SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 116
Kanú
Antonio Prada Fortul

Cartagena de Indias 27 de Julio
de 2.007

1
Dedicatoria:
A la princesa yoruba que amo,
A Francia y Máximo, que Ibaé Iban Tonú

2
Contenido
Dedicatoria
Agradecimientos
Prólogo
Introducción
Glosario
Bibliografía

Pag……….2
Pag………3
Pag……….4
Pag……….
Pag……….
Pag……….

Capítulo 1º…..…….Kanú
Capítulo 2º………...Un cadáver en el galeón
Capítulo 3º…………La aldea de Kanú
Capítulo 4º………...Kanú es conducido a una aldea desconocida
Capítulo 5º…………Atacan los tratantes portugueses
Capítulo 6º…………Kanú regresa al galeón
Capítulo 7º…………Regresan los guerreros
Capítulo 8º…………Tambacounda
Capítulo 9º…………Se acerca el regreso
Capítulo 10º………..Se hunde el galeón
Capítulo 11º………..Kima
Capítulo 12º…………Culmina la epopeya
Capítulo 13º…………Bienvenido a casa guerrero

3
Yemayá
¿Quién es divino cantor... esa etérea figura
Que sobre la marina alfombra flota?
¿Esa A quién juguetones delfines
y plateados cardúmenes
Espejeando en la superficie rodean?
¿Dime quién es, amado anacoreta... esa que a su
paso
Hace inclinar de adoración reverente los verdes
palmares?
Ella... osado mortal, es de los mares y corales
la reina de reinas
Ella es Yemayá.
Antonio Prada Fortul
4
Contraportada
De l’expérience du gouffre, del autonombramiento y del derecho/obligación
de memoria
¡Kanú! Suena a secular lugar y nombre de Nigeria.
Subsume el cuerpo y el santuario de deidades africanas llamadas Orishas/orichas
¡Kanú! Es l’expérience du gouffre, la experiencia del abismo tal y como la
cuenta Édouard Glissant en Poétique de la relation (1990). Es aquella travesía
forzada entre cadenas, hierro y rejas donde todo se pierde en el abismo del
Atlántico. Donde también el Atlántico se vuelve a la vez una matriz de identidad
reconstruida.
En esta novela epónima de Antonio Prada Fortul, Kanú es la alegoría de una
identidad reconstruida a base de libertad reapropiada. La de nombrarse y advenir
al mundo por el acto sagrado y religioso mismo de bautizarse y autodefinirse.
Kanú es la historia novelada de un héroe negro de las Américas cuya hazaña
viene oculta
por el mainstream (cultura dominante) colombiano o
latinoamericano. Se podría leer como una novela de trazas que nos lleva hacia
una historia transatlántica hecha de todas las historias negras: de África y de la
Diáspora Africana. Pues Kanú viene tanto de la Casamance/Casamanse
(Senegal) como de Kanú (Nigeria). Kanú es pueblo congo, mandinga, lucumí,
carabalí. Kanú es la negación de cualquier tipo de servidumbre, ya sea en
altamar o en tierra firme. Kanú son todas las figuras negras presentes y pasadas,
aquellas que rompieron las cadenas y lideraron los cimarronajes. De Yanga de
México al gran rey Benkos Biojó de Colombia; de Macandal, Dessalines,
Bouckman a Toussaint Louverture en Haití.
Kanú transcribe la voz de Gens de la parole (Sory Camara), es decir los Griots
africanos. Aquella transhumante gente depositaria de la historia milenaria de África
y que hoy, representa igualmente el contradiscurso poscolonial ante la historia
oficial falsificada o mi(s)tificada. Desde este punto de vista incluso, Kanú sería un
eco diaspórico –entre otros- de la novela “griotizada” En attendant le vote des
bêtes sauvages (Esperando el voto de las bestias salvajes) del escritor
marfileño Ahmadou Kourouma.
Antonio Prada Fortul, el escritor palenquero, ofrece finalmente en Kanú el
cuaderno de otra vuelta al país natal, a la tierra africana. La vuelta a la libertad
confiscada por l’expérience du gouffre atlántico. No suena a nostalgia ni a
recorrido del estilo de Marcus Garvey sino más bien a derecho/obligación de
memoria. Surge como un llamamiento a toda la diáspora negra a buscar en las
gestas pasadas, los elementos fundadores de su identidad, su historia y sus
valores, a la hora de construir unas naciones multiculturales deseadas pero no
reales todavía.
Clément Akassi
Howard University Washington, DC El 26 de Abril de 2011
Maceio 29 de Enero de 2.011

5
Prólogo a Kanú
Autor: Ledo Ivo
En el otoño de mi vida siempre afirmé que pocas cosas podían abrirme las puertas
del entusiasmo y despertar mis emociones como latinoamericano orgulloso de mi
origen africano.
De eso estaba convencido hasta que leí “Kanú”, el libro de Antonio Prada
Fortul, este iniciado yoruba que revivió en mi interior la beligerancia indómita de
mis años mozos cuando en compañía del fallecido maestro Jorge Amado y otros
jóvenes contestatarios e inconformes con dictaduras que laceraron nuestros
pueblos, liderábamos desde muchos estadios del pensamiento, movimientos anti
apartheid y luchábamos por el legítimo derecho de la inclusión del afroamericano
en todas las instancias que dirigen nuestros países latinoamericanos.
Aunque ya tarde para el maestro Jorge Amado que no pudo disfrutar ese
inolvidable momento cuando fue elegido Barack Obama como presidente de los
norteamericanos. Esa elección me indicó lo pertinente de nuestra lucha.
Mas que novela, esta bella oda histórica es un canto sacral, cuyo protagonista es
“Kanú” un joven guerrero de la etnia yoruba que realiza una gesta inmensa para
regresar con los suyos después de una esclavización como todas oprobiosa, en
este continente americano.
Me impresionó la historia de este africano por su espíritu decidido y permeado por
Yemayá Ibú Okoto, a quién se encomendó en su travesía desde el galeón hasta
la caleta. Su coraje y determinación, me hizo recordar la epopeya de inmensos
africanos como el rey Benkos Biohó en Cartagena de Indias y San Basilio de
Palenque, Zumbi en Palmares, cuna de este autor y Ganga Zumba entre otros.
Sería una lista interminable de héroes, africanos que marcaron un hito en la
historia de nuestros pueblos americanos.“Kanú”, por su valentía nos recuerda a
Sundiata, el personaje inolvidable de “La Epopeya del Mandinga”, hermoso libro
de Djibril Tamsir Niane del País Malinké y la aldea Yeliba Kora y que al igual
que este, fue producto de la narración de un griot. “Kanú” es una historia
conmovedora que despierta muchas emociones y variados estados de ánimo.
La narrativa de este escritor oriundo de San Basilio de Palenque, en un estilo
similar al de los antiguos iniciados africanos, poético y alado, religioso y espiritual
como el de los cantores sagrados de ese continente, nos cuenta la hermosa
historia novelada de un personaje que realizó una gesta personal, heroica y
lamentablemente intrascendida, por el poco interés de muchos países
latinoamericanos incluida Colombia la patria del autor, en escudriñar la historia de
los personajes africanos que incidieron y fueron protagonistas del acontecer
histórico de América, con sus exitosas luchas reivindicativas y emancipadoras,
cuyo reconocimiento gubernamental y/o estatal ha sido tan pírrico que raya en la
invisibilización.
He leído de este autor “Benkos…las alas de un cimarrón”. “Orika…la gacela
de la madrugada” y “Las arenas de Elegguá”, libros que por su contenido,
influyeron en mi ánimo, por la decidida retoma de temas de nuestra espiritualidad
africana y personajes de ese continente que a pesar del tiempo tienen una
6
pertinencia indiscutible porque siempre estarán incursos en el imaginario de
nuestros sacerdotes y de nuestros pueblos a pesar de la renuencia de algunos
países, que insisten en tenerlos confinados en los desvanes segregacionistas.
Por el hecho de conocer parte de la obra de este autor desde el año 2.002, y
desde mi visita a Cartagena y San Basilio de Palenque en el año 2.006, tuve la
oportunidad de conocer personas cercanas a este escritor, su entorno vital y sobre
todo, conocer toda su obra la que reitero, me ha impresionado profundamente. La
petición de un sacerdote yoruba, hermano, y excelente escritor, me hizo salir de
mis cuarteles de invierno para asumir la gran responsabilidad de escribir este
prólogo que lo hago con mucho gran gusto.
Las novelas escritas por este notable escritor palenquero son muy conocidas en
Senegal, Nigeria, Conakry, República Democrática del Congo y muchos
países de Africa, su trabajo ha trascendido mucho, llegando a rebasar el ámbito de
su país, donde la lectura de sus libros se circunscribe al círculo de intelectuales
afroamericanos, investigadores de la espiritualidad, y expresiones religiosas de
Africa, iniciados en milenarias filosofías y estudiosos de las religiones de ese
continente que se ven reflejados en este gran ser humano y destacado escritor.
El trabajo literario de Antonio Prada Fortul, es conocido en este país (Brasil), su
obra ha sido comentada por nuestro afamado escritor Moacyr Scliar que no ha
ahorrado sus excelentes referencias a este escritor colombiano de origen
palenquero que nos narra en el estilo de los griot, las luchas que entablaron
cimarrones africanos, que hicieron tambalear a los opresores gobernantes de
estas colonias y de este continente depredado por la codicia de conquistadores y
tratantes que dejaron su huella criminal en la historia de este sitio del universo.
Moacyr Scliar ha destacado desde la Universidad, la obra de este escritor oriundo
de los palenques cartageneros y desde su cátedra impulsa la lectura de los libros
de Prada Fortul ubicando su obra entre las grandes novelas contemporáneas
sobre trata, historia, espiritualidad, y religiosidad de diferentes naciones africanas
y comparándolo con justicia con los grandes autores de Africa y América.
Kanú, es un personaje que realizó una gesta pocas veces lograda por los
africanos de la obligada diáspora: Volver a su tierra natal a su Africa. Muy pocos lo
lograron como este guerrero protegido de Yemayá Ibú Okoto cuyo nombre
significa "La que vive entre las conchas", quién guió su travesía del galeón a la
solitaria franja costera. Pocos lograron como “Kanú” el hijo de la selva
profunda, volver de la diáspora en América a su aldea Tambacounda, no hay
registros de otros africanos que lo hayan logrado en esas condiciones.
“Kanú”, la novela escrita por Antonio Prada Fortul mi hermano, mi abure
palenquero hijo de Oggún, sacerdote, iniciado en los misterios y en milenarios
conocimientos, me impresionó tanto, que la concibo como un canto, una oda, una
poesía narrada en un hermoso lenguaje.
¡Así hablan los iniciados!.
Pocas veces un libro me ha marcado tanto como este que le aporta a nuestra
sociedad, a la civilización, a los estudiosos africanistas una historia basada en los
cantos sagrados de hombres que como los griot, han inducido después de cientos
de años a los historiadores e intelectuales de más de veinte naciones de Africa, a
7
procesar estos cantos alados y reescribir la historia de estos países desde sus
inicios como pueblos y no desde la llegada depredatoria de los europeos.

Ledo Ivo

Esta es la solapa
Antonio Prada Fortul es hijo de Máximo y Francia y por eso salió amulatado.
Es hijo de Cartagena de Indias y por eso salió rumbero y navegante.
Es hijo de otras concepciones y por eso salió honrado, fraterno y esoterista.
Es hijo adoptivo de Palenque de San Basilio de Palenque y por eso salió
vaticinador.
Es hijo de Oggún y por eso salió santero.
Es hijo de muchos progenitores en lo biológico, en lo cultural y en lo espiritual.
Es producto de África y del Caribe.
Ha escrito Kanú en el trance sublime de la posesión de su Orisha tutelar.
Ha tenido las enseñanzas de Siquito el Médico tradicional de San Basilio de
Palenque que lo alimenta con su Frasco de poder bañado en ñeque.
Ha crecido espiritualmente bajo la mirada abrigadora de la Seño Concepción
Hernández que a la sombra de un caney le enseña a ser santiguador, amansador
de muertos y buen caballero del mayoritazgo.
Con el acompañamiento bello de los gritos de negritos de año y medio que ya
tocan el tambor y cantan los cantos de sus ancestros sin apenas poder pedir
tetero. Con el amor de sus hermanas palenqueras que venden frutas, que
mastican dulces y que cantan a los que regresan a la naturaleza sus cantos
fúnebres de Lumbalú. Con la gracia de su posesión sacra que refleja su fraternal
mirada y su gusto por hablar en lengua afropalenquera combinándola con un
yoruba coloquial que ha aprendido en súyeres y rezos del complejo sacro de
Osha-Ifá.
Antonio Prada Fortul el escritor palenquero, ha escrito Kanú como un canto de
libertad, como una reivindicación del aporte negro a la cultura y a la identidad de la
gente americana y lo ha hecho como un hombre que posee a la tierra y es poseído
por ella para crear un hijo. Kanú es el hijo de la inteligencia de Antonio, del alma
8
del universo y de la voz de los ancestros. Es un aporte inmenso a la búsqueda de
una cultura triétnica en la cual todavía la parte negra está en gran desventaja
frente a lo blanco e inclusive frente a lo indígena.
Sabemos que Antonio no saldrá jamás del trance creador en el que está y nos
seguirá iluminando con sus profecías expresadas de manera tan bella y útil porque
es hijo de Oggún y ese trance no desaparece ni siquiera con el gran sonido de los
hierros ni con el rugido de la locomotora.

Alfredo Vargas Castaño,
Omo Aggayú Obba Okan Opé,
Awo ni Orunmila Iroso Illecun Ifa Orun Obbi Orun

9
Presentación
Hace veinte años conocí en New Orleans, Luisiana, a Marcel Agresott directivo
de una O.N.G. haitiana, quién hacía uso con el suscrito, de una beca de tres
meses y medio, patrocinada por la O.I.T. y en cuyo programa se trató el tema:
“Aporte africano al desarrollo de América” y
“Religiosidad y
comportamiento social del hombre de América y el Caribe”.
También sobre el impacto generado por las gestas reivindicativas desarrolladas
por los africanos traídos por el tratante europeo.
Uno de los instructores era René Calou, sacerdote yoruba nativo de esa histórica
ciudad de bella arquitectura y cementerios de caprichoso acabado en la trama de
sus elaboradas rejas de manganeso, quién era iniciado en los misterios de esa
expresión religiosa, preteológica, destacado antropólogo, africanista y docente de
una Universidad de ese país.
Durante la permanencia como becario en esa ciudad, hubo gran empatía con este
sacerdote y académico adscrito a los programas de la O.I.T.
En las pausas de sus charlas y los fines de semana, nos reuníamos en la casa de
ese Babalao en Callowstone Grove, enumerábamos las razones que hacían
afines a un antropólogo de New Orleans, un babalao haitiano y un palenquero de
origen cartagenero, que nos jactábamos de muestra heterogénea etnicidad, ya
que además de la ancestralidad africana, nos unía una raíz haitiana indiscutible.
Entablamos una gran amistad con ese catedrático quien basado en esa empatía,
me hizo acceder a ceremonias yoruba aptas para Aleyos, o no iniciados, como
era mi caso en ese entonces, más no el de Agresott que era un consagrado
Babalao.
En tres ocasiones asistimos a llames rituales o “Bembé”, donde conocimos un
sacerdote con varias consagraciones en santería y “rayado” en Regla
Conga, por su edad, estaba retirado de toda actividad ceremonial. Descendía de
una familia que albergó en su grupo clanil un Griot, poseía el milenario arte de la
mnemotecnia. Recitaba pataquíes de los Orishas, sus caminos, colores, Ebbó,
sus días, olores, potencialidades y su papel en la construcción del mundo, también
conocía muchas fórmulas vegetales de sanación, limpieza áurica y despojos.
Narró varias historias escuchadas de sus padres y abuelos en las riberas de
un palafítico poblado del Mississippi, entre ellas, la leyenda de un joven guerrero,
llevado al puerto esclavista de Cartagena, el cual pudo regresar a su nativa aldea,
después de una serie de acontecimientos en los que estuvo inmerso.
Cuando el anciano mencionó esa ciudad del Caribe colombiano en su canto,
aumentó mi interés sobre esta fascinante narración, que repitió varias veces ante
una respetuosa solicitud del suscrito.
En el 2.006, Marcel Agresott visitó Colombia en comisión de la O.I.T y estuvo en
Cartagena de Indias tres días.
Lo acompañé en su labor por la caribeña ciudad que lo cautivó.
Al preguntar por el Babalao de Nueva Orleans, dijo que había fallecido años atrás
y cualquier información, podía recabarla con el profesor Calou pensionado de la
Universidad, pero activo en la religión ya que tenía en su casa un Igbodú con
todos sus elementos hieráticos.
10
Hablamos en la noche y desde ese día empecé a buscar datos sobre esta historia.
Después de de cuatro años de investigación, encontré información en los archivos
de la Escuela Náutica de Portugal y en la bitácora del capitán Emiliano Lorenzo
Da Rocha da Cintra donde se referenciaba esta fascinante aventura.
Para mí fue suficiente. Con esos datos y la traducción de algunos cantos de los
Griots terminé esta novela, complementándola con una obvia fabulación y la
iluminación de Olodumare, Olofi y Olorun como trilogía divina.
Kanú representa el espíritu del africano traído a América como esclavizado.
Nunca se resignó, su talante nos recuerda al ímpetu de los indomables
luchadores de africana oriundez que lo antecedieron y que jamás se abatieron.
Gestas épicas como la del inmenso rey Benkos Biohó, Polonia , Zumbi en el
quilombo de Palmares en Brasil, o Bouckman y Macandal, este último a quien el
imaginario haitiano mitifica en ritos resurreccionales Dessalines, Petión,
Christopher, Leovertuare y aquellos valientes africanos, auténticos paradigmas
de las luchas libertarias en América. Así como estos guerreros marcaron sus
nombres con letras de fuego en la historia de América, era Kanú.
Como todo africano esclavizado en estas tierras, estuvo dispuesto a luchar por su
libertad. Su condición de iniciado lo obligaba hacerlo y morir en el intento si era
preciso, pero jamás abdicar. No luchar, ofendía a sus ancestros.
La historia de Kanú narrada en esta novela rayana en el mundo divinal yoruba,
nos recrea la belleza y entorno pastoril de esa aldea famosa por sus adoratorios a
los Orishas y las escuelas ofidiátricas en la hondura de sus montes.
Nos transporta a la plástica viva de los paisajes hídricos de rumorosas cataratas,
arroyos y ríos donde iniciaban a los jóvenes en los misterios menores.
Esta novela enfatiza mucho en la religiosidad de los africanos de esa región.
En toda narración donde se aluda a Africa, se habla de religión, de epopeyas
pataquíes y mitología cuya oriundez involucra lo religioso y lo espiritual.
Igual se hace donde se hable de la simbiosis étnica de los pobladores del cinturón
costero colombiano.
Hemos insistido en dar a conocer y acercar los elementos religiosos y folclóricos
escondidos en las honduras del alma popular del colombiano de esas regiones,
especialmente de su raíz africana, porque sirve para conocernos y reencontrarnos
con nuestra oriundez. Seremos otros cuando reconozcamos esa influencia.
En estos momentos se puede hablar en cualquier escenario de la religión yoruba,
transmutada mediante el ingenio sincrético que ocultaba lo esotérico de esa
expresión religiosa en la diáspora. En América se llama Santería, reconocida
mundialmente por el avance de la cultura positivista y científica, que lleva a todo
ámbito, el espíritu de objetividad y realismo analítico que ha desprestigiado y
dejado sin asidero racional, esos tabú de la ignorancia prejuiciada.
Las concepciones religiosas africanas ya se aprecian con los mismos métodos con
los que se consideran las religiones de otros pueblos y culturas, pues en todos
ellos, en mayor o menor grado y recubierto por las éticas elaboradas en las
distintas civilizaciones, se encuentra el mismo profundo sedimento de creencias
primitivas y al parecer paralógicas como lo afirmaba Levy Bruhl.
11
La religión yoruba aportó mucho a la civilización actual, anteriormente era
concebida como retroceso social y pecaminoso, el descenso a las criptas de los
misterios africanos para captar el contenido poético, romántico y hermoso de sus
liturgias y mitos. Los creyentes africanos y sus sacerdotes, se negaban a revelar
a extraños sus salmodias ancestrales y sus hermosas leyendas copiadas por otras
mitologías recientes (Griega y Romana) pero promocionadas por la pigmentación,
ya que temían juiciosamente la profanación de sus sacras tradiciones y usos
religiosos.
A pesar de tener esta narración, un profundo contenido sagrado y mítico, no la
podemos calificar como religiosa, es la simbiosis de lo sacral, lo ficcional y la
historia viva contada por un anciano y sabio sacerdote yoruba.
Al carecer de suficientes sostenes históricos, me apoyé en datos suministrados
por mi Hermano Dominique Hado Zidouemba, del Instituto fundamental
d'Afrique noire en Dakar, Senegal y en el interés de varios intelectuales
africanos emancipados por su pasado colectivo y sobre todo de la importancia de
la tradición oral que predomina en esta narración, ha visto reivindicada su validez
como fuente histórica y ha permitido desentrañar el un tanto misterioso panorama
de la vida de esos pueblos al mundo, mostrando una más clara visión del pasado
de esas Naciones.
Con esa información hilvané el libro tejiéndolo página a página, haciendo uso de
la discrecionalidad del fabulante, del conocimiento de algunos usos y costumbres
religiosos de nuestro continente gestor y Madre Patria, Africa, fue que pude
concluir el presente trabajo.
Muchas personas aportaron al presente libro en lo relacionado con la Santería.
Cito a Alfredo Vargas Castaño, Omo Aggayú Obba Okan Opé, Awo ni
Orunmila Iroso Illecun Ifa Orun Obbi Orun, quién en su condición de babalao,
ayudó a establecer las diferencias teogónicas entre la religión del africano y el
europeo. Con Omo Aggayú Obba Okan Opé, buscamos en lo profundo de las
tradiciones y pataquíes de los Orishas, los peldaños de la evolución de esta
religión, desde el oscurantismo y la nebulosidad preteológica, a través de mitos,
dogmas, superticiones y quimeras, hasta el agnosticismo o el ateísmo franco.
Esta gradación de matices religiosos es la que se traduce en la belleza de ritmos,
canciones y percusiones de los rituales religiosos de Africa y que apreciamos en
la gestualidad sacral del Lumbalú, los bullerengues de San Basilio de
Palenque y los Currulaos vibrantes en la costa pacífica.
Hay magia en el libro, sabiduría ancestral y mucho respeto a nuestra cosa
religiosa. Hoy como un aporte a la etnia que pertenezco y con la que me identifico
y a sociedad en la que estoy inmerso, ofrezco.
Una cosa le aseguro amigo lector: ¡Los Orishas siempre estuvieron presentes.

12
Capítulo Primero
Kanú
La silueta del africano, se deslizaba furtivamente por el tosco maderamen de la
cubierta del galeón, amparándose en la espesa oscuridad reinante.
Avanzaba pegado al entablado de la mampara de colisión y la regala del galeón,
que conducía al castillo de proa por estribor.
Evitaba ser sorprendido por algún tripulante.
Se desplazaba sigilosamente, confundiéndose entre la penumbra, se ocultaba
entre los arrumes de los cabos de la maniobra de proa, arranchados al lado de las
bitas sembradas en esa parte del galeón fondeado, con su velamen trincado y
adrizado en esas riscosas costas de turbulentas corrientes en Africa occidental,
para llenar sus bodegas con personas que desarraigaban de sus aldeas para
venderlos en las plazas de las ciudades coloniales y esclavizarlos en plantaciones
del Nuevo Mundo.
Viajaban en micro espacios irrespirables, atados a la recia bancada construida
especialmente para transportarlos en un hacinamiento inhumano.
Reptaba sinuosamente por los recovecos de la cubierta, se movía como sombra
el africano entre las madejas trenzadas de los cabos, hasta llegar al broncíneo ojo
del ovalado escoben del ancla por donde deslizó ágilmente su cuerpo acerado y
musculoso a la parte externa del galeón.
Descendía vigorosamente por los gruesos eslabones de la cadena, agarrando con
fuerza las oxidadas eses aceradas cuya gruesa costra cubría los ojos metálicos
de la cadena del áncora de estribor, fundidos en los gigantescos hornos de los
astilleros de Euskadi en San Sebastián tierra de los fogosos navegantes vascos.
La nao fondeaba con dos áncoras a fondo, una en proa por estribor y en popa por
babor; las restantes, colgaban al escorante rozando la superficie marina de esa
rada riscosa, bordeada de cortantes y retadores atolones que en bajamar,
sobresalían sobre la rizada superficie de ese turbulento mar, haciendo imposible la
navegación de las naves que no podían ingresar en su amparado seno.
La amura de la proa, devolvía como eco adormecedor, el rítmico golpeteo de las
olas en el maderamen del casco del galeón que se erigía imponente en medio de
esa inmensidad marina.
Por la nulidad de carga de la embarcación, el codaste que amparaba el timón, era
visible desde la distancia en que se encontraba el africano que escapaba
deslizándose por la cadena que formaba un ángulo desde ese lugar ya que la
propela de bronce bruñido, estaba casi a flor de agua. Sus músculos estaban en
controlada tensión y sus fuertes dedos acostumbrados a la diaria faenada,
atenazaban con fuerza los oxidados eslabones.
Estaba a pocos metros de coronar su fuga, sus pies rozaban el agua.
Era Kanú, el africano cautivo en ese galeón, recapturado por los tratantes, para
aprovechar su habilidad combativa. Iba a ser el intérprete en sus expediciones al
interior, para facilitar la comunicación entre los nativos capturados.
Después de raptarlos en diferentes puntos de la costa, completaban sus
cargamentos en Dakar, principal puerto senegalés, ahí embarcaban a diferentes
grupos etno-culturales, identificados como yorubas, bantús, Ewe, mandinga,
Wolof, kikongos y otros.
13
El africano era de consistencia fibrosa y sin grasa en su adiestrado cuerpo.
Por la destreza en el descenso, se notaba su recio entrenamiento en su lugar de
oriundez, se apreciaba que había sido alimentado adecuadamente, condición esta
que le permitió sobrevivir a los rigores de esa travesía infame.
Estaba ansioso por la decisión tomada meses atrás y que coronaba con éxito, ya
que al fin escapaba del galeón por el ojo del escobén sosteniéndose de los
grilletes.
Permanecía alerta y sereno.
A pesar del peligro que corría el africano que escapaba de ese lugar infame donde
lo confinaron, estaba decidido a nadar a la costa asumiendo cualquier riesgo,
incluyendo la pérdida de su vida. Solo quería escapar, pisar suelo africano.
Sudaba por el esfuerzo de sostener su cuerpo a pulso, descendiendo por la
cadena cubierta de costras del orín e intemperie. El sudor resbalaba de su
anatomía cayendo en la plateada superficie marina formando minúsculos cráteres
espejeantes y fugaces alrededor de la cadena de anclaje en esa dársena africana
iluminada por los rayos lunares y el brillo incandescente de las estrellas.
Recordó como había eliminado al vigía portugués que impedía con su presencia
en cubierta, el acceso al castillo de proa, sitio que había escogido para su fuga.
Los ojos vigilantes del africano escondido entre los elementos de cubierta de la
nao trincados en sus respectivas cunas, seguían los movimientos del tripulante
embebido en el rastro lunar de plateado reflejo en el costado del galeón.
Kanú se acercaba sigilosamente al distraído peninsular sumido en añoranzas de
la pastoril y feraz serranía lusa de donde era oriundo.
Se ocultaba tras unos barriles asegurados con cuerdas, en la regala que conducía
al pañol de cabos donde cabeceaba el marinero absorto en sus recuerdos,
miraba el alfabeto estelar, añoraba los viñedos de su pueblo, los jamones de la
serranía lusa y los vientos de la montaña refrescando las eras en los plantíos de
oliváceas y frutales en las fértiles orillas del Duero.
Tenía sus pensamientos en las cepas escogidas de sus vinos añejados en las
bodegas regadas a lo largo y ancho de la península para degustar los claretes de
esa embrujadora tierra, en la gastronomía de su país, en los rebaños de ovejas y
cabras, las mujeres que la poblaban y los cielos lusitanos, azules como ningún
otro. Solo en el mar de los caribes pudo apreciar un cielo tan hermoso.
Estaba cansado. Desde que se enroló como tripulante, añoró a su familia a la que
por razón de su condición hampesca nunca buscó en sus recaladas a puertos
lusos. Jamás le escribió a ningún familiar, en esos momentos los añoraba.
Definitivamente ese sería su último viaje, pensó.
No sintió en esos momentos de añoranza, las manos poderosas del africano
atenazando su cuello impidiéndole todo movimiento y acabando con su vida; su
cuerpo se desgonzó en brazos del guerrero en medio de roncos estertores.
Sostuvo Kanú, el cadáver europeo y lo depositó bajo el nudaje de las jarcias
lazadas en las cornamusas que estaban en la parte menos iluminada de cubierta.
Ahí quedaron para siempre los sueños de este lusitano que jamás volvería a su
lejana península. Atrás quedaba el cuerpo sin vida del marinero abatido por el
fugitivo, su cuerpo inerte, yacía recostado a un tonel utilizado como depósito de
14
grasa animal para lubricar los motones de las jarcias. Su mirada carente de brillo,
estaba fija en un punto del firmamento infinito, estrellado y titilante que iluminaba
esas costas africanas con una luz espectral.
El guardián caído, era un rudo hombre de mar oriundo de Lisboa, pendenciero y
reconocido asesino en el hampesco ámbito de esa ciudad, para este lusitano,
abatido por un guerrero que buscaba su libertad, no existían limitaciones en el
maltrato, sadismo y crueldad contra los africanos que esclavizaban. La muerte le
llegó, cuando fumaba el tabaco de su curada pipa de cedro asturiano.
Atrás quedaron sus deseos de hacer fortuna con la trata infame de humanos en el
Nuevo Mundo y regresar a la península ibérica con un inmenso caudal.
La muerte lo sorprendió cuando soñaba con los fértiles campos de Oporto y en las
bellezas naturales de su terruño lejano.
El africano había eliminado el único obstáculo que se interponía a su libertad.
No era un asesino el osado guerrero decidido a escapar hacia la playa que se
divisaba en la lejanía. Concebía la muerte del europeo como algo normal.
No estaba en su ánimo interrumpir a armonía del ciclo vital del marinero, pero era
su libertad o la vida del tripulante, no tenía opción, fue un acto carente de odio o
rencor, no había pasión o emoción al matar al portugués.
El joven africano que descendía por la oxidada cadena del áncora, trató de borrar
de su mente la expresión infinita de desamparo del rostro del abatido marinero.
Su miraba vidriosa por la opacidad de la muerte, estaba dirigida al cielo azabache
iluminado por la luna y las estrellas semejantes a un rocío luminoso en esa noche
propicia para todo ceremonial; las aguas tenían un color plateado oscuro, la
luminosidad que se desprendía de sus gotas al ser erizadas en la superficie por la
brisa y la corriente, el color del cielo iluminado por millares de luceros hacían de
ese entorno impregnado de un turquí intenso, un adoratorio para Yemayá.
Cuando sus pies sintieron la calidez del mar, se encomendó a Elegguá para que
despejara sus caminos y a Yemayá Ibú Okote, dueña del mar y los corales,
cayendo suavemente en ese piélago inmensamente azul, iluminado con fugaces
destellos lunares de plata que centelleaban cuando la superficie marina ondulaba
y las nubes apartaban su velo que parcialmente cubría la luna en ese fondeadero.
Tomando una bocanada de aire, se sumergió, nadando bajo el oscuro océano, a
la playa salvadora cuya dorada luminosidad se destacaba en la distancia.
Estaba dispuesto a morir en esa arriesgada empresa.
Emergió a tomar una bocanada de aire, volvió a sumergirse nadando bajo las
aguas y lo hizo reiteradamente, hasta llegar a una distancia donde podía nadar sin
temor a que el ruido de su brazada, lo delatara a la tripulación.
Nadó vigorosamente hacia la orilla salvadora, hasta casi desfallecer.
No temía la voracidad de los tiburones, sabía que abundaban en esas aguas.
Estaba sereno y dispuesto a lo que fuere.
Prefería morir devorado por los escualos, que volver a ser esclavizado.
Haciendo un gran esfuerzo sobrepasó la barrera coralina en forma de atolón
circular como volcánico cráter sumergido, que protegía esa rada remota que se le
ofrecía cálida, acogedora y que para el tenía un solo significado: libertad.
15
Con fuertes brazadas accedió al interior de esa profunda y serena cala amparada
de los vientos ciclónicos y de la turbulencia de las fuertes corrientes marinas.
Las aguas de esa rada interior, eran menos agitadas que el maretaje de las olas
continentales del exterior de los coralinos atolones que amparaban esa cala.
En las aguas exteriores, estaba a merced de los vientos y las olas de inmenso
arrastre. Cuando entró en la rada de aguas quietas, terminó la turbulencia y la
resistencia de la corriente.
En esa bahía de mansa corriente y sin oleaje, descansó del esfuerzo al bracear
corriente en contra y recibiendo de frente el golpe de mareta.
Flotaba diestramente de espaldas en esas aguas serenas dejando que la suave y
tendida corriente lo condujera a la orilla de esa playa de dorados arenales que se
divisaba en ese lugar desconocido hacia donde lo impulsaba la suave marea.
El destello de esa playa de arenas amarilladas como polvo del oro de las minas
de Zambezi, contrastaba con la oscuridad de la espesura y el entorno del lugar.
A pesar del cansancio, estaba satisfecho al saberse libre y estar en Africa.
Desde ese lugar se orientaría por el alfabeto estelar para llegar a su aldea con la
que siempre soñó durante los siete años de cautiverio en tierras desconocidas.
Desde esa playa tenía que remontar la corriente del río, subir sus riberas hasta
encontrar el poblado donde estaba su familia, su hábitat y todo lo que para el tenía
significación en su corta existencia, estaba feliz, libre y con vida.
Estuvo esclavizado en una plantación donde padeció impotente las peores
humillaciones que cualquier humano pueda imaginarse.
Los africanos que llegaban esclavizados en los galeones, eran flagelados con
urticantes látigos que levantaban la piel dejando dolorosos surcos sangrientos e
imborrables tanto en su cuerpo como en su alma. Atrás había quedado todo eso.
Cuando alguien escapaba, soltaban los perros adiestrados para perseguir y
devorar las vísceras a los esclavizados que se fugaban buscando su libertad.
En otras ocasiones eran emasculados por los mayorales de las plantaciones y los
órganos de reproducción, pinga y ferembeques, 1 eran echados a estos animales
para que los devoraran. Estos morían desangrados en medio de inmensos
sufrimientos. A pesar de esa crueldad, seguían intentando nuevos escapes.
Los castigos de los capataces llenaban de rencor a los africanos, obligados a
mirar el flagelo indicando con ello, lo que esperaba a quién tratara de escapar.
Al terminar la jornada, los introducían en barracones inadecuados para el
descanso después de trabajar desde la madrugada hasta cuando el día cerraba.
Desconocía Kanú, que había coronado exitosamente, una de las más grandes
proezas en la historia de la trata de esclavizados.
Jamás olvidaría los sufrimientos padecidos a manos de los españoles durante sus
años de esclavitud, esa condición vejatoria, vil y abyecta, esa tortura y negación
de su condición de humano, difícilmente las borraría de su mente. La impronta de
esa humillación, estaba grabada en su interior con hierro candente, solo el tiempo,
el amor de su familia y el trabajo sacerdotal, sanarían sus heridas.
Quienes se rebelaban, eran flagelados y algunas veces matados en medio de
horribles sufrimientos, castigos ordenados por los “amos españoles” que
cometían contra esos africanos, aberrantes actos de felonía y crueldad.
16
Aplicaban otro castigo inhumano a quienes se fugaban buscando sumarse al
cimarronaje, a estos los desorejaban, apaleaban o lapidaban sin tener defensa.
Cuando los emasculaban en presencia de todos, morían desangrados en medio
de fuertes dolores, lo hacían con un sadismo que ofendía la condición de gentes
de los africanos habituados al respeto de la vida.
El africano solo mataba en el fragor de enfrentamientos tribales o defendiendo sus
aldeas de la incursión de los esclavistas europeos. Nunca con alevosía.
Admiraban el valor y respetaban a quienes ostentaban esa condición, nunca
matarían a otro ser humano sin darle oportunidad de defenderse.
Los códigos de honor de los guerreros eran muy estrictos.
El pretermitir la defensa del adversario, la innecesaria crueldad o cualquier otra
forma de tortura a un semejante ofendía a los ancestros.
Kanú siempre soñó con su libertad la que se dispuso a conseguir a cualquier
precio, jamás su alma se sumió en ese pasivismo de desesperanza y resignación
de muchos africanos temerosos de los castigos del mayoral. Jamás se rendiría.
Sus antepasados habían sido destacados guerreros y el, debía ser consecuente
con la tradición y el respeto ancestral.
Durante su permanencia en la plantación, intentó escapar en dos ocasiones.
Las gruesas cicatrices que tenía dolorosamente tatuadas en su cabeza y los
infames cordones dejados por el látigo en su espalda, dejaban un testimonio de
ignominia en su cuerpo como producto de la cruel retaliación de sus captores.
Nunca iba a olvidar lo que los españoles le hicieron en esa plantación, algún día
los Orishas iban a dar fin a tanto irrespeto de la condición humana.
Al llegar a la orilla se tendió agotado en la acolchonada y aún cálida arena.
Su respiración jadeante por el esfuerzo realizado, formaba humeantes vapores en
la tibia noche africana donde el mar susurrante, tiznado de un azabache ritual,
emitía rumores acariciantes como canciones ondínicas y coros de nereidas de los
manantiales en parajes distantes en medio de la espesura, sonidos melodiosos,
similares a los coros nocturnos y sirénidos de los ceremoniales donde se le rendía
tributo a Yemayá la dueña de los mares y corales 2 según usos y costumbres
religiosas yoruba, a la que pertenecía Kanú. Agradeció a Yemayá Iyalorde y a
todos los Orishas que lo condujeron sano y salvo a estas arenas de libertad,
a Olokun uno de los caminos de Yemayá, que vive en las profundidades marinas.
Sus sienes latían rítmicamente y jadeaba incesantemente, sudaba copiosamente.
Jamás había sentido tanto cansancio, estaba agotado y rendido.
Miró la inmensidad de ese cielo africano, florecido por innumerables estrellas que
brillaban estudiándolo, mirando su fragilidad como humano, como minúscula
unidad de la “Mente Universal” tratando de descifrarlo, buscando un orden y una
lógica comprensible en esa inmensidad sidérica, misteriosa, incomprensible para
su nulo conocimiento de ese alfabeto estelar enmarcado en una deslumbradora
luminosidad chispeante, a la luz de lo que le habían enseñado los ancianos de la
sabiduría hermética en la aldea durante su iniciación en los Misterios Menores.
El conocimiento que tenía de esos temas inherentes a lo religioso, era elemental,
ya que durante su iniciación en su aldea, se enfatizó en su formación como
guerrero que era su aptitud y no en el estudio de lo arcano y sacral.
17
No podía descifrar esos misteriosos mensajes que le mostraba el cielo, solo
conocía el sendero que marcaban los astros para llegar a su aldea, pero el
mensaje secreto, la historia de los tiempos y la tabla que “leían” los sacerdotes
del poblado en esa chispeante bóveda celeste, para el eran un completo misterio.
Lo sagrado, arcano, sacral, lo totalmente otro, eran un enigma para el. Tenía una
condición ignara para lo esotérico, por eso durante el proceso iniciático los
sacerdotes enfatizaron en la formación de ellos como guerreros y cazadores.
Recordaba vagamente durante ese proceso, que los sacerdotes conductores
señalaban que el hombre fue “sembrado” por Olodumare para poblar la tierra,
estaba hecho de estrellas y polvo lunar, aunque no era parte de una de ellas.
Algunos ancianos de la aldea, eran conocidos como “narradores, oficiantes de
la palabra o hablantes sagrados”, contaban fabulosas historias recreadas por
ellos en las cuales decían que en esos espacios infinitos moraban entes sidéricos
que se desplazaban en embarcaciones de colores enceguecedores, seres
luminosos que vivían en las estrellas y luceros.
Las estrellas, según los sacerdotes, tenían un nombre que su mente no adiestrada
no precisaba, eran nombres que usaban para salir en viajes astrales o incidir en el
entorno; la luz que emitían desde el cielo, tenía otra denominación, recordaba
que los ancianos reunidos bajo una ceiba, decían que lo que creaba la armonía y
el espacio entre esos elementos siderales es la existencia, el ser. Sin vida no
existirían ni la luz ni las estrellas. La vida es la fuerza de lo absoluto, lo Supremo.
Es la Creadora de todas las cosas, todo lo que existe o es, es una creación o
manifestación del ser que llamamos divinidad, en la aldea lo llaman Olodumare3.
Olofi 4 y Olorun 5, como creadores de la Inteligencia Constructora del Universo.
Se visualizaba Kanú en su pueblo, con su familia, y Kima, la hermosa doncella
que había escogido para amar y que ante su ausencia, debía tener pareja.
Se veía en su aldea con el “Ikúbambaya”, 6 cayado ritual, asido con su mano
derecha y la parte tallada mirando al firmamento, en el “Círculo de la verdad” de
la aldea frente al Igbodú, 7 hablando ante los ancianos y pobladores de su aldea,
rodeado de familiares y amigos, para contar lo padecido en el nuevo mundo, la
tierra de los hombres de “olor inmundo”, 8 personas para quienes la vida de los
esclavizados en plantaciones y minas, carecían de valor. Jamás pensó que
existieran personas tan crueles, ni ser testigo de tanta infamia y odio hacia sus
semejantes como el de los “amos” y capataces españoles a los africanos.
Mostraría indignado, las huellas flagelantes del látigo inhumano del mayoral y las
cicatrices que como gruesos senderos de dolor, tenía en su cabeza.
En su espalda y costado, tenía los urticantes surcos de fuego, que los latigazos
quemantes dejaron en su cuerpo como sajadas de los “rayados” en “Palo
Mayimbe o Regla Conga”,9 por los bantú, que “rayaban” a los iyaboses en los
milenarios y herméticos procesos iniciáticos de los mayomberos congoleses.
Estos bravos guerreros oriundos de la región congolesa, siempre fueron remisos a
dejar explotar forzadamente su fuerza laboral por los europeos.
En todos los intentos de fuga estaba presente un esclavizado de esa etnia.
Debía alertarlos de la crueldad de españoles y portugueses que llegaban en
galeones de muerte, a secuestrar los pobladores de las aldeas. No podía permitir
que los sorprendieran para esclavizarlos en las colonias de ultramar.
18
Se acostó en la arena extendiendo brazos y piernas en posición involuntaria de
estrella trascendental apuntando con sus miembros los puntos geográficos del
universo y quedó profundamente dormido en esas cálidas y hospitalarias
arenas, arrullado por el sereno rumor de los palmares, el cadencioso sonido de
las susurrantes canciones del mar que al igual que un coro sirénido, lo sumían en
un suave sopor, mientras su respiración se acompasaba. Obatalá 10, le enviaba
un sueño reparador y Ochún derramaba Oñí en los labios del africano, vivificante
miel que la diosa del amor, del oro y las aguas, daba a sus hijos como icor sacral.
Cerró sus ojos pensando en su fuga, sabía que si esta culminaba en un éxito, sus
ancestros, los Eggun de su familia, se iban a sentir orgullosos de el.
Lo despertó la inclemencia del sol que había acerado la superficie marina tiñendo
las aguas turbulentas fuera de la rada, con un tono azul plomizo por la acometida
de las corrientes submarinas que agitaban los fondos, mientras que en el interior
de la cala de aguas quietas, la coloración era cambiante y multicolor.
Era una policromía cautivante la que se apreciaba en esas aguas de arrecifes
filosos de color marrón amarillado por la vegetación marina y teñidos por el verdín
que como manto hilado cubría los atolones llenos de políperos amarillos y
rosados, corales encarnados que al ser iluminados por los rayos solares, emitían
destellos de rubí de un sangriento, escarlata como el rojo de Changó, con una
multicolor variedad de algas de diferentes verdes y especies, algunas amarilladas
en sus achatados bordes como por el pincel de un maestro.
Los filosos arrecifes que sobresalían del atolón en sus bordes ondulados bajo la
superficie, tenían una cromática tornasolada cuya múltiple coloración se activaba
cuando los rayos solares se reflejaban en sus aguas, otras con el color del mar
oscilando entre el verde espesura, y el claro, rayano en una vegetal transparencia,
esmeraldina como las hojas tiernas de los crisantemos recién despuntados.
Hermosas algas de anchas hojas y bordes de color turquí que ondulaban al vaivén
de la suave corriente en el fondo de esa cala, semejando danzas ceremoniales
yoruba, en los llames a los Orishas que con un fondo percusivo y cadencioso de
los Batá llamado La lá banché, que realizaban en medio de la espesura.
El agua de mar serena y multicolor, lo incitaba a nadar y relajarse en su serena
superficie, para despojarse del cansancio producido por el esfuerzo del cruce a
nado desde el galeón, pero sabía que desde allá podían observarlo con los
catalejos del puente y enviar tripulantes para apresarlo. Debía alejarse del lugar.
Prefería morir si fuera preciso, pero no lo iban a capturar jamás.
Se inclinó ante el astro de fuego como decían los babalaos al sol y los encargados
de las iniciaciones, en un ceremonial llamado “Ñangaré”, 11.
Este culto sacral es practicado por sacerdotes e iniciados de la etnia yoruba,
como iniciado en los misterios menores, solo conocía lo básico que no estaba
velado, ese conocimiento fue enseñado por los babalaos durante su iniciación.
Recitó las palabras mántricas que le enseñaron durante su formación sacral en el
poblado, culminado esto, se dispuso a seguir su camino.
Para los africanos el viento, el rayo, el sol, la luna, las estrellas, el firmamento, el
fuego no son considerados dioses sino fuerzas, a la vez que causa de fuerzas
19
atómicas; pero tuvo que evolucionar esta concepción desde la práctica religiosa de
los yoruba que lo concebían desde la óptica del animismo.
El sol para el yoruba no es dios como en algunos grupos tribales de Africa, sino
un ser natural con poder; también son concebidos otros astros, constelaciones y
agentes naturales de la naturaleza, como vitales elementos de comunicación que
indican cada determinado tiempo, lo propicio de cualquier decisión o empresa a
realizar, algunas civilizaciones lo conocen como Tawas.
El sacerdote yoruba sabe que una planta, hierba, animal, ser o agente natural, no
es un dios, sino una fuerza, elementos con vida y se comunican con los humanos
mediante sonidos o gestualidades solo conocidas por los iniciados en los misterios
mayores a través de un elemental llamado gnomo que otorga a la planta poder
que produce efectos definidos que conoce por enseñanza oral o práctica reiterada.
Sabe que las plantas tienen vitalidades de diferente grado en distintos momentos
solares o lunares y que estos elementos vegetales tienen un elemental al cual hay
que respetar, llamar y pedir permiso para arrancar la parte de la mata, corteza,
hoja o arbusto que se necesite y para que el elemental conceda a la planta la
potencia necesaria para que produzca los efectos buscados por el sanador.
Sabe que su potencialidad solo funciona al ser recogidas en su momento, con las
palabras debidas y la hora apropiada, saben que pueden apoyar la idea sugestiva
que condicione la mente utilizando como símbolos parte del cuerpo de un animal,
las vísceras de este especialmente el hígado y en algunos casos las alas.
Maneja así un mundo de ideas simbolizadas en cosas materiales que relaciona,
hilvanándolas entre sí para que la mente subjetiva funcione en ese esquema –
trabajo con el que obrará sobre otras mentes. Es magia espiritualista africana.
Estiró su cuerpo aun adolorido por el esfuerzo. Miró desde la playa, lo distante
que estaba la fondeada la nao portuguesa y se asombró de lo que había cubierto
a nado desde el galeón a la orilla, apoyándose en sus brazadas.
Sabía que estaba en un peligro inminente.
Conocía las retaliaciones de los europeos contra los africanos que osaban
escapar, reivindicando su legítimo derecho a la libertad.
Respiró ese aire impoluto, perfumado con olores a naturaleza, a matarratones
humedecidos por el sereno de la noche, a cactus silvestres, lágrimas de caraña y
palma de cocoteros; era una fragancia que lo reivindicaba con la vida y que
ratificaba su certeza de estar en Africa. Aromas a clorofila, mangle y naturaleza
viva, el que expelía la tupida selva, humedecida por el rocío de la noche, que lo
invitaba retadora a hollar ese verde hábitat, de olores familiares que lo hacían
reencontrar con algo muy íntimo, con algo suyo que apenas recuperaba.
A pesar de la difícil situación del momento, sentía alegría de estar allí, vivo y sano,
con las posibilidades de llegar a su aldea a reencontrarse con su familia de la que
lo habían apartado. Se sintió reconfortado. Ese hábitat era su elemento natural.
Lo dominaba y podía defenderse de lo que fuere, ahí se sentía a sus anchas.
Estaba hambriento, tenía más de veinte horas sin comer y su organismo le
reclamaba. Escarbó en la arena buscando caracuchas y almejas, cuyas valvas
abría con pericia para devorar su contenido. Borró sus huellas de la acolchonada
arena y se internó en lo más tupido de la espesura para alejarse de ese lugar.
20
Dispuesto a hacer uso de la habilidad que como guerrero y cazador había
adquirido durante su crecimiento y que perfeccionó durante su período iniciático,
pidió protección al “Espíritu de los bosques” 12, y temeroso que la tripulación
bajara a buscarlo, se internó en la espesura. Jamás lo iban a encontrar, si esto
sucediese, lucharía hasta morir, no volvería a ser esclavizado!
Caminó un largo trecho alejándose de la playa y del lugar de anclaje del galeón.
Avanzaba por la enmarañada cortina vegetal que se hacía mas espesa cubriendo
por largos trechos la claridad de la luz solar. En ese lugar la selva era virgen aún.
Caminó sin temor en medio de esa tupida espesura que apartaba ayudándose con
una rama, se guiaba por las referencias que indicaban el norte y a ese punto se
dirigía, hasta que el sonido de una caída de agua, lo hizo variar su rumbo. Sabía
que donde había agua había humanos cerca, durante su avance observó algunas
señales que le permitían asegurar la presencia de asentamientos tribales.
Guiándose por ese sonido arrullador, caminó a través del espeso follaje, hasta
llegar a un claro donde como en un sueño, como un alienante y fascinante
paisaje, se abría a sus ojos una maravillosa cascada que brotaba de la parte
superior de una roca inmensa de color verde y vetas grisáceas acolchonada por
un ralo verdín. Parecía un dolmen que se erigía en ese paradisiaco lugar
sembrado por los Orishas en esa remota e intrincada selva africana llena de
evocadores y picantes aromas clorofílicos que perfumaban ese bello entorno.
Un deslumbrante arco iris de múltiples colores cubría el espacio de la cascada
como una gasa transparente y multicolor que hacía grata a la vista el paisaje que
la naturaleza pródiga ofrecía.
Había una vegetación espesa de verdores cambiantes, que le ofrecía un hermoso
y relajante paisaje que lo extasió e hizo desaparecer su cansancio. Una bella obra
del Gran Arquitecto del Universo que para ellos es Olodumare, Olofi y Olorun.
Ese paradisiaco lugar donde se encontraba, parecía producto de su imaginación
influenciada por el calor, cansancio y esfuerzo realizado para llegar a la costa y la
larga caminata realizada desde la orilla de la playa hacia ese lugar sin tomar un
descanso, pero el rumor arrullador de esos verdes palmares era como música
para sus oídos.
Le produjo una alegría inmensa y le indicó que no era alucinación, eran los arrullos
de la selva que solo en Africa tenía tanta armonía, ese rumor del agua del
manantial al golpear la roca y el olor de la vegetación que crecía en las orillas de
los arroyos y fuentes de agua le ratificaban la certeza de estar entre los suyos.
Sentía en piernas y plantas de sus pies, el rigor de la vegetación agreste.
Sus ojos entrenados examinaron el sitio de una hermosura cautivante, sabía que
en ese lugar estaba seguro, podía descansar y buscar alimento, estaba lejos de la
costa y a salvo de la retaliación de los tripulantes, sabía que sin la ayuda de un
guía, no se iban a internar en esa selva a correr riesgos tratando de encontrarlo.
Sus pies sangraban por los cortes que se había hecho con las ramas y la filosa
hojarasca del suelo, laceraciones estas que a pesar de ser superficiales, no
dejaban de sangrar. El desplazamiento que lo conducía al interior de esa tupida
vegetación lo había agotado, en su afán de alejarse, no buscó la ruta que lo
condujera a la aldea más cercana, pero estaba seguro que debía estar cerca de
21
un lugar habitado. Estaba lejos del alcance de los esclavistas del galeón quienes
por mucho que lo intentaran, jamás podrían encontrarlo en esa espesa selva.
Se tendió en la lodosa orilla. Se enjuagó la reseca boca y sumergió su rostro en
las cristalinas aguas de ese manantial.
Luego, ahueco sus manos para filtrar el agua fresca y empezó a beber con
fruición y avidez el líquido refrescante que le ofrecía esa cascada de aguas
cristalinas que los Orishas habían puesto para su solaz, en ese paradisíaco lugar.
Calmada su sed, se echó abundante agua en la cara agradeciéndole
a Ochún 13 la dueña de esas corrientes, de la miel, el amor, la sensualidad y el
oro, la protección que recibía, a Olodumare y demás divinidades de la creación
por haberle permitido permanecer sano y salvo a pesar de todas las adversidades.
Le pidió a Elegguá 14, que le despejara todos los caminos para llegar sano y
salvo al seno de su familia. Sintió un breve acceso de nostalgia al recordar su
aldea pero se sobrepuso rápidamente.
Al sumergir su cabeza en esa cristalina corriente para atenuar el calor, sintió
presionando su espalda la agudeza de la punta de una filosa lanza y una enérgica
voz, emitida en el más claro yoruba le ordenaba perentoriamente: ¡Levántese!
Al escuchar la reciedumbre y cadencia autoritaria de la voz que lo conminaba a
ponerse de pies hablándole en su idioma, sintió una alegría inmensa y mientras se
levantaba dijo para sus adentros: ¡Estoy salvado!

22
Capítulo Segundo
Un cadáver en el Galeón
Los cocineros del galeón despertaron sobresaltados a preparar el desayuno de la
marinería, extrañados por no haber sido llamados por el marinero de guardia ni el
africano designado como furriel. Al dirigirse a la cocina, descubrieron el cadáver
cubierto por el cordaje de las jarcias bajo la escala de acceso al castillo de proa.
Su mirada vidriosa estaba fija en el infinito.
Los tripulantes, a pesar de su condición de hombres curtidos, se impresionaron
por la desolación reflejada en el rostro del peninsular. Su mirada reflejaba una
infinita soledad y tristeza. Un marinero se los cerró piadosamente.
La tripulación se congregó alrededor del occiso cuyo cuerpo inerte, se apoyaba en
los cabos de las jarcias del mástil de proa. El cadáver estaba entre el avejentado
cordaje cuyos bordes, por su añejadura, estaban deshilachados.
Llamaron al Primer Oficial de la nao y presuroso llegó a cubierta donde estaba el
cuerpo del marinero abatido y reunió los tripulantes para saber quien faltaba.
Al percatarse de la ausencia del africano se desplazaron al interior de las bodegas
y sus entrepaños, a las cabinas, pañoles y la Santabárbara en busca de este.
Buscaron en las sentinas, en los magistrales de proa y popa, el cuarto de las
cadenas y todos los rincones del bajel sin encontrar a Kanú el encargado de la
limpieza y furrielada 15. La tripulación lo tenía bajo estricta vigilancia.
El contramaestre llegó al cuarto de la bitácora donde el capitán trazaba el rumbo
del galeón por esos litorales y le informó sobre el cadáver del marinero.
El capitán, un arisco nauta llamado Emiliano Lorenzo Da Rocha de Cintra. 16.
era de frente ancha, mirada inteligente, sus ojos de mirada crotálica tenían una
expresión similar a la de los escualos, era despiadada y carente de toda emoción.
Era un hombre de lucha, un peleador nato. Su vida había transcurrido en el mar.
Aprendió navegación costanera en los riscosos litorales de esa ibérica península
portuguesa a bordo de embarcaciones dedicadas a la pesca del bacalao.
Cuando tuvo la edad requerida para ser recibido en los Colegios Mercantes de
Portugal, ingresó como aspirante a oficial mayor de navegación costera y de
altura, en la famosa Escuela Náutica del reino, ubicada en Oporto donde recibió
durante tres largos años el adiestramiento requerido.
El capitán Da Rocha, era un nauta curtido en la vida de una nave, muchos
familiares fueron navegantes que recorrieron durante años las costas de Europa,
especialmente las del mediterráneo. Sabía que esas situaciones que se
presentaban con alguna frecuencia en un barco, eran en cierta forma, “normales
en la vida de un tripulante”, el hecho de haber ocurrido ese caso en su galeón
sin mediar una disputa conocida lo cual era común entre dos a más miembros de
la tripulación cuando las travesías eran muy largas, lo intrigaba.
Eran normales las diferencias al repartir un botín ocasionado por un mal conteo,
por una trampa en los juegos de azar por el deseo entre esa cáfila de pillos de
birlar al otro, o cualquier otra circunstancia que podía tener que ver con el juego,
23
en ese caso nada de eso existía. El, como capitán del galeón, estaba al tanto de
los mínimos detalles de este y esa muerte lo tomó por sorpresa.
Bajó las escaleras que desde el puente de mando conducían a cubierta, donde
estaba el cadáver del tripulante con el cuello fracturado.
Notando la ausencia de Kanú preguntó ¿Donde está el africano? Reiteró la
pregunta a los marineros que se estaban en ese sector de la cubierta acomodando
el cadáver del infortunado marinero en una estiba de pino.
¡Se lanzó al agua respondió el contramaestre!
Hicimos un “barrido” por el galeón y no está abordo, agregó el primer Oficial.
El capitán Da Rocha, navegante curtido, miró la barrera de coral que circundaba
la bahía interior, calculó la distancia desde el sitio de anclaje del galeón hasta la
costa y concluyó que el africano por mucha fortaleza que tuviera, no podía nadar
hasta la costa, en esa zona infestada de tiburones, carecía de cualquier
posibilidad de llegar con vida a la rada interior. Conocía bien ese sitio costero.
Se necesitaba mucha suerte para eludir la voracidad de los escualos de esa zona,
además de una condición física excepcional para superar esa distancia.
El capitán Da Rocha estaba familiarizado con la muerte. Siendo muy joven,
navegó con unos corsarios franceses en las impredecibles aguas del Mar Caribe
asolando puertos españoles, participó en abordajes a naos y bergantines para
despojarlos de sus cargamentos librando cruentas luchas.
Se curtió en esos enfrentamientos contra piratas de todo pelambre, luchando en
los magistrales, cofas y cubiertas de galeones holandeses, británicos, españoles
repletos de oro y riquezas del Nuevo Mundo, que abordaban con bravura.
Era un malhechor con dorada galonada de capitán en sus hombros que lo
calificaba para comandar cualquier nave. Su condición hampesca era ostensible.
Era un hombre de mar, un nauta con experiencia el cual a pesar de su relativa
“corta edad”, estaba curtido en esas lides.
A ellos solo les interesaba el oro, las joyas y riquezas que podían recabar en esos
abordajes a las naves en altamar, la diplomacia o guerras entre naciones eran un
pretexto para aprovecharse. Su interés era el lucro personal por encima de
cualquier consideración patriótica o geopolítica, así lo reconocía, era un digno
miembro de esa hamponada marítima que asolaba los mares del caribe.
En esas incursiones adquirió bagaje en la lucha, conocimiento de la navegación
en esas aguas del Nuevo Mundo y los recursos para adquirir ese galeón en
compañía de varios armadores lusitanos.
En ese mar caribe de un verde cristalino, azules e impolutos cielos, rayano en la
transparencia adquirió la experiencia que lo calificó como caballero de los mares,
Da Rocha era de rápidas decisiones, nada podía hacer por ese marinero.
La vida de cualquier tripulante del galeón le daba igual, no tenía aflicción ni afecto
con la marinería, solo le preocupaba el par de brazos para la faenada que tenía
por delante en las costas y las maniobras normales del galeón.
En el hombro izquierdo era notoria la huella de una lucha reciente, en la costa de
Jamaica, en el fragor de un sangriento combate cuando despojaban a un bajel
británico cargado de oro y piedras preciosas. Durante esa lucha, recibió una
herida de florete que le atravesó brazo izquierdo de lado a lado.
24
Todavía tenía secuelas de esa herida que había restado movilidad a su brazo.
Después de ese accidente, accedió a comandar el galeón dedicado a la trata de
hombres que capitaneaba con éxito, auspiciado por armadores lusos dedicados a
esa actividad de la que era socio de aporte minoritario, a pesar de eso recababa
mayor dinero que cualquiera de los armadores, ya que combinaba las labores de
trata negrera, con el pillaje en altamar. Da rocha era un hampón con mucha clase,
Cuando tuvo claridad sobre la muerte del tripulante, ordenó disponer lo necesario
para envolverlo en un lienzo y lanzarlo al agua como era usual, lo despojaron de
sus pertenencias y montado en un cuartel 17 utilizado como entrepaño de las
bodegas. Luego de una corta oración, deslizaron su cuerpo al agua por el tablón.
Recordó como enroló al africano. En esos días esperaban la invasión del barón de
Pointis a Cartagena de Indias 18. Había recalado al puerto de esa ciudad para
dejar un cargamento de esclavizados traído de Africa, saliendo de Dakar, Senegal.
Las autoridades coloniales de ese puerto del Nuevo Mundo estaban preocupadas
por el inminente ataque de ese sanguinario pirata galo cuyas naves que zarparon
del puerto de Brest en Francia, estaban atracadas en la isla La Hispaniola.
Habían reforzado las defensas de la ciudad fortificada por kilométricas murallas y
fortalezas consideradas inexpugnables, entrenaban a unos africanos para que
estuvieran a la vanguardia de la lucha, esperanzados en detener desde el Castillo
de San Luis, y en las playas de la isla de Carex, al filibustero francés, miembro
de la cofradía de los “Caballeros de los mares”.
Pointis operaba en las aguas del Caribe y se preparaba en Puerto Príncipe, en la
Caleta Jeremy y en Cabo Haitiano para saquear al puerto colonial más importante
de la corona española en el Nuevo Mundo.
El capitán Da Rocha conocía ese puerto colonial que tanto le gustaba. Cartagena
de Indias ejercía en el un encanto especial, un hechizante atractivo por la belleza
de ese entorno edénico y cautivante, que lo llenaba de una inmensa paz interior.
Tenía las mismas características físicas de cualquier ciudad europea de tercer
orden, se parecía a Oporto y a varias ciudades españolas del mediterráneo.
Las calles de ese acogedor villorrio colonial estaban empedradas con adoquines
bien elaborados, de morisca trama similar a los de Granada, eran de encajadura
sencilla y ondulados, las vías bien diseñadas, derechas y anchas, las aceras
adecuadas para el tamaño de la población.
Las casas de esa a ciudad colonial eran fabricadas con “alto” en su mayor parte.
El vecindario estaba compuesto por “castas”, la ciudad a pesar de carecer de
auríferas minas y “no ser la más rica de las indias”, hay “crecidos caudales”.
En ella se aprecia la sibarítica opulencia de los españoles en medio de la miseria
más abyecta en esa heterogeneidad étnica y de variada mulatería de esa colonial
urbe. La proporción los interiores de las casas son adecuados y muy aseados. 19
El gobierno lo componía, un gobernador que representaba la autoridad de la
ciudad, era nombrado por el soberano mediante, según ellos, una cuidadosa
selección de esa dignidad que representaba la corona en estas tierras de
ultramar; un cabildo secular, dos alcaldes que actuaban conjuntamente, elegidos
cada año de entre los cabildantes de la ciudad para que manejaran los asuntos
25
portuarios, y la parte urbana; un obispo y su cabildo eclesiástico, una Caxa real o
tesorería, tesorero, contador, un auditor de guerra y otros funcionarios menores.20
Su bahía era de aguas transparentes y estaba poblada de sábalos, tiburones, en
ocasiones podían verse caimanes tomando sol en los islotes y orillas del manglar.
Los atardeceres de Cartagena de Indias apreciados desde las piedras de la orilla o
desde la balconada con acceso a ese mar multicolor, tenían un encanto especial
que cautivaba por su magia, plástica y belleza.
El agua de la bahía era cristalina, abundaban los caracoles comestibles y la pesca
era común en esa ciudad ya que peces, moluscos y crustáceos de toda índole, era
la dieta habitual del nativo de variadísimas oriundeces que poblaba la ciudad.
Cartagena de Indias era un puerto en el que se reunían filibusteros, buscavidas
con gente del malevaje europeo y del Caribe, haciendo de esa ciudad fortificada y
centro de la trata de esclavizados, sitio obligado de reuniones de tratantes,
comerciantes, contrabandistas y gente de la arrabaleada europea que llegaban en
galeones y bergantines a asentarse temporalmente en la ciudad donde la vida
nocturna y las mujeres dedicadas a la prostitución, eran abundantes.21
Una mañana al regresar de la capitanía general del puerto donde legalizaba los
documentos de su paz y salvo con las autoridades para el zarpe del galeón,
caminó por la playa y se descalzó para sentir la caricia de arena en sus pies.
Parecía andar por una alfombra de suave nudaje, la calidez de esos dorados
arenales tonificaba sus extremidades, habituadas al calzado de grueso cueraje.
Cuando caminaba por las abullonadas arenas de esa hermosa rada, serena y
plácida como el lago Mabolo en Gabón, le tocó presenciar el entrenamiento bélico
de unos africanos por militares españoles en un playón cercano a las imponentes
murallas de la ciudad. Un grupo de instructores los adiestraban en la lucha cuerpo
a cuerpo y en esgrima, para la defensa de la ciudad.
Le llamó la atención el estilo y solvencia de un esclavizado que manejaba con
habilidad ese tipo de armas, inhabituales en los asentamientos tribales africanos.
Era más diestro en el manejo de armas cortantes el africano, que el militar español
encargado de la formación, disciplina y habilidad en el manejo de ellas.
El joven esclavizado a pesar de tener un estilo poco ortodoxo y convencional,
apaleaba con sevicia y arte a sus instructores. Era un portento en el manejo de
esas armas. Ese guerrero oriundo de Africa occidental, era superior a quienes lo
adiestraban, los dominaba en el difícil arte de la esgrima con una técnica
desconocida, inusual, pero de una indudable contundencia.
A pesar de esa destreza se apreciaba que ese esclavizado era muy joven.
Con las recias varas de acacia, apaleaba a sus instructores, desconcertados al no
poder descifrar el estilo del guerrero.
Lo asombró la suficiencia del esclavizado, su certera métrica y elegante estocada,
su maestría en ataque y defensa, se adivinaba en el magro guerrero africano de
mirada fiera, una aptitud innata para la lucha. Era un espectáculo verlo combatir.
Sus movimientos tenían una cadencia elegante que lo hacía letal e imparable en
sus inatajables embates. No había en esa playa, escenario de un entrenamiento
militar apresurado, un contendor capaz de enfrentarlo con éxito.
26
Su gestualidad en defensa y ataque tenía una plástica elegante y exquisita,
semejante a una danza ritual mandinga en sus herméticos ceremoniales nocturnos
iluminados por los rayos lunares. Sus movimientos eran elásticos y de tanta
destreza, que daba la impresión de flotar en los aires al eludir con elegancia, los
rabiosos lances de sus “instructores”, eran movimientos acompasados y
cadenciosos que al observarlo en la distancia, parecía una mágica danza ritual.
Había elegancia en el africano que entrenaban.
Tenía mucho estilo en su desplazamiento y elusión de las estocadas, poseía una
técnica indescifrable para los esgrimistas convencionales.
Apaleaba severamente a los instructores en las prácticas con alfanje o cimitarra,
diestro en el florete y certero con el puñal, era un peleador nato, la mirada de ese
guerrero era dura, odiaba a sus instructores y se recreaba golpeándolos.
Lo tenía cautivado ese guerrero africano que enseñaba esgrima a sus instructores,
con un estilo desconocido e indescifrable pero supremamente letal.
Necesitaba a ese hombre en su nao. Estaba próximo el zarpe, quería agilizar su
salida y estar lejos de ese puerto cuando llegaran a la bahía las naves del Barón
de Pointis, con las de Jean Baptista Ducasse
Conocía a ambos y sabía que eran sanguinarios y carecían de todo escrúpulo.
Cuando asolaban cualquier ciudad la arrasaban hasta los cimientos.
Las autoridades coloniales no podían detener la flota del sanguinario filibustero
que en nombre de la corona francesa iba a tomarse el más importante puerto
colonial del Nuevo Mundo.
En el galeón, llamó al contramaestre para hablarle del africano que vio entrenar
en la playa. Le manifestó su interés en apoderarse del guerrero mediante una leva
furtiva o sobornando a un instructor para enrolarlo en la tripulación. Iba a utilizarlo
en confrontaciones y oficios menores.
Lo necesitaba como intérprete en los asaltos a las aldeas para negociar con
agentes europeos y/o jefes tribales la compra de esclavizados.
En la tarde el contramaestre con tres tripulantes, enrumbó a la playa y habló con
uno de los adiestradores para que accediera mediante el pago con unos doblones,
a llevarse al africano a la nao. Esos curtidos tratantes, sabían que las autoridades
coloniales prohibían esas negociaciones sin un permiso de la capitanía.
A pesar de ser común estas operaciones que mediante un tributo esta autorizaba,
las transacciones furtivas eran frecuentes entre dueños de “cargazones”.
El desembarco de esa “mercancía clandestina”, se hacía en cualquiera de las
innumerables caletas de la bahía de la ciudad. De descubrirse una negociación
de esas, detendrían el zarpe de la nave hasta cancelar la multa impuesta.
Al día siguiente en la tarde, un esquife fue arreado por el cabrestante de la nao;
al tocar agua lascaron las amarras del aparejo dejando los cabos de las jarcias en
colgajo con los ganchos en sus extremos para virar la embarcación al regreso.
Después de colocar el esquife con la proa a la playa cercana, a canalete tendido y
acompasado se dirigieron a la costa dispuestos a llevarse al africano.
Al llegar a uno de los canales de esa playa, amarraron el bote en la maraña de los
manglares mientras un remero hacía la señal indicada al soldado español.

27
Esperaron al peninsular en la orilla de la ensenada, ya había visto al bote de los
portugueses dirigirse hacia el lugar acordado. El africano sabía de qué se trataba.
Estaba dispuesto a irse, su intuición le indicaba que esta era una oportunidad
única para regresar con los suyos, algo le indicaba que debía aprovechar ese
momento, cualquier otro sitio que le tocara ir, por cruel e infame que fuera, iba a
ser mejor que el lugar en donde se encontraba esclavizado.
En el galeón, se abrían muchas posibilidades de escapar o morir en el intento.
Cuando llegó el español con el guerrero al canal donde el bote esperaba, lo
recibieron los marineros y lo subieron en la embarcación cuya curvatura rozaba el
verde ramaje de los manglares. Kanú, sereno, fue sentado entre dos tripulantes.
Sabía de que se trataba y estaba de acuerdo.
El español se dirigió a la embarcación que estaba en la caleta para cobrar la
venta del hábil esgrimista. El contramaestre agarró su afilado kriss dando la
espalda al venal ibérico, al acercarse a recibir el dinero, le enterró la filosa arma
en el pecho hasta la empuñadura, manchando el bronce de su daga mortal con la
sangre del español, que manó a borbotones por la profunda herida.
El infortunado hombre se estremeció un poco y sin exhalar ningún gemido, abatió
su cabeza sobre el pecho. Con naturalidad, registró el cadáver apoderándose de
sus botas y pertenencias, lavó su arma en las aguas del manglar de ese puerto
colonial, mientras se embarcaba en el esquife secando su kriss con las faldas de
su camisón.
Kanú miró al portugués, sabía que todos eran asesinos y desleales.
En Africa la palabra tiene connotaciones distintas, es un activo importante.
El cadáver tendido en medio de los verdes manglares, era una prueba de la
condición bellaca de los peninsulares y de su falta de honor.
Una hora mas tarde, arrancharon la maniobra de cubierta, abatieron y trincaron la
arboladura, aseguraron los cabezales de los palos en sus cunas fijándolas con los
cabos de las jarcias en las cornamusas de metal, el galeón de los tratantes viraba
las ancoras zarpando rumbo a los puertos de Veracruz y la Habana.
Desde este último puerto, zarparían rumbo a las costas africanas atravesando el
mar Caribe para regresar con otro cargamento humano en sus bodegas.
En la espeso manglar de esa playa cartagenera, quedó tendido para siempre en
posición de suplica trascendental, el cadáver del español.
Sus ojos aún abiertos reflejaban desolación y el terrible desamparo de la muerte.
El soldado colonial motivado por un dinero fácil, cayó asesinado por la mano
criminal de un tratante portugués. Jamás volvería a su tierra aragonesa a disfrutar
la bonhomía de sus gentes ni la belleza de sus catedrales y fastuosos castillos, su
cuerpo sangrante, flotaba en la trama del manglar tiñendo las aguas de ese estero
con su sangre de tonalidad parduzca. Los cangrejos del manglar se acercaron
ávidos de carne fresca, al cadáver del infortunado hombre.
En el cielo comenzaron a volar las voraces aves de rapiña, trazando círculos y
acercándose al sitio donde se encontraba el occiso.
En el horizonte, se podía observar al navío, el cual dejaba una blanca estela que
contrastaba con el azul profundo de las aguas de ese sector del caribe que
reflejaba claramente los colores de Yemayá.
28
Capítulo Tercero
La aldea de Kanú
Kanú nació en Tambacounda, un poblado situada en las orillas del Casamance.
Cuando las mujeres iban a parir, eran llevadas al río por las parteras para que el
primer contacto del recién nacido fuera con el agua.
La aldea estaba construida sobre un inmenso otero erigido y rellenado
con otanes 22 sagrados por los primeros habitantes de este poblado.
La estructura y diseño de las viviendas era circular, en el centro estaba el Igbodú y
la casa de Molé, el jefe tribal. Seguía la vivienda de los ancianos del Consejo, en
las afueras estaban los talleres de los fundidores de la aldea.
Poseían estos, un conocimiento hermético transmitido a pocos elegidos después
de un proceso de aprendizaje especial en el cual se les enseñaba el manejo del
elemental del fuego llamado al que llamaban “Salamandra”.
Los jóvenes de la aldea se cuidaban mucho de pasar por ese lugar formando
algarabías ya que estos los reprendían con fuertes gritos y en muchas ocasiones
les propinaban fuertes varetazos con secas ramas de matarratón.
El jefe de estos, era un hombre alto y robusto y hosco, a quien todos en el poblado
llamaban Coko, los niños de la aldea le temían mucho.
La madre de Kanú decía a este, que después que los fundidores fabricaban una
lanza o cualquier arma de metal, la ofrendaban a Oggún y probaban su temple,
enterrándola en el pecho de cualquier animal, decían que la sangre que
empapaba el metal, lo templaba y hacía invencible al poseedor de esta.
Su padre era un famoso guerrero llamado Molé, descendiente de un importante
grupo clanil conformado por antepasados de tradición guerrera.
Había contraído matrimonio con Masú, sensual hija de Yemayá, dedicada en su
juventud al trabajo sacerdotal y cuyo cuerpo otoñal, se mantenía duro y armónico,
su piel era lozana y tersa, sus senos erguidos y redondos característicos de las
hijas de Yemayá, conservaban su turgencia, eran agresivos, lozanos y erectos.
Tuvieron siete hijos de los cuales el menor de todos era Kanú, los seis restantes,
tres varones y tres mujeres vivían en la aldea con sus respectivas familias.
Se habían independizado de la égida clanil menos Kanú, quién por su corta edad
vivía aún en la casa paterna realizando labores acordes a su condición.
Ayudaba a su padre y hermanos mayores en labores de pastoreo y otras faenas,
recibía de ellos el adiestramiento básico para capturar aves y otros animales con
elementos artesanales, lo mismo que su práctica para adquirir destreza en la
pesca y las actividades agrícolas habituales en esos asentamientos humanos.
La vida del Kanú, transcurría al igual que la de los jóvenes de la aldea, en medio
de juegos, práctica del lanzamiento de flechas, dardos, lanzas, enfrentamiento
con jóvenes de su misma edad y ocasionalmente mayores, utilizando palos
simulando armas largas y para el cual tenía una habilidad innata.
Realizaba labores de pastoreo en el hato familiar con sus hermanos, o solo
cuando tuvo la destreza, participaba en carreras a campo abierto, cruce de los
ríos y caza menor en la cual se destacaba por su ingenio en la elaboración de
trampas artesanales para capturar pequeños animales.

29
Tenía diez y seis años y había hecho prometer a su padre, que lo llevara de
cacería a las inmensas planicies donde estaban las grandes manadas cuando
este fuera salir en alguna partida de caza.
Su padre accedió risueño a esa petición, la cual parecía estar esperando.
Ese día le raparon completamente la cabeza.
En la madrugada salieron de cacería seis guerreros con sus respectivos hijos para
que adquirieran destreza en la caza de los ariscos venados y los ágiles antílopes
dispersos en manadas por las planicies africanas.
Para los jóvenes esta experiencia era vital para su desarrollo como guerreros.
Regresaron tres días más tarde a la aldea cargando dos grandes cérvidos
cazados por los jóvenes orientados por sus padres, ante quienes demostraron
disposición, destreza y habilidad que sorprendió a los ya curtidos cazadores que
los acompañaban en esa exitosa faena de caza.
Desvisceraron las piezas guiados por sus mayores, evitando reventar la hiel, la
que retiraron con cuidado y guardaron para entregarla a los ancianos, para los
usos sacrales y medicinales necesarios.
Posteriormente “manearon” 23 las cuatro patas para cargarlos atravesando sus
lanzas recién estrenadas e invictas entre las patas de los cérvidos.
Cargaron los animales en sus hombros y se dirigieron a la aldea, mostraban los
ejemplares cazados, se ufanaban ante sus amigos “menores”, se pavonearon con
las jóvenes, ufanándose de la proeza realizada en su primera expedición.
Se acostaron confiados y orgullosos esperando que rayara el nuevo día para
seguir contando sus habilidades.
Ninguno de ellos tenía la menor idea de lo que le deparaba el día por llegar.
Por el momento, disfrutaban de la condición de “cazadores curtidos”.
En la madrugada del día siguiente cuando aún los gallos no habían empezado a
anunciar con su diana alegre el nacimiento del día, Kanú fue despertado por un
sacudón propinado sin miramientos ni contemplaciones.
Los adultos de la aldea le daban unas órdenes con voz muy bronca y agresiva.
Blandiendo sus varas amenazadoramente le ordenaron levantarse.
Fue alzado en vilo, cubrieron diestramente su rostro con un saco tejido con flecos
de fibra de coco, con empujones y golpes de vara aplicados dolorosamente,
fueron sacados de sus casas y conducidos al centro del poblado donde escuchaba
las voces de quienes dirigían el procedimiento, algunas de estas conocidas por
ellos, que les ordenaban callarse y dejar de temblar como mujercitas.
La voz predominante era áspera y gritaba: ¡Es la hora de convertirlos en hombres,
el que tenga miedo que lo diga!, los “seleccionados” callaron, sabían que el valor
en esos poblados era determinante para la supervivencia de toda la comunidad.
Sintió una presencia a su lado la cual adivinó que era su padre, ya que su olor era
inconfundible. Se preguntaba porqué no lo había defendido de los empujones y
golpes de vara que recibían de manera reiterada por parte de esos desconocidos.
En medio del caos reinante, recordó que en una ocasión, su padre y hermanos le
contaron algo relacionado con el entrenamiento que sometían a los jóvenes de la
aldea al cumplir esa edad, además de la iniciación de la que iban a ser objeto.
30
Pensó que había llegado la hora de comenzar ese proceso ancestral y se
desconcertó porque nadie lo alertó, ni le avisaron que el momento había llegado.
Lo sacó de su ensimismamiento, un fuerte golpe propinado en su cabeza rapada
mientras le gritaban: ¡Despierta niñito, llegó la hora de convertirte en un hombre!
Los varetazos le llovían por todas partes a los jóvenes próximos a iniciarse, los
encargados los empujaban vigorosamente mientras los apaleaban y les gritaban a
todo pulmón: ¡Apúrense mujercitas que no tenemos todo el día!
Estaban desconcertados, no era habitual para ellos el trato hosco y brusco que le
daban sus mayores. A pesar de tener el rostro cubierto, podía identificar algunas
voces conocidas entre ellas la voz de Coko el fundidor.
En medio del ardor producido por las varas con que los azotaban, se prometió que
iba a averiguar quién lo había golpeado con tanta saña.
A todos se les daba el mismo tratamiento.
Después de alinearlos, colocaron en sus hombros, una mochila de fique y cuero.
Recordó Kanú que días atrás encontró a su padre suavizando un pedazo de piel
de venado en el patio de su casa, mientras su madre tejía laboriosa, los bordes del
entramado de la mochila y la guindareja de los hombros con fibras de fique curado
de los palmares que bordean la aldea que empapaba con extractos vegetales de
distintos colores.
Se serenó al saber que su padre, hermanos y todos los hombres de la aldea,
fueron iniciados de esa manera y habían sorteado ese proceso de formación por el
que pasaban los hombres del poblado al cumplir la edad requerida.
Se tranquilizó un poco, dispuesto a lo que fuere.
Apretó sus dientes con fuerza y puso en tensión todo su cuerpo.
A pesar de los dolorosos golpes que le propinaban, hizo un gran esfuerzo para no
quejarse ni avergonzar a su padre y hermanos que ya habían pasado por eso y
los cuales adivinaba el joven africano, estaban presentes observando.
Con la cabeza cubierta por el áspero sacón, fueron conducidos fuera de la aldea.
Caminaron sin descanso un largo trecho por senderos de la selva desconocidos
por ellos, sudaron copiosamente durante la marcha, nadie se quejaba, ponían a
prueba el aguante de ellos; cuando el sol declinaba, se detuvieron. Estaban
exhaustos y hambrientos, Kanú estaba al borde del desmayo, nadie había comido
desde el día anterior y a pesar de eso, ninguno se quejó, temiendo la violenta
represalia de los conductores, que en ningún momento suavizaron el trato hacia
ellos. De uno en uno les quitaron los sacones que cubrían sus cabezas y la
escasa luz del sol que había en esos momentos, los encandiló brevemente
haciéndolos cerrar los ojos. Les ordenaron sentarse y sacar el alimento de sus
mochilas. Todos tenían el mismo contenido en sus saquillas, carne de cerdo
ahumada, pescado seco, ñame asado y un odre repleto de aguamiel.
Comieron hasta repletarse, luego se recostaron hasta quedar dormidos.
Los despertaron los gritos de los conductores que los conminaron a levantarse
para seguir caminando hasta el sitio que estaba a un día de camino.
Al día siguiente en la noche llegaron donde se iba a desarrollar el entrenamiento.
El sitio, lo encontraron despejado de maleza y dispuesto para recibirlos.
Se intrigaron al no ver donde guarecerse, solo estaban unas curranchas sin
paredes y techos precarios, solo dos tenían paredes y estaban selladas.
31
Los encargados del entrenamiento los sentaron en el suelo y les dijeron sin
preámbulos: ¡Estas son sus viviendas, no hay paredes, todos dormirán en el
suelo. A dormir que mañana bien temprano comenzamos!
Se acostaron exhaustos y se quedaron dormidos en el áspero suelo.
Antes del amanecer los despertaron con fuertes gritos.
Desde ese día, comenzaron unas fuertes jornadas que empezaban al rayar el día
y terminaban entrada la noche, se acostaban agotados.
En algunas ocasiones caminaban todo el día evitando hacer ruido y cuando
alguien tropezaba alguna rama caída o hacía sonar la hojarasca, alargaban el
ejercicio para obligarlos a ser cuidadosos ya que del sigilo de ellos dependía la
vida de muchos hombres.
Otras veces caminaban hasta muy tarde. Les exigían absoluto silencio, un sigilo
que les permitiera llegar al enemigo sin hacer ruido, acercarse a la manada de
cérvidos para escoger las piezas y matarlas sin que estas se percataran de su
presencia, les decían que este entrenamiento era vital para la supervivencia de
ellos en cualquier sitio en que encontraran.
Fueron veinte y tres semanas de agotadoras jornadas, los adiestraban en faenas
de pesca con elementos proporcionados por la naturaleza, en cruces a nado en el
lugar más caudaloso del río hasta tener la soltura y destreza suficiente para
desafiar la turbulencia de este y salir airosos de ese trance.
Nadaban largos trechos desafiando la corriente del Casamance hasta culminar la
peligrosa prueba final que consistía en el cruce de ese río en la parte más ancha y
caudalosa, terminaban la prueba extenuados.
Se convirtieron en excelentes nadadores, buceadores capaces de permanecer
largo tiempo debajo del agua, grandes cazadores y los adiestraron en la lucha
cuerpo a cuerpo enseñándoles a pelear contra un oponente armado o desarmado
sin riesgos de ninguna naturaleza. Aprendieron el manejo de armas arrojadizas,
cuchillo, machete y espada, supliendo estos elementos, con varas de Iroko 24.
Simultáneamente, les enseñaban la religiosidad ancestral, lo sacral y exotérico de
esa iniciación, que consistía en la enseñanza de lo que podían conocer en el
ámbito de los saberes inherentes a la iniciación menor, lo externo de la práctica
religiosa en la región de donde era oriundo, y a preparar el fuego sagrado en los
ceremoniales antiguos de esos asentamientos tribales, el respeto a los ancianos,
depositarios de saberes milenarios, en el conocimiento de los elementos hieráticos
del Igbodú y lo básico de la espiritualidad en esos asentamientos tribales.
Quienes mostraran inclinación hacia lo religioso y sacral a pesar de participar en
todas las pruebas requeridas, eran apartados en algunas noches para impartirles
otro tipo de saberes. Serían los sacerdotes y sanadores de la aldea.
Con el tiempo accederían a otra iniciación en los Misterios Mayores, en los centros
Iniciáticos del Congo o donde estaban los megalíticos monumentos religiosos.
Kanú no tenía esa disposición porque su tendencia era de guerrero, aunque
siempre estaba atento y escuchaba las explicaciones de los conductores que
consideraba fundamentales para su formación como humano y guerrero dedicado
a lo inherente a su condición, además de los saberes que adquiría de algunas
verdades trascendentales del Universo y que todos los iniciados debían conocer.
32
Se asombraba cuando los sacerdotes que los iniciaban en esos
misterios, “hablaban” con los Eggun 25 preguntándoles asuntos trascendentales
de la aldea y consultando el futuro de los jóvenes que se estaban iniciando.
Kanú temía a lo esotérico, lo totalmente otro, y lo disimulaba ante los ancianos que
censuraban en los jóvenes, el temor a los muertos a quienes respetaban como
consejeros de los otros mundos que jamás abandonaban sus oriundeces.
La rígida distinción entre la vida y la muerte no es válida para el africano, quién ve
en la muerte la transmutación de un estado que somete al cuerpo a un cambio
mucho mayor, aunque comparable al nuevo estado que se experimenta en la
pubertad y a los menores cambios de la mediana edad y la senectud.
El grupo clanil comprende vivos y muertos en completa paridad y la organización
social de la comunidad viviente sigue mucho más allá de las tumbas. El adulto que
muere, al que se le hacen milenarias ritos mortuorios, que son ritos de pasaje que
le permiten la admisión a su nuevo estado, adquiere un estado superior al de los
adultos vivos; pero todo dentro del marco de una organización social única.
El trato del yoruba con los muertos es cotidiano; estos no pertenecen propiamente
a “otro mundo”, sino a otro país del mismo mundo, a la otra orilla; la invisible,
donde la consistencia corporal es distinta, pero donde se sigue “la misma
vida” con sus implicaciones psíquicas, sociales y éticas.
Aprendieron a acceder a los mundos superiores, al plano de los Orishas y de los
antepasados, mediante sonidos percusivos de los tambores “Batá”.
Algunos de ellos eran diestros percusionistas, conocían el misterioso lenguaje de
los tambores con el que se comunicaban con los Eggun y los Orishas para que
montaran 26 a uno de los presentes y por ese intermedio se comunicara con los
sacerdotes, también les enseñaron a descifrar las claves de los tambores en los
mensajes que se transmitían de aldea en aldea.
El percusionista llamado “Omoaña” u “Olubatá”, es adiestrado desde los mundos
superiores, por Changó, 27 Orisha dueño de los rayos, los truenos y los tambores.
Duraron cinco meses de rudo adiestramiento en la espesa manigua esos jóvenes
y cuya rigurosidad no llegó a suavizarse, cada día era más exigente la tarea.
El edénico lugar que escogieron los antiguos sacerdotes de la población para
desarrollar estas iniciaciones, era el adecuado para la continuidad de los procesos
de cambios armónicos y supervivencia en ese poblado africano. El entorno hídrico
era justo y perfecto, para hacer de este sitio que las divinidades habían creado en
esa lejana y tupida selva, la sede de esas iniciaciones a las que sometían a los
jóvenes del poblado para ingresar al conocimiento de los misterios del hombre.
Eran sitios ocultos en la selva, lugares cuidadosamente seleccionados por los
sacerdotes, espacios misteriosos de solemnes silencios profundos y perennes.
Esta quietud ceremonial rayana en lo absoluto, solo era hollada por la presencia
de ellos como jóvenes objeto de un milenario proceso iniciático, muchachos muy
jóvenes que turbaban con voces adolescentes y las broncas de los instructores, la
solemne paz reinante en ese lugar. Esos jóvenes aún eran considerados intrusos
en esas profundidades selváticas donde a los hierofantes de la aldea utilizaban su
sabiduría y conocimiento para comunicarse con los antepasados.
Eran milenarios ceremoniales desconocidos por los jóvenes que se iniciaban en lo
básico de un conocimiento del que iban a hacer uso durante todos sus días.
33
Las rocas de Cabumba donde se desarrollaba ese proceso, resguardaban el lugar
de los vientos del Norte; los peñascos riscosos del Sur, los amparaban de la
violencia de las brisas del nordeste que azotaban y abatían los pastizales de la
planicie, arqueándolos y levantándolos de acuerdo a su intensidad, en el este la
cadena montañosa hacía impenetrable el sitio a intrusos, las corrientes de aire que
llegaban al lugar, lo mantenían permanente fresco. Ese lugar, místico y misterioso
escogido por los ancianos para los procesos iniciáticos, solo era alcanzado por la
tierna brisa marina de la costa oeste que penetraba el espeso follaje, corriente que
sazonada de salobre olor a naturaleza marina, a vida, a algas ondulantes, a rocas
de los acantilados bañadas por el oleaje y ostras vivas, otea suavemente el fondo
de esa espectacular, misteriosa y hermosa llanura, formando leves remolinos
minúsculos que levantaban la hojarasca llevándola al lugar donde estaban los
secos y casi desérticos breñales, extraños e inusuales en ese ámbito, formando
un inconcebible y contrastante erial en medio de esa viva y verde espesura.
Predominaba una temperatura permanentemente fresca por la confluencia de las
diferentes corrientes de aire. La canícula solar era atenuada, tendida y estimulada
por los controlados ventarrones que atravesando la pared vegetal, refrescaba
gratamente el entorno que siempre estaba ventilado.
Una de las pruebas finales, era la de seguir rastros en ese sector de desérticos
breñales, paisajísticamente extraños y atípicos en esa selva verde y espesa que
rodeaba ese rocoso lugar donde tenían residencia lagartos y cierto tipo de víboras,
inofensivas ante los jóvenes iniciados, debido a los sonidos mántricos enseñados
por los instructores para apaciguar a esos animales cuando invadían su espacio.
En ese rocoso lugar de rala vegetación, debían seguir las huellas de uno de los
experimentados conductores y sorprenderlo en el sitio en que estuviera.
Siete días estuvieron en esa difícil tarea que les proporcionó una excepcional
destreza en el arte de identificar y seguir toda clase de huellas y pisadas, también
aprendieron a identificar el rastro de diferentes animales, a encontrar la huella
invisible de los depredadores e identificar sus pisadas, las de los ariscos cérvidos
por medio de sus olores e identificarlos por especie de acuerdo a su almizcle,
movimientos de tierra, erosiones en la superficie, desacomodamiento en el
peinado de la hierba, detritus en el pasto o enterrados en el suelo y una serie de
detalles que les daría el conocimiento y habilidad necesaria para cazar, conseguir
alimentos, seguir huellas de animales y humanos en cualquier espacio.
Una tarde, después de una agotadora jornada de natación remontando la fuerte
corriente del Casamance, recias prácticas de lucha y defensa personal, regresaron
agotados a la sede donde tenían su asentamiento.
Ese día, por el esfuerzo y la exigencia física desarrollada sin pausa, se reflejaba
el cansancio en los rostros de los jóvenes inmersos en ese proceso iniciático.
Antes de ubicarlos en las curranchas para descansar, los formaron con la vista al
este sin que efectuaran ninguna clase de movimientos. Después de un plantón en
esa posición, les ordenaron volverse. Todos lo hicieron simultáneamente.
La sorpresa fue mayúscula para ellos al encontrar en ese lejano lugar donde
reinaba un misticismo sacral, a sus padres y hermanos orgullosos y alegres.
34
El padre de Kanú estaba risueño y tendía amistosa la mano a su hijo colocándole
la izquierda sobre su hombro derecho saludándolo como a un hombre, como igual.
La gestualidad de su progenitor le indicó al guerrero que desde ese momento
tenía otro status en el seno de la familia y en el conjunto social de la aldea.
Su padre lo reconocía como “un hombre” y le brindaba una amistad sin dobleces.
Sintió orgullo, respondió el saludo conteniendo las ganas de abrazarlo como
siempre, pero el ya “era un hombre”, un guerrero curtido.
Todos hicieron lo mismo aunque en su interior querían abrazar a sus progenitores.
Cuando su madre trató de abrazarlo amorosa como era usual en ella, este le dijo
en el oído: ¡Ya soy un hombre madre, deja esos abrazos para mis hermanas.
Masú, que ya había vivido esa situación con sus hijos mayores, lo entendió y dijo
sonriente: “Hemos traído comida para que cenes y tengas tus provisiones,
acércate guerrero, para colocarte estos Elekes 28 que hicieron tus hermanas por
indicación de los sacerdotes quienes los consagraron para que los uses siempre.
Al día siguiente durmieron hasta tarde y fueron eximidos de los “trabajos
habituales”. Se saciaron con la comida que les dieron sus padres y se regocijaron
pensando que todo había terminado y que iban a regresar a sus casas.
Cuando la tarde abdicaba, los formaron frente a las viviendas que tenían paredes.
Les ordenaron guardar silencio absoluto. El sonido de unos tambores Djembí los
obligó a mirar hacia ese lado. Un grupo de mujeres de la aldea con edades que
oscilaban entre diez y ocho y treinta años, hizo su ingreso sin dejar de danzar al
lugar donde estaban los jóvenes iniciados.
Mostraban sus erectos y agresivos senos, untados con aceite de corozo, sonreían
insinuantes, danzaban al compás de los tambores que percutían un ritmo suave
que apretaban a medida que transcurría lo vertiginoso del toque, en esa medida
los movimientos pelvianos de sus cinturas cubiertas por largas piezas de tela con
estampados geométricos se hacían más circulares y frenéticos.
El nombre de la danza que interpretaban las hermosas mujeres se conocía con el
nombre de Fulafare yoleli, usual en esos procesos iniciáticos.
Esta hermosa danza de contenido religioso, era sensual, erótica y se realizaba
cuando llegaba un personaje importante a la aldea a quién se quería honrar.
Generalmente se hacía para brindarle ofrendas a Ochún y a Yemayá.
Era la bienvenida simbólica de estos jóvenes a su nueva condición de hombres.
Los tambores repiqueteaban vertiginosamente, los percusionistas sudaban
copiosamente, los bustos de las mujeres aceitados con epó, brillaban cuando se
les reflejaban los rayos solares, era una danza hermosa y enervante.
Culminada esa danza, los tambores reanudaron su toque y las mujeres realizaron
otra más erótica y rítmica, llamada Balakulandjan, en esta danza los coros eran
vitales, el “mande coral” lo realizaba una anciana, inmóvil entre vorágine rítmica
y los giros pendulares de cinturas ansiosas y desprovistas de todo ropaje. Este
cadencioso mande lo respondían en un armónico coro, la plástica de la danza era
muy artística a pesar de su contenido lúbrico, la duración fue menor a la anterior.
Por último, realizaron una danza conocida como Wolossodon Djondon, esta, a
diferencia de las anteriores, las realizaban, sin los mantones dejando al
descubierto la zona púbica y mostrando el sexo completamente rapado.
35
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv
Kanú mi hermano iv

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

Historias del paraiso Libro tercero - Gustavo pereira
Historias del paraiso Libro tercero - Gustavo pereiraHistorias del paraiso Libro tercero - Gustavo pereira
Historias del paraiso Libro tercero - Gustavo pereiraVictoria Monsalve
 
Historias del Paraiso Libro Segundo - Gustavo Pereira
Historias del Paraiso Libro Segundo - Gustavo PereiraHistorias del Paraiso Libro Segundo - Gustavo Pereira
Historias del Paraiso Libro Segundo - Gustavo PereiraVictoria Monsalve
 
Historias del paraiso Libro Primero - Gustavo Pereira
Historias del paraiso Libro Primero - Gustavo PereiraHistorias del paraiso Libro Primero - Gustavo Pereira
Historias del paraiso Libro Primero - Gustavo PereiraVictoria Monsalve
 
Me quedo con el garcía márquez periodista
Me quedo con el garcía márquez periodistaMe quedo con el garcía márquez periodista
Me quedo con el garcía márquez periodistaMilena Olarte
 
Cuentos del arañero_libro
Cuentos del arañero_libroCuentos del arañero_libro
Cuentos del arañero_libroNelson Caldera
 
Cuentos del arañero_cuentos
Cuentos del arañero_cuentosCuentos del arañero_cuentos
Cuentos del arañero_cuentosNelson Caldera
 
Ap idea lit all works info power pt
Ap idea lit all works info power ptAp idea lit all works info power pt
Ap idea lit all works info power ptrachrun
 
Lit. precolombina
Lit. precolombinaLit. precolombina
Lit. precolombinaMTG1212
 
Garval (primeras páginas)
Garval (primeras páginas)Garval (primeras páginas)
Garval (primeras páginas)ABAB Editores
 
Doña Bárbara de Rómulo Gallegos
Doña Bárbara  de  Rómulo GallegosDoña Bárbara  de  Rómulo Gallegos
Doña Bárbara de Rómulo GallegosJulissa RLezama
 
Comparación de obras del realismo social
Comparación de obras del realismo socialComparación de obras del realismo social
Comparación de obras del realismo socialGabii Berrios
 
el mundo es ancho y ajeno
el mundo es ancho y ajenoel mundo es ancho y ajeno
el mundo es ancho y ajenoleslie
 

La actualidad más candente (20)

Historias del paraiso Libro tercero - Gustavo pereira
Historias del paraiso Libro tercero - Gustavo pereiraHistorias del paraiso Libro tercero - Gustavo pereira
Historias del paraiso Libro tercero - Gustavo pereira
 
Historias del Paraiso Libro Segundo - Gustavo Pereira
Historias del Paraiso Libro Segundo - Gustavo PereiraHistorias del Paraiso Libro Segundo - Gustavo Pereira
Historias del Paraiso Libro Segundo - Gustavo Pereira
 
Historias del paraiso Libro Primero - Gustavo Pereira
Historias del paraiso Libro Primero - Gustavo PereiraHistorias del paraiso Libro Primero - Gustavo Pereira
Historias del paraiso Libro Primero - Gustavo Pereira
 
Me quedo con el garcía márquez periodista
Me quedo con el garcía márquez periodistaMe quedo con el garcía márquez periodista
Me quedo con el garcía márquez periodista
 
Cuentos del arañero_libro
Cuentos del arañero_libroCuentos del arañero_libro
Cuentos del arañero_libro
 
Cuentos del arañero_cuentos
Cuentos del arañero_cuentosCuentos del arañero_cuentos
Cuentos del arañero_cuentos
 
Ap idea lit all works info power pt
Ap idea lit all works info power ptAp idea lit all works info power pt
Ap idea lit all works info power pt
 
05 razo[1]
05 razo[1]05 razo[1]
05 razo[1]
 
Monografía ii
Monografía iiMonografía ii
Monografía ii
 
El cura Hidalgo
El cura HidalgoEl cura Hidalgo
El cura Hidalgo
 
El reportero
El reporteroEl reportero
El reportero
 
Romulo Gallegos
Romulo GallegosRomulo Gallegos
Romulo Gallegos
 
Tropa vieja
Tropa viejaTropa vieja
Tropa vieja
 
Luis
LuisLuis
Luis
 
Lit. precolombina
Lit. precolombinaLit. precolombina
Lit. precolombina
 
Garval (primeras páginas)
Garval (primeras páginas)Garval (primeras páginas)
Garval (primeras páginas)
 
Doña Bárbara de Rómulo Gallegos
Doña Bárbara  de  Rómulo GallegosDoña Bárbara  de  Rómulo Gallegos
Doña Bárbara de Rómulo Gallegos
 
Comparación de obras del realismo social
Comparación de obras del realismo socialComparación de obras del realismo social
Comparación de obras del realismo social
 
32 17 el divino vargas vila y su obra www.gftaognosticaespiritual.org
32 17 el divino vargas vila y su obra www.gftaognosticaespiritual.org32 17 el divino vargas vila y su obra www.gftaognosticaespiritual.org
32 17 el divino vargas vila y su obra www.gftaognosticaespiritual.org
 
el mundo es ancho y ajeno
el mundo es ancho y ajenoel mundo es ancho y ajeno
el mundo es ancho y ajeno
 

Destacado

Razas Porcinas
Razas PorcinasRazas Porcinas
Razas Porcinassuadcita84
 
Razas de cerdos en méxico
Razas de cerdos en méxicoRazas de cerdos en méxico
Razas de cerdos en méxicoxhantal
 
Biología 3° medio - Informe de Disección de Cabeza de Cerdo
Biología 3° medio - Informe de Disección de Cabeza de CerdoBiología 3° medio - Informe de Disección de Cabeza de Cerdo
Biología 3° medio - Informe de Disección de Cabeza de CerdoGreat Ayuda
 

Destacado (6)

Razas de cerdos
Razas de cerdosRazas de cerdos
Razas de cerdos
 
Razas de cerdos y tipos de cruces
Razas de cerdos y tipos de crucesRazas de cerdos y tipos de cruces
Razas de cerdos y tipos de cruces
 
Razas Porcinas
Razas PorcinasRazas Porcinas
Razas Porcinas
 
Razas de cerdos en méxico
Razas de cerdos en méxicoRazas de cerdos en méxico
Razas de cerdos en méxico
 
Biología 3° medio - Informe de Disección de Cabeza de Cerdo
Biología 3° medio - Informe de Disección de Cabeza de CerdoBiología 3° medio - Informe de Disección de Cabeza de Cerdo
Biología 3° medio - Informe de Disección de Cabeza de Cerdo
 
Razas porcinas
Razas porcinasRazas porcinas
Razas porcinas
 

Similar a Kanú mi hermano iv

La-voragine JOSÉ EUSTASIO RIVERA.pdf
La-voragine JOSÉ EUSTASIO RIVERA.pdfLa-voragine JOSÉ EUSTASIO RIVERA.pdf
La-voragine JOSÉ EUSTASIO RIVERA.pdfwiltoncardenas1
 
Presentacion cultura
Presentacion culturaPresentacion cultura
Presentacion culturayessi1990_
 
416976052-Analisis-Literario-de-La-Obr1-La-Serpiente-de-Oro.pdf
416976052-Analisis-Literario-de-La-Obr1-La-Serpiente-de-Oro.pdf416976052-Analisis-Literario-de-La-Obr1-La-Serpiente-de-Oro.pdf
416976052-Analisis-Literario-de-La-Obr1-La-Serpiente-de-Oro.pdfCarlosEspiritu6
 
Aspectos Criollos - Aspectos Criollos
Aspectos Criollos - Aspectos CriollosAspectos Criollos - Aspectos Criollos
Aspectos Criollos - Aspectos CriollosMario Burga
 
La vuelta al mundo en 80 libros
La vuelta al mundo en 80 librosLa vuelta al mundo en 80 libros
La vuelta al mundo en 80 librospablomedellin
 
La representatividad de los Ancestros en la novela Changó, el Gran Putas
La representatividad de los Ancestros en la novela Changó, el Gran PutasLa representatividad de los Ancestros en la novela Changó, el Gran Putas
La representatividad de los Ancestros en la novela Changó, el Gran PutasElizabeth Santafé Varcárcel
 
El Maltrato Indigena
El Maltrato Indigena El Maltrato Indigena
El Maltrato Indigena Aron Florez
 
Modernismo y postmodernismo
Modernismo y postmodernismoModernismo y postmodernismo
Modernismo y postmodernismoMarco Pedreros
 

Similar a Kanú mi hermano iv (20)

La-voragine JOSÉ EUSTASIO RIVERA.pdf
La-voragine JOSÉ EUSTASIO RIVERA.pdfLa-voragine JOSÉ EUSTASIO RIVERA.pdf
La-voragine JOSÉ EUSTASIO RIVERA.pdf
 
Grettel conde.Raza y Género
Grettel conde.Raza y GéneroGrettel conde.Raza y Género
Grettel conde.Raza y Género
 
Presentacion cultura
Presentacion culturaPresentacion cultura
Presentacion cultura
 
416976052-Analisis-Literario-de-La-Obr1-La-Serpiente-de-Oro.pdf
416976052-Analisis-Literario-de-La-Obr1-La-Serpiente-de-Oro.pdf416976052-Analisis-Literario-de-La-Obr1-La-Serpiente-de-Oro.pdf
416976052-Analisis-Literario-de-La-Obr1-La-Serpiente-de-Oro.pdf
 
Aspectos Criollos - Aspectos Criollos
Aspectos Criollos - Aspectos CriollosAspectos Criollos - Aspectos Criollos
Aspectos Criollos - Aspectos Criollos
 
La vuelta al mundo en 80 libros
La vuelta al mundo en 80 librosLa vuelta al mundo en 80 libros
La vuelta al mundo en 80 libros
 
Literatura Colombiana
Literatura Colombiana Literatura Colombiana
Literatura Colombiana
 
Changó, el gran putas
Changó, el gran putasChangó, el gran putas
Changó, el gran putas
 
La representatividad de los Ancestros en la novela Changó, el Gran Putas
La representatividad de los Ancestros en la novela Changó, el Gran PutasLa representatividad de los Ancestros en la novela Changó, el Gran Putas
La representatividad de los Ancestros en la novela Changó, el Gran Putas
 
Los Ancestros en la novela Changó, el Gran Putas
Los Ancestros en la novela Changó, el Gran PutasLos Ancestros en la novela Changó, el Gran Putas
Los Ancestros en la novela Changó, el Gran Putas
 
Guia español primer periodo
Guia español primer periodoGuia español primer periodo
Guia español primer periodo
 
El Maltrato Indigena
El Maltrato Indigena El Maltrato Indigena
El Maltrato Indigena
 
Los Ancestros en Changó, el Gran Putas
Los Ancestros en Changó, el Gran PutasLos Ancestros en Changó, el Gran Putas
Los Ancestros en Changó, el Gran Putas
 
Los Ancestros en Changó, el Gran Putas
Los Ancestros en Changó, el Gran PutasLos Ancestros en Changó, el Gran Putas
Los Ancestros en Changó, el Gran Putas
 
Los Ancestros en Changó, el Gran Putas
Los Ancestros en Changó, el Gran PutasLos Ancestros en Changó, el Gran Putas
Los Ancestros en Changó, el Gran Putas
 
Modernismo y postmodernismo
Modernismo y postmodernismoModernismo y postmodernismo
Modernismo y postmodernismo
 
Memorias de mama_blanca
Memorias de mama_blancaMemorias de mama_blanca
Memorias de mama_blanca
 
BARBASCO.pdf
BARBASCO.pdfBARBASCO.pdf
BARBASCO.pdf
 
Literatura Peruana 5to J
Literatura Peruana 5to  JLiteratura Peruana 5to  J
Literatura Peruana 5to J
 
Analisis socio juridico pelicula apocalipto
Analisis socio juridico   pelicula apocaliptoAnalisis socio juridico   pelicula apocalipto
Analisis socio juridico pelicula apocalipto
 

Kanú mi hermano iv

  • 1. Kanú Antonio Prada Fortul Cartagena de Indias 27 de Julio de 2.007 1
  • 2. Dedicatoria: A la princesa yoruba que amo, A Francia y Máximo, que Ibaé Iban Tonú 2
  • 3. Contenido Dedicatoria Agradecimientos Prólogo Introducción Glosario Bibliografía Pag……….2 Pag………3 Pag……….4 Pag………. Pag………. Pag………. Capítulo 1º…..…….Kanú Capítulo 2º………...Un cadáver en el galeón Capítulo 3º…………La aldea de Kanú Capítulo 4º………...Kanú es conducido a una aldea desconocida Capítulo 5º…………Atacan los tratantes portugueses Capítulo 6º…………Kanú regresa al galeón Capítulo 7º…………Regresan los guerreros Capítulo 8º…………Tambacounda Capítulo 9º…………Se acerca el regreso Capítulo 10º………..Se hunde el galeón Capítulo 11º………..Kima Capítulo 12º…………Culmina la epopeya Capítulo 13º…………Bienvenido a casa guerrero 3
  • 4. Yemayá ¿Quién es divino cantor... esa etérea figura Que sobre la marina alfombra flota? ¿Esa A quién juguetones delfines y plateados cardúmenes Espejeando en la superficie rodean? ¿Dime quién es, amado anacoreta... esa que a su paso Hace inclinar de adoración reverente los verdes palmares? Ella... osado mortal, es de los mares y corales la reina de reinas Ella es Yemayá. Antonio Prada Fortul 4
  • 5. Contraportada De l’expérience du gouffre, del autonombramiento y del derecho/obligación de memoria ¡Kanú! Suena a secular lugar y nombre de Nigeria. Subsume el cuerpo y el santuario de deidades africanas llamadas Orishas/orichas ¡Kanú! Es l’expérience du gouffre, la experiencia del abismo tal y como la cuenta Édouard Glissant en Poétique de la relation (1990). Es aquella travesía forzada entre cadenas, hierro y rejas donde todo se pierde en el abismo del Atlántico. Donde también el Atlántico se vuelve a la vez una matriz de identidad reconstruida. En esta novela epónima de Antonio Prada Fortul, Kanú es la alegoría de una identidad reconstruida a base de libertad reapropiada. La de nombrarse y advenir al mundo por el acto sagrado y religioso mismo de bautizarse y autodefinirse. Kanú es la historia novelada de un héroe negro de las Américas cuya hazaña viene oculta por el mainstream (cultura dominante) colombiano o latinoamericano. Se podría leer como una novela de trazas que nos lleva hacia una historia transatlántica hecha de todas las historias negras: de África y de la Diáspora Africana. Pues Kanú viene tanto de la Casamance/Casamanse (Senegal) como de Kanú (Nigeria). Kanú es pueblo congo, mandinga, lucumí, carabalí. Kanú es la negación de cualquier tipo de servidumbre, ya sea en altamar o en tierra firme. Kanú son todas las figuras negras presentes y pasadas, aquellas que rompieron las cadenas y lideraron los cimarronajes. De Yanga de México al gran rey Benkos Biojó de Colombia; de Macandal, Dessalines, Bouckman a Toussaint Louverture en Haití. Kanú transcribe la voz de Gens de la parole (Sory Camara), es decir los Griots africanos. Aquella transhumante gente depositaria de la historia milenaria de África y que hoy, representa igualmente el contradiscurso poscolonial ante la historia oficial falsificada o mi(s)tificada. Desde este punto de vista incluso, Kanú sería un eco diaspórico –entre otros- de la novela “griotizada” En attendant le vote des bêtes sauvages (Esperando el voto de las bestias salvajes) del escritor marfileño Ahmadou Kourouma. Antonio Prada Fortul, el escritor palenquero, ofrece finalmente en Kanú el cuaderno de otra vuelta al país natal, a la tierra africana. La vuelta a la libertad confiscada por l’expérience du gouffre atlántico. No suena a nostalgia ni a recorrido del estilo de Marcus Garvey sino más bien a derecho/obligación de memoria. Surge como un llamamiento a toda la diáspora negra a buscar en las gestas pasadas, los elementos fundadores de su identidad, su historia y sus valores, a la hora de construir unas naciones multiculturales deseadas pero no reales todavía. Clément Akassi Howard University Washington, DC El 26 de Abril de 2011 Maceio 29 de Enero de 2.011 5
  • 6. Prólogo a Kanú Autor: Ledo Ivo En el otoño de mi vida siempre afirmé que pocas cosas podían abrirme las puertas del entusiasmo y despertar mis emociones como latinoamericano orgulloso de mi origen africano. De eso estaba convencido hasta que leí “Kanú”, el libro de Antonio Prada Fortul, este iniciado yoruba que revivió en mi interior la beligerancia indómita de mis años mozos cuando en compañía del fallecido maestro Jorge Amado y otros jóvenes contestatarios e inconformes con dictaduras que laceraron nuestros pueblos, liderábamos desde muchos estadios del pensamiento, movimientos anti apartheid y luchábamos por el legítimo derecho de la inclusión del afroamericano en todas las instancias que dirigen nuestros países latinoamericanos. Aunque ya tarde para el maestro Jorge Amado que no pudo disfrutar ese inolvidable momento cuando fue elegido Barack Obama como presidente de los norteamericanos. Esa elección me indicó lo pertinente de nuestra lucha. Mas que novela, esta bella oda histórica es un canto sacral, cuyo protagonista es “Kanú” un joven guerrero de la etnia yoruba que realiza una gesta inmensa para regresar con los suyos después de una esclavización como todas oprobiosa, en este continente americano. Me impresionó la historia de este africano por su espíritu decidido y permeado por Yemayá Ibú Okoto, a quién se encomendó en su travesía desde el galeón hasta la caleta. Su coraje y determinación, me hizo recordar la epopeya de inmensos africanos como el rey Benkos Biohó en Cartagena de Indias y San Basilio de Palenque, Zumbi en Palmares, cuna de este autor y Ganga Zumba entre otros. Sería una lista interminable de héroes, africanos que marcaron un hito en la historia de nuestros pueblos americanos.“Kanú”, por su valentía nos recuerda a Sundiata, el personaje inolvidable de “La Epopeya del Mandinga”, hermoso libro de Djibril Tamsir Niane del País Malinké y la aldea Yeliba Kora y que al igual que este, fue producto de la narración de un griot. “Kanú” es una historia conmovedora que despierta muchas emociones y variados estados de ánimo. La narrativa de este escritor oriundo de San Basilio de Palenque, en un estilo similar al de los antiguos iniciados africanos, poético y alado, religioso y espiritual como el de los cantores sagrados de ese continente, nos cuenta la hermosa historia novelada de un personaje que realizó una gesta personal, heroica y lamentablemente intrascendida, por el poco interés de muchos países latinoamericanos incluida Colombia la patria del autor, en escudriñar la historia de los personajes africanos que incidieron y fueron protagonistas del acontecer histórico de América, con sus exitosas luchas reivindicativas y emancipadoras, cuyo reconocimiento gubernamental y/o estatal ha sido tan pírrico que raya en la invisibilización. He leído de este autor “Benkos…las alas de un cimarrón”. “Orika…la gacela de la madrugada” y “Las arenas de Elegguá”, libros que por su contenido, influyeron en mi ánimo, por la decidida retoma de temas de nuestra espiritualidad africana y personajes de ese continente que a pesar del tiempo tienen una 6
  • 7. pertinencia indiscutible porque siempre estarán incursos en el imaginario de nuestros sacerdotes y de nuestros pueblos a pesar de la renuencia de algunos países, que insisten en tenerlos confinados en los desvanes segregacionistas. Por el hecho de conocer parte de la obra de este autor desde el año 2.002, y desde mi visita a Cartagena y San Basilio de Palenque en el año 2.006, tuve la oportunidad de conocer personas cercanas a este escritor, su entorno vital y sobre todo, conocer toda su obra la que reitero, me ha impresionado profundamente. La petición de un sacerdote yoruba, hermano, y excelente escritor, me hizo salir de mis cuarteles de invierno para asumir la gran responsabilidad de escribir este prólogo que lo hago con mucho gran gusto. Las novelas escritas por este notable escritor palenquero son muy conocidas en Senegal, Nigeria, Conakry, República Democrática del Congo y muchos países de Africa, su trabajo ha trascendido mucho, llegando a rebasar el ámbito de su país, donde la lectura de sus libros se circunscribe al círculo de intelectuales afroamericanos, investigadores de la espiritualidad, y expresiones religiosas de Africa, iniciados en milenarias filosofías y estudiosos de las religiones de ese continente que se ven reflejados en este gran ser humano y destacado escritor. El trabajo literario de Antonio Prada Fortul, es conocido en este país (Brasil), su obra ha sido comentada por nuestro afamado escritor Moacyr Scliar que no ha ahorrado sus excelentes referencias a este escritor colombiano de origen palenquero que nos narra en el estilo de los griot, las luchas que entablaron cimarrones africanos, que hicieron tambalear a los opresores gobernantes de estas colonias y de este continente depredado por la codicia de conquistadores y tratantes que dejaron su huella criminal en la historia de este sitio del universo. Moacyr Scliar ha destacado desde la Universidad, la obra de este escritor oriundo de los palenques cartageneros y desde su cátedra impulsa la lectura de los libros de Prada Fortul ubicando su obra entre las grandes novelas contemporáneas sobre trata, historia, espiritualidad, y religiosidad de diferentes naciones africanas y comparándolo con justicia con los grandes autores de Africa y América. Kanú, es un personaje que realizó una gesta pocas veces lograda por los africanos de la obligada diáspora: Volver a su tierra natal a su Africa. Muy pocos lo lograron como este guerrero protegido de Yemayá Ibú Okoto cuyo nombre significa "La que vive entre las conchas", quién guió su travesía del galeón a la solitaria franja costera. Pocos lograron como “Kanú” el hijo de la selva profunda, volver de la diáspora en América a su aldea Tambacounda, no hay registros de otros africanos que lo hayan logrado en esas condiciones. “Kanú”, la novela escrita por Antonio Prada Fortul mi hermano, mi abure palenquero hijo de Oggún, sacerdote, iniciado en los misterios y en milenarios conocimientos, me impresionó tanto, que la concibo como un canto, una oda, una poesía narrada en un hermoso lenguaje. ¡Así hablan los iniciados!. Pocas veces un libro me ha marcado tanto como este que le aporta a nuestra sociedad, a la civilización, a los estudiosos africanistas una historia basada en los cantos sagrados de hombres que como los griot, han inducido después de cientos de años a los historiadores e intelectuales de más de veinte naciones de Africa, a 7
  • 8. procesar estos cantos alados y reescribir la historia de estos países desde sus inicios como pueblos y no desde la llegada depredatoria de los europeos. Ledo Ivo Esta es la solapa Antonio Prada Fortul es hijo de Máximo y Francia y por eso salió amulatado. Es hijo de Cartagena de Indias y por eso salió rumbero y navegante. Es hijo de otras concepciones y por eso salió honrado, fraterno y esoterista. Es hijo adoptivo de Palenque de San Basilio de Palenque y por eso salió vaticinador. Es hijo de Oggún y por eso salió santero. Es hijo de muchos progenitores en lo biológico, en lo cultural y en lo espiritual. Es producto de África y del Caribe. Ha escrito Kanú en el trance sublime de la posesión de su Orisha tutelar. Ha tenido las enseñanzas de Siquito el Médico tradicional de San Basilio de Palenque que lo alimenta con su Frasco de poder bañado en ñeque. Ha crecido espiritualmente bajo la mirada abrigadora de la Seño Concepción Hernández que a la sombra de un caney le enseña a ser santiguador, amansador de muertos y buen caballero del mayoritazgo. Con el acompañamiento bello de los gritos de negritos de año y medio que ya tocan el tambor y cantan los cantos de sus ancestros sin apenas poder pedir tetero. Con el amor de sus hermanas palenqueras que venden frutas, que mastican dulces y que cantan a los que regresan a la naturaleza sus cantos fúnebres de Lumbalú. Con la gracia de su posesión sacra que refleja su fraternal mirada y su gusto por hablar en lengua afropalenquera combinándola con un yoruba coloquial que ha aprendido en súyeres y rezos del complejo sacro de Osha-Ifá. Antonio Prada Fortul el escritor palenquero, ha escrito Kanú como un canto de libertad, como una reivindicación del aporte negro a la cultura y a la identidad de la gente americana y lo ha hecho como un hombre que posee a la tierra y es poseído por ella para crear un hijo. Kanú es el hijo de la inteligencia de Antonio, del alma 8
  • 9. del universo y de la voz de los ancestros. Es un aporte inmenso a la búsqueda de una cultura triétnica en la cual todavía la parte negra está en gran desventaja frente a lo blanco e inclusive frente a lo indígena. Sabemos que Antonio no saldrá jamás del trance creador en el que está y nos seguirá iluminando con sus profecías expresadas de manera tan bella y útil porque es hijo de Oggún y ese trance no desaparece ni siquiera con el gran sonido de los hierros ni con el rugido de la locomotora. Alfredo Vargas Castaño, Omo Aggayú Obba Okan Opé, Awo ni Orunmila Iroso Illecun Ifa Orun Obbi Orun 9
  • 10. Presentación Hace veinte años conocí en New Orleans, Luisiana, a Marcel Agresott directivo de una O.N.G. haitiana, quién hacía uso con el suscrito, de una beca de tres meses y medio, patrocinada por la O.I.T. y en cuyo programa se trató el tema: “Aporte africano al desarrollo de América” y “Religiosidad y comportamiento social del hombre de América y el Caribe”. También sobre el impacto generado por las gestas reivindicativas desarrolladas por los africanos traídos por el tratante europeo. Uno de los instructores era René Calou, sacerdote yoruba nativo de esa histórica ciudad de bella arquitectura y cementerios de caprichoso acabado en la trama de sus elaboradas rejas de manganeso, quién era iniciado en los misterios de esa expresión religiosa, preteológica, destacado antropólogo, africanista y docente de una Universidad de ese país. Durante la permanencia como becario en esa ciudad, hubo gran empatía con este sacerdote y académico adscrito a los programas de la O.I.T. En las pausas de sus charlas y los fines de semana, nos reuníamos en la casa de ese Babalao en Callowstone Grove, enumerábamos las razones que hacían afines a un antropólogo de New Orleans, un babalao haitiano y un palenquero de origen cartagenero, que nos jactábamos de muestra heterogénea etnicidad, ya que además de la ancestralidad africana, nos unía una raíz haitiana indiscutible. Entablamos una gran amistad con ese catedrático quien basado en esa empatía, me hizo acceder a ceremonias yoruba aptas para Aleyos, o no iniciados, como era mi caso en ese entonces, más no el de Agresott que era un consagrado Babalao. En tres ocasiones asistimos a llames rituales o “Bembé”, donde conocimos un sacerdote con varias consagraciones en santería y “rayado” en Regla Conga, por su edad, estaba retirado de toda actividad ceremonial. Descendía de una familia que albergó en su grupo clanil un Griot, poseía el milenario arte de la mnemotecnia. Recitaba pataquíes de los Orishas, sus caminos, colores, Ebbó, sus días, olores, potencialidades y su papel en la construcción del mundo, también conocía muchas fórmulas vegetales de sanación, limpieza áurica y despojos. Narró varias historias escuchadas de sus padres y abuelos en las riberas de un palafítico poblado del Mississippi, entre ellas, la leyenda de un joven guerrero, llevado al puerto esclavista de Cartagena, el cual pudo regresar a su nativa aldea, después de una serie de acontecimientos en los que estuvo inmerso. Cuando el anciano mencionó esa ciudad del Caribe colombiano en su canto, aumentó mi interés sobre esta fascinante narración, que repitió varias veces ante una respetuosa solicitud del suscrito. En el 2.006, Marcel Agresott visitó Colombia en comisión de la O.I.T y estuvo en Cartagena de Indias tres días. Lo acompañé en su labor por la caribeña ciudad que lo cautivó. Al preguntar por el Babalao de Nueva Orleans, dijo que había fallecido años atrás y cualquier información, podía recabarla con el profesor Calou pensionado de la Universidad, pero activo en la religión ya que tenía en su casa un Igbodú con todos sus elementos hieráticos. 10
  • 11. Hablamos en la noche y desde ese día empecé a buscar datos sobre esta historia. Después de de cuatro años de investigación, encontré información en los archivos de la Escuela Náutica de Portugal y en la bitácora del capitán Emiliano Lorenzo Da Rocha da Cintra donde se referenciaba esta fascinante aventura. Para mí fue suficiente. Con esos datos y la traducción de algunos cantos de los Griots terminé esta novela, complementándola con una obvia fabulación y la iluminación de Olodumare, Olofi y Olorun como trilogía divina. Kanú representa el espíritu del africano traído a América como esclavizado. Nunca se resignó, su talante nos recuerda al ímpetu de los indomables luchadores de africana oriundez que lo antecedieron y que jamás se abatieron. Gestas épicas como la del inmenso rey Benkos Biohó, Polonia , Zumbi en el quilombo de Palmares en Brasil, o Bouckman y Macandal, este último a quien el imaginario haitiano mitifica en ritos resurreccionales Dessalines, Petión, Christopher, Leovertuare y aquellos valientes africanos, auténticos paradigmas de las luchas libertarias en América. Así como estos guerreros marcaron sus nombres con letras de fuego en la historia de América, era Kanú. Como todo africano esclavizado en estas tierras, estuvo dispuesto a luchar por su libertad. Su condición de iniciado lo obligaba hacerlo y morir en el intento si era preciso, pero jamás abdicar. No luchar, ofendía a sus ancestros. La historia de Kanú narrada en esta novela rayana en el mundo divinal yoruba, nos recrea la belleza y entorno pastoril de esa aldea famosa por sus adoratorios a los Orishas y las escuelas ofidiátricas en la hondura de sus montes. Nos transporta a la plástica viva de los paisajes hídricos de rumorosas cataratas, arroyos y ríos donde iniciaban a los jóvenes en los misterios menores. Esta novela enfatiza mucho en la religiosidad de los africanos de esa región. En toda narración donde se aluda a Africa, se habla de religión, de epopeyas pataquíes y mitología cuya oriundez involucra lo religioso y lo espiritual. Igual se hace donde se hable de la simbiosis étnica de los pobladores del cinturón costero colombiano. Hemos insistido en dar a conocer y acercar los elementos religiosos y folclóricos escondidos en las honduras del alma popular del colombiano de esas regiones, especialmente de su raíz africana, porque sirve para conocernos y reencontrarnos con nuestra oriundez. Seremos otros cuando reconozcamos esa influencia. En estos momentos se puede hablar en cualquier escenario de la religión yoruba, transmutada mediante el ingenio sincrético que ocultaba lo esotérico de esa expresión religiosa en la diáspora. En América se llama Santería, reconocida mundialmente por el avance de la cultura positivista y científica, que lleva a todo ámbito, el espíritu de objetividad y realismo analítico que ha desprestigiado y dejado sin asidero racional, esos tabú de la ignorancia prejuiciada. Las concepciones religiosas africanas ya se aprecian con los mismos métodos con los que se consideran las religiones de otros pueblos y culturas, pues en todos ellos, en mayor o menor grado y recubierto por las éticas elaboradas en las distintas civilizaciones, se encuentra el mismo profundo sedimento de creencias primitivas y al parecer paralógicas como lo afirmaba Levy Bruhl. 11
  • 12. La religión yoruba aportó mucho a la civilización actual, anteriormente era concebida como retroceso social y pecaminoso, el descenso a las criptas de los misterios africanos para captar el contenido poético, romántico y hermoso de sus liturgias y mitos. Los creyentes africanos y sus sacerdotes, se negaban a revelar a extraños sus salmodias ancestrales y sus hermosas leyendas copiadas por otras mitologías recientes (Griega y Romana) pero promocionadas por la pigmentación, ya que temían juiciosamente la profanación de sus sacras tradiciones y usos religiosos. A pesar de tener esta narración, un profundo contenido sagrado y mítico, no la podemos calificar como religiosa, es la simbiosis de lo sacral, lo ficcional y la historia viva contada por un anciano y sabio sacerdote yoruba. Al carecer de suficientes sostenes históricos, me apoyé en datos suministrados por mi Hermano Dominique Hado Zidouemba, del Instituto fundamental d'Afrique noire en Dakar, Senegal y en el interés de varios intelectuales africanos emancipados por su pasado colectivo y sobre todo de la importancia de la tradición oral que predomina en esta narración, ha visto reivindicada su validez como fuente histórica y ha permitido desentrañar el un tanto misterioso panorama de la vida de esos pueblos al mundo, mostrando una más clara visión del pasado de esas Naciones. Con esa información hilvané el libro tejiéndolo página a página, haciendo uso de la discrecionalidad del fabulante, del conocimiento de algunos usos y costumbres religiosos de nuestro continente gestor y Madre Patria, Africa, fue que pude concluir el presente trabajo. Muchas personas aportaron al presente libro en lo relacionado con la Santería. Cito a Alfredo Vargas Castaño, Omo Aggayú Obba Okan Opé, Awo ni Orunmila Iroso Illecun Ifa Orun Obbi Orun, quién en su condición de babalao, ayudó a establecer las diferencias teogónicas entre la religión del africano y el europeo. Con Omo Aggayú Obba Okan Opé, buscamos en lo profundo de las tradiciones y pataquíes de los Orishas, los peldaños de la evolución de esta religión, desde el oscurantismo y la nebulosidad preteológica, a través de mitos, dogmas, superticiones y quimeras, hasta el agnosticismo o el ateísmo franco. Esta gradación de matices religiosos es la que se traduce en la belleza de ritmos, canciones y percusiones de los rituales religiosos de Africa y que apreciamos en la gestualidad sacral del Lumbalú, los bullerengues de San Basilio de Palenque y los Currulaos vibrantes en la costa pacífica. Hay magia en el libro, sabiduría ancestral y mucho respeto a nuestra cosa religiosa. Hoy como un aporte a la etnia que pertenezco y con la que me identifico y a sociedad en la que estoy inmerso, ofrezco. Una cosa le aseguro amigo lector: ¡Los Orishas siempre estuvieron presentes. 12
  • 13. Capítulo Primero Kanú La silueta del africano, se deslizaba furtivamente por el tosco maderamen de la cubierta del galeón, amparándose en la espesa oscuridad reinante. Avanzaba pegado al entablado de la mampara de colisión y la regala del galeón, que conducía al castillo de proa por estribor. Evitaba ser sorprendido por algún tripulante. Se desplazaba sigilosamente, confundiéndose entre la penumbra, se ocultaba entre los arrumes de los cabos de la maniobra de proa, arranchados al lado de las bitas sembradas en esa parte del galeón fondeado, con su velamen trincado y adrizado en esas riscosas costas de turbulentas corrientes en Africa occidental, para llenar sus bodegas con personas que desarraigaban de sus aldeas para venderlos en las plazas de las ciudades coloniales y esclavizarlos en plantaciones del Nuevo Mundo. Viajaban en micro espacios irrespirables, atados a la recia bancada construida especialmente para transportarlos en un hacinamiento inhumano. Reptaba sinuosamente por los recovecos de la cubierta, se movía como sombra el africano entre las madejas trenzadas de los cabos, hasta llegar al broncíneo ojo del ovalado escoben del ancla por donde deslizó ágilmente su cuerpo acerado y musculoso a la parte externa del galeón. Descendía vigorosamente por los gruesos eslabones de la cadena, agarrando con fuerza las oxidadas eses aceradas cuya gruesa costra cubría los ojos metálicos de la cadena del áncora de estribor, fundidos en los gigantescos hornos de los astilleros de Euskadi en San Sebastián tierra de los fogosos navegantes vascos. La nao fondeaba con dos áncoras a fondo, una en proa por estribor y en popa por babor; las restantes, colgaban al escorante rozando la superficie marina de esa rada riscosa, bordeada de cortantes y retadores atolones que en bajamar, sobresalían sobre la rizada superficie de ese turbulento mar, haciendo imposible la navegación de las naves que no podían ingresar en su amparado seno. La amura de la proa, devolvía como eco adormecedor, el rítmico golpeteo de las olas en el maderamen del casco del galeón que se erigía imponente en medio de esa inmensidad marina. Por la nulidad de carga de la embarcación, el codaste que amparaba el timón, era visible desde la distancia en que se encontraba el africano que escapaba deslizándose por la cadena que formaba un ángulo desde ese lugar ya que la propela de bronce bruñido, estaba casi a flor de agua. Sus músculos estaban en controlada tensión y sus fuertes dedos acostumbrados a la diaria faenada, atenazaban con fuerza los oxidados eslabones. Estaba a pocos metros de coronar su fuga, sus pies rozaban el agua. Era Kanú, el africano cautivo en ese galeón, recapturado por los tratantes, para aprovechar su habilidad combativa. Iba a ser el intérprete en sus expediciones al interior, para facilitar la comunicación entre los nativos capturados. Después de raptarlos en diferentes puntos de la costa, completaban sus cargamentos en Dakar, principal puerto senegalés, ahí embarcaban a diferentes grupos etno-culturales, identificados como yorubas, bantús, Ewe, mandinga, Wolof, kikongos y otros. 13
  • 14. El africano era de consistencia fibrosa y sin grasa en su adiestrado cuerpo. Por la destreza en el descenso, se notaba su recio entrenamiento en su lugar de oriundez, se apreciaba que había sido alimentado adecuadamente, condición esta que le permitió sobrevivir a los rigores de esa travesía infame. Estaba ansioso por la decisión tomada meses atrás y que coronaba con éxito, ya que al fin escapaba del galeón por el ojo del escobén sosteniéndose de los grilletes. Permanecía alerta y sereno. A pesar del peligro que corría el africano que escapaba de ese lugar infame donde lo confinaron, estaba decidido a nadar a la costa asumiendo cualquier riesgo, incluyendo la pérdida de su vida. Solo quería escapar, pisar suelo africano. Sudaba por el esfuerzo de sostener su cuerpo a pulso, descendiendo por la cadena cubierta de costras del orín e intemperie. El sudor resbalaba de su anatomía cayendo en la plateada superficie marina formando minúsculos cráteres espejeantes y fugaces alrededor de la cadena de anclaje en esa dársena africana iluminada por los rayos lunares y el brillo incandescente de las estrellas. Recordó como había eliminado al vigía portugués que impedía con su presencia en cubierta, el acceso al castillo de proa, sitio que había escogido para su fuga. Los ojos vigilantes del africano escondido entre los elementos de cubierta de la nao trincados en sus respectivas cunas, seguían los movimientos del tripulante embebido en el rastro lunar de plateado reflejo en el costado del galeón. Kanú se acercaba sigilosamente al distraído peninsular sumido en añoranzas de la pastoril y feraz serranía lusa de donde era oriundo. Se ocultaba tras unos barriles asegurados con cuerdas, en la regala que conducía al pañol de cabos donde cabeceaba el marinero absorto en sus recuerdos, miraba el alfabeto estelar, añoraba los viñedos de su pueblo, los jamones de la serranía lusa y los vientos de la montaña refrescando las eras en los plantíos de oliváceas y frutales en las fértiles orillas del Duero. Tenía sus pensamientos en las cepas escogidas de sus vinos añejados en las bodegas regadas a lo largo y ancho de la península para degustar los claretes de esa embrujadora tierra, en la gastronomía de su país, en los rebaños de ovejas y cabras, las mujeres que la poblaban y los cielos lusitanos, azules como ningún otro. Solo en el mar de los caribes pudo apreciar un cielo tan hermoso. Estaba cansado. Desde que se enroló como tripulante, añoró a su familia a la que por razón de su condición hampesca nunca buscó en sus recaladas a puertos lusos. Jamás le escribió a ningún familiar, en esos momentos los añoraba. Definitivamente ese sería su último viaje, pensó. No sintió en esos momentos de añoranza, las manos poderosas del africano atenazando su cuello impidiéndole todo movimiento y acabando con su vida; su cuerpo se desgonzó en brazos del guerrero en medio de roncos estertores. Sostuvo Kanú, el cadáver europeo y lo depositó bajo el nudaje de las jarcias lazadas en las cornamusas que estaban en la parte menos iluminada de cubierta. Ahí quedaron para siempre los sueños de este lusitano que jamás volvería a su lejana península. Atrás quedaba el cuerpo sin vida del marinero abatido por el fugitivo, su cuerpo inerte, yacía recostado a un tonel utilizado como depósito de 14
  • 15. grasa animal para lubricar los motones de las jarcias. Su mirada carente de brillo, estaba fija en un punto del firmamento infinito, estrellado y titilante que iluminaba esas costas africanas con una luz espectral. El guardián caído, era un rudo hombre de mar oriundo de Lisboa, pendenciero y reconocido asesino en el hampesco ámbito de esa ciudad, para este lusitano, abatido por un guerrero que buscaba su libertad, no existían limitaciones en el maltrato, sadismo y crueldad contra los africanos que esclavizaban. La muerte le llegó, cuando fumaba el tabaco de su curada pipa de cedro asturiano. Atrás quedaron sus deseos de hacer fortuna con la trata infame de humanos en el Nuevo Mundo y regresar a la península ibérica con un inmenso caudal. La muerte lo sorprendió cuando soñaba con los fértiles campos de Oporto y en las bellezas naturales de su terruño lejano. El africano había eliminado el único obstáculo que se interponía a su libertad. No era un asesino el osado guerrero decidido a escapar hacia la playa que se divisaba en la lejanía. Concebía la muerte del europeo como algo normal. No estaba en su ánimo interrumpir a armonía del ciclo vital del marinero, pero era su libertad o la vida del tripulante, no tenía opción, fue un acto carente de odio o rencor, no había pasión o emoción al matar al portugués. El joven africano que descendía por la oxidada cadena del áncora, trató de borrar de su mente la expresión infinita de desamparo del rostro del abatido marinero. Su miraba vidriosa por la opacidad de la muerte, estaba dirigida al cielo azabache iluminado por la luna y las estrellas semejantes a un rocío luminoso en esa noche propicia para todo ceremonial; las aguas tenían un color plateado oscuro, la luminosidad que se desprendía de sus gotas al ser erizadas en la superficie por la brisa y la corriente, el color del cielo iluminado por millares de luceros hacían de ese entorno impregnado de un turquí intenso, un adoratorio para Yemayá. Cuando sus pies sintieron la calidez del mar, se encomendó a Elegguá para que despejara sus caminos y a Yemayá Ibú Okote, dueña del mar y los corales, cayendo suavemente en ese piélago inmensamente azul, iluminado con fugaces destellos lunares de plata que centelleaban cuando la superficie marina ondulaba y las nubes apartaban su velo que parcialmente cubría la luna en ese fondeadero. Tomando una bocanada de aire, se sumergió, nadando bajo el oscuro océano, a la playa salvadora cuya dorada luminosidad se destacaba en la distancia. Estaba dispuesto a morir en esa arriesgada empresa. Emergió a tomar una bocanada de aire, volvió a sumergirse nadando bajo las aguas y lo hizo reiteradamente, hasta llegar a una distancia donde podía nadar sin temor a que el ruido de su brazada, lo delatara a la tripulación. Nadó vigorosamente hacia la orilla salvadora, hasta casi desfallecer. No temía la voracidad de los tiburones, sabía que abundaban en esas aguas. Estaba sereno y dispuesto a lo que fuere. Prefería morir devorado por los escualos, que volver a ser esclavizado. Haciendo un gran esfuerzo sobrepasó la barrera coralina en forma de atolón circular como volcánico cráter sumergido, que protegía esa rada remota que se le ofrecía cálida, acogedora y que para el tenía un solo significado: libertad. 15
  • 16. Con fuertes brazadas accedió al interior de esa profunda y serena cala amparada de los vientos ciclónicos y de la turbulencia de las fuertes corrientes marinas. Las aguas de esa rada interior, eran menos agitadas que el maretaje de las olas continentales del exterior de los coralinos atolones que amparaban esa cala. En las aguas exteriores, estaba a merced de los vientos y las olas de inmenso arrastre. Cuando entró en la rada de aguas quietas, terminó la turbulencia y la resistencia de la corriente. En esa bahía de mansa corriente y sin oleaje, descansó del esfuerzo al bracear corriente en contra y recibiendo de frente el golpe de mareta. Flotaba diestramente de espaldas en esas aguas serenas dejando que la suave y tendida corriente lo condujera a la orilla de esa playa de dorados arenales que se divisaba en ese lugar desconocido hacia donde lo impulsaba la suave marea. El destello de esa playa de arenas amarilladas como polvo del oro de las minas de Zambezi, contrastaba con la oscuridad de la espesura y el entorno del lugar. A pesar del cansancio, estaba satisfecho al saberse libre y estar en Africa. Desde ese lugar se orientaría por el alfabeto estelar para llegar a su aldea con la que siempre soñó durante los siete años de cautiverio en tierras desconocidas. Desde esa playa tenía que remontar la corriente del río, subir sus riberas hasta encontrar el poblado donde estaba su familia, su hábitat y todo lo que para el tenía significación en su corta existencia, estaba feliz, libre y con vida. Estuvo esclavizado en una plantación donde padeció impotente las peores humillaciones que cualquier humano pueda imaginarse. Los africanos que llegaban esclavizados en los galeones, eran flagelados con urticantes látigos que levantaban la piel dejando dolorosos surcos sangrientos e imborrables tanto en su cuerpo como en su alma. Atrás había quedado todo eso. Cuando alguien escapaba, soltaban los perros adiestrados para perseguir y devorar las vísceras a los esclavizados que se fugaban buscando su libertad. En otras ocasiones eran emasculados por los mayorales de las plantaciones y los órganos de reproducción, pinga y ferembeques, 1 eran echados a estos animales para que los devoraran. Estos morían desangrados en medio de inmensos sufrimientos. A pesar de esa crueldad, seguían intentando nuevos escapes. Los castigos de los capataces llenaban de rencor a los africanos, obligados a mirar el flagelo indicando con ello, lo que esperaba a quién tratara de escapar. Al terminar la jornada, los introducían en barracones inadecuados para el descanso después de trabajar desde la madrugada hasta cuando el día cerraba. Desconocía Kanú, que había coronado exitosamente, una de las más grandes proezas en la historia de la trata de esclavizados. Jamás olvidaría los sufrimientos padecidos a manos de los españoles durante sus años de esclavitud, esa condición vejatoria, vil y abyecta, esa tortura y negación de su condición de humano, difícilmente las borraría de su mente. La impronta de esa humillación, estaba grabada en su interior con hierro candente, solo el tiempo, el amor de su familia y el trabajo sacerdotal, sanarían sus heridas. Quienes se rebelaban, eran flagelados y algunas veces matados en medio de horribles sufrimientos, castigos ordenados por los “amos españoles” que cometían contra esos africanos, aberrantes actos de felonía y crueldad. 16
  • 17. Aplicaban otro castigo inhumano a quienes se fugaban buscando sumarse al cimarronaje, a estos los desorejaban, apaleaban o lapidaban sin tener defensa. Cuando los emasculaban en presencia de todos, morían desangrados en medio de fuertes dolores, lo hacían con un sadismo que ofendía la condición de gentes de los africanos habituados al respeto de la vida. El africano solo mataba en el fragor de enfrentamientos tribales o defendiendo sus aldeas de la incursión de los esclavistas europeos. Nunca con alevosía. Admiraban el valor y respetaban a quienes ostentaban esa condición, nunca matarían a otro ser humano sin darle oportunidad de defenderse. Los códigos de honor de los guerreros eran muy estrictos. El pretermitir la defensa del adversario, la innecesaria crueldad o cualquier otra forma de tortura a un semejante ofendía a los ancestros. Kanú siempre soñó con su libertad la que se dispuso a conseguir a cualquier precio, jamás su alma se sumió en ese pasivismo de desesperanza y resignación de muchos africanos temerosos de los castigos del mayoral. Jamás se rendiría. Sus antepasados habían sido destacados guerreros y el, debía ser consecuente con la tradición y el respeto ancestral. Durante su permanencia en la plantación, intentó escapar en dos ocasiones. Las gruesas cicatrices que tenía dolorosamente tatuadas en su cabeza y los infames cordones dejados por el látigo en su espalda, dejaban un testimonio de ignominia en su cuerpo como producto de la cruel retaliación de sus captores. Nunca iba a olvidar lo que los españoles le hicieron en esa plantación, algún día los Orishas iban a dar fin a tanto irrespeto de la condición humana. Al llegar a la orilla se tendió agotado en la acolchonada y aún cálida arena. Su respiración jadeante por el esfuerzo realizado, formaba humeantes vapores en la tibia noche africana donde el mar susurrante, tiznado de un azabache ritual, emitía rumores acariciantes como canciones ondínicas y coros de nereidas de los manantiales en parajes distantes en medio de la espesura, sonidos melodiosos, similares a los coros nocturnos y sirénidos de los ceremoniales donde se le rendía tributo a Yemayá la dueña de los mares y corales 2 según usos y costumbres religiosas yoruba, a la que pertenecía Kanú. Agradeció a Yemayá Iyalorde y a todos los Orishas que lo condujeron sano y salvo a estas arenas de libertad, a Olokun uno de los caminos de Yemayá, que vive en las profundidades marinas. Sus sienes latían rítmicamente y jadeaba incesantemente, sudaba copiosamente. Jamás había sentido tanto cansancio, estaba agotado y rendido. Miró la inmensidad de ese cielo africano, florecido por innumerables estrellas que brillaban estudiándolo, mirando su fragilidad como humano, como minúscula unidad de la “Mente Universal” tratando de descifrarlo, buscando un orden y una lógica comprensible en esa inmensidad sidérica, misteriosa, incomprensible para su nulo conocimiento de ese alfabeto estelar enmarcado en una deslumbradora luminosidad chispeante, a la luz de lo que le habían enseñado los ancianos de la sabiduría hermética en la aldea durante su iniciación en los Misterios Menores. El conocimiento que tenía de esos temas inherentes a lo religioso, era elemental, ya que durante su iniciación en su aldea, se enfatizó en su formación como guerrero que era su aptitud y no en el estudio de lo arcano y sacral. 17
  • 18. No podía descifrar esos misteriosos mensajes que le mostraba el cielo, solo conocía el sendero que marcaban los astros para llegar a su aldea, pero el mensaje secreto, la historia de los tiempos y la tabla que “leían” los sacerdotes del poblado en esa chispeante bóveda celeste, para el eran un completo misterio. Lo sagrado, arcano, sacral, lo totalmente otro, eran un enigma para el. Tenía una condición ignara para lo esotérico, por eso durante el proceso iniciático los sacerdotes enfatizaron en la formación de ellos como guerreros y cazadores. Recordaba vagamente durante ese proceso, que los sacerdotes conductores señalaban que el hombre fue “sembrado” por Olodumare para poblar la tierra, estaba hecho de estrellas y polvo lunar, aunque no era parte de una de ellas. Algunos ancianos de la aldea, eran conocidos como “narradores, oficiantes de la palabra o hablantes sagrados”, contaban fabulosas historias recreadas por ellos en las cuales decían que en esos espacios infinitos moraban entes sidéricos que se desplazaban en embarcaciones de colores enceguecedores, seres luminosos que vivían en las estrellas y luceros. Las estrellas, según los sacerdotes, tenían un nombre que su mente no adiestrada no precisaba, eran nombres que usaban para salir en viajes astrales o incidir en el entorno; la luz que emitían desde el cielo, tenía otra denominación, recordaba que los ancianos reunidos bajo una ceiba, decían que lo que creaba la armonía y el espacio entre esos elementos siderales es la existencia, el ser. Sin vida no existirían ni la luz ni las estrellas. La vida es la fuerza de lo absoluto, lo Supremo. Es la Creadora de todas las cosas, todo lo que existe o es, es una creación o manifestación del ser que llamamos divinidad, en la aldea lo llaman Olodumare3. Olofi 4 y Olorun 5, como creadores de la Inteligencia Constructora del Universo. Se visualizaba Kanú en su pueblo, con su familia, y Kima, la hermosa doncella que había escogido para amar y que ante su ausencia, debía tener pareja. Se veía en su aldea con el “Ikúbambaya”, 6 cayado ritual, asido con su mano derecha y la parte tallada mirando al firmamento, en el “Círculo de la verdad” de la aldea frente al Igbodú, 7 hablando ante los ancianos y pobladores de su aldea, rodeado de familiares y amigos, para contar lo padecido en el nuevo mundo, la tierra de los hombres de “olor inmundo”, 8 personas para quienes la vida de los esclavizados en plantaciones y minas, carecían de valor. Jamás pensó que existieran personas tan crueles, ni ser testigo de tanta infamia y odio hacia sus semejantes como el de los “amos” y capataces españoles a los africanos. Mostraría indignado, las huellas flagelantes del látigo inhumano del mayoral y las cicatrices que como gruesos senderos de dolor, tenía en su cabeza. En su espalda y costado, tenía los urticantes surcos de fuego, que los latigazos quemantes dejaron en su cuerpo como sajadas de los “rayados” en “Palo Mayimbe o Regla Conga”,9 por los bantú, que “rayaban” a los iyaboses en los milenarios y herméticos procesos iniciáticos de los mayomberos congoleses. Estos bravos guerreros oriundos de la región congolesa, siempre fueron remisos a dejar explotar forzadamente su fuerza laboral por los europeos. En todos los intentos de fuga estaba presente un esclavizado de esa etnia. Debía alertarlos de la crueldad de españoles y portugueses que llegaban en galeones de muerte, a secuestrar los pobladores de las aldeas. No podía permitir que los sorprendieran para esclavizarlos en las colonias de ultramar. 18
  • 19. Se acostó en la arena extendiendo brazos y piernas en posición involuntaria de estrella trascendental apuntando con sus miembros los puntos geográficos del universo y quedó profundamente dormido en esas cálidas y hospitalarias arenas, arrullado por el sereno rumor de los palmares, el cadencioso sonido de las susurrantes canciones del mar que al igual que un coro sirénido, lo sumían en un suave sopor, mientras su respiración se acompasaba. Obatalá 10, le enviaba un sueño reparador y Ochún derramaba Oñí en los labios del africano, vivificante miel que la diosa del amor, del oro y las aguas, daba a sus hijos como icor sacral. Cerró sus ojos pensando en su fuga, sabía que si esta culminaba en un éxito, sus ancestros, los Eggun de su familia, se iban a sentir orgullosos de el. Lo despertó la inclemencia del sol que había acerado la superficie marina tiñendo las aguas turbulentas fuera de la rada, con un tono azul plomizo por la acometida de las corrientes submarinas que agitaban los fondos, mientras que en el interior de la cala de aguas quietas, la coloración era cambiante y multicolor. Era una policromía cautivante la que se apreciaba en esas aguas de arrecifes filosos de color marrón amarillado por la vegetación marina y teñidos por el verdín que como manto hilado cubría los atolones llenos de políperos amarillos y rosados, corales encarnados que al ser iluminados por los rayos solares, emitían destellos de rubí de un sangriento, escarlata como el rojo de Changó, con una multicolor variedad de algas de diferentes verdes y especies, algunas amarilladas en sus achatados bordes como por el pincel de un maestro. Los filosos arrecifes que sobresalían del atolón en sus bordes ondulados bajo la superficie, tenían una cromática tornasolada cuya múltiple coloración se activaba cuando los rayos solares se reflejaban en sus aguas, otras con el color del mar oscilando entre el verde espesura, y el claro, rayano en una vegetal transparencia, esmeraldina como las hojas tiernas de los crisantemos recién despuntados. Hermosas algas de anchas hojas y bordes de color turquí que ondulaban al vaivén de la suave corriente en el fondo de esa cala, semejando danzas ceremoniales yoruba, en los llames a los Orishas que con un fondo percusivo y cadencioso de los Batá llamado La lá banché, que realizaban en medio de la espesura. El agua de mar serena y multicolor, lo incitaba a nadar y relajarse en su serena superficie, para despojarse del cansancio producido por el esfuerzo del cruce a nado desde el galeón, pero sabía que desde allá podían observarlo con los catalejos del puente y enviar tripulantes para apresarlo. Debía alejarse del lugar. Prefería morir si fuera preciso, pero no lo iban a capturar jamás. Se inclinó ante el astro de fuego como decían los babalaos al sol y los encargados de las iniciaciones, en un ceremonial llamado “Ñangaré”, 11. Este culto sacral es practicado por sacerdotes e iniciados de la etnia yoruba, como iniciado en los misterios menores, solo conocía lo básico que no estaba velado, ese conocimiento fue enseñado por los babalaos durante su iniciación. Recitó las palabras mántricas que le enseñaron durante su formación sacral en el poblado, culminado esto, se dispuso a seguir su camino. Para los africanos el viento, el rayo, el sol, la luna, las estrellas, el firmamento, el fuego no son considerados dioses sino fuerzas, a la vez que causa de fuerzas 19
  • 20. atómicas; pero tuvo que evolucionar esta concepción desde la práctica religiosa de los yoruba que lo concebían desde la óptica del animismo. El sol para el yoruba no es dios como en algunos grupos tribales de Africa, sino un ser natural con poder; también son concebidos otros astros, constelaciones y agentes naturales de la naturaleza, como vitales elementos de comunicación que indican cada determinado tiempo, lo propicio de cualquier decisión o empresa a realizar, algunas civilizaciones lo conocen como Tawas. El sacerdote yoruba sabe que una planta, hierba, animal, ser o agente natural, no es un dios, sino una fuerza, elementos con vida y se comunican con los humanos mediante sonidos o gestualidades solo conocidas por los iniciados en los misterios mayores a través de un elemental llamado gnomo que otorga a la planta poder que produce efectos definidos que conoce por enseñanza oral o práctica reiterada. Sabe que las plantas tienen vitalidades de diferente grado en distintos momentos solares o lunares y que estos elementos vegetales tienen un elemental al cual hay que respetar, llamar y pedir permiso para arrancar la parte de la mata, corteza, hoja o arbusto que se necesite y para que el elemental conceda a la planta la potencia necesaria para que produzca los efectos buscados por el sanador. Sabe que su potencialidad solo funciona al ser recogidas en su momento, con las palabras debidas y la hora apropiada, saben que pueden apoyar la idea sugestiva que condicione la mente utilizando como símbolos parte del cuerpo de un animal, las vísceras de este especialmente el hígado y en algunos casos las alas. Maneja así un mundo de ideas simbolizadas en cosas materiales que relaciona, hilvanándolas entre sí para que la mente subjetiva funcione en ese esquema – trabajo con el que obrará sobre otras mentes. Es magia espiritualista africana. Estiró su cuerpo aun adolorido por el esfuerzo. Miró desde la playa, lo distante que estaba la fondeada la nao portuguesa y se asombró de lo que había cubierto a nado desde el galeón a la orilla, apoyándose en sus brazadas. Sabía que estaba en un peligro inminente. Conocía las retaliaciones de los europeos contra los africanos que osaban escapar, reivindicando su legítimo derecho a la libertad. Respiró ese aire impoluto, perfumado con olores a naturaleza, a matarratones humedecidos por el sereno de la noche, a cactus silvestres, lágrimas de caraña y palma de cocoteros; era una fragancia que lo reivindicaba con la vida y que ratificaba su certeza de estar en Africa. Aromas a clorofila, mangle y naturaleza viva, el que expelía la tupida selva, humedecida por el rocío de la noche, que lo invitaba retadora a hollar ese verde hábitat, de olores familiares que lo hacían reencontrar con algo muy íntimo, con algo suyo que apenas recuperaba. A pesar de la difícil situación del momento, sentía alegría de estar allí, vivo y sano, con las posibilidades de llegar a su aldea a reencontrarse con su familia de la que lo habían apartado. Se sintió reconfortado. Ese hábitat era su elemento natural. Lo dominaba y podía defenderse de lo que fuere, ahí se sentía a sus anchas. Estaba hambriento, tenía más de veinte horas sin comer y su organismo le reclamaba. Escarbó en la arena buscando caracuchas y almejas, cuyas valvas abría con pericia para devorar su contenido. Borró sus huellas de la acolchonada arena y se internó en lo más tupido de la espesura para alejarse de ese lugar. 20
  • 21. Dispuesto a hacer uso de la habilidad que como guerrero y cazador había adquirido durante su crecimiento y que perfeccionó durante su período iniciático, pidió protección al “Espíritu de los bosques” 12, y temeroso que la tripulación bajara a buscarlo, se internó en la espesura. Jamás lo iban a encontrar, si esto sucediese, lucharía hasta morir, no volvería a ser esclavizado! Caminó un largo trecho alejándose de la playa y del lugar de anclaje del galeón. Avanzaba por la enmarañada cortina vegetal que se hacía mas espesa cubriendo por largos trechos la claridad de la luz solar. En ese lugar la selva era virgen aún. Caminó sin temor en medio de esa tupida espesura que apartaba ayudándose con una rama, se guiaba por las referencias que indicaban el norte y a ese punto se dirigía, hasta que el sonido de una caída de agua, lo hizo variar su rumbo. Sabía que donde había agua había humanos cerca, durante su avance observó algunas señales que le permitían asegurar la presencia de asentamientos tribales. Guiándose por ese sonido arrullador, caminó a través del espeso follaje, hasta llegar a un claro donde como en un sueño, como un alienante y fascinante paisaje, se abría a sus ojos una maravillosa cascada que brotaba de la parte superior de una roca inmensa de color verde y vetas grisáceas acolchonada por un ralo verdín. Parecía un dolmen que se erigía en ese paradisiaco lugar sembrado por los Orishas en esa remota e intrincada selva africana llena de evocadores y picantes aromas clorofílicos que perfumaban ese bello entorno. Un deslumbrante arco iris de múltiples colores cubría el espacio de la cascada como una gasa transparente y multicolor que hacía grata a la vista el paisaje que la naturaleza pródiga ofrecía. Había una vegetación espesa de verdores cambiantes, que le ofrecía un hermoso y relajante paisaje que lo extasió e hizo desaparecer su cansancio. Una bella obra del Gran Arquitecto del Universo que para ellos es Olodumare, Olofi y Olorun. Ese paradisiaco lugar donde se encontraba, parecía producto de su imaginación influenciada por el calor, cansancio y esfuerzo realizado para llegar a la costa y la larga caminata realizada desde la orilla de la playa hacia ese lugar sin tomar un descanso, pero el rumor arrullador de esos verdes palmares era como música para sus oídos. Le produjo una alegría inmensa y le indicó que no era alucinación, eran los arrullos de la selva que solo en Africa tenía tanta armonía, ese rumor del agua del manantial al golpear la roca y el olor de la vegetación que crecía en las orillas de los arroyos y fuentes de agua le ratificaban la certeza de estar entre los suyos. Sentía en piernas y plantas de sus pies, el rigor de la vegetación agreste. Sus ojos entrenados examinaron el sitio de una hermosura cautivante, sabía que en ese lugar estaba seguro, podía descansar y buscar alimento, estaba lejos de la costa y a salvo de la retaliación de los tripulantes, sabía que sin la ayuda de un guía, no se iban a internar en esa selva a correr riesgos tratando de encontrarlo. Sus pies sangraban por los cortes que se había hecho con las ramas y la filosa hojarasca del suelo, laceraciones estas que a pesar de ser superficiales, no dejaban de sangrar. El desplazamiento que lo conducía al interior de esa tupida vegetación lo había agotado, en su afán de alejarse, no buscó la ruta que lo condujera a la aldea más cercana, pero estaba seguro que debía estar cerca de 21
  • 22. un lugar habitado. Estaba lejos del alcance de los esclavistas del galeón quienes por mucho que lo intentaran, jamás podrían encontrarlo en esa espesa selva. Se tendió en la lodosa orilla. Se enjuagó la reseca boca y sumergió su rostro en las cristalinas aguas de ese manantial. Luego, ahueco sus manos para filtrar el agua fresca y empezó a beber con fruición y avidez el líquido refrescante que le ofrecía esa cascada de aguas cristalinas que los Orishas habían puesto para su solaz, en ese paradisíaco lugar. Calmada su sed, se echó abundante agua en la cara agradeciéndole a Ochún 13 la dueña de esas corrientes, de la miel, el amor, la sensualidad y el oro, la protección que recibía, a Olodumare y demás divinidades de la creación por haberle permitido permanecer sano y salvo a pesar de todas las adversidades. Le pidió a Elegguá 14, que le despejara todos los caminos para llegar sano y salvo al seno de su familia. Sintió un breve acceso de nostalgia al recordar su aldea pero se sobrepuso rápidamente. Al sumergir su cabeza en esa cristalina corriente para atenuar el calor, sintió presionando su espalda la agudeza de la punta de una filosa lanza y una enérgica voz, emitida en el más claro yoruba le ordenaba perentoriamente: ¡Levántese! Al escuchar la reciedumbre y cadencia autoritaria de la voz que lo conminaba a ponerse de pies hablándole en su idioma, sintió una alegría inmensa y mientras se levantaba dijo para sus adentros: ¡Estoy salvado! 22
  • 23. Capítulo Segundo Un cadáver en el Galeón Los cocineros del galeón despertaron sobresaltados a preparar el desayuno de la marinería, extrañados por no haber sido llamados por el marinero de guardia ni el africano designado como furriel. Al dirigirse a la cocina, descubrieron el cadáver cubierto por el cordaje de las jarcias bajo la escala de acceso al castillo de proa. Su mirada vidriosa estaba fija en el infinito. Los tripulantes, a pesar de su condición de hombres curtidos, se impresionaron por la desolación reflejada en el rostro del peninsular. Su mirada reflejaba una infinita soledad y tristeza. Un marinero se los cerró piadosamente. La tripulación se congregó alrededor del occiso cuyo cuerpo inerte, se apoyaba en los cabos de las jarcias del mástil de proa. El cadáver estaba entre el avejentado cordaje cuyos bordes, por su añejadura, estaban deshilachados. Llamaron al Primer Oficial de la nao y presuroso llegó a cubierta donde estaba el cuerpo del marinero abatido y reunió los tripulantes para saber quien faltaba. Al percatarse de la ausencia del africano se desplazaron al interior de las bodegas y sus entrepaños, a las cabinas, pañoles y la Santabárbara en busca de este. Buscaron en las sentinas, en los magistrales de proa y popa, el cuarto de las cadenas y todos los rincones del bajel sin encontrar a Kanú el encargado de la limpieza y furrielada 15. La tripulación lo tenía bajo estricta vigilancia. El contramaestre llegó al cuarto de la bitácora donde el capitán trazaba el rumbo del galeón por esos litorales y le informó sobre el cadáver del marinero. El capitán, un arisco nauta llamado Emiliano Lorenzo Da Rocha de Cintra. 16. era de frente ancha, mirada inteligente, sus ojos de mirada crotálica tenían una expresión similar a la de los escualos, era despiadada y carente de toda emoción. Era un hombre de lucha, un peleador nato. Su vida había transcurrido en el mar. Aprendió navegación costanera en los riscosos litorales de esa ibérica península portuguesa a bordo de embarcaciones dedicadas a la pesca del bacalao. Cuando tuvo la edad requerida para ser recibido en los Colegios Mercantes de Portugal, ingresó como aspirante a oficial mayor de navegación costera y de altura, en la famosa Escuela Náutica del reino, ubicada en Oporto donde recibió durante tres largos años el adiestramiento requerido. El capitán Da Rocha, era un nauta curtido en la vida de una nave, muchos familiares fueron navegantes que recorrieron durante años las costas de Europa, especialmente las del mediterráneo. Sabía que esas situaciones que se presentaban con alguna frecuencia en un barco, eran en cierta forma, “normales en la vida de un tripulante”, el hecho de haber ocurrido ese caso en su galeón sin mediar una disputa conocida lo cual era común entre dos a más miembros de la tripulación cuando las travesías eran muy largas, lo intrigaba. Eran normales las diferencias al repartir un botín ocasionado por un mal conteo, por una trampa en los juegos de azar por el deseo entre esa cáfila de pillos de birlar al otro, o cualquier otra circunstancia que podía tener que ver con el juego, 23
  • 24. en ese caso nada de eso existía. El, como capitán del galeón, estaba al tanto de los mínimos detalles de este y esa muerte lo tomó por sorpresa. Bajó las escaleras que desde el puente de mando conducían a cubierta, donde estaba el cadáver del tripulante con el cuello fracturado. Notando la ausencia de Kanú preguntó ¿Donde está el africano? Reiteró la pregunta a los marineros que se estaban en ese sector de la cubierta acomodando el cadáver del infortunado marinero en una estiba de pino. ¡Se lanzó al agua respondió el contramaestre! Hicimos un “barrido” por el galeón y no está abordo, agregó el primer Oficial. El capitán Da Rocha, navegante curtido, miró la barrera de coral que circundaba la bahía interior, calculó la distancia desde el sitio de anclaje del galeón hasta la costa y concluyó que el africano por mucha fortaleza que tuviera, no podía nadar hasta la costa, en esa zona infestada de tiburones, carecía de cualquier posibilidad de llegar con vida a la rada interior. Conocía bien ese sitio costero. Se necesitaba mucha suerte para eludir la voracidad de los escualos de esa zona, además de una condición física excepcional para superar esa distancia. El capitán Da Rocha estaba familiarizado con la muerte. Siendo muy joven, navegó con unos corsarios franceses en las impredecibles aguas del Mar Caribe asolando puertos españoles, participó en abordajes a naos y bergantines para despojarlos de sus cargamentos librando cruentas luchas. Se curtió en esos enfrentamientos contra piratas de todo pelambre, luchando en los magistrales, cofas y cubiertas de galeones holandeses, británicos, españoles repletos de oro y riquezas del Nuevo Mundo, que abordaban con bravura. Era un malhechor con dorada galonada de capitán en sus hombros que lo calificaba para comandar cualquier nave. Su condición hampesca era ostensible. Era un hombre de mar, un nauta con experiencia el cual a pesar de su relativa “corta edad”, estaba curtido en esas lides. A ellos solo les interesaba el oro, las joyas y riquezas que podían recabar en esos abordajes a las naves en altamar, la diplomacia o guerras entre naciones eran un pretexto para aprovecharse. Su interés era el lucro personal por encima de cualquier consideración patriótica o geopolítica, así lo reconocía, era un digno miembro de esa hamponada marítima que asolaba los mares del caribe. En esas incursiones adquirió bagaje en la lucha, conocimiento de la navegación en esas aguas del Nuevo Mundo y los recursos para adquirir ese galeón en compañía de varios armadores lusitanos. En ese mar caribe de un verde cristalino, azules e impolutos cielos, rayano en la transparencia adquirió la experiencia que lo calificó como caballero de los mares, Da Rocha era de rápidas decisiones, nada podía hacer por ese marinero. La vida de cualquier tripulante del galeón le daba igual, no tenía aflicción ni afecto con la marinería, solo le preocupaba el par de brazos para la faenada que tenía por delante en las costas y las maniobras normales del galeón. En el hombro izquierdo era notoria la huella de una lucha reciente, en la costa de Jamaica, en el fragor de un sangriento combate cuando despojaban a un bajel británico cargado de oro y piedras preciosas. Durante esa lucha, recibió una herida de florete que le atravesó brazo izquierdo de lado a lado. 24
  • 25. Todavía tenía secuelas de esa herida que había restado movilidad a su brazo. Después de ese accidente, accedió a comandar el galeón dedicado a la trata de hombres que capitaneaba con éxito, auspiciado por armadores lusos dedicados a esa actividad de la que era socio de aporte minoritario, a pesar de eso recababa mayor dinero que cualquiera de los armadores, ya que combinaba las labores de trata negrera, con el pillaje en altamar. Da rocha era un hampón con mucha clase, Cuando tuvo claridad sobre la muerte del tripulante, ordenó disponer lo necesario para envolverlo en un lienzo y lanzarlo al agua como era usual, lo despojaron de sus pertenencias y montado en un cuartel 17 utilizado como entrepaño de las bodegas. Luego de una corta oración, deslizaron su cuerpo al agua por el tablón. Recordó como enroló al africano. En esos días esperaban la invasión del barón de Pointis a Cartagena de Indias 18. Había recalado al puerto de esa ciudad para dejar un cargamento de esclavizados traído de Africa, saliendo de Dakar, Senegal. Las autoridades coloniales de ese puerto del Nuevo Mundo estaban preocupadas por el inminente ataque de ese sanguinario pirata galo cuyas naves que zarparon del puerto de Brest en Francia, estaban atracadas en la isla La Hispaniola. Habían reforzado las defensas de la ciudad fortificada por kilométricas murallas y fortalezas consideradas inexpugnables, entrenaban a unos africanos para que estuvieran a la vanguardia de la lucha, esperanzados en detener desde el Castillo de San Luis, y en las playas de la isla de Carex, al filibustero francés, miembro de la cofradía de los “Caballeros de los mares”. Pointis operaba en las aguas del Caribe y se preparaba en Puerto Príncipe, en la Caleta Jeremy y en Cabo Haitiano para saquear al puerto colonial más importante de la corona española en el Nuevo Mundo. El capitán Da Rocha conocía ese puerto colonial que tanto le gustaba. Cartagena de Indias ejercía en el un encanto especial, un hechizante atractivo por la belleza de ese entorno edénico y cautivante, que lo llenaba de una inmensa paz interior. Tenía las mismas características físicas de cualquier ciudad europea de tercer orden, se parecía a Oporto y a varias ciudades españolas del mediterráneo. Las calles de ese acogedor villorrio colonial estaban empedradas con adoquines bien elaborados, de morisca trama similar a los de Granada, eran de encajadura sencilla y ondulados, las vías bien diseñadas, derechas y anchas, las aceras adecuadas para el tamaño de la población. Las casas de esa a ciudad colonial eran fabricadas con “alto” en su mayor parte. El vecindario estaba compuesto por “castas”, la ciudad a pesar de carecer de auríferas minas y “no ser la más rica de las indias”, hay “crecidos caudales”. En ella se aprecia la sibarítica opulencia de los españoles en medio de la miseria más abyecta en esa heterogeneidad étnica y de variada mulatería de esa colonial urbe. La proporción los interiores de las casas son adecuados y muy aseados. 19 El gobierno lo componía, un gobernador que representaba la autoridad de la ciudad, era nombrado por el soberano mediante, según ellos, una cuidadosa selección de esa dignidad que representaba la corona en estas tierras de ultramar; un cabildo secular, dos alcaldes que actuaban conjuntamente, elegidos cada año de entre los cabildantes de la ciudad para que manejaran los asuntos 25
  • 26. portuarios, y la parte urbana; un obispo y su cabildo eclesiástico, una Caxa real o tesorería, tesorero, contador, un auditor de guerra y otros funcionarios menores.20 Su bahía era de aguas transparentes y estaba poblada de sábalos, tiburones, en ocasiones podían verse caimanes tomando sol en los islotes y orillas del manglar. Los atardeceres de Cartagena de Indias apreciados desde las piedras de la orilla o desde la balconada con acceso a ese mar multicolor, tenían un encanto especial que cautivaba por su magia, plástica y belleza. El agua de la bahía era cristalina, abundaban los caracoles comestibles y la pesca era común en esa ciudad ya que peces, moluscos y crustáceos de toda índole, era la dieta habitual del nativo de variadísimas oriundeces que poblaba la ciudad. Cartagena de Indias era un puerto en el que se reunían filibusteros, buscavidas con gente del malevaje europeo y del Caribe, haciendo de esa ciudad fortificada y centro de la trata de esclavizados, sitio obligado de reuniones de tratantes, comerciantes, contrabandistas y gente de la arrabaleada europea que llegaban en galeones y bergantines a asentarse temporalmente en la ciudad donde la vida nocturna y las mujeres dedicadas a la prostitución, eran abundantes.21 Una mañana al regresar de la capitanía general del puerto donde legalizaba los documentos de su paz y salvo con las autoridades para el zarpe del galeón, caminó por la playa y se descalzó para sentir la caricia de arena en sus pies. Parecía andar por una alfombra de suave nudaje, la calidez de esos dorados arenales tonificaba sus extremidades, habituadas al calzado de grueso cueraje. Cuando caminaba por las abullonadas arenas de esa hermosa rada, serena y plácida como el lago Mabolo en Gabón, le tocó presenciar el entrenamiento bélico de unos africanos por militares españoles en un playón cercano a las imponentes murallas de la ciudad. Un grupo de instructores los adiestraban en la lucha cuerpo a cuerpo y en esgrima, para la defensa de la ciudad. Le llamó la atención el estilo y solvencia de un esclavizado que manejaba con habilidad ese tipo de armas, inhabituales en los asentamientos tribales africanos. Era más diestro en el manejo de armas cortantes el africano, que el militar español encargado de la formación, disciplina y habilidad en el manejo de ellas. El joven esclavizado a pesar de tener un estilo poco ortodoxo y convencional, apaleaba con sevicia y arte a sus instructores. Era un portento en el manejo de esas armas. Ese guerrero oriundo de Africa occidental, era superior a quienes lo adiestraban, los dominaba en el difícil arte de la esgrima con una técnica desconocida, inusual, pero de una indudable contundencia. A pesar de esa destreza se apreciaba que ese esclavizado era muy joven. Con las recias varas de acacia, apaleaba a sus instructores, desconcertados al no poder descifrar el estilo del guerrero. Lo asombró la suficiencia del esclavizado, su certera métrica y elegante estocada, su maestría en ataque y defensa, se adivinaba en el magro guerrero africano de mirada fiera, una aptitud innata para la lucha. Era un espectáculo verlo combatir. Sus movimientos tenían una cadencia elegante que lo hacía letal e imparable en sus inatajables embates. No había en esa playa, escenario de un entrenamiento militar apresurado, un contendor capaz de enfrentarlo con éxito. 26
  • 27. Su gestualidad en defensa y ataque tenía una plástica elegante y exquisita, semejante a una danza ritual mandinga en sus herméticos ceremoniales nocturnos iluminados por los rayos lunares. Sus movimientos eran elásticos y de tanta destreza, que daba la impresión de flotar en los aires al eludir con elegancia, los rabiosos lances de sus “instructores”, eran movimientos acompasados y cadenciosos que al observarlo en la distancia, parecía una mágica danza ritual. Había elegancia en el africano que entrenaban. Tenía mucho estilo en su desplazamiento y elusión de las estocadas, poseía una técnica indescifrable para los esgrimistas convencionales. Apaleaba severamente a los instructores en las prácticas con alfanje o cimitarra, diestro en el florete y certero con el puñal, era un peleador nato, la mirada de ese guerrero era dura, odiaba a sus instructores y se recreaba golpeándolos. Lo tenía cautivado ese guerrero africano que enseñaba esgrima a sus instructores, con un estilo desconocido e indescifrable pero supremamente letal. Necesitaba a ese hombre en su nao. Estaba próximo el zarpe, quería agilizar su salida y estar lejos de ese puerto cuando llegaran a la bahía las naves del Barón de Pointis, con las de Jean Baptista Ducasse Conocía a ambos y sabía que eran sanguinarios y carecían de todo escrúpulo. Cuando asolaban cualquier ciudad la arrasaban hasta los cimientos. Las autoridades coloniales no podían detener la flota del sanguinario filibustero que en nombre de la corona francesa iba a tomarse el más importante puerto colonial del Nuevo Mundo. En el galeón, llamó al contramaestre para hablarle del africano que vio entrenar en la playa. Le manifestó su interés en apoderarse del guerrero mediante una leva furtiva o sobornando a un instructor para enrolarlo en la tripulación. Iba a utilizarlo en confrontaciones y oficios menores. Lo necesitaba como intérprete en los asaltos a las aldeas para negociar con agentes europeos y/o jefes tribales la compra de esclavizados. En la tarde el contramaestre con tres tripulantes, enrumbó a la playa y habló con uno de los adiestradores para que accediera mediante el pago con unos doblones, a llevarse al africano a la nao. Esos curtidos tratantes, sabían que las autoridades coloniales prohibían esas negociaciones sin un permiso de la capitanía. A pesar de ser común estas operaciones que mediante un tributo esta autorizaba, las transacciones furtivas eran frecuentes entre dueños de “cargazones”. El desembarco de esa “mercancía clandestina”, se hacía en cualquiera de las innumerables caletas de la bahía de la ciudad. De descubrirse una negociación de esas, detendrían el zarpe de la nave hasta cancelar la multa impuesta. Al día siguiente en la tarde, un esquife fue arreado por el cabrestante de la nao; al tocar agua lascaron las amarras del aparejo dejando los cabos de las jarcias en colgajo con los ganchos en sus extremos para virar la embarcación al regreso. Después de colocar el esquife con la proa a la playa cercana, a canalete tendido y acompasado se dirigieron a la costa dispuestos a llevarse al africano. Al llegar a uno de los canales de esa playa, amarraron el bote en la maraña de los manglares mientras un remero hacía la señal indicada al soldado español. 27
  • 28. Esperaron al peninsular en la orilla de la ensenada, ya había visto al bote de los portugueses dirigirse hacia el lugar acordado. El africano sabía de qué se trataba. Estaba dispuesto a irse, su intuición le indicaba que esta era una oportunidad única para regresar con los suyos, algo le indicaba que debía aprovechar ese momento, cualquier otro sitio que le tocara ir, por cruel e infame que fuera, iba a ser mejor que el lugar en donde se encontraba esclavizado. En el galeón, se abrían muchas posibilidades de escapar o morir en el intento. Cuando llegó el español con el guerrero al canal donde el bote esperaba, lo recibieron los marineros y lo subieron en la embarcación cuya curvatura rozaba el verde ramaje de los manglares. Kanú, sereno, fue sentado entre dos tripulantes. Sabía de que se trataba y estaba de acuerdo. El español se dirigió a la embarcación que estaba en la caleta para cobrar la venta del hábil esgrimista. El contramaestre agarró su afilado kriss dando la espalda al venal ibérico, al acercarse a recibir el dinero, le enterró la filosa arma en el pecho hasta la empuñadura, manchando el bronce de su daga mortal con la sangre del español, que manó a borbotones por la profunda herida. El infortunado hombre se estremeció un poco y sin exhalar ningún gemido, abatió su cabeza sobre el pecho. Con naturalidad, registró el cadáver apoderándose de sus botas y pertenencias, lavó su arma en las aguas del manglar de ese puerto colonial, mientras se embarcaba en el esquife secando su kriss con las faldas de su camisón. Kanú miró al portugués, sabía que todos eran asesinos y desleales. En Africa la palabra tiene connotaciones distintas, es un activo importante. El cadáver tendido en medio de los verdes manglares, era una prueba de la condición bellaca de los peninsulares y de su falta de honor. Una hora mas tarde, arrancharon la maniobra de cubierta, abatieron y trincaron la arboladura, aseguraron los cabezales de los palos en sus cunas fijándolas con los cabos de las jarcias en las cornamusas de metal, el galeón de los tratantes viraba las ancoras zarpando rumbo a los puertos de Veracruz y la Habana. Desde este último puerto, zarparían rumbo a las costas africanas atravesando el mar Caribe para regresar con otro cargamento humano en sus bodegas. En la espeso manglar de esa playa cartagenera, quedó tendido para siempre en posición de suplica trascendental, el cadáver del español. Sus ojos aún abiertos reflejaban desolación y el terrible desamparo de la muerte. El soldado colonial motivado por un dinero fácil, cayó asesinado por la mano criminal de un tratante portugués. Jamás volvería a su tierra aragonesa a disfrutar la bonhomía de sus gentes ni la belleza de sus catedrales y fastuosos castillos, su cuerpo sangrante, flotaba en la trama del manglar tiñendo las aguas de ese estero con su sangre de tonalidad parduzca. Los cangrejos del manglar se acercaron ávidos de carne fresca, al cadáver del infortunado hombre. En el cielo comenzaron a volar las voraces aves de rapiña, trazando círculos y acercándose al sitio donde se encontraba el occiso. En el horizonte, se podía observar al navío, el cual dejaba una blanca estela que contrastaba con el azul profundo de las aguas de ese sector del caribe que reflejaba claramente los colores de Yemayá. 28
  • 29. Capítulo Tercero La aldea de Kanú Kanú nació en Tambacounda, un poblado situada en las orillas del Casamance. Cuando las mujeres iban a parir, eran llevadas al río por las parteras para que el primer contacto del recién nacido fuera con el agua. La aldea estaba construida sobre un inmenso otero erigido y rellenado con otanes 22 sagrados por los primeros habitantes de este poblado. La estructura y diseño de las viviendas era circular, en el centro estaba el Igbodú y la casa de Molé, el jefe tribal. Seguía la vivienda de los ancianos del Consejo, en las afueras estaban los talleres de los fundidores de la aldea. Poseían estos, un conocimiento hermético transmitido a pocos elegidos después de un proceso de aprendizaje especial en el cual se les enseñaba el manejo del elemental del fuego llamado al que llamaban “Salamandra”. Los jóvenes de la aldea se cuidaban mucho de pasar por ese lugar formando algarabías ya que estos los reprendían con fuertes gritos y en muchas ocasiones les propinaban fuertes varetazos con secas ramas de matarratón. El jefe de estos, era un hombre alto y robusto y hosco, a quien todos en el poblado llamaban Coko, los niños de la aldea le temían mucho. La madre de Kanú decía a este, que después que los fundidores fabricaban una lanza o cualquier arma de metal, la ofrendaban a Oggún y probaban su temple, enterrándola en el pecho de cualquier animal, decían que la sangre que empapaba el metal, lo templaba y hacía invencible al poseedor de esta. Su padre era un famoso guerrero llamado Molé, descendiente de un importante grupo clanil conformado por antepasados de tradición guerrera. Había contraído matrimonio con Masú, sensual hija de Yemayá, dedicada en su juventud al trabajo sacerdotal y cuyo cuerpo otoñal, se mantenía duro y armónico, su piel era lozana y tersa, sus senos erguidos y redondos característicos de las hijas de Yemayá, conservaban su turgencia, eran agresivos, lozanos y erectos. Tuvieron siete hijos de los cuales el menor de todos era Kanú, los seis restantes, tres varones y tres mujeres vivían en la aldea con sus respectivas familias. Se habían independizado de la égida clanil menos Kanú, quién por su corta edad vivía aún en la casa paterna realizando labores acordes a su condición. Ayudaba a su padre y hermanos mayores en labores de pastoreo y otras faenas, recibía de ellos el adiestramiento básico para capturar aves y otros animales con elementos artesanales, lo mismo que su práctica para adquirir destreza en la pesca y las actividades agrícolas habituales en esos asentamientos humanos. La vida del Kanú, transcurría al igual que la de los jóvenes de la aldea, en medio de juegos, práctica del lanzamiento de flechas, dardos, lanzas, enfrentamiento con jóvenes de su misma edad y ocasionalmente mayores, utilizando palos simulando armas largas y para el cual tenía una habilidad innata. Realizaba labores de pastoreo en el hato familiar con sus hermanos, o solo cuando tuvo la destreza, participaba en carreras a campo abierto, cruce de los ríos y caza menor en la cual se destacaba por su ingenio en la elaboración de trampas artesanales para capturar pequeños animales. 29
  • 30. Tenía diez y seis años y había hecho prometer a su padre, que lo llevara de cacería a las inmensas planicies donde estaban las grandes manadas cuando este fuera salir en alguna partida de caza. Su padre accedió risueño a esa petición, la cual parecía estar esperando. Ese día le raparon completamente la cabeza. En la madrugada salieron de cacería seis guerreros con sus respectivos hijos para que adquirieran destreza en la caza de los ariscos venados y los ágiles antílopes dispersos en manadas por las planicies africanas. Para los jóvenes esta experiencia era vital para su desarrollo como guerreros. Regresaron tres días más tarde a la aldea cargando dos grandes cérvidos cazados por los jóvenes orientados por sus padres, ante quienes demostraron disposición, destreza y habilidad que sorprendió a los ya curtidos cazadores que los acompañaban en esa exitosa faena de caza. Desvisceraron las piezas guiados por sus mayores, evitando reventar la hiel, la que retiraron con cuidado y guardaron para entregarla a los ancianos, para los usos sacrales y medicinales necesarios. Posteriormente “manearon” 23 las cuatro patas para cargarlos atravesando sus lanzas recién estrenadas e invictas entre las patas de los cérvidos. Cargaron los animales en sus hombros y se dirigieron a la aldea, mostraban los ejemplares cazados, se ufanaban ante sus amigos “menores”, se pavonearon con las jóvenes, ufanándose de la proeza realizada en su primera expedición. Se acostaron confiados y orgullosos esperando que rayara el nuevo día para seguir contando sus habilidades. Ninguno de ellos tenía la menor idea de lo que le deparaba el día por llegar. Por el momento, disfrutaban de la condición de “cazadores curtidos”. En la madrugada del día siguiente cuando aún los gallos no habían empezado a anunciar con su diana alegre el nacimiento del día, Kanú fue despertado por un sacudón propinado sin miramientos ni contemplaciones. Los adultos de la aldea le daban unas órdenes con voz muy bronca y agresiva. Blandiendo sus varas amenazadoramente le ordenaron levantarse. Fue alzado en vilo, cubrieron diestramente su rostro con un saco tejido con flecos de fibra de coco, con empujones y golpes de vara aplicados dolorosamente, fueron sacados de sus casas y conducidos al centro del poblado donde escuchaba las voces de quienes dirigían el procedimiento, algunas de estas conocidas por ellos, que les ordenaban callarse y dejar de temblar como mujercitas. La voz predominante era áspera y gritaba: ¡Es la hora de convertirlos en hombres, el que tenga miedo que lo diga!, los “seleccionados” callaron, sabían que el valor en esos poblados era determinante para la supervivencia de toda la comunidad. Sintió una presencia a su lado la cual adivinó que era su padre, ya que su olor era inconfundible. Se preguntaba porqué no lo había defendido de los empujones y golpes de vara que recibían de manera reiterada por parte de esos desconocidos. En medio del caos reinante, recordó que en una ocasión, su padre y hermanos le contaron algo relacionado con el entrenamiento que sometían a los jóvenes de la aldea al cumplir esa edad, además de la iniciación de la que iban a ser objeto. 30
  • 31. Pensó que había llegado la hora de comenzar ese proceso ancestral y se desconcertó porque nadie lo alertó, ni le avisaron que el momento había llegado. Lo sacó de su ensimismamiento, un fuerte golpe propinado en su cabeza rapada mientras le gritaban: ¡Despierta niñito, llegó la hora de convertirte en un hombre! Los varetazos le llovían por todas partes a los jóvenes próximos a iniciarse, los encargados los empujaban vigorosamente mientras los apaleaban y les gritaban a todo pulmón: ¡Apúrense mujercitas que no tenemos todo el día! Estaban desconcertados, no era habitual para ellos el trato hosco y brusco que le daban sus mayores. A pesar de tener el rostro cubierto, podía identificar algunas voces conocidas entre ellas la voz de Coko el fundidor. En medio del ardor producido por las varas con que los azotaban, se prometió que iba a averiguar quién lo había golpeado con tanta saña. A todos se les daba el mismo tratamiento. Después de alinearlos, colocaron en sus hombros, una mochila de fique y cuero. Recordó Kanú que días atrás encontró a su padre suavizando un pedazo de piel de venado en el patio de su casa, mientras su madre tejía laboriosa, los bordes del entramado de la mochila y la guindareja de los hombros con fibras de fique curado de los palmares que bordean la aldea que empapaba con extractos vegetales de distintos colores. Se serenó al saber que su padre, hermanos y todos los hombres de la aldea, fueron iniciados de esa manera y habían sorteado ese proceso de formación por el que pasaban los hombres del poblado al cumplir la edad requerida. Se tranquilizó un poco, dispuesto a lo que fuere. Apretó sus dientes con fuerza y puso en tensión todo su cuerpo. A pesar de los dolorosos golpes que le propinaban, hizo un gran esfuerzo para no quejarse ni avergonzar a su padre y hermanos que ya habían pasado por eso y los cuales adivinaba el joven africano, estaban presentes observando. Con la cabeza cubierta por el áspero sacón, fueron conducidos fuera de la aldea. Caminaron sin descanso un largo trecho por senderos de la selva desconocidos por ellos, sudaron copiosamente durante la marcha, nadie se quejaba, ponían a prueba el aguante de ellos; cuando el sol declinaba, se detuvieron. Estaban exhaustos y hambrientos, Kanú estaba al borde del desmayo, nadie había comido desde el día anterior y a pesar de eso, ninguno se quejó, temiendo la violenta represalia de los conductores, que en ningún momento suavizaron el trato hacia ellos. De uno en uno les quitaron los sacones que cubrían sus cabezas y la escasa luz del sol que había en esos momentos, los encandiló brevemente haciéndolos cerrar los ojos. Les ordenaron sentarse y sacar el alimento de sus mochilas. Todos tenían el mismo contenido en sus saquillas, carne de cerdo ahumada, pescado seco, ñame asado y un odre repleto de aguamiel. Comieron hasta repletarse, luego se recostaron hasta quedar dormidos. Los despertaron los gritos de los conductores que los conminaron a levantarse para seguir caminando hasta el sitio que estaba a un día de camino. Al día siguiente en la noche llegaron donde se iba a desarrollar el entrenamiento. El sitio, lo encontraron despejado de maleza y dispuesto para recibirlos. Se intrigaron al no ver donde guarecerse, solo estaban unas curranchas sin paredes y techos precarios, solo dos tenían paredes y estaban selladas. 31
  • 32. Los encargados del entrenamiento los sentaron en el suelo y les dijeron sin preámbulos: ¡Estas son sus viviendas, no hay paredes, todos dormirán en el suelo. A dormir que mañana bien temprano comenzamos! Se acostaron exhaustos y se quedaron dormidos en el áspero suelo. Antes del amanecer los despertaron con fuertes gritos. Desde ese día, comenzaron unas fuertes jornadas que empezaban al rayar el día y terminaban entrada la noche, se acostaban agotados. En algunas ocasiones caminaban todo el día evitando hacer ruido y cuando alguien tropezaba alguna rama caída o hacía sonar la hojarasca, alargaban el ejercicio para obligarlos a ser cuidadosos ya que del sigilo de ellos dependía la vida de muchos hombres. Otras veces caminaban hasta muy tarde. Les exigían absoluto silencio, un sigilo que les permitiera llegar al enemigo sin hacer ruido, acercarse a la manada de cérvidos para escoger las piezas y matarlas sin que estas se percataran de su presencia, les decían que este entrenamiento era vital para la supervivencia de ellos en cualquier sitio en que encontraran. Fueron veinte y tres semanas de agotadoras jornadas, los adiestraban en faenas de pesca con elementos proporcionados por la naturaleza, en cruces a nado en el lugar más caudaloso del río hasta tener la soltura y destreza suficiente para desafiar la turbulencia de este y salir airosos de ese trance. Nadaban largos trechos desafiando la corriente del Casamance hasta culminar la peligrosa prueba final que consistía en el cruce de ese río en la parte más ancha y caudalosa, terminaban la prueba extenuados. Se convirtieron en excelentes nadadores, buceadores capaces de permanecer largo tiempo debajo del agua, grandes cazadores y los adiestraron en la lucha cuerpo a cuerpo enseñándoles a pelear contra un oponente armado o desarmado sin riesgos de ninguna naturaleza. Aprendieron el manejo de armas arrojadizas, cuchillo, machete y espada, supliendo estos elementos, con varas de Iroko 24. Simultáneamente, les enseñaban la religiosidad ancestral, lo sacral y exotérico de esa iniciación, que consistía en la enseñanza de lo que podían conocer en el ámbito de los saberes inherentes a la iniciación menor, lo externo de la práctica religiosa en la región de donde era oriundo, y a preparar el fuego sagrado en los ceremoniales antiguos de esos asentamientos tribales, el respeto a los ancianos, depositarios de saberes milenarios, en el conocimiento de los elementos hieráticos del Igbodú y lo básico de la espiritualidad en esos asentamientos tribales. Quienes mostraran inclinación hacia lo religioso y sacral a pesar de participar en todas las pruebas requeridas, eran apartados en algunas noches para impartirles otro tipo de saberes. Serían los sacerdotes y sanadores de la aldea. Con el tiempo accederían a otra iniciación en los Misterios Mayores, en los centros Iniciáticos del Congo o donde estaban los megalíticos monumentos religiosos. Kanú no tenía esa disposición porque su tendencia era de guerrero, aunque siempre estaba atento y escuchaba las explicaciones de los conductores que consideraba fundamentales para su formación como humano y guerrero dedicado a lo inherente a su condición, además de los saberes que adquiría de algunas verdades trascendentales del Universo y que todos los iniciados debían conocer. 32
  • 33. Se asombraba cuando los sacerdotes que los iniciaban en esos misterios, “hablaban” con los Eggun 25 preguntándoles asuntos trascendentales de la aldea y consultando el futuro de los jóvenes que se estaban iniciando. Kanú temía a lo esotérico, lo totalmente otro, y lo disimulaba ante los ancianos que censuraban en los jóvenes, el temor a los muertos a quienes respetaban como consejeros de los otros mundos que jamás abandonaban sus oriundeces. La rígida distinción entre la vida y la muerte no es válida para el africano, quién ve en la muerte la transmutación de un estado que somete al cuerpo a un cambio mucho mayor, aunque comparable al nuevo estado que se experimenta en la pubertad y a los menores cambios de la mediana edad y la senectud. El grupo clanil comprende vivos y muertos en completa paridad y la organización social de la comunidad viviente sigue mucho más allá de las tumbas. El adulto que muere, al que se le hacen milenarias ritos mortuorios, que son ritos de pasaje que le permiten la admisión a su nuevo estado, adquiere un estado superior al de los adultos vivos; pero todo dentro del marco de una organización social única. El trato del yoruba con los muertos es cotidiano; estos no pertenecen propiamente a “otro mundo”, sino a otro país del mismo mundo, a la otra orilla; la invisible, donde la consistencia corporal es distinta, pero donde se sigue “la misma vida” con sus implicaciones psíquicas, sociales y éticas. Aprendieron a acceder a los mundos superiores, al plano de los Orishas y de los antepasados, mediante sonidos percusivos de los tambores “Batá”. Algunos de ellos eran diestros percusionistas, conocían el misterioso lenguaje de los tambores con el que se comunicaban con los Eggun y los Orishas para que montaran 26 a uno de los presentes y por ese intermedio se comunicara con los sacerdotes, también les enseñaron a descifrar las claves de los tambores en los mensajes que se transmitían de aldea en aldea. El percusionista llamado “Omoaña” u “Olubatá”, es adiestrado desde los mundos superiores, por Changó, 27 Orisha dueño de los rayos, los truenos y los tambores. Duraron cinco meses de rudo adiestramiento en la espesa manigua esos jóvenes y cuya rigurosidad no llegó a suavizarse, cada día era más exigente la tarea. El edénico lugar que escogieron los antiguos sacerdotes de la población para desarrollar estas iniciaciones, era el adecuado para la continuidad de los procesos de cambios armónicos y supervivencia en ese poblado africano. El entorno hídrico era justo y perfecto, para hacer de este sitio que las divinidades habían creado en esa lejana y tupida selva, la sede de esas iniciaciones a las que sometían a los jóvenes del poblado para ingresar al conocimiento de los misterios del hombre. Eran sitios ocultos en la selva, lugares cuidadosamente seleccionados por los sacerdotes, espacios misteriosos de solemnes silencios profundos y perennes. Esta quietud ceremonial rayana en lo absoluto, solo era hollada por la presencia de ellos como jóvenes objeto de un milenario proceso iniciático, muchachos muy jóvenes que turbaban con voces adolescentes y las broncas de los instructores, la solemne paz reinante en ese lugar. Esos jóvenes aún eran considerados intrusos en esas profundidades selváticas donde a los hierofantes de la aldea utilizaban su sabiduría y conocimiento para comunicarse con los antepasados. Eran milenarios ceremoniales desconocidos por los jóvenes que se iniciaban en lo básico de un conocimiento del que iban a hacer uso durante todos sus días. 33
  • 34. Las rocas de Cabumba donde se desarrollaba ese proceso, resguardaban el lugar de los vientos del Norte; los peñascos riscosos del Sur, los amparaban de la violencia de las brisas del nordeste que azotaban y abatían los pastizales de la planicie, arqueándolos y levantándolos de acuerdo a su intensidad, en el este la cadena montañosa hacía impenetrable el sitio a intrusos, las corrientes de aire que llegaban al lugar, lo mantenían permanente fresco. Ese lugar, místico y misterioso escogido por los ancianos para los procesos iniciáticos, solo era alcanzado por la tierna brisa marina de la costa oeste que penetraba el espeso follaje, corriente que sazonada de salobre olor a naturaleza marina, a vida, a algas ondulantes, a rocas de los acantilados bañadas por el oleaje y ostras vivas, otea suavemente el fondo de esa espectacular, misteriosa y hermosa llanura, formando leves remolinos minúsculos que levantaban la hojarasca llevándola al lugar donde estaban los secos y casi desérticos breñales, extraños e inusuales en ese ámbito, formando un inconcebible y contrastante erial en medio de esa viva y verde espesura. Predominaba una temperatura permanentemente fresca por la confluencia de las diferentes corrientes de aire. La canícula solar era atenuada, tendida y estimulada por los controlados ventarrones que atravesando la pared vegetal, refrescaba gratamente el entorno que siempre estaba ventilado. Una de las pruebas finales, era la de seguir rastros en ese sector de desérticos breñales, paisajísticamente extraños y atípicos en esa selva verde y espesa que rodeaba ese rocoso lugar donde tenían residencia lagartos y cierto tipo de víboras, inofensivas ante los jóvenes iniciados, debido a los sonidos mántricos enseñados por los instructores para apaciguar a esos animales cuando invadían su espacio. En ese rocoso lugar de rala vegetación, debían seguir las huellas de uno de los experimentados conductores y sorprenderlo en el sitio en que estuviera. Siete días estuvieron en esa difícil tarea que les proporcionó una excepcional destreza en el arte de identificar y seguir toda clase de huellas y pisadas, también aprendieron a identificar el rastro de diferentes animales, a encontrar la huella invisible de los depredadores e identificar sus pisadas, las de los ariscos cérvidos por medio de sus olores e identificarlos por especie de acuerdo a su almizcle, movimientos de tierra, erosiones en la superficie, desacomodamiento en el peinado de la hierba, detritus en el pasto o enterrados en el suelo y una serie de detalles que les daría el conocimiento y habilidad necesaria para cazar, conseguir alimentos, seguir huellas de animales y humanos en cualquier espacio. Una tarde, después de una agotadora jornada de natación remontando la fuerte corriente del Casamance, recias prácticas de lucha y defensa personal, regresaron agotados a la sede donde tenían su asentamiento. Ese día, por el esfuerzo y la exigencia física desarrollada sin pausa, se reflejaba el cansancio en los rostros de los jóvenes inmersos en ese proceso iniciático. Antes de ubicarlos en las curranchas para descansar, los formaron con la vista al este sin que efectuaran ninguna clase de movimientos. Después de un plantón en esa posición, les ordenaron volverse. Todos lo hicieron simultáneamente. La sorpresa fue mayúscula para ellos al encontrar en ese lejano lugar donde reinaba un misticismo sacral, a sus padres y hermanos orgullosos y alegres. 34
  • 35. El padre de Kanú estaba risueño y tendía amistosa la mano a su hijo colocándole la izquierda sobre su hombro derecho saludándolo como a un hombre, como igual. La gestualidad de su progenitor le indicó al guerrero que desde ese momento tenía otro status en el seno de la familia y en el conjunto social de la aldea. Su padre lo reconocía como “un hombre” y le brindaba una amistad sin dobleces. Sintió orgullo, respondió el saludo conteniendo las ganas de abrazarlo como siempre, pero el ya “era un hombre”, un guerrero curtido. Todos hicieron lo mismo aunque en su interior querían abrazar a sus progenitores. Cuando su madre trató de abrazarlo amorosa como era usual en ella, este le dijo en el oído: ¡Ya soy un hombre madre, deja esos abrazos para mis hermanas. Masú, que ya había vivido esa situación con sus hijos mayores, lo entendió y dijo sonriente: “Hemos traído comida para que cenes y tengas tus provisiones, acércate guerrero, para colocarte estos Elekes 28 que hicieron tus hermanas por indicación de los sacerdotes quienes los consagraron para que los uses siempre. Al día siguiente durmieron hasta tarde y fueron eximidos de los “trabajos habituales”. Se saciaron con la comida que les dieron sus padres y se regocijaron pensando que todo había terminado y que iban a regresar a sus casas. Cuando la tarde abdicaba, los formaron frente a las viviendas que tenían paredes. Les ordenaron guardar silencio absoluto. El sonido de unos tambores Djembí los obligó a mirar hacia ese lado. Un grupo de mujeres de la aldea con edades que oscilaban entre diez y ocho y treinta años, hizo su ingreso sin dejar de danzar al lugar donde estaban los jóvenes iniciados. Mostraban sus erectos y agresivos senos, untados con aceite de corozo, sonreían insinuantes, danzaban al compás de los tambores que percutían un ritmo suave que apretaban a medida que transcurría lo vertiginoso del toque, en esa medida los movimientos pelvianos de sus cinturas cubiertas por largas piezas de tela con estampados geométricos se hacían más circulares y frenéticos. El nombre de la danza que interpretaban las hermosas mujeres se conocía con el nombre de Fulafare yoleli, usual en esos procesos iniciáticos. Esta hermosa danza de contenido religioso, era sensual, erótica y se realizaba cuando llegaba un personaje importante a la aldea a quién se quería honrar. Generalmente se hacía para brindarle ofrendas a Ochún y a Yemayá. Era la bienvenida simbólica de estos jóvenes a su nueva condición de hombres. Los tambores repiqueteaban vertiginosamente, los percusionistas sudaban copiosamente, los bustos de las mujeres aceitados con epó, brillaban cuando se les reflejaban los rayos solares, era una danza hermosa y enervante. Culminada esa danza, los tambores reanudaron su toque y las mujeres realizaron otra más erótica y rítmica, llamada Balakulandjan, en esta danza los coros eran vitales, el “mande coral” lo realizaba una anciana, inmóvil entre vorágine rítmica y los giros pendulares de cinturas ansiosas y desprovistas de todo ropaje. Este cadencioso mande lo respondían en un armónico coro, la plástica de la danza era muy artística a pesar de su contenido lúbrico, la duración fue menor a la anterior. Por último, realizaron una danza conocida como Wolossodon Djondon, esta, a diferencia de las anteriores, las realizaban, sin los mantones dejando al descubierto la zona púbica y mostrando el sexo completamente rapado. 35