Mario Draghi: el peso de la evidencia y la determinación del BCE
1. Mario Draghi: el peso de la evidencia.
Manfred Nolte
En ocasiones, los economistas atinan en sus vaticinios. En un soberbio ejercicio
de clarividencia, el 28 de agosto de 1997, el Nóbel de economía Milton Friedman
expresaba en un artículo titulado „El euro: ¿unión monetaria para la división
política?‟ su visión y pronóstico sobre la construcción de la moneda única
europea. Tres años antes de su implantación como unidad de cuenta
comunitaria, el astro de la Universidad de Chicago avanzaba que una moneda
común resulta ser una excelente decisión bajo determinadas circunstancias, o
un acuerdo deplorable en otras. Que sea bueno o malo dependerá de los
mecanismos de ajuste disponibles para absorber los „shocks‟ económicos y de la
dislocación que genere en los países afectados.
En opinión de Friedman, el mercado común europeo ejemplificaba una
situación desfavorable al uso de una moneda común. Las naciones integrantes
muestran mucho mayor lealtad y vinculación a sí mismas que a la idea de
Europa, por lo que finalmente, el proyecto del euro exacerbaría las tensiones
políticas convirtiendo los „shocks‟ divergentes –en ausencia del instrumento de
la devaluación- en divisiones políticas. El Nóbel concluye que la unión política
puede preparar el terreno para la unión monetaria, pero que una unión
monetaria artificial se convertirá en una barrera para alcanzar la unidad
política.
El visionario diagnóstico del monetarista americano es ahora moneda de uso
común. Ni la Sra. Merkel ignora que la actual crisis europea hunde sus raíces en
un fallido diseño institucional. La Unión Económica y Monetaria (UEM)
adoptada por Europa en los 90 contemplaba, aunque fuera de modo
incompleto, una vertiente monetaria anclada en una moneda única y el Banco
Central Europeo. Por el contrario virtualmente ningún atisbo de unión
económica: ni un tesoro comunitario, ni unión bancaria, ni una gobernanza
institucional participativa ni tampoco una coordinación veraz de las políticas
económicas de los naciones participantes. Los arquitectos de la UEM suponían
que la unión económica sería una resultante automática de la adopción de la
unión monetaria. La bonanza que acompañó a la década del lanzamiento del
euro aflojó las conciencias de los gobernantes, pero con la llegada de la gran
crisis en 2007, la ausencia de herramientas comunitarias para combatirla con
eficacia ha desatado severas reacciones en los mercados que se prolongan hasta
el día de hoy.
A estos mismos elementos estructurales de la construcción europea acaba de
referirse Mario Draghi en un audaz y esclarecedor escrito publicado días atrás
en el rotativo alemán „Die Zeit‟. Según el presidente del BCE los males que
azotan a Europa no surgen del euro como moneda, sino por no haber alcanzado
los objetivos razonables de gobernanza que se le atribuían de forma implícita:
“las monedas dependen en última instancia de las Instituciones que las
soportan”. Pero como han probado los últimos acontecimientos Europa no está
suficientemente equipada. “Los retos de mantener una política monetaria única
con unas políticas fiscal, económica y financiera laxas se han desbordado con la
crisis”. Draghi propone de forma gradual una nueva arquitectura que beneficie a
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2. „todos los países‟, bajo el principio básico de que “no es ni legítimo ni sostenible
que un país adopte políticas nacionales que perjudiquen económicamente a los
demás”. Debe resultar igualmente comprensible, subraya Draghi, que cumplir el
mandato del BCE requiera en ocasiones rebasar las políticas monetarias
convencionales: “cuando los mercados están fragmentados o influidos por
miedos irracionales…debemos corregir dichos bloqueos. Ello puede requerir en
ocasiones medidas excepcionales”.
El texto aparecido en „Die Zeit‟ es el penúltimo aviso a todo tipo de navegantes –
valquiria teutónica incluida- tanto acerca de la independencia del BCE como de
su determinación de replicar a la gran amenaza pendiente sobre dos pesos
pesados de la Eurozona como son Italia y España. Los sobreprecios de
financiación aplicados por los mercados a dichos países contienen ingredientes
–prima de convertibilidad y fragmentación ineficiente - que distorsionan
gravemente sus fundamentales, impidiendo además la transmisión fluida de la
política monetaria. Frankfurt no quiere ya permanecer impasible ante estos
hechos.
El 6 de setiembre es la fecha marcada por el banquero italiano para la
presentación de su plan. Lo que anticipaba ser un campo minado hasta su
diseño, no lo ha sido tanto si acertamos a sumar aritméticamente los pesos de
sus apoyos y de sus detractores. En particular desde que Ángela Merkel ha
cerrado los ojos hasta analizar propuestas concretas y Jörg Asmussen, su
representante en el comité ejecutivo del BCE ha filtrado que la nueva
herramienta está mejor diseñada que el anterior SMP, el sistema de compras
hoy paralizado.
El 12 de setiembre el tribunal constitucional de Alemania fallará sobre las
demandas presentadas en relación al nuevo fondo de rescate (MEDE), aunque
no es previsible que bloquee la propuesta. La importancia reside en el hecho de
que Draghi ha insistido una y otra vez que sólo intervendría en el mercado de
bonos si un país ha pedido primero ayuda similar al fondo de rescate.
El punto oscuro corresponde al Presidente del Banco Central alemán, Jens
Weidman, que haciendo buena a la propia Merkel, amenaza con su dimisión,
como en su día lo hicieron Axel Weber y Jürgen Stark, tras equiparar la
situación de los periféricos beneficiarios de la intervención al de los enfermos
drogodependientes.
Un pragmático Draghi está sorprendiendo a propios y extraños. Los mercados
repudian los dogmas –sean los de los halcones europeos u otros- y con su
versatilidad el italiano se está haciendo respetar.
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