1. Las calaveras están por allí, escondidas 2011
Fuente: Las calaveras están por allí, escondidas (Obra Literaria)
Autor: Gilbert Delgado Fernández
LOS EXTREMOS SE TOCAN
***
Te basta con haber leído la primera letra. Ya iniciaste
contacto. Desde este momento, tu familia está expuesta a
una serie de eventos funestos que únicamente tú puedes
evitar. ¿Cómo? Sirviéndome. Para ello, debes primero
suicidarte. Pronto me conocerás. Yo fallecí hace 27 años.
Elena Zúñiga
Arcángel San Gabriel. 129-A.
Al comienzo, lo consideré una broma de las tantas que circulan en la red. Sin
embargo, se trataba de un correo dirigido únicamente a mí y resultaba imposible
rastrear su origen. Había aparecido, simplemente, en mi bandeja de entrada como
“Pronto estaremos juntas” terriblemente, me fui convenciendo de que me hallaba ante
algo inexplicable.
Esa misa noche en que recibí el e-mail, celebrábamos un bautizo en casa. Fue
inevitable trasnochar aquella vez. Mi sueño resultó entrecortado. En los intervalos, veía
a una mujer sentada en la única silla de mi habitación, en frente de mi computadora.
Aunque estaba de espaldas hacia mí, en la semioscuridad se contorneaba su silueta
negra con su mano frotándose insistentemente el cuello, la escuché dirigirse hacia mí:
“Ayer hemos contactado. Soy Elena Zúñiga”. Pudo haberse tratado de una pesadilla, lo
sé, producto de la sugestión, quizás. Ahí, se la pasó el resto de la noche. Con la primera
luz del día, abrió la puerta del balcón y se marchó. De pronto, la noche tibia y el sueño
calmado se perturbaron debido al frío y a los zancudos. La puerta de mi balcón, que
siempre estaba cerrada y con llave, esta vez amaneció abierta. Eran las seis de la
mañana. La carga de mi celular, que habitualmente se dura tres días, esta vez se agotó
en cuestión de horas.
***
A mediodía, apenas tuve acceso al Messenger, se inició un diálogo. No recordaba
haber aceptado un nuevo contacto. Sin embargo, ahí apareció el texto. No provenía de
correo alguno, solamente el contacto y las letras sucediéndose y formando un mensaje:
— Hoy, hemos estado más cerca.
— A qué te refieres, ¿quién eres?
— Hemos visto el amanecer juntas. Soy Elena Zúñiga.
— Ya basta. Acepto que no me imagino cómo haces para establecer contacto,
pero no acepto tus acosos.
— Acostúmbrate porque pronto seremos uno. Habitaremos juntas en la red.
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— Dime, ¿cómo es que has estado en mi cuarto y he visto tu silueta, aunque no
tu rostro.
— Tomo energía para manifestarme. Ahora ya sabes porque tu celular amaneció
descargado.
— ¿Cómo sabes eso?… ¡Quién eres..! Por el amor de Dios, deja ya de
molestarme.
— Debo irme, pero este fin de semana me vas a conocer.
***
Ese viernes por la mañana— después de que el profesor comentó la noticia de la
mañana sobre un asesino en serie que habría sido finiquitado a balazos por la policía y
luego inhumado en un cementerio pueblerino—, en son de broma, dijo que merecía que
alguien perturbara su sueño eterno. Luego, se refirió a ciertas patologías y funciones
anómalas del cerebro que devienen en acciones inconcebibles. Después, aún hablando
del cerebro, enlazó el tema con ciertas cualidades que permanecen en estado de
letargo para el común de la gente, pero en eventos de extrema excitación y hasta
inconscientemente, podrían manifestarse. El terror es lo más común, acotó. Esto bien
podría dotar al sujeto de ciertos poderes debido a la generación y emisión de tal
cantidad de ondas electromagnéticas capaces de influenciar en la materia y utilizar
como vía cualquier fuente de energía como la T.V. o la Internet y desplazarse, mediante
ellas, ya despojado de su cuerpo físico.
Se difunde que del cerebro humano se desprende una descarga eléctrica que
bien podría prender una bombilla eléctrica. Sin embargo, hay que aceptar que al igual
que el fondo del mar o el cosmos, el cerebro humano es uno de los espacios más
desconocidos por el hombre. Los antiguos mejicanos elongaban los cráneos de sus recién
nacidos, se cree que a imitación de ciertos superhombres bajados del cielo quienes los
encandilaban con sus poderes inexplicables. Lo cierto es que una constante en el deseo
de los hombres es activar esas potencias frustradas.
— Profesor, y esa persona que activa regiones dormidas de su cerebro, ¿qué
podría llegar a hacer?
— Ahí, caeremos en el terreno de los supuestos. Quizás abra su tercer hijo, como
sostienen los hindúes, y adquiera cualidades como la clarividencia o la precognición. O
multiplique su caudal energético alcanzando fácilmente la telepatía. La literatura y el
cine explotan estas teorías llevándolas a un plano de realidad ficticia, en términos de
nuestro Mario Vargas Llosa. En El código Da Vinci, por ejemplo, Dan Brown excusa la
memoria eidética de su personaje Robert Langdon atribuyéndola a un evento de su
niñez en el cual habría caído a la profundidad y oscuridad de un pozo. Eso no sólo le
generará claustrofobia, o sea aversión a los espacios cerrados, sino que lo dotará de la
mencionada memoria fotográfica. En El aro, una niña que ha sido arrojada por su
madrastra a una noria— fíjate que en ambos casos son niños enfrentados
involuntariamente a sus mayores terrores— donde sufrirá por el lapso de ocho horas
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hasta que finalmente morirá de hipotermia. Ese terror extremo unido al odio contra la
humanidad que debió haber anidado en su corazón durante la agonía, habrían generado
una energía tan potente al punto de influir en las personas, pero con efectos negativos.
Su medio de acción, un aparato receptor como la televisión. Según el tratamiento dado
en la película, se entiende.
— Profesor, y eso… ¿es posible?
— En teoría, aunque un poco jalada de los pelos, sí.
— Y… como usted ha dicho… ¿Podría ser también la Internet?
— Sí, así es.
***
El día lunes, al final de la clase, una alumna me pidió porque le conceda un
momento. Su mirada lastimada por la mala noche— era obvio— y sus nervios exaltados
me permitieron anticipar que venía atravesando por malos momentos. Ahí recién me
enteró del acoso por una entidad que se hacía llamar Elena Zúñiga, vía Internet, del
cual venía siendo víctima. Me detalló el caso y me mostró impresos todos los textos que
había intercambiado con la susodicha.
— Esta dirección, profesor, por más que he indagado nadie parece recordarla ni
ubicarla en algún lugar. Y señaló: “Arcángel San Gabriel. 129 - A”. Yo sí la recordé y la
pude ubicar. Era la denominación de uno de los pabellones del cementerio de la ciudad
y la numeración y la letra determinaban la ubicación exacta de un nicho. Lo callé, por
lo pronto, para no deprimirla aún más, pero decidí visitar esa misma tarde el
cementerio y verificar los datos.
En efecto, después de almorzar en un restaurante cercano a mi centro de
trabajo, tomé un taxi hacia el cementerio. En caudal de visitantes era muy ralo. Saqué
la tarjeta donde había apuntado la dirección y me dirigí hacia ella. Cuando di con el
lugar exacto, las letras del nombre se enseñorearon en mi visión. Decían exactamente:
Elena Zúñiga Zúñiga
Q.E.P.D.
Falleció el 13 de julio de 1984
Una foto ovalada con marco de bronce conservaba, ya desvencijada, el rostro de
la mujer. Era tal como la describió mi alumna. Ella la había visto el día anterior y ese
había sido el motivo de sus nervios rotos y de su mala noche.
***
Ocurre, profesor, que yo practico fútbol y los días domingo asisto al estadio,
junto a las demás chicas del equipo, a entrenar. Esa mañana nublada se venía
desarrollando de la manera más normal hasta que la vi. Al comienzo no me di cuenta de
ello; es decir, noté a una mujer sentada en la tribuna, pero la prioridad era buscar el
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gol. Casi al finalizar el partido, fui a recoger el balón al lateral donde, inevitablemente,
la vería cara a cara. Vestía de negro desteñido que, sin embargo, resaltaba su palidez.
Se notaba como una malformación en su cuerpo, no era nada agradable además de que
su expresión era triste hasta el dolor. Ya en el vestuario, expresé mi compasión por
aquella mujer.
— ¿De qué estás hablando?
— De la que estuvo en la tribuna.
— En la tribuna no ha habido nadie, el estadio está vacío.
— Una señora vestida de negro, ella estaba ahí…
— ¡Qué te pasa! Nadie ha estado afuera.
Esa noche, ya en casa, decidí no abrir el messenger ni siquiera navegar por
Internet. Sólo trabajaría el word para dar fin a un trabajo. Hojeaba un libro buscando la
página requerida mientras cargaba el programa. Miré la pantalla y para mi sorpresa el
documento nuevo no lo era tanto… ya estaba escrito. El texto que yo no había escrito
decía:
— Ya me viste hoy en el estadio. Ahora estoy más cerca de ti y pronto seremos
uno.
Eso de una, que no expresaba el femenino, me sonaba más a cosa que a una
cuestión humana. Adoptando la dinámica del chat, decidí responderle.
— Jamás obraré en mi contra. Deja ya de molestarme.
Ahora sí pude ver cuando las letras se estampaban en el documento sin que nadie
tocara el teclado.
— Yo te empujaré a ello. Te voy a golpear donde más te duele. No te quedará
otra salida.
Salí corriendo de mi habitación y si antes cuidé de no preocupar a mis padres,
esta vez no pude evitarlo. Pedí pasar la noche en cualquier lugar, menos en ese cuarto.
Por estar acostumbrada a mi habitación o por efecto de los sucesos acaecidos, esa
noche no pegué un ojo en la habitación de mi hermana.
***
Ahí me encontraba identificando en la fotografía de la lápida de Elena Zúñiga
los mismos rasgos que había descrito mi alumna cuando una voz me sacó de la
concentración:
— ¿La conoció usted?
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Al voltear, noté que se trataba de un hombre sin edad. Al instante, improvisé
una respuesta que me evitara las explicaciones:
— Definitivamente, no. Y, a usted, ¿algún parentesco lo une con ella?
— Sí, fue mi hija. Nació maldita porque fue producto del pecado. La tuve con mi
propia prima hermana.
El hombre hablaba presuroso, como aprovechando para despojarse de una
confesión de siglos ahora que tenía la oportunidad.
Nació raquítica, creció remegida— continuó—. Toda su vida escuchó solamente
burlas. Mientras sus primas se iban enamorando, casando, gozando de la felicidad de los
hijos… Ella era apenas un espantajo, el terror de los pequeños. Su aprendizaje en sus
primeros años fue muy lento y además era muy fea. La familia no nos perdonó jamás.
Nos maldijeron a ambos y a nuestra hija. Hasta que un día en que no soportó más, ella
decidió poner fin a su calvario. Colgó una soga vieja de una de las vigas del sótano, se la
ató al cuello y se lanzó al vacío. La soga soportó hasta fracturar lo suficiente sus
vértebras cervicales, luego se rompió y ella agonizó por horas tirada en el suelo. Las
ratas se comieron las yemas de sus dedos, sus orejas y lo hicieron cuando ella aún
agonizaba. Era musofóbica. Cuánto debió haber sufrido. Con qué rabia debió haber
maldecido la vida. Ese terror y ese odio, joven, ¿dónde quedan?, ¿a dónde se van?
¿Arriba, acaso, a implorar perdón ante Dios por la decisión tomada o abajo, a cobrar
venganza contra los hombres?
En ese momento, timbró mi celular. Me disculpé y apenas presioné send escuché:
— Profesor, no puede ser. Ya no soporto más. Ella se saldrá con la suya.
— Cálmate, hija, dime qué es lo que pasa.
— Acaban de apuñalar a mi hermano, lo han asalto… Me siento culpable de
esto, quizás pude evitarlo. En mis manos está detener estas desgracias.
La llamada se cortó.
***
“Polos distintos se atraen”. Así reza una parte de la ley física. Elena Zúñiga eligió
a mi alumna, precisamente, por resultar su polo opuesto. La chica más destacada de la
clase, reina de belleza de la institución, salud desbordante y un futuro prometedor.
Se han identificado desde siempre, en las cosmologías de las culturas más
antiguas, dos fuerzas antagónicas. El Yin y el Yang simbolizan ello. Las posteriores
religiones han dado en llamarlas Bien y Mal. El Mal es la cizaña que pugna por perturbar
la belleza en el jardín del Bien. Caín que se opone a las bondades de Abel, Seth a las de
Osiris. Cristo y Satán simbolizan los extremos opuestos de estas fuerzas que mueven
nuestras acciones. Satán fue atraído por su polo opuesto y pretendió convertir esa fuerza
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del Bien en una fuerza subordinada al Mal mediante una serie de ofrecimientos que
conforman la tentación. La actuación del Mal repercute en contra de lo más amado por
su opuesto. En el caso de Cristo, la humanidad.
Aunque en una escala menor, el caso presente me resultaba análogo al
anteriormente expuesto. ¿Cómo rechazar esa presencia maligna y rescatar a mi alumna
de esto? O, acaso, esto ¿tendrá que arruinar la vida de la pobre chica hasta empujarla al
suicidio?
Lo que quedaba de la tarde y esa madrugada fueron para mí extremadamente
agotadoras, pero al fin obtuve lo que necesitaba. Convencí a dos amigos, Juan Dávila y
Leonardo Casiano, para profanar una tumba. Luego, hallé un artesano dispuesto a
tallarme tres amuletos en hueso humano aún fresco y sangrante dejando de lado las
preguntas y los prejuicios religiosos. Esto me ocupó hasta los primeros rayos del sol.
Luego, ubiqué a mi alumna en el hospital donde habían internado a su hermano.
La mala noche había hecho de ambos un par de fantasmas. Le di una sola instrucción: no
te desprendas jamás del amuleto que te voy a entregar. Los otros dos era por sí la
pérdida. Me miró incrédula. Yo me sentí poco menos que un médico brujo. Créeme, es la
solución. Únicamente, aférrate a él. Le repetí.
Ya han pasado dos meses y, si bien la chica dejó de asistir a clases ese ciclo, me
enteró, cuando la volví a encontrar en una mañana soleada, que estaba preparada para
retomar sus estudios aunque de repetir el ciclo se tratase. Yo fui el portador de la buena
noticia de que se había acordado tenerla en consideración y de que en cualquier
momento recibiría una llamada telefónica indicándole la fecha en la cual debería rendir
sus evaluaciones. No iba a perder el ciclo. La alegría fue total. Me agradeció por todo.
Entendí lo que estaba implícito, lo que ambos sabíamos y ya no era necesario recordar.
El talismán pendía de su cuello.
Lo que nunca le dije es que para fabricar el talismán había tenido que profanar la
tumba del asesino en serie recientemente enterrado. Por ser un cementerio antiguo y
prácticamente abandonado, característico de un pueblo, no me costó mucho convencer
al guardián. El destacado guitarrista y, en momentos de ocio, artesano Amador Pasache
labró los tres eficaces amuletos, durante la madrugada, con los huesos que le llevé. Una
botella de naranjita con aguardiente que iba libando con su compadre Goyo fue un buen
estímulo para convencerlo.
Los huesos, aún frescos y recientes, conservaban toda la energía desplegada del
cuerpo del asesino en el momento de su fin. Los vegetarianos conocen de esto. Potentes
y recientes esas energías negativas, por tratarse de quien provenían, eran las culpables
de su avasallamiento y su prosternación ante el Mal. Sin embargo, esa energía maléfica,
quizás en un efluvio de intuición cosmológica y dialéctica, se me ocurrió que podrían ser
utilizadas para el Bien. Solo de esa manera fue posible alejar esa otra fuerza
representada por Elena Zúñiga, pues completando el enunciado físico “Polos iguales se
repelen”.
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