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Rabietas
Frustración infantil – Juegos de competencia – El guitarrista, el espejo y la lateralidad-
Topología y guitarras - Latencia y grupo de pares
Los padres de Juan, de 9 años, solicitaron consulta con el analista y relataron con
preocupación que el niño no respetaba los límites que los mayores le imponían y que
generalmente desobedecía y se enfrentaba a todo aquel que contrariara sus propósitos e
intereses, tanto en el ámbito doméstico como en el escolar.
Durante la consulta la madre habló sobre lo inesperado del embarazo de Juan y la manera
en que su nacimiento había venido a complicar una estructura familiar que ya había
alcanzado el esquema clásico de la “familia tipo”. Según ella, la llegada de este tercer hijo,
a diferencia de los dos primeros, había sido un accidente.
La madre se quejó de la permisividad del padre -“el más blando”- sosteniendo que
habitualmente el niño le dirigía a ella las exigencias sin límite, los berrinches y
desobediencias.
Las reivindicaciones del niño respecto a su derecho a recibir el mismo trato que sus
hermanos mayores (una mujer de 14 y un varón de 18) configuraban para el padre un
intento de “quemar etapas”.
Ambos coincidieron en que Juan, sistemáticamente se empeñaba en imponer sus criterios
cuando se relacionaba con pares, postulándose habitualmente en el papel de líder, tuviera o
no consenso; lo cual le terminaba ocasionando la segregación del grupo de pares. Juan
intentaba prevalecer, destacarse, ganar; nunca toleraba perder cuando jugaba a algo.
También, les llamaba la atención la manera reiterativa en que Juan solía referirse al futuro,
haciendo alusiones a lo que él iba a poder hacer cuando fuera grande.
Era indiscutible para los padres, que el chico no la estaba pasando bien y que tanto en las
rabietas como en los conflictos familiares concomitantes, se ponía en evidencia algo que a
su hijo y a ellos mismos los excedía.
En las observaciones de los papás había una clara referencia a la imagen corporal de Juan.
Subrayaban los gestos desafiantes, las caras de enojado, la tensión corporal permanente en
el niño y las escenas de tour de force que se generaban en escenas domésticas o en la vía
pública. Habitualmente, en el hogar, todos los asuntos concernientes al cuerpo
desencadenaban respuestas de férrea oposición: bañarse, cepillarse los dientes, irse a
acostar, etc.
Se plantearon de entrada cuestiones imprescindibles para el inicio de la consulta: el claro
reconocimiento de una dimensión de padecimiento en el niño y la comprobación, por parte
de los adultos, de una dificultad para poder hacer algo con eso.
Luego de algunas entrevistas con los padres, Juan llegó al consultorio del analista, cuya
primera impresión fue la de encontrarse frente a un niño vivaz, notablemente inteligente,
portador de ideas originales y tal como habían anticipado los padres, extremadamente
competitivo en los juegos.
Juan y el analista comenzaron jugar a las cartas (truco, chinchón y escoba del 15).
En las ocasiones que el niño perdía, se le transmutaba el rostro. Aunque en ningún
momento reproducía las escenas de cólera descriptas por los papás, era evidente el
malestar que le suscitaba quedar en el rol de perdedor. Se esforzaba por contenerse, pero
sus gestos denunciaban la rabia por haber perdido.
Ciertamente el juego se fue desarrollando con un considerable nivel de tensión,
constituyéndose una escena en la que dos jugadores apasionados jugaban a las cartas, al
fútbol, al básquet. Cual caballeros, los jugadores respetaban el fair play: no había trampas,
engaños ni desconocimiento de los resultados.
Formaba parte importante del juego la expresión tanto del malestar de la derrota como de
la euforia de la victoria y así, bajo la sutil mirada sobradora o doliente del otro, los
jugadores pasaban de la humillación a la gloria o viceversa.
La escena de competencia lúdica transcurrió durante mucho tiempo sin que la de rivalidad
durante el juego decayera, hasta que un suceso inesperado marcó un punto de inflexión en
los encuentros entre Juan y el analista; algo que notablemente tomó un valor diferencial.
En el consultorio había una guitarra, objeto que para el niño había resultado indiferente
hasta ese momento. Alguna vez había comentado que su hermano mayor (personaje de la
familia con el que mejor se comunicaba) tocaba la guitarra.
En una ocasión Juan llegó al consultorio y tomó la guitarra, con intención de tocarla.
Aunque nunca había tomado clases de guitarra, conocía la posición de los dedos en un par
de acordes.
Pero he aquí, que Juan era zurdo y la guitarra tenía las cuerdas colocadas para un diestro. El
niño, con un gesto que denotaba más curiosidad que contrariedad, se dirigió al analista y le
preguntó sobre cómo era mejor tocar, si como zurdo o como diestro. El analista le
respondió que no tenía la menor idea y que seguramente dependía de lo que resultaba más
cómodo para cada quien.
Sin duda, se trataba de un niño muy decidido, por lo que intentó tocar, empleando las dos
posibilidades: ubicándose con la guitarra como si fuera un diestro y luego en la posición de
zurdo. Luego de maniobrar durante un rato y no obtener el resultado que esperaba, dejó la
guitarra.
En un encuentro posterior, sorpresivamente, Juan trajo al consultorio lo que había
conseguido: una guitarra propia con el encordado adaptado para su condición de zurdo. Sin
mayores comentarios, desenfundó el instrumento, se colocó en posición de ejecutante y
solicitó que el analista hiciera lo propio con la otra guitarra, proponiendo: vamos a tocar las
guitarras a dúo.
La solicitud de Juan puso en problemas al invitado al dúo. Para el analista, la convocatoria
a hacer música afectaba una zona desde la cual le resultaba complicado interpretar dicha
actividad como un juego. Sin embargo, aunque con reticencia, aceptó tomar la guitarra.
A partir de la pregunta que Juan le dirige al analista (¿qué -o quién- es mejor…?), la
tensión de la rivalidad puesta en juego se diluyó completamente (con efectos evidentes en
todos los ámbitos de relación del niño), quedando del lado del partenaire guitarrista un
difuso malestar e incomodidad que podía resumirse en una pregunta: ¿De qué la estoy
jugando?
Varios encuentros se sucedieron bajo la égida del dúo de guitarras y el sostenido extravío
del analista, cuestión que no impidió sin embargo que Juan, desplegando su entusiasmo,
llevara su guitarra al consultorio, solicitando una y otra vez tañer las cuerdas.
Cuando al analista se le ocurrió un ¿dale que éramos músicos?, Juan respondió: ¿dale que
éramos rockeros?
Su hermano le había contado que algunos guitarristas famosos eran zurdos y otros diestros;
así que el juego fue tomando el nombre de distintos personajes: allí estaban Jimmy Hendrix
y Eric Clapton o Paul Mc Cartney y John Lennon. Es decir, dos músicos famosísimos,
cuya reunión tenía una peculiaridad: uno era zurdo (Hendrix o Mc Cartney), el otro derecho
(Clapton o Lennon).
Respecto a lo que determinó el punto de inflexión en el tratamiento del niño prevalecen
sobre todo los interrogantes, por lo que sólo podemos dejar planteadas algunas hipótesis.
Respecto de la inclusión de las guitarras, que marcó el final de una escena y el comienzo
de otra, vamos a señalar algunos indicios:
El niño se encuentra con un impedimento señalado por la propia orientación en el espacio
de su imaginario corporal (la lateralidad). Allí podemos inferir un encuentro con la
privación- una falta en lo real, efecto de una operación simbólica en transferencia, cuyo
agente es el analista - en un niño hasta entonces retenido en una posición atinente a la
frustración: posición de denuncia y reivindicación de la falta en el campo imaginario en una
tentativa infructuosa de restaurar una completud del yo.
Frente a dicha limitación da un paso no exento de cierta complejidad: pasar del instrumento
que estaba presente en el consultorio a la búsqueda de otro que además reuniera las
condiciones adecuadas para su manipulación.
El descubrimiento del obstáculo hallado en la guitarra para diestros parece re-situar la
puesta en juego de la relación con el espejo; y en lo que de dicha relación, se sitúa como la
inversión del eje antero-posterior.
No podría decirse que el niño tuviera una distorsión grave respecto a la orientación en el
espejo pero se deducía, sobre todo con los pares (los otros espejitos, podría decirse) una
casi constante agresividad especular que oscilaba entre la tensión y la disgregación.
Con respecto al partenaire guitarrista (diestro) se presentó lo que ocurre cuando se ponen
frente a frente dos guitarras para ejecutantes de distinta lateralidad: la imagen de las cuerdas
quedaba en espejo. Ubicando los diapasones de las guitarras, uno al lado del otro -tal como
muestra la ilustración- se advierte cuál es la diferencia en la orientación:
Diestro Zurdo
Las guitarras tienen seis cuerdas que se encuentran afinadas en seis notas, de la más grave a
la más aguda ellas son: Mi, La, Re, Sol, Si, Mi.
Como puede observarse la sexta cuerda y la primera, comparando las dos guitarras,
quedan situadas en orden inverso una respecto de la otra.
Si manteniendo su verticalidad rotáramos los diapasones hacia afuera, hacia nuestra
posición de lectores, como si lo hiciéramos con dos puertas que están una al lado de la otra
pero que se abren en distinto sentido (la del diestro de izquierda a derecha, la del zurdo de
derecha a izquierda), advertiríamos que los dos encordados quedan mirándose en espejo.
Lo mismo que ocurriría si pusiéramos una de las guitarras frente al espejo: por la estructura
del instrumento, la imagen en el espejo se produce en tanto hay una inversión del eje
antero-posterior.
Asimismo en la relación con el espejo, las personas pueden verse en tanto el eje antero
posterior está invertido. Es decir, si alguien se mira en un espejo, la cara está ubicada hacia
donde se produce la imagen, pero la cara del personaje que aparece en el espejo se orienta
hacia donde está el personaje que se mira.
Volviendo al caso que venimos comentando, podría deducirse que la inclusión de la
guitarra provocó una torsión del espacio imaginario en el que se desarrollaba la escena de
los personajes jugadores.
El instrumento introdujo una nueva complejidad en lo atinente a la relación que cada uno
de los jugadores mantenía con el espejo en la manipulación de un objeto no orientable. Y
aquí amerita una breve explicación el significado, en términos topológicos, de la propiedad
“no orientable” de una superficie.
Se dice que una superficie, es orientable si tiene dos caras, es decir, si existe una
determinación de vector normal unitario que sea continua en toda la superficie.
Por ejemplo, el plano o la esfera son orientables, mientras que la banda de Moebius no lo
es.
Un modo de aprehender intuitivamente la orientabilidad o no de una superficie es
dibujando un reloj de agujas en una hora fija, por ejemplo a las 3 de la tarde, y haciéndolo
recorrer toda la superficie.
En el caso de una superficie como la del toro, la hora es la misma en todo el giro. Si se
tratara de la banda de Moebius, al completar el recorrido de toda la superficie nos
encontraremos con que se produce una inversión en la hora del reloj al pasar de una cara a
la otra de la superficie.
El instrumento al que hacíamos referencia, al poner en juego el eje antero-posterior,
permitió la introducción e inscripción de la dimensión de la falta en el campo visual; como
si la guitarras hubiesen obligado a los participantes a declarar su perspectiva respecto del
espejo (cosa que los juegos anteriores no sólo no forzaban, sino que sostenían una cierta
indefinición respecto a de qué lado del espejo estaba cada quien).
Y el malestar -castración- en el analista que era registrado inicialmente como extravío y
tensión, persistió hasta el momento en que la escena se constituyó como jugar a los
músicos.
Asimismo podemos construir la hipótesis de que parte de la encarnadura de la “tensión”
(que formaba parte de las distintas escenas de Juan y su entorno incluidas las del
consultorio) recayó también sobre las mismas cuerdas -convertidas en juguetes- con las
posibilidades que eso abrió respecto a jugar con la afinación, el acorde, la armonía, así
como con las voces emanadas del instrumento.
El rasgón en la tela del mundo
En la latencia -tiempo en el que se situaba Juan - la relación con los héroes tiene gran
importancia. Una característica de esa relación es que los héroes son compartidos con los
pares, lo cual promueve efectos de masa, referenciados necesariamente con un marco
normativo.
Durante esta etapa, lo que en general importa a los niños es no transgredir las normas
grupales, ya que en ese clan fraterno, lo más arduo de soportar es quedar afuera. La
separación o el rechazo implican tener que lidiar con una diferencia de difícil tramitación,
que se traduce en una carga doliente.
En relación al atributo grupal, el personaje de Juan se presentaba como un outsider o como
eminentemente central, desafiante y gozador (tal era la actitud de Juan respecto de algunos
pares) encarnando un exceso, que se traducía en las rabietas, los desbordes, la impaciencia
y la irritación.
La singularidad de los actos en la latencia se encuentra primordialmente marcada por la
gestualidad.
El gesto no es un golpe que se interrumpe, sino un movimiento que se da a ver, que se
ofrece a la mirada1
.
Tanto latencia como gestualidad, aluden entonces a algo detenido y puesto en suspenso.
En tanto acto cuya consecuencia es el no cumplimiento de la acción, el gesto implica una
comunicación dirigida a una mirada y, en tanto inscripta como perdida, una relación con la
máscara.
La aparición de la máscara en niño implica la posibilidad de ir asumiendo distintos
personajes, recreando “el privilegio de ser el mismo y otro” 2
.
Que los latentes se asocien, formen bandas, establezcan pactos, conspiren, revela un nexo
con el linaje. La constitución del grupo de latentes no es sin esa relación con y entre las
máscaras y en dicha relación se entrecruza lo que atañe a la filiación con la mirada.
En esa encrucijada y en la escena del mundo que allí se tramita, la mirada de los adultos
sigue contando, aunque descontada en algún punto.
Esto significa que los latentes ya cuentan con la posibilidad de que algo de ellos mismos
se opaque frente a la mirada de los padres.
El secreto, la posibilidad de mentir, los pensamientos propios y no revelados, constituyen
algunas de las conquistas de la latencia. Pero de todos modos, aún en su déficit, la mirada
de los padres forma parte de la cobertura del universo infantil.
Los enojos, las rabietas, los berrinches, las pataletas de Juan recordaban el carácter
doliente que representa la posibilidad de una máscara pegada en demasía al rostro.
En el caso de Juan el gesto de la latencia parecía siempre estar a punto de traducirse en un
acto con consecuencias, con la amenaza correspondiente que puede representar un rasgón
en la tela del mundo de la infancia.
1) “¿Qué es un gesto? ¿un gesto de amenaza, por ejemplo? No es un golpe que se interrumpe. Es, al fin y al
cabo, algo hecho para detenerse y quedar en suspenso” (Lacan J. “Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis”, 11 de marzo de 1964).
2) En algunas de sus páginas dedicadas al flâneur, Benjamin transcribe palabras de Marx que bien pueden
asociarse a aquellas que Freud escribió en ocasión de su “Poeta y los sueños diurnos”. Marx nos dice: “El
poeta disfruta del privilegio incomparable de poder ser a su guisa él mismo y otro. Como las almas errantes
que buscan un cuerpo, entra, cuando quiere, en el personaje de cada uno. Sólo para él está todo desocupado;
y si algunos sitios parece que se le cierran, será porque a sus ojos no merece la pena visitarlos”. Benjamin,
Walter (1980): Poesía y capitalismo. Ed. Taurus, Barcelona.

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Rabietas infantiles y lateralidad: el caso de Juan

  • 1. Rabietas Frustración infantil – Juegos de competencia – El guitarrista, el espejo y la lateralidad- Topología y guitarras - Latencia y grupo de pares Los padres de Juan, de 9 años, solicitaron consulta con el analista y relataron con preocupación que el niño no respetaba los límites que los mayores le imponían y que generalmente desobedecía y se enfrentaba a todo aquel que contrariara sus propósitos e intereses, tanto en el ámbito doméstico como en el escolar. Durante la consulta la madre habló sobre lo inesperado del embarazo de Juan y la manera en que su nacimiento había venido a complicar una estructura familiar que ya había alcanzado el esquema clásico de la “familia tipo”. Según ella, la llegada de este tercer hijo, a diferencia de los dos primeros, había sido un accidente. La madre se quejó de la permisividad del padre -“el más blando”- sosteniendo que habitualmente el niño le dirigía a ella las exigencias sin límite, los berrinches y desobediencias. Las reivindicaciones del niño respecto a su derecho a recibir el mismo trato que sus hermanos mayores (una mujer de 14 y un varón de 18) configuraban para el padre un intento de “quemar etapas”. Ambos coincidieron en que Juan, sistemáticamente se empeñaba en imponer sus criterios cuando se relacionaba con pares, postulándose habitualmente en el papel de líder, tuviera o no consenso; lo cual le terminaba ocasionando la segregación del grupo de pares. Juan intentaba prevalecer, destacarse, ganar; nunca toleraba perder cuando jugaba a algo.
  • 2. También, les llamaba la atención la manera reiterativa en que Juan solía referirse al futuro, haciendo alusiones a lo que él iba a poder hacer cuando fuera grande. Era indiscutible para los padres, que el chico no la estaba pasando bien y que tanto en las rabietas como en los conflictos familiares concomitantes, se ponía en evidencia algo que a su hijo y a ellos mismos los excedía. En las observaciones de los papás había una clara referencia a la imagen corporal de Juan. Subrayaban los gestos desafiantes, las caras de enojado, la tensión corporal permanente en el niño y las escenas de tour de force que se generaban en escenas domésticas o en la vía pública. Habitualmente, en el hogar, todos los asuntos concernientes al cuerpo desencadenaban respuestas de férrea oposición: bañarse, cepillarse los dientes, irse a acostar, etc. Se plantearon de entrada cuestiones imprescindibles para el inicio de la consulta: el claro reconocimiento de una dimensión de padecimiento en el niño y la comprobación, por parte de los adultos, de una dificultad para poder hacer algo con eso. Luego de algunas entrevistas con los padres, Juan llegó al consultorio del analista, cuya primera impresión fue la de encontrarse frente a un niño vivaz, notablemente inteligente, portador de ideas originales y tal como habían anticipado los padres, extremadamente competitivo en los juegos. Juan y el analista comenzaron jugar a las cartas (truco, chinchón y escoba del 15). En las ocasiones que el niño perdía, se le transmutaba el rostro. Aunque en ningún momento reproducía las escenas de cólera descriptas por los papás, era evidente el malestar que le suscitaba quedar en el rol de perdedor. Se esforzaba por contenerse, pero sus gestos denunciaban la rabia por haber perdido. Ciertamente el juego se fue desarrollando con un considerable nivel de tensión, constituyéndose una escena en la que dos jugadores apasionados jugaban a las cartas, al fútbol, al básquet. Cual caballeros, los jugadores respetaban el fair play: no había trampas, engaños ni desconocimiento de los resultados.
  • 3. Formaba parte importante del juego la expresión tanto del malestar de la derrota como de la euforia de la victoria y así, bajo la sutil mirada sobradora o doliente del otro, los jugadores pasaban de la humillación a la gloria o viceversa. La escena de competencia lúdica transcurrió durante mucho tiempo sin que la de rivalidad durante el juego decayera, hasta que un suceso inesperado marcó un punto de inflexión en los encuentros entre Juan y el analista; algo que notablemente tomó un valor diferencial. En el consultorio había una guitarra, objeto que para el niño había resultado indiferente hasta ese momento. Alguna vez había comentado que su hermano mayor (personaje de la familia con el que mejor se comunicaba) tocaba la guitarra. En una ocasión Juan llegó al consultorio y tomó la guitarra, con intención de tocarla. Aunque nunca había tomado clases de guitarra, conocía la posición de los dedos en un par de acordes. Pero he aquí, que Juan era zurdo y la guitarra tenía las cuerdas colocadas para un diestro. El niño, con un gesto que denotaba más curiosidad que contrariedad, se dirigió al analista y le preguntó sobre cómo era mejor tocar, si como zurdo o como diestro. El analista le respondió que no tenía la menor idea y que seguramente dependía de lo que resultaba más cómodo para cada quien. Sin duda, se trataba de un niño muy decidido, por lo que intentó tocar, empleando las dos posibilidades: ubicándose con la guitarra como si fuera un diestro y luego en la posición de zurdo. Luego de maniobrar durante un rato y no obtener el resultado que esperaba, dejó la guitarra. En un encuentro posterior, sorpresivamente, Juan trajo al consultorio lo que había conseguido: una guitarra propia con el encordado adaptado para su condición de zurdo. Sin mayores comentarios, desenfundó el instrumento, se colocó en posición de ejecutante y solicitó que el analista hiciera lo propio con la otra guitarra, proponiendo: vamos a tocar las guitarras a dúo.
  • 4. La solicitud de Juan puso en problemas al invitado al dúo. Para el analista, la convocatoria a hacer música afectaba una zona desde la cual le resultaba complicado interpretar dicha actividad como un juego. Sin embargo, aunque con reticencia, aceptó tomar la guitarra. A partir de la pregunta que Juan le dirige al analista (¿qué -o quién- es mejor…?), la tensión de la rivalidad puesta en juego se diluyó completamente (con efectos evidentes en todos los ámbitos de relación del niño), quedando del lado del partenaire guitarrista un difuso malestar e incomodidad que podía resumirse en una pregunta: ¿De qué la estoy jugando? Varios encuentros se sucedieron bajo la égida del dúo de guitarras y el sostenido extravío del analista, cuestión que no impidió sin embargo que Juan, desplegando su entusiasmo, llevara su guitarra al consultorio, solicitando una y otra vez tañer las cuerdas. Cuando al analista se le ocurrió un ¿dale que éramos músicos?, Juan respondió: ¿dale que éramos rockeros? Su hermano le había contado que algunos guitarristas famosos eran zurdos y otros diestros; así que el juego fue tomando el nombre de distintos personajes: allí estaban Jimmy Hendrix y Eric Clapton o Paul Mc Cartney y John Lennon. Es decir, dos músicos famosísimos, cuya reunión tenía una peculiaridad: uno era zurdo (Hendrix o Mc Cartney), el otro derecho (Clapton o Lennon). Respecto a lo que determinó el punto de inflexión en el tratamiento del niño prevalecen sobre todo los interrogantes, por lo que sólo podemos dejar planteadas algunas hipótesis. Respecto de la inclusión de las guitarras, que marcó el final de una escena y el comienzo de otra, vamos a señalar algunos indicios: El niño se encuentra con un impedimento señalado por la propia orientación en el espacio de su imaginario corporal (la lateralidad). Allí podemos inferir un encuentro con la privación- una falta en lo real, efecto de una operación simbólica en transferencia, cuyo agente es el analista - en un niño hasta entonces retenido en una posición atinente a la frustración: posición de denuncia y reivindicación de la falta en el campo imaginario en una tentativa infructuosa de restaurar una completud del yo.
  • 5. Frente a dicha limitación da un paso no exento de cierta complejidad: pasar del instrumento que estaba presente en el consultorio a la búsqueda de otro que además reuniera las condiciones adecuadas para su manipulación. El descubrimiento del obstáculo hallado en la guitarra para diestros parece re-situar la puesta en juego de la relación con el espejo; y en lo que de dicha relación, se sitúa como la inversión del eje antero-posterior. No podría decirse que el niño tuviera una distorsión grave respecto a la orientación en el espejo pero se deducía, sobre todo con los pares (los otros espejitos, podría decirse) una casi constante agresividad especular que oscilaba entre la tensión y la disgregación. Con respecto al partenaire guitarrista (diestro) se presentó lo que ocurre cuando se ponen frente a frente dos guitarras para ejecutantes de distinta lateralidad: la imagen de las cuerdas quedaba en espejo. Ubicando los diapasones de las guitarras, uno al lado del otro -tal como muestra la ilustración- se advierte cuál es la diferencia en la orientación: Diestro Zurdo
  • 6. Las guitarras tienen seis cuerdas que se encuentran afinadas en seis notas, de la más grave a la más aguda ellas son: Mi, La, Re, Sol, Si, Mi. Como puede observarse la sexta cuerda y la primera, comparando las dos guitarras, quedan situadas en orden inverso una respecto de la otra. Si manteniendo su verticalidad rotáramos los diapasones hacia afuera, hacia nuestra posición de lectores, como si lo hiciéramos con dos puertas que están una al lado de la otra pero que se abren en distinto sentido (la del diestro de izquierda a derecha, la del zurdo de derecha a izquierda), advertiríamos que los dos encordados quedan mirándose en espejo. Lo mismo que ocurriría si pusiéramos una de las guitarras frente al espejo: por la estructura del instrumento, la imagen en el espejo se produce en tanto hay una inversión del eje antero-posterior. Asimismo en la relación con el espejo, las personas pueden verse en tanto el eje antero posterior está invertido. Es decir, si alguien se mira en un espejo, la cara está ubicada hacia donde se produce la imagen, pero la cara del personaje que aparece en el espejo se orienta hacia donde está el personaje que se mira. Volviendo al caso que venimos comentando, podría deducirse que la inclusión de la guitarra provocó una torsión del espacio imaginario en el que se desarrollaba la escena de los personajes jugadores. El instrumento introdujo una nueva complejidad en lo atinente a la relación que cada uno de los jugadores mantenía con el espejo en la manipulación de un objeto no orientable. Y aquí amerita una breve explicación el significado, en términos topológicos, de la propiedad “no orientable” de una superficie. Se dice que una superficie, es orientable si tiene dos caras, es decir, si existe una determinación de vector normal unitario que sea continua en toda la superficie. Por ejemplo, el plano o la esfera son orientables, mientras que la banda de Moebius no lo es.
  • 7. Un modo de aprehender intuitivamente la orientabilidad o no de una superficie es dibujando un reloj de agujas en una hora fija, por ejemplo a las 3 de la tarde, y haciéndolo recorrer toda la superficie. En el caso de una superficie como la del toro, la hora es la misma en todo el giro. Si se tratara de la banda de Moebius, al completar el recorrido de toda la superficie nos encontraremos con que se produce una inversión en la hora del reloj al pasar de una cara a la otra de la superficie. El instrumento al que hacíamos referencia, al poner en juego el eje antero-posterior, permitió la introducción e inscripción de la dimensión de la falta en el campo visual; como si la guitarras hubiesen obligado a los participantes a declarar su perspectiva respecto del espejo (cosa que los juegos anteriores no sólo no forzaban, sino que sostenían una cierta indefinición respecto a de qué lado del espejo estaba cada quien). Y el malestar -castración- en el analista que era registrado inicialmente como extravío y tensión, persistió hasta el momento en que la escena se constituyó como jugar a los músicos. Asimismo podemos construir la hipótesis de que parte de la encarnadura de la “tensión” (que formaba parte de las distintas escenas de Juan y su entorno incluidas las del consultorio) recayó también sobre las mismas cuerdas -convertidas en juguetes- con las posibilidades que eso abrió respecto a jugar con la afinación, el acorde, la armonía, así como con las voces emanadas del instrumento. El rasgón en la tela del mundo En la latencia -tiempo en el que se situaba Juan - la relación con los héroes tiene gran importancia. Una característica de esa relación es que los héroes son compartidos con los pares, lo cual promueve efectos de masa, referenciados necesariamente con un marco normativo. Durante esta etapa, lo que en general importa a los niños es no transgredir las normas grupales, ya que en ese clan fraterno, lo más arduo de soportar es quedar afuera. La
  • 8. separación o el rechazo implican tener que lidiar con una diferencia de difícil tramitación, que se traduce en una carga doliente. En relación al atributo grupal, el personaje de Juan se presentaba como un outsider o como eminentemente central, desafiante y gozador (tal era la actitud de Juan respecto de algunos pares) encarnando un exceso, que se traducía en las rabietas, los desbordes, la impaciencia y la irritación. La singularidad de los actos en la latencia se encuentra primordialmente marcada por la gestualidad. El gesto no es un golpe que se interrumpe, sino un movimiento que se da a ver, que se ofrece a la mirada1 . Tanto latencia como gestualidad, aluden entonces a algo detenido y puesto en suspenso. En tanto acto cuya consecuencia es el no cumplimiento de la acción, el gesto implica una comunicación dirigida a una mirada y, en tanto inscripta como perdida, una relación con la máscara. La aparición de la máscara en niño implica la posibilidad de ir asumiendo distintos personajes, recreando “el privilegio de ser el mismo y otro” 2 . Que los latentes se asocien, formen bandas, establezcan pactos, conspiren, revela un nexo con el linaje. La constitución del grupo de latentes no es sin esa relación con y entre las máscaras y en dicha relación se entrecruza lo que atañe a la filiación con la mirada. En esa encrucijada y en la escena del mundo que allí se tramita, la mirada de los adultos sigue contando, aunque descontada en algún punto. Esto significa que los latentes ya cuentan con la posibilidad de que algo de ellos mismos se opaque frente a la mirada de los padres. El secreto, la posibilidad de mentir, los pensamientos propios y no revelados, constituyen algunas de las conquistas de la latencia. Pero de todos modos, aún en su déficit, la mirada de los padres forma parte de la cobertura del universo infantil. Los enojos, las rabietas, los berrinches, las pataletas de Juan recordaban el carácter doliente que representa la posibilidad de una máscara pegada en demasía al rostro. En el caso de Juan el gesto de la latencia parecía siempre estar a punto de traducirse en un acto con consecuencias, con la amenaza correspondiente que puede representar un rasgón en la tela del mundo de la infancia.
  • 9. 1) “¿Qué es un gesto? ¿un gesto de amenaza, por ejemplo? No es un golpe que se interrumpe. Es, al fin y al cabo, algo hecho para detenerse y quedar en suspenso” (Lacan J. “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, 11 de marzo de 1964). 2) En algunas de sus páginas dedicadas al flâneur, Benjamin transcribe palabras de Marx que bien pueden asociarse a aquellas que Freud escribió en ocasión de su “Poeta y los sueños diurnos”. Marx nos dice: “El poeta disfruta del privilegio incomparable de poder ser a su guisa él mismo y otro. Como las almas errantes que buscan un cuerpo, entra, cuando quiere, en el personaje de cada uno. Sólo para él está todo desocupado; y si algunos sitios parece que se le cierran, será porque a sus ojos no merece la pena visitarlos”. Benjamin, Walter (1980): Poesía y capitalismo. Ed. Taurus, Barcelona.