1. FEDERICO GARCÍA LORCA
El amor duerme en el pecho del poeta ladra muy lejos del río.
Tú nunca entenderás lo que te quiero
porque duermes en mí y estás dormido. Pasadas las zarzamoras,
Yo te oculto llorando, perseguido los juncos y los espinos,
por una voz de penetrante acero. bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Norma que agita igual carne y lucero Yo me quite la corbata.
traspasa ya mi pecho dolorido Ella se quitó el vestido.
y las turbias palabras han mordido Yo el cinturón con revólver.
las alas de tu espíritu severo. Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
Grupo de gente salta en los jardines tienen el cutis tan fino,
esperando tu cuerpo y mi agonía ni los cristales con luna
en caballos de luz y verdes crines. relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
Pero sigue durmiendo, vida mía. como peces sorprendidos,
¡Oye mi sangre rota en los violines! la mitad llenos de lumbre,
¡Mira que nos acechan todavía! la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
El poeta dice la verdad el mejor de los caminos,
Quiero llorar mi pena y te lo digo montando en potra de nácar
para que tú me quieras y me llores sin bridas y sin estribos.
en un anochecer de ruiseñores, No quiero decir, por hombre,
con un puñal, con besos y contigo. las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
Quiero matar al único testigo me hace ser muy comedido.
para el asesinato de mis flores Sucia de besos y arena,
y convertir mi llanto y mis sudores yo me la llevé del río.
en eterno montón de duro trigo. Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida Me porté como quien soy.
con decrépito sol y luna vieja. Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
Que lo que no me des y no te pida grande, de raso pajizo,
será para la muerte, que no deja y no quise enamorarme
ni sombra por la carne estremecida. porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
La casada infiel cuando la llevaba al río.
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela, Las seis cuerdas
pero tenía marido. La guitarra
Fue la noche de Santiago hace llorar a los sueños.
y casi por compromiso. El sollozo de las almas
Se apagaron los faroles perdidas
y se encendieron los grillos. se escapa por su boca
En las últimas esquinas redonda.
toqué sus pechos dormidos, Y como la tarántula,
y se me abrieron de pronto teje una gran estrella
como ramos de jacintos. para cazar suspiros,
El almidón de su enagua que flotan en su negro
me sonaba en el oído, aljibe de madera.
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos. Madrigal apasionado
Sin luz de plata en sus copas Quisiera estar en tus labios
los árboles han crecido, para apagarme en la nieve
y un horizonte de perros de tus dientes.
Antología de poesía s. XX 1
2. Quisiera estar en tu pecho sin que jamás ya me encuentres.
para en sangre deshacerme. Para que vayas gritando
Quisiera en tu cabellera mi nombre hacia los ponientes,
de oro soñar para siempre. preguntando por mí al agua,
Que tu corazón se hiciera bebiendo triste las hieles
tumba del mío doliente. que antes dejó en el camino
Que tu carne sea mi carne, mi corazón al quererte.
que mi frente sea tu frente. Y yo mientras iré dentro
Quisiera que toda mi alma de tu cuerpo dulce y débil,
entrara en tu cuerpo breve siendo yo, mujer, tú misma,
y ser yo tu pensamiento y estando en ti para siempre,
y ser yo tu blanco veste. mientras tú en vano me buscas
Para hacer que te enamores desde Oriente a Occidente,
de mí con pasión tan fuerte hasta que al fin nos quemara
que te consumas buscándome la llama gris de la muerte.
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Oda a Walt Whitman anciano hermoso como la niebla
Por el East River y el Bronx que gemías igual que un pájaro
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas con el sexo atravesado por una aguja,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo. enemigo del sátiro,
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas enemigo de la vid,
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas. y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Pero ninguno se dormía, Ni un solo momento, hermosura viril
ninguno quería ser río, que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
ninguno amaba las hojas grandes, soñabas ser un río y dormir como un río
ninguno la lengua azul de la playa. con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria, Ni un solo momento, Adán de sangre, Macho,
y los judíos vendían al fauno del río hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt
la rosa de la circuncisión, Whitman,
y el cielo desembocaba por los puentes y los porque por las azoteas,
tejados agrupados en los bares,
manadas de bisontes empujadas por el viento. saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
Pero ninguno se detenía, o girando en las plataformas del ajenjo,
ninguno quería ser nube, los maricas, Walt Whitman, te señalan-
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril. ¡También ése! ¡También! y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta
Cuando la luna salga rubios del norte, negros de la arena,
las poleas rodarán para turbar al cielo; muchedumbre de gritos y ademanes,
un límite de agujas cercará la memoria como los gatos y como las serpientes,
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan. los maricas, Walt Whitman, los maricas,
turbios de lágrimas, carne para fusta,
Nueva York de cieno, bota o mordisco de los domadores.
Nueva York de alambres y de muerte: ¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla? apuntan a la orilla de tu sueño
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo? cuando el amigo come tu manzana
¿Quién el sueño terrible de tus anémonas con un leve sabor de gasolina
manchadas? y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt
Whitman, Pero tú no buscabas los ojos arañados
he dejado de ver tu barba llena de mariposas, ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los
ni tus hombros de pana gastados por la luna, niños
ni tus muslos de Apolo virginal, ni la saliva helada
ni tu voz como una columna de ceniza; ni las curvas heridas como panza de sapo
Antología de poesía s. XX 2
3. que llevan los maricas en coches y en terrazas Madres de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño
mientras la luna los azota por las esquinas del del amor que reparte coronas de alegría.
terror.
Contra vosotros siempre, que dais a los
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río, muchachos
toro y sueño que junte la rueda con el alga, gotas de sucia muerte con amargo veneno.
padre de tu agonía, camelia de tu muerte Contra vosotros siempre,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto. «Faeries» de Norteamérica,
«Pájaros» de la Habana,
Porque es justo que el hombre no busque su «Jotos» de Méjico,
deleite «Sarasas» de Cádiz,
en la selva de sangre de la mañana próxima. «Apios» de Sevilla,
El cielo tiene playas donde evitar la vida «Cancos» de Madrid,
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora. «Floras» de Alicante,
«Adelaidas» de Portugal.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía. ¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las Esclavos de la mujer. Perras de sus tocadores.
ciudades. Abiertos en las plazas, con fiebre de abanico
La guerra pasa llorando con un millón de ratas o emboscados en yertos paisajes de cicuta.
grises,
los ricos dan a sus queridas ¡No haya cuartel! La muerte
pequeños moribundos iluminados mana de vuestros ojos
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada. y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo Que los confundidos, los puros,
por vena de coral o celeste desnudo; los clásicos, los señalados, los suplicantes,
mañana los amores serán rocas y el Tiempo os cierren las puertas de la bacanal.
una brisa que viene dormida por las ramas.
Y tú, bello Walt Whitman, duerme orillas del
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman, Hudson
contra el niño que escribe con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
nombre de niña en su almohada; Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
ni contra el muchacho que se viste de novia camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
en la oscuridad del ropero; Duerme: no queda nada.
ni contra los solitarios de los casinos Una danza de muros agita las praderas
que beben con asco el agua de la prostitución; y América se anega de máquinas y llanto.
ni contra los hombres de mirada verde Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
que aman al hombre y queman sus labios en quite flores y letras del arco donde duermes,
silencio. y un niño negro anuncie a los blancos del oro
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades la llegada del reino de la espiga.
de carne tumefacta y pensamiento inmundo.
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Romance de la luna, luna Niño, déjame que baile.
La luna vino a la fragua Cuando vengan los gitanos,
Con su polisón de nardos. te encontrarán sobre el yunque
El niño la mira, mira. con los ojillos cerrados.
El niño la está mirando.
Huye luna, luna, luna,
En el aire conmovido que ya siento sus caballos.
mueve la luna sus brazos -Niño, déjame, no pises
y enseña, lúbrica y pura, mi blancor almidonado.
sus senos de duro estaño.
El jinete se acercaba
Huye luna, luna, luna. tocando el tambor del llano.
Si vinieran los gitanos, Dentro de la fragua el niño
habrían con tu corazón tiene los ojos cerrados.
collares y anillos blancos.
Por el olivar venían,
Antología de poesía s. XX 3
4. bronce y sueño, los gitanos. ¡Oh pena de los gitanos!
Las cabezas levantadas Pena limpia y siempre sola.
y los ojos entornados. ¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!
Cómo canta la zumaya,
¡ay, como canta en el árbol! Romance sonámbulo
por el cielo va la luna (fragmento)
con un niño de la mano. Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
Dentro de la fragua lloran, El barco sobre el mar
dando gritos, los gitanos. y el caballo en la montaña.
El aire la vela, vela. Con la sombra en la cintura
El aire la está velando. ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
Romance de la pena negra con ojos de fría plata.
Las piquetas de los gallos Verde que te quiero verde.
cavan buscando la aurora, Bajo la luna gitana,
cuando por el monte oscuro las cosas la están mirando
baja Soledad Montoya. y ella no puede mirarlas.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra. Verde que te quiero verde.
Yunques ahumados sus pechos, Grandes estrellas de escarcha,
gimen canciones redondas. vienen con el pez de sombra
Soledad, ¿Por quién preguntas que abre el camino del alba.
sin compaña y a estas horas? La higuera flota su viento
Pregunte por quien pregunte, con la lija de sus ramas,
dime: ¿a ti qué se te importa? y el monte, gato garduño,
Vengo a buscar lo que busco, eriza sus pitas agrias.
mi alegría y mi persona. Pero ¿quién vendrá? ¿Y por donde...?
Ella sigue en su baranda,
Soledad de mis pesares, verde carne, pelo verde,
caballo que se desboca, soñando en la mar amarga.
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas. Soneto de la dulce queja
No me recuerdes el mar, Tengo miedo a perder la maravilla
que la pena negra, brota de tus ojos de estatua, y el acento
en las tierras de aceituna que de noche me pone en la mejilla
bajo el rumor de las hojas. la solitaria rosa de tu aliento.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa! Tengo pena de ser en esta orilla
Lloras zumo de limón tronco sin ramas; y lo que más siento
agrio de espera y de boca. es no tener la flor, pulpa o arcilla,
¡Qué pena tan grande! Corro para el gusano de mi sufrimiento.
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo, Si tú eres el tesoro oculto mío,
de la cocina a la alcoba. si eres mi cruz y mi dolor mojado,
¡Qué pena! Me estoy poniendo si soy el perro de tu señorío,
de azabache, carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo! no me dejes perder lo que he ganado
¡Ay, mis muslos de amapola! y decora las aguas de tu río
Soledad: lava tu cuerpo con hojas de mi otoño enajenado.
con agua de alondras,
y deja tu corazón Gacela del amor desesperado
en paz, Soledad Montoya. La noche no quiere venir
para que tú no vengas,
Por abajo canta el río: ni yo pueda ir.
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza, Pero yo iré,
la nueva luz se corona. aunque un sol de alacranes me coma la sien.
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5. Pero tu vendrás Las campanas de arsénico y el humo
con la lengua quemada por la lluvia de sal. a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
El día no quiere venir a las cinco de la tarde.
para que tú no vengas, ¡Y el toro solo corazón arriba!
ni yo pueda ir. a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
Pero yo iré a las cinco de la tarde.
entregando a los sapos mi mordido clavel. cuando la plaza se cubrió de yodo
Pero tú vendrás a las cinco de la tarde.
por las turbias cloacas de la oscuridad. la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
Ni la noche ni el día quieren venir A las cinco de la tarde.
para que por ti muera A las cinco en punto de la tarde.
y tú mueras por mí.
II La sangre derramada
Gacela del amor imprevisto ¡Que no quiero verla!
Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre. Dile a la luna que venga,
Nadie sabía que martirizabas que no quiero ver la sangre
un colibrí de amor entre los dientes. de Ignacio sobre la arena.
Mil caballitos persas se dormían ¡Que no quiero verla!
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches La luna de par en par.
tu cintura, enemiga de la nieve. caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
Entre yeso y jazmines, tu mirada con sauces en las barreras.
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho ¡Que no quiero verla!
las letras de marfil que dicen siempre. Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
Siempre, siempre: jardín de mi agonía, con su blancura pequeña!
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca, III. Cuerpo presente
tu boca ya sin luz para mi muerte. La piedra es un frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
Llanto por Ignacio Sánchez Mejías La piedra es una espalda para llevar al tiempo
(fragmentos) con árboles de lágrimas y cintas y planetas.
I. A las cinco de la tarde...
A las cinco de la tarde Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas
Eran las cinco en punto de la tarde. levantando sus tiernos brazos acribillados,
Un niño trajo la blanca sábana para no ser cazadas por la piedra tendida
a las cinco de la tarde. que desata sus miembros sin empapar la sangre.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde. Porque la piedra coge simientes y nublados,
Lo demás era muerte y sólo muerte esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
a las cinco de la tarde. pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde. Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Y el óxido sembró cristal y níquel Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
a las cinco de la tarde. la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
Ya luchan la paloma y el leopardo y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada IV. Alma ausente
a las cinco de la tarde. No te conoce el toro ni la higuera,
Comenzaron los sones del bordón ni caballos ni hormigas de tu casa.
a las cinco de la tarde. No te conoce el niño ni la tarde
Antología de poesía s. XX 5
6. porque te has muerto para siempre.
Con los animalitos de cabeza rota
No te conoce el lomo de la piedra, y el agua harapienta de los pies secos.
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
porque te has muerto para siempre. y mariposa ahogada en el tintero.
El otoño vendrá con caracolas, Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
uva de niebla y montes agrupados, ¡Asesinado por el cielo!
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre. La aurora
La aurora de Nueva York tiene
Porque te has muerto para siempre, cuatro columnas de cieno
como todos los muertos de la tierra, y un huracán de negras palomas
como todos los muertos que se olvidan que chapotean en las aguas podridas.
en un montón de perros apagados.
La aurora de Nueva York gime
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto. por las inmensas escaleras
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. buscando entre las aristas
La madurez insigne de tu conocimiento. nardos de angustia dibujada.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría. La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, A veces las monedas en enjambres furiosos
un andaluz tan claro, tan rico de aventura. taladran y devoran abandonados niños.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos. Los primeros que salen comprenden con sus
huesos
Vuelta de paseo que no habrá paraísos ni amores deshojados;
Asesinado por el cielo, saben que van al cieno de números y leyes,
entre las formas que van hacia la sierpe a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos. La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Con el árbol de muñones que no canta Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
y el niño con el blanco rostro de huevo. como recién salidas de un naufragio de sangre.
Paisaje de la multitud que vomita
Anochecer en Coney Island
La mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores;
la mujer gorda
que vuelve del revés los pulpos agonizantes.
La mujer gorda, enemiga de la luna,
corría por las calles y los pisos deshabitados
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido
y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas.
Son los cementerios, lo sé, son los cementerios
y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena,
son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora
los que nos empujan en la garganta.
Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,
con árboles fermentados y camareros incansables
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.
Antología de poesía s. XX 6
7. No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta,
ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido.
Son los muertos que arañan con sus manos de tierra
las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.
Paisaje de la multitud que orina
Nocturno de Battery Place
Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas,
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
al sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
no importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil buscar el recodo
donde la noche olvida su viaje
y acechar un silencio que no tenga
trajes rotos y cáscaras y llanto,
porque tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay remedio para el gemido del velero japonés,
ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!
Fachadas de crin, de humo, anémonas; guantes de goma.
Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos libres donde silban las mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas,
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.
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