u a a embargo, puesto que los n´meros pares son infinitos, es imposible enfocar u el problema caso por caso. Tendr´s que hallar una demostraci´n general, y a o sospecho que eso te resultar´ m´s dif´ de lo que crees. a a ıcil Me puse en pie. —Por dif´ que sea, lo conseguir´ —afirm´—. Empezar´ a trabajar de ıcil e e e inmediato. Mientras me dirig´ hacia la puerta del jard´ me llam´ por la ventana ıa ın, o de la cocina. —¡Eh! ¿No te llevas el papel con el problema? Soplaba una brisa fresca y aspir´ el aroma de la tierra h´meda. Creo que e u nunca en mi vida, ni antes ni despu´s, me he sentido tan dichoso como en ese e breve instante, ni tan lleno de confianza, expectaci´n y gloriosa esperanza. o —No lo necesito, t´ —grit´—. Lo recuerdo perfectamente: todo entero ıo e par mayor que 2 es igual a la suma de dos primos. Te ver´ el primero de e octubre con la soluci´n. o Su severo recordatorio me lleg´ cuando ya estaba en la calle: o —¡No olvides nuestro trato! —grit´—. ¡S´lo podr´s ser matem´tico si o o a a resuelves el problema! Me esperaba un verano dif´ ıcil.
  • 23. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 22 Por suerte, en los calurosos meses de julio y agosto mis padres siempre me despachaban a casa de mi t´ materno en Pylos. Eso significaba que estar´ ıo ıa fuera de la vista de mi padre y no tendr´ el problema adicional (como si el ıa que el t´ Petros me hab´ dado no fuera suficiente) de hacer mi trabajo en ıo ıa secreto. En cuanto llegu´ a Pylos desplegu´ mis papeles sobre la mesa del e e comedor (en verano siempre com´ ıamos fuera) y declar´ a mis primos que e hasta nuevo aviso no estar´ disponible para ir a nadar, jugar o visitar el ıa teatro al aire libre. Empec´ a trabajar en el problema de la ma˜ana a la e n noche, con m´ ınimas interrupciones. Mi t´ me importunaba con su bondad ıa natural. —Te esfuerzas demasiado, cari˜o. T´matelo con calma. Est´s de vacacio- n o a nes y has venido aqu´ a descansar. ı Sin embargo, yo hab´ decidido que no descansar´ hasta la victoria final. ıa ıa Trabajaba incesantemente, garabateando una p´gina tras otra, enfocando el a problema desde todas las perspectivas posibles. A menudo, cuando estaba demasiado cansado para el razonamiento deductivo abstracto, probaba casos espec´ıficos, pregunt´ndome si el t´ Petros me habr´ tendido una trampa a ıo ıa pidi´ndome que demostrara algo obviamente falso. Despu´s de innumerables e e divisiones hab´ creado una tabla de los primeros cien n´meros primos (una ıa u 1 versi´n primitiva y casera de la criba de Erat´stenes ) que luego proced´ a o o ı sumar, en todas las parejas posibles, para confirmar que el principio era verdadero. Busqu´ infructuosamente, dentro de esos l´ e ımites, un n´mero que u no cumpliera la condici´n requerida, pero todos pod´ expresarse como la o ıan suma de dos primos. En alg´n momento de mediados de agosto, despu´s de trasnochar innu- u e merables d´ y tomar infinidad de caf´s griegos, pens´ durante unas pocas ıas e e horas felices que lo ten´ que hab´ llegado a la soluci´n. Llen´ unas cuantas ıa, ıa o e p´ginas con mi razonamiento y se las envi´ a t´ Petros por correo expreso. a e ıo Llevaba apenas unos d´ saboreando mi triunfo cuando el cartero me ıas trajo un telegrama: Lo unico que has demostrado es que todo n´mero par puede ´ u expresarse como la suma de un primo y un impar, lo cual es obvio. Stop. 1M´todo para localizar los n´ meros primos, inventado por el matem´tico griego Erat´ste- e u a o nes.
  • 24. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 23 Tard´ una semana en recuperarme de mi primer fracaso y el primer golpe e a mi orgullo; pero me recuper´, y aunque con cierto desaliento reanud´ el e e trabajo, esta vez empleando el m´todo de reductio ad absurdum. e ((Supongamos que existe un n´mero par n que no puede expresarse como u la suma de dos primos. Entonces...)) Cuanto m´s trabajaba en el problema, m´s evidente parec´ expresaba a a ıa una verdad fundamental con respecto a los enteros, la materia prima del universo matem´tico. a Pronto empec´ a preguntarme sobre la forma precisa en que los n´meros e u primos est´n distribuidos entre los dem´s enteros o el procedimiento por el a a cual, dado un cierto n´mero primo, nos conduce al siguiente. Sab´ que esa u ıa informaci´n me habr´ resultado extremadamente util en mi tarea y en un o ıa ´ par de ocasiones sent´ la tentaci´n de consultar un libro. Sin embargo, me ı o mantuve fiel a mi promesa de no buscar ayuda externa, y no lo hice. El t´ Petros hab´ dicho que la demostraci´n de Euclides de la infinitud de ıo ıa o los n´meros primos era la unica herramienta que necesitaba para encontrar u ´ la prueba. Sin embargo, no estaba haciendo progresos. A finales de septiembre, pocos d´ antes de empezar mi ultimo curso ıas ´ lectivo, fui otra vez a Ekali, taciturno y desmoralizado. —¿Y bien? —me pregunt´ el t´ Petros en cuanto nos sentamos, des- o ıo pu´s de que yo rechazara con frialdad su brebaje de cerezas ´cidas—. ¿Has e a resuelto el problema? —No —respond´ La verdad es que no lo he hecho. ı—. Lo ultimo que deseaba en ese momento era describir mis fallidos intentos o ´ escuchar c´mo ´l los analizaba para m´ Es m´s; no ten´ ninguna curiosidad o e ı. a ıa por descubrir la soluci´n, la prueba del enunciado. Lo unico que quer´ o ´ ıa era olvidar cualquier cosa relacionada con los n´meros, ya fueran pares o u impares... por no mencionar los primos. Pero el t´ Petros no estaba dispuesto a dejarme escapar f´cilmente. ıo a —Entonces la cuesti´n est´ zanjada —dijo—. Recuerdas nuestro trato, o a ¿verdad?
  • 25. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 24 Encontr´ exasperante esa necesidad de ratificar formalmente su victoria e (dado que, por alguna raz´n, estaba convencido de que me consideraba ven- o cido). Sin embargo, no iba a darle el gusto de que me viera humillado. —Desde luego, t´ y estoy seguro de que t´ tambi´n lo recuerdas. El ıo, u e trato era que no me convertir´ en matem´tico a menos que resolviera el ıa a problema... —¡No! —me interrumpi´ con s´bita vehemencia—. ¡El trato era que a o u menos que resolvieras el problema, har´ la firme promesa de no convertirte ıas en matem´tico! a Lo mir´ con expresi´n ce˜uda. e o n —Exactamente —convine—, y dado que no he resuelto el problema... —Ahora har´s la firme promesa de que no te convertir´s en matem´tico. a a a —Se interrumpi´, dando ´nfasis por segunda vez a las mismas palabras, o e como si su vida (o m´s bien la m´ dependiera de ello. a ıa) —Claro —repuse, esforz´ndome por aparentar indiferencia—, si eso te a complace, te har´ la firme promesa de no convertirme en matem´tico. e a Su voz se volvi´ dura, cruel incluso cuando dijo: o —No se trata de que me complazcas, jovencito, ¡sino de que cumplas tu trato! ¡Tienes que jurarme que te mantendr´s alejado de las matem´ticas! a a Mi malestar se convirti´ de pronto en aut´ntico odio. o e —Muy bien, t´ —dije con frialdad—. Te juro que me mantendr´ alejado ıo e de las matem´ticas. ¿Est´s satisfecho? a a Me puse de pie, pero ´l alz´ la mano en un adem´n amenazador. e o a —¡No tan r´pido! a Con un movimiento r´pido sac´ un papel del bolsillo, lo despleg´ y me lo a o o puso delante de la nariz. Dec´ lo siguiente: ıa Yo, el abajo firmante, estando en plena posesi´n de mis fa- o cultades, por la presente prometo solemnemente que, habida cuenta que no he demostrado una capacidad superior para las matem´ticas y en virtud del acuerdo hecho con mi t´ Petros a ıo,
  • 26. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 25 Papachristos, nunca estudiar´ en una instituci´n de educa- e o ci´n superior con el fin de obtener un t´ o ıtulo en Matem´ticas a ni tratar´ por ninguna otra v´ de desempe˜ar una profesi´n e ıa n o en el campo de las matem´ticas. a Lo mir´ con incredulidad. e —¡Firma! —orden´ mi t´ o ıo. —¿Qu´ sentido tiene esto? —gru˜´ ya sin esforzarme por disimular mis e nı, sentimientos. —Firma —respondi´ sin conmoverse—. ¡Un trato es un trato! o Dej´ su mano extendida, sujetando la estilogr´fica suspendida en el aire, e a saqu´ mi bol´ e ıgrafo y firm´. Sin darle tiempo a decir nada m´s, le arroj´ el e a e papel y corr´ hacia la puerta del jard´ ı ın. —¡Espera! —grit´, pero yo ya estaba en la calle. o Corr´ y corr´ hasta que dej´ de o´ ı ı e ırlo. Entonces me detuve, y todav´ sin ıa aliento, me derrumb´ y llor´ como un ni˜o l´grimas de ira, frustraci´n y e e n a o verg¨enza. u No vi al t´ Petros ni habl´ con ´l durante mi ultimo curso en el instituto, ıo e e ´ y en el mes de junio siguiente busqu´ una excusa para faltar a la visita e familiar a Ekali. Sin duda, mi experiencia del verano anterior hab´ tenido el resultado que ıa el t´ Petros hab´ deseado y previsto. Al margen de mi obligaci´n de cum- ıo ıa o plir con mi parte del ((trato)), hab´ perdido todo deseo de convertirme en ıa matem´tico. Afortunadamente, los efectos secundarios no fueron extremos a ni mi rechazo total, por lo que mi rendimiento en los estudios sigui´ siendo o excelente. En consecuencia, me admitieron en una de las mejores universida- des estadounidenses. En el momento de matricularme declar´ que pensaba e hacer la licenciatura en Econ´micas, una elecci´n que acat´ hasta el tercer o o e 2 a˜o de carrera . Aparte de las asignaturas obligatorias, C´lculo Elemental n a ´ y Algebra Lineal (dicho sea de paso, saqu´ sobresaliente en ambas), no hice e ning´n otro curso de Matem´ticas en mis primeros dos a˜os. u a n 2De acuerdo con el sistema de estudios estadounidense, un estudiante puede hacer los dos primeros cursos en la universidad sin la obligaci´n de declarar un campo de especialidad o o, si lo hace, puede cambiar de opini´n hasta el principio del tercer a˜o. o n
  • 27. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 26 La brillante (al menos al principio) estratagema de t´ Petros se hab´ ıo ıa basado en la aplicaci´n del determinismo absoluto de las matem´ticas a mi o a vida. Hab´ corrido un riesgo, desde luego, pero lo hab´ calculado bien: ıa ıa las probabilidades de que yo descubriera la identidad del problema que me hab´ asignado en los primeros y elementales cursos universitarios de Ma- ıa tem´ticas eran m´ a ınimas. El campo al que pertenece el problema es Teor´ de ıa N´meros, que s´lo se ense˜aba en las asignaturas optativas para aspirantes u o n a la licenciatura en matem´ticas. En consecuencia, era razonable suponer a que, siempre que cumpliera mi promesa, terminar´ mis estudios (y tal vez ıa mi vida) sin descubrir la verdad. La realidad, sin embargo, no es tan fiable como las matem´ticas y las a cosas salieron de otra manera. El primer d´ de mi tercer a˜o me informaron de que el Destino (¿qui´n ıa n e si no puede disponer coincidencias semejantes ?) hab´ decidido que com- ıa partiera mi habitaci´n de la residencia universitaria con Sammy Epstein, o un muchacho canijo de Brooklyn, famoso entre los estudiantes del primer ciclo porque era un prodigio de las matem´ticas. Sammy obtendr´ su t´ a ıa ıtulo ese mismo curso, con apenas diecisiete a˜os, y aunque oficialmente todav´ n ıa no hab´ terminado la licenciatura, todas las asignaturas que cursaba per- ıa tenec´ al doctorado. De hecho, ya hab´ empezado a trabajar en su tesis ıan ıa doctoral en Topolog´ Algebraica. Convencido de que a esas alturas todas las ıa heridas causadas por mi breve y traum´tica historia de matem´tico hab´ a a ıan cicatrizado, me sent´ encantado, incluso divertido, al descubrir la identidad ı de mi nuevo compa˜ero de cuarto. En nuestra primera noche juntos, mien- n tras cen´bamos en el comedor de la universidad para conocernos mejor, le a dije con naturalidad: —Puesto que eres un genio de las matem´ticas, Sammy, estoy seguro de a que podr´s probar con facilidad que todo n´mero par mayor que 2 es la a u suma de dos primos. Se ech´ a re´ o ır. —Si pudiera probar eso, t´ no estar´ aqu´ cenando contigo; ya ser´ ıo, ıa ı ıa catedr´tico, quiz´s incluso tendr´ la medalla Fields, el Nobel de las ma- a a ıa tem´ticas. a Antes de que terminara de hablar, en un instante de revelaci´n, adivin´ la o e horrible verdad. Sammy la confirm´ con sus siguientes palabras: o
  • 28. El Tio Petros y la Conjetura de Goldbach. Ap´stolos Doxiadis o 27 —La afirmaci´n que acabas de hacer es la conjetura de Goldbach, ¡uno de o los problemas irresueltos m´s dif´ a ıciles de todos los campos de las matem´ti- a cas! Mis reacciones pasaron por las fases denominadas (si no recuerdo mal lo que aprend´ en Psicolog´ Elemental en la universidad) ((las cuatro etapas ı ıa del duelo)): negaci´n, ira, depresi´n y aceptaci´n. o o o De ellas, la primera fue la que dur´ menos. o —No... ¡no es posible! —tartamude´ en cuanto Sammy hubo terminado e de pronunciar las horribles palabras. A´n ten´ la esperanza de haberle u ıa entendido mal. —¿Qu´ quieres decir con que no es posible? —pregunt´—. ¡Lo es! La e o conjetura de Goldbach, que as´ se llama la hip´tesis, pues nunca ha sido ı o demostrada, es que todos los n´meros pares son la suma de dos primos. u Lo afirm´ por primera vez un matem´tico llamado Goldbach en una carta o a dirigida a Euler3. Aunque se ha demostrado que es verdad incluso en n´meros u primos alt´ ısimos, nadie ha conseguido formular una prueba general. No escuch´ las palabras siguientes de Sammy, porque ya hab´ pasado a e ıa la fase de la ira. —¡ Maldito cabr´n! —exclam´ en griego—. ¡Hijo de puta! ¡Que Dios lo o e condene! ¡Que se pudra en el infierno! Mi nuevo compa˜ero de cuarto, totalmente estupefacto ante el hecho de n que una hip´tesis de teor´ de n´meros pudiera provocar semejante arrebato o ıa u de pasi´n mediterr´nea, me rog´ que le contara qu´ me pasaba; pero yo no o a o e estaba en condiciones de dar explicaciones. Ten´ diecinueve a˜os y hasta entonces hab´ llevado una vida protegida ıa n ıa de los peligros del mundo. Aparte de un vaso de whisky que hab´ bebido con ıa mi padre para celebrar ((entre hombres adultos)) mi graduaci´n del instituto o y de los obligatorios sorbos de vino para brindar en la boda de un pariente u otro, nunca hab´ probado el alcohol. Por lo tanto, las exorbitantes canti- ıa dades que inger´ esa noche en un bar cercano a la universidad (empec´ con ı e 3De hecho, la carta de Christian Goldbach, fechada en 1742, contiene la conjetura de que ((todo entero puede expresarse como la suma de tres n´meros primos)). No obstante, si u esto es verdad, en el caso de los enteros pares uno de esos tres primos ser´ el 2 (la suma a de tres primos impares ser´ necesariamente impar, y 2 es el unico n´mero primo par). El a ´ u corolario l´gico de lo anterior es que todo entero par es la suma de dos n´meros primos. o u Sin embargo, ir´nicamente, no fue Goldbach sino Euler quien formul´ la conjetura que o o lleva el nombre del primero; un hecho poco conocido, incluso entre los matem´ticos. a