Este documento discute la dificultad que muchas personas tienen para decir "no", y cómo esto a menudo se origina en la educación recibida cuando eran niños. Los niños a menudo son criados bajo la amenaza de que no serán amados si no obedecen, lo que puede conducir a una baja autoestima y dificultad para establecer límites como adultos. La asertividad, o la capacidad de expresar claramente lo que se desea y defender los propios criterios de una manera respetuosa, es una habilidad que general
Vivimos en una cultura que nos infunde emociones como el miedo a lo desconocido, que se convierten en barreras que nos impiden avanzar. Entonces hay mucha gente que en lugar de vivir una cantidad determinada de años, viven un mismo día durante años, en el que sufren y tienen emociones que no les permiten desarrollarse.
Vivimos en una cultura que nos infunde emociones como el miedo a lo desconocido, que se convierten en barreras que nos impiden avanzar. Entonces hay mucha gente que en lugar de vivir una cantidad determinada de años, viven un mismo día durante años, en el que sufren y tienen emociones que no les permiten desarrollarse.
1. LA ASERTIVIDAD: No saber decir NO
“El 80% de los directivos tiene dificultades para decir NO,
cuando desean hacerlo. Da igual que sea la petición un tanto
abusiva de un cliente, de un colaborador o de un hijo, nos cuesta
negarnos.” José Mª Acosta, gerente de Acción Training y socio de SaberPlus, S.L.
Resumen
Puede que el origen del problema sea educacional
La agresividad o la sumisión no son la respuesta
La asertividad como respuesta a una baja autoestima, algo que
aprendemos de adultos
Algunas de las ideas de este artículo están tomadas del libro “El tiempo, la
PNL y la Inteligencia Emocional” publicado por Gestión 2000, y a la venta en
formato digital en SaberPlus.
Hace unos años, iniciando un trabajo de consultoría en una Caja de
Ahorros, trabé conocimiento con su Secretario General. Hombre
inteligente, afable, de 63 años, me cayó muy bien. A media mañana me
propuso tomar un café. Camino de la cafetería no pude menos de
preguntarle:
— ¿Tus padres eran muy autoritarios?
— Sí, mi padre era militar, -me contestó muy sorprendido- ¿cómo lo
sabes?
2. —Te han venido a consultar varias personas esta mañana. Dos de
ellas eran jovencitas que han comenzado a trabajar contigo. Y te
has ruborizado como un colegial.
Seis décadas después, la inseguridad infantil, producto de una
severidad quizá excesiva, seguía afectándole, como nos ocurre a la
mayoría de nosotros con los hábitos adquiridos tempranamente.
Los padres, los familiares, los educadores y demás adultos que
tratan con niños y participan en su educación lo suelen hacer con su
mejor intención. Pero sus criterios no son necesariamente los más
acertados. Y las consecuencias sobreviven, con frecuencia, a la
adolescencia.
No saber decir NO
Una de estas consecuencias es la dificultad para decir NO cuando
uno piensa que debe hacerlo, ante peticiones que uno no desea aceptar.
Según las estadísticas, que tengo muy confirmadas por mi experiencia
personal en mis seminarios, un 80% de los directivos tiene dificultades
para decir NO, cuando desean hacerlo. Da igual que sea la petición un
tanto abusiva de un cliente, de un colaborador o de un hijo, nos cuesta
negarnos.
Es fácil de comprender. Ayer mismo vi a un padre explicar a su hijo
–que simplemente estaba retozando en un espacio público- que si no
era obediente no lo iban a querer ni él ni su madre. No hace demasiado
era una madre la que arrastraba a su hijo, que en uso de su derecho
más elemental no quería ir al colegio y le amenazaba con el mismo
argumento.
3. Supongo que se hace cada vez menos, pero los que ahora estamos
trabajando hemos sido ¿educados? mayoritariamente bajo esa amenaza
de nuestros seres queridos. Pienso que la consecuencia frecuente es
que seguimos actuando a nivel inconsciente, bajo el temor a esa
amenaza: perder el afecto de los demás si no hacemos lo que ellos
quieren.
A esa amenaza se añade con frecuencia una baja autoestima. Es un
problema muy extendido en todo nuestro entorno a juzgar por lo mucho
que se publica sobre el tema. Esa baja autoestima quizá esté favorecida
por la frecuencia con que se nos criticó o se nos dijo, de pequeños, que
éramos malos o mentirosos, o se destacaron nuestros defectos; y lo
poco que se ponderaron nuestras capacidades. Eso sí, se nos habló
mucho de tener en cuenta nuestras limitaciones.
La verdad es que el niño, adorable en unas ocasiones, es una fuente
de problemas en otras. Eso lleva a que una parte de lo que llamamos
educación tiene mucho de intento de domesticar –socializar- su
comportamiento. De evitar sus desmanes.
Se nos ha intentado inculcar la humildad como virtud (“contra
soberbia, humildad”). Echa una ojeada a la definición que nos da el
diccionario: “humildad: virtud que consiste en el conocimiento de
nuestra bajeza y miseria y en obrar conforme a él. Bajeza de
nacimiento. Sumisión, rendimiento. Modestia, timidez”.
¿De verdad te apuntas a esto?
No es casual que tenga el mismo origen semántico que humillarse,
“contra soberbia, humildad” y, por supuesto, contra obesidad mórbida,
4. anorexia, ¿verdad? Los dos extremos son malos. La virtud estará en el
centro: será la sencillez, la verdad, sin ostentaciones.
Ya sé que su buen criterio habrá torcido el sentido original de la
humildad, pero el problema no está en la palabra, sino en la falta de
autoestima que comporta para demasiada gente la educación recibida.
Lo que ni siquiera es bueno social o laboralmente. Porque la persona
con baja autoestima es más proclive a la crítica, a destacar –cuando no
a inventar- los defectos ajenos, para no sentir tanto el peso de los
propios.
Es frecuente, casi cotidiano, que nos encontremos ante una situación
incómoda, como puede ser una nueva exigencia injustificada del jefe o
de un cliente o de un familiar. Caben tres modos de responder a ella:
• La natural: agresiva; devolver, de algún modo lo que
probablemente se percibe como una agresión; es también una
respuesta lógica. “¡Siempre estamos igual! ¡Ya estoy harto!”. Es la
actitud natural, la que llevamos en los genes, para defendernos.
• La aprendida: condescendiente, sumisa; ceder, tragarse los
sentimientos y los pensamientos y aceptar como inevitable lo que se
siente como injusto para no provocar una situación tensa o
desagradable. Probablemente es la respuesta aprendida con más
frecuencia. Desde pequeños hemos oído: “no te enfrentes al poder”,
y luego: “no te enfrentes al jefe”…
• La eficaz: asertiva; resistirse a lo que se percibe como injusto o
inconveniente, discutir o negarse con amabilidad, pero con firmeza.
“Lo siento mucho, pero ahora estoy muy ocupado”. Es lo que se
5. conoce como patrón respetuoso de afrontamiento. La persona
manifiesta lo que le gusta o le molesta, pero lo sabe hacer sin
rechazo ni violencia, con una sonrisa. No se siente agredida.
La persona asertiva sabe decir NO sin ofender.
Ser asertivo no supone ser agresivo o egoísta, o tratar de dominar a
los demás. Significa sólo ser capaz de decir claramente lo que se desea
o siente; ser consciente de que se merece respeto y actuar en
consecuencia. Obrar de acuerdo con los propios criterios. Con
frecuencia, cuando hacemos un favor a alguien por no saber decir que
no, estamos abandonando nuestra propia responsabilidad.
El niño nace asertivo. Nos pide agua a las cuatro de la mañana,
aunque tengamos sueño. Llora cuando le place…
No es casualidad que se nos inyectaran en vena dosis masivas de
humildad. Pero ahora no nos ayuda. La solución es esforzarse en
defender los propios criterios y seguir el camino de las propias
decisiones, aunque cueste al principio. Esta capacidad, la asertividad,
no nos ha sido ni enseñada ni facilitada. Más bien al contrario. Me temo
que la propia palabra, asertividad, tan sustentadora de la necesaria
autoestima, la hemos descubierto -¡qué casualidad!- de adultos.
Enviado por correo electrónico,
Santiago Bernal Trujillo
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