El documento describe la lucha diaria de las comunidades indígenas Nasa en Toribío, Cauca, para mantener sus costumbres y proyectos productivos en medio del conflicto armado. A pesar de los constantes tiroteos entre la guerrilla y el ejército, los Nasa organizan eventos como ciclopaseos y ferias para promover empresas como Jugos Fixze, Kwe'ex Café y Truchas Juan Tama, que generan ingresos para 180 familias a través de la venta de jugos, café y truchas. Los N
COMUNICADO CNE-CAMPAÑA Y PROPAGANDA ELECTORAL 20240423.pdf
Crónica de una lucha por la pervivencia
1. Crónica de una lucha por la pervivencia
Fuente CRIC, 11 abril 2014
Las comunidades indígenas del Cauca luchan constantemente por
mantener sus costumbres en medio de la guerra.
Hace menos de cinco minutos que cesaron los disparos. El ataque de
los guerrilleros contra el cuartel de Policía de Toribío duró casi una
hora. La primera explosión, seguida de ráfagas y tiros sueltos,
retumbó en el pueblo poco después de las ocho de la noche.
Las detonaciones espantaron a los escasos comensales del
restaurante Yoli, pero no a los borrachitos que coreaban ‘Viejo farol’
en la licorería El Che. Hicieron bajar la cortina metálica y siguieron la
rumba adentro.
Las primeras en correr fueron las parejitas y demás usuarios del
parque principal de este municipio incrustado en la cordillera del
norte del Cauca. Casi todos sus habitantes son indígenas Nasa.
A veces, las detonaciones cesaban por algunos segundos. Pero luego
se reanudaban con más bríos, sobre todo en el occidente del pueblo.
En esa parte está ubicado el cuartel de Policía, un búnker con
instalaciones subterráneas que hace tres años resistió, incluso, el
ataque con una chiva cargada de explosivos. Las esquirlas apenas
rasguñaron las paredes del cuartel, pero destruyeron las casas a lo
largo de dos cuadras, y mataron a cuatro personas.
“nuestros sueños, nuestras marcas”
Excepto por el ladrido de los perros, el pueblo sigue en silencio. Son
casi las nueve de la noche. Por épocas, la guerrilla hostiga a diario el
cuartel de Policía o dispara contra los agentes que patrullan en los
2. alrededores del búnker. Los toribianos ya se han acostumbrado a esta
rutina.
Habrían pasado unos diez minutos en calma cuando Sandra Herrera,
una manicurista que vive a tres cuadras del cuartel, se levantó del
sillón de la sala.
“¿Dónde dejaría la lycra?”, se pregunta en voz alta mientras se dirige
a la pieza. Al cabo de unos minutos tiene lista su indumentaria
deportiva y su bicicleta. “Mañana me toca madrugar a las cinco, si no
me deja la chiva”, dice. Luego explica que a esa hora sale para
Santander de Quilichao un bus con los participantes en un ciclopaseo.
Unos 300 deportistas recorrerán unos 40 kilómetros desde ese
municipio, junto a la vía Panamericana, hasta Toribío. Casi la mitad
del trayecto es en ascenso, bordeando las mismas montañas donde
se esconden los guerrilleros que disparan por las noches.
Pero los toribianos no se arrugan ante el cruce de disparos. Han
vivido esta rutina más de 600 veces en los últimos treinta años. De
hecho, en la semana siguiente a la visita que hice a Toribío para
escribir esta crónica –a finales de marzo– los guerrilleros de las Farc
hostigaron todos los días el cuartel policial.
Y hoy por la tarde ‘tastacearon’ algunos tiros media hora después de
mi llegada. Eran las 4:30. A esa hora, una veintena de niños entraba
al pueblo en sus bicicletas. Venían de entrenar por la carretera que va
para El Palo.
“¡Niños… Niños…! ¡Cuidado. No se vayan a meter al parque!, les gritó
el hombre que dirigía el entrenamiento, Juan Carlos Betancourt,
quien es asesor del Plan de Vida de los Nasa. Los niños siguieron
pedaleando. En la esquina siguiente voltearon a la derecha, frente a
una trinchera disimulada entre las ruinas de una casa despedazada
por los ataques.
El resto de la noche transcurrió en silencio. A la madrugada del
domingo, la chiva despertó a medio pueblo con su corneta a eso de
las 4 y 30. Otros carros se unieron a la caravana. Sandra Herrera y
un centenar de ciclistas más se treparon en los vehículos frente a los
ojos trasnochados y sorprendidos de los policías atrincherados en el
parque.
Algunos de los deportistas, incluida Sandra, llevaban puestas
camisetas blancas con la leyenda: “Nuestros sueños, nuestras
marcas”. Bajo el letrero se veían los logos y nombres de las empresas
creadas en medio de la guerra por los indígenas Nasa de los
resguardos de Toribío, San Francisco y Tacueyó: Jugos y agua
embotellada Fixze, Truchas Juan Tama, Lácteos San Luis, Kwe’ex
3. café, comercializadora mixta Tacueyó y Transétnias de Colombia,
entre otros.
Jugos fixze y kwe’ex café
Cuando acabó de clarear el día, una mujer comenzó a barrer el
parque. Dos camionetas se parquearon en una de las esquinas.
Varios hombres y mujeres bajaron carpas, armazones de hierro,
mesas y un aviso publicitario: “Fortalece tu espíritu Nasa”. Otros tres
indígenas colocaron dos bafles. De inmediato tronó una tecnocumbia
peruana.
Los indígenas de Jugos Fixze fueron los primeros en instalar la carpa.
El coordinador del proyecto se llama Eduard Yule. Es ingeniero
agroindustrial. Estudió en Cali gracias a una beca que le otorgó el
cabildo de Toribío.
Yule dice que Jugos Fixze produce 50 mil unidades semanales en
bolsa y botella. El proyecto comenzó hace unos 13 años y beneficia a
180 familias, además de otros cultivadores de mora de las veredas La
primicia y El Sesteadero, a quienes les compran cuatro toneladas
mensuales de esa fruta.
Los indígenas venden el jugo y el agua embotellada en las tiendas del
pueblo y en algunos restaurantes, como el de Yoli. El alcalde de
Toribío y líder del pueblo Nasa, Ezequiel Vitonás, da una vuelta por el
parque en una bicicleta prestada. Dice que bajará hasta la vereda
Rionegro a recibir a los ciclopaseantes.
Al lado de Fixze se levanta la carpa más visitada a esta hora: Kwe’ex
café. Una joven indígena reparte tintos en pocillos desechables.
Kwe’ex café nació hace 11 años con 120 familias de caficultores
orgánicos del resguardo de San Francisco. Bertulfo Ul es el vocero.
Dice que Kwe’ex café procesa unas veinte arrobas mensuales del
grano. Se vende en Toribío y en los municipios vecinos.
“Estamos tratando de abrir el mercado –dice Bertulfo Ul–,
pero por esta época hay combates en las zonas rurales y eso
nos afecta la producción”. “En Pueblo Viejo y Loma Linda hay
cafetales abandonados por miedo a las minas quiebrapatas o a
los tiroteos”, dice este líder.
Precisamente, hacia las nueve de la mañana de este domingo se
escucha una explosión en la vereda Loma Linda. Una columna de
humo se levanta en medio de la montaña. Un locutor de aspecto
indígena le baja el volumen a la música y agarra el micrófono: “No se
asusten. Me informan que son artefactos explosivos (que abandonó la
4. guerrilla) que están siendo activados en forma controlada”. Y
enseguida truena otra cumbia peruana.
Truchas y vuelos en parapente
En el otro extremo del parque instaló su carpa una de las empresas
más emblemáticas del pueblo Nasa: Truchas Juan Tama. La estación
principal está ubicada en el corregimiento de Tacueyó, donde hace
una semana murió baleada una joven indígena durante un
hostigamiento de las Farc.
Jaime Díaz, el coordinador del Plan de Vida, dice que Truchas Juan
Tama produce unas 13 toneladas semanales de filete de trucha arco
iris. Estas son transportadas en un camión refrigerado hasta los
supermercados de Cali. El viaje desde Tacueyó demora unas dos
horas, pero en ocasiones el carro debe esperar a que cesen los
tiroteos para entrar y salir de la zona.
En ese corregimiento también funciona Lácteos San Luis. Esta
empresa procesa queso y yogurt, gracias a las nueve mil cabezas de
ganado que tienen los indígenas. Toda la producción la venden en los
municipios cercanos.
El locutor anuncia que los participantes en el ciclopaseo se acercan a
Toribío: “¡Gracias a los amigos ciclistas de Santander, Corinto,
Miranda, Florida que se solidarizaron con Toribío en este día!”, grita el
hombre del micrófono. Y aprovecha para advertir que los niños y
adultos deben estar listos, pues hacia las once de la mañana
comenzarán las competencias alrededor del parque.
“¡Alístense también para ver los vuelos en parapente!”, anuncia el
locutor. En efecto, un grupo de parapentistas de Villa Aventura
Extrema, de Florida, Valle, había pasado una hora antes por el pueblo
rumbo a La Estrella, un cerro ubicado en el extremo opuesto al lugar
de las balaceras.
Promover el parapente forma parte de una estrategia de los Nasa
para convertir a Toribío en un sitio para la práctica de deportes
extremos. El primero en lanzarse, el año pasado, fue el alcalde,
Ezequiel Vitonás. Dice que lo hizo para animar a sus paisanos. Pero
no tuvo fortuna en el aterrizaje y pasó una semana en cama por un
golpe en el coxis.
Veinte mil pesos al primero
Mientras suenan las tecnocumbias, también retumban en la montaña
cercana otras bombas que el Ejército hace detonar en forma
controlada. Siempre ocurre lo mismo después de cada combate. Cada
5. vez que estalla un artefacto, el locutor les pide a los asistentes que
no se preocupen. “Hoy es la gran fiesta de lanzamiento de los
empresas de los Nasa y… ¡Atención…! Me informan que los
ciclistas ya pasaron por Rionegro”.
Hacia las 10 y 30 de la mañana aparecen los primeros deportistas por
la carretera que viene de El Palo. El punto de llegada está ubicado
frente al colegio, cerca de un árbol donde dos francotiradores del
Ejército permanecen parapetados desde el día anterior.
Los ciclistas apenas sí reparan en la presencia de los uniformados. Es
una escena común en los municipios del norte del Cauca. Uno de los
pedalistas es Efrén Santacruz, de 63 años. Vive en Santander de
Quilichao y viene desde hace cinco años a Toribío. “Nunca nos ha
pasado nada. La Guardia indígena nos acompaña en todo el
recorrido”. Hacia las 11 de la mañana llega Sandra Herrera. Jadeante.
Saluda con la mano y sigue pedaleado por la calle principal.
El locutor anuncia que ya se lanzó el primer parapentista. Los
asistentes miran hacia el sur. A lo lejos se ve una silueta. Algunos
muchachos corren hacia la cancha de fútbol para ver el aterrizaje.
De nuevo interviene el locutor: “Están abiertas las inscripciones para
las carreras de ciclismo”. El ganador en cada categoría obtendrá
veinte mil pesos. Y diez mil para el segundo. Los Nasa piensan que
quienes participan no deben hacerlo por la plata, sino diversión y por
el amor a su comunidad.
Entre los que promocionan sus productos en el parque
también están los jóvenes indígenas de la empresa Maensu.
Fabrican zapatos, camisetas, chaquetas y artesanías. Unos
metros más allá, otro indígena promociona las medicinas
naturales que la Asociación de Cabildos Indígenas del norte
del Cauca, Acin, fabrica a base de plantas que los tewalas
(chamanes) cultivan en sus huertas.
Artesanías en guadua, madera y fibras, tilapia ahumada, mermeladas
de piña y ahuyama, miel de abejas, almíbares… estos productos que
hoy se exhiben en el parque principal de Toribío provienen de las
empresas que los Nasa intentan mantener en medio del conflicto.
Las competencias terminan hacia la una de la tarde. Los ciclistas
hacen cola para recibir el almuerzo que les da la Alcaldía y el Plan de
Vida, organizadores del evento. Las mujeres de Tacueyó ofrecen
trucha y patacones. En el otro extremo del parque vigilan dos
policías, pistola en mano y sin seguro. La tecnocumbia sigue
sonando.
*Periodista y profesor de la Universidad del Rosario.