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ESTER
El libro de Ester es especial en varios aspectos, pero los principales son: 1) Es el
libro de la Biblia más popular entre los judíos, por su especial dramatismo y sus bien
señalados protagonistas: Amán: el villano; Ester: la heroína; Mardoqueo (cuyo
verdadero nombre es Mordecay): el héroe. Parece tipificar la suerte continua de los
judíos, a lo largo de los siglos, siempre perseguidos y al final triunfantes. 2) Es el único
libro de la Biblia en que no se nombra ni una sola vez el nombre de Dios, aunque su
Providencia se palpa en cada línea (especial mención merece 4:14). Además, Bullinger
ha demostrado que el nombre Jehová se insinúa con frecuencia, y en las más variadas
formas, de forma críptica, esto es, oculta al lector. 3) En él se halla el versículo más
largo de toda la Biblia (8:9). Se desconoce el autor, pero es evidente que fue un judío
que conocía maravillosamente las costumbres de la corte de Persia. Aquí vemos: I.
Cómo llegaron a estar en la corte del rey de Persia Ester como reina y Mardoqueo (es
probable) como funcionario (caps. 1 y 2). II. Cómo obtuvo del rey el amalecita Amán
un decreto para destruir a todos los judíos habitantes en el país (cap. 3). III. Apuro en
que éstos se hallaron (cap. 4). IV. Fracasa el complot de Amán contra la vida de
Mardoqueo (caps. 5 al 7). V. También fracasa el complot general de Amán contra los
judíos (cap. 8). VI. El interés que se puso en que este último acontecimiento fuese
recordado perpetuamente (caps. 9 y 10).
CAPÍTULO 1
El objeto de este relato es mostrar cómo llegó la hebrea Ester a ser reina de Persia y,
así, instrumento para la liberación de los judíos en aquel país. Vemos aquí al rey
Asuero: I. En su gran fiesta y el banquete que dio a los magnates del país (vv. 1–9). II.
En su arrebato de ira, durante el cual repudió a la reina Vastí por no acudir ésta a su
llamamiento (vv. 10–22).
Versículos 1–9
I. Nombre y poderío del que a la sazón era rey de Persia. 1. No cabe hoy duda de
que este Asuero (hebreo Ajashwerosh) es Jerjes I (485–464 a. de C.). 2. En tiempos de
Ciro y de Darío I el reino de Persia tenía 120 provincias (Dn. 6:1); ahora, 127, desde la
India hasta Etiopía (v. 1). Se había hecho tan extraordinariamente grande como
extraordinaria iba a ser su caída.
II. La gran pompa y magnificencia de su corte. Dio a sus magnates el más
extravagante banquete «para mostrarles las riquezas de la gloria de su reino, el brillo y
la magnificencia de su poder» (v. 4). ¡Vanagloria inútil! Si hubiese mostrado las
riquezas de su reino como hicieron algunos de sus sucesores, en contribuir para la
edificación del templo (Esd. 6:8; 7:22), habría logrado mejor fama y brillo. Asuero
celebró en esta ocasión dos fiestas: 1. Una para los príncipes y cortesanos (vv. 3, 4), la
cual duró 180 días (medio año). 2. Otra, a todo el pueblo, que duró siete días, en el
patio del huerto del palacio real (v. 5). Las tiendas que se levantaron para esta ocasión
eran finas y lujosas, lo mismo que los reclinatorios o divanes y el pavimento (v. 6).
III. El buen orden que se observó, en varios aspectos, en estas fiestas, aunque la
paráfrasis caldea dice que se usaron entonces los utensilios del santuario de Jerusalén,
con gran pena de los judíos devotos. Dos aspectos laudables aparecen aquí: 1. Que el
beber era según ley, quizás una ley reciente; a nadie se le obligaba a beber con necia
insistencia, en lo que un príncipe pagano, aun en días en que quería mostrar su
magnificencia, puede avergonzar a muchos que se llaman a sí mismos cristianos, pero
creen que no cumplen bien con sus invitados si no insisten en hacerles beber hasta que
se embriagan, con lo que incitan al pecado. 2. No hubo bailes de hombres con mujeres,
pues la reina Vastí hizo banquete aparte para las mujeres (v. 9). Así, mientras el rey
mostró el honor de su majestad, ella y sus mujeres mostraron el honor de su modestia,
que es la verdadera majestad del sexo débil.
Versículos 10–22
La fiesta de Asuero terminó mal por su propia necedad; la desavenencia entre el rey
y la reina hizo que la fiesta acabase de manera abrupta y que los invitados se retirasen
en silencio y avergonzados.
1. Fue una necia debilidad de parte del rey, al estar alegre del vino, mandar traer a la
reina con la corona regia y, según el Talmud, desnuda, para mostrarla así a un grupo de
hombres tan alegres por el vino como él (vv. 10, 11). Con ello: (A) Se deshonraba a sí
mismo como marido, cuando debía ser como un velo para los ojos de todos (Gn. 20:16)
con respecto a ella. (B) La deshonraba sobre todo a ella al pretender presentarla desnuda
ante los ojos lascivos de los comensales.
2. Ella se negó a venir (v. 12) aunque la orden era llevada por los siete ayudantes del
rey. Discuten los autores si hizo bien o mal en desobedecer. La mayoría opinan que hizo
bien. Otros piensan que «quizá desobedeció de manera altiva, burlándose de la orden
del rey» (M. Henry—nota del traductor—), lo cual habría sido malo. De todos modos,
¡qué desaire tan tremendo para el rey! No es de extrañar que se enojara y ardiera en ira.
El dueño de 127 provincias no pudo dominarse a sí mismo.
3. Pero, aun cuando estaba ardiendo en ira, no quiso decidir nada sin el aviso de sus
consejeros. De éstos se dice que conocían los tiempos, es decir (como sugiere la frase
paralela), sabían la ley y el derecho (v. 13). Eran hombres de confianza del rey, pues
veían la cara del rey (v. 14, lit.), es decir, tenían acceso a la presencia del rey en todo
tiempo, excepto cuando estaba acompañado por alguna de sus esposas. (A) La pregunta
que el rey expuso a este consejo (v. 15): Qué se había de hacer con la reina Vastí según
la ley. (B) Propuesta de Memucán (vv. 16, 20): Que fuese repudiada por desobediencia,
ya que: (a) El desaire de Vastí no afectaba solamente al rey, sino a todo el imperio. (b)
Un decreto de repudio contra Vastí reforzaría la autoridad de todos los maridos. (C) Se
dio, pues, el decreto (irreversible como todas las leyes de Persia) conforme al consejo de
Memucán, en el que se daba a entender que la reina era repudiada por contumacia según
ley, y que toda mujer que se insubordinara contra su marido de manera semejante, no
había de esperar mejor trato (vv. 21, 22). ¿Acaso eran mejores que la reina?
CAPÍTULO 2
Dos factores se perfilan ya a favor de la liberación de los judíos: I. La promoción de
Ester a la corona en lugar de Vastí (vv. 1–20). II. El buen servicio que había prestado
Mardoqueo al rey al descubrir un complot contra su vida (vv. 21–23).
Versículos 1–20
Vastí es depuesta por su arrogancia, y Ester es elevada por su humildad. Obsérvese:
1. La extravagancia del rey después de la deposición de Vastí. Dice Josefo, y
muchos otros comentaristas judíos (al interpretar en este sentido la frase del v. 1: «se
acordó de Vastí»), que le penó a Asuero haberla depuesto, pero no pudo reconciliarse
con ella porque el decreto era irrevocable. Para olvidarla, pues, pensó en reunir un gran
harén de concubinas; así, hizo buscar por todo el imperio las jóvenes vírgenes más
bellas (v. 3). El rey se encargaría de mantenerlas y ya no se podían casar con ningún
otro hombre. Por aquí se echa de ver la absurda maldad de quienes estaban destituidos
de la divina revelación y, en castigo de su idolatría, entregados a sus viles
concupiscencias y al quebrantar también la ley original del matrimonio: un hombre con
una mujer, y para siempre. Véase también cuán necesario era el Evangelio de Cristo
para purificar de sus viles pasiones a los hombres y restituir la original dignidad del
matrimonio.
2. La providencia de Dios al ordenar las cosas de forma que Ester llegase a ser reina
en lugar de Vastí. Notemos:
(A) Su origen y carácter: (a) Era hebrea, hija de deportados, huérfana de padre y
madre y dejada así al cuidado de Dios (Sal. 27:10), había sido adoptada por su primo
Mardoqueo (v. 7). (b) Era muy hermosa: «De hermosa figura y de buen parecer». Su
mayor hermosura estaba en su virtud y en su prudencia, pero siempre es una ventaja
para un diamante tener un buen engaste. (c) Su primo Mardoqueo la adoptó como hija
(v. 7) y ella le obedecía como a padre (v. 10). Esto ha de servir de ánimo a quienes no
tienen hijos; muchos que han adoptado y criado huérfanos han vivido lo suficiente para
ver el buen fruto de su generosidad. Dos detalles son dignos de notar en este punto:
Primero: Se dice de Mardoqueo que había sido transportado a Babilonia con Jeconías.
Aunque hubiese sido entonces (596 a. de C.) un niño de pecho, habría tenido 122 años
cuando comenzó a ser primer ministro de Asuero (474 a. de C.), y continuar en el
puesto por bastante tiempo después (10:2 y ss.); por lo que los mejores comentaristas lo
interpretan como que fue deportado por decirlo en el lenguaje de Hebreos 7:10, en los
lomos de sus antepasados. Segundo: Mardoqueo le mandó que no dijera su origen (v.
10), y ella obedeció (v. 20). La razón para esta orden de Mardoqueo aparece muy
sencilla: Si el rey sabía de antemano que Ester era judía, la habría rechazado y se habría
desperdiciado la oportunidad providencial (4:14) de que fuese instrumento, en manos de
Dios, para la liberación de los judíos.
(B) Su promoción, ¡Quién habría soñado que una hebrea, cautiva y huérfana,
hubiese nacido para ser reina de Persia! Al encargado de las mujeres le cayó en gracia
(v. 9), la honró y la ayudó cuanto pudo. El rey se enamoró de ella (v. 17): El rey amó a
Ester más que a todas las otras mujeres. Así que no se tomó más tiempo para deliberar,
sino que puso la corona real en su cabeza y la hizo reina en lugar de Vastí. Con
ocasión de esto hizo el rey una gran, fiesta (v. 18) y declaró una especie de amnistía
(lit. hizo alivio a las provincias), lo cual puede interpretarse en sentido de exención o
rebaja de tributos, licenciamiento de presos y condenados a trabajos forzados, etc.
Entretanto, Mardoqueo estaba sentado a la puerta del rey (v. 19). La expresión, que se
repite en el versículo 21, no significa que ejerciese algún alto cargo en la corte, según
suponen algunos autores (entre ellos, M. Henry—nota del traductor—), sino
simplemente, como observa el rabino Goldman, «es probable que desease obtener
noticias de Ester».
Versículos 21–23
Se registra aquí el buen servicio que Mardoqueo hizo al rey al descubrir un complot
contra su vida, porque se ha de mencionar de nuevo para explicar la promoción de
Mardoqueo. No se da todavía ningún paso para la destrucción del plan de Amán contra
los judíos, pero sí se dan varios pasos en la ordenación que Dios dispone para
libertarlos. Dios le da ahora a Mardoqueo la oportunidad de otorgar a los judíos un
mejor beneficio. 1. Dos de los servidores que tenían acceso a las habitaciones privadas
del rey quisieron darle muerte (v. 21); según el Targum, echándole veneno al vino de la
mesa real. 2. Se enteró Mardoqueo de la conspiración, quizás al oír una conversación
que él pudo entender por su dominio del idioma y, por medio de Ester, lo denunció al
rey, con lo que, de paso, hizo que ella ganase varios puntos en el favor y afecto de
Asuero. 3. Los traidores fueron ahorcados como se merecían una vez que, hecha
investigación, se descubrió que el suceso era cierto (v. 23), y el episodio quedó
consignado en los anales de la corte real, con la mención específica de Mardoqueo
como descubridor del complot.
CAPÍTULO 3
Se abre el capítulo en medio de sombras siniestras, que amenazan con la destrucción
de todos los judíos de Persia. I. Amán es hecho favorito del rey (v. 1). II. Mardoqueo se
niega a rendirle homenaje (vv. 2–4). III. Amán jura vengarse de esto por medio de una
persecución general contra los judíos (vv. 5, 6). IV. Obtiene, mediante malvadas
sugerencias, que el rey ordene un día de matanza general de los judíos (vv. 7–13). V. La
orden es publicada en todo el imperio (vv. 14, 15).
Versículos 1–6
I. Amán es hecho primer ministro y reverenciado por todo el pueblo. Este hombre
era agagueo (o agaguita), es decir, descendiente de Agag el amalecita (Nm. 24:7). Si el
Cis de 2:5 es el padre de Saúl, se explica mejor la tremenda enemistad de Amán contra
Mardoqueo. No se sabe por qué se prendó de él el rey, ya que era un hombre orgulloso,
cobarde y vengativo. ¡Caprichos de rey!
II. Mardoqueo, por mucho que le instaron, se negó a rendir homenaje a Amán (vv.
3–5). Hay autores que critican como altiva esta actitud de Mardoqueo, pero tenía varios
motivos para obrar así: 1. Dar tales honores a un perverso era, de algún modo,
menoscabar el honor debido a Dios. En 13:12–14 (capítulo apócrifo de este libro),
Mardoqueo se dirige a Dios de esta manera: «Tú sabes, Señor, que, no por altivez ni por
soberbia, ni por amor propio, hice esto de no prosternarme ante el orgulloso Amán,
porque dispuesto estaba a besar las plantas de sus pies para salud de Israel. Mas hice
esto para no poner la gloria del hombre por encima de la gloria de Dios». 2. Es muy
probable que Amán se arrogase honores divinos. El Midrash dice que llevaba en el
vestido la imagen de un ídolo. Así que Mardoqueo no podía arrodillarse ante él por
motivos de conciencia. 3. Creyó cometer una vileza arrodillándose ante un amalecita,
cuando Dios les había jurado perpetua guerra (Éx. 17:16) y había ordenado
solemnemente (Dt. 25:19): «Borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo».
III. Amán se enfurece y trama venganza contra los judíos. Alguien que procuraba
granjearse el favor de Amán se dio cuenta de la actitud de Mardoqueo, para ver si se
mantendría firme en su dicho (v. 4) o se quebraría o doblegaría. Amán mismo se dio
cuenta (v. 5) y se llenó de ira. Decidió de inmediato que no sólo Mardoqueo, sino miles
de judíos habían de morir para dar satisfacción a la afrenta que se le hacía, una vez que
él había declarado que era judío (v. 4) y que por eso no prestaba homenaje a Amán.
Versículos 7–15
Amán sólo necesita el permiso del rey para satisfacer su deseo de venganza, y lo va
a obtener.
1. Presenta maliciosamente ante el rey una falsa sugerencia acerca del carácter y
conducta de los judíos, pues quiere hacerle creer: (A) Que son un pueblo despreciable y
que la corona se desprestigia dándoles alojamiento en el país (v. 8): «Hay un pueblo
esparcido … por todas las provincias de tu reino, que forman una banda de fugitivos y
cuyas costumbres les convierten en una carga para los lugares donde moran». (B) Que
son un pueblo peligroso: «No guardan las leyes del reino, y son perjudiciales al país
porque constituyen un foco de rebelión».
2. Pide permiso para acabar con ellos (v. 9). Sabía que había mucha gente que
odiaba a los judíos. Decrete, pues, el rey que sean destruidos. Él, a cambio, dará diez
mil talentos a la hacienda pública a fin de compensar al gobierno por la pérdida de
ingresos consiguiente a la destrucción de tantos miles de súbditos del reino. Amán ya
sabía cómo reembolsarse ese dinero apoderándose de los bienes de los ajusticiados (v.
13), a fin de que fueran éstos quienes pagasen el coste de la operación.
3. Obtiene lo que deseaba: plena comisión para hacer con los judíos como le plazca
(vv. 10, 11). El rey se hallaba tan hechizado por Amán que estaba dispuesto a creer lo
peor acerca de los judíos y, por eso, los puso en las manos de Amán, como corderos en
boca del lobo, e incluso le dispensó de pagar los diez mil talentos: La plata que ofreces
sea para ti, y asimismo el pueblo, para que hagas de él lo que bien te parezca.
4. Amán había consultado a los adivinos para que le dijesen cuál era el momento
más oportuno para llevar a cabo la masacre que tramaba (v. 7). ¡Qué coincidencia! La
suerte, por medio del pur (vocablo que en asirio significa «piedra»—para echar
suertes—), fue echada en el primer mes, el mismo en que habían sido libertados de
Egipto los israelitas, en el año duodécimo del rey, es decir, cuando Ester llevaba cinco
años de reina. Como la suerte dio el mes duodécimo, Mardoqueo y Ester tenían once
meses de tiempo para ver de deshacer el complot de Amán. Aun cuando Amán estaba
anhelando destruir a los judíos cuanto antes, cedió, sin embargo, a las normas que le
marcaba la superstición. La Providencia se sirve de la necedad de los hombres. Amán ha
apelado a la suerte, y a la suerte irá; de este modo, al diferir la ejecución del edicto real,
pronuncia sentencia contra sí mismo.
5. El edicto se redacta, se firma y se publica, y se dan órdenes a los gobernadores de
todas las provincias del reino para que el día trece del mes duodécimo se destruyan,
maten y exterminen (acumulación de verbos típica de un documento legal) todos los
judíos, de todos los sexos y edades, y se confisquen todos sus bienes (vv. 12–14). Los
ejecutores del edicto han de estar listos para aquel día. No se culpa a los judíos de
ningún crimen, pero han de morir todos sin remisión.
6. Una vez dado el edicto en la capital del reino, y despachados a sus respectivos
puestos los correos persas (era famosa la organización y la diligencia del sistema de
comunicaciones de Persia), el v. 15 ofrece un maravilloso contraste: El rey y Amán se
sentaron a beber, esto es, a celebrar banquete, como para celebrar de antemano la futura
hecatombe de judíos, mientras que la propia capital del reino, la ciudad de Susa, estaba
consternada (o perpleja), pues había en ella suficiente número de ciudadanos decentes y
considerados que no podían concebir la crueldad de un edicto semejante. Les dolía ver
que personas pacíficas fuesen tratadas de un modo tan bárbaro.
CAPÍTULO 4
Mardoqueo y Ester comienzan a actuar para anular los efectos del decreto real. I.
Lamentación de los judíos al enterarse del edicto (vv. 1–4). II. Ester recibe la noticia,
después de pedir información a Mardoqueo (vv. 5–7), y Mardoqueo urge a su prima
para que interceda ante el rey, a fin de que se revoque el edicto (vv. 8, 9). III. Ester
objeta que es peligroso dirigirse al rey sin ser llamada (vv. 10–13), pero Mardoqueo
insiste (vv. 13, 14). IV. Tras un ayuno de tres días, Ester promete hacerlo (vv. 15–17), y
veremos cómo se esmeró en cumplir pronto su promesa.
Versículos 1–4
Consternación de los judíos ante la publicación del cruel edicto de Amán.
1. Mardoqueo se lamentó con gran clamor (v. 1), vestido de saco y cubierto de
ceniza, al ir así por toda la ciudad, mostró de esta manera que no se avergonzaba de
proclamar que era judío, llamado a compartir los sufrimientos de sus compatriotas. Fue
un signo de nobleza ponerse así de parte de una causa justa, causa de Dios, en
momentos en que esa causa parecía hundirse. Sabía que el odio de Amán se dirigía
principalmente contra él y que, por causa de él, recaía el golpe sobre el resto de los
judíos; por eso, le daba grandísima pena el que, por sus escrúpulos, toda la población
judía hubiese de sufrir tan terriblemente. Pero al poder apelar a Dios en apoyo de su
actitud, de que su negativa a rendir homenaje a Amán se debía a principios de
conciencia podía consolarse con el pensamiento de encomendar a Dios su causa y la de
sus compatriotas. Leemos aquí la observación de que no era lícito pasar adentro de la
puerta del rey con vestido de saco (v. 2). El rey no quería tener cerca de sí
lamentadores; sólo lo alegre y agradable podía entrar en la corte. Eso obligó a
Mardoqueo a mantenerse a distancia y detenerse ante la puerta del rey.
2. Todos los judíos de cada provincia del reino estaban tremendamente afectados
por el edicto (v. 3), como lo denota la acumulación de señales de duelo que registra el
texto sagrado: duelo, ayuno, llanto, lamentación; saco y ceniza por cama. La reina Ester
tuvo gran dolor (v. 4) y mandó a preguntar qué sucedía (v. 5), ya que su primo
Mardoqueo se negaba a quitarse el vestido de saco (v. 4), pues no podía consolarse.
Versículos 5–17
Tan estricto era el confinamiento que padecían las esposas persas, especialmente las
del rey, que no le era posible a Mardoqueo entrevistarse con Ester, pero pudieron
comunicarse a través de Hatac, uno de los criados que estaban al servicio de la reina.
1. Ester envió a preguntar por qué no se quitaba Mardoqueo el vestido de saco, y
qué sucedía para que él adoptara con insistencia tal actitud (v. 5).
2. Mardoqueo la informó de lo que pasaba con encargo de que ella intercediera ante
el rey (v. 7): Mardoqueo le declaró todo lo que había sucedido: Por qué no había
rendido a Amán el homenaje que éste requería de todos, la venganza de Amán por lo
que juzgaba un grave desacato, y sus turbias maniobras para conseguir la publicación
del edicto. También le envió una copia del edicto (v. 8) para que viese por sí misma
cuán inminente y grave era el peligro en que ella misma se hallaba, lo mismo que los
demás judíos; por consiguiente, debía darse prisa en interceder ante el rey y deshacer los
infundios que Amán había amañado para persuadir al rey a firmar el cruel edicto.
3. Ella envió a decir a Mardoqueo que no podía dirigirse al rey sin peligro de su
propia vida: (A) La ley era explícita, y todos lo sabían, en el sentido de que quienquiera
se llegase al rey sin ser llamado, había de morir sin remisión, salvo aquel a quien el rey
extienda el cetro de oro (v. 11). Esto tenía por objeto, a no dudar, evitar todo atentado
contra el rey, pero hacía del palacio real una prisión regia, a la que, además, no podían
acudir los súbditos en busca de ayuda. Era especialmente duro para las esposas del rey.
Gracias a Dios, no pasa así con la corte del Rey de reyes, a cuyo trono podemos
acercarnos con toda libertad (He. 4:16), seguros de obtener respuesta de paz para la
oración de fe. (B) Su caso, en la presente situación, era desesperado. La Providencia
había dispuesto que, precisamente en esta coyuntura, el afecto del rey hacia ella parecía
haberse enfriado, pues no había sido llamada para ver al rey en los últimos treinta días
(v. 11).
4. Todavía insistió Mardoqueo en que, fuese cual fuese el riesgo que hubiera de
correr, debía arrostrarlo e interceder ante el rey a causa de la extrema gravedad del
asunto (vv. 13, 14). Le da a entender:
(A) Que ella misma peligraba, pues el decreto de destruir a todos los judíos no la
exceptuaba a ella (v. 13): «No te imagines que por estar en la casa del rey te vas a
librar. Tú eres judía, y si los demás judíos perecen, tú también perecerás».
(B) Que la causa, al ser causa de Dios, no podía morir: si ella no interviene en el
asunto, vendrá de alguna parte liberación para los judíos (v. 14)—el autor sagrado
omite deliberadamente el nombre de Dios—, pero ella y la familia de su padre (incluido
él mismo) perecerán aun cuando las demás familias de los judíos sean preservadas.
Éstas son expresiones de gran fe, que no vaciló ante la promesa de Dios, sino que creyó
en esperanza contra esperanza (Ro. 4:18, 20), cuando parecía no haber ningún
resquicio para esperar.
(C) Que la Providencia había dispuesto que para eso fuese ella escogida para ser
reina: «¿Y quién sabe si para una ocasión como ésta has llegado a ser reina?» Cada
uno de nosotros habría de considerar el objetivo por el que Dios nos ha puesto en el
lugar que ocupamos, y siempre que se nos presenta la oportunidad de servir a Dios y a
nuestra generación, no dejarla escapar. Algunos escritores judíos, de fértil imaginación,
añaden otra cosa que le había acontecido (v. 7) a Mardoqueo y que a Ester le gustaría
conocer: «Que al marchar a casa la noche anterior, con gran pesadumbre por la noticia
del complot de Amán, se encontró con tres niños judíos que volvían de la escuela, y
cuando él les preguntó qué habían aprendido aquel día, uno de ellos le dijo que su
lección había sido Proverbios 3:25–26: «No tendrás temor de pavor repentino, etc.». La
del segundo era Isaías 8:10: «Trazad un plan, y fracasará». Y la del tercero: «Yo soy el
mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y libraré»
(Is. 46:4).
5. Con esto resolvió Ester apelar al rey, pasara lo que pasara, pero no sin que ella y
sus amigos apelasen antes a Dios. Obtengamos primero el favor de Dios en oración, y
podremos luego esperar obtener favor de quien sea necesario. Ester se expresó (vv. 15,
16):
(A) Con la devoción propia de una buena israelita pues creía que el favor de Dios se
obtiene mediante la oración. Sabía asimismo que, en casos extraordinarios como el
presente, los judíos devotos añadían a la oración el ayuno. Así pues: (a) Deseaba que los
judíos habitantes en la capital ayunasen por ella: que se reuniesen en sus respectivas
sinagogas, orasen por ella y guardasen un día de ayuno solemne. (b) Ella, por su parte,
con sus doncellas que la asistían, santificarían este ayuno privadamente en las
habitaciones de familia, ya que no le sería posible acudir a la sinagoga. Quienes se
hallan confinados en una prisión o en una cama de hospital pueden unir sus oraciones a
las de sus hermanos y hermanas que se hallan reunidos en asamblea; aunque ausentes en
cuerpo, pueden estar presentes en espíritu.
(B) Con la valentía y resolución propias de una reina: «Después de interceder ante
Dios de este modo entraré a ver al rey para interceder ante él por mi pueblo; ya sé que
no es conforme a la ley de los persas, pero es conforme a la ley de Dios. Así que me
aventuro a lo que sea: Y si perezco, que perezca. No puedo arriesgar mi vida por una
causa mejor. Prefiero cumplir con mi deber y morir con mis demás compatriotas». No
habló así movida por la desesperación, sino por una santa resolución de cumplir con su
deber y dejar a Dios el cargo de las consecuencias, con plena confianza en la
Providencia.
CAPÍTULO 5
Dejamos a Amán con sus copas (3:15) y a Ester con sus lágrimas, pero ahora
vemos: I. A Ester con su gozo (vv. 1–8), y II. A Amán con su frenesí (vv. 9–14) ya que
prepara la horca para colgar a Mardoqueo.
Versículos 1–8
1. Ester se atreve a aparecer delante del rey (v. 1). Acabado el tiempo de ayunar, no
perdió tiempo, sino que al tercer día, cuando las impresiones de su devoción estaban
frescas en su espíritu, se dirigió al rey. Se quitó los vestidos propios de los días de luto y
se puso su vestido real, como convenía al ir a ver al rey. En una porción apócrifa del
libro (Est. 14:16) se dirige así a Dios: «Tú conoces mi coacción; porque abomino las
insignias de mi encumbramiento que están sobre mi cabeza en los días de mi
presentación». El texto sagrado nos dice que «entró en el patio interior de la casa del
rey» desde donde se le podía ver en su trono. Ester esperó allí su suerte, entre el miedo y
la esperanza.
2. La favorable acogida que le dio el rey. Apenas la vio, ella obtuvo gracia ante sus
ojos (v. 2). Tanto el autor de las porciones apócrifas como Josefo añaden que Ester
tomó consigo dos de sus doncellas para reclinarse en una de ellas y para que otra le
llevase la cola del vestido real; que su rostro estaba alegre, pero el corazón lo tenía
angustiado; que al levantar el rey los ojos y verla, su mirada fiera la puso pálida y la
hizo desmayar y apoyar su cabeza en la doncella que iba junto a ella; que entonces Dios
cambió el corazón del rey, el cual, al temer por la vida de la reina, saltó de su trono, la
tomó en sus brazos hasta que ella se recobró del síncope y la consoló con palabras
amorosas. El texto sagrado nos dice:
(A) Que la protegió de la severidad de la ley y le dio seguridad, pues le extendió el
cetro de oro que tenía en la mano (v. 2) y ella tocó la punta del cetro, en señal de que
venía como humilde suplicante.
(B) Que la animó a hablar (v. 3): ¿Qué tienes, reina Ester, y cuál es tu petición?
Ester temía perecer, pero el rey le promete darle cuanto le pida: «Hasta la mitad del
reino se te dará» (la consabida exageración de los orientales—comp. Mt. 6:23—).
Asuero repite esta frase dos veces más (v. 6 y 7:2). Aprendamos de esta historia a orar
siempre y no desfallecer, conforme a la exhortación del Salvador (Lc. 18:6–8). Ester se
llegó a un rey orgulloso, pero nosotros nos llegamos al Dios de amor y gracia. Ella no
fue llamada; nosotros, sí. Ella tenía en contra suya la ley; nosotros tenemos a favor
nuestro la promesa, muchas y buenas promesas. Ella no tenía quien intercediese por
ella, pues el favorito del rey era su mayor enemigo; nosotros, en cambio, tenemos un
abogado junto al Padre (1 Jn. 2:1), en quien el Padre tiene todas sus complacencias.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono, etc. (He. 4:16).
(C) Que todo lo que en esta ocasión pidió al rey fue que se dignase aceptar la
invitación para asistir a un banquete, y que trajese consigo a Amán (vv. 4, 5). El Talmud
presenta hasta doce razones por las que deseaba Ester que Amán estuviese presente en
este banquete. El rabino Goldman selecciona como las más estimables estas dos: (a)
Que Ester mostraba deliberadamente gran interés en Amán, a fin de suscitar los celos
del rey y desarmar a Amán. (b) Que Ester quería descubrir las intenciones de Amán en
presencia del rey, para quitarle la oportunidad de inventar excusas e impedir que
persuadiera al rey a seguir adelante con la ejecución del decreto.
(D) Que el rey aceptó de muy buena gana la invitación de Ester, y ordenó que
viniese Amán con él (v. 5). Durante el banquete, el rey (v. 6) volvió a preguntar a Ester
cuál era su petición, y añadió la promesa que hemos visto en el v. 3. Ester se contentó
por ahora con pedir que el próximo día, y en el apartamento de ella, se dignara el rey
aceptar otro banquete, junto con Amán (vv. 7, 8), con lo que da a entender que entonces
diría qué es lo que deseaba. Al obrar de esta manera sabía Ester que el rey lo tomaría
como una expresión de la gran reverencia hacia él y que no quería urgirle demasiado a
conceder lo que ella deseaba.
Versículos 9–14
1. El orgulloso Amán se hinchó de vanidad por el honor que Ester le hacía al
invitarle de nuevo a un banquete (v. 9): Salió Amán aquel día contento y alegre de
corazón. Pensó, quizá, que la reina se había quedado tan encantada con su conversación
que deseaba disfrutar de nuevo de su compañía.
2. Por su parte, Mardoqueo estaba tan resuelto como siempre a no prestar homenaje
a Amán: No se levantó ni se movió de su lugar cuando Amán salió de palacio (v. 9), por
lo que éste se llenó de ira contra Mardoqueo. Cuanto más hinchado de soberbia, tanto
más enojado se sentía Amán por el desaire de Mardoqueo. De buena gana le habría
atravesado con su espada, pero esperaba que pronto caería con el resto de los judíos y,
aunque tuvo que hacerse mucha fuerza, se refrenó de castigarle.
3. Su mujer y sus amigos le aconsejaron a Amán que, para vengarse de los desaires
de Mardoqueo, preparase una horca de cincuenta codos de altura y pidiese al día
siguiente al rey que colgaran a Mardoqueo en ella (v. 14). La propuesta agradó mucho
a Amán, quien mandó preparar inmediatamente la horca. Al ser tan alta, todos los
espectadores podrían contemplar la ejecución cómodamente.
CAPÍTULO 6
La situación adquiere en este capítulo un giro sorprendente. Cuando Amán esperaba
ser el juez de Mardoqueo, se ve obligado a ser su paje, con gran confusión y
mortificación por su parte. I. La providencia de Dios dispone que aquella noche halle
Mardoqueo gracia a los ojos del rey (vv. 1–3). II. Amán, que venía al banquete para
incitar al rey en contra de Mardoqueo, es empleado como instrumento del favor que el
rey desea otorgar a Mardoqueo (vv. 4–11). III. Sus amigos infieren de aquí que la
sentencia está pronunciada contra él (vv. 12–13), cuya ejecución leemos en el capítulo
7.
Versículos 1–3
Cuando Satanás había puesto en el corazón de Amán preparar la muerte de
Mardoqueo, Dios puso en el corazón del rey preparar el honor de Mardoqueo.
1. Aquella misma noche se le fue el sueño al rey (v. 1). El hebreo dice literalmente:
Se alejó del rey el sueño; como una sombra, que, cuanto más se persigue, más deprisa
huye. Una vez más el autor sagrado evita pronunciar el nombre de Dios, pues había de
esperarse que dijera: «Aquella misma noche, Jehová le quitó el sueño al rey». ¡Qué
misteriosa es la acción de Dios! Bullinger, en su magnífico comentario a Proverbios
21:1, dice: «¡Qué consuelo saber esto y estar seguro de ello! Aquella noche se le fue el
sueño al rey. ¡Una noche de insomnio! ¡Y al corazón del rey Dios le dio media vuelta:
fue revocado el edicto de los medos y los persas, y fue libertado Israel! ¡Oh, qué
sencillo! ¡Nunca jamás tratemos de limitar el poder de Dios, el poder omnímodo que se
requiere para inclinar el corazón del hombre! Ya sabemos lo difícil que resulta
convencer a un amigo sobre el más insignificante detalle. Pero recordemos que incluso
el corazón de un déspota oriental es inclinado por la omnipotente mano de Dios con la
misma facilidad con que los palguey mayim (los repartimientos de las aguas) son
inclinados con un sencillo movimiento del pie del hortelano».
2. Al no poder dormir, el rey quiso que le entretuvieran leyéndole los anales de su
reinado (v. 1). Dios dispuso que pidiese estas crónicas, más bien que alguna música que
le habría ayudado mejor a relajarse y llegar a conciliar el sueño.
3. El criado encargado de leer las crónicas estuvo leyendo largo rato, según da a
entender el verbo hebreo, hasta llegar a un episodio protagonizado por Mardoqueo.
Entre otras cosas, se halló escrito que Mardoqueo había descubierto un complot contra
la vida del rey (v. 2). Ya vimos en 2:23 de qué forma impidió Mardoqueo que el rey
fuese asesinado por dos oficiales de su guardia.
4. El rey preguntó entonces qué honra o distinción se hizo a Mardoqueo por esto (v.
3), ya que sospechó que este buen servicio no había sido premiado.
5. Los sirvientes le informaron de que no se le había recompensado a Mardoqueo
por este eminente servicio. A la puerta del rey había estado anteriormente y a la puerta
del rey seguía sentado. La humildad, la modestia y la abnegación, aun cuando a los ojos
de Dios tienen gran precio, de ordinario impiden que personas honestas y competentes
sean promocionadas. «El que se humilla será exaltado» es un adagio válido para el reino
de los cielos; para los reinos de este mundo, «el que se humilla será pisoteado».
Mardoqueo no sube más del último escalón que da acceso al palacio del rey, mientras
que el perverso Amán llega hasta el corazón y los oídos de Asuero; pero mientras los
ambiciosos suben deprisa los humildes pisan fuerte. En el momento actual, a pesar de su
magnífico servicio, lo que le espera a Mardoqueo es la destrucción inminente, igual que
a los demás judíos de Persia.
Versículos 4–11
1. Amán está tan impaciente por ver a Mardoqueo colgado (o más probable,
empalado) que acude muy temprano a la corte (v. 4), con el fin de obtener cuanto antes
el permiso del rey para la ejecución, cosa que espera conseguir a las primeras palabras.
Puede decirle al rey que confía tanto en la justicia de su petición y en el favor que el rey
le dispensa, que ya tiene preparada la horca para Mardoqueo. ¡Poco puede imaginarse
Amán que, por tanto madrugar, llega a palacio a la hora más inoportuna para él, pues es
el momento en que el rey está considerando cómo puede premiar la acción de
Mardoqueo!
2. El rey está tan impaciente por ver a Mardoqueo recompensado que pregunta:
«¿Quién está en el patio?» (v. 4); es decir, en el atrio exterior, pues nadie podía entrar
en el atrio interior sin ser llamado. Le responden que Amán (v. 5). «Que entre» dice el
rey ya que piensa que nadie mejor que él podía organizar el honroso homenaje que
había de rendirse a Mardoqueo, al ignorar por completo la tremenda enemistad que
había entre los dos. Amán se sintió muy honrado de que el rey, aun antes de levantarse
de su lecho, le hiciese entrar en su cámara. Esto significa que el corazón del rey está a
su favor. Pero los labios del rey están tan llenos de palabras como los de Amán, y el
superior debe hablar primero.
3. El rey pregunta a Amán cuál es el mejor modo de dispensar un favor regio a una
persona que el rey considera digna de tal honor (v. 6); ¿Qué se hará al hombre cuya
honra desea el rey?
4. Amán está tan seguro de que él mismo es esa persona favorita del rey que, por
tanto, prescribe las más altas expresiones de honor que puedan conferirse a un súbdito.
Piensa que saca tajada para sí mismo y se sirve con toda generosidad (vv. 8, 9).
5. El rey le confunde con el mandato expreso de que vaya de inmediato a conferir al
judío Mardoqueo dicho honor (v. 10). Amán esperaba que el rey dijese: «¡Tú eres ese
hombre!» Pero quedó como herido por un rayo al mandarle el rey, no sólo que dicho
honor fuese otorgado a Mardoqueo, sino que él mismo (Amán) tenía que prestárselo de
parte del rey ¡al judío Mardoqueo, el hombre a quien más aborrecía y cuya ejecución en
la horca tramaba con tanta precipitación!
6. Amán no se atreve ni a discutir la orden del rey ni siquiera a aparentar que le
disgusta, sino que, con la mayor repugnancia que pueda imaginarse, ejecutó
puntualmente lo que el rey le había ordenado (v. 11). Por lo que se deduce del contexto,
Mardoqueo apreció el servicio de Amán tan poco como había despreciado antes su
maldad.
Versículos 12–14
1. Cuán poco se envaneció Mardoqueo con el honor que le dispensó el rey por
medio de Amán, se echa de ver a continuación (v. 12): Después de esto Mardoqueo
volvió a la puerta real ¡como todos los días!
2. Amán se fue a su casa tan apesadumbrado que se cubrió la cabeza (v. 12) en señal
de duelo (v. 2 S. 15:30). Tener que prestar tal honor a su mayor enemigo era bastante
para quebrantar su orgulloso corazón.
3. Su mujer y sus amigos, que el día anterior le habían aconsejado y animado a
proceder contra Mardoqueo, añaden ahora fuego al horno, cambiada la suerte, y le
hacen ver que esto es muy mala señal para él. Los enemigos de Israel les llamaban a
veces «débiles judíos» (Neh. 4:2), pero otras veces, como ahora, los hallaban
«formidables judíos» (v. 13). ¡Amargura sobre amargura para el tan amargado Amán!
4. Aún estaban ellos (sus «sabios» y su mujer) hablando con él (v. 14), cuando los
criados del rey vinieron para llevárselo al banquete. El autor sagrado, que ya conoce el
desenlace, apresura la narración como quien ve a Amán en su caída deprisa por un
precipicio; pero quizá pensaría Amán que, después de todo, esta invitación era muy
oportuna para reanimarle y levantar un poco su honor decaído.
CAPÍTULO 7
En este segundo banquete al que el rey y Amán son invitados: I. La reina Ester
presenta al rey su petición a favor de ella y de su pueblo (vv. 1–4). II. Le dice llana y
lisamente al rey que Amán es el hombre que trama la ruina de ella y de todos sus
amigos (vv. 5, 6). III. Entonces el rey da orden de que cuelguen a Amán en la horca que
él había preparado para Mardoqueo, lo que se lleva a efecto de inmediato (vv. 7–10).
Versículos 1–6
El rey, de buen humor, y Amán, de mal humor, acuden al banquete de Ester.
1. Por tercera vez urge el rey a Ester a que le diga cuál es su petición, y por tercera
vez le hace la misma promesa de concederle lo que sea, aunque sea la mitad del reino
(v. 2).
2. Ester sorprende al rey con una petición de preservación para ella misma y para su
pueblo (vv. 3, 4). Se pone a sí misma en primer término, no por orgullo, sino para
impresionar al rey más efectivamente. (¿Quién podía atreverse a poner manos en la
reina favorita de Asuero?) Con gran sabiduría le expone el asunto: Si los judíos fuesen
vendidos como esclavos, el rey sacaría algún provecho con esto y Ester no diría una
palabra para no echar a perder esta nueva fuente de ingresos para el rey; pero con la
muerte de todos los judíos, el rey no va a sacar nada, en realidad, va a perder súbditos
fieles que trabajen para bien del país.
3. El rey se queda asombrado ante las palabras de Ester y pregunta (v. 5): ¿Quién es
y dónde está el que ha ensoberbecido su corazón para hacer esto? A veces, nos
quedamos asombrados cuando se menciona un pecado del que nosotros mismos somos
culpables (así le pasó a David—2 S. 12:5—). Asuero se asombra de la perversidad de la
que él mismo era culpable al consentir en firmar el terrible edicto contra los judíos. (No
obstante, como hace notar el rabino Goldman, Asuero no sabía que Ester era judía; por
tanto, no sabía a qué «pueblo» se refería ella. Nota del traductor).
4. Ester nombra ahora al hombre (v. 6): El enemigo y adversario es este malvado
Amán. Ester no dice expresamente que ella sea judía, a no ser que el autor sagrado se
haya callado otras frases que Ester pudo añadir; pero lo que dice es suficientemente
claro como para que tanto el rey como Amán se percaten de que lo es.
5. Amán se da cuenta en seguida del peligro que le amenaza: Se turbó Amán delante
del rey y de la reina. ¡Buen motivo tenía para turbarse al tener a la reina por fiscal, al
rey por juez y a su propia conciencia por testigo!
Versículos 7–10
1. El rey, enfurecido, se levanta de la mesa y sale al huerto (v. 7), no por otra razón,
sino porque la declaración de Ester le crispó los nervios y le impidió estarse quieto;
sobre todo, al considerar que aquel Amán, a quien tanto había favorecido y a quien
había nombrado primer ministro le había incitado a firmar un edicto tan cruel contra los
judíos, en el que quedaba incluida su reina favorita.
2. Amán, que conocía bien al rey, interpretó correctamente su actitud y previó lo que
se cernía sobre él; así que se lanzó a los pies de Ester, e intentó un último recurso para
salvar la vida mediante petición de clemencia, pues pensaba que una intervención
misericordiosa de ella podría prevalecer contra la ira del rey. ¡Cuán bajo aparece Amán
a los pies de Ester y cuán grande aparece Ester! Día vendrá en que los que odian y
persiguen a los elegidos de Dios querrían haber sido sus amigos y protegidos.
3. Vuelve el rey a la mesa, y todavía le exaspera más la escena que contempla. Al
interpretar mal la postura de Amán, piensa que se propone asaltar a la reina en el propio
palacio (v. 8), y da inmediatamente orden de ejecución.
4. Los servidores del rey, que tantas veces habrían buscado el favor de Amán
cuando brillaba la estrella de éste, ahora que le ven caído se apresuran no sólo a ejecutar
la orden del rey, sino a lanzar una nueva acusación contra Amán. Después de cubrirle el
rostro, signo de sentencia de muerte, descubren al rey lo de la horca que había
preparado para Mardoqueo. Seguramente que Harboná había visto la horca cuando fue a
casa de Amán para traerlo al banquete (v. 9).
5. El rey dio orden de que colgasen a Amán en la horca, así se hizo (vv. 9, 10), con
lo que se apaciguó la ira del rey.
CAPÍTULO 8
I. Amán soñaba con amasar una fortuna para sí, pero toda su hacienda fue
confiscada por traición y entregada a Ester y a Mardoqueo (vv. 1, 2). II. Amán tramaba
la ruina de los judíos; en cuanto a esto: 1. Ester intercede para que se revoque el edicto
contra ellos (vv. 3–6). 2. Se revoca, en efecto, mediante otro edicto por el que se
autoriza a los judíos a defenderse por sí mismos de sus enemigos (vv. 7–14). III. Esto
ocasiona gran júbilo entre los judíos y sus amigos (vv. 15–17).
Versículos 1–2
Una vez que Amán fue ajusticiado por traidor, su hacienda fue a parar a la corona y
el rey la dio a Ester. Mardoqueo fue promovido al cargo de primer ministro. La
expresión «vino delante del rey» (v. 1) significa que fue elevado a la categoría de los
funcionarios de más alto rango que veían la cara del rey (1:14, lit.), porque Ester
declaró al rey lo que él era respecto de ella, es decir, su primo y tutor. Tan humilde,
modesto y generoso era Mardoqueo, que hasta entonces había ocultado el parentesco
que le unía con la reina favorita del imperio. Todo el poder y el favor de que había
disfrutado Amán es transferido a Mardoqueo. En señal de ello se quitó el rey el anillo
que recogió de Amán, y lo dio a Mardoqueo (v. 2), indicio de que podía actuar y firmar
documentos en nombre del rey. Ester, por su parte, nombró a su primo administrador de
su hacienda: Puso a Mardoqueo sobre la casa de Amán.
Versículos 3–14
1. Aunque el peor enemigo de los judíos había sido ajusticiado y tanto Ester como
Mardoqueo quedaban suficientemente protegidos, Ester entra de nuevo sin ser llamada,
a la habitación del trono e intercede por el resto de su pueblo (v. 3), sobre el que pendía
aún el decreto de destrucción. Su presencia fue de nuevo bien acogida por el rey, quien
le extendió el cetro de oro (v. 4). Ester presenta su petición con lágrimas y tierno afecto
(vv. 3, 5). Cada lágrima suya era más valiosa que cada una de las perlas con que iba
adornada. Dice: «… si le parece acertado al rey y yo soy agradable a sus ojos» (v. 5).
Presenta el edicto anterior como cosa de Amán: «la trama de Amán», no del rey, con lo
que insinúa que el decreto es revocable al no ser del rey. Y ahora que el rey sabe que
ella es judía, refuerza su petición con patéticas expresiones (v. 6): Porque ¿cómo podré
yo ver la desgracia que amenaza a mi pueblo y la ruina de mi pueblo?
2. El rey halla un medio de impedir que se consume la trama de Amán sin que se
revoque el edicto anterior formalmente. Hace saber a Ester y a Mardoqueo (v. 8) que,
aunque la trama era de Amán, el edicto había sido sellado con el sello del rey y, por
tanto, no podía ser revocado. Sin embargo, el rey dio otro edicto en el que autoriza a
Ester y a Mardoqueo a que lo sellaran con el sello real por el cual se daban poderes a los
judíos de todas las provincias del imperio para que se defendieran por sí mismos de
cualquier ataque que se les hiciera (vv. 8–14). Se les daban incluso poderes para pasar a
la ofensiva contra los asaltantes, prontos a destruir, y matar y acabar con toda fuerza
armada del pueblo o provincia que viniese contra ellos (v. 11). Con esto se echa de ver:
(a) La amabilidad de Asuero hacia los judíos al proveer suficientemente para su
seguridad, ya que el segundo decreto representaba implícitamente una revocación del
anterior. (B) Lo absurdo de una constitución en la que se prohíbe a la primera autoridad
de la nación revocar sus propios decretos, pues puso al rey en la necesidad de autorizar
en sus dominios una verdadera guerra civil entre los judíos y sus enemigos, de forma
que ambas facciones tomaban las armas en virtud de una orden del rey, aun cuando eso
fuese contra la autoridad del rey y contra el bien común del país.
Versículos 15–17
Otro festivo cambio de escena: Mardoqueo, vestido de púrpura; los judíos, en pleno
regocijo. Tras obtener el edicto en que se daba a los judíos el derecho a defenderse,
Mardoqueo está satisfecho y dispuesto a salir en procesión por la capital, vestido con
vestiduras regias: vestido real de azul y blanco, una gran corona de oro y un manto de
lino y púrpura (v. 15). Eran señales del favor del rey y frutos de la Providencia de Dios.
La ciudad de Susa, la capital del imperio, en la que había bastantes ciudadanos sensatos
y de buen corazón (3:15), se alegró y regocijó entonces (v. 15). Los judíos, por
supuesto, rebosaban de gozo (v. 16): Tuvieron luz y alegría, y gozo y honra. Estas
palabras se incluyen en el culto familiar de los judíos al final del día de reposo, con la
añadidura de: «Así sea con nosotros». Un buen día (v. 17, lit.), frase que ocurre
únicamente en Ester y en 1 Samuel 25:8, significa un día feliz. El versículo 17 añade
que «muchos de entre los pueblos de la tierra se hacían judíos» (lit. se judaizaron). La
frase suele ser interpretada como que «abrazaron la religión del judaísmo como
prosélitos» (Ryrie). Los LXX y Josefo añaden que estos prosélitos se circuncidaron. Sin
embargo, el rabino Goldman advierte que el verbo hebreo (mityahadim) nunca se usa
en la Biblia ni en los escritos rabínicos para indicar «hacerse prosélito judío», por lo que
opta por la traducción: «se pusieron de parte de los judíos».
CAPÍTULO 9
Vemos: I. Cuán glorioso fue para los judíos aquel día (y los dos días siguientes): día
de victoria y triunfo, tanto en la capital como en las provincias del reino (vv. 1–19). II.
La fijación de una fiesta anual, a fin de que la posteridad conmemorase cada año esta
gran liberación (vv. 20–32).
Versículos 1–19
I. Tenemos ahora dos edictos vigentes, ambos dados en Susa: uno que lleva la fecha
de trece del primer mes, que ordena que el trece del mes duodécimo del mismo año sean
matados todos los judíos; el otro con fecha de veintitrés del tercer mes del mismo año,
que autoriza a los judíos a defenderse contra los atacantes. La causa de los judíos se
había de poner a prueba por la fuerza de las armas y en fecha fijada por la autoridad del
rey. Ninguno de los dos bandos podía ser tildado de rebelde, pues ambos gozaban de la
autorización del rey. Los enemigos decidieron no perder las ventajas que les concedía el
primer edicto, con la esperanza puesta en los números. Los judíos estaban preparados
para actuar conforme a la autorización del segundo edicto, pero con la esperanza puesta
únicamente en la bondad de su Dios y en la justicia de su causa.
II. Los enemigos fueron los agresores, pero los judíos fueron los vencedores.
1. El mismo día en que el decreto del rey para destrucción de los judíos se había de
llevar a cabo, y que los enemigos pensaban que iba a ser el día de ellos, demostró ser el
día de Dios (Sal. 37:13). Los judíos se reunieron en sus ciudades (v. 2), dispuestos a
defenderse contra todos, sin adelantarse a ofender a ninguno. Si no hubiesen tenido un
edicto a su favor, habrían tenido que morir a manos de sus enemigos, pero, autorizados
por el edicto del rey, se defendieron legalmente. Si hubiesen actuado por separado, cada
familia por su lado, habrían sido fácil presa de sus enemigos, pero al actuar unidos y de
acuerdo, se fortalecieron mutuamente las manos y se atrevieron a plantar cara a sus
enemigos.
2. Todos los oficiales y funcionarios del rey que, en virtud del primer edicto, debían
procurar la destrucción de los judíos (3:12, 13), apoyaban a los judíos, conforme al
segundo edicto (v. 3), lo que inclinó la balanza del lado de ellos. Las provincias, como
suele ocurrir, actuaron según la inclinación de sus gobernadores, y, por ello al ver que
las autoridades estaban a favor de los judíos, siguieron su ejemplo. Pero, ¿por qué
apoyaban a los judíos? Porque el temor de Mardoqueo había caído sobre ellos (v. 3).
Con Mardoqueo como primer ministro de la nación, los gobernadores de las provincias
no tenían otra alternativa que apoyar a los judíos si no querían ser castigados
severamente.
3. Tan animados estaban los judíos y tan acobardados estaban sus enemigos, que no
escapó ninguno de los que estaban señalados para ser ejecutados. El 13 del mes Adar
mataron en la capital a 500 hombres (v. 6), así como a los diez hijos de Amán (vv. 7–
10), cuyos nombres figuran en la Biblia Hebrea en una columna vertical que expresa
gráficamente la forma en que fueron colgados. Dice el rabino Goldman que «es
costumbre en la fiesta de los Purim, al leer estos diez nombres, hacerlo de un solo
aliento (esto es, en una sola respiración), porque, según el Talmud, los diez murieron a
la vez». El día 14 mataron en Susa a otros 300 más (v. 15), que habían escapado de la
ejecución del día anterior. Esto se hizo a petición de Ester, a fin de evitar un importante
foco de enemigos.
4. Lo que les justificaba para matar a tantas personas es que lo hicieron en legítima
defensa: se pusieron en defensa de su vida (v. 16), pues gozaban, además, de la
autorización del rey. De que no se excedieron en el poder que el edicto les concedía, da
fe el que no tocaron sus bienes (frase que ocurre tres veces: vv. 10, 15, 16), aun cuando
el edicto real les autorizaba para ello (8:11: «y apoderarse de sus bienes»). No lo
hicieron: (A) Para honrar su religión al dar evidencia de menosprecio de los bienes
terrenales, e imitar así a su patriarca Abraham, quien se negó a enriquecerse con los
despojos de Sodoma (Gn. 14:22, 23). (B) Especialmente, mostraban así que sólo habían
luchado para defenderse, aprovechándose de la influencia que tenían en la corte, no para
aumentar sus haciendas, sino para preservar sus vidas.
5. La comisión que les confiaba el edicto les autorizaba también a matar aun a los
niños y las mujeres (8:11) pero su humanidad les impidió hacerlo. Sólo mataron a los
que hallaron con las armas en la mano; ésta fue otra razón para que no tomaran los
despojos, pues así quedaban bienes para las mujeres y los niños. Actuaron con una
consideración digna de imitar.
Versículos 20–23
I. Para perpetuar en la posteridad el recuerdo de estos hechos escribió Mardoqueo
estas cosas (v. 20), no todo el libro de Ester, sino lo que sigue acerca de los
acontecimientos de aquellos días. Nunca han faltado, sin embargo, los que han
sostenido la opinión de que, en efecto, fue Mardoqueo quien escribió Ester (entre ellos,
el famoso rabino Rashí). En este caso, es de notar la diferencia entre los libros de
Nehemías y Ester. Nehemías menciona a cada paso el nombre de Dios; Mardoqueo,
nunca (Dios «escondía su rostro», conforme a Deuteronomio 31:18; hay que tener en
cuenta, además, que Nehemías escribió en Jerusalén, el centro de la religión judía,
mientras que Mardoqueo escribía en el palacio de la corte persa, lugar más a propósito
para la política que para la piedad). Pero el estilo mismo del libro parece indicar que fue
extraído de los anales de los reyes de Persia, ya que en Ester hay muy poco del
«lenguaje de Canaán».
II. Se instituyó una festividad para ser observada anualmente por los judíos, de
generación en generación, en recuerdo de la maravillosa obra que Dios había llevado a
cabo a favor de ellos (Sal. 78:6, 7): «Para que lo sepa la generación venidera, y los
hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan
en Dios su confianza». Ya que la posteridad había de disfrutar del beneficio de esta
liberación, estaba puesto en razón que celebrase su recuerdo. Acerca de esta fiesta:
1. Fue observada cada año los días 14 y 15 del mes duodécimo (Adar), justamente
un mes antes de la Pascua (v. 21). Guardaron dos días de fiesta, y no pensaban que
fuese demasiado tiempo para dar gracias y alabar a Dios. El día 14 reposaron los judíos
de provincias; el día 15, los de la capital.
2. Se llamó la fiesta de los Purim (v. 26), por el nombre Pur cuyo significado ya se
ha explicado anteriormente. Así como Amán había determinado, por suerte, destruir a
todos los judíos de Persia (3:7), así también Dios, que es el que decide las suertes (Pr.
16:33) determinó que fuese el tiempo de la liberación de los judíos.
3. La fiesta no era de institución divina (no fue mandada por Dios) y, por eso, no se
la llama día santo, sino día bueno (vv. 19, 22), por ser de institución humana. (A)
Fueron los judíos quienes establecieron la celebración de estos dos días (v. 27), y
aceptaron hacer, según habían comenzado … (v. 23). (B) Mardoqueo y Ester
confirmaron esta resolución para que así fuera considerada como obligatoria por la
posteridad, a lo que contribuía el gran prestigio de los dos nombres. Suscribieron la
carta: (a) Con plena autoridad (v. 29), ya que Ester era la reina y Mardoqueo el primer
ministro. (b) Con palabras de paz y de verdad (v. 30), es decir, con un mensaje de
felicitación cordial y sincera. La autoridad es compatible con la ternura.
4. Había de ser observada por todos los judíos, por su descendencia y por todos los
allegados a ellos, es decir, por los prosélitos, pues aquí el verbo da a entender este
sentido. La unión y la unanimidad en el gozo y en la alabanza es una de las marcas de la
comunión de los santos.
5. Había de ser también observada a fin de que el memorial de las grandes cosas que
Dios había hecho por su pueblo jamás dejara de ser recordado por su descendencia (v.
28). Cuando Ester vino a la presencia del rey con peligro de su vida, consiguió que el
primer edicto fuese revocado (v. 25). También esto había de ser recordado. Las buenas
acciones a favor del Israel de Dios habían, y han, de ser recordadas para animar a otros
a hacer lo mismo. Cuanto más hayamos clamado a Dios en nuestros apuros y orado por
nuestra liberación, tanto más obligados estamos a ser agradecidos a Dios cuando nos ha
otorgado su favor y nos ha libertado.
6. Cómo había de ser observada. (A) Como días de alegría, de banquete y de gozo
(v. 22). (B) Como días de generosidad, enviando porciones cada uno a su vecino, en
señal de mutuo respeto y de solidaridad en el triunfo, lo mismo que en la aflicción
anterior. No hay cosa que más una que el haber pasado juntos por momentos de apuro.
(C) Como días de caridad, enviando … dádivas a los pobres. Quienes han recibido
misericordia deben, en señal de gratitud, mostrar misericordia. El sacrificio de alabanza
y el de hacer el bien (He. 13:15, 16) deben ir juntos, a fin de que nuestro regocijo en la
alabanza de Dios por sus favores sea compartido por quienes están más necesitados que
nosotros. Según el Talmud, los judíos en esta fiesta deben, dar dádivas por lo menos a
dos pobres (sin duda para observar el plural del texto sagrado. Nota del traductor.)
Cuando celebran esta fiesta, leen cada día en la sinagoga toda esta historia y elevan a
Dios tres oraciones: la primera, para alabarle por permitirles asistir a estos servicios; la
segunda, para darle gracias por esta milagrosa preservación de sus antepasados, y la
tercera, para alabarle por haber vivido lo suficiente para observar de nuevo la fiesta en
memoria de aquella preservación.
CAPÍTULO 10
Este capítulo es como un apéndice del libro, para poner de relieve:
I. El poder de Asuero como rey (vv. 1, 2), y II. La gloria de Mardoqueo, su primer
ministro, y la bendición tan grande que fue para su pueblo (vv. 2, 3). En la versión de
los LXX este capítulo tiene diez verss. más (13 en total) apócrifos, así como otros seis
capítulos más que allí aparecen, también apócrifos.
Versículos 1–3
1. Vemos aquí cuán grande y poderoso era el rey Asuero. Dominaba sobre una vasta
extensión de terreno, tanto en el continente asiático como en las islas adyacentes a las
costas del Mediterráneo; de todos estos lugares obtenía pingües ingresos. Además de los
acostumbrados impuestos que exigían los reyes de Persia (Esd. 4:13), él añadió un
tributo especial a sus súbditos, un tributo forzado (nota del traductor), según opinan
Brown-Driver-Briggs en su gran Diccionario Hebreo, los cuales añaden que éste es el
único lugar de la Biblia en que el vocablo hebreo mas significa tributo. El rabino
Goldman, sin embargo, insiste en que dicho vocablo significa siempre «trabajo forzado»
y, por tanto, ha de conservarse también aquí dicho sentido. La Nueva Biblia Española lo
ha traducido por «prestaciones personales», lo cual me parece lo más adecuado en este
contexto. También se refiere el texto sagrado a todos los hechos de poder y autoridad
de Asuero, de los que nada más nos dice la Biblia, la cual se ocupa de los poderes
extranjeros solamente en tanto en cuanto tienen que ver con la historia del pueblo
escogido.
2. Vemos también el prestigio de Mardoqueo y la gran bendición que fue para su
pueblo. Por largo tiempo había estado sentado a la puerta de palacio, pero aquí le vemos
altamente situado. Mardoqueo debía de ser de edad avanzada ya por entonces, pues
ocho años después de su promoción (465 a. de C.) la historia presenta a otra persona
que ocupa el cargo de primer ministro en la corte persa. Su prestigio quedó consignado
por escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Media y de Persia (v. 2), con lo
que se da a entender que contribuyó grandemente a los éxitos de Asuero. Fue asimismo
grande entre los judíos (v. 3). Nótese que no dice sobre los judíos, aunque ciertamente
lo estaba por su gran autoridad, sino entre los judíos, como uno de ellos; alguien que los
amaba y que era respetado y estimado por la multitud de sus hermanos. Procuró el
bienestar de su pueblo; hizo el bien porque era bueno, y demostró ser bueno porque
hacía el bien. Aunque los judíos eran allí extranjeros, cautivos, despreciados y
dispersos, no se tuvo a menos de reconocerles como hermanos suyos. Si fue él quien
escribió el libro o, al menos esta última parte, es de notar que se llama a sí mismo
Mardoqueo el judío (v. 3). No buscó su propio interés ni procuró amasar una fortuna
para sí y su familia. Usó su poder, su cargo y su influencia con el rey y la reina para el
bien común. No se puso a favor de un partido del pueblo en contra de otro, sino que,
fuesen cuales fuesen las diferencias entre ellos, él fue como el padre común de todos
ellos.

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Ester

  • 1. ESTER El libro de Ester es especial en varios aspectos, pero los principales son: 1) Es el libro de la Biblia más popular entre los judíos, por su especial dramatismo y sus bien señalados protagonistas: Amán: el villano; Ester: la heroína; Mardoqueo (cuyo verdadero nombre es Mordecay): el héroe. Parece tipificar la suerte continua de los judíos, a lo largo de los siglos, siempre perseguidos y al final triunfantes. 2) Es el único libro de la Biblia en que no se nombra ni una sola vez el nombre de Dios, aunque su Providencia se palpa en cada línea (especial mención merece 4:14). Además, Bullinger ha demostrado que el nombre Jehová se insinúa con frecuencia, y en las más variadas formas, de forma críptica, esto es, oculta al lector. 3) En él se halla el versículo más largo de toda la Biblia (8:9). Se desconoce el autor, pero es evidente que fue un judío que conocía maravillosamente las costumbres de la corte de Persia. Aquí vemos: I. Cómo llegaron a estar en la corte del rey de Persia Ester como reina y Mardoqueo (es probable) como funcionario (caps. 1 y 2). II. Cómo obtuvo del rey el amalecita Amán un decreto para destruir a todos los judíos habitantes en el país (cap. 3). III. Apuro en que éstos se hallaron (cap. 4). IV. Fracasa el complot de Amán contra la vida de Mardoqueo (caps. 5 al 7). V. También fracasa el complot general de Amán contra los judíos (cap. 8). VI. El interés que se puso en que este último acontecimiento fuese recordado perpetuamente (caps. 9 y 10). CAPÍTULO 1 El objeto de este relato es mostrar cómo llegó la hebrea Ester a ser reina de Persia y, así, instrumento para la liberación de los judíos en aquel país. Vemos aquí al rey Asuero: I. En su gran fiesta y el banquete que dio a los magnates del país (vv. 1–9). II. En su arrebato de ira, durante el cual repudió a la reina Vastí por no acudir ésta a su llamamiento (vv. 10–22). Versículos 1–9 I. Nombre y poderío del que a la sazón era rey de Persia. 1. No cabe hoy duda de que este Asuero (hebreo Ajashwerosh) es Jerjes I (485–464 a. de C.). 2. En tiempos de Ciro y de Darío I el reino de Persia tenía 120 provincias (Dn. 6:1); ahora, 127, desde la India hasta Etiopía (v. 1). Se había hecho tan extraordinariamente grande como extraordinaria iba a ser su caída. II. La gran pompa y magnificencia de su corte. Dio a sus magnates el más extravagante banquete «para mostrarles las riquezas de la gloria de su reino, el brillo y la magnificencia de su poder» (v. 4). ¡Vanagloria inútil! Si hubiese mostrado las riquezas de su reino como hicieron algunos de sus sucesores, en contribuir para la edificación del templo (Esd. 6:8; 7:22), habría logrado mejor fama y brillo. Asuero celebró en esta ocasión dos fiestas: 1. Una para los príncipes y cortesanos (vv. 3, 4), la cual duró 180 días (medio año). 2. Otra, a todo el pueblo, que duró siete días, en el patio del huerto del palacio real (v. 5). Las tiendas que se levantaron para esta ocasión eran finas y lujosas, lo mismo que los reclinatorios o divanes y el pavimento (v. 6). III. El buen orden que se observó, en varios aspectos, en estas fiestas, aunque la paráfrasis caldea dice que se usaron entonces los utensilios del santuario de Jerusalén, con gran pena de los judíos devotos. Dos aspectos laudables aparecen aquí: 1. Que el beber era según ley, quizás una ley reciente; a nadie se le obligaba a beber con necia insistencia, en lo que un príncipe pagano, aun en días en que quería mostrar su magnificencia, puede avergonzar a muchos que se llaman a sí mismos cristianos, pero creen que no cumplen bien con sus invitados si no insisten en hacerles beber hasta que se embriagan, con lo que incitan al pecado. 2. No hubo bailes de hombres con mujeres, pues la reina Vastí hizo banquete aparte para las mujeres (v. 9). Así, mientras el rey
  • 2. mostró el honor de su majestad, ella y sus mujeres mostraron el honor de su modestia, que es la verdadera majestad del sexo débil. Versículos 10–22 La fiesta de Asuero terminó mal por su propia necedad; la desavenencia entre el rey y la reina hizo que la fiesta acabase de manera abrupta y que los invitados se retirasen en silencio y avergonzados. 1. Fue una necia debilidad de parte del rey, al estar alegre del vino, mandar traer a la reina con la corona regia y, según el Talmud, desnuda, para mostrarla así a un grupo de hombres tan alegres por el vino como él (vv. 10, 11). Con ello: (A) Se deshonraba a sí mismo como marido, cuando debía ser como un velo para los ojos de todos (Gn. 20:16) con respecto a ella. (B) La deshonraba sobre todo a ella al pretender presentarla desnuda ante los ojos lascivos de los comensales. 2. Ella se negó a venir (v. 12) aunque la orden era llevada por los siete ayudantes del rey. Discuten los autores si hizo bien o mal en desobedecer. La mayoría opinan que hizo bien. Otros piensan que «quizá desobedeció de manera altiva, burlándose de la orden del rey» (M. Henry—nota del traductor—), lo cual habría sido malo. De todos modos, ¡qué desaire tan tremendo para el rey! No es de extrañar que se enojara y ardiera en ira. El dueño de 127 provincias no pudo dominarse a sí mismo. 3. Pero, aun cuando estaba ardiendo en ira, no quiso decidir nada sin el aviso de sus consejeros. De éstos se dice que conocían los tiempos, es decir (como sugiere la frase paralela), sabían la ley y el derecho (v. 13). Eran hombres de confianza del rey, pues veían la cara del rey (v. 14, lit.), es decir, tenían acceso a la presencia del rey en todo tiempo, excepto cuando estaba acompañado por alguna de sus esposas. (A) La pregunta que el rey expuso a este consejo (v. 15): Qué se había de hacer con la reina Vastí según la ley. (B) Propuesta de Memucán (vv. 16, 20): Que fuese repudiada por desobediencia, ya que: (a) El desaire de Vastí no afectaba solamente al rey, sino a todo el imperio. (b) Un decreto de repudio contra Vastí reforzaría la autoridad de todos los maridos. (C) Se dio, pues, el decreto (irreversible como todas las leyes de Persia) conforme al consejo de Memucán, en el que se daba a entender que la reina era repudiada por contumacia según ley, y que toda mujer que se insubordinara contra su marido de manera semejante, no había de esperar mejor trato (vv. 21, 22). ¿Acaso eran mejores que la reina? CAPÍTULO 2 Dos factores se perfilan ya a favor de la liberación de los judíos: I. La promoción de Ester a la corona en lugar de Vastí (vv. 1–20). II. El buen servicio que había prestado Mardoqueo al rey al descubrir un complot contra su vida (vv. 21–23). Versículos 1–20 Vastí es depuesta por su arrogancia, y Ester es elevada por su humildad. Obsérvese: 1. La extravagancia del rey después de la deposición de Vastí. Dice Josefo, y muchos otros comentaristas judíos (al interpretar en este sentido la frase del v. 1: «se acordó de Vastí»), que le penó a Asuero haberla depuesto, pero no pudo reconciliarse con ella porque el decreto era irrevocable. Para olvidarla, pues, pensó en reunir un gran harén de concubinas; así, hizo buscar por todo el imperio las jóvenes vírgenes más bellas (v. 3). El rey se encargaría de mantenerlas y ya no se podían casar con ningún otro hombre. Por aquí se echa de ver la absurda maldad de quienes estaban destituidos de la divina revelación y, en castigo de su idolatría, entregados a sus viles concupiscencias y al quebrantar también la ley original del matrimonio: un hombre con una mujer, y para siempre. Véase también cuán necesario era el Evangelio de Cristo para purificar de sus viles pasiones a los hombres y restituir la original dignidad del matrimonio.
  • 3. 2. La providencia de Dios al ordenar las cosas de forma que Ester llegase a ser reina en lugar de Vastí. Notemos: (A) Su origen y carácter: (a) Era hebrea, hija de deportados, huérfana de padre y madre y dejada así al cuidado de Dios (Sal. 27:10), había sido adoptada por su primo Mardoqueo (v. 7). (b) Era muy hermosa: «De hermosa figura y de buen parecer». Su mayor hermosura estaba en su virtud y en su prudencia, pero siempre es una ventaja para un diamante tener un buen engaste. (c) Su primo Mardoqueo la adoptó como hija (v. 7) y ella le obedecía como a padre (v. 10). Esto ha de servir de ánimo a quienes no tienen hijos; muchos que han adoptado y criado huérfanos han vivido lo suficiente para ver el buen fruto de su generosidad. Dos detalles son dignos de notar en este punto: Primero: Se dice de Mardoqueo que había sido transportado a Babilonia con Jeconías. Aunque hubiese sido entonces (596 a. de C.) un niño de pecho, habría tenido 122 años cuando comenzó a ser primer ministro de Asuero (474 a. de C.), y continuar en el puesto por bastante tiempo después (10:2 y ss.); por lo que los mejores comentaristas lo interpretan como que fue deportado por decirlo en el lenguaje de Hebreos 7:10, en los lomos de sus antepasados. Segundo: Mardoqueo le mandó que no dijera su origen (v. 10), y ella obedeció (v. 20). La razón para esta orden de Mardoqueo aparece muy sencilla: Si el rey sabía de antemano que Ester era judía, la habría rechazado y se habría desperdiciado la oportunidad providencial (4:14) de que fuese instrumento, en manos de Dios, para la liberación de los judíos. (B) Su promoción, ¡Quién habría soñado que una hebrea, cautiva y huérfana, hubiese nacido para ser reina de Persia! Al encargado de las mujeres le cayó en gracia (v. 9), la honró y la ayudó cuanto pudo. El rey se enamoró de ella (v. 17): El rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres. Así que no se tomó más tiempo para deliberar, sino que puso la corona real en su cabeza y la hizo reina en lugar de Vastí. Con ocasión de esto hizo el rey una gran, fiesta (v. 18) y declaró una especie de amnistía (lit. hizo alivio a las provincias), lo cual puede interpretarse en sentido de exención o rebaja de tributos, licenciamiento de presos y condenados a trabajos forzados, etc. Entretanto, Mardoqueo estaba sentado a la puerta del rey (v. 19). La expresión, que se repite en el versículo 21, no significa que ejerciese algún alto cargo en la corte, según suponen algunos autores (entre ellos, M. Henry—nota del traductor—), sino simplemente, como observa el rabino Goldman, «es probable que desease obtener noticias de Ester». Versículos 21–23 Se registra aquí el buen servicio que Mardoqueo hizo al rey al descubrir un complot contra su vida, porque se ha de mencionar de nuevo para explicar la promoción de Mardoqueo. No se da todavía ningún paso para la destrucción del plan de Amán contra los judíos, pero sí se dan varios pasos en la ordenación que Dios dispone para libertarlos. Dios le da ahora a Mardoqueo la oportunidad de otorgar a los judíos un mejor beneficio. 1. Dos de los servidores que tenían acceso a las habitaciones privadas del rey quisieron darle muerte (v. 21); según el Targum, echándole veneno al vino de la mesa real. 2. Se enteró Mardoqueo de la conspiración, quizás al oír una conversación que él pudo entender por su dominio del idioma y, por medio de Ester, lo denunció al rey, con lo que, de paso, hizo que ella ganase varios puntos en el favor y afecto de Asuero. 3. Los traidores fueron ahorcados como se merecían una vez que, hecha investigación, se descubrió que el suceso era cierto (v. 23), y el episodio quedó consignado en los anales de la corte real, con la mención específica de Mardoqueo como descubridor del complot. CAPÍTULO 3
  • 4. Se abre el capítulo en medio de sombras siniestras, que amenazan con la destrucción de todos los judíos de Persia. I. Amán es hecho favorito del rey (v. 1). II. Mardoqueo se niega a rendirle homenaje (vv. 2–4). III. Amán jura vengarse de esto por medio de una persecución general contra los judíos (vv. 5, 6). IV. Obtiene, mediante malvadas sugerencias, que el rey ordene un día de matanza general de los judíos (vv. 7–13). V. La orden es publicada en todo el imperio (vv. 14, 15). Versículos 1–6 I. Amán es hecho primer ministro y reverenciado por todo el pueblo. Este hombre era agagueo (o agaguita), es decir, descendiente de Agag el amalecita (Nm. 24:7). Si el Cis de 2:5 es el padre de Saúl, se explica mejor la tremenda enemistad de Amán contra Mardoqueo. No se sabe por qué se prendó de él el rey, ya que era un hombre orgulloso, cobarde y vengativo. ¡Caprichos de rey! II. Mardoqueo, por mucho que le instaron, se negó a rendir homenaje a Amán (vv. 3–5). Hay autores que critican como altiva esta actitud de Mardoqueo, pero tenía varios motivos para obrar así: 1. Dar tales honores a un perverso era, de algún modo, menoscabar el honor debido a Dios. En 13:12–14 (capítulo apócrifo de este libro), Mardoqueo se dirige a Dios de esta manera: «Tú sabes, Señor, que, no por altivez ni por soberbia, ni por amor propio, hice esto de no prosternarme ante el orgulloso Amán, porque dispuesto estaba a besar las plantas de sus pies para salud de Israel. Mas hice esto para no poner la gloria del hombre por encima de la gloria de Dios». 2. Es muy probable que Amán se arrogase honores divinos. El Midrash dice que llevaba en el vestido la imagen de un ídolo. Así que Mardoqueo no podía arrodillarse ante él por motivos de conciencia. 3. Creyó cometer una vileza arrodillándose ante un amalecita, cuando Dios les había jurado perpetua guerra (Éx. 17:16) y había ordenado solemnemente (Dt. 25:19): «Borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo». III. Amán se enfurece y trama venganza contra los judíos. Alguien que procuraba granjearse el favor de Amán se dio cuenta de la actitud de Mardoqueo, para ver si se mantendría firme en su dicho (v. 4) o se quebraría o doblegaría. Amán mismo se dio cuenta (v. 5) y se llenó de ira. Decidió de inmediato que no sólo Mardoqueo, sino miles de judíos habían de morir para dar satisfacción a la afrenta que se le hacía, una vez que él había declarado que era judío (v. 4) y que por eso no prestaba homenaje a Amán. Versículos 7–15 Amán sólo necesita el permiso del rey para satisfacer su deseo de venganza, y lo va a obtener. 1. Presenta maliciosamente ante el rey una falsa sugerencia acerca del carácter y conducta de los judíos, pues quiere hacerle creer: (A) Que son un pueblo despreciable y que la corona se desprestigia dándoles alojamiento en el país (v. 8): «Hay un pueblo esparcido … por todas las provincias de tu reino, que forman una banda de fugitivos y cuyas costumbres les convierten en una carga para los lugares donde moran». (B) Que son un pueblo peligroso: «No guardan las leyes del reino, y son perjudiciales al país porque constituyen un foco de rebelión». 2. Pide permiso para acabar con ellos (v. 9). Sabía que había mucha gente que odiaba a los judíos. Decrete, pues, el rey que sean destruidos. Él, a cambio, dará diez mil talentos a la hacienda pública a fin de compensar al gobierno por la pérdida de ingresos consiguiente a la destrucción de tantos miles de súbditos del reino. Amán ya sabía cómo reembolsarse ese dinero apoderándose de los bienes de los ajusticiados (v. 13), a fin de que fueran éstos quienes pagasen el coste de la operación. 3. Obtiene lo que deseaba: plena comisión para hacer con los judíos como le plazca (vv. 10, 11). El rey se hallaba tan hechizado por Amán que estaba dispuesto a creer lo peor acerca de los judíos y, por eso, los puso en las manos de Amán, como corderos en
  • 5. boca del lobo, e incluso le dispensó de pagar los diez mil talentos: La plata que ofreces sea para ti, y asimismo el pueblo, para que hagas de él lo que bien te parezca. 4. Amán había consultado a los adivinos para que le dijesen cuál era el momento más oportuno para llevar a cabo la masacre que tramaba (v. 7). ¡Qué coincidencia! La suerte, por medio del pur (vocablo que en asirio significa «piedra»—para echar suertes—), fue echada en el primer mes, el mismo en que habían sido libertados de Egipto los israelitas, en el año duodécimo del rey, es decir, cuando Ester llevaba cinco años de reina. Como la suerte dio el mes duodécimo, Mardoqueo y Ester tenían once meses de tiempo para ver de deshacer el complot de Amán. Aun cuando Amán estaba anhelando destruir a los judíos cuanto antes, cedió, sin embargo, a las normas que le marcaba la superstición. La Providencia se sirve de la necedad de los hombres. Amán ha apelado a la suerte, y a la suerte irá; de este modo, al diferir la ejecución del edicto real, pronuncia sentencia contra sí mismo. 5. El edicto se redacta, se firma y se publica, y se dan órdenes a los gobernadores de todas las provincias del reino para que el día trece del mes duodécimo se destruyan, maten y exterminen (acumulación de verbos típica de un documento legal) todos los judíos, de todos los sexos y edades, y se confisquen todos sus bienes (vv. 12–14). Los ejecutores del edicto han de estar listos para aquel día. No se culpa a los judíos de ningún crimen, pero han de morir todos sin remisión. 6. Una vez dado el edicto en la capital del reino, y despachados a sus respectivos puestos los correos persas (era famosa la organización y la diligencia del sistema de comunicaciones de Persia), el v. 15 ofrece un maravilloso contraste: El rey y Amán se sentaron a beber, esto es, a celebrar banquete, como para celebrar de antemano la futura hecatombe de judíos, mientras que la propia capital del reino, la ciudad de Susa, estaba consternada (o perpleja), pues había en ella suficiente número de ciudadanos decentes y considerados que no podían concebir la crueldad de un edicto semejante. Les dolía ver que personas pacíficas fuesen tratadas de un modo tan bárbaro. CAPÍTULO 4 Mardoqueo y Ester comienzan a actuar para anular los efectos del decreto real. I. Lamentación de los judíos al enterarse del edicto (vv. 1–4). II. Ester recibe la noticia, después de pedir información a Mardoqueo (vv. 5–7), y Mardoqueo urge a su prima para que interceda ante el rey, a fin de que se revoque el edicto (vv. 8, 9). III. Ester objeta que es peligroso dirigirse al rey sin ser llamada (vv. 10–13), pero Mardoqueo insiste (vv. 13, 14). IV. Tras un ayuno de tres días, Ester promete hacerlo (vv. 15–17), y veremos cómo se esmeró en cumplir pronto su promesa. Versículos 1–4 Consternación de los judíos ante la publicación del cruel edicto de Amán. 1. Mardoqueo se lamentó con gran clamor (v. 1), vestido de saco y cubierto de ceniza, al ir así por toda la ciudad, mostró de esta manera que no se avergonzaba de proclamar que era judío, llamado a compartir los sufrimientos de sus compatriotas. Fue un signo de nobleza ponerse así de parte de una causa justa, causa de Dios, en momentos en que esa causa parecía hundirse. Sabía que el odio de Amán se dirigía principalmente contra él y que, por causa de él, recaía el golpe sobre el resto de los judíos; por eso, le daba grandísima pena el que, por sus escrúpulos, toda la población judía hubiese de sufrir tan terriblemente. Pero al poder apelar a Dios en apoyo de su actitud, de que su negativa a rendir homenaje a Amán se debía a principios de conciencia podía consolarse con el pensamiento de encomendar a Dios su causa y la de sus compatriotas. Leemos aquí la observación de que no era lícito pasar adentro de la puerta del rey con vestido de saco (v. 2). El rey no quería tener cerca de sí
  • 6. lamentadores; sólo lo alegre y agradable podía entrar en la corte. Eso obligó a Mardoqueo a mantenerse a distancia y detenerse ante la puerta del rey. 2. Todos los judíos de cada provincia del reino estaban tremendamente afectados por el edicto (v. 3), como lo denota la acumulación de señales de duelo que registra el texto sagrado: duelo, ayuno, llanto, lamentación; saco y ceniza por cama. La reina Ester tuvo gran dolor (v. 4) y mandó a preguntar qué sucedía (v. 5), ya que su primo Mardoqueo se negaba a quitarse el vestido de saco (v. 4), pues no podía consolarse. Versículos 5–17 Tan estricto era el confinamiento que padecían las esposas persas, especialmente las del rey, que no le era posible a Mardoqueo entrevistarse con Ester, pero pudieron comunicarse a través de Hatac, uno de los criados que estaban al servicio de la reina. 1. Ester envió a preguntar por qué no se quitaba Mardoqueo el vestido de saco, y qué sucedía para que él adoptara con insistencia tal actitud (v. 5). 2. Mardoqueo la informó de lo que pasaba con encargo de que ella intercediera ante el rey (v. 7): Mardoqueo le declaró todo lo que había sucedido: Por qué no había rendido a Amán el homenaje que éste requería de todos, la venganza de Amán por lo que juzgaba un grave desacato, y sus turbias maniobras para conseguir la publicación del edicto. También le envió una copia del edicto (v. 8) para que viese por sí misma cuán inminente y grave era el peligro en que ella misma se hallaba, lo mismo que los demás judíos; por consiguiente, debía darse prisa en interceder ante el rey y deshacer los infundios que Amán había amañado para persuadir al rey a firmar el cruel edicto. 3. Ella envió a decir a Mardoqueo que no podía dirigirse al rey sin peligro de su propia vida: (A) La ley era explícita, y todos lo sabían, en el sentido de que quienquiera se llegase al rey sin ser llamado, había de morir sin remisión, salvo aquel a quien el rey extienda el cetro de oro (v. 11). Esto tenía por objeto, a no dudar, evitar todo atentado contra el rey, pero hacía del palacio real una prisión regia, a la que, además, no podían acudir los súbditos en busca de ayuda. Era especialmente duro para las esposas del rey. Gracias a Dios, no pasa así con la corte del Rey de reyes, a cuyo trono podemos acercarnos con toda libertad (He. 4:16), seguros de obtener respuesta de paz para la oración de fe. (B) Su caso, en la presente situación, era desesperado. La Providencia había dispuesto que, precisamente en esta coyuntura, el afecto del rey hacia ella parecía haberse enfriado, pues no había sido llamada para ver al rey en los últimos treinta días (v. 11). 4. Todavía insistió Mardoqueo en que, fuese cual fuese el riesgo que hubiera de correr, debía arrostrarlo e interceder ante el rey a causa de la extrema gravedad del asunto (vv. 13, 14). Le da a entender: (A) Que ella misma peligraba, pues el decreto de destruir a todos los judíos no la exceptuaba a ella (v. 13): «No te imagines que por estar en la casa del rey te vas a librar. Tú eres judía, y si los demás judíos perecen, tú también perecerás». (B) Que la causa, al ser causa de Dios, no podía morir: si ella no interviene en el asunto, vendrá de alguna parte liberación para los judíos (v. 14)—el autor sagrado omite deliberadamente el nombre de Dios—, pero ella y la familia de su padre (incluido él mismo) perecerán aun cuando las demás familias de los judíos sean preservadas. Éstas son expresiones de gran fe, que no vaciló ante la promesa de Dios, sino que creyó en esperanza contra esperanza (Ro. 4:18, 20), cuando parecía no haber ningún resquicio para esperar. (C) Que la Providencia había dispuesto que para eso fuese ella escogida para ser reina: «¿Y quién sabe si para una ocasión como ésta has llegado a ser reina?» Cada uno de nosotros habría de considerar el objetivo por el que Dios nos ha puesto en el lugar que ocupamos, y siempre que se nos presenta la oportunidad de servir a Dios y a
  • 7. nuestra generación, no dejarla escapar. Algunos escritores judíos, de fértil imaginación, añaden otra cosa que le había acontecido (v. 7) a Mardoqueo y que a Ester le gustaría conocer: «Que al marchar a casa la noche anterior, con gran pesadumbre por la noticia del complot de Amán, se encontró con tres niños judíos que volvían de la escuela, y cuando él les preguntó qué habían aprendido aquel día, uno de ellos le dijo que su lección había sido Proverbios 3:25–26: «No tendrás temor de pavor repentino, etc.». La del segundo era Isaías 8:10: «Trazad un plan, y fracasará». Y la del tercero: «Yo soy el mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y libraré» (Is. 46:4). 5. Con esto resolvió Ester apelar al rey, pasara lo que pasara, pero no sin que ella y sus amigos apelasen antes a Dios. Obtengamos primero el favor de Dios en oración, y podremos luego esperar obtener favor de quien sea necesario. Ester se expresó (vv. 15, 16): (A) Con la devoción propia de una buena israelita pues creía que el favor de Dios se obtiene mediante la oración. Sabía asimismo que, en casos extraordinarios como el presente, los judíos devotos añadían a la oración el ayuno. Así pues: (a) Deseaba que los judíos habitantes en la capital ayunasen por ella: que se reuniesen en sus respectivas sinagogas, orasen por ella y guardasen un día de ayuno solemne. (b) Ella, por su parte, con sus doncellas que la asistían, santificarían este ayuno privadamente en las habitaciones de familia, ya que no le sería posible acudir a la sinagoga. Quienes se hallan confinados en una prisión o en una cama de hospital pueden unir sus oraciones a las de sus hermanos y hermanas que se hallan reunidos en asamblea; aunque ausentes en cuerpo, pueden estar presentes en espíritu. (B) Con la valentía y resolución propias de una reina: «Después de interceder ante Dios de este modo entraré a ver al rey para interceder ante él por mi pueblo; ya sé que no es conforme a la ley de los persas, pero es conforme a la ley de Dios. Así que me aventuro a lo que sea: Y si perezco, que perezca. No puedo arriesgar mi vida por una causa mejor. Prefiero cumplir con mi deber y morir con mis demás compatriotas». No habló así movida por la desesperación, sino por una santa resolución de cumplir con su deber y dejar a Dios el cargo de las consecuencias, con plena confianza en la Providencia. CAPÍTULO 5 Dejamos a Amán con sus copas (3:15) y a Ester con sus lágrimas, pero ahora vemos: I. A Ester con su gozo (vv. 1–8), y II. A Amán con su frenesí (vv. 9–14) ya que prepara la horca para colgar a Mardoqueo. Versículos 1–8 1. Ester se atreve a aparecer delante del rey (v. 1). Acabado el tiempo de ayunar, no perdió tiempo, sino que al tercer día, cuando las impresiones de su devoción estaban frescas en su espíritu, se dirigió al rey. Se quitó los vestidos propios de los días de luto y se puso su vestido real, como convenía al ir a ver al rey. En una porción apócrifa del libro (Est. 14:16) se dirige así a Dios: «Tú conoces mi coacción; porque abomino las insignias de mi encumbramiento que están sobre mi cabeza en los días de mi presentación». El texto sagrado nos dice que «entró en el patio interior de la casa del rey» desde donde se le podía ver en su trono. Ester esperó allí su suerte, entre el miedo y la esperanza. 2. La favorable acogida que le dio el rey. Apenas la vio, ella obtuvo gracia ante sus ojos (v. 2). Tanto el autor de las porciones apócrifas como Josefo añaden que Ester tomó consigo dos de sus doncellas para reclinarse en una de ellas y para que otra le llevase la cola del vestido real; que su rostro estaba alegre, pero el corazón lo tenía angustiado; que al levantar el rey los ojos y verla, su mirada fiera la puso pálida y la
  • 8. hizo desmayar y apoyar su cabeza en la doncella que iba junto a ella; que entonces Dios cambió el corazón del rey, el cual, al temer por la vida de la reina, saltó de su trono, la tomó en sus brazos hasta que ella se recobró del síncope y la consoló con palabras amorosas. El texto sagrado nos dice: (A) Que la protegió de la severidad de la ley y le dio seguridad, pues le extendió el cetro de oro que tenía en la mano (v. 2) y ella tocó la punta del cetro, en señal de que venía como humilde suplicante. (B) Que la animó a hablar (v. 3): ¿Qué tienes, reina Ester, y cuál es tu petición? Ester temía perecer, pero el rey le promete darle cuanto le pida: «Hasta la mitad del reino se te dará» (la consabida exageración de los orientales—comp. Mt. 6:23—). Asuero repite esta frase dos veces más (v. 6 y 7:2). Aprendamos de esta historia a orar siempre y no desfallecer, conforme a la exhortación del Salvador (Lc. 18:6–8). Ester se llegó a un rey orgulloso, pero nosotros nos llegamos al Dios de amor y gracia. Ella no fue llamada; nosotros, sí. Ella tenía en contra suya la ley; nosotros tenemos a favor nuestro la promesa, muchas y buenas promesas. Ella no tenía quien intercediese por ella, pues el favorito del rey era su mayor enemigo; nosotros, en cambio, tenemos un abogado junto al Padre (1 Jn. 2:1), en quien el Padre tiene todas sus complacencias. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono, etc. (He. 4:16). (C) Que todo lo que en esta ocasión pidió al rey fue que se dignase aceptar la invitación para asistir a un banquete, y que trajese consigo a Amán (vv. 4, 5). El Talmud presenta hasta doce razones por las que deseaba Ester que Amán estuviese presente en este banquete. El rabino Goldman selecciona como las más estimables estas dos: (a) Que Ester mostraba deliberadamente gran interés en Amán, a fin de suscitar los celos del rey y desarmar a Amán. (b) Que Ester quería descubrir las intenciones de Amán en presencia del rey, para quitarle la oportunidad de inventar excusas e impedir que persuadiera al rey a seguir adelante con la ejecución del decreto. (D) Que el rey aceptó de muy buena gana la invitación de Ester, y ordenó que viniese Amán con él (v. 5). Durante el banquete, el rey (v. 6) volvió a preguntar a Ester cuál era su petición, y añadió la promesa que hemos visto en el v. 3. Ester se contentó por ahora con pedir que el próximo día, y en el apartamento de ella, se dignara el rey aceptar otro banquete, junto con Amán (vv. 7, 8), con lo que da a entender que entonces diría qué es lo que deseaba. Al obrar de esta manera sabía Ester que el rey lo tomaría como una expresión de la gran reverencia hacia él y que no quería urgirle demasiado a conceder lo que ella deseaba. Versículos 9–14 1. El orgulloso Amán se hinchó de vanidad por el honor que Ester le hacía al invitarle de nuevo a un banquete (v. 9): Salió Amán aquel día contento y alegre de corazón. Pensó, quizá, que la reina se había quedado tan encantada con su conversación que deseaba disfrutar de nuevo de su compañía. 2. Por su parte, Mardoqueo estaba tan resuelto como siempre a no prestar homenaje a Amán: No se levantó ni se movió de su lugar cuando Amán salió de palacio (v. 9), por lo que éste se llenó de ira contra Mardoqueo. Cuanto más hinchado de soberbia, tanto más enojado se sentía Amán por el desaire de Mardoqueo. De buena gana le habría atravesado con su espada, pero esperaba que pronto caería con el resto de los judíos y, aunque tuvo que hacerse mucha fuerza, se refrenó de castigarle. 3. Su mujer y sus amigos le aconsejaron a Amán que, para vengarse de los desaires de Mardoqueo, preparase una horca de cincuenta codos de altura y pidiese al día siguiente al rey que colgaran a Mardoqueo en ella (v. 14). La propuesta agradó mucho a Amán, quien mandó preparar inmediatamente la horca. Al ser tan alta, todos los espectadores podrían contemplar la ejecución cómodamente.
  • 9. CAPÍTULO 6 La situación adquiere en este capítulo un giro sorprendente. Cuando Amán esperaba ser el juez de Mardoqueo, se ve obligado a ser su paje, con gran confusión y mortificación por su parte. I. La providencia de Dios dispone que aquella noche halle Mardoqueo gracia a los ojos del rey (vv. 1–3). II. Amán, que venía al banquete para incitar al rey en contra de Mardoqueo, es empleado como instrumento del favor que el rey desea otorgar a Mardoqueo (vv. 4–11). III. Sus amigos infieren de aquí que la sentencia está pronunciada contra él (vv. 12–13), cuya ejecución leemos en el capítulo 7. Versículos 1–3 Cuando Satanás había puesto en el corazón de Amán preparar la muerte de Mardoqueo, Dios puso en el corazón del rey preparar el honor de Mardoqueo. 1. Aquella misma noche se le fue el sueño al rey (v. 1). El hebreo dice literalmente: Se alejó del rey el sueño; como una sombra, que, cuanto más se persigue, más deprisa huye. Una vez más el autor sagrado evita pronunciar el nombre de Dios, pues había de esperarse que dijera: «Aquella misma noche, Jehová le quitó el sueño al rey». ¡Qué misteriosa es la acción de Dios! Bullinger, en su magnífico comentario a Proverbios 21:1, dice: «¡Qué consuelo saber esto y estar seguro de ello! Aquella noche se le fue el sueño al rey. ¡Una noche de insomnio! ¡Y al corazón del rey Dios le dio media vuelta: fue revocado el edicto de los medos y los persas, y fue libertado Israel! ¡Oh, qué sencillo! ¡Nunca jamás tratemos de limitar el poder de Dios, el poder omnímodo que se requiere para inclinar el corazón del hombre! Ya sabemos lo difícil que resulta convencer a un amigo sobre el más insignificante detalle. Pero recordemos que incluso el corazón de un déspota oriental es inclinado por la omnipotente mano de Dios con la misma facilidad con que los palguey mayim (los repartimientos de las aguas) son inclinados con un sencillo movimiento del pie del hortelano». 2. Al no poder dormir, el rey quiso que le entretuvieran leyéndole los anales de su reinado (v. 1). Dios dispuso que pidiese estas crónicas, más bien que alguna música que le habría ayudado mejor a relajarse y llegar a conciliar el sueño. 3. El criado encargado de leer las crónicas estuvo leyendo largo rato, según da a entender el verbo hebreo, hasta llegar a un episodio protagonizado por Mardoqueo. Entre otras cosas, se halló escrito que Mardoqueo había descubierto un complot contra la vida del rey (v. 2). Ya vimos en 2:23 de qué forma impidió Mardoqueo que el rey fuese asesinado por dos oficiales de su guardia. 4. El rey preguntó entonces qué honra o distinción se hizo a Mardoqueo por esto (v. 3), ya que sospechó que este buen servicio no había sido premiado. 5. Los sirvientes le informaron de que no se le había recompensado a Mardoqueo por este eminente servicio. A la puerta del rey había estado anteriormente y a la puerta del rey seguía sentado. La humildad, la modestia y la abnegación, aun cuando a los ojos de Dios tienen gran precio, de ordinario impiden que personas honestas y competentes sean promocionadas. «El que se humilla será exaltado» es un adagio válido para el reino de los cielos; para los reinos de este mundo, «el que se humilla será pisoteado». Mardoqueo no sube más del último escalón que da acceso al palacio del rey, mientras que el perverso Amán llega hasta el corazón y los oídos de Asuero; pero mientras los ambiciosos suben deprisa los humildes pisan fuerte. En el momento actual, a pesar de su magnífico servicio, lo que le espera a Mardoqueo es la destrucción inminente, igual que a los demás judíos de Persia. Versículos 4–11 1. Amán está tan impaciente por ver a Mardoqueo colgado (o más probable, empalado) que acude muy temprano a la corte (v. 4), con el fin de obtener cuanto antes
  • 10. el permiso del rey para la ejecución, cosa que espera conseguir a las primeras palabras. Puede decirle al rey que confía tanto en la justicia de su petición y en el favor que el rey le dispensa, que ya tiene preparada la horca para Mardoqueo. ¡Poco puede imaginarse Amán que, por tanto madrugar, llega a palacio a la hora más inoportuna para él, pues es el momento en que el rey está considerando cómo puede premiar la acción de Mardoqueo! 2. El rey está tan impaciente por ver a Mardoqueo recompensado que pregunta: «¿Quién está en el patio?» (v. 4); es decir, en el atrio exterior, pues nadie podía entrar en el atrio interior sin ser llamado. Le responden que Amán (v. 5). «Que entre» dice el rey ya que piensa que nadie mejor que él podía organizar el honroso homenaje que había de rendirse a Mardoqueo, al ignorar por completo la tremenda enemistad que había entre los dos. Amán se sintió muy honrado de que el rey, aun antes de levantarse de su lecho, le hiciese entrar en su cámara. Esto significa que el corazón del rey está a su favor. Pero los labios del rey están tan llenos de palabras como los de Amán, y el superior debe hablar primero. 3. El rey pregunta a Amán cuál es el mejor modo de dispensar un favor regio a una persona que el rey considera digna de tal honor (v. 6); ¿Qué se hará al hombre cuya honra desea el rey? 4. Amán está tan seguro de que él mismo es esa persona favorita del rey que, por tanto, prescribe las más altas expresiones de honor que puedan conferirse a un súbdito. Piensa que saca tajada para sí mismo y se sirve con toda generosidad (vv. 8, 9). 5. El rey le confunde con el mandato expreso de que vaya de inmediato a conferir al judío Mardoqueo dicho honor (v. 10). Amán esperaba que el rey dijese: «¡Tú eres ese hombre!» Pero quedó como herido por un rayo al mandarle el rey, no sólo que dicho honor fuese otorgado a Mardoqueo, sino que él mismo (Amán) tenía que prestárselo de parte del rey ¡al judío Mardoqueo, el hombre a quien más aborrecía y cuya ejecución en la horca tramaba con tanta precipitación! 6. Amán no se atreve ni a discutir la orden del rey ni siquiera a aparentar que le disgusta, sino que, con la mayor repugnancia que pueda imaginarse, ejecutó puntualmente lo que el rey le había ordenado (v. 11). Por lo que se deduce del contexto, Mardoqueo apreció el servicio de Amán tan poco como había despreciado antes su maldad. Versículos 12–14 1. Cuán poco se envaneció Mardoqueo con el honor que le dispensó el rey por medio de Amán, se echa de ver a continuación (v. 12): Después de esto Mardoqueo volvió a la puerta real ¡como todos los días! 2. Amán se fue a su casa tan apesadumbrado que se cubrió la cabeza (v. 12) en señal de duelo (v. 2 S. 15:30). Tener que prestar tal honor a su mayor enemigo era bastante para quebrantar su orgulloso corazón. 3. Su mujer y sus amigos, que el día anterior le habían aconsejado y animado a proceder contra Mardoqueo, añaden ahora fuego al horno, cambiada la suerte, y le hacen ver que esto es muy mala señal para él. Los enemigos de Israel les llamaban a veces «débiles judíos» (Neh. 4:2), pero otras veces, como ahora, los hallaban «formidables judíos» (v. 13). ¡Amargura sobre amargura para el tan amargado Amán! 4. Aún estaban ellos (sus «sabios» y su mujer) hablando con él (v. 14), cuando los criados del rey vinieron para llevárselo al banquete. El autor sagrado, que ya conoce el desenlace, apresura la narración como quien ve a Amán en su caída deprisa por un precipicio; pero quizá pensaría Amán que, después de todo, esta invitación era muy oportuna para reanimarle y levantar un poco su honor decaído. CAPÍTULO 7
  • 11. En este segundo banquete al que el rey y Amán son invitados: I. La reina Ester presenta al rey su petición a favor de ella y de su pueblo (vv. 1–4). II. Le dice llana y lisamente al rey que Amán es el hombre que trama la ruina de ella y de todos sus amigos (vv. 5, 6). III. Entonces el rey da orden de que cuelguen a Amán en la horca que él había preparado para Mardoqueo, lo que se lleva a efecto de inmediato (vv. 7–10). Versículos 1–6 El rey, de buen humor, y Amán, de mal humor, acuden al banquete de Ester. 1. Por tercera vez urge el rey a Ester a que le diga cuál es su petición, y por tercera vez le hace la misma promesa de concederle lo que sea, aunque sea la mitad del reino (v. 2). 2. Ester sorprende al rey con una petición de preservación para ella misma y para su pueblo (vv. 3, 4). Se pone a sí misma en primer término, no por orgullo, sino para impresionar al rey más efectivamente. (¿Quién podía atreverse a poner manos en la reina favorita de Asuero?) Con gran sabiduría le expone el asunto: Si los judíos fuesen vendidos como esclavos, el rey sacaría algún provecho con esto y Ester no diría una palabra para no echar a perder esta nueva fuente de ingresos para el rey; pero con la muerte de todos los judíos, el rey no va a sacar nada, en realidad, va a perder súbditos fieles que trabajen para bien del país. 3. El rey se queda asombrado ante las palabras de Ester y pregunta (v. 5): ¿Quién es y dónde está el que ha ensoberbecido su corazón para hacer esto? A veces, nos quedamos asombrados cuando se menciona un pecado del que nosotros mismos somos culpables (así le pasó a David—2 S. 12:5—). Asuero se asombra de la perversidad de la que él mismo era culpable al consentir en firmar el terrible edicto contra los judíos. (No obstante, como hace notar el rabino Goldman, Asuero no sabía que Ester era judía; por tanto, no sabía a qué «pueblo» se refería ella. Nota del traductor). 4. Ester nombra ahora al hombre (v. 6): El enemigo y adversario es este malvado Amán. Ester no dice expresamente que ella sea judía, a no ser que el autor sagrado se haya callado otras frases que Ester pudo añadir; pero lo que dice es suficientemente claro como para que tanto el rey como Amán se percaten de que lo es. 5. Amán se da cuenta en seguida del peligro que le amenaza: Se turbó Amán delante del rey y de la reina. ¡Buen motivo tenía para turbarse al tener a la reina por fiscal, al rey por juez y a su propia conciencia por testigo! Versículos 7–10 1. El rey, enfurecido, se levanta de la mesa y sale al huerto (v. 7), no por otra razón, sino porque la declaración de Ester le crispó los nervios y le impidió estarse quieto; sobre todo, al considerar que aquel Amán, a quien tanto había favorecido y a quien había nombrado primer ministro le había incitado a firmar un edicto tan cruel contra los judíos, en el que quedaba incluida su reina favorita. 2. Amán, que conocía bien al rey, interpretó correctamente su actitud y previó lo que se cernía sobre él; así que se lanzó a los pies de Ester, e intentó un último recurso para salvar la vida mediante petición de clemencia, pues pensaba que una intervención misericordiosa de ella podría prevalecer contra la ira del rey. ¡Cuán bajo aparece Amán a los pies de Ester y cuán grande aparece Ester! Día vendrá en que los que odian y persiguen a los elegidos de Dios querrían haber sido sus amigos y protegidos. 3. Vuelve el rey a la mesa, y todavía le exaspera más la escena que contempla. Al interpretar mal la postura de Amán, piensa que se propone asaltar a la reina en el propio palacio (v. 8), y da inmediatamente orden de ejecución. 4. Los servidores del rey, que tantas veces habrían buscado el favor de Amán cuando brillaba la estrella de éste, ahora que le ven caído se apresuran no sólo a ejecutar la orden del rey, sino a lanzar una nueva acusación contra Amán. Después de cubrirle el
  • 12. rostro, signo de sentencia de muerte, descubren al rey lo de la horca que había preparado para Mardoqueo. Seguramente que Harboná había visto la horca cuando fue a casa de Amán para traerlo al banquete (v. 9). 5. El rey dio orden de que colgasen a Amán en la horca, así se hizo (vv. 9, 10), con lo que se apaciguó la ira del rey. CAPÍTULO 8 I. Amán soñaba con amasar una fortuna para sí, pero toda su hacienda fue confiscada por traición y entregada a Ester y a Mardoqueo (vv. 1, 2). II. Amán tramaba la ruina de los judíos; en cuanto a esto: 1. Ester intercede para que se revoque el edicto contra ellos (vv. 3–6). 2. Se revoca, en efecto, mediante otro edicto por el que se autoriza a los judíos a defenderse por sí mismos de sus enemigos (vv. 7–14). III. Esto ocasiona gran júbilo entre los judíos y sus amigos (vv. 15–17). Versículos 1–2 Una vez que Amán fue ajusticiado por traidor, su hacienda fue a parar a la corona y el rey la dio a Ester. Mardoqueo fue promovido al cargo de primer ministro. La expresión «vino delante del rey» (v. 1) significa que fue elevado a la categoría de los funcionarios de más alto rango que veían la cara del rey (1:14, lit.), porque Ester declaró al rey lo que él era respecto de ella, es decir, su primo y tutor. Tan humilde, modesto y generoso era Mardoqueo, que hasta entonces había ocultado el parentesco que le unía con la reina favorita del imperio. Todo el poder y el favor de que había disfrutado Amán es transferido a Mardoqueo. En señal de ello se quitó el rey el anillo que recogió de Amán, y lo dio a Mardoqueo (v. 2), indicio de que podía actuar y firmar documentos en nombre del rey. Ester, por su parte, nombró a su primo administrador de su hacienda: Puso a Mardoqueo sobre la casa de Amán. Versículos 3–14 1. Aunque el peor enemigo de los judíos había sido ajusticiado y tanto Ester como Mardoqueo quedaban suficientemente protegidos, Ester entra de nuevo sin ser llamada, a la habitación del trono e intercede por el resto de su pueblo (v. 3), sobre el que pendía aún el decreto de destrucción. Su presencia fue de nuevo bien acogida por el rey, quien le extendió el cetro de oro (v. 4). Ester presenta su petición con lágrimas y tierno afecto (vv. 3, 5). Cada lágrima suya era más valiosa que cada una de las perlas con que iba adornada. Dice: «… si le parece acertado al rey y yo soy agradable a sus ojos» (v. 5). Presenta el edicto anterior como cosa de Amán: «la trama de Amán», no del rey, con lo que insinúa que el decreto es revocable al no ser del rey. Y ahora que el rey sabe que ella es judía, refuerza su petición con patéticas expresiones (v. 6): Porque ¿cómo podré yo ver la desgracia que amenaza a mi pueblo y la ruina de mi pueblo? 2. El rey halla un medio de impedir que se consume la trama de Amán sin que se revoque el edicto anterior formalmente. Hace saber a Ester y a Mardoqueo (v. 8) que, aunque la trama era de Amán, el edicto había sido sellado con el sello del rey y, por tanto, no podía ser revocado. Sin embargo, el rey dio otro edicto en el que autoriza a Ester y a Mardoqueo a que lo sellaran con el sello real por el cual se daban poderes a los judíos de todas las provincias del imperio para que se defendieran por sí mismos de cualquier ataque que se les hiciera (vv. 8–14). Se les daban incluso poderes para pasar a la ofensiva contra los asaltantes, prontos a destruir, y matar y acabar con toda fuerza armada del pueblo o provincia que viniese contra ellos (v. 11). Con esto se echa de ver: (a) La amabilidad de Asuero hacia los judíos al proveer suficientemente para su seguridad, ya que el segundo decreto representaba implícitamente una revocación del anterior. (B) Lo absurdo de una constitución en la que se prohíbe a la primera autoridad de la nación revocar sus propios decretos, pues puso al rey en la necesidad de autorizar en sus dominios una verdadera guerra civil entre los judíos y sus enemigos, de forma
  • 13. que ambas facciones tomaban las armas en virtud de una orden del rey, aun cuando eso fuese contra la autoridad del rey y contra el bien común del país. Versículos 15–17 Otro festivo cambio de escena: Mardoqueo, vestido de púrpura; los judíos, en pleno regocijo. Tras obtener el edicto en que se daba a los judíos el derecho a defenderse, Mardoqueo está satisfecho y dispuesto a salir en procesión por la capital, vestido con vestiduras regias: vestido real de azul y blanco, una gran corona de oro y un manto de lino y púrpura (v. 15). Eran señales del favor del rey y frutos de la Providencia de Dios. La ciudad de Susa, la capital del imperio, en la que había bastantes ciudadanos sensatos y de buen corazón (3:15), se alegró y regocijó entonces (v. 15). Los judíos, por supuesto, rebosaban de gozo (v. 16): Tuvieron luz y alegría, y gozo y honra. Estas palabras se incluyen en el culto familiar de los judíos al final del día de reposo, con la añadidura de: «Así sea con nosotros». Un buen día (v. 17, lit.), frase que ocurre únicamente en Ester y en 1 Samuel 25:8, significa un día feliz. El versículo 17 añade que «muchos de entre los pueblos de la tierra se hacían judíos» (lit. se judaizaron). La frase suele ser interpretada como que «abrazaron la religión del judaísmo como prosélitos» (Ryrie). Los LXX y Josefo añaden que estos prosélitos se circuncidaron. Sin embargo, el rabino Goldman advierte que el verbo hebreo (mityahadim) nunca se usa en la Biblia ni en los escritos rabínicos para indicar «hacerse prosélito judío», por lo que opta por la traducción: «se pusieron de parte de los judíos». CAPÍTULO 9 Vemos: I. Cuán glorioso fue para los judíos aquel día (y los dos días siguientes): día de victoria y triunfo, tanto en la capital como en las provincias del reino (vv. 1–19). II. La fijación de una fiesta anual, a fin de que la posteridad conmemorase cada año esta gran liberación (vv. 20–32). Versículos 1–19 I. Tenemos ahora dos edictos vigentes, ambos dados en Susa: uno que lleva la fecha de trece del primer mes, que ordena que el trece del mes duodécimo del mismo año sean matados todos los judíos; el otro con fecha de veintitrés del tercer mes del mismo año, que autoriza a los judíos a defenderse contra los atacantes. La causa de los judíos se había de poner a prueba por la fuerza de las armas y en fecha fijada por la autoridad del rey. Ninguno de los dos bandos podía ser tildado de rebelde, pues ambos gozaban de la autorización del rey. Los enemigos decidieron no perder las ventajas que les concedía el primer edicto, con la esperanza puesta en los números. Los judíos estaban preparados para actuar conforme a la autorización del segundo edicto, pero con la esperanza puesta únicamente en la bondad de su Dios y en la justicia de su causa. II. Los enemigos fueron los agresores, pero los judíos fueron los vencedores. 1. El mismo día en que el decreto del rey para destrucción de los judíos se había de llevar a cabo, y que los enemigos pensaban que iba a ser el día de ellos, demostró ser el día de Dios (Sal. 37:13). Los judíos se reunieron en sus ciudades (v. 2), dispuestos a defenderse contra todos, sin adelantarse a ofender a ninguno. Si no hubiesen tenido un edicto a su favor, habrían tenido que morir a manos de sus enemigos, pero, autorizados por el edicto del rey, se defendieron legalmente. Si hubiesen actuado por separado, cada familia por su lado, habrían sido fácil presa de sus enemigos, pero al actuar unidos y de acuerdo, se fortalecieron mutuamente las manos y se atrevieron a plantar cara a sus enemigos. 2. Todos los oficiales y funcionarios del rey que, en virtud del primer edicto, debían procurar la destrucción de los judíos (3:12, 13), apoyaban a los judíos, conforme al segundo edicto (v. 3), lo que inclinó la balanza del lado de ellos. Las provincias, como suele ocurrir, actuaron según la inclinación de sus gobernadores, y, por ello al ver que
  • 14. las autoridades estaban a favor de los judíos, siguieron su ejemplo. Pero, ¿por qué apoyaban a los judíos? Porque el temor de Mardoqueo había caído sobre ellos (v. 3). Con Mardoqueo como primer ministro de la nación, los gobernadores de las provincias no tenían otra alternativa que apoyar a los judíos si no querían ser castigados severamente. 3. Tan animados estaban los judíos y tan acobardados estaban sus enemigos, que no escapó ninguno de los que estaban señalados para ser ejecutados. El 13 del mes Adar mataron en la capital a 500 hombres (v. 6), así como a los diez hijos de Amán (vv. 7– 10), cuyos nombres figuran en la Biblia Hebrea en una columna vertical que expresa gráficamente la forma en que fueron colgados. Dice el rabino Goldman que «es costumbre en la fiesta de los Purim, al leer estos diez nombres, hacerlo de un solo aliento (esto es, en una sola respiración), porque, según el Talmud, los diez murieron a la vez». El día 14 mataron en Susa a otros 300 más (v. 15), que habían escapado de la ejecución del día anterior. Esto se hizo a petición de Ester, a fin de evitar un importante foco de enemigos. 4. Lo que les justificaba para matar a tantas personas es que lo hicieron en legítima defensa: se pusieron en defensa de su vida (v. 16), pues gozaban, además, de la autorización del rey. De que no se excedieron en el poder que el edicto les concedía, da fe el que no tocaron sus bienes (frase que ocurre tres veces: vv. 10, 15, 16), aun cuando el edicto real les autorizaba para ello (8:11: «y apoderarse de sus bienes»). No lo hicieron: (A) Para honrar su religión al dar evidencia de menosprecio de los bienes terrenales, e imitar así a su patriarca Abraham, quien se negó a enriquecerse con los despojos de Sodoma (Gn. 14:22, 23). (B) Especialmente, mostraban así que sólo habían luchado para defenderse, aprovechándose de la influencia que tenían en la corte, no para aumentar sus haciendas, sino para preservar sus vidas. 5. La comisión que les confiaba el edicto les autorizaba también a matar aun a los niños y las mujeres (8:11) pero su humanidad les impidió hacerlo. Sólo mataron a los que hallaron con las armas en la mano; ésta fue otra razón para que no tomaran los despojos, pues así quedaban bienes para las mujeres y los niños. Actuaron con una consideración digna de imitar. Versículos 20–23 I. Para perpetuar en la posteridad el recuerdo de estos hechos escribió Mardoqueo estas cosas (v. 20), no todo el libro de Ester, sino lo que sigue acerca de los acontecimientos de aquellos días. Nunca han faltado, sin embargo, los que han sostenido la opinión de que, en efecto, fue Mardoqueo quien escribió Ester (entre ellos, el famoso rabino Rashí). En este caso, es de notar la diferencia entre los libros de Nehemías y Ester. Nehemías menciona a cada paso el nombre de Dios; Mardoqueo, nunca (Dios «escondía su rostro», conforme a Deuteronomio 31:18; hay que tener en cuenta, además, que Nehemías escribió en Jerusalén, el centro de la religión judía, mientras que Mardoqueo escribía en el palacio de la corte persa, lugar más a propósito para la política que para la piedad). Pero el estilo mismo del libro parece indicar que fue extraído de los anales de los reyes de Persia, ya que en Ester hay muy poco del «lenguaje de Canaán». II. Se instituyó una festividad para ser observada anualmente por los judíos, de generación en generación, en recuerdo de la maravillosa obra que Dios había llevado a cabo a favor de ellos (Sal. 78:6, 7): «Para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza». Ya que la posteridad había de disfrutar del beneficio de esta liberación, estaba puesto en razón que celebrase su recuerdo. Acerca de esta fiesta:
  • 15. 1. Fue observada cada año los días 14 y 15 del mes duodécimo (Adar), justamente un mes antes de la Pascua (v. 21). Guardaron dos días de fiesta, y no pensaban que fuese demasiado tiempo para dar gracias y alabar a Dios. El día 14 reposaron los judíos de provincias; el día 15, los de la capital. 2. Se llamó la fiesta de los Purim (v. 26), por el nombre Pur cuyo significado ya se ha explicado anteriormente. Así como Amán había determinado, por suerte, destruir a todos los judíos de Persia (3:7), así también Dios, que es el que decide las suertes (Pr. 16:33) determinó que fuese el tiempo de la liberación de los judíos. 3. La fiesta no era de institución divina (no fue mandada por Dios) y, por eso, no se la llama día santo, sino día bueno (vv. 19, 22), por ser de institución humana. (A) Fueron los judíos quienes establecieron la celebración de estos dos días (v. 27), y aceptaron hacer, según habían comenzado … (v. 23). (B) Mardoqueo y Ester confirmaron esta resolución para que así fuera considerada como obligatoria por la posteridad, a lo que contribuía el gran prestigio de los dos nombres. Suscribieron la carta: (a) Con plena autoridad (v. 29), ya que Ester era la reina y Mardoqueo el primer ministro. (b) Con palabras de paz y de verdad (v. 30), es decir, con un mensaje de felicitación cordial y sincera. La autoridad es compatible con la ternura. 4. Había de ser observada por todos los judíos, por su descendencia y por todos los allegados a ellos, es decir, por los prosélitos, pues aquí el verbo da a entender este sentido. La unión y la unanimidad en el gozo y en la alabanza es una de las marcas de la comunión de los santos. 5. Había de ser también observada a fin de que el memorial de las grandes cosas que Dios había hecho por su pueblo jamás dejara de ser recordado por su descendencia (v. 28). Cuando Ester vino a la presencia del rey con peligro de su vida, consiguió que el primer edicto fuese revocado (v. 25). También esto había de ser recordado. Las buenas acciones a favor del Israel de Dios habían, y han, de ser recordadas para animar a otros a hacer lo mismo. Cuanto más hayamos clamado a Dios en nuestros apuros y orado por nuestra liberación, tanto más obligados estamos a ser agradecidos a Dios cuando nos ha otorgado su favor y nos ha libertado. 6. Cómo había de ser observada. (A) Como días de alegría, de banquete y de gozo (v. 22). (B) Como días de generosidad, enviando porciones cada uno a su vecino, en señal de mutuo respeto y de solidaridad en el triunfo, lo mismo que en la aflicción anterior. No hay cosa que más una que el haber pasado juntos por momentos de apuro. (C) Como días de caridad, enviando … dádivas a los pobres. Quienes han recibido misericordia deben, en señal de gratitud, mostrar misericordia. El sacrificio de alabanza y el de hacer el bien (He. 13:15, 16) deben ir juntos, a fin de que nuestro regocijo en la alabanza de Dios por sus favores sea compartido por quienes están más necesitados que nosotros. Según el Talmud, los judíos en esta fiesta deben, dar dádivas por lo menos a dos pobres (sin duda para observar el plural del texto sagrado. Nota del traductor.) Cuando celebran esta fiesta, leen cada día en la sinagoga toda esta historia y elevan a Dios tres oraciones: la primera, para alabarle por permitirles asistir a estos servicios; la segunda, para darle gracias por esta milagrosa preservación de sus antepasados, y la tercera, para alabarle por haber vivido lo suficiente para observar de nuevo la fiesta en memoria de aquella preservación. CAPÍTULO 10 Este capítulo es como un apéndice del libro, para poner de relieve: I. El poder de Asuero como rey (vv. 1, 2), y II. La gloria de Mardoqueo, su primer ministro, y la bendición tan grande que fue para su pueblo (vv. 2, 3). En la versión de los LXX este capítulo tiene diez verss. más (13 en total) apócrifos, así como otros seis capítulos más que allí aparecen, también apócrifos.
  • 16. Versículos 1–3 1. Vemos aquí cuán grande y poderoso era el rey Asuero. Dominaba sobre una vasta extensión de terreno, tanto en el continente asiático como en las islas adyacentes a las costas del Mediterráneo; de todos estos lugares obtenía pingües ingresos. Además de los acostumbrados impuestos que exigían los reyes de Persia (Esd. 4:13), él añadió un tributo especial a sus súbditos, un tributo forzado (nota del traductor), según opinan Brown-Driver-Briggs en su gran Diccionario Hebreo, los cuales añaden que éste es el único lugar de la Biblia en que el vocablo hebreo mas significa tributo. El rabino Goldman, sin embargo, insiste en que dicho vocablo significa siempre «trabajo forzado» y, por tanto, ha de conservarse también aquí dicho sentido. La Nueva Biblia Española lo ha traducido por «prestaciones personales», lo cual me parece lo más adecuado en este contexto. También se refiere el texto sagrado a todos los hechos de poder y autoridad de Asuero, de los que nada más nos dice la Biblia, la cual se ocupa de los poderes extranjeros solamente en tanto en cuanto tienen que ver con la historia del pueblo escogido. 2. Vemos también el prestigio de Mardoqueo y la gran bendición que fue para su pueblo. Por largo tiempo había estado sentado a la puerta de palacio, pero aquí le vemos altamente situado. Mardoqueo debía de ser de edad avanzada ya por entonces, pues ocho años después de su promoción (465 a. de C.) la historia presenta a otra persona que ocupa el cargo de primer ministro en la corte persa. Su prestigio quedó consignado por escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Media y de Persia (v. 2), con lo que se da a entender que contribuyó grandemente a los éxitos de Asuero. Fue asimismo grande entre los judíos (v. 3). Nótese que no dice sobre los judíos, aunque ciertamente lo estaba por su gran autoridad, sino entre los judíos, como uno de ellos; alguien que los amaba y que era respetado y estimado por la multitud de sus hermanos. Procuró el bienestar de su pueblo; hizo el bien porque era bueno, y demostró ser bueno porque hacía el bien. Aunque los judíos eran allí extranjeros, cautivos, despreciados y dispersos, no se tuvo a menos de reconocerles como hermanos suyos. Si fue él quien escribió el libro o, al menos esta última parte, es de notar que se llama a sí mismo Mardoqueo el judío (v. 3). No buscó su propio interés ni procuró amasar una fortuna para sí y su familia. Usó su poder, su cargo y su influencia con el rey y la reina para el bien común. No se puso a favor de un partido del pueblo en contra de otro, sino que, fuesen cuales fuesen las diferencias entre ellos, él fue como el padre común de todos ellos.