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Conferencia
Una lectura para Ponerse en juego
El Seminario de Jorge Fukelman en Cartagena.
Por Miguel Jorge Lares
Introducción
María Gallegos
Muy buenas tardes, muchas gracias por venir, bienvenidos a esta conferencia.
Le agradecemos a Graciela Ferrucci del Regente Palace Hotel por haber
dispuesto este lugar tan lindo para el encuentro que nos convoca.
Hoy vamos a escuchar a Miguel Jorge Lares, en una ponencia que él ha titulado
“Una lectura para Ponerse en juego”.
Miguel es autor del libro “Juego e infancia” y co-autor junto a Paula de Gainza
de “Conversaciones con Jorge Fukelman”. Y ambos han establecido también el
libro “Ponerse en juego. Seminario de Jorge Fukelman en el CPC.”
El libro que hoy nos sirve de plataforma para el juego que les vamos a proponer.
Cuando Miguel me invitó a coordinar esta conferencia inmediatamente recordé
a “Conversaciones con Jorge Fukelman”.
Y un enunciado que me quedó grabado de esas conversaciones que Paula y
Miguel mantuvieron con Jorge.
Enunciado que se me precipitó como eje del libro aquél y que es “el niño lee
con su cuerpo”. Enunciado orientador no sólo para la clínica con niños sino
también la de los adultos, y asimismo orientador para lo que sucede en nuestro
contexto. Los cuerpos leen y actúan.
Y el niño tiene esa posibilidad y tiene además esa característica del cuerpo
expuesto, mucho más expuesto, a falta de los símbolos para traducir eso que
sucede en lo real.
Entonces se me presentó este eje “el niño lee con su cuerpo”. Cuando empecé a
leer “Ponerse en juego” parecía que en la lectura iba articulando esa otra parte:
el niño lee con su cuerpo y es el Otro el que tiene que leer simbólicamente la
escena que el niño está actuando, porque si esa lectura no está, no hay juego.
Entonces me quedó este otro eje: “el Otro es el que lee el juego del niño”.
A la invitación que me hace Miguel yo quería entonces leerla también en el
sentido de “un jugar”. E invitarlo a él a este juego que él me invita.
¿Cómo se invita a un juego? Dice Jorge en una de las conferencias. Y responde:
“dale que yo era”.
Entonces me puse a pensar ¿dale que yo era qué acá?
Dale que yo era la coordinadora de la conferencia…Y vos eras el que daba una
conferencia sobre ciertos ejes temáticos.
Me quedé pensando sobre esta posibilidad de invitar a un juego y la escena se
me rompió inmediatamente, apareció alguna otra cuestión y pensé, no voy a
decir eso.
Y entonces le mandé un mensaje a Miguel en el que le decía que me gustaría
saber cuáles van a ser los ejes temáticos que vas a trabajar en la conferencia.
A lo cual, Miguel me responde: no te lo voy a decir.
Y entonces entendí que el juego estaba relanzado y que yo iba a jugar a ser la
coordinadora de la conferencia sobre los ejes temáticos que él no me iba a
comentar.
Entonces esta es la invitación que incluye a un público que está aquí para elegir
que personaje quiere ser para jugar en este juego. Y quizás ustedes puedan ser
también el Otro que lea este juego en el que nosotros actuamos.
Invito entonces a Miguel al podio.
Conferencia
Todos los niños y las niñas pequeñas pertenecen a la nobleza.
Príncipes y princesas.
Y hoy justamente una pequeña y bella princesa cumple 1 año. Se trata de Pilar,
la hija de María, princesa que nos ha concedido desde su majestad el favor de
contar con su madre, un ratito. Se lo agradecemos a ella y a María, por supuesto.
El número 1 es muy importante, ya lo veremos luego.
Quiero comenzar con una pregunta. Los efectos que generan un maestro o de un
texto ¿cómo se calculan?
Me parece que un modo de calcularlos es, si al suscitar ocurrencias, reenvían a
otros maestros y a otros textos.
Por eso voy a comentarles no solo algunos ejes que me han parecido relevantes
en el seminario de Cartagena sino también lecturas que su lectura ha motivado y
que matizan y ofrecen derivaciones interesantes a lo que Jorge Fukelman
comenta en Ponerse en juego.
Por otra parte, esa modalidad de lectura no era ajena a Fukelman y en general a
una operatoria de quien se dedica al psicoanálisis.
Y justamente la primera referencia no atañe al psicoanálisis aunque proviene de
un autor que ha contribuido desde otro campo.
Claude Lévi-Strauss, en sus investigaciones antropológicas relativas a la
segregación de la infancia en ciertos rituales, partió de un culto de los indios
Pueblo, reconstruyendo así la motivación esencial sobre por qué los niños son
mantenidos en la ignorancia de la naturaleza humana de los personajes que
revisten máscaras.
No se trata solo de una estrategia de intimidación.
Forma parte de la mitología de los Pueblo un infanticidio masivo llevado a cabo
durante migraciones ancestrales.
Las divinidades que durante los ritos de iniciación regresaban caracterizadas
representaban las almas de los niños asesinados.
Una segunda escena del mito cuenta que, cuando los Pueblo se instalaron
definitivamente en un lugar, aquellas deidades regresaban periódicamente y
raptaban a los niños pequeños.
Los secuestros que ponían en peligro la progenie del grupo llegó a su fin cuando
fue posible arribar a un pacto: las almas errantes prometieron quedarse en el
más allá a cambio de la ofrenda de un rito en su conmemoración, mediante
máscaras y danzas.
Si los niños quedaban excluidos de este misterio no era para amedrentarlos, sino
porque los niños eran los “aparecidos”; representaban esa realidad con la cual la
mistificación había trabado un compromiso.
El compromiso de los niños no era con los vivos ni con las máscaras, sino con
los dioses y los muertos; así como el de los dioses y muertos, con los niños.
Se trataba de una relación complementaria entre estos dos grupos que
representaban unos a los muertos y otros a los vivos, y esa representación
revestía cierta complejidad.
Las larvas (muertos errantes y niños) representan la alteridad en el mundo de los
vivos.
Quienes mejor que ellos como representación de la alteridad en tanto
personificaban a los no iniciados, a los marcados por el déficit de no pertenecer
cabalmente al grupo de los vivientes, en un caso porque se encuentran en la
transición, no completada aún, del ¨ya no ser¨ (las larvas), en el otro porque
atraviesan el pasaje del ¨aún no ser¨ (los niños).
En el rito descrito por C. Lévi-Strauss, se comprueba la afinidad entre niños,
máscara y ancestros.
En el seminario de Jorge Fukelman en Cartagena de Indias, el por varias
razones extraordinario evento organizado en el año 1996 por los colegas del
CPC, cuya edición hoy estamos celebrando, queda también comprobada no solo
esa afinidad entre la niñez, las máscaras y los ancestros, sino también la
dificultad que reviste definir la infancia.
Porque el seminario de Cartagena establece con rigor que esa definición es
efecto de una operatoria compleja.
Una operatoria que en el programa de Ponerse en juego se sostiene con firmeza
en una formulación: el juego precede la infancia.
Una de las formulaciones precisas y complejas que Jorge Fukelman aborda en el
seminario como parte de la compleja operatoria que supone definir la infancia.
El juego como precedencia, pero también como pantalla protectora y barrera
frente a la verdad.
Una verdad que, en una articulación con el saber que es preciso desarrollar,
queda ubicada del lado de los adultos en su propia relación con la sexualidad y
la muerte.
Notas éstas, las de la sexualidad y la muerte, que por decisión de quienes
establecimos el texto, aparecen ya desde la ilustración de la portada de Ponerse
en juego en alusión a un comentario de Fukelman respecto de la Gruta de
Lascaux.
Sobre la verdad y sobre el saber hay varias referencias en el seminario de
Cartagena, algunas evidentes, otras más sutiles.
Desde el primer capítulo, el de la conferencia pública, hay un indicio sobre el
modo en el que se van a ir articulando saber y verdad.
Para quienes lo hayan leído y para quienes no, lo recordamos.
Hacia el final de esa conferencia hay una serie de preguntas por parte de un
auditorio que no es convencional para quien se dedica al psicoanálisis.
Un auditorio formado no solo por colegas sino también por padres y educadores
o simplemente personas ajenas al psicoanálisis, interesadas en la convocatoria.
Las preguntas que se formulan allí son sencillas y a la vez complejas.
Y atañen a cuestiones que parecen inspiradas en una sola inquietud: cómo hay
que responder ante aquello que para los adultos representan problemas y
dificultades en su vinculación con la infancia.
Inquietud que concierne al saber.
Las respuestas del conferencista están guiadas por un eje que bien podría
resumirse así:
Todo lo que atañe al saber está vinculado con la sexualidad, por lo que cualquier
interrogación respecto del saber decir o saber hacer, involucra a la dimensión
sexual.
Lo cual lleva a la pregunta, desarrollada a lo largo de seminario, respecto de la
relación entre saber y sexualidad.
Y lo que Ponerse en juego, en su desarrollo nos va indicando, es que se trata de
una relación heteróclita, marcada por una falta, signada por el desencuentro.
Un desencuentro que todo mortal porta, un desencuentro que tiene cuerpo, que
está encarnado.
Falta de encuentro que justamente por faltar ubica el lugar de la verdad.
Y ubicada la verdad en el lugar de la hendidura, lo que queda señalado en las
respuestas del Dr. Fukelman es que toda posición asumida respecto del saber
representa una impostura.
Impostura cuya clave reside en cómo se soporta el agujero que barra al saber.
Respecto a ese agujero voy a comentar sobre un paradigma que me parece
ilustrativo respecto del saber como impostura y de cómo se plantean ciertas
posiciones relativas a lo que barra el saber.
Y me parece interesante porque aunque no forma parte del seminario se justifica
en tanto proviene de uno de los autores que Jorge solía recomendar y que desde
el año 1996 en adelante, inmediatamente después de Cartagena, comienza a
citar con frecuencia. Sobre todo con relación a una obra llamada el lenguaje y la
muerte. Me refiero a Giorgio Agamben.
En el caso del paradigma que deseaba comentarles sobre el saber como
impostura la referencia procede de otra de sus obras: Estancias. La palabra y el
fantasma en la cultura occidental.
Se trata del mitologema que involucra a Edipo y la Esfinge.
¿Qué es un mitologema?
Un mitologema es un interrogante que como tal se le plantea a los hombres y
cuya respuesta queda instituida en un mito.
Por ejemplo, para los mortales, dos mitologemas fundamentales son la Vida y la
Muerte. Entre paréntesis, la vida y la muerte, el origen y el final, justamente dos
cuestiones enigmáticas que agujerean nuestro saber.
Hace poquito leía “La barca silenciosa”, una obra de Pasqual Quignard y en uno
de sus pasajes se podía leer: “Todo destino humano es lo desconocido de la
llegada al mundo, confiado a lo desconocido de la muerte”.
Entonces el mitologema de Edipo.
Edipo, después de haber asesinado a su padre y antes de la entrada triunfal en
Tebas, debe confrontar con la criatura conocida como Esfinge, esa entidad
localizada en una zona limítrofe entre los mortales y los dioses.
La Esfinge profiere, o según Pausanias “canta” un enigma. Y Edipo interpreta.
El epílogo de ese fragmento es conocido.
La Esfinge, al escuchar la respuesta y en el mejor estilo de un pasaje al acto, se
arroja al abismo.
Hay una interpretación de este fragmento del mitologema (la confrontación del
héroe con la Esfinge) que a mí me ha interesado particularmente y es el que
señala que la respuesta de Edipo representa una desconsideración respecto de la
esencia apotropaica del enigma.
La esfera de lo apotropaico es la que releva de aquello que, teniendo un
eminente carácter simbólico (ya sea en un decir, en un gesto, en esculturas u
otro tipo de representaciones) conlleva el designio de alejar pero también de
alojar lo inquietante, lo maligno, las influencias perniciosas.
A mi hermano Claudio, que es historiador, le debo haberme ilustrado con un
interesante paradigma romano sobre lo apotropaico.
Una referencia histórica atinente al Imperio Romano que ilustra ejemplarmente
el designio apotropaico.
A las victorias militares romanas les seguía usualmente un pomposo desfile que
era encabezado por los soldados de infantería en primer lugar, a continuación
los prisioneros y armas conquistadas y como corolario de esa procesión la
carroza que transportaba al general victorioso. La carroza del líder era
conducida por un esclavo, y en ella iba otro esclavo cuya función era sostener
sobre la cabeza del homenajeado una corona de laureles.
El esclavo que sostenía el lauro iba susurrando, al oído del homenajeado,
durante el tiempo que duraba el desfile: “sic transit gloria mundi” (“la gloria de
este mundo es pasajera”) o “respice post te, hominem te esse memento” (“mira
hacia atrás y recuerda que sólo eres un hombre”).
Aquél constituía un decir apotropaico, que en la costumbre de los romanos tenía
un carácter de dedicatoria y prevención ante la posible y temida envidia de los
dioses.
En la profesión del cristianismo y durante la coronación de los Papas se
corrobora la misma fórmula latina, que es repetida tres veces, al tiempo que se
quema una estopa.
Y hay otra referencia que a quienes hemos leído a Lacan debería resonarnos y
es la del Ágalma. El Caballo Troya por ejemplo ha sido considerado como un
Ágalma.
Sobre este término, Karl Kerényi, un erudito húngaro, filólogo y uno de los
fundadores de los estudios modernos sobre mitología griega ha escrito: “(el
ágalma) no indica entre los griegos una cosa sólida y determinada, sino...la
fuente perpetua de un acontecimiento, en el que se supone que la eternidad no
tiene menos parte que el hombre”. Y hay quien ha dicho que los juguetes son
como un Caballo de Troya. También una fuente perpetua de acontecimientos.
Según comentaremos más adelante, en la escena de la infancia y bajo
determinadas condiciones todo objeto puede devenir en juguete y como tal
funcionar como un dispositivo que opera entre la sincronía y la diacronía, en esa
dimensión de lo que ya no es (en tanto se instituye como juguete, la cosa que
queda perdida) y lo que aún no es (en la medida que apuntala el deseo de ser
grande).
Y fíjense como esa dimensión relativa a un ya no es y aún no es entra en cierta
consonancia con lo que comentamos sobre los larvas y los niños en la mitología
de los Pueblo.
E incluso, si nos remitimos a la problemática del enigma, el mismo Lévi-Strauss
ha sostenido que existe una correlación entre el enigma y el incesto en pueblos
separados por la historia, la geografía, el idioma y la cultura.
Y asimismo ha elaborado un modelo del enigma, expresando propiedades
constantes en diversas mitologías, definiéndolo como una pregunta que no
admite respuesta o una respuesta para la cual no hay pregunta.
En esa misma vía el acertijo de la Esfinge, por ser eminentemente apotropaico,
no supone una solución o significación escondida sino la alusión a la paradoja
de una palabra que ahuyenta y a la vez atrae sobre sí lo inquietante.
Y ese modo original del decir enigmático alude, sin evitación ni encubrimiento,
a una hendidura propia de la potencia de lo simbólico.
En el mismo libro que les comentaba, el de Pasqual Quignard, en un pasaje
expresa: “Las palabras no dicen ni ocultan, hacen señas sin descanso”.
Resumiendo, el mitologema edípico contiene dos modos del decir: lo dicho por
la Esfinge, que reviste un carácter enigmático y lo expresado por Edipo, que
frente al interrogante, supone una significación y se manifiesta bajo la forma de
una respuesta.
Y como recién señalamos, si nos atenemos al carácter apotropaico del decir de
la Esfinge, no hay una preexistencia del significado, no se trata de un acertijo en
el que hay que descubrir una verdad que antecede (como si se tratara de un
develamiento).
Entonces, lo que resulta interesante es que se confrontan aquí dos modalidades
relativas a la operatoria significante/significado.
Una que vincula el significar con el diferimiento original de la presencia o,
más explícitamente, con la fractura de la presencia en la unidad expresiva
del significante y del significado, en cuanto condiciones de posibilidad de
toda semiótica.
Y otra, ligada a la visión metafísica del significar entendido como un todo
indiferenciado entre lo representado y su manifestación.
La del desciframiento de Edipo representa este modo de significar.
La estructura del enigma aloja la intención apotropaica marcada por la grieta de
una inconsistencia. O sea, alude a la primera modalidad operatoria.
Grieta que en el mitologema queda de todos modos resguardada por la Esfinge,
cuando la asume, saltando al vacío.
Ese vacío importa y mucho.
Es un vacío que cuenta. Que resulta necesario hacerlo entrar en la cuenta porque
forma parte de una operatoria.
Y a esa asunción del vacío por parte de la Esfinge se la puede corresponder y
asimilar a ese vacío que, bajo diversas modalidades, Fukelman propone en las
conferencias de Cartagena.
Así como también importa esta referencia relativa al modo de significar que ha
marcado al pensamiento occidental.
Referencia que de manera tácita o explícita se encuentra presente en el
seminario y en general en las reflexiones de Fukelman en las que siempre hay
una alusión a la grieta que marca la potencia de lo simbólico.
El libro Ponerse en juego se presentó el 20 de setiembre en la Biblioteca
Nacional. Y allí tuvimos el privilegio de escuchar a Elena Lacombe, a Alicia
Fukelman y a Eva Gerace.
Esa presentación me encantó. Y me quedé pensando por qué me había
encantado. Y después de darle algunas vueltas al asunto comprendí que para mí
el encanto procedía de la musicalidad de esa presentación.
Entonces traté de justificar esa impresión y ahí advertí que en el caso de Eva, se
hizo presente el elemento metro musical de la poesía. De hecho sus palabras
tuvieron ese tono.
Alicia aludió al hermano, al amigo y al colega y en el balance de esos tres
enfoques no sencillos de conjugar, hizo música: armonía, melodía, ritmo. Alicia
cantó una canción que a todos nos encanto, justamente por el logro de una
cadencia en tres dimensiones heterogéneas.
Y Elena Lacombe nos condujo a la ópera, al señalar en su intervención los
momentos de tensión entre el conferencista y el auditorio del seminario de
Cartagena. Nos describió la musicalidad operística de ese acontecimiento.
Porque a propósito de esas tensiones de entrada nomás el auditorio público de
Cartagena es compelido a hacer inmersión en algo que atañe a la incomodidad.
Cito:
“Lo engañoso reside en suponer la existencia de un saber que pueda dar cuenta
de la sexualidad.”
“Que levanten la mano aquellos hombres y mujeres que estén absolutamente
seguros de su ubicación sexuada”
Que manera tremenda de iniciar una conferencia...
Formulación incómoda: la sexualidad como algo que se le escapa al saber.
Fukelman agrega: mantener relaciones sexuales satisfactorias, gozosas, no
aseguran la ubicación sexual. No sitúan como hombre o como mujer. Y esto
como efecto de que en el campo de los símbolos no existe uno que asegure la
ubicación de las diferencias sexuales.
No hubo, no hay, no habrá, inscripción inconsciente de hombre o de mujer.
El campo de los símbolos adolece de un significante que inscriba tales
diferencias.
La dimensión simbólica está agujereada con ese agujero o vacío al que nos
referíamos en el mitologema de Edipo y de la Esfinge.
Ese agujero o vacío por el que se arroja la Esfinge cuando Edipo consuma esa
operatoria que desconoce la naturaleza del enigma.
Y un vacío que en las consideraciones del seminario, también queda aludido a la
dimensión del significante y el significado cuando Fukelman hace referencia a
que un juego no transmite expresa al significante de un significado fantasía
inconsciente; sino más bien que el juego es la fantasía.
Y agrega que si el juego es la fantasía, consideramos entonces a la fantasía
como una pantalla con relación a un vacío absoluto.
Si se concibe a la fantasía como una pantalla que nos defiende de un vacío
absoluto o de un objeto omnipotente, el juego es esta pantalla.
Me parece muy interesante ese pasaje.
Porque parece hacer consonar la naturaleza del juego con la que hemos
comentando respecto del enigma: no como operatorias que expresan o
transmiten el significante de un significado, sino más bien como operatorias que
ponen en tensión lo que atañe a la inconsistencia.
De diversos modos, por supuesto.
En el caso de la esfinge aloja y sostiene esa intención apotropaica.
En el desarrollo del seminario el dispositivo del juego se sostiene en tanto un
Otro encarnado apuntala esa inconsistencia de la dimensión simbólica,
posibilitando con ello que el jugar derive en un particular efecto: la infancia.
Y a propósito del vacío, podría decirse que también está contenido ya en el
título de Ponerse en juego.
Les comento por qué me parece que es así, partiendo de algo que atañe a
nuestro vínculo, el de Paula de Gainza y el mío con Jorge. Junto a Paula de
Gainza hemos tenido varios privilegios con relación a la transmisión de Jorge
Fukelman.
El de la actualidad que atañe al establecimiento de la edición del seminario
Ponerse en juego. Pero también el privilegio de haber participado durante
muchos años en los grupos de estudio del Dr. Fukelman, compartir reflexiones y
supervisar casos.
Y tuvimos además una distinción muy singular como fue la de haberle realizado
al Dr. Fukelman, a lo largo del año 2010 una serie de entrevistas, lo cual devino
luego en un libro, ¨Conversaciones...¨ Es con relación a ese proyecto que les
quería contar una anécdota que viene a cuento.
Cuando le transmitimos a Jorge la propuesta de ¨Conversaciones...¨ su
respuesta fue: ¨pongámonos a conversar y luego vemos que resulta de eso¨.
Expresión que da cuenta de una ética aplicable a la labor del analista.
Y que se engarza, entra en consonancia, con el título elegido para el seminario
de Cartagena: “Ponerse en juego”.
No cabe duda que ese nombre elegido por Jorge Fukelman para titular tiene
varios méritos.
En el eco que la frase deja escuchar parece que se conjugan, al modo de una
formación del inconsciente, dos dimensiones que se articulan en una mutua
exclusión.
Una que atañe al dejarse llevar, a la soltura, a actuar o decir sin pensar tanto y la
otra que concierne a la responsabilidad, al compromiso, a volver sobre los pasos
de lo que hemos dicho o hecho. Porque examinando de cerca esas dos
dimensiones que desde una secuencia lógica, parecen excluyentes: prestarse al
juego con soltura y luego hacerse cargo de las consecuencias, descubrimos que
lo que las atraviesa las sitúa en la comunidad topológica de un agujero.
En lo que concierne a la soltura, no es sencillo asumir esa posición de libertad
en tanto implica deshacerse de modelos y prejuicios, eso que suele apañarnos,
para prestarse al vértigo del acontecer y la sorpresa.
Un modo de decir que en esa libertad nos quedamos en una situación
correlativa al desamparo.
Y ese desamparo, en un sentido radical, implica el establecimiento de una zona
de excepción. He allí el primer agujero, el vacío al que quedamos confrontados
en la decisión de dejarnos llevar.
El posterior momento lógico de ponerse en juego implica volver de modo
reflexivo sobre nuestras intervenciones.
Y cuando digo reflexión espero que escuchen no solo lo que corresponde al
orden del pensamiento y las ideas sino a aquello que remitirá a la lógica de un
vector que rebate sobre algo que por ese rebatimiento y no antes queda ubicado
como un primer tiempo lógico.
Representando esa reflexión un bucle que en su diseño deja una diferencia entre
ese primer tiempo lógico y el posterior.
Eso supone también la confrontación con un vacío, en la medida que si nos
abocamos a la reflexión siempre vamos a dar cuenta de una diferencia y por lo
tanto de una operación que atañe al sujeto y es la de haber quedado
representados no tanto por lo que dijimos, hicimos o pensamos sino por lo que
queda en falta de esa operatoria.
O sea, un modo de decir que lo que asegura nuestra posición en esa operatoria
es un saber pero en falta.
En el psicoanálisis eso tiene un nombre: castración.
A eso me refería a que lo que conjuga soltura y responsabilidad está en el orden
de la comunidad topológica de un agujero.
Nunca pude confirmar si fue George Bataille quien al referirse a la comunidad
de los psicoanalistas dijo: la comunidad de los que no tienen nada en común.
Decir que la nada es lo que tenemos en común no es para tomar livianamente y
creo que puede situarse en el orden de la comunidad topológica del agujero.
Voy a otra referencia que también enlaza la ética que comentábamos.
Como les comentaba hace un momento, en la conferencia pública hay preguntas
que atañen a cómo se ubican los padres frente a la curiosidad sexual de sus
hijos.
Cuestiones que como recordábamos atañen al saber y a los deseos
inconscientes.
Y allí se hace referencia a dos temas, uno concerniente al enlace entre el deseo
de saber y la investigación sexual infantil y el otro a cómo, a la hora de
responderles a los niños, se enlaza esa curiosidad con los deseos inconscientes
de los padres.
Y sobre eso el comentario de Fukelman es a la vez sencillo y complejo.
Los padres responderán lo que puedan pero otra cosa es saber que es lo que
están queriendo en esa respuesta.
Lo que quieren, en un sentido radical, eso no lo pueden saber, en tanto atañe a
un deseo inconsciente.
Entonces, nos dice Fukelman, “lo mejor que pueden hacer (y para esto no hay
ningún consejo que se les pueda ofrecer) es tener en cuenta que pueden
equivocarse, como le puede ocurrir a cualquiera de nosotros y a mí mismo en
este momento que estoy hablando.
¿Qué significa tener en cuenta que podemos equivocamos?
Simplemente significa que somos capaces de volver sobre donde metimos la
pata, sobre nuestra equivocación.”
Esta posición ética que va de la soltura a la responsabilidad es la que sin duda
atraviesa la transmisión de esta obra y todo lo que hemos escuchado y leído en
las reflexiones del Dr. Fukelman.
La que se deja escuchar en el “conversemos y después veremos que resulta de
eso”, en el título de “Ponerse en juego” o en el “volvamos sobre la metida de
pata”.
Una posición que no atañe a un consejo técnico ni a un modelo y que recuerda
lo que el mismo Lacan dijera en la Troisiéme.
No hay discurso que no sea semblante, ¿por qué el psicoanálisis iba a estar
eximido?
“Sean entonces más sueltos, más naturales cuando reciban a alguien que viene
a pedirles un análisis. No se sientan obligados a darse importancia.” decía
Lacan.
Déjense llevar por el juego o por las ocurrencias, dijera Fukelman.
Pero atención, la soltura implica justamente desamarrarse de los modelos y por
otra parte el dejarse llevar no exime de volver sobre las metidas de pata o sobre
el semblante.
Hay allí también una sutil cita respecto de la excepción. Temática ésta de la
excepción que es aludida en Ponerse en juego con relación a una pregunta sobre
las experiencias de deprivación sensorial.
Lo cual Fukelman sitúa como aquello que no es posible compartir de ningún
modo y que por ende conduce al conflicto, en la medida que ese lugar de la
excepción es el lugar del padre. Por lo tanto, si estoy en el lugar de la excepción,
me quedo sin relaciones imaginarias, sin pares y sin padre; sin linaje. Entonces,
¿cómo me las arreglo ahí?
La psicosis es la versión más radicalizada de esa particular ubicación subjetiva
que provee un lugar de excepción.
Podría decirse, y Fukelman de algún modo lo indica en la conferencia pública,
que el síntoma es la versión más benévola de la puesta en juego de la excepción.
Y en esta obra que hoy estamos reseñando el síntoma, así como la sexualidad,
tiene una cualidad irruptiva que aparta al individuo de la masa.
Pero ahora voy a ir hacia otra zona de Ponerse en juego.
Les comentaba al principio sobre esa representación de la alteridad que
personifican a los no iniciados, a los marcados por el déficit de no pertenecer
cabalmente al grupo de los vivientes, en un caso porque ya no son (las larvas),
en el otro porque aún no son (los niños).
Un modo de aludir a la sexualidad y a la muerte, esos dos términos de referencia
en Ponerse en juego.
Pero ¿cómo se articula el juego en la infancia con respecto a la sexualidad y la
muerte?
Como un lugar en el que se puede ¨jugar a¨, el ¨dale que era el pibe
Valderrama¨ tal como le refiere Fukelman en su comentario, todavía cercano en
el tiempo a la paliza que le había propinado la selección colombiana a la
argentina.
Y en el juego de la infancia circula la satisfacción y la curiosidad sexual pero en
el orden del ¨de jugando¨.
Mientras para los padres lo que dice o hace el chico circule en el orden del
juego, eso fluye.
Ahora bien, si para los padres eso no funciona así y no pueden tomar esto como
un juego, entonces lo que ocurre es que comienzan a producirse efectos en el
niño.
Nos encontramos, en la obra, con el ejemplo del chico que le dice a la mamá:
“Yo me voy a casar con vos”. Y la mamá que, imposibilitada de tomar eso
como un juego, experimenta ese “Yo me voy a casar con vos” como una
satisfacción aledaña a problemas conyugales.
Y esa imposibilidad materna comprometiendo la escena de la infancia del hijo.
Adjunto un ejemplo de mi consultorio.
Hace poquito en una entrevista con los papás de un niño pequeño, me contaban
que el chico jugaba, de distintos modos y no necesariamente evidentes, a
eliminar al padre.
Y el padre no se enganchaba.
Averiguando sobre los abuelos, surge que el padre del papá había muerto joven.
Indudablemente, para el papá del nenito resultaba difícil ubicar a la muerte de
un padre en un juego.
Y en esa problemática quedaba hermanado con su hijito, lo cual complicaba la
ubicación del niño como tal.
Definición fuerte y decidida de este libro que hoy estamos presentando: no hay
niño que no juegue.
Pero entonces puede ocurrir que haya un niño del cual nosotros no sabemos de
qué la juega.
Y los cruciales efectos de nombrar esa circunstancia como lo que corresponde o
no a un juego.
Porque de esa caracterización depende si la dificultad la situamos del lado del
niño o de nuestro lado. Nada más y nada menos.
Pensemos sólo un instante las consecuencias que se derivan de esa toma de
posición y la gravedad involucrada en lo que se refiere por ejemplo, a la
farmacoterapia en la infancia.
Decir que un niño no juega, es descargar sobre el chico la dificultad que se
produce en nosotros y que se deriva de no saber a qué juega.
El juego es un espejo.
Otra vigorosa definición en el seminario de Cartagena.
Espejo sostenido por quienes encarnan al Otro y en el que se refleja la infancia.
Ese Otro que sostiene la dimensión especular, lo hace desde su castración.
Y a la vez ese espejo está configurado por una relación a los discursos, lo cual
articula al espejo con la época.
Y allí nos encontramos con esa interesante referencia que nos ofrece Fukelman
y que es la de “El niño y la vida familiar en el antiguo régimen”, el libro de
Philippe Ariès” en el que se plantea cómo el concepto contemporáneo de niñez
es subsidiario de la institución escolar.
Lo cual nos recuerda la importancia que reviste, para quienes nos dedicamos al
psicoanálisis, estar conectados, advertidos, de los discursos de la historia y de la
época.
Ahora bien, alguien recibe la consulta por un niño y toma el relevo de quien
encarna un apuntalamiento del espejo en el que se refleja un niño.
Un espejo que está ubicado en un campo de sonidos; sonidos que portan una
significación. Pero esta ligazón entre el espejo y el campo de los sonidos que
portan significación va ser abordado por Fukelman con posterioridad al
seminario de Cartagena.
De todos modos hay señales, pistas, rastros de lo que se va ubicando en el
seminario como oferta de quien recibe una consulta por un niño.
Y eso va en dirección de uno de los pasajes de Ponerse en juego, al que ya
hemos aludido y que indica que si hay algo que asegura algún tipo de relación
entre lo real de la sexualidad y el mundo de símbolos en el que nos situamos,
ese algo es lo que se entiende como castración.
Y Jorge agrega que probablemente si partiéramos siempre de allí, nuestra
actitud con relación a los niños, púberes y adolescentes sería menos patógena o
iatrogénica.
Partir de ahí, implica hacerlo desde nuestros propias dificultades y no desde la
ubicación de esas dificultades en los niños y en los adolescentes.
Entonces uno de los modos que se plantea en este seminario la labor del analista
en las consultas que llegan niños refiere a esa oferta justamente.
A la oferta de una falta, cuestión que es aplicable a la labor del analista, no
importa si recibe un niño o un adulto.
La oferta de una falta frente a un vacío, ese que se genera cuando los papás
llegan a esa instancia en la cual dicen o experimentan: ¨con este niño o con esta
niña, ya no sabemos qué hacer ¨.
En el libro que hoy nos convoca la referencia atañe a cuando los padres llegan a
consulta porque su saber ha vacilado.
Y no deja de ser sorprendente que la formulación fukelmaniana sea que lo que
tenemos para ofrecer quienes recibimos esa consulta es la falta propia.
La falta propia frente a un vacío que podría tender a ser absoluto y con relación
al cual, como recordábamos hace un momento, ¨el juego es la fantasía¨, una
pantalla que defiende de un vacío absoluto o de un objeto omnipotente.
La idea que se deja entrever allí con relación a quien pasa a apuntalar el espejo
en el que se reconstruye una zona lúdica es el la de una falta ofrecida que opera
circunscribiendo ese vacío que sino podría ser infinito.
Y es respecto de esta complejidad operatoria que Fukelman se adentra en el
seminario sobre una zona peliaguda como lo es la equinumerosidad y la función
lógica del cero.
El cero como concepto de la inexistencia y la afirmación de existencia como
negación del cero.
Repito, la afirmación de existencia como negación del cero y por lo tanto la
posibilidad de un “no” que es numerable. Y que inicia un conteo que es de
repetición.
Conteo que da cuenta, en sus efectos, de esa inexistencia vinculada a las
temáticas del goce y la verdad o lo que también aparece en la obra lacaniana
como objeto a.
Y el Uno como aquello que falta a nivel del cero y que da origen a la sucesión
de números naturales.
El conjunto vacío está entonces en este seminario estrictamente legitimado por
ser la puerta cuyo franqueamiento constituye el nacimiento del Uno.
El Uno es el significante de la falta.
Y Fukelman nos recuerda la importancia de distinguir ese Uno en su vertiente
imaginaria, la de unificación de la imagen del cuerpo.
Y el Uno, cuya condición es el cero, como repetición fallida que va
encadenando sucesores en una dimensión simbólica.
Entonces resulta interesante advertir cómo en esa operatoria del cero y del uno
quedan enlazadas las tres dimensiones: real, simbólico e imaginario.
Y si bien es un pasaje difícil de este seminario a mí me parece que es
imprescindible para poder ubicar esa otra operatoria que es la del juego.
Operatoria que se caracteriza de diversos modos pero en especial como
pantalla, barrera, espejo.
Definiciones que transmiten la idea de una dimensión enmarcada, delimitada y
por lo tanto de un borde que señala lo que es juego y lo que no lo es.
Y en ese dispositivo del juego la producción de un efecto: la infancia.
No hay infancia sin juego, no hay niño sin la precedencia de esa instancia del
jugar.
Como dijéramos inicialmente: una conceptualización fuerte y sostenida a lo
largo de este seminario que hoy estamos comentando.
Y otra que de modo explícito aparece muy sucintamente pero que también
atraviesa toda la obra.
No es lo mismo algo perdido que aquello que radicalmente falta desde siempre.
Y la formulación de como el modo en que se recupera lo que falta, como
perdido, atañe a la fantasía.
Lo cual implica que no hay pérdida, no hay agujero en lo real sino en tanto algo
de ese orden se sitúa desde coordenadas simbólicas y se representa en el plano
imaginario.
Lo que falta, lo que se recupera como perdido, concierne entonces a la fantasía.
Y Fukelman, frente a una pregunta que involucra a Winicott y Melanie Klein,
se diferencia de esas posiciones teóricas y responde de un modo que a mi
parecer lo muestra como genuinamente freudiano.
El juego no expresa una fantasía, el juego es la fantasía.
Y como tal funciona como pantalla protectora en la que, como dijéramos recién,
queda delimitado un más allá de la escena lúdica.
Más allá que en este seminario atañe a la relación que los padres mantienen con
sus propias marcas de la infancia.
O que también ustedes encontrarán planteado como esa dimensión en la que
está en juego el goce parental en su relación con la verdad y lo real de la
sexualidad y la muerte.
Sexualidad y muerte que como hiciéramos mención, forman parte de la tapa de
“Ponerse en juego”, así como la máscara de l’homme blessé, el hombre herido,
nombre del panel de la Gruta de Lascaux que elegimos como ilustración de la
cubierta.
Y sobre las máscaras hay interesantísimas referencias en esta obra.
En principio la constatación de que lo sepamos o no, todos portamos máscaras.
En rigor, el rostro humano, desde el inicio, es máscara.
La máscara, nos comenta Fukelman, sitúa dos relaciones que se conjugan. Una
es la que atañe a la mirada. Sin duda, una máscara presupone una mirada ante la
cual se ubica.
Y al mismo tiempo sugiere una relación con el tótem, con el linaje, con la
genealogía.
En el lugar de la máscara, se conjugan entonces la relación de la filiación con la
mirada.
Y en la línea en la que se plantea el juego en esta obra, es posible trasladar toda
la escena lúdica a la máscara.
¿Qué asegura la relación con el Tótem, con el linaje?
Asegura, en cierto modo, una ubicación en el mundo. Entre paréntesis,
ubicación en el mundo, de la cual podemos ser extraídos por un síntoma, como
dijéramos cuando nos referimos a la excepción.
La máscara en este sentido queda correspondida también con la función del
espejo, esperándose de los padres que puedan apuntalar una relación de
exterioridad, de exclusión, entre lo que está del lado de acá del espejo y lo que
está en el espacio virtual del espejo. La derivación de esto es el linaje.
El linaje queda ubicado entonces en ese punto de relación de exclusión entre lo
real y lo simbólico, asegurando allí una articulación, un orden y una ubicación
en el mundo.
Y esto puesto en escena en el campo de la imagen.
Observemos entonces cómo aquí también Fukelman, en sus consideraciones
sobre la máscara termina anudando real, simbólico e imaginario.
Esa relación de exclusión entre lo real y simbólico que separa y anuda lo que
está en el espejo del lado de aquí y de allá está en la base de la imprescindible
función del Otro (del cual depende el niño) reconociendo a un juego como tal.
De ese reconocimiento depende que el niño quede reconocido en su condición
de sujeto de la infancia.
Si el Otro no reconoce el juego como juego, no puede hacerse cargo entonces de
aquello que queda fuera del juego; o sea, sostener lo que no es juego.
El juego —en tanto allí se ubica, se constituye y se reconoce la niñez— plantea
una barrera defensiva en relación a lo que sucede trascendiendo la escena.
Sobre esa barrera se operará una torsión a propósito de la pubertad.
En la pospubertad, cada quien se encontrará con los efectos de aquello que en la
prepubertad trascendía la escena.
Mientras perdura la niñez, hay amor. Amor entendido como esa frase de Lacan
que nos recuerda Fukelman: “El amor es dar lo que no se tiene...”
Entonces, ¿qué dan los niños en tanto hijos? Dan a los padres, por amor, la
posibilidad de procrear, algo que en los niños está en falta.
La pubertad retoma la posibilidad de penetración y de fecundación del lado
masculino y la posibilidad de ser fecundada del lado femenino.
Instancia en la cual se trasciende, en un paso lógico, lo que se venía planteando
en este seminario como ensueño prepuberal, ubicado con relación al espacio
virtual, al espejo, el juego y la máscara.
Y así como Fukelman inicialmente advierte que la niñez no es un dato de la
biología, también la concepción de la pubertad nos impone, no olvidar la
biología, sino tomar en cuenta como sus efectos, los de la biología, son
procesados por el otro.
Porque la biología entra en consideración en tanto la imagen corporal adquiere
una distinta valoración para el otro.
La captura sexual no se desencadena si no es en la dimensión imaginaria, a esto
apunta la referencia fukelmaniana.
Y que nos remite a lo que comentábamos al inicio, lo que encarnamos es la
relación entre saber y sexualidad, en lo que tiene eso de desencuentro.
Pero se trata de un déficit que concierne a la estructura del lenguaje y por lo
tanto a la del discurso, esa dimensión que supone tanto un lazo social como
también nuestra condición de sujetos.
La edición de Ponerse en juego es un acontecimiento discursivo, del cual me
gusta pensar que cada uno de los que participamos en él más que causa, somos
efecto.
Lo cual nos pone en juego a cada quien con nuestras propias marcas y objetos.
María Gallegos
Acá me tengo que hacer cargo de haber preguntado cuáles era los ejes
temáticos.
Y me encontré con la apertura de muchas líneas y que comienzan en lo que
Miguel nos va contando o cantando porque si las palabras no dicen ni ocultan,
sino que todo el tiempo hacen señas, son entonces unos sonidos que van
armando una música que tratamos de seguir y acompañar.
En función de lo que decía Miguel parecía que se iba ordenando todo en torno a
un vacío que hace eje, a este compartir la “nada”, esta nada que nos une y que
me parece que tiene que ver con negarse a dar los ejes temáticos.
Como del mismo modo Jorge Fukelman a un nenito de 3 o 4 años que llega con
su camperita y no se la puede sacar y le dice en en ese encuentro el nene le dice
a Jorge “¿me ayudas a sacarme a campera?” y Jorge le dice: “No”.
Y años después cuando ese nene vuelve a una consulta, ya siendo un joven y le
pregunta a Jorge si puede sacarse la campera, Jorge le responde: “Por supuesto”.
Me parece que de eso se trata cuando intentamos ubicar ese vacío, de cernir ese
vacío que nos une, propiciar la posibilidad de que ese vacío se organice porque
es el que permite la cuenta. Eso que está situado en lo que para mí es la parte
más sinuoso de las conferencias, la que se refiere a la función del 0. Eso que
posibilita las diferencias pero que también permite que una nota articule con
otra. Ese silencio que permite que sigamos intentando cernir ese vacío.
Que se llama “equivocarse” o “estar suelto” o “ponerse en juego”, “invitar a a
jugar”.
Y encarnar como Otro la inconsistencia, apuntalar esa inconsistencia en acto.
Mientras hablaba Miguel, también me sonaba “le nom du père”.
Creo que ponerse en juego es como decir “le nom du père”. Los no incautos
yerran.
Y en alguna medida el que puede ser incauto, el que se permite la equivocación,
no saber lo que va a pasar, eso que le propone Jorge a esos padres en las
conferencias, que puedan equivocarse, que se pongan en juego. Y ahí está algo
de ese nombre del padre que recorta ese vacío, creo que permite decir que en
ese punto no hay error. Que allí donde es posible ser incauto y jugar con ese
vacío, ponerse en juego ahí con esa responsabilidad, con la responsabilidad de
asumir ese vacío, allí no hay error. Así como en lo real no hay ningún agujero.
Elena Lacombe quiere comentarnos algo.
Elena Lacombe
Miguel, en verdad quiero felicitarte públicamente porque vos sabes en qué ando
yo en este momento, en mi formación y que hayas podido decir discursivamente
los anudamientos de los tres registros, tres diferentes anudamientos, es…Bueno
vos me has dicho alguna vez que yo te sorprendí con algo que dije y ahora soy
yo la sorprendida totalmente porque es algo que yo no pesqué, y fijate vos a
pesar de que estudio topología. Y te lo agradezco porque es totalmente
pertinente.
Y discursivamente es…y no te quiero hacer sonrojar, pero es una proeza.
En el único lugar que Lacan puede hacer eso es en L’étourdit y que es de una
complicación enorme.
Pero supongo que lo pudiste hacer imbuido por esa sencillez compleja del
discurso de Jorge Fukelman.
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Una lectura para ponerse en juego

  • 1. Conferencia Una lectura para Ponerse en juego El Seminario de Jorge Fukelman en Cartagena. Por Miguel Jorge Lares Introducción María Gallegos Muy buenas tardes, muchas gracias por venir, bienvenidos a esta conferencia. Le agradecemos a Graciela Ferrucci del Regente Palace Hotel por haber dispuesto este lugar tan lindo para el encuentro que nos convoca. Hoy vamos a escuchar a Miguel Jorge Lares, en una ponencia que él ha titulado “Una lectura para Ponerse en juego”. Miguel es autor del libro “Juego e infancia” y co-autor junto a Paula de Gainza de “Conversaciones con Jorge Fukelman”. Y ambos han establecido también el libro “Ponerse en juego. Seminario de Jorge Fukelman en el CPC.” El libro que hoy nos sirve de plataforma para el juego que les vamos a proponer. Cuando Miguel me invitó a coordinar esta conferencia inmediatamente recordé a “Conversaciones con Jorge Fukelman”. Y un enunciado que me quedó grabado de esas conversaciones que Paula y Miguel mantuvieron con Jorge. Enunciado que se me precipitó como eje del libro aquél y que es “el niño lee con su cuerpo”. Enunciado orientador no sólo para la clínica con niños sino también la de los adultos, y asimismo orientador para lo que sucede en nuestro contexto. Los cuerpos leen y actúan. Y el niño tiene esa posibilidad y tiene además esa característica del cuerpo expuesto, mucho más expuesto, a falta de los símbolos para traducir eso que sucede en lo real.
  • 2. Entonces se me presentó este eje “el niño lee con su cuerpo”. Cuando empecé a leer “Ponerse en juego” parecía que en la lectura iba articulando esa otra parte: el niño lee con su cuerpo y es el Otro el que tiene que leer simbólicamente la escena que el niño está actuando, porque si esa lectura no está, no hay juego. Entonces me quedó este otro eje: “el Otro es el que lee el juego del niño”. A la invitación que me hace Miguel yo quería entonces leerla también en el sentido de “un jugar”. E invitarlo a él a este juego que él me invita. ¿Cómo se invita a un juego? Dice Jorge en una de las conferencias. Y responde: “dale que yo era”. Entonces me puse a pensar ¿dale que yo era qué acá? Dale que yo era la coordinadora de la conferencia…Y vos eras el que daba una conferencia sobre ciertos ejes temáticos. Me quedé pensando sobre esta posibilidad de invitar a un juego y la escena se me rompió inmediatamente, apareció alguna otra cuestión y pensé, no voy a decir eso. Y entonces le mandé un mensaje a Miguel en el que le decía que me gustaría saber cuáles van a ser los ejes temáticos que vas a trabajar en la conferencia. A lo cual, Miguel me responde: no te lo voy a decir. Y entonces entendí que el juego estaba relanzado y que yo iba a jugar a ser la coordinadora de la conferencia sobre los ejes temáticos que él no me iba a comentar. Entonces esta es la invitación que incluye a un público que está aquí para elegir que personaje quiere ser para jugar en este juego. Y quizás ustedes puedan ser también el Otro que lea este juego en el que nosotros actuamos. Invito entonces a Miguel al podio.
  • 3. Conferencia Todos los niños y las niñas pequeñas pertenecen a la nobleza. Príncipes y princesas. Y hoy justamente una pequeña y bella princesa cumple 1 año. Se trata de Pilar, la hija de María, princesa que nos ha concedido desde su majestad el favor de contar con su madre, un ratito. Se lo agradecemos a ella y a María, por supuesto. El número 1 es muy importante, ya lo veremos luego. Quiero comenzar con una pregunta. Los efectos que generan un maestro o de un texto ¿cómo se calculan? Me parece que un modo de calcularlos es, si al suscitar ocurrencias, reenvían a otros maestros y a otros textos. Por eso voy a comentarles no solo algunos ejes que me han parecido relevantes en el seminario de Cartagena sino también lecturas que su lectura ha motivado y que matizan y ofrecen derivaciones interesantes a lo que Jorge Fukelman comenta en Ponerse en juego. Por otra parte, esa modalidad de lectura no era ajena a Fukelman y en general a una operatoria de quien se dedica al psicoanálisis. Y justamente la primera referencia no atañe al psicoanálisis aunque proviene de un autor que ha contribuido desde otro campo. Claude Lévi-Strauss, en sus investigaciones antropológicas relativas a la segregación de la infancia en ciertos rituales, partió de un culto de los indios Pueblo, reconstruyendo así la motivación esencial sobre por qué los niños son mantenidos en la ignorancia de la naturaleza humana de los personajes que revisten máscaras. No se trata solo de una estrategia de intimidación. Forma parte de la mitología de los Pueblo un infanticidio masivo llevado a cabo durante migraciones ancestrales.
  • 4. Las divinidades que durante los ritos de iniciación regresaban caracterizadas representaban las almas de los niños asesinados. Una segunda escena del mito cuenta que, cuando los Pueblo se instalaron definitivamente en un lugar, aquellas deidades regresaban periódicamente y raptaban a los niños pequeños. Los secuestros que ponían en peligro la progenie del grupo llegó a su fin cuando fue posible arribar a un pacto: las almas errantes prometieron quedarse en el más allá a cambio de la ofrenda de un rito en su conmemoración, mediante máscaras y danzas. Si los niños quedaban excluidos de este misterio no era para amedrentarlos, sino porque los niños eran los “aparecidos”; representaban esa realidad con la cual la mistificación había trabado un compromiso. El compromiso de los niños no era con los vivos ni con las máscaras, sino con los dioses y los muertos; así como el de los dioses y muertos, con los niños. Se trataba de una relación complementaria entre estos dos grupos que representaban unos a los muertos y otros a los vivos, y esa representación revestía cierta complejidad. Las larvas (muertos errantes y niños) representan la alteridad en el mundo de los vivos. Quienes mejor que ellos como representación de la alteridad en tanto personificaban a los no iniciados, a los marcados por el déficit de no pertenecer cabalmente al grupo de los vivientes, en un caso porque se encuentran en la transición, no completada aún, del ¨ya no ser¨ (las larvas), en el otro porque atraviesan el pasaje del ¨aún no ser¨ (los niños). En el rito descrito por C. Lévi-Strauss, se comprueba la afinidad entre niños, máscara y ancestros. En el seminario de Jorge Fukelman en Cartagena de Indias, el por varias razones extraordinario evento organizado en el año 1996 por los colegas del CPC, cuya edición hoy estamos celebrando, queda también comprobada no solo
  • 5. esa afinidad entre la niñez, las máscaras y los ancestros, sino también la dificultad que reviste definir la infancia. Porque el seminario de Cartagena establece con rigor que esa definición es efecto de una operatoria compleja. Una operatoria que en el programa de Ponerse en juego se sostiene con firmeza en una formulación: el juego precede la infancia. Una de las formulaciones precisas y complejas que Jorge Fukelman aborda en el seminario como parte de la compleja operatoria que supone definir la infancia. El juego como precedencia, pero también como pantalla protectora y barrera frente a la verdad. Una verdad que, en una articulación con el saber que es preciso desarrollar, queda ubicada del lado de los adultos en su propia relación con la sexualidad y la muerte. Notas éstas, las de la sexualidad y la muerte, que por decisión de quienes establecimos el texto, aparecen ya desde la ilustración de la portada de Ponerse en juego en alusión a un comentario de Fukelman respecto de la Gruta de Lascaux. Sobre la verdad y sobre el saber hay varias referencias en el seminario de Cartagena, algunas evidentes, otras más sutiles. Desde el primer capítulo, el de la conferencia pública, hay un indicio sobre el modo en el que se van a ir articulando saber y verdad. Para quienes lo hayan leído y para quienes no, lo recordamos. Hacia el final de esa conferencia hay una serie de preguntas por parte de un auditorio que no es convencional para quien se dedica al psicoanálisis. Un auditorio formado no solo por colegas sino también por padres y educadores o simplemente personas ajenas al psicoanálisis, interesadas en la convocatoria. Las preguntas que se formulan allí son sencillas y a la vez complejas.
  • 6. Y atañen a cuestiones que parecen inspiradas en una sola inquietud: cómo hay que responder ante aquello que para los adultos representan problemas y dificultades en su vinculación con la infancia. Inquietud que concierne al saber. Las respuestas del conferencista están guiadas por un eje que bien podría resumirse así: Todo lo que atañe al saber está vinculado con la sexualidad, por lo que cualquier interrogación respecto del saber decir o saber hacer, involucra a la dimensión sexual. Lo cual lleva a la pregunta, desarrollada a lo largo de seminario, respecto de la relación entre saber y sexualidad. Y lo que Ponerse en juego, en su desarrollo nos va indicando, es que se trata de una relación heteróclita, marcada por una falta, signada por el desencuentro. Un desencuentro que todo mortal porta, un desencuentro que tiene cuerpo, que está encarnado. Falta de encuentro que justamente por faltar ubica el lugar de la verdad. Y ubicada la verdad en el lugar de la hendidura, lo que queda señalado en las respuestas del Dr. Fukelman es que toda posición asumida respecto del saber representa una impostura. Impostura cuya clave reside en cómo se soporta el agujero que barra al saber. Respecto a ese agujero voy a comentar sobre un paradigma que me parece ilustrativo respecto del saber como impostura y de cómo se plantean ciertas posiciones relativas a lo que barra el saber. Y me parece interesante porque aunque no forma parte del seminario se justifica en tanto proviene de uno de los autores que Jorge solía recomendar y que desde el año 1996 en adelante, inmediatamente después de Cartagena, comienza a citar con frecuencia. Sobre todo con relación a una obra llamada el lenguaje y la muerte. Me refiero a Giorgio Agamben.
  • 7. En el caso del paradigma que deseaba comentarles sobre el saber como impostura la referencia procede de otra de sus obras: Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental. Se trata del mitologema que involucra a Edipo y la Esfinge. ¿Qué es un mitologema? Un mitologema es un interrogante que como tal se le plantea a los hombres y cuya respuesta queda instituida en un mito. Por ejemplo, para los mortales, dos mitologemas fundamentales son la Vida y la Muerte. Entre paréntesis, la vida y la muerte, el origen y el final, justamente dos cuestiones enigmáticas que agujerean nuestro saber. Hace poquito leía “La barca silenciosa”, una obra de Pasqual Quignard y en uno de sus pasajes se podía leer: “Todo destino humano es lo desconocido de la llegada al mundo, confiado a lo desconocido de la muerte”. Entonces el mitologema de Edipo. Edipo, después de haber asesinado a su padre y antes de la entrada triunfal en Tebas, debe confrontar con la criatura conocida como Esfinge, esa entidad localizada en una zona limítrofe entre los mortales y los dioses. La Esfinge profiere, o según Pausanias “canta” un enigma. Y Edipo interpreta. El epílogo de ese fragmento es conocido. La Esfinge, al escuchar la respuesta y en el mejor estilo de un pasaje al acto, se arroja al abismo. Hay una interpretación de este fragmento del mitologema (la confrontación del héroe con la Esfinge) que a mí me ha interesado particularmente y es el que señala que la respuesta de Edipo representa una desconsideración respecto de la esencia apotropaica del enigma. La esfera de lo apotropaico es la que releva de aquello que, teniendo un eminente carácter simbólico (ya sea en un decir, en un gesto, en esculturas u
  • 8. otro tipo de representaciones) conlleva el designio de alejar pero también de alojar lo inquietante, lo maligno, las influencias perniciosas. A mi hermano Claudio, que es historiador, le debo haberme ilustrado con un interesante paradigma romano sobre lo apotropaico. Una referencia histórica atinente al Imperio Romano que ilustra ejemplarmente el designio apotropaico. A las victorias militares romanas les seguía usualmente un pomposo desfile que era encabezado por los soldados de infantería en primer lugar, a continuación los prisioneros y armas conquistadas y como corolario de esa procesión la carroza que transportaba al general victorioso. La carroza del líder era conducida por un esclavo, y en ella iba otro esclavo cuya función era sostener sobre la cabeza del homenajeado una corona de laureles. El esclavo que sostenía el lauro iba susurrando, al oído del homenajeado, durante el tiempo que duraba el desfile: “sic transit gloria mundi” (“la gloria de este mundo es pasajera”) o “respice post te, hominem te esse memento” (“mira hacia atrás y recuerda que sólo eres un hombre”). Aquél constituía un decir apotropaico, que en la costumbre de los romanos tenía un carácter de dedicatoria y prevención ante la posible y temida envidia de los dioses. En la profesión del cristianismo y durante la coronación de los Papas se corrobora la misma fórmula latina, que es repetida tres veces, al tiempo que se quema una estopa. Y hay otra referencia que a quienes hemos leído a Lacan debería resonarnos y es la del Ágalma. El Caballo Troya por ejemplo ha sido considerado como un Ágalma. Sobre este término, Karl Kerényi, un erudito húngaro, filólogo y uno de los fundadores de los estudios modernos sobre mitología griega ha escrito: “(el
  • 9. ágalma) no indica entre los griegos una cosa sólida y determinada, sino...la fuente perpetua de un acontecimiento, en el que se supone que la eternidad no tiene menos parte que el hombre”. Y hay quien ha dicho que los juguetes son como un Caballo de Troya. También una fuente perpetua de acontecimientos. Según comentaremos más adelante, en la escena de la infancia y bajo determinadas condiciones todo objeto puede devenir en juguete y como tal funcionar como un dispositivo que opera entre la sincronía y la diacronía, en esa dimensión de lo que ya no es (en tanto se instituye como juguete, la cosa que queda perdida) y lo que aún no es (en la medida que apuntala el deseo de ser grande). Y fíjense como esa dimensión relativa a un ya no es y aún no es entra en cierta consonancia con lo que comentamos sobre los larvas y los niños en la mitología de los Pueblo. E incluso, si nos remitimos a la problemática del enigma, el mismo Lévi-Strauss ha sostenido que existe una correlación entre el enigma y el incesto en pueblos separados por la historia, la geografía, el idioma y la cultura. Y asimismo ha elaborado un modelo del enigma, expresando propiedades constantes en diversas mitologías, definiéndolo como una pregunta que no admite respuesta o una respuesta para la cual no hay pregunta. En esa misma vía el acertijo de la Esfinge, por ser eminentemente apotropaico, no supone una solución o significación escondida sino la alusión a la paradoja de una palabra que ahuyenta y a la vez atrae sobre sí lo inquietante. Y ese modo original del decir enigmático alude, sin evitación ni encubrimiento, a una hendidura propia de la potencia de lo simbólico. En el mismo libro que les comentaba, el de Pasqual Quignard, en un pasaje expresa: “Las palabras no dicen ni ocultan, hacen señas sin descanso”.
  • 10. Resumiendo, el mitologema edípico contiene dos modos del decir: lo dicho por la Esfinge, que reviste un carácter enigmático y lo expresado por Edipo, que frente al interrogante, supone una significación y se manifiesta bajo la forma de una respuesta. Y como recién señalamos, si nos atenemos al carácter apotropaico del decir de la Esfinge, no hay una preexistencia del significado, no se trata de un acertijo en el que hay que descubrir una verdad que antecede (como si se tratara de un develamiento). Entonces, lo que resulta interesante es que se confrontan aquí dos modalidades relativas a la operatoria significante/significado. Una que vincula el significar con el diferimiento original de la presencia o, más explícitamente, con la fractura de la presencia en la unidad expresiva del significante y del significado, en cuanto condiciones de posibilidad de toda semiótica. Y otra, ligada a la visión metafísica del significar entendido como un todo indiferenciado entre lo representado y su manifestación. La del desciframiento de Edipo representa este modo de significar. La estructura del enigma aloja la intención apotropaica marcada por la grieta de una inconsistencia. O sea, alude a la primera modalidad operatoria. Grieta que en el mitologema queda de todos modos resguardada por la Esfinge, cuando la asume, saltando al vacío. Ese vacío importa y mucho. Es un vacío que cuenta. Que resulta necesario hacerlo entrar en la cuenta porque forma parte de una operatoria. Y a esa asunción del vacío por parte de la Esfinge se la puede corresponder y asimilar a ese vacío que, bajo diversas modalidades, Fukelman propone en las conferencias de Cartagena.
  • 11. Así como también importa esta referencia relativa al modo de significar que ha marcado al pensamiento occidental. Referencia que de manera tácita o explícita se encuentra presente en el seminario y en general en las reflexiones de Fukelman en las que siempre hay una alusión a la grieta que marca la potencia de lo simbólico. El libro Ponerse en juego se presentó el 20 de setiembre en la Biblioteca Nacional. Y allí tuvimos el privilegio de escuchar a Elena Lacombe, a Alicia Fukelman y a Eva Gerace. Esa presentación me encantó. Y me quedé pensando por qué me había encantado. Y después de darle algunas vueltas al asunto comprendí que para mí el encanto procedía de la musicalidad de esa presentación. Entonces traté de justificar esa impresión y ahí advertí que en el caso de Eva, se hizo presente el elemento metro musical de la poesía. De hecho sus palabras tuvieron ese tono. Alicia aludió al hermano, al amigo y al colega y en el balance de esos tres enfoques no sencillos de conjugar, hizo música: armonía, melodía, ritmo. Alicia cantó una canción que a todos nos encanto, justamente por el logro de una cadencia en tres dimensiones heterogéneas. Y Elena Lacombe nos condujo a la ópera, al señalar en su intervención los momentos de tensión entre el conferencista y el auditorio del seminario de Cartagena. Nos describió la musicalidad operística de ese acontecimiento. Porque a propósito de esas tensiones de entrada nomás el auditorio público de Cartagena es compelido a hacer inmersión en algo que atañe a la incomodidad. Cito:
  • 12. “Lo engañoso reside en suponer la existencia de un saber que pueda dar cuenta de la sexualidad.” “Que levanten la mano aquellos hombres y mujeres que estén absolutamente seguros de su ubicación sexuada” Que manera tremenda de iniciar una conferencia... Formulación incómoda: la sexualidad como algo que se le escapa al saber. Fukelman agrega: mantener relaciones sexuales satisfactorias, gozosas, no aseguran la ubicación sexual. No sitúan como hombre o como mujer. Y esto como efecto de que en el campo de los símbolos no existe uno que asegure la ubicación de las diferencias sexuales. No hubo, no hay, no habrá, inscripción inconsciente de hombre o de mujer. El campo de los símbolos adolece de un significante que inscriba tales diferencias. La dimensión simbólica está agujereada con ese agujero o vacío al que nos referíamos en el mitologema de Edipo y de la Esfinge. Ese agujero o vacío por el que se arroja la Esfinge cuando Edipo consuma esa operatoria que desconoce la naturaleza del enigma. Y un vacío que en las consideraciones del seminario, también queda aludido a la dimensión del significante y el significado cuando Fukelman hace referencia a que un juego no transmite expresa al significante de un significado fantasía inconsciente; sino más bien que el juego es la fantasía. Y agrega que si el juego es la fantasía, consideramos entonces a la fantasía como una pantalla con relación a un vacío absoluto. Si se concibe a la fantasía como una pantalla que nos defiende de un vacío absoluto o de un objeto omnipotente, el juego es esta pantalla. Me parece muy interesante ese pasaje.
  • 13. Porque parece hacer consonar la naturaleza del juego con la que hemos comentando respecto del enigma: no como operatorias que expresan o transmiten el significante de un significado, sino más bien como operatorias que ponen en tensión lo que atañe a la inconsistencia. De diversos modos, por supuesto. En el caso de la esfinge aloja y sostiene esa intención apotropaica. En el desarrollo del seminario el dispositivo del juego se sostiene en tanto un Otro encarnado apuntala esa inconsistencia de la dimensión simbólica, posibilitando con ello que el jugar derive en un particular efecto: la infancia. Y a propósito del vacío, podría decirse que también está contenido ya en el título de Ponerse en juego. Les comento por qué me parece que es así, partiendo de algo que atañe a nuestro vínculo, el de Paula de Gainza y el mío con Jorge. Junto a Paula de Gainza hemos tenido varios privilegios con relación a la transmisión de Jorge Fukelman. El de la actualidad que atañe al establecimiento de la edición del seminario Ponerse en juego. Pero también el privilegio de haber participado durante muchos años en los grupos de estudio del Dr. Fukelman, compartir reflexiones y supervisar casos. Y tuvimos además una distinción muy singular como fue la de haberle realizado al Dr. Fukelman, a lo largo del año 2010 una serie de entrevistas, lo cual devino luego en un libro, ¨Conversaciones...¨ Es con relación a ese proyecto que les quería contar una anécdota que viene a cuento. Cuando le transmitimos a Jorge la propuesta de ¨Conversaciones...¨ su respuesta fue: ¨pongámonos a conversar y luego vemos que resulta de eso¨. Expresión que da cuenta de una ética aplicable a la labor del analista.
  • 14. Y que se engarza, entra en consonancia, con el título elegido para el seminario de Cartagena: “Ponerse en juego”. No cabe duda que ese nombre elegido por Jorge Fukelman para titular tiene varios méritos. En el eco que la frase deja escuchar parece que se conjugan, al modo de una formación del inconsciente, dos dimensiones que se articulan en una mutua exclusión. Una que atañe al dejarse llevar, a la soltura, a actuar o decir sin pensar tanto y la otra que concierne a la responsabilidad, al compromiso, a volver sobre los pasos de lo que hemos dicho o hecho. Porque examinando de cerca esas dos dimensiones que desde una secuencia lógica, parecen excluyentes: prestarse al juego con soltura y luego hacerse cargo de las consecuencias, descubrimos que lo que las atraviesa las sitúa en la comunidad topológica de un agujero. En lo que concierne a la soltura, no es sencillo asumir esa posición de libertad en tanto implica deshacerse de modelos y prejuicios, eso que suele apañarnos, para prestarse al vértigo del acontecer y la sorpresa. Un modo de decir que en esa libertad nos quedamos en una situación correlativa al desamparo. Y ese desamparo, en un sentido radical, implica el establecimiento de una zona de excepción. He allí el primer agujero, el vacío al que quedamos confrontados en la decisión de dejarnos llevar. El posterior momento lógico de ponerse en juego implica volver de modo reflexivo sobre nuestras intervenciones. Y cuando digo reflexión espero que escuchen no solo lo que corresponde al orden del pensamiento y las ideas sino a aquello que remitirá a la lógica de un vector que rebate sobre algo que por ese rebatimiento y no antes queda ubicado como un primer tiempo lógico. Representando esa reflexión un bucle que en su diseño deja una diferencia entre ese primer tiempo lógico y el posterior.
  • 15. Eso supone también la confrontación con un vacío, en la medida que si nos abocamos a la reflexión siempre vamos a dar cuenta de una diferencia y por lo tanto de una operación que atañe al sujeto y es la de haber quedado representados no tanto por lo que dijimos, hicimos o pensamos sino por lo que queda en falta de esa operatoria. O sea, un modo de decir que lo que asegura nuestra posición en esa operatoria es un saber pero en falta. En el psicoanálisis eso tiene un nombre: castración. A eso me refería a que lo que conjuga soltura y responsabilidad está en el orden de la comunidad topológica de un agujero. Nunca pude confirmar si fue George Bataille quien al referirse a la comunidad de los psicoanalistas dijo: la comunidad de los que no tienen nada en común. Decir que la nada es lo que tenemos en común no es para tomar livianamente y creo que puede situarse en el orden de la comunidad topológica del agujero. Voy a otra referencia que también enlaza la ética que comentábamos. Como les comentaba hace un momento, en la conferencia pública hay preguntas que atañen a cómo se ubican los padres frente a la curiosidad sexual de sus hijos. Cuestiones que como recordábamos atañen al saber y a los deseos inconscientes. Y allí se hace referencia a dos temas, uno concerniente al enlace entre el deseo de saber y la investigación sexual infantil y el otro a cómo, a la hora de responderles a los niños, se enlaza esa curiosidad con los deseos inconscientes de los padres. Y sobre eso el comentario de Fukelman es a la vez sencillo y complejo. Los padres responderán lo que puedan pero otra cosa es saber que es lo que están queriendo en esa respuesta. Lo que quieren, en un sentido radical, eso no lo pueden saber, en tanto atañe a un deseo inconsciente.
  • 16. Entonces, nos dice Fukelman, “lo mejor que pueden hacer (y para esto no hay ningún consejo que se les pueda ofrecer) es tener en cuenta que pueden equivocarse, como le puede ocurrir a cualquiera de nosotros y a mí mismo en este momento que estoy hablando. ¿Qué significa tener en cuenta que podemos equivocamos? Simplemente significa que somos capaces de volver sobre donde metimos la pata, sobre nuestra equivocación.” Esta posición ética que va de la soltura a la responsabilidad es la que sin duda atraviesa la transmisión de esta obra y todo lo que hemos escuchado y leído en las reflexiones del Dr. Fukelman. La que se deja escuchar en el “conversemos y después veremos que resulta de eso”, en el título de “Ponerse en juego” o en el “volvamos sobre la metida de pata”. Una posición que no atañe a un consejo técnico ni a un modelo y que recuerda lo que el mismo Lacan dijera en la Troisiéme. No hay discurso que no sea semblante, ¿por qué el psicoanálisis iba a estar eximido? “Sean entonces más sueltos, más naturales cuando reciban a alguien que viene a pedirles un análisis. No se sientan obligados a darse importancia.” decía Lacan. Déjense llevar por el juego o por las ocurrencias, dijera Fukelman. Pero atención, la soltura implica justamente desamarrarse de los modelos y por otra parte el dejarse llevar no exime de volver sobre las metidas de pata o sobre el semblante. Hay allí también una sutil cita respecto de la excepción. Temática ésta de la excepción que es aludida en Ponerse en juego con relación a una pregunta sobre las experiencias de deprivación sensorial. Lo cual Fukelman sitúa como aquello que no es posible compartir de ningún modo y que por ende conduce al conflicto, en la medida que ese lugar de la
  • 17. excepción es el lugar del padre. Por lo tanto, si estoy en el lugar de la excepción, me quedo sin relaciones imaginarias, sin pares y sin padre; sin linaje. Entonces, ¿cómo me las arreglo ahí? La psicosis es la versión más radicalizada de esa particular ubicación subjetiva que provee un lugar de excepción. Podría decirse, y Fukelman de algún modo lo indica en la conferencia pública, que el síntoma es la versión más benévola de la puesta en juego de la excepción. Y en esta obra que hoy estamos reseñando el síntoma, así como la sexualidad, tiene una cualidad irruptiva que aparta al individuo de la masa. Pero ahora voy a ir hacia otra zona de Ponerse en juego. Les comentaba al principio sobre esa representación de la alteridad que personifican a los no iniciados, a los marcados por el déficit de no pertenecer cabalmente al grupo de los vivientes, en un caso porque ya no son (las larvas), en el otro porque aún no son (los niños). Un modo de aludir a la sexualidad y a la muerte, esos dos términos de referencia en Ponerse en juego. Pero ¿cómo se articula el juego en la infancia con respecto a la sexualidad y la muerte? Como un lugar en el que se puede ¨jugar a¨, el ¨dale que era el pibe Valderrama¨ tal como le refiere Fukelman en su comentario, todavía cercano en el tiempo a la paliza que le había propinado la selección colombiana a la argentina. Y en el juego de la infancia circula la satisfacción y la curiosidad sexual pero en el orden del ¨de jugando¨. Mientras para los padres lo que dice o hace el chico circule en el orden del juego, eso fluye. Ahora bien, si para los padres eso no funciona así y no pueden tomar esto como un juego, entonces lo que ocurre es que comienzan a producirse efectos en el niño.
  • 18. Nos encontramos, en la obra, con el ejemplo del chico que le dice a la mamá: “Yo me voy a casar con vos”. Y la mamá que, imposibilitada de tomar eso como un juego, experimenta ese “Yo me voy a casar con vos” como una satisfacción aledaña a problemas conyugales. Y esa imposibilidad materna comprometiendo la escena de la infancia del hijo. Adjunto un ejemplo de mi consultorio. Hace poquito en una entrevista con los papás de un niño pequeño, me contaban que el chico jugaba, de distintos modos y no necesariamente evidentes, a eliminar al padre. Y el padre no se enganchaba. Averiguando sobre los abuelos, surge que el padre del papá había muerto joven. Indudablemente, para el papá del nenito resultaba difícil ubicar a la muerte de un padre en un juego. Y en esa problemática quedaba hermanado con su hijito, lo cual complicaba la ubicación del niño como tal. Definición fuerte y decidida de este libro que hoy estamos presentando: no hay niño que no juegue. Pero entonces puede ocurrir que haya un niño del cual nosotros no sabemos de qué la juega. Y los cruciales efectos de nombrar esa circunstancia como lo que corresponde o no a un juego. Porque de esa caracterización depende si la dificultad la situamos del lado del niño o de nuestro lado. Nada más y nada menos. Pensemos sólo un instante las consecuencias que se derivan de esa toma de posición y la gravedad involucrada en lo que se refiere por ejemplo, a la farmacoterapia en la infancia. Decir que un niño no juega, es descargar sobre el chico la dificultad que se produce en nosotros y que se deriva de no saber a qué juega. El juego es un espejo.
  • 19. Otra vigorosa definición en el seminario de Cartagena. Espejo sostenido por quienes encarnan al Otro y en el que se refleja la infancia. Ese Otro que sostiene la dimensión especular, lo hace desde su castración. Y a la vez ese espejo está configurado por una relación a los discursos, lo cual articula al espejo con la época. Y allí nos encontramos con esa interesante referencia que nos ofrece Fukelman y que es la de “El niño y la vida familiar en el antiguo régimen”, el libro de Philippe Ariès” en el que se plantea cómo el concepto contemporáneo de niñez es subsidiario de la institución escolar. Lo cual nos recuerda la importancia que reviste, para quienes nos dedicamos al psicoanálisis, estar conectados, advertidos, de los discursos de la historia y de la época. Ahora bien, alguien recibe la consulta por un niño y toma el relevo de quien encarna un apuntalamiento del espejo en el que se refleja un niño. Un espejo que está ubicado en un campo de sonidos; sonidos que portan una significación. Pero esta ligazón entre el espejo y el campo de los sonidos que portan significación va ser abordado por Fukelman con posterioridad al seminario de Cartagena. De todos modos hay señales, pistas, rastros de lo que se va ubicando en el seminario como oferta de quien recibe una consulta por un niño. Y eso va en dirección de uno de los pasajes de Ponerse en juego, al que ya hemos aludido y que indica que si hay algo que asegura algún tipo de relación entre lo real de la sexualidad y el mundo de símbolos en el que nos situamos, ese algo es lo que se entiende como castración. Y Jorge agrega que probablemente si partiéramos siempre de allí, nuestra actitud con relación a los niños, púberes y adolescentes sería menos patógena o iatrogénica. Partir de ahí, implica hacerlo desde nuestros propias dificultades y no desde la ubicación de esas dificultades en los niños y en los adolescentes.
  • 20. Entonces uno de los modos que se plantea en este seminario la labor del analista en las consultas que llegan niños refiere a esa oferta justamente. A la oferta de una falta, cuestión que es aplicable a la labor del analista, no importa si recibe un niño o un adulto. La oferta de una falta frente a un vacío, ese que se genera cuando los papás llegan a esa instancia en la cual dicen o experimentan: ¨con este niño o con esta niña, ya no sabemos qué hacer ¨. En el libro que hoy nos convoca la referencia atañe a cuando los padres llegan a consulta porque su saber ha vacilado. Y no deja de ser sorprendente que la formulación fukelmaniana sea que lo que tenemos para ofrecer quienes recibimos esa consulta es la falta propia. La falta propia frente a un vacío que podría tender a ser absoluto y con relación al cual, como recordábamos hace un momento, ¨el juego es la fantasía¨, una pantalla que defiende de un vacío absoluto o de un objeto omnipotente. La idea que se deja entrever allí con relación a quien pasa a apuntalar el espejo en el que se reconstruye una zona lúdica es el la de una falta ofrecida que opera circunscribiendo ese vacío que sino podría ser infinito. Y es respecto de esta complejidad operatoria que Fukelman se adentra en el seminario sobre una zona peliaguda como lo es la equinumerosidad y la función lógica del cero. El cero como concepto de la inexistencia y la afirmación de existencia como negación del cero. Repito, la afirmación de existencia como negación del cero y por lo tanto la posibilidad de un “no” que es numerable. Y que inicia un conteo que es de repetición. Conteo que da cuenta, en sus efectos, de esa inexistencia vinculada a las temáticas del goce y la verdad o lo que también aparece en la obra lacaniana como objeto a.
  • 21. Y el Uno como aquello que falta a nivel del cero y que da origen a la sucesión de números naturales. El conjunto vacío está entonces en este seminario estrictamente legitimado por ser la puerta cuyo franqueamiento constituye el nacimiento del Uno. El Uno es el significante de la falta. Y Fukelman nos recuerda la importancia de distinguir ese Uno en su vertiente imaginaria, la de unificación de la imagen del cuerpo. Y el Uno, cuya condición es el cero, como repetición fallida que va encadenando sucesores en una dimensión simbólica. Entonces resulta interesante advertir cómo en esa operatoria del cero y del uno quedan enlazadas las tres dimensiones: real, simbólico e imaginario. Y si bien es un pasaje difícil de este seminario a mí me parece que es imprescindible para poder ubicar esa otra operatoria que es la del juego. Operatoria que se caracteriza de diversos modos pero en especial como pantalla, barrera, espejo. Definiciones que transmiten la idea de una dimensión enmarcada, delimitada y por lo tanto de un borde que señala lo que es juego y lo que no lo es. Y en ese dispositivo del juego la producción de un efecto: la infancia. No hay infancia sin juego, no hay niño sin la precedencia de esa instancia del jugar. Como dijéramos inicialmente: una conceptualización fuerte y sostenida a lo largo de este seminario que hoy estamos comentando. Y otra que de modo explícito aparece muy sucintamente pero que también atraviesa toda la obra. No es lo mismo algo perdido que aquello que radicalmente falta desde siempre. Y la formulación de como el modo en que se recupera lo que falta, como perdido, atañe a la fantasía. Lo cual implica que no hay pérdida, no hay agujero en lo real sino en tanto algo de ese orden se sitúa desde coordenadas simbólicas y se representa en el plano
  • 22. imaginario. Lo que falta, lo que se recupera como perdido, concierne entonces a la fantasía. Y Fukelman, frente a una pregunta que involucra a Winicott y Melanie Klein, se diferencia de esas posiciones teóricas y responde de un modo que a mi parecer lo muestra como genuinamente freudiano. El juego no expresa una fantasía, el juego es la fantasía. Y como tal funciona como pantalla protectora en la que, como dijéramos recién, queda delimitado un más allá de la escena lúdica. Más allá que en este seminario atañe a la relación que los padres mantienen con sus propias marcas de la infancia. O que también ustedes encontrarán planteado como esa dimensión en la que está en juego el goce parental en su relación con la verdad y lo real de la sexualidad y la muerte. Sexualidad y muerte que como hiciéramos mención, forman parte de la tapa de “Ponerse en juego”, así como la máscara de l’homme blessé, el hombre herido, nombre del panel de la Gruta de Lascaux que elegimos como ilustración de la cubierta. Y sobre las máscaras hay interesantísimas referencias en esta obra. En principio la constatación de que lo sepamos o no, todos portamos máscaras. En rigor, el rostro humano, desde el inicio, es máscara. La máscara, nos comenta Fukelman, sitúa dos relaciones que se conjugan. Una es la que atañe a la mirada. Sin duda, una máscara presupone una mirada ante la cual se ubica. Y al mismo tiempo sugiere una relación con el tótem, con el linaje, con la genealogía. En el lugar de la máscara, se conjugan entonces la relación de la filiación con la mirada. Y en la línea en la que se plantea el juego en esta obra, es posible trasladar toda la escena lúdica a la máscara.
  • 23. ¿Qué asegura la relación con el Tótem, con el linaje? Asegura, en cierto modo, una ubicación en el mundo. Entre paréntesis, ubicación en el mundo, de la cual podemos ser extraídos por un síntoma, como dijéramos cuando nos referimos a la excepción. La máscara en este sentido queda correspondida también con la función del espejo, esperándose de los padres que puedan apuntalar una relación de exterioridad, de exclusión, entre lo que está del lado de acá del espejo y lo que está en el espacio virtual del espejo. La derivación de esto es el linaje. El linaje queda ubicado entonces en ese punto de relación de exclusión entre lo real y lo simbólico, asegurando allí una articulación, un orden y una ubicación en el mundo. Y esto puesto en escena en el campo de la imagen. Observemos entonces cómo aquí también Fukelman, en sus consideraciones sobre la máscara termina anudando real, simbólico e imaginario. Esa relación de exclusión entre lo real y simbólico que separa y anuda lo que está en el espejo del lado de aquí y de allá está en la base de la imprescindible función del Otro (del cual depende el niño) reconociendo a un juego como tal. De ese reconocimiento depende que el niño quede reconocido en su condición de sujeto de la infancia. Si el Otro no reconoce el juego como juego, no puede hacerse cargo entonces de aquello que queda fuera del juego; o sea, sostener lo que no es juego. El juego —en tanto allí se ubica, se constituye y se reconoce la niñez— plantea una barrera defensiva en relación a lo que sucede trascendiendo la escena. Sobre esa barrera se operará una torsión a propósito de la pubertad. En la pospubertad, cada quien se encontrará con los efectos de aquello que en la prepubertad trascendía la escena. Mientras perdura la niñez, hay amor. Amor entendido como esa frase de Lacan que nos recuerda Fukelman: “El amor es dar lo que no se tiene...”
  • 24. Entonces, ¿qué dan los niños en tanto hijos? Dan a los padres, por amor, la posibilidad de procrear, algo que en los niños está en falta. La pubertad retoma la posibilidad de penetración y de fecundación del lado masculino y la posibilidad de ser fecundada del lado femenino. Instancia en la cual se trasciende, en un paso lógico, lo que se venía planteando en este seminario como ensueño prepuberal, ubicado con relación al espacio virtual, al espejo, el juego y la máscara. Y así como Fukelman inicialmente advierte que la niñez no es un dato de la biología, también la concepción de la pubertad nos impone, no olvidar la biología, sino tomar en cuenta como sus efectos, los de la biología, son procesados por el otro. Porque la biología entra en consideración en tanto la imagen corporal adquiere una distinta valoración para el otro. La captura sexual no se desencadena si no es en la dimensión imaginaria, a esto apunta la referencia fukelmaniana. Y que nos remite a lo que comentábamos al inicio, lo que encarnamos es la relación entre saber y sexualidad, en lo que tiene eso de desencuentro. Pero se trata de un déficit que concierne a la estructura del lenguaje y por lo tanto a la del discurso, esa dimensión que supone tanto un lazo social como también nuestra condición de sujetos. La edición de Ponerse en juego es un acontecimiento discursivo, del cual me gusta pensar que cada uno de los que participamos en él más que causa, somos efecto. Lo cual nos pone en juego a cada quien con nuestras propias marcas y objetos. María Gallegos Acá me tengo que hacer cargo de haber preguntado cuáles era los ejes temáticos.
  • 25. Y me encontré con la apertura de muchas líneas y que comienzan en lo que Miguel nos va contando o cantando porque si las palabras no dicen ni ocultan, sino que todo el tiempo hacen señas, son entonces unos sonidos que van armando una música que tratamos de seguir y acompañar. En función de lo que decía Miguel parecía que se iba ordenando todo en torno a un vacío que hace eje, a este compartir la “nada”, esta nada que nos une y que me parece que tiene que ver con negarse a dar los ejes temáticos. Como del mismo modo Jorge Fukelman a un nenito de 3 o 4 años que llega con su camperita y no se la puede sacar y le dice en en ese encuentro el nene le dice a Jorge “¿me ayudas a sacarme a campera?” y Jorge le dice: “No”. Y años después cuando ese nene vuelve a una consulta, ya siendo un joven y le pregunta a Jorge si puede sacarse la campera, Jorge le responde: “Por supuesto”. Me parece que de eso se trata cuando intentamos ubicar ese vacío, de cernir ese vacío que nos une, propiciar la posibilidad de que ese vacío se organice porque es el que permite la cuenta. Eso que está situado en lo que para mí es la parte más sinuoso de las conferencias, la que se refiere a la función del 0. Eso que posibilita las diferencias pero que también permite que una nota articule con otra. Ese silencio que permite que sigamos intentando cernir ese vacío. Que se llama “equivocarse” o “estar suelto” o “ponerse en juego”, “invitar a a jugar”. Y encarnar como Otro la inconsistencia, apuntalar esa inconsistencia en acto. Mientras hablaba Miguel, también me sonaba “le nom du père”. Creo que ponerse en juego es como decir “le nom du père”. Los no incautos yerran. Y en alguna medida el que puede ser incauto, el que se permite la equivocación, no saber lo que va a pasar, eso que le propone Jorge a esos padres en las conferencias, que puedan equivocarse, que se pongan en juego. Y ahí está algo de ese nombre del padre que recorta ese vacío, creo que permite decir que en ese punto no hay error. Que allí donde es posible ser incauto y jugar con ese
  • 26. vacío, ponerse en juego ahí con esa responsabilidad, con la responsabilidad de asumir ese vacío, allí no hay error. Así como en lo real no hay ningún agujero. Elena Lacombe quiere comentarnos algo. Elena Lacombe Miguel, en verdad quiero felicitarte públicamente porque vos sabes en qué ando yo en este momento, en mi formación y que hayas podido decir discursivamente los anudamientos de los tres registros, tres diferentes anudamientos, es…Bueno vos me has dicho alguna vez que yo te sorprendí con algo que dije y ahora soy yo la sorprendida totalmente porque es algo que yo no pesqué, y fijate vos a pesar de que estudio topología. Y te lo agradezco porque es totalmente pertinente. Y discursivamente es…y no te quiero hacer sonrojar, pero es una proeza. En el único lugar que Lacan puede hacer eso es en L’étourdit y que es de una complicación enorme. Pero supongo que lo pudiste hacer imbuido por esa sencillez compleja del discurso de Jorge Fukelman.