Cerrar, coser, clausurar. Todas estas ideas convocan una experiencia de la temporalidad que, para el autor de este poemario, el chileno Gonzalo Maire, configuran el tiempo poético como el cerrar de los ciclos de la vida.
En este nuevo libro, "Caleidoscopio hacia el Sur", el poema adquiere nuevos horizontes: es la atestiguación de una doble posición heurística: por una parte, es acusar recibo de un tiempo desaprovechado, desapercibido en la vida y que sin embargo, toma un control de sí, en la medida que desea ser colocado en el lenguaje. Es la autoconciencia de la inexpresibilidad de lo finito, que en tanto condición inacabada, no puede articularse como un hecho finalizado en el poema, sino meramente en una imposibilidad de realidad. De otro modo, la poesía es también un proceso de contradicción entre la negación de su utopía (en tanto que un tiempo extraviado que quiere ser expresado en la letra como un presente real), y la consigna de una pretensión ética del poema, consistente en el aporte histórico hacia una concepción del Ser humano.
La poesía de Gonzalo Maire cierra un ciclo personal, y tal vez estilístico, no sólo en la declaración de su poética, sino que también en un imaginario y un horizonte de escritura que ha sido sintetizado a su expresión vital: no hay más que fragilidad y tiempo, en que todo hombre tiene chispazos tímidos de infinitud, para luego regresar a su mundo, en donde se ha vivido en vano.
Gonzalo Maire elabora en este, su cuarto poemario, un concepto holístico de la existencia humana. Más bien, rastrea el residuo metafísico que la Modernidad ha filtrado en la subjetividad del ser humano: la pérdida de sentido y el simulacro del gesto frente a lo real.; el lenguaje como mero relato de algo que gravita en la ausencia de todo encuentro. "El hombre horadado" es la categoría que otorga al autor a la puesta en cuestionamiento de la relación naturalizada del hombre y las cosas; la palabra, como el testimonio muerto de las formas de significación de mundo, es la carencia irremediable de proyección del individuo, y de quien deviene rápidamente en una negación de sí, sintomática.
Escrito a través de un verso espeso, horadado, casi oscuro, el autor aborda la situación de la poesía -su poesía- respecto a la experiencia que recoge, y a la vez, abre del mundo.
El arte separado de la vida es un enunciado que ya no nos dice nada, es cierto, pero para Maire, esa es la prueba definitoria del límite actual del individuo frente al sentimiento radical de la angustia: el aniquilamiento total de un tipo de experiencia, desplazada, olvidada, convertida en mero relato, y de la que sólo tenemos noticia a través de una oración carente de sentido.
Gonzalo Maire elabora en este, su cuarto poemario, un concepto holístico de la existencia humana. Más bien, rastrea el residuo metafísico que la Modernidad ha filtrado en la subjetividad del ser humano: la pérdida de sentido y el simulacro del gesto frente a lo real.; el lenguaje como mero relato de algo que gravita en la ausencia de todo encuentro. "El hombre horadado" es la categoría que otorga al autor a la puesta en cuestionamiento de la relación naturalizada del hombre y las cosas; la palabra, como el testimonio muerto de las formas de significación de mundo, es la carencia irremediable de proyección del individuo, y de quien deviene rápidamente en una negación de sí, sintomática.
Escrito a través de un verso espeso, horadado, casi oscuro, el autor aborda la situación de la poesía -su poesía- respecto a la experiencia que recoge, y a la vez, abre del mundo.
El arte separado de la vida es un enunciado que ya no nos dice nada, es cierto, pero para Maire, esa es la prueba definitoria del límite actual del individuo frente al sentimiento radical de la angustia: el aniquilamiento total de un tipo de experiencia, desplazada, olvidada, convertida en mero relato, y de la que sólo tenemos noticia a través de una oración carente de sentido.
La Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla celebra la inauguración del nuevo “Espacio Pier Paolo Pasolini”, con descubrimiento del tríptico “Petróleo”, donado por su autor Claudio Granaroli. 16 de febrero, 19:00 horas, Hall de la Facultad de Filología.
La Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla celebra la inauguración del nuevo “Espacio Pier Paolo Pasolini”, con descubrimiento del tríptico “Petróleo”, donado por su autor Claudio Granaroli. 16 de febrero, 19:00 horas, Hall de la Facultad de Filología.
“El drama de la impotencia creadora”, Cuadernos de Investigación Filológica (Logroño), 21-22, 1995-96, pp. 7-27. ISSN: 0211-0547. https://doi.org/10.18172/cif.vol21
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Los muros paramétricos son una herramienta poderosa en el diseño arquitectónico que ofrece diversas ventajas, tanto en el proceso creativo como en la ejecución del proyecto.
7. « ¡Dejadme! ¿Por qu é me ofend éis? » Y simult áneamente con
estas palabras resonaban otras: « ¡Soy tu hermano! » El
pobre infeliz se tapaba la cara con las manos, y m ás de
una vez, en el curso de su vida, se estremeci ó al ver
cu ánta inhumanidad hay en el hombre y cu ánta dureza y
groser ía encubren los modales de una supuesta
educaci ón, selecta y esmerada”.
Nikolái Gógol (1809-1852).
A ti, mi estimada y querida Señora Olga (1949-2013), te
dedico este libro. Lamento que no esté colmado de los
amaneceres, de las abejas y las frutas como a mí me
gustaría. Pero sabrás que mi alma tuvo que enterrar su
luz hasta muy cerca del fondo, y en el mundo luego
regresar sucia.
8.
9. Índice.
Acerca de Gonzalo Maire pág. 11
Nota sobre las ilustraciones pág. 12
Breviario de la poesía pág. 13
Capítulo I: Diagonales pág. 21
Poética pág. 23
Mónada pág. 24
Caleidoscopio pág. 29
Arboledas pág. 35
Vista del Parque Forestal pág. 38
Desnudo sobre la hierba pág. 40
Ensombrecimiento pág. 45
Poema de dos voces pág. 47
Sordide (no) sentimental pág. 50
10. Temporalidades pág. 54
Objeto desencadenante I: argolla pág. 56
Relampagueo pág. 61
Cuatro de espadas pág. 62
Dejen a mí pág. 65
Tirada en herradura pág. 68
Capítulo II: Poemas de horas pág. 71
Musa pág. 73
Dark-Skinned pág. 74
Todavía pág. 81
I'd love to turn you on pág. 84
I just wrote them myself pág. 89
Vanitas pág. 93
El escabroso pág. 96
Objeto desencadenante II: La luz pág. 100
Correlato pág. 102
Ciudad sin título pág. 107
Ser caído pág. 110
11. Infrarrealismo pág. 115
Trabajadora en el telar pág. 118
De escatológico pág. 121
Pérdida en el Sur pág. 124
A María José Moreno pág. 129
12.
13. Acerca de Gonzalo Maire.
Gonzalo Maire (n. Santiago de Chile, 1987) es
Licenciado en Arte con mención en Historia y Teoría
del Arte (UCh, 2011), estudiante PhD en Filosofía
(Uch, 2016) y poeta.
Joven investigador y docente sobre arte asiático,
con especial atención en el caso japonés, su campo
de exploración principal es la Teoría de la Imagen.
Ha participado activamente en congresos, charlas y
coloquios nacionales e internacionales sobre los
estudios asiáticos en Latinoamérica. En el mismo
horizonte, también es miembro de ALADAA Chile.
Como poeta, es autor de los siguientes títulos:
“Bajo cerezos en flor” (MAGO Editores, 2011),
“Caballos planetarios” (Editorial Rove (Online),
2012), “Así fue como vivimos” (Editorial Rove
(Online), 2012) y “El Hombre horadado” (Editorial
Rove (Online), 2013).
Correo electrónico: gonzalo.maire@gmail.com
La casa de té 茶室: <http://gonzalomaire.blogspot.com/>
Editorial Rove <http://www.editorialrove.com/>
11
14. Sobre las ilustraciones.
“Caleidoscopio hacia el Sur” fue ilustrado por
Gabriela Consuegra Valenzuela (N. Santiago de
Chile, 1989), Licenciada en Artes Plásticas con
mención en Pintura (UCh, 2013).
Su obra se suscribe en la exploración visual de
los procesos testimoniales, constructivos, de la
vida porteña. La problemática primordial que
aborda en su trabajo es lo identitario. Los temas
que aborda la artista son una puesta en común entre
la mirada introspectiva, los espacios de lo
cotidiano, el paisaje costero y las escenas
agorafóbicas.
Algunas de sus exposiciones en el presente año:
Desde el 15 de noviembre: “Introspecciones paralelas” con
la artista Paula Canales. Espacio Arte La Chimenea,
Santiago de Chile.
20 de Agosto: “Perspectivas de Puerto”. Empresa Portuaria
San Antonio (gestión a través del Centro Cultural San
Antonio y el Gerente General Aldo Signorelli).
8 de Julio: “El poeta escondido”, 60 años de antipoesía
en el Bar el Checo, San Antonio. La actividad se realizó
con la autorización y presencia de Nicanor Parra.
12
15. Breviario de poes ía.
Antes que todo, debo de confesar un postulado
muy personal: la escritura para mí, no sólo es una
constancia o un registro del acto que da forma a
aquello que está en la potencia de ser, o el negativo
que se da a nuestra subjetividad. La escritura, por
el contrario, me parece la expresión existencial de
un deseo humano ineludible, orgánico, por cerrar
ciclos de la vida. No puedo pensar en ella como otra
cosa, otra potestad. Y es que no quiero enclaustrar
a la escritura bajo un horizonte impúdicamente
mecanizado. Me resisto a considerar los procesos
creativos, estéticos, los modos de referencialidad
del lenguaje, ya sea a los ojos del escritor y del
lector, como un mero y rústico acto programático de
taquigrafía. De ser así, siento que me llevaría a
rastras, la infinita tristeza de una suerte de
desesperanza.
13
16. Consiguientemente, configurarme en un ser
taquigráficamente, implicaría que toda expresión de
un “algo” no es más que decir que se pone en lugar
“ése algo”, en la medianía de lo disponible y con un
grado de verosimilitud a un real-inteligible. Pero
allí no hay ningún fenómeno original, y más bien,
la adecuación y normalización de la experiencia a
estructuras de simbolización colectivas. En otras
palabras, no seríamos metafóricos, sino analógicos.
Declarar que la escritura –y hablo aquí de
la poética– no es una sistematización de mundo, sino
clausura y costura, es lo realmente significativo a
la ocasión de crear y analizar poesía. Desde mi
posición, clausura de mundo significa que el
lenguaje poético es acusar recibo de un llamamiento
sobre algo que está fuera de toda estandarización,
de una existencia que no tiene espacio de expresión,
y sin embargo, deambula y persiste en el tiempo;
vale decir, en la temporalidad del cuerpo y la
memoria del poeta. El poema es una testificación de
un tiempo vital que ha sido ocupado en vano,
desaprovechado por lo viviente, y de allí su razón
14
17. de ser (querer ser puesto en lugar, aún en su
rotunda imposibilidad). Tesis fundamental de este
poemario, pero que puede ser aplicada a toda forma
de literatura o uso del lenguaje con directrices
estéticas.
Escribo y recuerdo a Kafka, quien señalaba
en su singular visión que “el tiempo pasa, y yo en
vano con él” ¿Qué implica esta afirmación, pues,
sino la declaración de una razón primera del acto
de escribir, como la instancia de dar cuenta en el
lenguaje que hay algo que ha sido dejado sin
atender, y que en tanto olvido, cobra validez? Es
más: sólo se escribe porque hay algo que no se hizo,
que no se cumplió. Aquello que está completado –o
dicho- deja de ser un espacio gravitante, y pasa al
orden de lo íntegro e inamovible, que descansa en
lo consumado. El acto poético no puede dejar más de
sí, que el sesgo de la fragilidad de la vida que allí
atestigua en sus procesos aplazados, sus registros
latentes, y ondulantes, la experiencia no acabada
del autor y del mundo. Los grandes socavones de la
vida, material nutricio del poeta, son el tiempo y
la ética. En sus puños radica la inconsistencia
15
18. humana, la condición de intersticio de todo lo
puesto en la existencia para el hombre, y por sobre
todo, la fatalidad de ser condenados a deambular a
través de las cosas con una pluma en la mano, sin
ser necesariamente definidos de escritores, o de
artistas en general.
El tema primordial de este poemario es el
tiempo, en su forma de cierre. Y es que me parece
urgente que su condición metafísica-existencial en
el sujeto-hombre deba ser subrayada, ya no tanto
en su estatuto de proyección –de la voluntad, la
conciencia o de sí- sino más bien en la forma de una
introspección del error y de la falta. El tiempo
solamente es percibido en su naturaleza aplastante
cuando nos detenemos y somos arrollados por su
falta, su pérdida, o bien, por su manifestación como
límites biológicos o sensibles. Pero el tiempo es una
cosa que apela a todo en una forma de ayer. Más aún,
en la falta que nos hacemos de él, las experiencias
que nos otorga el tiempo son siempre de un carácter
efímero, y también pendiente e informe. No cerramos
capítulos de nuestras vidas por la falta de tiempo,
16
19. sino por el error de no reconocer la temporalidad
de nuestra existencia, la finitud de nuestro paso
y la tozudez por la esperanza de una infinidad del
alma o de una reincidencia de lo vivo. El poema es
lo introspectivo, un mirarse a sí y al mundo desde
un movimiento de contradicción: la paradoja de
legitimar en lo creativo la catástrofe de lo que no
pudo ser real, y el deseo interior de pensar desde
la imposibilidad absoluta, que en lo humano pueda
haber una realidad sin reglas, y un modo de Ser
restaurado que existe conscientemente desde un
carácter de pasado, pero hecho vivible en presente.
En otras palabras, hacer axiomático que somos seres
utópicos, porque existimos en su fracaso. Esto es lo
significa ser “costura”.
Un poema es una mirada antropológica hacia
la realidad, a la vez que la atestiguación de lo
cósmico en lo humano a través de un lugar figurado
en el tiempo. Pero la poesía no es hierofanía, no es
un mito, no es mistificación del Yo ni subjetivación
del objeto, por lo menos completamente: la poesía, y
todo arte, es un extravío a través de la negación y
17
20. afirmación absoluta de su naturaleza en el tiempo
histórico de su germinación. Un poema manifiesta la
negación de su propio sentido, la clausura de su
acometido, el desengaño de su expresión
reivindicadora. Y sin embargo, en tanto que
creación, vuelve real lo imposible, y da una cuenta
positiva de la privación utópica del pensamiento
que vive sin realizarse. Kitaro Nishida lo
desarrolló bajo el concepto de “Mu-ga”, un salirse
de sí que conlleva un aniquilamiento tanto del
sujeto y el objeto en la autoexpresión del Mundo.
Yo lo defino como “coser el tiempo en el lugar”: la
poesía anuda la vida hacia delante y hacia atrás.
Ahora bien, al acto poético también puede
asignársele un cierto sesgo ético, o un campo de
reflexión que implica dejar en manifiesto que todo
uso del lenguaje es siempre una contribución y una
problematización de un proyecto de ideal; pero no
la pretensión de la poesía o del autor, sino del ser
humano. Todo poeta contribuye ética y estéticamente
a la formación de una idea de ser-humano, dejando
en advertencia su naturaleza, su conducta, sus
18
21. riesgos, su clasificación, su categoría. Y esto no es
menor, porque este poemario también promueve ese
horizonte a través de la evidencia de la fragilidad
y el dolor ante la vida; la expresión contenida de
los espacios anulados, suspendidos, flotantes,
distanciados u ocultados por la misma sociedad, y
que hacen agua en la intimidad. Estos poemas
revelan esa dimensión que rehúye todo hombre, y que
debe ser afrontada y pensada: la oportunidad de
entenderse como un organismo que, azarosamente, de
tan infinitamente pequeño que es, puede echar un
vistazo momentáneo, tímido, en lo absoluto, y luego
volver.
19
23. 21
Capítulo I
Diagonales
“Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qu é Dios detr ás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sue ño y agon ía?”
Jorge Luis Borges (1899-1986)
25. Po ética.
De cuando escribes la primera línea, recién caída de
un sueño lejano,
y te pasas las horas en lejanía, arriando las noches
a tu alma, o matando mariposas de otoño,
de que algo quiere salir y llorar, y reventarse de
consignas entre hojas amargas,
¿qué harás para resistirte el luto en que se sigue
la vida, en qué esperanza te echarás desnudo
23
cuando ella ya no esté
y triste el tiempo en que se sucede, para siempre
para no morir?
26. M ónada.
Blanco y transitorio, anonadándose,
como aún si me vieras tú,
aún en mi sombra atardeciendo y frunciendo esta
capa roja,
triste en la insistencia,
24
y el instante de
al suelo y abandonado, consciente de todo sobre lo
que yo pueblo con estas alas
su cierta materia y dominio,
hazme a mí,
y la estéril felicidad que da lugar en las doce de
la noche,
27. 25
tu ser irresistido,
que yo en susurros grises desarrollándote a una
sola desnudez,
hice de tantísimas raíces,
la firme imagen en que te he robado.
Desde arriba, en el límite ciego del vigilante, en
el sueño roto de muerte
aparece tu voz en que descansa,
la nota que de ella hace su repetición, y rompe las
horas
como una tracería líquida,
podando la esperanza por muchos pasos delante de
mí, y por hacia dentro
el fuego que destruye,
su ocupación amorosa bajo mi pecho que prospera,
apenas interferido
28. 26
por los escorzos del día,
y el sentimiento deshabitado que se hace llover a
pedazos de ese aquello,
acaso migratorio,
deshojado de silencio,
y colmado de instantes.
La nostalgia abre y extiende sus ojos, y mi abrigo
se vuelve de una piel de espasmos,
irrepetible…
hacia donde tú estás ahí, floreciendo, y el mundo
está también allí,
estallando,
bajo los árboles que gastan sus hipérbatos negros,
y el ruido militar de los peatones,
ya más en lo lejos, en un sin embargo,
29. como en las noches de llanto y nacimiento, y la
migración que desprendes de tu frente,
y con más remedio que vivir,
en el ave débil que en mi corazón hace tocar, mi
nombre.
Hoy, joven como una castaña de otoño,
castigado enteramente de tal modo alguno,
soy lo que logro verte expandir
27
y que no puedo abarcar,
la bufanda que es desatada por la brisa de la tarde,
el ser en lo incierto,
y el recogerse de lo que tú sonríes desde la
abreviatura,
la traslación de las hojas celestes defendidas, las
aves entre las plazas
todavía soleadas,
30. 28
y las vitales calles,
cóncavas,
ebrias de cielo, de un inalcanzable cielo,
demasiado lejanas de la soledad que cae, permisible
como una rama que adolece,
mis pasos de a tristeza y a frío,
a color rojo,
a fornicaciones nocturnas,
a una gota sin cáscara y mirando, a un instrumento
demasiado dilatado,
a no sé por qué, y creciendo,
y rompiéndose, y dañado fatalmente desde dentro de
lo entonces palpitando,
ahora, tan sólo,
por de pronto.
31. Caleidoscopio.
¿Hay en el tiempo, acaso, un campo, una copa de
madera, derramándose en la piel oscura,
como la de un río de huesos,
encrespado de entre la sombra,
en mi alma de viejo salmón, acudida a morir,
y en oposición a todos los horizontes posibles,
guiado de entre las brújulas,
tocado en la boca por la luz de la tarde,
29
humedecido por la Vida
hacia de lo más de adentro?
¿Hay?
32. ¿Hay en las cosas que el tiempo rompe y sulfura, en
sus guantes azules
30
la piedra dura y sola,
en que mi ser se construye a puro sol y rocío de
invierno
y monta calles y ciudades sin límites
por donde pasan todos mis pasos, y en que mi voz
púrpura relincha de golpe,
y no suena a nadie?
¿Dónde está el ropero de mi casa, el barrizal adonde
las palabras se van a esconder
con gritos de niño, machucones,
e instrumentos de amor desbaratados, y maquinarias
de óxido y durmientes sin ruedas,
que ya no dan miedo de este modo,
sino de una gruesa capa de noche,
33. dejada como un cornisa a caer?
Mirado hacia un caleidoscopio fatal,
hay una gotera infinita drenando almas, y seres
licuados
31
con humores
habitan telarañas en mis sueños, por todas partes.
Hay peces de arcoíris que vienen también a darme un
consuelo por imbécil,
porque soy este,
el imbécil,
hay unas cañerías con aire vacío
corriendo por las ruinas del mundo,
y los retratos dormidos en las iglesias, oh, en que
se secan de viejos las molduras
con colores de recogimiento,
y pigmentos llorando de mucho.
34. ¿Qué hay que hacer aquí, ahora ya, mis pobres poetas,
minúsculos seres saliendo
32
rotos desde el sol
quemados y fuliginosos, estrellados y oscuros?
¿Habrán de tomar nuestros muertos las armas que no
pudimos,
y de los lápices, los árboles
la sangre de la tierra
para reescribir a plena luz del día,
los idearios verdes?
Llegados desde atrás,
prendemos fósforos en la noche, con la ausencia
tomamos leche,
con el desgarro vestimos nuestros pies de zapatos,
la masticación,
y nos morimos una y otra vez,
35. 33
escaleras abajo,
en el fondo de un mar de gorgojos.
¿Qué más hacer, dónde, conjurar o percibir,
crecer,
de qué modo
lavar planetas en un canasto de plástico, lograr al
cisne inamovible
el encierro de su muerte,
y de todos los nacimientos y desembocaduras, cortar
el mar para los amantes
a través de unas pequeñas sílabas de espuma y sal?
¿Hasta qué, por cuánto,
seguidos y enlazados,
somos apresurados por vivir,
y de lentos caminos entre tanta tumba?
37. Arboledas.
35
En La Plata,
en cada rincón o sombra,
por arriba de las casas, en el aire oblicuo de las
esquinas,
en el polvo antiguo de las estatuas
o durmiendo como duerme la noche en el alma,
siempre
hay una acacia que sale a recibirme,
y detona sus fuegos fríos, de pronto, de espuma y
sal;
un arce que se eriza ante mis pasos con sus pelos de
escoba,
38. y aquél, el tilo que me sirve el té en su tacita
y arrea sus medusas con mi pecho
cuando el jacarandá rasga el cielo
36
arriba de su escalera,
y nubes
y rocío violáceo
tiñen mi rostro con lágrimas de acuarela,
y la magnolia, ah, cómo no querer olvidarme de ella,
la rosa de mazapán
junto al alcanforero que acude a verme con sus
bototos,
y desnudando va sus pequeños frutos negros como los
ojos de un colibrí,
pero que son tuyos, compañera,
y no me miran,
y no me dejan hacer,
39. sino multiplicar las hojas con tus calles,
las hojas azulinas que tienen un sonido sin tiempo,
y no se envejecen
37
y no se existen tampoco
entre las arrugas de la primavera.
Centenares de árboles en La plata
y en algo a ti descansan,
en un puro amor infinito a tierra
y a estaciones definidas.
40. Vista del Parque Forestal un 20 de
julio.
El otoño ya no me es otoño,
las hojas ya no caen como quisiera que cayeran, y
los largos paseos por el parque,
extraviado entre fuentes con sus estatuas negras y
pájaros con moho,
y árboles arrugados de frío,
y bolsas de supermercado atragantadas en mi camino,
son ligeras como lamparillas de gas,
y como en mis bolsillos, viejos cigarros duermen.
No hay ya más poesía en el aire, sino canaletas
cercanas a sonar como lluvia
38
41. y el reacomodo torpe de mis órganos en el viento, y
contra el viento también,
también, esto y de aquello.
Pero estoy transparente,
y la boca no termina aún de abandonarme, y mis
dedos de leche teclean sin uñas
las palabras de esta estación, su canto rojo,
para que me recuerdes lejos, viajando con mi rumbo
de estrella imperfecta,
y para que no estés tan sola,
para no que caigas hasta el fondo,
39
para no que caigas,
no.
Hay luces secas, acordeones velando el cielo.
Pero estoy tranquilo, ya con mi navaja en la mano.
42. Desnudo sobre la hierba.
Llevé mis pies a andar descalzo, a pisar sin memoria
el susurro que dejan las ramas caídas, a oír
por primera vez el seco latido que los árboles hacen
al amanecer,
pero en cambio, allí tú
como una provincia nueva,
te hallé en la claridad buscándote, oscura en el
fondo súbito,
propagando sin límite las ovejas mansas remotamente
de su hora,
y tejida eras como un viento de maíz, la infinidad
silvestre,
como los ojos del bosque y el peine del otoño;
y es que eso me pareces, en eso estallas,
e interminable y dicho,
40
te conocí y ahora vuelvo
43. desnudo sobre la hierba,
a respirar el aire que tiene labor de costurera;
y trabajadora entre el origen y el sueño,
desde la distancia crepita el nombre en que te
bautizaron,
y que es extensión de guitarra,
y es luz de eucalipto
y es fruto oscurecido
y es la voluntad de las manos en la greda.
Parecido a un crucifijo sobre la tierra, echado,
desnudo, puedo sentirte a lo lejos
cómo subes en el cielo volantines con enredaderas
de julio,
41
y con trigo de día,
y con trigo de noche,
muchos son los puños que los sostienen en lo alto,
y desde luego,
y entonces,
en tu alma se definen como de rosas dormidas
para que las habites tú,
44. y seas tú quien colme desde ellas la gran pizarra
de agua,
que es la Argentina de piedra, la patria del Locro,
de las coníferas,
de la uva,
de la Pampa sonora.
A mi lado
la hierba se curva parpadeando, y me parece que en
tu iris estuviera contenida,
dirigida por entre raíces circulares,
mientras que la tierra continúa con su propósito
ya sin mí,
y no da tiempo para cambiarme las estaciones, sino
tan sólo para describir
42
el pájaro de agua
que vive esperando
su corazón cortado,
hallado inmenso, y como si sangrara entre las
estrellas, con un tranquilo silencio
verde.
45. 43
Cierro mis ojos
como si me acompañaras en los sueños de la mano,
y allí me quedo, olvidado, extraviado, empapado en
el más profundo infinito
y separados recorremos
la forma de los brotes colgando de los árboles, las
nubes con sus cerezos crueles,
cayendo
en los edificios blancos, la fruta nocturna
del cemento en que florece la lluvia,
porque en sueños o verdad,
la hierba pura
tiene la dirección doblada, la determinación del
Sur en sus hijos,
donde las manecillas del reloj son misericordiosas,
y vienen a buscarnos, de pronto, para que no
olvidemos que solamente juntos,
Ser
es construir y devorarnos como de una elegante
metáfora, pero no por siempre.
Todo es tan diáfano,
46. y es que en toda tu alma las cosas tienen una
quemadura y un golpe de cisne
que me dejan un rastro, un mensaje a los que vienen,
a los que me leerán al nacer,
y no dice más que tiempo,
más que sombras frías, y sueños, y espesuras, y
minerales y agua y flores azules
consumiéndose lentamente
adentro de mi boca.
Un perro mueve su cola a los pies del universo,
las libélulas pintaron las alas con clarividentes,
y porque el mundo
hoy
está muy claro.
44
47. Ensombrecimiento.
Un rayo miserable quemó los árboles que crecían en
mi casa,
y espantó los queltrehues de mis sillas, ahora
volando atiborrados, gordos de agua;
graznidos secos, tristes me quedaron rotos en las
orejas,
como de una nube muerta,
ahogada en un vacío de truenos y rebaños,
como de un vómito destilando sus curvas agrias por
dentro de mis pensamientos,
en que ya no me sostengo las costillas,
45
y clavo,
y clavo,
48. 46
y aserrucho,
y sin un acto de fe, ese aguacero no para de sonarme
a castigo,
e introduzco con mis manos
una lápida en que ya no se caben más las gotas, y
tierra a la tierra
tengo una pena a túneles
y a flores guarnecidas en jarrones blancos.
En algún rincón de mi alma, oh, en ese pequeñito,
en ese pequeñísimo espacio,
sé
que mi mamá
ya lento
atardece.
49. Poema de dos voces.
Algo sucede que no se cansa, que tiene una costumbre
oscura,
de la luna extrae su pan triste
47
con resortes gruesos,
y está plagado de aire y de copas sin agua,
dotado de las formas en que la noche no cesa de
matarlas
como el eco de perros ladrando,
en que ya no sé qué sentir,
o en qué vivirme,
o si de pronto buscar en el luto frío
que dejan las fachadas de las casas,
50. en el esfuerzo a desgarro de los automóviles, o en
mi lágrima al caer como a olvido;
pero, si de la larga cinta de esta Pampa,
ya no me queden más que ruinas,
y cuerpos temblando a estertores de vida y amor,
y de todo lo que la poesía
48
-mi poesía- tejía,
ahora
como luces discontinuas
es de los aviones cayendo.
De a poco ido, he consumiendo de viejo este rosario
en que no agota sus cuentas,
de esos ojos inválidos donde la noche no tiene paz,
de ese gato hambriento y orgulloso
que se azota contra los tejados del pecho,
51. y donde tremendamente hosca,
49
y tristemente sucia,
hace romperme su voz amarga
otra lágrima.
Candelabros con falta de tiempo se balancean,
y en mi alma no me caben los pulmones,
en ese vacío que se traga todo,
todo hacia mí,
dentro.
Desde el patio de la ciudad, junto a mí se me fueron
volando
todos los naranjos.
52. Sordide (no) sentimental.
Albatros errantes hicieron con mi canto su vieja
tumba,
a oscuras filiaciones,
en aguaceros azulados,
y (no) rodaron entre sí para dormirme y nacerme,
para poder viajar hacia arriba de la nieve,
y amontonar las auroras,
desarrollar en tu pecho la suave humedad de agosto,
tanto como (no) quisiéramos,
y en tantos mundos por ocupar,
en el día pleno de tiempo, debajo de los árboles con
sus copas abiertas,
incansables,
perfumando
entre el agua y el viento,
los edificios creciendo como elefantes de costado,
y las plazas con ese sabor a abejas,
50
53. que (no) nos dejarán ir hasta cumplir con sus
deberes sonoros,
el mandato del herido,
el dulce (no) beso del abandonado.
Yo (no) tengo el corazón puro, pero acéptame
no morirte nunca.
Hay una fuerza que oprime los pulmones, un
sentimiento a músculo en el corazón,
que arrastra amigos muertos,
y olas que retumban
como las fechas que quisiera olvidar.
Yo (no) estoy de algún modo soñado en el exceso,
sumergido por ese color
en que me recibes la piel,
donde las flores siempre abundan
y la cordillera es grave, como en campanadas de
venturina,
y (no) es irremediable también el silencio que
desgajo para ti,
que para mucho temblando,
y silente,
51
54. y sin duda,
no me cabe ya en el cielo.
Nunca anochece, y con impaciencia resuenan los
grillos
en el sufrimiento que baja a todas las moradas,
mientras el poniente viste las hojarascas como
moscas, acusando a la melancolía
el triste recorrido, en que lúgubre, fue llevada a
tiros en el corazón.
En cada instante una muerte,
en cada lugar la hora que no se corresponde,
y justas almas salen a consumirse por el campo,
y ese desagradable olor del hierro, oh, en que las
mariposas emigran también
hacia otras prístinas luces.
Pero tú (no) eres demasiado buena,
(no) inapelable,
(no) alta,
a menudo (no) como una sonrisa celeste en el aire
o un sonido agudo
que revienta en el mar
52
56. Temporalidades.
Esperé tanto, tanto tiempo...
la lluvia que en por fin, de tan largo viaje, sobre
servilletas de papel se dejó morir
54
la rosa común,
anochecida y solitaria, y de las hojas que detrás
se residen
por todo el firmamento,
mendigando mi forma interior.
El sonido ya tan muerto me pone una atención
triste,
pájaros infinitos sotierran sus alas
donde hay sólo silencio,
y lejos acude mi corazón tarde,
57. a estas alas que no le bastan con hacer distancias,
y tienen el olor de la madera muerta
55
y sacrificios impuros,
oscuras voces en mitades que respiran, de propósitos
desnudos en besos y piernas
y rincones inseminados de movimiento pegado, como
a gotas,
a gotas,
a gotas
perdidas en un espeso mar, turbado de vientres.
58. Objeto desencadenante I: argolla.
Como si me hubieses anticipado la vida, y colgado
antes que yo el traje de la noche
a un sólo gesto de fe, y de amor fatal,
y como si te hubieses arrojado la risa enfrente de
mí, de como se arranca el atardecer de los cisnes,
y como se amasan también, los panes en el alma:
¿hacia dónde? ¿De qué modo gastado y conducido?,
temblando rodaría yo en la tierra entre surcos
rotos, profundos, en cuyos fragantes términos
56
destruyéndose,
innecesarios, sin cesar,
59. mi herencia solitaria no tendría de esa luz, de ese
abono que me deprime,
ni de la cosecha sobrellevando
los ensangrentados tomates
57
a tu mesa,
pero a cambio,
en el mundo desbordarían las cigarras, y los arados
de tristes consuelos,
que sin aire tararean sus desvencijadas formas,
y cuchichean
desnudas sobre tus huesudos dedos,
un peso sabido, una condecoración cruda,
de oscuros anillos su espacio, como semillas secas
que se cambian la piel.
Desacostumbrado desplomo, aclaro, detrás de ti, y
asocio tu vida a otros brazos,
60. con otro bramido de amapolas que afilan bocas;
58
y no me queda ya más
que tender en mi cuello una insoportable estrella,
una estéril palabra,
como de una ruina degradándose hacia fuera,
un corazón que agita su pulpa blanca, víctima hasta
lo indecible,
y se propaga en tu nostalgia hacia el límite o la
muerte, tan así
que te devuelves insistente, labradora, y colectiva,
y profunda tortuosa,
llena de eso que te brota, entera de esterilidad.
Ay de ti, si eres ya una huella que dura, un espíritu
de hospital,
que enredando mi camino, haciendo diáfanas las
rosas,
me hiciste hundir mi pecho en un océano muy oscuro
61. que drenaba lámparas en peces de podredumbre, pero
que no me importó nunca,
59
y desde sí,
he consumado cada tiempo de mi ser en un agua de
suerte y lilas palpitando como venas,
y conduje corazones y cuervos fuera del patíbulo de
la noche,
adonde tú, vives en el alba,
y donde eres frutal, y donde tienes la estadística
del universo.
No debo llorar si no estás, y dejar que las poleas
sólo suenen,
una espuma de río o relámpago a punto de florecer.
En la madrugada se oirá el sonido de un claxon,
el oro de una argolla cayendo arrodillada en la
tierra, lejos enteramente,
62. 60
e impune sin más,
ya que porque su alma espinal no se contendrá de
inventarse nuevos términos,
fertilizará con sangre la vasta tierra que nace de
tus narcisos.
63. Relampagueo.
El pequeño búho, oscuro entre la luz, mira con sus
grandes ojos
la luna abrirse como el maíz.
61
64. Cuatro de Espadas.
Los muertos descerrajan las persianas del cielo,
62
para empezar,
de mano en mano,
con sus ojos como de árboles infernales,
miráronse perdidos su nombre,
lejos de la vida, y de sus nervios petrificados con
cal,
de esas ramas muertas que los forman
de ese arco violento que los preserva,
y de lo que siguen, como de a caballos oscuros.
De entre las baldosas,
65. el hedor llena el pasto, y tenues rayos de luz rezan
con traición
la purulencia también, de mi acento.
Por las calles las clivias tienen olor a bencina, y
autos caídos hacen el amor
acostándose con bocinazos que chorrean
63
caracoles
enfermos.
Las aves cantan cuando cantan, pero no sé,
¿por qué siempre es su latido tan agudo, y siempre
atrás, a mis espaldas?
No estoy triste,
pero hay un hacinamiento que me devora,
y se repite en mi cabeza como la caspa.
66. La catedral más grande tiene la voz de cuero,
y sobre su arquitectura me mataron la risita, y las
ganas de la poesía,
y el humo negro, que allí sigue, y allí seguirá.
No sé si mi alma me ha indultado, pero me tengo un
sueño de morir.
64
67. Dejen a m í.
Que todos los perros vengan a ladrarme conmigo al
alba,
oh, si ya para empezar no pudiera llorar lo que
recojo,
oh, si ya sostuviese un metal agudo con hemorragia,
blandido desde ninguna parte,
oh, si ya nada tuviese sin abrir, salvo huesos
negros por el tiempo,
y pan pobre entre las encías,
y mocos secos de sepulturas,
65
de noche vaga
con sueños pariendo de rodillas.
68. Que todos los gusanos se levanten de la tierra con
ojos y agujeros,
66
con ovarios profundos,
si ya no te pudiese gritar un sentimiento hasta el
alma, como un hipo con árboles,
o una palabra combatiente,
o una sangre que reclama muertos, pidiendo justicia.
Mátame si me ves de pie con un silencio sucio, ya
putrefacto en cólera y orgullo, y sin balas
arrastrado a la apostasía, reducido hasta ser el
azufre de la noche,
de podredumbre malo,
oscuro y sin nombre, encogido de la vida, inmundo
hasta polvo.
Pero no me hagas dolerme azotar mi mañana de agosto,
si aún no sucede eso.
69. No te vayas como un cristal calado
si todavía desarrollo luz, si aún mi sombra habita
en el corazón que desprende la avena.
No me excluyas de la vida
67
ni cicatrices mi nombre,
si lo que digo y canto persiste en el derecho de no
ser más que agua.
No zurzas mis ojos con cuero de bestias, no me
deshojes el cielo que tanto me ha costado pintar
por la noche
con las abejas que no pueden dormir si me estás
muriendo,
y los laureles que ya han olvidado el aroma de sus
casas.
No te pierdas la cruz
que dos hojas me dejaron ahí, anocheciendo en sus
bocas, su sin fin entrelazadas.
70. Tirada en herradura.
Tienes las ruinas de los pájaros acechándote la cara
a sepulcros y arcoíris,
tienes el sabor del alba vieja,
68
y monedas de agua
se te salen por los ojos
como ampollas y campanadas,
como una forma idéntica hundiéndose sobre los
tejados grises,
y vertiendo su furia en este día gris,
en esta ciudad gris,
en esta luz que me penetra y retrocede adentro de
tus ventanales cerrados,
71. la residencia que insiste de espaldas a mi llegada,
sus párpados lúgubres,
69
y los citófonos afónicos
de un metal cansado y frío.
Ya no tienes la hora de recibirme, ni la voluntad
o la leche,
ya no tienes ni quien mire tontamente, pelo por
pelo, el champú que usas
o te ponga encima un naipe de rosas o celebre la
humedad humana
en que la noche se aprieta a tu cuerpo
y la estrellas destilando sobre tus muslos, me miren
de esa suave ola, caliente.
Ya no me verás más,
así que vívete tranquila;
te dejaré en paz las cañerías abiertas por donde
anduve vagando,
72. y el líquido turbio por las calles corriendo saldrá
sin parar
como cántaros que se van saturando de mugre y alma.
No molestaré más a las baldosas que se gritan de
dolor,
desparramadas por las calles,
rotas y quejumbrosas como dientes de leche,
y ya dejaré de mirarlos a todos,
incluso a la muerte y al aire y a las estatuas y a
tus huesos
flacos de no tener nombre.
Sólo los perros me saludan.
Ellos no tienen nacionalidad.
70
73. 71
Capítulo II
Poemas de horas
“All í, en la noche, un ruise ñor cobraba celos a
la luna con trinos de soprano, y la luna, toda de
plata, se daba a é1 con suavidades de novia”.
Teresa Wilms Montt (1893-1921)
75. Musa.
...Y tuviste que protegerte de un poeta para no
engordar,
73
redonda como una noche,
ignorante.
76. Dark-skinned.
No hay más desgarro o mediodía en este invierno, que
una sola calle
en que tu forma ya no se encuentre,
y donde sólo el humo persiste, ronco en infinito, y
las grietas en el asfalto
de tanto tiempo, de tanto…
Los paseos peatonales intervienen con alevosía, de
sucias correderas,
enteramente de hilos cortados y terrones de viudas.
74
Ya no hay más que aire,
techos desmantelándose, motores ruinosos pegados a
mí, vidrios negros
77. y deshabitadas panaderías
en que tu suave estatura ya no circula, ni proyecta
esa sombra.
Desde un eco adherido a ciertos lugares,
75
rompo a llorar
porque tu fijeza continúa abriendo las puertas
como si tuvieras un olor a crepúsculo,
como si del cadáver de un fantasma arrastrándose,
fueras dotada de la fatiga más larga.
No hay más desaliento que buscarte vanamente en
medio de las vitrinas,
entre mariposas de celofán,
túneles discontinuos,
o dentro de una cajita musical con partituras de
Beethoven.
78. No hay más vastedad en la distancia que nubes con
el contorno de hombres clavados a una roca,
o migajas de tiempos cautivos, en que tú ya no ves,
76
lo que fluyendo,
perfora el día sin descanso.
De todo hecho tiras, hay un músculo que tiene
rostro, y hace retumbos,
y desborda en tu respiración,
y tiene sangre,
y tiene tu cantidad,
y se reacomoda con intestinos y voces, aunque ya no
estás viva,
oh dolor,
y entiéndeme esta vez,
que aunque ya no estés muerta, tampoco tienes sitio
aquí.
79. El lento espacio está contigo muerto, y va con miles
de pasos por delante de mí,
y en las horas de mañana,
77
frío soy de noche,
y aunque me arrastre sobre tu lápida a besarla,
mis flores no son frescas,
tienen acumulado el sueño de ayer.
Es cierto que tal vez ya no piensas en nada,
y que tal vez, es mejor así,
pero,
¿ya te han hecho olvidar de nuestros árboles
goteando orines,
con botellas y latas,
o del aire negro que vestimos con tanto daño?
80. ¿Ya te han hecho olvidar los edificios grises, la
caca de pájaro
y de las cornisas cayéndose en racimos de soledad?
¿Ya te han hecho olvidar las calles azotadas con
basura
y las hojas podridas escuchándose,
como perros vagos afuera, espesos en las carnicerías?
¿Ya te han hecho olvidar al pobre, a la injusticia,
pernoctando entre las esquinas hediondas
con rosas invisibles y hambre?
¿Ya te han hecho olvidar de la calle Rosas, la calle
Puente,
tus locales con lanas y botones
que se acumulan sin dueño ahora, y en tus manos las
bufandas
78
tejiéndose
en la hebra que ya nunca tuve?
81. ¿Ya te han hecho olvidar las viejas casonas,
los cafés y las piletas con turbias aguas,
en donde las palomas se bañan, y los niños?
¿Ya te han hecho olvidar las piezas en baldosas
blancas,
y el olor a anestesia con jeringas y resúmenes,
y las recelosas tardes de conversaciones que tuvimos
en círculos?
79
No. Sé que no,
porque tu alma es inmensa.
How do you sleep?
How do you open the windows every day,
and you, flushed, eat the same tasteless breakfast
without saying anything?
How can you lie to yourself and smile as if
everything is right?
Do you think there no exist other way?
82. There is a sad difference between closing your eyes
and knitting into of illusions.
How are you still alive?
No, I am sorry, it is not matter.
80
Just stay alive.
83. Todav ía.
81
No, mi amor,
no es que no me rompo con tus huesos
y voy a reexistirme en tu pecado de súplica, no,
no me corro el tiempo con tu sonrisa, y es que yo
no te lamo en los dientes mi amargura,
ni en los minutos sumergidos de la cama lloro entre
tu ropa,
y no me corrompo, no...
Por eso me disculpo,
porque soy más,
y nada sigue siendo lo que es, y he ahí la tristeza
de mí, en la verdad.
84. La luna está empotrada a la noche, y lo sabes,
no puede más que chorrear su áspero brillo con toda
su fuerza
82
por tu cuerpo flaco,
abierto por esas manos toscas, horadado hasta el
fondo,
con sombras que se descargan en tus rosados pezones,
de esos transpirados contornos,
y las musarañas trepando entre tus piernas y
confundidas las alas a la de los pájaros.
Yo lo siento tanto,
y no puedo expresarlo,
allí agolpado, inmóvil,
como una aplastante piedra en mi alma, como un
grito de gaviota
cerrado en el océano,
soy deambulante
85. como un voto de redención que no tiene más deber y
camino
que hacia la mismísima muerte.
Ahora debemos decirnos adiós. Del horizonte negro,
habrá nubes claras,
83
sin embargo,
ya nada más.
86. I'd love to turn you on.
84
Acercándonos a un poco,
ausentes en lo inmediato, atravesados por largas
diagonales con besos y hojas,
y semáforos que a medio quemar,
sobre nuestros cuerpos acechan cantidades calladas,
de pronto parpadeando de frío,
de pronto en apariencia insatisfechos,
sobre ese morir incapaz de sonar, en torno, a lo que
de lejos se persiste,
en aumento y horadado,
a menudo con un sabor inacabable, en que apretadas
comisuras de palomas puras
87. anteponen su grito morado como de un ángel a la
noche
y las estrellas dan su palidez en formas de un largo
absoluto,
de esa melancolía que nos excita,
85
e invariable
y sobrante desde hace mucho en mí,
de a poco, resbala y destruye por mitades
las plazoletas que emigran purpúreas, a la luz de
la tristeza
conducidas por mi corazón sobre cada gato, como de
jirones azules, en celo,
de frutos consumidos,
ronroneando en vela
y anteponiendo tu extensión a ése, su infinito, su
desarmado desasosiego.
88. A nosotros, sin desearlo,
van quedándonos los lugares,
desayunos de otoño, consentimientos y manos viudas,
86
a nosotros, vencido,
el aire apretado como una mordida, lo putrefacto de
los parques vacantes,
la carne furiosa de las amapolas,
los asientos y estatuas corroídas, las catedrales
bohemias
-de nubes húmedas, pesadamente contenidas en el
techo de los ojos-y
el deseo ingenuo como de un anillo de oro
enmarañado,
ahogado en la garganta,
y con insistencia a reventarnos de negros caballos
y difusos cuellos
rodeados de cipreses.
89. Pero baja un rostro fluorescente, pero un ruido
polvoriento,
pero gracias a Dios unos ojos inútiles,
que en la obscena e insistida esclavitud me
reconocen, a ciertas horas
en que yo poseo inseparables tu memoria
87
y el mar,
enfermo de un éxtasis y humedecido hasta el alma,
como los gemidos de una luz que se cierra para suya,
la oscura tarea del polen
que se agiganta y dosifica, compañera, en lo que de
tu boca en mí hace derramando
y temibles,
y furiosas, y sin extensión final,
en lo que hoy se me parece el corazón tuyo,
90. la práctica de un sueño que desde el origen
queriendo, tan desgarradoramente dulce,
como en uvas a perpetuo duelo,
ahora se libera y se fecunda,
88
unidos,
arrastrados,
tocados por la guerra,
sobre nosotros con trajes de yeso,
ya a medio resonar de blanco, a medio sueño,
y todavía perpetuados sin ser respondidos, acaso,
aún después de mucho por el tiempo,
sobre aquellas campanadas,
en que nuestros espíritus se vacían y desarrollan
sus misteriosas misericordias.
91. I just wrote them myself.
Tú eres la que hace escribir, y en la que la tierra,
pesadumbre y relámpagos,
89
son una misma cosa.
Tú eres la que despuebla los racimos de vida, y
corta los sueños con una misma moral,
y como suele ser desde una noche sola, o a dos,
en que lo posiblemente yace sin importar,
de pronto se convierte en un anémico insomnio
o un absoluto de pobreza, y huesos con revólveres
aún sujetos,
de lo que comprende, oculta,
esta única forma asfixiante de sentir,
92. escapa y aflige, querida, en el sueño, y arriando
sus cadáveres que bellas, bellas,
piden auxilio en tus manos de tejedora
como una asonante luz, como si tocando las cuerdas
de los girasoles,
se es como se es en la locura.
Tú eres la mujer que de cuando escribí huyó la luz,
rompiendo vitrales en la noche,
dejando mi existencia con verbo a patíbulo, a la
espera del sueño errante, tan cerca,
90
con tanta violencia
como un faro de madera en el hundimiento, sobre la
frente de la tempestad,
arrodillado con todos sus poderes.
Tú eres el gato que optó su vida. Tú eres todo el
planeta que ha decidido,
93. tú eres tu día, y esterilidad de abeja, hundimiento
de puertas y dolor,
tú eres todas las cosas que quedaron en tránsito,
corroyéndose en pena, en separaciones,
a través de los ventanales de otro país.
La cordillera está más alta, en plena miel de
lágrimas.
Hay una tumba en el color de la nieve, y pájaros
negros que me tranquilizan,
91
y nubes compactas.
Escribo como poeta,
sin usos de hombre,
y me encomiendo a un ángel en un eterno túnel
con flores, con lavanderías.
Ahora cántame, si tú pudieras...
y reviéntame mi corazón ahora, a la hora de parir.
94. Cierro el tiempo como una cajita musical,
y ahogo cucharas en mi pecho, o cenicientas,
quedándome a escondidas entre mis pies descalzos,
pero despierto
hasta en las sábanas y la sombra,
errante como a llorar o amar,
obstinado en crear malas metáforas de la luna,
destinar cánticos espirituales,
92
callado,
habitar oscuro con los ojos en cualquier rincón de
este mundo:
ya no importa
lo que piense o lo que tú me digas,
yo sólo estoy escribiendo para mí un pedazo crudo
de este cielo,
para nacer y no dar la vuelta nunca hacia atrás.
95. Vanitas.
Es extraño
que todos huyan de pronto,
y sin más poder que disentir, que de las ventanas
en que vivieron,
ahora cuelgue ropa muerta
y agua muerta
y luz muerta
y plantas muertas
y gatos solos.
Es extraño
no encontrarme otra vez con sus zapatos,
y el ruido,
y el eco de que hay alguien en su espacio,
pero ya sin el esqueleto,
no abriendo las puertas, no haciendo chirriar los
corredores,
93
96. 94
las camas,
no nombrándose, no comiendo,
en el amor sin gritar, de día, en el baño, por
teléfono.
Hay un olor a soledad, a habitación enferma,
a estancias chorreando,
a huérfanos tejados en contra del invierno.
Ya todos se salieron, se disiparon mudos
en el silencio terminal,
y entre ataúdes pesados caminaron con su frente
baja,
con guirnaldas crudas en el cuello,
y maletas cargadas de sombra
a los andenes lloraron el día o al cementerio con
palas se murieron.
Y me parece tan extraño
la permanencia de la Nada, el nombre “violín”,
mi apellido extranjero,
la sonrisa de la loca,
las cosas para recordarte que fuimos, entre el
tiempo y el lugar,
97. como restregar las murallas vacías con una cuchara
de palo,
y lamerme el corazón agrio
con la mugre de la vida.
El tiempo pasa a través de mis dedos en tu casa,
entubado como desagüe,
y las rosas se queman,
y los libros se arrugan,
y las ampolletas no prenden.
95
98. El escabroso.
96
Qué ingenuo he sido,
hallado entre ecos, sin una esperanza, forrado como
de un quijote de fieltro,
para que yo siga existiendo, en alguna parte,
temblando desde dentro en frascos de infinito,
y desorientado en las mañanas al despertarme, falto
de sueño,
y con las luces derramándose por las cortinas sin
emociones,
por al contrario a lo que tu mirada levanta,
y voy triste,
y voy sobrante
99. y voy donde hay un viento que apenas reconozco,
donde los árboles tienen furia y moral
y son capaces de botarme con sus hojas la risa de
los órganos.
97
Pero no tú,
que estás llena de todo lo que crece, y con esos ojos
que alcanzan
el final del día.
Hay veredas con rostros de viejos, y números entre
las avenidas
por donde corre un río plateado,
banderas celestes con forma de soles y esquinas,
y personas caminando con cristales en la boca, seres
extraños que salen de las superficies,
uniformes como ojos y pelo,
100. y en su sexo bilioso, una respiración a huésped, a
extranjero,
98
a color
hace ruido en mis pies
y mide mi corazón con menosprecio
como la noche, en la soledad de un gemido a oscuras
paredes, y edificios
con nombres de fantasmas
y ascensores,
y espesas tazas de café y medialunas y lugares que
me antecedieron,
que apenas puedo describir, y sin embargo, continúo
cerrado,
y alrededor sobrevivo
a través de pobres esperanzas, estímulos de costado,
pocillos de fruta
y un saludo de buenos días
101. 99
destinado para ti,
pero saturado de luto, persistiendo, y sin nada más
que querer,
que censurado de sentimiento.
Quizás no sepas, no oigas jamás, que en ti
la cordillera me parece más alta, y su nieve más
oscura;
y en ti mariposas
retumban lentos vuelos por tus orejas,
y caballos salen corriendo sin límite
y cerezos girando,
como zorzales que se dejan caer el pecho para formar
familias a mi alrededor.
102. Objeto desencadenante II: La Luz.
Aclaro, a la hora de aclarar,
algo más íntimo, recogido, de fosfeno como las flores
alumbradas por una bolsa de papel, lentamente
decantadas en medio de la basura.
El breviario se bebe hasta la última gota,
callado, en un trago grueso de esperanza.
El día de la huida es negro, y en las praderas
la hierba crece a mis ojos como losas de mármol, o
arena
húmeda con nombres flotantes
100
103. en despedidas mal hechas, o sombreros de luz con sus
puntas mal paridas.
Es en el patio del alma donde va a caer, pero qué
instrumento para sí, sin retorno,
y del que sólo doy cuenta la inercia, lo inmóvil,
la transparente catástrofe cayendo y haciendo
tierra la tierra y haciendo mundo,
101
y el cielo rojo,
atrás, a contrapelo,
acompañado de sauces suicidas con tus ojos, y un
paisaje oculto de pálidas libélulas.
104. Correlato.
102
Algo grande,
de repente desmedido, como un cielo con hedor a
vinagre,
nauseabundo como la defunción de todos los océanos,
se enrosca en mí
para arrastrar los días,
en cuyas cosas yo anudo mis pasos, y se detienen en
seco los relojes,
en vano,
y duermen en los jardines larvas con aguas gastadas
y tubérculos de colores sucios,
105. y el corazón tambalea con su forma, ronco, duro, por
un viento que rompe hasta morir
las costuras de las casas,
los alambres de mi pecho torcido,
donde un ser dañado busca en el fondo de lo oscuro,
103
pan y ojos,
clavos para su triste consuelo,
para la corona de su musa
que lo mira reconocerse con las estaciones,
y salpicada de pianos en semen,
transita por los calendarios sin tocar nada.
Estoy mirando,
y deambulo enteramente de paso;
las catedrales tocan melodías con mordazas bajo el
sol, y bailan las palomas con hastío
106. entre cardos inconfundibles,
de ese sabor postrado a carbón.
Hoy sábado celeste, de ataúdes en la garganta,
circulo entre muertos por infinitos adoquines, pero
mi frente debe seguir en alto,
104
abrirse de lágrimas
a lo que hace brotar el mirlo que hay en la sombra,
y al olor del pasto mordiendo el cielo,
porque de todo en ti yo no soy más que un número
inadecuado,
y soy lo que se olvida en secreto,
sin ojos,
e hinchado por el hollín,
y soy de sencillas gentes,
que de paso
en tu puerta
se queman,
107. 105
quemándose
desde muy dentro.
Los rosetones de las iglesias no cambian y sus rosas
no respiran,
pero oscurece,
y en mi habitación no hay rostros,
tu respiración dejó muy temprano las paredes
como una bandada de pájaros, y ríos infinitos de
rodillas, y que volando,
rodearán sombras delgadas,
y saldrán peces en mis ojos,
y piedras mojadas en el alma,
como el tiempo que cae también con trajes cortos,
o como tulipanes
108. empeñando sus grandes conchas, hacia una luz con
tacones,
en la inútil nostalgia de las once de la noche,
y el ruido largo de las libélulas
106
que de mis sueños
salen a trabajar,
reventadas
en
soledad.
109. Ciudad sin t ítulo.
Tengo sueño de ladrillo rojo,
y bicicletas grises que se escapan por callejuelas
anónimas,
107
de vitrales rendidos,
y ángulos ruinosos, oh, en que de dónde, y es que en
qué, me trasmiten esa luz de tiza,
esa plegaria de arbotantes,
en hileras de hipogeos con enumeraciones perpetuas.
Ni las coníferas ya quieren acercarse
a esas fachadas gruesas donde emergen intestinos de
hierro,
y espirales de viejos monarcas,
110. que pernoctan en una oscura platina del tiempo,
soldada en la mugre,
impregnada con olor a cosas.
Hay edificios que me parecen escarabajos, llenos de
ojos irritados, vacíos,
recostados con sus espesos tórax a un sol,
108
a reglones torcidos
tanto más miserables.
El tiempo tiene asco,
y se apresura para no seguir, y está vomitando, y
tiene contracciones,
y edificios amontonados.
Corre la tierra en su galope desbocado, y sobre las
calles
no hay ningún adoquín
que quiera aferrarse a la vida.
111. Hay un dolor a capiteles entre las nubes, y pórticos
industriales
109
tachados con cruces,
no lejos de tu casa.
Francamente, las bóvedas de crucería lavaron el
cielo de los mundanos,
y pintaron con cloro las chimeneas,
pero Dios nos hablará siempre por las tardes.
112. Ser ca ído.
110
Estoy sordo,
e insensible en lejanía,
llorado en extenso como de consuelo y materia,
con espanto en la noche, dañado me presento,
enfermo por el futuro.
No tengo insistencia,
y soy descubierto deshabitado;
un tren pasa debajo de aguas oscuras,
y hace ruido blanco con vagones cargados de piel,
y parece que se despiertan a seres corroídos,
a estrellas gimiendo,
113. aunque no pueda escucharlas.
Son ásperas las manos, duras las lágrimas,
111
arden mis párpados
en tu fotografía amarga
como una lápida en que descansa el peso de lo mío,
y halla eco por instantes,
las notas de los instrumentos
sonando a mi lado, a cenizas;
tengo frío, amor,
y tengo susto,
y tengo pájaros clavados en mi cuello.
Todo ríe con un aire de sepultura,
todo es una carcajada como de un cuchillo
abriéndose el estómago;
114. había olvidado lo que es el dolor
y es débil el cielo que humedece la tierra
112
con callados nombres,
justo detrás de ti.
La oscuridad se propaga entre mis dedos
como una luz formada de escombros,
insuperable y corrupta,
una poza de cuero,
un cristal en que crujen los vencidos, y sombría en
su cáscara,
llueven y llueven
sentimientos atiborrados en locura...
afuera,
roncas flores de otro modo,
y murmullos de animales que se quejan en mis brazos,
115. 113
a pedazos de grito.
De pronto,
el barro cae del rocío
contra mi ventana,
y una luna desciende a tocarme,
sin su rostro conocido. Pero nadie responde,
pero nadie allí, nadie a mi llamado.
Hay una partida insoportable,
en el fondo,
como de difuntos que huyen;
hay un arrastre de cosas sin dueño,
y seres sospechosos que se dejan tocar,
y enamorados muertos,
y humedales con tanto exceso.
116. Hay un desahogo de paso en las paredes,
114
como jirones de sal,
un ánimo de objetos devorados,
y hay un tiempo que se queda masturbando.
En ocasiones,
mi cama suena, y hay un aire amargo, y sábanas
pegadas;
huele a un cierto grado de soledad,
y pobres las flores,
en que los demonios se divierten
abriendo y masticando el polen de mi alma.
117. Infrarrealismo.
Del grifo caen gotas caucásicas,
molinos que se mueven sobre vasos que nunca se
llenan,
elefantes por las paredes comen moscas y ponen
huevos,
los huevos que al refrigerador le hacen falta,
y el canto de las aves golpeando las ventanas,
suenan a como una lluvia pesada
en que la bencina negra por fin
115
logró sacar sus alas,
y vuela hacia abajo
118. a morirse como clavos que se clavan Santiago de
gusanos por la tierra.
Devoro un pan con chancho en la cara de los
muertos,
116
en las fosas nasales
de una pantalla LCD,
y rodeado de hormigas me duele el pecho, desde donde
se me sale
la vida
con múltiples patas.
Se caen las rosas del patio,
y la parra da ojos negros,
y tú estarás bañándote con mis cepillos, tocándote
el cuerpo con vapor
y olor a frutillas,
119. y tu sombra se desenrollará como un ovillo de lana,
para regresarme el tiempo amado
117
de una vez
por todas
cuando yo te entreabriré con mis dientes el sueño.
Reconozco, por mientras,
la noche
propagando sus guindas entre las piedras azules del
colchón.
120. Trabajadora en el telar.
Se va cosiendo el capote de una edad oscura, y qué
sería,
118
sino del alma,
el tiempo,
la vendimia
abriendo el mundo como uvas y túneles, condensando
el color de los girasoles
sobre un jarrón de tallos moribundos,
y moscas y harapos y sinécdoques;
se va hilvanando la aguja de la tarde con unas
manos arrugadas,
viejas de olvido,
121. tejiendo sobre cada rostro una lápida con nombres
de bronce,
y los relojes que cubren sus forros con miedo a
caérseles hacia delante
119
con una luz amarilla
que sólo se irradia en espirales;
y el vino de la muerte,
en el vaso de la tejedora
corre sin fin por la noche de esa triste lámpara,
que se va consumiendo dormida.
Sólo puedo ver a estas horas sombrías la cicatriz
que te dejaron las tijeras,
el sentimiento que llevas de vieja y de cordeles,
y los botones desparramados
y los cisnes sin piel
y el telar roto
122. y el suelo abarrotado de amargo
y las volutas viviendo de la muerte, su esquelético
descanso.
120
123. De escatol ógico.
Me estoy callando loco los dedos, furioso, como el
color que da la piel.
El aire bohemio te busca
entre los amoríos a puros besos botados,
a golondrinas hinchadas en azúcar,
y empotra la mano con tu sombra soldaditos de
plomo,
121
salpicados en la pared
en una morada azul,
con otras puertas,
y luces ardiendo de mucho,
de grifos con agua encuerada.
124. 122
En el útero de octubre
el gato lunar abre los ojos negros, y tímidas
ranuras con desencanto:
diminutas son las pozas de mermelada, oscuras
en que las polillas se unen a centellear,
y dulce el aire se levanta
en un viaje que nunca quisiste hacer,
para cuando las estrellas se licuan bajo el embudo
de la noche.
Dime dónde estás a mí, en qué lugar ahora y mañana,
sobre qué piedra o planeta te fuiste a nacer,
en qué día te quedaste a vivir la vida.
A mis relojes ya se le salen moscas y minuteros,
y anchas cuerdas en mis párpados como de corbatas
de cristal;
125. 123
y hay velas también
que alumbran el vacío con expresiones enfermas, y
las oraciones a la Virgen
no tienen más de consuelo
que de un gato cojeando, los labios moviéndose
morados de buenas noches.
126. P érdida en el Sur.
Imagina la tarde como recogida en mí, con adjetivos
y hojas oyéndose tiritar,
en esfuerzos ya tan largos,
de una espera con alrededores vacíos, y huéspedes de
ansiedad con sillas,
124
y sin orden, pensando,
delgados goterones en tu ausencia, fijos, en el
fondo que no para de caer,
sobre esa podredumbre donde termina la luz en las
cosas,
en la madera negra de mi cama, en el hoyo de mis
zapatos,
en toda superficie o existencia que palpo,
127. y es tan burda, infeliz,
que me gasto su voluntad,
125
y su odio en desvelos,
y nauseabundo como en los vasos que salen de lo
oscuro
a llenarse de corderos,
las tijeras cortando de los manteles fantasmas
secos,
y las repisas que huelen a sombra,
a recuerdos atravesados por el hambre
y sin más que orillas quemadas, de un modo de detrás
de mis oídos, como de inútiles gansos
o violines sin aire, jalando,
y aun así el pan es amargo y serio
porque hay entidades pariendo movimientos solos,
y porque lugares con colores débiles sonríen,
amaneciéndome sin piernas, ay,
128. ¿y es que por qué se detienen en mi nombre, en mi
ser?,
si remoto, e inseparable, y con muchas más vendas
sobre mis costras,
yo soy más muerto que las piedras
y más depósito que respiraciones, y más cuchillos
que fechas.
Lágrimas con sabor a cloro resbalan,
espacios que crecen y no se reconocen la sangre que
los parió:
han cambiado hacia dentro
de un tiempo que no me deja salir, y de repente,
explota,
arrasando todo con alma y silencio, en fin,
llorado en absoluto, perforado, y gritando,
126
¡gritando!
129. 127
tanto, en fin.
Voces de niños escuchan detrás de los dormitorios,
y ciertos ángeles nauseabundos,
se me parecen a un montón de pensamientos con pena,
y un viento de losa,
en que viven muchos hombres su llanto,
arrastrando lugares hacia donde no los hay.
Solo
en mi casa,
hay un brillo a sepulcro en los platos, y devoro de
allí los restos de Dios,
mientras silba el tiempo eternamente en los patios
una triste palabra,
que me aterra con sus uñas y sus cabellos, para no
identificarla.
130. Rompe la noche la tierra
y sus pedazos parecen tan grandes, tan desbordados
de aves migratorias,
que aunque viviendo con muchas horas de diferencia,
128
y en otra vida
despertando con tu besos,
habrá siempre un sabor en mi alma que se me repite,
y que duele, y deshojado,
no se ahogará nunca bajo las tazas tristes del té,
su enorme peso
que arrastra planetas oscuros.
131. A Mar ía Jos é Moreno.
129
Vieja, mi vieja,
querida,
de tan joven te corren los cabellos todavía, tus
pómulos y el gato escondido,
adentro,
que los ojos te hacen agua
azúcar de una abeja de una flor exhausta,
y con forma de retrato te saludas de lejos, ida, ida
en la mano rota,
rota de mí,
rota de poetas.
132. Suficiente el día aguardó la tragedia, la pequeña
rosa excedida de carne,
130
muerta de liendres.
Y es que tengo que despedirnos, de que nos sucede.
Atrás se quedaron
las páginas eufóricas,
las noches de luz a oscuras, y corceles resonando,
las murallas muriendo
a palabras y de sueños robados,
sobre otros.
Ésta fue la última obra, el último título, los versos
finales
con gritos de amor y horca, rugiendo a través de él.
Insuperable donante fui yo de tu complejidad, y
destructivo germinante,
fondo de poemas, universos de rojo,
133. como de un coleóptero clavado vivo, como la mordida
de los duraznos,
el cardo perpetuo en mi patio, amado,
131
desintegrador,
y rebelde.
Hoy me voy deambulante, resistido de a pura fuerza,
vivo en el mismo sin lugar,
y gracias infinitas,
y gracias infinitas,
gracias,
Jose,
por ser tan maravillosa, planetaria, sí, horadada,
como debajo de hojas
de cerezos, que toqué entre sus órbitas, sin pulso.
Éste es mi poema conclusivo, el último desde el
primer libro, en que se va el “te quiero”
134. 132
a creerse que sí,
el océano oscuro
del gato llorando, parecido al hombre, como a todos
los hombres.
Ahora te veo, pájara entre los pájaros, en el futuro
sin regreso de la tarde tardía.
Finalmente, ahora te veo, pájara entre los pájaros,
en la mancha migratoria de la tarde tardía.
“¿Y si todo lo que sue ño no es m ás que una fatamorgana?”
30 de octubre de 2014, Santiago de Chile.