Ramiro II, rey de Aragón, convocó a los nobles rebeldes a Cortes en Huesca bajo el pretexto de mostrarles una gran campana que se oyera en todo el reino. Sin embargo, a medida que los nobles llegaban al palacio real, Ramiro los decapitaba y colgaba sus cabezas en un sótano, para así eliminar la deslealtad y afianzar su poder.