1. La década perdida.
Manfred Nolte
Que España discurre por el enfangado cauce de una década perdida, por
doloroso que resulte, no debe constituir una sorpresa para nadie. Transcurrido
ya un lustro desde el primer zarpazo de la recesión, el indicador estándar que
mide la capacidad propulsora del país (PIB) se sitúa en 96 tomando 100 como
base de 2007. Como ya es sabido, 2013 registrará un crecimiento negativo de
punto y medio porcentual. Aunque 2014 augure tímidos avances, los
Organismos Internacionales, en especial el FMI (World Economic Outlook),
sitúan la recuperación de las cifras de 2007 en 2017 o más allá. Una década
estéril y baldía.
La suerte de otros países avanzados es diversa. Singapur, Taiwán, Hong-Kong,
Suiza o Canadá se equilibraron en 2010, y Eslovaquia, Malta, Austria, Alemania,
Bélgica, Noruega, Suecia, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Francia lo hicieron
en 2011. La República Checa, Finlandia y Japón lo lograrán este año mientras
que Luxemburgo, Holanda, o Reino Unido lo conseguirían el próximo ejercicio y
en 2014 empatarían –siempre según las previsiones Institucionales- Islandia,
Dinamarca y Estonia. El pelotón de cola estaría formado por Irlanda, España,
Eslovenia, Portugal e Italia que recuperarían en 2017 los niveles de PIB
alcanzados una década atrás. De Grecia nadie aventura nada.
Sin otro ánimo que el de puntualizar el cuadro macroeconómico, las
estimaciones citadas toman como referencia el PIB, el indicador generalmente
aceptado de generación de recursos y de bienestar en una economía. Pero la
correlación entre recuperación de PIB y recuperación de empleo distará de ser
simétrica. Según algunos analistas, si el PIB se recupera para 2018, es previsible
que los dos millones y medio de empleos perdidos no lo harán antes de 2022 o
2023. Frente a este balance fatalista solo cabe esperar que el tirón de la
demanda exterior, unido a una recuperación de nuestra competitividad –los
signos en esta dirección son alentadores- desmientan felizmente este
pronóstico.
La reacción más espontánea a estos registros deriva en una crítica frontal a las
políticas de austeridad. Nadie se puede negar en la actualidad a estampar su
firma en una declaración popular que reivindique ante la Unión Europea, el
BCE o el FMI una tregua a las políticas de austeridad, un ‘Stop al desahucio de
los países periféricos’.
Pero el quid de la cuestión se traslada a ese macropropietario sin rostro que se
llama ‘mercado’ y que es el último juez de nuestra financiación y por tanto de
nuestra viabilidad independiente previa a la quiebra. Por eso, lamentablemente,
no puede levantarse el pie del freno de la consolidación fiscal.
En el contexto de esto último, tal vez no esté de más celebrar el anuncio
realizado el miércoles por la Comisión Europea eximiendo a España de ajustes
adicionales este año y el siguiente –otra cosa es el 2014- dado que, en su
opinión, ya se han adoptado medidas de calado suficiente para consolidar las
cuentas públicas «en línea con el esfuerzo requerido en las recomendaciones del
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2. Consejo», una declaración de principios que el Gobierno puede interpretar
como un espaldarazo a las políticas de recorte y estructurales acometidas
durante su mandato. Y es que ha pasado desapercibido, que aunque finalmente
no se logre el objetivo de rebajar el déficit publico hasta el 6,4% pactado con
Bruselas, el sacrificio realizado durante el presente ejercicio ha sido
descomunal, en un porcentaje inédito entre los procesos de consolidación de las
economías avanzadas.
Según las estimaciones de BBVA Research, de no haberse emprendido el
agresivo abanico de medidas fiscales recientes, el déficit en 2012 se hubiera
situado en cifras cercanas al 11,5%, excluyendo las ayudas que se reputan
puntuales a la Banca, debido a la acción negativa conjunta del mayor servicio de
la deuda, el decrecimiento económico y el aumento de beneficiarios de la
Seguridad social. Si finalmente se alcanzase el objetivo del 7%, la reducción del
déficit en un solo año habrá sido del 4,5%, y del 5,2% de mantenerse el
porcentaje negociado con Bruselas. Este recorte, de signo estructural, apunta a
que las políticas de austeridad funcionan, son creíbles y abren la puerta a la
persuasión de los mercados y lo que es igualmente importante, consolidan el
pacto con Europa, con más Europa, algo que ya se ha señalado desde estas
líneas como el principal camino de escape a la crisis que nos azota.
Otra cosa es que el proceso, debido a la esclerosis de la demanda interna y a una
competitividad maltrecha sea lento y socialmente resulte extraordinariamente
costoso. En estas circunstancias basta a cada día su malicia y cada cual debe
erigirse en parte de la solución creativa no ahondando un problema que
amenaza con superarnos. En un escenario bélico la suma férrea de voluntades
se presenta como imprescindible.
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