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26/03
Fue aquel 25 de marzo de 1999, yo viajaba por un claro a las afueras de la ciudad de Rio Gallegos.
Cuando me dirigía de regreso a la ciudad de Buenos Aires a continuar con mi rutinaria y aburrida
vida luego de un intenso viaje para conocer el sur del País.
Llegando a Bariloche, note que el auto estaba andando mal. Pues era obvio luego de a ver
recorrido tanta distancia sin darle descanso alguno. Decidí parar en un restaurant que logre divisar
a través de la intensa niebla que se alojaba en el lugar. Al momento en que llegue eran como las
3:00 o 3:30 A.M. Recuerdo que al bajarme del auto pise un charco congelado y patine cayendo
muy alborotadamente al piso, y como un resorte me incorpore a las puteadas. Cuando me di
vuelta había dos niños riendo por lo bajo, lo cual me sorprendió ya que era muy tarde para que
dos niños estén solos en la ruta a esa hora de la madrugada. Pues bien hice caso omiso y me
encamine hacia el restaurant. Al entrar había una mujer y un hombre no muy grandes (tendrían
unos 60 o 70 años, aproximadamente). Muy amablemente me preguntaron qué era lo que
necesitaba y les comente la situación. El hombre se ofreció en llevarme a la ciudad (fue buen
gesto de su parte) mientras que la mujer me preparaba un pedazo de carne con papas que
resultó ser el mejor que probé en mi vida. Bien, momentos más tarde me encontraba arriba de mi
auto siendo remolcado por el dueño del restaurant hacia la ciudad. Me dio la dirección de una
posada en la que podía pasar el resto de la noche y al otro día buscar un taller mecánico para
reparar mi auto, ya que a esta hora no encontraría nada (y claro quién me atendería a las 4:30 de
la madrugada). Así me dirigí a la posada que el buen hombre (creo que se llamaba Carlos, si mal no
recuerdo) me había recomendado. Resulto que la posada era muy linda, muy bien cuidada, y con
un diseño muy particular. Aún recuerdo el largo pasillo que me llevo a mi habitación (habitación
37, para ser exactos) y la grieta al final de la pared que pareciera que dividía a la posada en dos
partes (ese fue el único detalle que encontré en el lugar). Al día siguiente desperté con un golpe
en la puerta, y una voz que gritaba, el desayuno estará en treinta minutos en el comedor central.
Sabiendo eso y casi desfalleciendo de hambre corrí hacia el lugar. Una vez terminado el
contundente desayuno, me fui hacia la habitación a recoger mis cosas y salí de la posada en busca
de un taller mecánico. Encontré uno que estaba un poco retirado de la ciudad pero me pareció
bueno a simple vista. Tras un rato de hablar con el dueño del taller decidí dejar mi auto en sus
manos, y me dijo que regrese de tarde y que ya iba a estar listo. Entonces aproveche el tiempo
para pasear por la ciudad. Si alguna vez están por Bariloche no olviden probar su chocolate,
es el más exquisito que he probado. Ya siendo las 7 de la tarde y después de haber recorrido la
ciudad, decidí ir por mi auto. Al llegar el auto estaba estacionado a un costado del taller. Me
dirigí hacia el dueño del taller y me dijo que el auto ya estaba listo que solo había sido una
pavada y que no me cobraría por eso. Yo insistí para que me cobrase pero él estaba empeñado en
no hacerlo.
Ya con mi auto arreglado (y hasta parecía que andaba mejor que antes), Salí con destino a mi
ciudad.
Solo había manejado un par de horas y ya estaba anocheciendo cuando comenzó a llover de
repente. Decidí seguir el mismo ritmo que llevaba ya que debía llegar rápido para volver al
trabajo. La lluvia no cesaba y por el contrario, se hizo aún más intensa, tanto que no se podía ver
ni a 200 metros. De repente un veo que un auto venía a gran velocidad frente a mí, y como si
fuera poco POR MI MISMO CARRIL, comencé a bajar la velocidad arduamente hasta detener el
auto por completo y arrojándolo sobre la banquina. El auto paso a gran a la misma velocidad como
si nada hubiera pasado. Yo creo que el hombre que manejaba debía estar alcoholizado o ser
demasiado inconsciente para hacer eso. En ese momento tuve una especie de “sueño lucido” en el
que una persona perdía la vida en un accidente de tránsito y pensé que debía ser solo un pasaje
por el susto que había recibido previamente. Ya pasado el “shock” retome la ruta a la misma
velocidad a la que ya venía (si, lo sé, soy un inconsciente también al manejar a tal velocidad en una
ruta tan peligrosa y con una lluvia tan intensa).
Ya de noche y aun con la lluvia sobre mí, divise a un costado de la ruta la figura de una persona.
Fui disminuyendo la marcha y arrojándome lentamente a un costado para ver si era lo que yo
creía. Al acercarme vi a una joven, de unos 22 o 23 años. Estaba completamente empapada (con
tanta lluvia era obvio, y parecía que hacía mucho que estaba allí). Me pare con el auto a la par de
ella y estire mi brazo para abrir la puerta. Ella se asomó por la puerta y solo me miro. Tenía los ojos
llenos de emociones, una sonrisa enorme que dejaba lucir su dentadura blanca como la nieve de la
ciudad que había dejado detrás, sus labios era rojos pasión, su pelo tan largo enmarañado por el
viento y la lluvia pero aun así lleno de magia y aventura. Parecía estar disfrutando de lo que estaba
pasando. Aun sin saber porque le hice un gesto con la mano para que se sentase, parecía estar
esperándolo, porque al momento de hacerlo se sentó rápidamente, cerró la puerta con mucho
cuidado y sin decir nada yo tome una toalla, que de casualidad tenia tirada en la parte trasera de
mi auto y le di para que se secase.
Así como si nada hubiera pasado enderece la marcha y tome rumbo nuevamente. Estuvimos
mucho tiempo sin decir nada. Es como si ella confiara plenamente en mí. Como si estuviera
dispuesta a ir donde yo valla. Paso bastante tiempo antes de que alguno de los dos dijera algo
hasta que de repente la joven rompió el silencio. Savia que nunca me dejarías –dijo. Yo la mire
asombrado al decir eso, y me pregunte porque lo dijo. Ella miraba por la ventanilla, y sin mirar
hacia mi lado volvió a hablar – gracias por recogerme ya empezaba a tener algo de frio hay fuera -.
Yo no pude decir una sola palabra. Es que había quedado atónito por su primera frase, solo pude
soltar una leve risa. Es que las palabras no me salían. Cuando me puse a pensar en su voz me
resulto un tanto familiar, como si ya la conociera de hace un tiempo atrás. A su vez me hizo
encontrar una paz enorme, era una voz especial, era de esas voces que te hacen olvidar de todo y
hacen que ya nada te importe. Definitivamente era una joven perfecta. Todo tenia armonía en ella
(o por lo menos lo que había llegado a ver y oír) solo bastaron uno par de kilómetros más para que
comenzáramos a intercambiar algunas palabras. Me dijo que estaba de camino a Buenos Aires y que
quería vivir la experiencia de viajar “a dedo”. Me conto también que era actriz y que por eso quería
viajar a la capital ya que estaba segura que iba a conseguir un papel en una obra teatral importante.
Yo me ofrecí en llevarla ya que también iba hacia Buenos Aires, y le prometí funcionar de contacto
entre ella y el mundo del espectáculo para conseguirle un lugar. En ese momento cruzamos una
mirada interminable. Fueron solo segundos, (ya que ambos nos sonrojamos y miramos a lados
distintos) pero fueron los segundos más largos de mi vida. En ese momento volvió a mirar la
ventanilla y dijo algo que me llamo aún más la atención – jaja – (sonrió con
picardía) – sabía que volvería a elegirte, y tú a mí –. Yo nuevamente quede atónito y ella agrego. nuevamente en el principio -.
Ya una vez en Buenos Aires, le pregunte si tenía donde quedarse. Me dijo que creía tener una tía
viviendo aquí pero que no estaba segura si seguía con vida, ya que hacía mucho tiempo que no
tenía contacto con ella, y la última vez que la vio la pobre ya era muy vieja. Yo sin saber aún
porque ni como, le ofrecí que parara en mi departamento por un tiempo hasta que pueda
conseguir algo para ella. Acepto inmediatamente y me dio un abrazo, como si me conociera de
toda la vida. Yo no lograba comprender porque había hecho tal locura. ¿Invitar a una extraña que
había conocido hace horas atrás a quedarse en mi departamento?, ¿a quién se le ocurriría algo así?
Pero no sé qué me llevo a hacerlo, es que sentía que le debía algo. Sentía como si una cosa rara,
no sé qué, me incitara a ser amable con ella y cuidarla.
El tiempo paso y ella y yo cada vez nos acercamos más. Trinidad, ese es su nombre. El nombre más
hermoso que escuche en mi vida. Es una persona, tan llena de luz, de paz. Trajo la armonía
perfecta a mí. Nos complementamos tan bien. Es como su locura y forma de ser extrovertida me
llenara el espacio que tanto hace que tenía vacío.
Tras dos años de convivencia decidimos ir un fin de semana a las sierras y alquilar una cabaña para
pasar el fin de semana. Estábamos abrazados y viendo la lluvia por la ventana abatir fuertemente
contra el piso y como el crepúsculo caía ante el imponente horizonte cuando de repente un
recuerdo vino a mi cabeza. Fue aquel “sueño lucido” que había tenido el día en que conocí a
Trinidad. Pero esta vez fue muy distinto. En esta ocasión la veía el cuerpo de Trinidad sin vida a un
costado de la ruta, y dentro de un auto que estaba unos metros más atrás con el cuerpo atrapado
entre una maza de metales y plásticos en lo que había quedado convertido el auto, mi cuerpo.
En ese momento no entendí de lo que se trataba y al darme cuenta ya no estaba en la
cabaña. Me encontraba en una casa destruida y venida abajo llena de telarañas por todos lados, y
un portarretratos lleno de polvo sobre una meza ajada y vieja. Aun sin entender de qué se trataba
todo esto lo tome y vi una foto en la que estábamos Trinidad y yo. Y no solo eso, sino también había
dos niños pequeños junto a nosotros. Junto a este, un diario cuyo titular decía: “Dos personas
pierden la vida en trágico accidente”. Sin entender nada salí corriendo de ese lugar tratando de
encontrar a Trinidad e intentando comprender un poco todo lo que pasaba. Al abrir la puerta que
me llevaría a la calle, me encontré con algo que no esperaba. Un parque enorme en el cual había
dos lapidas una llevaba mi nombre y la otra, el de Trinidad. En ese momento fue cuando todo me
cerro, los niños, Carlos y su mujer, las palabras de la joven, el porqué de sentirme tan cómodo con
ella, el porqué de ayudarla. Éramos ella y yo.
Debajo de cada lapida había una inscripción que decía:
“Joaquín y Trinidad, amados padres, amigos e hijos. Nunca los olvidaremos. 26/03/1999”.
Y solo en ese momento entendí que ya había vivido mi vida.

Jonathan Aschemager
07/08/2012

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  • 2. 26/03 Fue aquel 25 de marzo de 1999, yo viajaba por un claro a las afueras de la ciudad de Rio Gallegos. Cuando me dirigía de regreso a la ciudad de Buenos Aires a continuar con mi rutinaria y aburrida vida luego de un intenso viaje para conocer el sur del País. Llegando a Bariloche, note que el auto estaba andando mal. Pues era obvio luego de a ver recorrido tanta distancia sin darle descanso alguno. Decidí parar en un restaurant que logre divisar a través de la intensa niebla que se alojaba en el lugar. Al momento en que llegue eran como las 3:00 o 3:30 A.M. Recuerdo que al bajarme del auto pise un charco congelado y patine cayendo muy alborotadamente al piso, y como un resorte me incorpore a las puteadas. Cuando me di vuelta había dos niños riendo por lo bajo, lo cual me sorprendió ya que era muy tarde para que dos niños estén solos en la ruta a esa hora de la madrugada. Pues bien hice caso omiso y me encamine hacia el restaurant. Al entrar había una mujer y un hombre no muy grandes (tendrían unos 60 o 70 años, aproximadamente). Muy amablemente me preguntaron qué era lo que necesitaba y les comente la situación. El hombre se ofreció en llevarme a la ciudad (fue buen gesto de su parte) mientras que la mujer me preparaba un pedazo de carne con papas que resultó ser el mejor que probé en mi vida. Bien, momentos más tarde me encontraba arriba de mi auto siendo remolcado por el dueño del restaurant hacia la ciudad. Me dio la dirección de una posada en la que podía pasar el resto de la noche y al otro día buscar un taller mecánico para reparar mi auto, ya que a esta hora no encontraría nada (y claro quién me atendería a las 4:30 de la madrugada). Así me dirigí a la posada que el buen hombre (creo que se llamaba Carlos, si mal no recuerdo) me había recomendado. Resulto que la posada era muy linda, muy bien cuidada, y con un diseño muy particular. Aún recuerdo el largo pasillo que me llevo a mi habitación (habitación 37, para ser exactos) y la grieta al final de la pared que pareciera que dividía a la posada en dos partes (ese fue el único detalle que encontré en el lugar). Al día siguiente desperté con un golpe en la puerta, y una voz que gritaba, el desayuno estará en treinta minutos en el comedor central. Sabiendo eso y casi desfalleciendo de hambre corrí hacia el lugar. Una vez terminado el contundente desayuno, me fui hacia la habitación a recoger mis cosas y salí de la posada en busca de un taller mecánico. Encontré uno que estaba un poco retirado de la ciudad pero me pareció bueno a simple vista. Tras un rato de hablar con el dueño del taller decidí dejar mi auto en sus manos, y me dijo que regrese de tarde y que ya iba a estar listo. Entonces aproveche el tiempo para pasear por la ciudad. Si alguna vez están por Bariloche no olviden probar su chocolate, es el más exquisito que he probado. Ya siendo las 7 de la tarde y después de haber recorrido la ciudad, decidí ir por mi auto. Al llegar el auto estaba estacionado a un costado del taller. Me dirigí hacia el dueño del taller y me dijo que el auto ya estaba listo que solo había sido una pavada y que no me cobraría por eso. Yo insistí para que me cobrase pero él estaba empeñado en no hacerlo. Ya con mi auto arreglado (y hasta parecía que andaba mejor que antes), Salí con destino a mi ciudad. Solo había manejado un par de horas y ya estaba anocheciendo cuando comenzó a llover de repente. Decidí seguir el mismo ritmo que llevaba ya que debía llegar rápido para volver al
  • 3. trabajo. La lluvia no cesaba y por el contrario, se hizo aún más intensa, tanto que no se podía ver ni a 200 metros. De repente un veo que un auto venía a gran velocidad frente a mí, y como si fuera poco POR MI MISMO CARRIL, comencé a bajar la velocidad arduamente hasta detener el auto por completo y arrojándolo sobre la banquina. El auto paso a gran a la misma velocidad como si nada hubiera pasado. Yo creo que el hombre que manejaba debía estar alcoholizado o ser demasiado inconsciente para hacer eso. En ese momento tuve una especie de “sueño lucido” en el que una persona perdía la vida en un accidente de tránsito y pensé que debía ser solo un pasaje por el susto que había recibido previamente. Ya pasado el “shock” retome la ruta a la misma velocidad a la que ya venía (si, lo sé, soy un inconsciente también al manejar a tal velocidad en una ruta tan peligrosa y con una lluvia tan intensa). Ya de noche y aun con la lluvia sobre mí, divise a un costado de la ruta la figura de una persona. Fui disminuyendo la marcha y arrojándome lentamente a un costado para ver si era lo que yo creía. Al acercarme vi a una joven, de unos 22 o 23 años. Estaba completamente empapada (con tanta lluvia era obvio, y parecía que hacía mucho que estaba allí). Me pare con el auto a la par de ella y estire mi brazo para abrir la puerta. Ella se asomó por la puerta y solo me miro. Tenía los ojos llenos de emociones, una sonrisa enorme que dejaba lucir su dentadura blanca como la nieve de la ciudad que había dejado detrás, sus labios era rojos pasión, su pelo tan largo enmarañado por el viento y la lluvia pero aun así lleno de magia y aventura. Parecía estar disfrutando de lo que estaba pasando. Aun sin saber porque le hice un gesto con la mano para que se sentase, parecía estar esperándolo, porque al momento de hacerlo se sentó rápidamente, cerró la puerta con mucho cuidado y sin decir nada yo tome una toalla, que de casualidad tenia tirada en la parte trasera de mi auto y le di para que se secase. Así como si nada hubiera pasado enderece la marcha y tome rumbo nuevamente. Estuvimos mucho tiempo sin decir nada. Es como si ella confiara plenamente en mí. Como si estuviera dispuesta a ir donde yo valla. Paso bastante tiempo antes de que alguno de los dos dijera algo hasta que de repente la joven rompió el silencio. Savia que nunca me dejarías –dijo. Yo la mire asombrado al decir eso, y me pregunte porque lo dijo. Ella miraba por la ventanilla, y sin mirar hacia mi lado volvió a hablar – gracias por recogerme ya empezaba a tener algo de frio hay fuera -. Yo no pude decir una sola palabra. Es que había quedado atónito por su primera frase, solo pude soltar una leve risa. Es que las palabras no me salían. Cuando me puse a pensar en su voz me resulto un tanto familiar, como si ya la conociera de hace un tiempo atrás. A su vez me hizo encontrar una paz enorme, era una voz especial, era de esas voces que te hacen olvidar de todo y hacen que ya nada te importe. Definitivamente era una joven perfecta. Todo tenia armonía en ella (o por lo menos lo que había llegado a ver y oír) solo bastaron uno par de kilómetros más para que comenzáramos a intercambiar algunas palabras. Me dijo que estaba de camino a Buenos Aires y que quería vivir la experiencia de viajar “a dedo”. Me conto también que era actriz y que por eso quería viajar a la capital ya que estaba segura que iba a conseguir un papel en una obra teatral importante. Yo me ofrecí en llevarla ya que también iba hacia Buenos Aires, y le prometí funcionar de contacto entre ella y el mundo del espectáculo para conseguirle un lugar. En ese momento cruzamos una mirada interminable. Fueron solo segundos, (ya que ambos nos sonrojamos y miramos a lados distintos) pero fueron los segundos más largos de mi vida. En ese momento volvió a mirar la ventanilla y dijo algo que me llamo aún más la atención – jaja – (sonrió con
  • 4. picardía) – sabía que volvería a elegirte, y tú a mí –. Yo nuevamente quede atónito y ella agrego. nuevamente en el principio -. Ya una vez en Buenos Aires, le pregunte si tenía donde quedarse. Me dijo que creía tener una tía viviendo aquí pero que no estaba segura si seguía con vida, ya que hacía mucho tiempo que no tenía contacto con ella, y la última vez que la vio la pobre ya era muy vieja. Yo sin saber aún porque ni como, le ofrecí que parara en mi departamento por un tiempo hasta que pueda conseguir algo para ella. Acepto inmediatamente y me dio un abrazo, como si me conociera de toda la vida. Yo no lograba comprender porque había hecho tal locura. ¿Invitar a una extraña que había conocido hace horas atrás a quedarse en mi departamento?, ¿a quién se le ocurriría algo así? Pero no sé qué me llevo a hacerlo, es que sentía que le debía algo. Sentía como si una cosa rara, no sé qué, me incitara a ser amable con ella y cuidarla. El tiempo paso y ella y yo cada vez nos acercamos más. Trinidad, ese es su nombre. El nombre más hermoso que escuche en mi vida. Es una persona, tan llena de luz, de paz. Trajo la armonía perfecta a mí. Nos complementamos tan bien. Es como su locura y forma de ser extrovertida me llenara el espacio que tanto hace que tenía vacío. Tras dos años de convivencia decidimos ir un fin de semana a las sierras y alquilar una cabaña para pasar el fin de semana. Estábamos abrazados y viendo la lluvia por la ventana abatir fuertemente contra el piso y como el crepúsculo caía ante el imponente horizonte cuando de repente un recuerdo vino a mi cabeza. Fue aquel “sueño lucido” que había tenido el día en que conocí a Trinidad. Pero esta vez fue muy distinto. En esta ocasión la veía el cuerpo de Trinidad sin vida a un costado de la ruta, y dentro de un auto que estaba unos metros más atrás con el cuerpo atrapado entre una maza de metales y plásticos en lo que había quedado convertido el auto, mi cuerpo. En ese momento no entendí de lo que se trataba y al darme cuenta ya no estaba en la cabaña. Me encontraba en una casa destruida y venida abajo llena de telarañas por todos lados, y un portarretratos lleno de polvo sobre una meza ajada y vieja. Aun sin entender de qué se trataba todo esto lo tome y vi una foto en la que estábamos Trinidad y yo. Y no solo eso, sino también había dos niños pequeños junto a nosotros. Junto a este, un diario cuyo titular decía: “Dos personas pierden la vida en trágico accidente”. Sin entender nada salí corriendo de ese lugar tratando de encontrar a Trinidad e intentando comprender un poco todo lo que pasaba. Al abrir la puerta que me llevaría a la calle, me encontré con algo que no esperaba. Un parque enorme en el cual había dos lapidas una llevaba mi nombre y la otra, el de Trinidad. En ese momento fue cuando todo me cerro, los niños, Carlos y su mujer, las palabras de la joven, el porqué de sentirme tan cómodo con ella, el porqué de ayudarla. Éramos ella y yo. Debajo de cada lapida había una inscripción que decía: “Joaquín y Trinidad, amados padres, amigos e hijos. Nunca los olvidaremos. 26/03/1999”. Y solo en ese momento entendí que ya había vivido mi vida. Jonathan Aschemager 07/08/2012