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Sobre la “Nueva Justicia”
Derecho y Simbolismo
De Erinias y Euménides
Por Alexis López Tapia
Director Revista Acción Chilena
Implacables, sin piedad ni humanidad, puras e inocentes como el filo de la espada del
verdugo, ciega y certeramente justas, las Erinias –diosas primordiales de la Venganza,
nacidas de la mismísima Gaia fecundada por la sangre y semen del castrado Urano: la
Tierra y el Cielo– Alecto, Tisífona y Megera, constituyen parte del entramado vital de las
más profundas concepciones de Justicia de Occidente.
Alecto es “la siempre encolerizada”, Tisífona “la vengadora del crimen”, y Megera de “los celos”.
De hecho, Erinias significa "las airadas", furias vengadoras de la sangre familiar.
Su origen se retrotrae con plena certeza, a la propia Diosa Madre en su aspecto de Serpiente, una
de las representaciones de su función como Tutora de la Vida y Dadora de Muerte.
Durante el Neolítico, desde hace unos siete mil años, se la adoró en altares caseros, representándola
con una corona de serpientes a modo de cabello, símbolo de su condición de sapiencia y
omnisciencia.
Era la tutora de la energía de la vida y de su continuidad.
De esta vieja deidad primordial, surgirán tanto las Erinias –cuyo cabello está formado por serpientes
y de cuyos ojos mana sangre-, al igual que las conocidas Górgonas: Esteno, Euriale y Medusa, esta
última también coronada de serpientes y con colmillos de jabalí, de mirada tan espantosa que
transformaban en piedra a quien osara mirarla.
Será a la Medusa -la única mortal de las tres-, a quien Poseidón dejará encinta sobre un templo de
Atenea, y en venganza por esta afrenta, la gran Diosa la transformará en ese ser horripilante.
Perseo, armado de un escudo brillante como un espejo, pondrá fin a sus días cortándole la cabeza.
De su sangre saldrán entonces sus hijos nonatos, Pegaso, el caballo alado, y Crisaor, el hombre de
la espada de oro.
En estas imágenes primordiales se encierra el ancestral significado de la Justicia para Occidente:
el peor crimen, el más perseguido y nunca olvidado, será aquel cometido contra la propia familia,
contra la propia sangre.
Será este el crimen de Urano –el profundo cielo-, quien encerrará a sus hijos en profundas cavernas
de la propia Tierra apenas nacen, celoso de que lo puedan apartar de ella.
Será el crimen de Cronos –el tiempo que nada respeta-, quien alentado por su propia madre
mutilará a su padre con una filosa hoz de hierro fabricada por ella en sus entrañas, y por ello, será
de su sangre y su semen –herencia y semilla–, que nacerán las Erinias al caer y fecundar a la Tierra.
Las viejas y poderosas Diosas nacen así, literalmente, al inicio del reinado del Tiempo.
Por ello, su Venganza y Justicia serán implacables, sin “humanidad” alguna -ya que los humanos aún
no existían-, sin contemplaciones, absolutas. La Justicia tiene por esto un carácter Divino. Es anterior
al hombre, y permanecerá aun cuando este ya haya desaparecido.
Este orden, esta norma, permanecerá casi inalterable por miles de años.
Sin embargo, el triunfo del panteón de los nuevos Dioses, con Zeus a la cabeza, implicará también
una nueva función de las viejas Diosas de la Venganza y la Justicia.
Serán ellas las que estén detrás de la muerte del Rey Agamenón, de la casa de los Átridas –quien
había sacrificado a su hija, Ifigenia, para que la flota griega tuviera viento para partir a Troya–,
asesinado por su esposa Clitemnestra en venganza por la muerte de su hija virgen. Ella reinará
entonces en Micenas, acompañada de su amante Egisto.
Otro de sus hijos, Orestes, quien ha sido exiliado durante toda su niñez a Esparta, volverá a Micenas
para vengar la muerte de su padre. Allí, junto a la tumba de Agamenón -al que incluso se han negado
los ritos fúnebres-, se encuentra con Electra, su otra hermana, quien vive como una esclava en el
palacio de su propia Madre.
Orestes antes de viajar a Micenas ha ido al Santuario de Apolo, en Delfos. Allí, el luminoso Dios le
había urgido a perseguir a los asesinos de su padre con el mismo celo con que estos lo habían
asesinado.
Los vivos tienen obligaciones respecto de los muertos: deben honrarlos, recordarlos y –si es
necesario– vengarlos. Pero también lo muertos tienen obligaciones para con los vivos de su propia
sangre: deben ser su genio tutelar, protectores del hogar y la familia.
Los dos hermanos, cogidos de las manos, imploran a las viejas Diosas de la Vida y de la muerte, las
Moiras o Parcas, que se cumplan las antiquísimas sentencias: “Quien tal hizo que tal pague”… “El
que a hierro mata, a hierro muere”.
Los dos suplicantes se acogen a la sepultura del padre e invocan la ayuda de Zeus y de las potestades
subterráneas. La intensidad de su oración sólo es comparable al designio terrible que deben cumplir:
están pidiendo pasión suficiente para matar a su propia Madre.
“La sangre derramada sobre la tierra reclama nueva sangre. El crimen convoca al crimen.
Acude, Erinia, y acumula mal sobre mal en venganza de las primeras víctimas… tremendas
maldiciones de los muertos, ved lo que resta de los Átridas”.
“¡Ah, madre insolente y cruel! Has osado -¡oh, crueles funerales!- sepultar en silencio a un
rey, sin duelo en su ciudad; a un esposo, sin lágrimas piadosas…!” Así canta Electra.
En el palacio, Orestes da rápida muerte al innoble Egisto. Clitemnestra llora, pero no por el regreso
vengador de su esposo, sino por su amante muerto. El hijo la arrastra junto al cuerpo
inmóvil: “Viviendo lo preferiste a mi Padre. Duerme, pues, en la muerte junto al él”. Clitemnestra
Suplica por a Orestes por su vida: “Yo te crie… déjame envejecer a tu lado… En todo esto, el Destino
también tuvo su parte…”, pero Orestes no cede y ella le advierte roncamente: “¡Ten cuidado!...
¡Guárdate de las perras que vengarán a una Madre!” “¿Y las que vengan a un padre, cómo huir de
ellas si desisto?”, señala Orestes en máxima angustia.
En verdad, no tiene salida. Y levantando la espada, en un solo golpe corta la vida de su madre:
“El terror de tus sueños fue adivino certero, madre. Mataste a tu esposo: muere ahora, bajo el acero
de tu hijo”, dice en un susurro inaudible.
Orestes cumple así el terrible oráculo délfico: nunca a hombre alguno le tocó un destino tan
desdichado. Con el ramo de las suplicantes en sus manos ensangrentadas, anonadado, en un último
esfuerzo se dirige a todo el pueblo de Micenas:
“¡Contemplad a los dos tiranos de la patria, asesinos de mi padre y destructores de mi
hogar!... “Desterrado, errante, lejos de este suelo huiré por el mundo y vivo, y aún después
de muerto, no dejaré este triste nombre… ¡Ah! ¡Ah! Cautivas… allí están… mujeres vestidas
de negro, perras rodeadas de serpientes sin número… ¡No puedo demorarme más!”.
Allí precisamente están las espantosas Erinias, las Furias que no perdonan el crimen contra la propia
sangre, más antiguas y poderosas que los propios dioses olímpicos, se asoman en el destino de
Orestes que inicia su largo peregrinar de vuelta al santuario de Apolo.
Y las suplicantes entonan el último canto:
“¡He aquí la tercera tempestad cuya ráfaga brutal vino a abatirse
repentinamente sobre el palacio de nuestros reyes!
…Y ahora, nuevamente, por tercera vez, acaba de sobrevenirnos.
¿Acaso sabemos: será ruina o salvación?
¿Cuándo se acabará, cuándo se saciará o aplacará siquiera,
el encono de la Discordia?”
Lo que se desarrollará entonces, ya no es un conflicto entre simples mortales, sino un
enfrentamiento entre Dioses diferentes: aquellos que representan la Justicia del Orden Primordial,
personificada por las Erinias, y el nuevo concepto de Justicia, encarnado en Apolo y Atenea, en
nombre de los dioses olímpicos.
Allí, en el Ombligo del Mundo, en Delfos, sobre la roca sagrada yace la figura destruida de Orestes.
Cargado con su mancha imborrable, de rodillas, suplicante, las manos y la espada aún rojas con la
sangre de su Madre, sostiene una rama de olivo coronada con largas hebras de vellón.
No lejos, las tres Erinias duermen agotadas por la cacería. Junto a él, Apolo, el profeta, se alza
rutilante como protector de los suplicantes.
“No te traicionaré, Orestes. Helas ahí, vencidas por el sueño, las vírgenes malditas,
ancianas hijas de un antiguo pasado, a quienes ni dioses ni hombres ni bestias osan
acercarse… Ellas te perseguirán por la faz de todo el mundo, te seguirán por campo abierto
y más allá de mar, las ciudades y las islas. Pero no te canses de apacentar así tu pena antes
de haber llegado a la ciudad de Palas Atenea. Allí cae de rodillas y estrecha su antigua
imagen, y entonces, con jueces y con palabras de paz sabré encontrar yo el medio de
librarte para siempre de tus penas. ¿Acaso no fui yo quien te decidió a atravesar el pecho
de tu madre?... Y tú, Hermes, hermano mío… sé el guía que conduzca a este suplicante”.
Desde el fondo del templo aparece la sombra oscura y fantasmal de Clitemnestra, despierta a las
Furias y las increpa con duras palabras al percatarse de que Orestes se aleja guiado por Hermes:
“¡Despertad, diosas infernales¡! Desde el fondo de vuestros sueños, Clitemnestra os
llama!... Dejad que vuestros corazones soporten toda suerte de reproches, aguijones del
sabio. Luego, sobre este hombre soplad vuestro aliento ensangrentado, abrasadlo con el
soplo ardiente de vuestro seno. ¡Seguidlo, agotadlo con nueva persecución!”
Al escuchar las duras palabras de la reina, las Erinias vuelven a despertar con renovada Furia,
gritando mientras agitan sus negras vestiduras.
Súbitamente aparece Apolo, con el arco listo para disparar: “¡Afuera, os ordeno! ¡Salid de mi
hogar!... No os es lícito acercaros a esta morada. Vuestro hogar está en los recintos donde la justicia
abate las cabezas, arranca los ojos y corta las gargantas… donde se mutila o se lapida sin piedad…
¡Esas son las fiestas que hacen vuestras delicias!”
Pero ellas se enfrentan con Apolo: “No hacemos sino cumplir nuestro destino… Tú, Apolo, eres
enteramente culpable del crimen de Orestes. Nosotras perseguimos a los parricidas… al que derrama
la propia sangre”.
Apolo les responde como un rayo: “¿Y la mujer que mata a su esposo, a ella no? En bien poco tenéis
a una alianza que honran Zeus y Hera mismos… el lecho nupcial, donde el Destino une al hombre y
la mujer, está bajo el amparo de un derecho más poderoso que un juramento… Yo declaro inicua
vuestra persecución de Orestes, porque al lado de crímenes que tomáis tan a pecho hay otros cuya
venganza os importa mucho menos. Palas Atenea sentenciará los derechos de las dos partes”.
Durante dos meses persiguen las Furias a Orestes en su camino a Atenas. Allí, en la Acrópolis,
postrado frente al Altar de Palas Atenea, el príncipe asesino, el suplica arrodillado: “Soberana
Atenea –implora Orestes-, por orden de Apolo estoy aquí. ¡Acoge al maldito con benevolencia! Ya
no soy un suplicante de manos impuras… Dócil a los mandatos proféticos del hijo de Zeus me acerco
a tu santuario y, abrazado a tu imagen, espero la sentencia de tu Justicia”.
Las Erinias reaccionan: “¡Caiga sobre ti nuestro canto de delirio, de vértigo, donde se pierde la razón!
He aquí nuestro himno que encadena a las almas, canto sin lira que seca a los mortales de espanto…
Ningún inmortal toma parte en nuestros banquetes, y los blancos velos de fiesta nos están vedados…
Nuestra suerte permanece inmutable… Tenaces, nuestra memoria es fiel para los crímenes y nuestro
corazón es insensible a los llantos humanos. Yodo eso nos ha sido entregado a las Temibles para que
continuemos nuestra tarea humilde y despreciada que nos aleja para siempre del Cielo y nos hace
habitar las mazmorras tenebrosas de la noche…”
Atenea, llegada desde las riberas del Escamandro, en la misma Troya, exclama: “¿Quién sois? Me
dirijo a este extranjero postrado ante mi estatua, y también a vosotras, que no os asemejáis a
ninguna creatura, ni hombre ni dios”.
“¡Hija de Zeus! Ya sabrás todo sobre nosotras. Somos las tristes hijas de la Noche, y en las mansiones
infernales se nos llama las Imprecaciones. Jamás hemos conocido el reino de la alegría… estamos
aquí porque este hombre ha degollado a su madre”.
La Diosa quiere conocer las razones, pero a las Furias eso no les interesa. ¿Cómo podrá Atenea juzgar
aquel acto tremendo sin escuchar a las dos partes?
“Dime, extranjero ¿qué respondes a esto? Dame a conocer quien eres”.
“Soberana Atenea –suplica Orestes- no soy un ser impuro. He cumplido ya todos los ritos
prescritos por las leyes. De nacimiento soy Argivo y bien conoces a mi padre, Agamenon, que
armó la flota de los griegos y te ayudó a ti misma a reducir la ciudad de los Troyanos. Este
rey ha perecido de indigna muerte al regresar a su hogar. Mi madre, con oscuros designios
lo mató, y yo maté a mi madre para que un asesinato pagara el asesinato de un padre
amado… El oráculo de Apolo, aguijón de mi alma, ha sido responsable. ¿Hice mal? ¿Tuve
razón? A ti te toca decirlo. Estoy en tu poder… lo que él haga de mi, lo acepto”.
Atenea señala:
“No me está permitido pronunciarme sobre crímenes dictados por poderosa venganza… y
has llegado como suplicante, sin daño alguno para mi ciudad… Pero ellas, por su parte,
tienen derechos que no puedo tomar con ligereza… Más tarde podrían desencadenar
sobre este país todo su despecho con intolerable y triste azote. Pero ya que a este punto
hemos llegado, voy a elegir a doce jueces versados en juicios de sangre, los obligaré con
un solemne juramento y el tribunal que así estableceré lo será para toda la eternidad… Su
corazón no olvidará la equidad”.
Sin embargo, las Erinias no quedan tranquilas:
“Este día verá el nacimiento de leyes nuevas y los mortales se tomarán licencias inauditas
desde ahora… Conviene aprender la sabiduría en la escuela del dolor. Pues de lo contrario
¿quién, hombre o ciudad, guardará el respeto a la Justicia, si no hay nada bajo el cielo
cuyo temor habite en su alma?"
El Areópago era el alto lugar de Atenas en que se desarrollaban los juicios de Sangre. Allí, los doce
jueces juramentados ante Atenea, ciudadanos de Atenas, escucharán a las partes y dictarán su
veredicto.
La Diosa habla: “¡Qué la punzante trompeta haga sonar hasta el cielo su voz aguda a oídos del
pueblo! Cuando este consejo se reúne conviene hacer silencio y dejar que la ciudad entera escuche
las leyes que yo establezca aquí para siempre y desde hoy, a fin de que estos hombres pronuncien
una sentencia justa”.
Apolo aparece súbitamente, declarándose al mismo tiempo testigo y defensor de la inocencia de
Orestes.
Se abre el interrogatorio, comenzando las Erinias a presentar sus cargos. Ellas defienden el Derecho
ancestral: el crimen contra la propia sangre –sin importar los motivos– debe pagarse con la vida.
Apolo replica:
“Sobre mi trono fatídico, en Delfos, jamás he pronunciado oráculo alguno respecto de
hombre, mujer o ciudad, que no fuera una orden de Zeus, padre de los olímpicos. La
justificación de Orestes tiene valor ¡os conmino a sopesarla! Ningún juramento prevalece
sobre Zeus”.
Al argumento de la sangre materna derramada que reclama venganza, opone Apolo el mejor
derecho de la sangre del padre. Tal es la voluntad del mismo Zeus, y apela finalmente a la sabiduría
y la justicia de Atenea.
Ya no hay más que decir. Duras e importantes han sido las razones que se han presentado por los
dos lados.
Entonces Atenea se dirige a los jueces: “Invito a estos jueces a llevar a la urna, siguiendo cada cual
su propia conciencia, un sufragio equitativo”. Y Apolo agrega: “Habéis oído lo que habéis oído. Al
dar vuestro voto guardad bien en vuestros corazones el respeto del juramento, atenienses”.
Entonces, la Diosa declara las bases sabias, eternas e inmutables de aquel acto solemne:
“¡Escuchad ahora lo que aquí establezco, ciudadanos de Atenas, llamados los primeros en
conocer sobre un juicio de sangre! Hasta el porvenir el pueblo de Egeo conservará, siempre
renovado, este Consejo de Jueces…
Sobre este monte de Ares os digo que, a pesar del Respeto y del Temor, día y noche
juntamente, ellos retendrán a los ciudadanos lejos del crimen, a menos que estos mismos
no subviertan sus leyes: el que perturba una fuente clara con impuras aguas y fango no
hallará donde beber.
Ni la anarquía, ni el despotismo, esta es la regla que a mi ciudad le aconsejo observar con
respeto. Que todo temor… no sea arrojado fuera de sus muros, porque si no hay nada a lo
cual temer ¿qué mortal hará lo que se debe?...
Incorruptible, venerable, inflexible, tal es el Consejo que yo instituyo para guardar siempre
a la ciudad dormida. He aquí los consejos que he querido expresamente dar a mis
ciudadanos para el porvenir. Ahora, debéis levantaros, dar vuestro voto y zanjar este
litigio respetando vuestro juramento. He dicho”.
Sabiendo lo que está en juego, las Erinias cruzan amargas palabras con Apolo, que no ahorra
invectivas para expresar su desprecio ante la bárbara justicia primordial que ellas representan.
Entonces Atenea dice:
“A mi me pertenece el derecho de pronunciarme la última. Uniré mi voto a aquellos que
estén a favor de Orestes… Jamás tendría yo cuidado particular por la muerte de una mujer
que hubiera matado al esposo, guardián del hogar. Para que resulte vencedor, bastará
pues, con que el número de votos se divida aunque sea por igual”.
En la posteridad, serán los reyes quienes ejerzan este derecho, rompiendo así los potenciales
empates.
Los jueces han terminado y el Arconte se acerca a Atenea para entregarle el recuento de los votos.
“Este hombre está absuelto, declara Atenea: el número de los votos de las dos partes es igual”.
Orestes se arroja a sus pies: ¡Oh, Palas, tú que acabas de salvar a mi hogar, yo había perdido hasta
la tierra de mis padres y tú me la has devuelto!
En este instante ha concluido la terrible herencia de sangre de los Átridas. Con el corazón liviano,
renacido, emprende Orestes el viaje a su amada Micenas, y Apolo regresa a Delfos.
Sin embargo, las Erinias han quedado desoladas. ¿Qué otra cosa pueden experimentar ahora la
humilladas hijas de la noche? ¿Deberán hundirse para siempre en el oscuro Tártaro, perdidas en la
memoria de los mortales y de los dioses, envueltas para siempre en el nebuloso Olvido, escarnecidas
por los hombres de los nuevos tiempos?
No. Aún les queda el poder de la venganza, y castigarán con el a toda Atenas por la afrenta que han
sufrido.
Atenea lo sabe, y en ese silencio que crece como presagio de terribles calamidades, se acerca
respetuosa a las vírgenes horribles, y su voz resuena clara, luminosa y vibrante con la verdad de sus
palabras:
“Escuchadme… no habéis sido vencidas vosotras… Testimonios sorprendentes, emanados
del propio Zeus se han hecho presentes en este juicio… Aquí se ha hecho honor a la verdad,
no deshonra a vosotras… Yo os ofrezco sin reservas el refugio, el asilo que os conviene en
este país, y sobre tronos de ungidos altares os sentaréis rodeadas del respeto de los
ciudadanos… En este vasto país, desde hoy, todas las primicias, las ofrendas de nacimiento
y de matrimonio, por igual, os estarán reservadas, y no cesaréis de alabar mis consejos”.
Pero las Erinias no son fáciles de convencer. Desde su atroz nacimiento, al principio del Tiempo,
nunca han escuchado otras palabras que ira, odio y desolación. Su imperio es el dolor, la oscuridad
y la venganza. ¿Cómo renunciar a todo ello por los frutos de la paz y la concordia?
“¡Tierra y Cielo! ¡Ah, qué sufrimiento, qué dolor entra en nuestros corazones! ¡Escúchanos,
Noche, madre nuestra, nuestros antiguos honores han sido hechos polvo por dioses de
impías astucias!”
Atenea nuevamente intenta convencerlas:
“Escuchad mi oráculo: la ola creciente de los días hará aumentar la gloria de mi ciudad y
vosotras, asentadas para siempre bajo el suelo glorioso, al lado de la morada de Erecteo,
veréis cortejos de hombres y mujeres ofreceros lo que ningún otro pueblo puede dar… Pero
vosotras no aticéis en ellos la sed de venganza que lanza a hermano contra hermano… Si
sabéis respetar a la santa Persuasión que da a mis palabras su mágica dulzura,
permaneceréis aquí”.
“¿Y en tal caso, qué honores recibiremos?" -preguntan las desconfiadas diosas.
Y Atenea responde solemnemente:
“Sin vosotras ningún hogar podrá prosperar… Yo no protegeré sino al que os honre. Os lo
prometo y, ¿quién me obliga a prometer lo que no puedo cumplir?”
Nunca desde el principio del Tiempo las ancianas diosas habían escuchado palabras dirigidas a ellas
con benevolencia. Sólo gritos, imprecaciones, gemidos y llantos de absoluto espanto habían sido
hasta entonces las súplicas que les estaban reservadas.
Sus corazones, primero sorprendidos y desconfiados, han terminado por ceder a la dulzura y
sabiduría de Atenea, y entonces acceden a pronunciar el triple voto de prosperidad para Atenas:
“¡Qué la rica fecundidad del suelo y de los rebaños, jamás deje de hacer próspera a la
ciudad, y que aquí la semilla humana sea protegida para siempre!”.
“¡Guardianes de la ciudad! –exclama Atenea- ¿Habéis escuchado lo que estas diosas se
disponen a hacer por vosotros? ¡Grande es el poderío de las augustas Erinias… y para los
hombres son ellas las que claramente y con plenitud otorgan a algunos bellas canciones,
y a otros, una vida empapada en lágrimas!... ¡Si vuestro amor responde a su amor con
homenajes resplandecientes y eternos, entonces mostraréis al mundo, todos juntos, que
lleváis este país, a vuestro pueblo, por los caminos de la Recta Justicia!”
Toda la ciudad de Atenas, los magistrados, los ciudadanos, los niños y las mujeres, las sacerdotisas
del templo de Atenea, y el pueblo se reúnen entonces con antorchas, y en solemne procesión
descienden a la caverna de Erecteo, que es la última morada de uno de los primeros reyes de la
ciudad, al pie de la Acrópolis, donde de allí en adelante tendrán su morada “aquellas diosas ávidas
de homenajes”, desde ahora, benefactoras de la casa de Atenea. Y es la misma diosa quien conduce
el piadoso cortejo.
Así descienden cantando: “¡Se ha hecho la paz entre las Erinias y el pueblo de Atenas!”.
Se ha logrado el acuerdo entre el designio inamovible de las parcas y la voluntad de Zeus que todo
lo ve.
Atenea ha asegurado para siempre la reconciliación entre el orden viejo y el orden nuevo…
mientras se cumplan las promesas y el tribunal de justicia honre la equidad.
Y lentamente desaparece en la noche el cortejo de las antorchas al ritmo sereno de la canción
bendita de las “Euménides”, las ahora “Benevolentes” bienhechoras de Atenas y el porvenir.
El derecho de la familia estaba representado por las Erinias, pero la ciudad, representada por
Atenea, tenía algo que decir: por un lado, se liberó a la familia misma del desangramiento continuo
que imponía la obligación de la venganza, al quitarle la obligación de castigar, y por otra parte, le da
leyes para que la ciudad juzgue de manera ecuánime y, sobre todo, libre de pasión personal.
Por ello, el crimen contra la Ciudad, contra la Nación, es también un crimen contra la Familia.
Por eso las Erinias se quedaron en los mismos cimientos de la Ciudad. Ellas permanecerán allí para
siempre, adoradas en las sombras, bienhechoras, benevolentes, y perpetuamente vigilantes de
los actos de los hombres y el respeto al juramento de los dioses.
Y así será para siempre, mientras no se olvide que -con derechos anteriores y superiores a la nueva
Justicia, en sus mismos cimientos y por siempre presente-, hay una Justicia eterna que nació...
aún antes de que reinaran los dioses.
Es necesario que Chile no lo olvide. Nuestro porvenir depende de ello.
Notas
Sobre el Culto a la Diosa Serpiente: en el paleolítico y su continuidad hasta el Neolítico tardío, véase “The
Languaje of the Goddess”, “El Lenguaje de la Diosa”, de Marija Gimbutas Alseikaité, Harper Collins Publisher
Editions, New York, 1991.
* * *
Sobre el Mito de las Erinias: Se ha tomado parte de la trilogía de las Tragedias de Esquilo, “Las
Coéforas” y “Las Euménides”, citadas en “Los Mitos de los Héroes Griegos”, de Gabriela Andrade Berisso y
María Luisa Vial Cox, Ediciones de la Universidad Católica de Chile, Santiago, 1985.
* * *
Sobre los doce Jueces y la Diosa/Dios: El simbolismo del número 13 está presente en Occidente desde los
albores de la Historia. En su origen, el simbolismo del número trece está relacionado con el Año Lunar, de
trece meses de 28 días. Es por ello un número claramente asociado con la “Triple Diosa” (la Luna) en pleno
ejercicio de la totalidad de sus potestades: Como “dadora de vida”, como “sostenedora” y como “dadora de
muerte”: Luna Creciente, Llena, Menguante, y Luna Nueva (negra) para recomenzar el ciclo. Este ciclo también
se corresponde con las Estaciones, donde se expresan las mencionadas funciones de la Diosa.
Se aprecia en la existencia de los cultos de la antigua religión del “Dios Cornudo” –una expresión Neolítica
tardía de la función como “dadora de vida y fecundidad” de la Triple Diosa- que pervivió en los “Coven”,
palabra empleada tanto en Escocia como Inglaterra para designar a un grupo de personas que atienden a su
Dios. El número de miembros de un “Coven” nunca variaba: siempre eran trece, es decir, doce miembros y
el Dios. Los “Coven” tenían jurisdicción para conocer de lo sagrado y lo profano, y sus sentencias podían incluir
la pena de muerte.
El número trece también está en la base de la tradición cristiana, ya que en efecto los Discípulos formaban
un “Coven”. Eran doce discípulos y Dios: Cristo.
No obstante, en el contexto cultural cristiano, el número 13 se transformará en el número funesto y aciago.
Se suele poner en relación con la Última Cena, en la que estaba Jesucristo con los doce apóstoles. El trece se
referiría a Judas. El viernes es el día de la semana en que fue crucificado Jesucristo (Viernes Santo). De allí la
mala tradición del “Viernes 13”. Para algunos teólogos, sin embargo, el número 13 no debería ser un número
fatal sino más bien benéfico, ya que si Judas no hubiera traicionado a Jesucristo, no se hubiera cumplido el
plan de salvación y redención de la humanidad mediante la muerte de Cristo. En la Última Cena, Jesús,
sabiendo que Judas le habría de traicionar, moja el bocado en el plato y se lo pasa a Judas: "Lo que has de
hacer, hazlo pronto" (Jn.13:21-30).
Además, dada la antigua asociación entre el número trece y la Diosa/Dios Cornudo como Dadora de
Vida/Fecundador –que sería transformado en el Demonio de la Nueva religión-, el trece adquiriría un carácter
cierto carácter lascivo y funesto. En efecto, al número 12 se le llama en alemán “Dreizehn ist des Teufels
Dutzend“ (el trece es la docena del diablo). Cuando se dice de alguien: “Er ist der Dreizehnte im Dutzend“ (es
el trece en la docena), se quiere decir que está de sobra, que allí no pinta nada. La expresión bávara “alle
dreizehn treiben“ quiere decir “entregarse a acciones licenciosas y libertinas”, un viejo recuerdo de las fiestas
de la fecundidad. De hecho, en la mitología germana, el 13 era el número de la diosa Freya, que dio el nombre
en alemán al viernes (= Freitag). Posiblemente tras la cristianización se convirtió el viernes trece en día fatídico
para desarraigar la creencia pagana.
Por cierto, en la tradición latina, el Viernes era también el día de una Diosa: del latín "veneris dies", día de
Venus. Antes de la fundación de Roma, Venus era venerada como la diosa protectora de los huertos
(fecundidad), pero a partir del siglo II antes de Cristo fue asimilada a la diosa griega Afrodita. Diosa del amor.
En la propia Mitología griega, los doce dioses del Olimpo se reúnen y se olvidan de invitar a Eris, la diosa de la
discordia. Para vengarse, Eris arroja la manzana de oro para “la más bella”. La discordia sobre cuál de las
diosas era la más bella, provocó la guerra de Troya, que como vimos, será el origen del Mito de la
transformación de las Erinias en Euménides.
Sin embargo, la superstición negativa respecto del número 13 no parece remontarse más allá del siglo XVII.
No tenemos testimonios de la Edad Media que prueben la existencia de la superstición del número 13. En el
Tarot, la carta número 13 es “La Muerte”. La asociación con un esqueleto portando una guadaña es la que nos
induce a darle nombre, pero se trata de un esqueleto bastante especial. Tiene vida propia, pues ejecuta
acciones como manipular una guadaña y cegar a su paso y el esqueleto está recubierto por una piel rosada en
algunas partes. Este arcano simboliza -además de sus aspectos aparentemente más evidentes-, el Cambio y la
Transformación espiritual del héroe (fin de ciclo, año nuevo). De hecho, el símbolo más importante en esta
carta es la propia Guadaña, la hoz –una Media Luna-, que implica aquello que corta, separa, siega, “juzga”, y
transforma.
Por ello, al contrario que en sus interpretaciones negativas, el número 12 combinado con un número más da
13, y con ello adquiere una fuerza positiva, la capacidad de crear algo nuevo. Por ejemplo: doce monjes y un
abad pueden fundar un convento. Algo parecido parece que existía ya en el derecho germano: doce jurados
y un juez podían formar tribunal, lo que refuerza lo señalado en el propio Mito de las Erinias.
En el Mito Artúrico nos encontramos con la representación del número trece en la “Tabla Redonda”, en torno
a la cual se sientan los doce caballeros, pero cuyo treceavo lugar está vacío y lleva el significativo nombre de
“Asiento Peligroso”. Nadie puede sentarse en él sin deber enfrentarse a una prueba terrible. Está reservado a
un caballero elegido, predestinado, mejor que todos los demás, cuyo nombre, en las novelas de caballería es
en ocasiones Galahad, en otras Perceval o Gawain. La cualificación particular de este caballero le da derecho
a ocupar la plaza, es decir, encarnar la función solar suprema y ser el jefe de los otros doce, es decir, de la
tradición, organización, o del ciclo que les reunía. Es el Dios encarnado.
Si cualquier otro caballero quisiera ocupar la plaza sin ser digno, encontrarla la desgracia: sería fulminado o la
tierra se abrirla bajo sus pues. Por el contrario, el caballero elegido a pesar de estos fenómenos permanecería
indemne. Se presenta a menudo como el que es capaz de reparar, a diferencia de los otros, una espada rota,
símbolo evidente de la decadencia a la cual va a poner término. He aquí como puede aclararse el doble
significado de felicidad y desgracia de la cifra trece. El aspecto maléfico debe evidentemente prevalecer, por
la simple razón que, sobre el plano que ya hemos indicado, es natural que la mayor parte de los que intentan
ocupar el treceavo puesto, no estén a la altura de la prueba.
Sobre la tradición del Nº 13 puede consultarse: “El Dios de los Brujos”, de Margareth Murray.
* * *
Sobre el Derecho Romano: En el transcurso de los tres primeros siglos de Roma, el derecho privado tiene su
fuente única en los usos que estaban en vigor entre los fundadores de la ciudad y que han pasado por
tradición, de las poblaciones primitivas a la nación nueva. Estas son las costumbres de los antepasados, mores
majorum.
La influencia del Derecho Griego en el nacimiento del Derecho Romano está absolutamente presente. El
jurisconsulto Pomponio refiere que Rómulo y sus sucesores hicieron votar ciertas leyes por las curias; Que
bajo Tarquino el soberbio, un cierto personaje llamado Papirio, las publica en una compilación llamada Jus
civile patrianum, la cual no ha llegado a nuestros tiempos, y las leyes reales leges regire que quedaron en
desuso después de la caída de los reyes. El derecho privado solo tiene por fuente en este período; la
costumbre. Después de muchas luchas de la plebe, los tribunos se hicieron los intérpretes de ellos, y luego de
diez años de espera, los patricios cedieron y se pusieron de acuerdo con el senado y ordenaron la redacción y
promulgación de una ley aplicable a los dos órdenes. Esta fue la “Ley de las XII tablas”.
Los Romanos quisieron asesorarse en el estudio de una legislación célebre entonces, la de Grecia, y para ello,
enviaron en el año 301 a tres patricios a Grecia, en donde estaban en vigor las leyes de Solon y de Licurgo.
Estos regresaron al cabo de un año, trayendo consigo las leyes griegas. Hermodoro, desterrado de Efeso les
ayudó en la tarea de confeccionar de la ley de las XII tablas.
Al año siguiente, las magistraturas fueron suspendidas de común acuerdo, y todos los poderes fueron
confiados a diez magistrados patricios, elegidos en los comicios por centurias, los dicenviros, quines eran los
encargados de hacer la ley. Al cabo de un año, publicaron sus trabajos, escritos sobre diez tablas, y luego en
el 304, se nombró otros dicenviros que añadieron dos tablas más para completar doce.
* * *
Entre los Mapuches: En la sabiduría mapuche ancestral se encuentran normas, códigos y leyes que les eran
otorgados por la madre naturaleza (ñuke mapu) a las cuales se llamaba Az-Mapu (la costumbre ancestral).
Dentro de ella podemos rescatar valores éticos que los antepasados, los kuifike che difundían al interior de la
sociedad originaria para formar personas que se asumieran como mapuche y seres humanos con dignidad y
armonía espiritual. Existía un órgano ocupado estrictamente para administrar justicia con facultades expresas
y reconocidas por el propio Lof. Conformado por el Inan Logko, la Pijan Puse, el Werken y dos miembros
pobladores del Lof según cada caso.
El sistema de Derecho Mapuche se fundaba “El amor a la madre tierra es un valor mapuche que se manifiesta
a través de la ritualidad ancestral, es por ello que los ancianos enseñan que hay que pedir permiso al Gen o
espíritu dueño del lugar donde se va a extraer algún elemento de la naturaleza ya que todo lo que existe
cumple una función, nada está por estar y la gente es parte de un todo armónico cósmico y universal por lo
que para el mapuche lo superior y lo inferior no existe”.
Por ello, la Justicia Mapuche buscababa el reestablecimiento del equilibrio afectado por el conflicto, salvo que
la magnitud e importancia del mismo o la contumacia del infractor -o su familia- habilitara otras instancias
punitivas, incluyendo la muerte en casos extremos. La esencia para el Nor Feleal o sistema Jurídico mapuche
es restablecer el equilibrio a la Lof.
Resulta sorprendente comprobar las fuertes analogías e identidades de estas formas de justicia restaurativa
con la de otras civilizaciones distantes, como es el caso del sistema germánico antiguo o el de los nativos de
la Melanesia. Un interesante relato del sistema de resolución de conflictos en la Comunidad Mapuche se
encuentra en "Testimonio de un Cacique Mapuche" de Pascual Coña.
* * *
El Derecho en Chile: Los antecedentes del Tribunal Supremo se remontan a 1565, año en que se crea la Real
Audiencia, con asiento en la ciudad de Concepción. Si bien la vida de dicho tribunal fue efímera, en 1606 se
estableció de manera definitiva en Santiago y permaneció en el tiempo durante más de dos siglos, resolviendo
variadas materias judiciales, consultivas y de protección.
La Constitución de 1823 estableció la “Suprema Corte de Justicia”, compuesta por seis miembros: Cuatro
Magistrados, un Presidente y el Procurador Nacional, designándola como la «primera magistratura judicial del
Estado» y otorgándole la «superintendencia directiva, correccional, económica y moral ministerial sobre
todos los tribunales y juzgados de la nación». Se le entrega, además, la función de «proteger, hacer cumplir y
reclamar a los otros poderes por las garantías individuales y judiciales». De este modo se plasma su rol de
tribunal superior y sus atribuciones protectoras.
Hasta esa fecha el Supremo Tribunal había sido sólo una aspiración, suplida en la realidad por comisiones
especiales, ya que las facultades de competencia del Consejo de Indias español estaban radicadas en la
Cámara de Apelaciones.
Fue desde ese momento, entonces, que en Chile se configuró un sistema piramidal, en cuya base se
encontraban los juzgados, en segunda instancia las Cortes de Apelaciones y en la cima la Corte Suprema. Sin
embargo, como se ha señalado, es posible afirmar que la Corte Suprema creada en 1823 no es ni un substituto
de otro tribunal anterior ni tampoco un ente foráneo, lo que se hace notorio al analizar sus atribuciones, que
comprendían algunas entregadas al Consejo de Indias y otras a la propia Real Audiencia. Si bien toma el
nombre de su similar de EEUU, sus raíces están en Hispanoamérica.
Sólo en 1875 se dictó la Ley de Atribución y Organización de los Tribunales, que se transformaría en un
verdadero Código en la materia, precisando la competencia de la Corte Suprema y demás órganos
jurisdiccionales.
La Constitución de 1925, que dedica un capítulo especial al «Poder Judicial», amplía las facultades de la Corte
Suprema, al otorgarle el conocimiento del recurso de inaplicabilidad. A ello se sumaron las materias que ya
integraban su competencia, como es el caso de los recursos de casación y queja.
A partir de mediados de los años setenta, se la facultó para resolver las apelaciones de los recursos de
protección. Así se reforzó la función de resguardo de los derechos de las personas, lo que constituye más del
20% del trabajo actual la Corte. Por su parte, cabe señalar que cerca de un 60% del mismo corresponde al
conocimiento de los recursos de casación.
Al ser dictada la Constitución de 1980, se le añadieron otras competencias, como el conocimiento de la
declaración de error judicial (norma programática en la carta de 1925), el reclamo por pérdida de nacionalidad
(cuyo antecedente se remonta a 1957), y se fortaleció la petición de inaplicabilidad. A todo lo anterior deben
agregarse diversas materias específicas entregadas por leyes especiales.
Mediante reforma constitucional de 1997, realizada por Ley 19.541, se modificaron importantes aspectos,
entre los que se encuentran la circunstancia de que los miembros de la Corte Suprema serían nombrados por
el Presidente de la República, contando con el acuerdo del Senado, siendo elegidos entre una nómina de cinco
personas que en cada caso propondría la misma Corte; y su aumento a veintiún ministros –tres veces siete- es
decir, un Tribunal “Lunar”.

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De Erinias y Euménides: Derecho y Simbolismo

  • 1. Sobre la “Nueva Justicia” Derecho y Simbolismo De Erinias y Euménides Por Alexis López Tapia Director Revista Acción Chilena Implacables, sin piedad ni humanidad, puras e inocentes como el filo de la espada del verdugo, ciega y certeramente justas, las Erinias –diosas primordiales de la Venganza, nacidas de la mismísima Gaia fecundada por la sangre y semen del castrado Urano: la Tierra y el Cielo– Alecto, Tisífona y Megera, constituyen parte del entramado vital de las más profundas concepciones de Justicia de Occidente.
  • 2. Alecto es “la siempre encolerizada”, Tisífona “la vengadora del crimen”, y Megera de “los celos”. De hecho, Erinias significa "las airadas", furias vengadoras de la sangre familiar. Su origen se retrotrae con plena certeza, a la propia Diosa Madre en su aspecto de Serpiente, una de las representaciones de su función como Tutora de la Vida y Dadora de Muerte. Durante el Neolítico, desde hace unos siete mil años, se la adoró en altares caseros, representándola con una corona de serpientes a modo de cabello, símbolo de su condición de sapiencia y omnisciencia. Era la tutora de la energía de la vida y de su continuidad. De esta vieja deidad primordial, surgirán tanto las Erinias –cuyo cabello está formado por serpientes y de cuyos ojos mana sangre-, al igual que las conocidas Górgonas: Esteno, Euriale y Medusa, esta última también coronada de serpientes y con colmillos de jabalí, de mirada tan espantosa que transformaban en piedra a quien osara mirarla. Será a la Medusa -la única mortal de las tres-, a quien Poseidón dejará encinta sobre un templo de Atenea, y en venganza por esta afrenta, la gran Diosa la transformará en ese ser horripilante. Perseo, armado de un escudo brillante como un espejo, pondrá fin a sus días cortándole la cabeza. De su sangre saldrán entonces sus hijos nonatos, Pegaso, el caballo alado, y Crisaor, el hombre de la espada de oro. En estas imágenes primordiales se encierra el ancestral significado de la Justicia para Occidente: el peor crimen, el más perseguido y nunca olvidado, será aquel cometido contra la propia familia, contra la propia sangre. Será este el crimen de Urano –el profundo cielo-, quien encerrará a sus hijos en profundas cavernas de la propia Tierra apenas nacen, celoso de que lo puedan apartar de ella. Será el crimen de Cronos –el tiempo que nada respeta-, quien alentado por su propia madre mutilará a su padre con una filosa hoz de hierro fabricada por ella en sus entrañas, y por ello, será de su sangre y su semen –herencia y semilla–, que nacerán las Erinias al caer y fecundar a la Tierra. Las viejas y poderosas Diosas nacen así, literalmente, al inicio del reinado del Tiempo. Por ello, su Venganza y Justicia serán implacables, sin “humanidad” alguna -ya que los humanos aún no existían-, sin contemplaciones, absolutas. La Justicia tiene por esto un carácter Divino. Es anterior al hombre, y permanecerá aun cuando este ya haya desaparecido. Este orden, esta norma, permanecerá casi inalterable por miles de años. Sin embargo, el triunfo del panteón de los nuevos Dioses, con Zeus a la cabeza, implicará también una nueva función de las viejas Diosas de la Venganza y la Justicia.
  • 3. Serán ellas las que estén detrás de la muerte del Rey Agamenón, de la casa de los Átridas –quien había sacrificado a su hija, Ifigenia, para que la flota griega tuviera viento para partir a Troya–, asesinado por su esposa Clitemnestra en venganza por la muerte de su hija virgen. Ella reinará entonces en Micenas, acompañada de su amante Egisto. Otro de sus hijos, Orestes, quien ha sido exiliado durante toda su niñez a Esparta, volverá a Micenas para vengar la muerte de su padre. Allí, junto a la tumba de Agamenón -al que incluso se han negado los ritos fúnebres-, se encuentra con Electra, su otra hermana, quien vive como una esclava en el palacio de su propia Madre. Orestes antes de viajar a Micenas ha ido al Santuario de Apolo, en Delfos. Allí, el luminoso Dios le había urgido a perseguir a los asesinos de su padre con el mismo celo con que estos lo habían asesinado. Los vivos tienen obligaciones respecto de los muertos: deben honrarlos, recordarlos y –si es necesario– vengarlos. Pero también lo muertos tienen obligaciones para con los vivos de su propia sangre: deben ser su genio tutelar, protectores del hogar y la familia. Los dos hermanos, cogidos de las manos, imploran a las viejas Diosas de la Vida y de la muerte, las Moiras o Parcas, que se cumplan las antiquísimas sentencias: “Quien tal hizo que tal pague”… “El que a hierro mata, a hierro muere”. Los dos suplicantes se acogen a la sepultura del padre e invocan la ayuda de Zeus y de las potestades subterráneas. La intensidad de su oración sólo es comparable al designio terrible que deben cumplir: están pidiendo pasión suficiente para matar a su propia Madre. “La sangre derramada sobre la tierra reclama nueva sangre. El crimen convoca al crimen. Acude, Erinia, y acumula mal sobre mal en venganza de las primeras víctimas… tremendas maldiciones de los muertos, ved lo que resta de los Átridas”. “¡Ah, madre insolente y cruel! Has osado -¡oh, crueles funerales!- sepultar en silencio a un rey, sin duelo en su ciudad; a un esposo, sin lágrimas piadosas…!” Así canta Electra. En el palacio, Orestes da rápida muerte al innoble Egisto. Clitemnestra llora, pero no por el regreso vengador de su esposo, sino por su amante muerto. El hijo la arrastra junto al cuerpo inmóvil: “Viviendo lo preferiste a mi Padre. Duerme, pues, en la muerte junto al él”. Clitemnestra Suplica por a Orestes por su vida: “Yo te crie… déjame envejecer a tu lado… En todo esto, el Destino también tuvo su parte…”, pero Orestes no cede y ella le advierte roncamente: “¡Ten cuidado!... ¡Guárdate de las perras que vengarán a una Madre!” “¿Y las que vengan a un padre, cómo huir de ellas si desisto?”, señala Orestes en máxima angustia. En verdad, no tiene salida. Y levantando la espada, en un solo golpe corta la vida de su madre: “El terror de tus sueños fue adivino certero, madre. Mataste a tu esposo: muere ahora, bajo el acero de tu hijo”, dice en un susurro inaudible.
  • 4. Orestes cumple así el terrible oráculo délfico: nunca a hombre alguno le tocó un destino tan desdichado. Con el ramo de las suplicantes en sus manos ensangrentadas, anonadado, en un último esfuerzo se dirige a todo el pueblo de Micenas: “¡Contemplad a los dos tiranos de la patria, asesinos de mi padre y destructores de mi hogar!... “Desterrado, errante, lejos de este suelo huiré por el mundo y vivo, y aún después de muerto, no dejaré este triste nombre… ¡Ah! ¡Ah! Cautivas… allí están… mujeres vestidas de negro, perras rodeadas de serpientes sin número… ¡No puedo demorarme más!”. Allí precisamente están las espantosas Erinias, las Furias que no perdonan el crimen contra la propia sangre, más antiguas y poderosas que los propios dioses olímpicos, se asoman en el destino de Orestes que inicia su largo peregrinar de vuelta al santuario de Apolo. Y las suplicantes entonan el último canto: “¡He aquí la tercera tempestad cuya ráfaga brutal vino a abatirse repentinamente sobre el palacio de nuestros reyes! …Y ahora, nuevamente, por tercera vez, acaba de sobrevenirnos. ¿Acaso sabemos: será ruina o salvación? ¿Cuándo se acabará, cuándo se saciará o aplacará siquiera, el encono de la Discordia?” Lo que se desarrollará entonces, ya no es un conflicto entre simples mortales, sino un enfrentamiento entre Dioses diferentes: aquellos que representan la Justicia del Orden Primordial, personificada por las Erinias, y el nuevo concepto de Justicia, encarnado en Apolo y Atenea, en nombre de los dioses olímpicos. Allí, en el Ombligo del Mundo, en Delfos, sobre la roca sagrada yace la figura destruida de Orestes. Cargado con su mancha imborrable, de rodillas, suplicante, las manos y la espada aún rojas con la sangre de su Madre, sostiene una rama de olivo coronada con largas hebras de vellón. No lejos, las tres Erinias duermen agotadas por la cacería. Junto a él, Apolo, el profeta, se alza rutilante como protector de los suplicantes. “No te traicionaré, Orestes. Helas ahí, vencidas por el sueño, las vírgenes malditas, ancianas hijas de un antiguo pasado, a quienes ni dioses ni hombres ni bestias osan acercarse… Ellas te perseguirán por la faz de todo el mundo, te seguirán por campo abierto y más allá de mar, las ciudades y las islas. Pero no te canses de apacentar así tu pena antes de haber llegado a la ciudad de Palas Atenea. Allí cae de rodillas y estrecha su antigua imagen, y entonces, con jueces y con palabras de paz sabré encontrar yo el medio de librarte para siempre de tus penas. ¿Acaso no fui yo quien te decidió a atravesar el pecho de tu madre?... Y tú, Hermes, hermano mío… sé el guía que conduzca a este suplicante”. Desde el fondo del templo aparece la sombra oscura y fantasmal de Clitemnestra, despierta a las Furias y las increpa con duras palabras al percatarse de que Orestes se aleja guiado por Hermes:
  • 5. “¡Despertad, diosas infernales¡! Desde el fondo de vuestros sueños, Clitemnestra os llama!... Dejad que vuestros corazones soporten toda suerte de reproches, aguijones del sabio. Luego, sobre este hombre soplad vuestro aliento ensangrentado, abrasadlo con el soplo ardiente de vuestro seno. ¡Seguidlo, agotadlo con nueva persecución!” Al escuchar las duras palabras de la reina, las Erinias vuelven a despertar con renovada Furia, gritando mientras agitan sus negras vestiduras. Súbitamente aparece Apolo, con el arco listo para disparar: “¡Afuera, os ordeno! ¡Salid de mi hogar!... No os es lícito acercaros a esta morada. Vuestro hogar está en los recintos donde la justicia abate las cabezas, arranca los ojos y corta las gargantas… donde se mutila o se lapida sin piedad… ¡Esas son las fiestas que hacen vuestras delicias!” Pero ellas se enfrentan con Apolo: “No hacemos sino cumplir nuestro destino… Tú, Apolo, eres enteramente culpable del crimen de Orestes. Nosotras perseguimos a los parricidas… al que derrama la propia sangre”. Apolo les responde como un rayo: “¿Y la mujer que mata a su esposo, a ella no? En bien poco tenéis a una alianza que honran Zeus y Hera mismos… el lecho nupcial, donde el Destino une al hombre y la mujer, está bajo el amparo de un derecho más poderoso que un juramento… Yo declaro inicua vuestra persecución de Orestes, porque al lado de crímenes que tomáis tan a pecho hay otros cuya venganza os importa mucho menos. Palas Atenea sentenciará los derechos de las dos partes”. Durante dos meses persiguen las Furias a Orestes en su camino a Atenas. Allí, en la Acrópolis, postrado frente al Altar de Palas Atenea, el príncipe asesino, el suplica arrodillado: “Soberana Atenea –implora Orestes-, por orden de Apolo estoy aquí. ¡Acoge al maldito con benevolencia! Ya no soy un suplicante de manos impuras… Dócil a los mandatos proféticos del hijo de Zeus me acerco a tu santuario y, abrazado a tu imagen, espero la sentencia de tu Justicia”. Las Erinias reaccionan: “¡Caiga sobre ti nuestro canto de delirio, de vértigo, donde se pierde la razón! He aquí nuestro himno que encadena a las almas, canto sin lira que seca a los mortales de espanto… Ningún inmortal toma parte en nuestros banquetes, y los blancos velos de fiesta nos están vedados… Nuestra suerte permanece inmutable… Tenaces, nuestra memoria es fiel para los crímenes y nuestro corazón es insensible a los llantos humanos. Yodo eso nos ha sido entregado a las Temibles para que continuemos nuestra tarea humilde y despreciada que nos aleja para siempre del Cielo y nos hace habitar las mazmorras tenebrosas de la noche…” Atenea, llegada desde las riberas del Escamandro, en la misma Troya, exclama: “¿Quién sois? Me dirijo a este extranjero postrado ante mi estatua, y también a vosotras, que no os asemejáis a ninguna creatura, ni hombre ni dios”. “¡Hija de Zeus! Ya sabrás todo sobre nosotras. Somos las tristes hijas de la Noche, y en las mansiones infernales se nos llama las Imprecaciones. Jamás hemos conocido el reino de la alegría… estamos aquí porque este hombre ha degollado a su madre”. La Diosa quiere conocer las razones, pero a las Furias eso no les interesa. ¿Cómo podrá Atenea juzgar aquel acto tremendo sin escuchar a las dos partes?
  • 6. “Dime, extranjero ¿qué respondes a esto? Dame a conocer quien eres”. “Soberana Atenea –suplica Orestes- no soy un ser impuro. He cumplido ya todos los ritos prescritos por las leyes. De nacimiento soy Argivo y bien conoces a mi padre, Agamenon, que armó la flota de los griegos y te ayudó a ti misma a reducir la ciudad de los Troyanos. Este rey ha perecido de indigna muerte al regresar a su hogar. Mi madre, con oscuros designios lo mató, y yo maté a mi madre para que un asesinato pagara el asesinato de un padre amado… El oráculo de Apolo, aguijón de mi alma, ha sido responsable. ¿Hice mal? ¿Tuve razón? A ti te toca decirlo. Estoy en tu poder… lo que él haga de mi, lo acepto”. Atenea señala: “No me está permitido pronunciarme sobre crímenes dictados por poderosa venganza… y has llegado como suplicante, sin daño alguno para mi ciudad… Pero ellas, por su parte, tienen derechos que no puedo tomar con ligereza… Más tarde podrían desencadenar sobre este país todo su despecho con intolerable y triste azote. Pero ya que a este punto hemos llegado, voy a elegir a doce jueces versados en juicios de sangre, los obligaré con un solemne juramento y el tribunal que así estableceré lo será para toda la eternidad… Su corazón no olvidará la equidad”. Sin embargo, las Erinias no quedan tranquilas: “Este día verá el nacimiento de leyes nuevas y los mortales se tomarán licencias inauditas desde ahora… Conviene aprender la sabiduría en la escuela del dolor. Pues de lo contrario ¿quién, hombre o ciudad, guardará el respeto a la Justicia, si no hay nada bajo el cielo cuyo temor habite en su alma?" El Areópago era el alto lugar de Atenas en que se desarrollaban los juicios de Sangre. Allí, los doce jueces juramentados ante Atenea, ciudadanos de Atenas, escucharán a las partes y dictarán su veredicto. La Diosa habla: “¡Qué la punzante trompeta haga sonar hasta el cielo su voz aguda a oídos del pueblo! Cuando este consejo se reúne conviene hacer silencio y dejar que la ciudad entera escuche las leyes que yo establezca aquí para siempre y desde hoy, a fin de que estos hombres pronuncien una sentencia justa”. Apolo aparece súbitamente, declarándose al mismo tiempo testigo y defensor de la inocencia de Orestes. Se abre el interrogatorio, comenzando las Erinias a presentar sus cargos. Ellas defienden el Derecho ancestral: el crimen contra la propia sangre –sin importar los motivos– debe pagarse con la vida. Apolo replica: “Sobre mi trono fatídico, en Delfos, jamás he pronunciado oráculo alguno respecto de hombre, mujer o ciudad, que no fuera una orden de Zeus, padre de los olímpicos. La justificación de Orestes tiene valor ¡os conmino a sopesarla! Ningún juramento prevalece sobre Zeus”.
  • 7. Al argumento de la sangre materna derramada que reclama venganza, opone Apolo el mejor derecho de la sangre del padre. Tal es la voluntad del mismo Zeus, y apela finalmente a la sabiduría y la justicia de Atenea. Ya no hay más que decir. Duras e importantes han sido las razones que se han presentado por los dos lados. Entonces Atenea se dirige a los jueces: “Invito a estos jueces a llevar a la urna, siguiendo cada cual su propia conciencia, un sufragio equitativo”. Y Apolo agrega: “Habéis oído lo que habéis oído. Al dar vuestro voto guardad bien en vuestros corazones el respeto del juramento, atenienses”. Entonces, la Diosa declara las bases sabias, eternas e inmutables de aquel acto solemne: “¡Escuchad ahora lo que aquí establezco, ciudadanos de Atenas, llamados los primeros en conocer sobre un juicio de sangre! Hasta el porvenir el pueblo de Egeo conservará, siempre renovado, este Consejo de Jueces… Sobre este monte de Ares os digo que, a pesar del Respeto y del Temor, día y noche juntamente, ellos retendrán a los ciudadanos lejos del crimen, a menos que estos mismos no subviertan sus leyes: el que perturba una fuente clara con impuras aguas y fango no hallará donde beber. Ni la anarquía, ni el despotismo, esta es la regla que a mi ciudad le aconsejo observar con respeto. Que todo temor… no sea arrojado fuera de sus muros, porque si no hay nada a lo cual temer ¿qué mortal hará lo que se debe?... Incorruptible, venerable, inflexible, tal es el Consejo que yo instituyo para guardar siempre a la ciudad dormida. He aquí los consejos que he querido expresamente dar a mis ciudadanos para el porvenir. Ahora, debéis levantaros, dar vuestro voto y zanjar este litigio respetando vuestro juramento. He dicho”. Sabiendo lo que está en juego, las Erinias cruzan amargas palabras con Apolo, que no ahorra invectivas para expresar su desprecio ante la bárbara justicia primordial que ellas representan. Entonces Atenea dice: “A mi me pertenece el derecho de pronunciarme la última. Uniré mi voto a aquellos que estén a favor de Orestes… Jamás tendría yo cuidado particular por la muerte de una mujer que hubiera matado al esposo, guardián del hogar. Para que resulte vencedor, bastará pues, con que el número de votos se divida aunque sea por igual”. En la posteridad, serán los reyes quienes ejerzan este derecho, rompiendo así los potenciales empates. Los jueces han terminado y el Arconte se acerca a Atenea para entregarle el recuento de los votos. “Este hombre está absuelto, declara Atenea: el número de los votos de las dos partes es igual”.
  • 8. Orestes se arroja a sus pies: ¡Oh, Palas, tú que acabas de salvar a mi hogar, yo había perdido hasta la tierra de mis padres y tú me la has devuelto! En este instante ha concluido la terrible herencia de sangre de los Átridas. Con el corazón liviano, renacido, emprende Orestes el viaje a su amada Micenas, y Apolo regresa a Delfos. Sin embargo, las Erinias han quedado desoladas. ¿Qué otra cosa pueden experimentar ahora la humilladas hijas de la noche? ¿Deberán hundirse para siempre en el oscuro Tártaro, perdidas en la memoria de los mortales y de los dioses, envueltas para siempre en el nebuloso Olvido, escarnecidas por los hombres de los nuevos tiempos? No. Aún les queda el poder de la venganza, y castigarán con el a toda Atenas por la afrenta que han sufrido. Atenea lo sabe, y en ese silencio que crece como presagio de terribles calamidades, se acerca respetuosa a las vírgenes horribles, y su voz resuena clara, luminosa y vibrante con la verdad de sus palabras: “Escuchadme… no habéis sido vencidas vosotras… Testimonios sorprendentes, emanados del propio Zeus se han hecho presentes en este juicio… Aquí se ha hecho honor a la verdad, no deshonra a vosotras… Yo os ofrezco sin reservas el refugio, el asilo que os conviene en este país, y sobre tronos de ungidos altares os sentaréis rodeadas del respeto de los ciudadanos… En este vasto país, desde hoy, todas las primicias, las ofrendas de nacimiento y de matrimonio, por igual, os estarán reservadas, y no cesaréis de alabar mis consejos”. Pero las Erinias no son fáciles de convencer. Desde su atroz nacimiento, al principio del Tiempo, nunca han escuchado otras palabras que ira, odio y desolación. Su imperio es el dolor, la oscuridad y la venganza. ¿Cómo renunciar a todo ello por los frutos de la paz y la concordia? “¡Tierra y Cielo! ¡Ah, qué sufrimiento, qué dolor entra en nuestros corazones! ¡Escúchanos, Noche, madre nuestra, nuestros antiguos honores han sido hechos polvo por dioses de impías astucias!” Atenea nuevamente intenta convencerlas: “Escuchad mi oráculo: la ola creciente de los días hará aumentar la gloria de mi ciudad y vosotras, asentadas para siempre bajo el suelo glorioso, al lado de la morada de Erecteo, veréis cortejos de hombres y mujeres ofreceros lo que ningún otro pueblo puede dar… Pero vosotras no aticéis en ellos la sed de venganza que lanza a hermano contra hermano… Si sabéis respetar a la santa Persuasión que da a mis palabras su mágica dulzura, permaneceréis aquí”. “¿Y en tal caso, qué honores recibiremos?" -preguntan las desconfiadas diosas. Y Atenea responde solemnemente:
  • 9. “Sin vosotras ningún hogar podrá prosperar… Yo no protegeré sino al que os honre. Os lo prometo y, ¿quién me obliga a prometer lo que no puedo cumplir?” Nunca desde el principio del Tiempo las ancianas diosas habían escuchado palabras dirigidas a ellas con benevolencia. Sólo gritos, imprecaciones, gemidos y llantos de absoluto espanto habían sido hasta entonces las súplicas que les estaban reservadas. Sus corazones, primero sorprendidos y desconfiados, han terminado por ceder a la dulzura y sabiduría de Atenea, y entonces acceden a pronunciar el triple voto de prosperidad para Atenas: “¡Qué la rica fecundidad del suelo y de los rebaños, jamás deje de hacer próspera a la ciudad, y que aquí la semilla humana sea protegida para siempre!”. “¡Guardianes de la ciudad! –exclama Atenea- ¿Habéis escuchado lo que estas diosas se disponen a hacer por vosotros? ¡Grande es el poderío de las augustas Erinias… y para los hombres son ellas las que claramente y con plenitud otorgan a algunos bellas canciones, y a otros, una vida empapada en lágrimas!... ¡Si vuestro amor responde a su amor con homenajes resplandecientes y eternos, entonces mostraréis al mundo, todos juntos, que lleváis este país, a vuestro pueblo, por los caminos de la Recta Justicia!” Toda la ciudad de Atenas, los magistrados, los ciudadanos, los niños y las mujeres, las sacerdotisas del templo de Atenea, y el pueblo se reúnen entonces con antorchas, y en solemne procesión descienden a la caverna de Erecteo, que es la última morada de uno de los primeros reyes de la ciudad, al pie de la Acrópolis, donde de allí en adelante tendrán su morada “aquellas diosas ávidas de homenajes”, desde ahora, benefactoras de la casa de Atenea. Y es la misma diosa quien conduce el piadoso cortejo. Así descienden cantando: “¡Se ha hecho la paz entre las Erinias y el pueblo de Atenas!”. Se ha logrado el acuerdo entre el designio inamovible de las parcas y la voluntad de Zeus que todo lo ve. Atenea ha asegurado para siempre la reconciliación entre el orden viejo y el orden nuevo… mientras se cumplan las promesas y el tribunal de justicia honre la equidad. Y lentamente desaparece en la noche el cortejo de las antorchas al ritmo sereno de la canción bendita de las “Euménides”, las ahora “Benevolentes” bienhechoras de Atenas y el porvenir. El derecho de la familia estaba representado por las Erinias, pero la ciudad, representada por Atenea, tenía algo que decir: por un lado, se liberó a la familia misma del desangramiento continuo que imponía la obligación de la venganza, al quitarle la obligación de castigar, y por otra parte, le da leyes para que la ciudad juzgue de manera ecuánime y, sobre todo, libre de pasión personal. Por ello, el crimen contra la Ciudad, contra la Nación, es también un crimen contra la Familia.
  • 10. Por eso las Erinias se quedaron en los mismos cimientos de la Ciudad. Ellas permanecerán allí para siempre, adoradas en las sombras, bienhechoras, benevolentes, y perpetuamente vigilantes de los actos de los hombres y el respeto al juramento de los dioses. Y así será para siempre, mientras no se olvide que -con derechos anteriores y superiores a la nueva Justicia, en sus mismos cimientos y por siempre presente-, hay una Justicia eterna que nació... aún antes de que reinaran los dioses. Es necesario que Chile no lo olvide. Nuestro porvenir depende de ello. Notas Sobre el Culto a la Diosa Serpiente: en el paleolítico y su continuidad hasta el Neolítico tardío, véase “The Languaje of the Goddess”, “El Lenguaje de la Diosa”, de Marija Gimbutas Alseikaité, Harper Collins Publisher Editions, New York, 1991. * * * Sobre el Mito de las Erinias: Se ha tomado parte de la trilogía de las Tragedias de Esquilo, “Las Coéforas” y “Las Euménides”, citadas en “Los Mitos de los Héroes Griegos”, de Gabriela Andrade Berisso y María Luisa Vial Cox, Ediciones de la Universidad Católica de Chile, Santiago, 1985. * * * Sobre los doce Jueces y la Diosa/Dios: El simbolismo del número 13 está presente en Occidente desde los albores de la Historia. En su origen, el simbolismo del número trece está relacionado con el Año Lunar, de trece meses de 28 días. Es por ello un número claramente asociado con la “Triple Diosa” (la Luna) en pleno ejercicio de la totalidad de sus potestades: Como “dadora de vida”, como “sostenedora” y como “dadora de muerte”: Luna Creciente, Llena, Menguante, y Luna Nueva (negra) para recomenzar el ciclo. Este ciclo también se corresponde con las Estaciones, donde se expresan las mencionadas funciones de la Diosa. Se aprecia en la existencia de los cultos de la antigua religión del “Dios Cornudo” –una expresión Neolítica tardía de la función como “dadora de vida y fecundidad” de la Triple Diosa- que pervivió en los “Coven”, palabra empleada tanto en Escocia como Inglaterra para designar a un grupo de personas que atienden a su Dios. El número de miembros de un “Coven” nunca variaba: siempre eran trece, es decir, doce miembros y el Dios. Los “Coven” tenían jurisdicción para conocer de lo sagrado y lo profano, y sus sentencias podían incluir la pena de muerte. El número trece también está en la base de la tradición cristiana, ya que en efecto los Discípulos formaban un “Coven”. Eran doce discípulos y Dios: Cristo. No obstante, en el contexto cultural cristiano, el número 13 se transformará en el número funesto y aciago. Se suele poner en relación con la Última Cena, en la que estaba Jesucristo con los doce apóstoles. El trece se referiría a Judas. El viernes es el día de la semana en que fue crucificado Jesucristo (Viernes Santo). De allí la mala tradición del “Viernes 13”. Para algunos teólogos, sin embargo, el número 13 no debería ser un número fatal sino más bien benéfico, ya que si Judas no hubiera traicionado a Jesucristo, no se hubiera cumplido el plan de salvación y redención de la humanidad mediante la muerte de Cristo. En la Última Cena, Jesús, sabiendo que Judas le habría de traicionar, moja el bocado en el plato y se lo pasa a Judas: "Lo que has de hacer, hazlo pronto" (Jn.13:21-30).
  • 11. Además, dada la antigua asociación entre el número trece y la Diosa/Dios Cornudo como Dadora de Vida/Fecundador –que sería transformado en el Demonio de la Nueva religión-, el trece adquiriría un carácter cierto carácter lascivo y funesto. En efecto, al número 12 se le llama en alemán “Dreizehn ist des Teufels Dutzend“ (el trece es la docena del diablo). Cuando se dice de alguien: “Er ist der Dreizehnte im Dutzend“ (es el trece en la docena), se quiere decir que está de sobra, que allí no pinta nada. La expresión bávara “alle dreizehn treiben“ quiere decir “entregarse a acciones licenciosas y libertinas”, un viejo recuerdo de las fiestas de la fecundidad. De hecho, en la mitología germana, el 13 era el número de la diosa Freya, que dio el nombre en alemán al viernes (= Freitag). Posiblemente tras la cristianización se convirtió el viernes trece en día fatídico para desarraigar la creencia pagana. Por cierto, en la tradición latina, el Viernes era también el día de una Diosa: del latín "veneris dies", día de Venus. Antes de la fundación de Roma, Venus era venerada como la diosa protectora de los huertos (fecundidad), pero a partir del siglo II antes de Cristo fue asimilada a la diosa griega Afrodita. Diosa del amor. En la propia Mitología griega, los doce dioses del Olimpo se reúnen y se olvidan de invitar a Eris, la diosa de la discordia. Para vengarse, Eris arroja la manzana de oro para “la más bella”. La discordia sobre cuál de las diosas era la más bella, provocó la guerra de Troya, que como vimos, será el origen del Mito de la transformación de las Erinias en Euménides. Sin embargo, la superstición negativa respecto del número 13 no parece remontarse más allá del siglo XVII. No tenemos testimonios de la Edad Media que prueben la existencia de la superstición del número 13. En el Tarot, la carta número 13 es “La Muerte”. La asociación con un esqueleto portando una guadaña es la que nos induce a darle nombre, pero se trata de un esqueleto bastante especial. Tiene vida propia, pues ejecuta acciones como manipular una guadaña y cegar a su paso y el esqueleto está recubierto por una piel rosada en algunas partes. Este arcano simboliza -además de sus aspectos aparentemente más evidentes-, el Cambio y la Transformación espiritual del héroe (fin de ciclo, año nuevo). De hecho, el símbolo más importante en esta carta es la propia Guadaña, la hoz –una Media Luna-, que implica aquello que corta, separa, siega, “juzga”, y transforma. Por ello, al contrario que en sus interpretaciones negativas, el número 12 combinado con un número más da 13, y con ello adquiere una fuerza positiva, la capacidad de crear algo nuevo. Por ejemplo: doce monjes y un abad pueden fundar un convento. Algo parecido parece que existía ya en el derecho germano: doce jurados y un juez podían formar tribunal, lo que refuerza lo señalado en el propio Mito de las Erinias. En el Mito Artúrico nos encontramos con la representación del número trece en la “Tabla Redonda”, en torno a la cual se sientan los doce caballeros, pero cuyo treceavo lugar está vacío y lleva el significativo nombre de “Asiento Peligroso”. Nadie puede sentarse en él sin deber enfrentarse a una prueba terrible. Está reservado a un caballero elegido, predestinado, mejor que todos los demás, cuyo nombre, en las novelas de caballería es en ocasiones Galahad, en otras Perceval o Gawain. La cualificación particular de este caballero le da derecho a ocupar la plaza, es decir, encarnar la función solar suprema y ser el jefe de los otros doce, es decir, de la tradición, organización, o del ciclo que les reunía. Es el Dios encarnado. Si cualquier otro caballero quisiera ocupar la plaza sin ser digno, encontrarla la desgracia: sería fulminado o la tierra se abrirla bajo sus pues. Por el contrario, el caballero elegido a pesar de estos fenómenos permanecería indemne. Se presenta a menudo como el que es capaz de reparar, a diferencia de los otros, una espada rota, símbolo evidente de la decadencia a la cual va a poner término. He aquí como puede aclararse el doble significado de felicidad y desgracia de la cifra trece. El aspecto maléfico debe evidentemente prevalecer, por la simple razón que, sobre el plano que ya hemos indicado, es natural que la mayor parte de los que intentan ocupar el treceavo puesto, no estén a la altura de la prueba. Sobre la tradición del Nº 13 puede consultarse: “El Dios de los Brujos”, de Margareth Murray.
  • 12. * * * Sobre el Derecho Romano: En el transcurso de los tres primeros siglos de Roma, el derecho privado tiene su fuente única en los usos que estaban en vigor entre los fundadores de la ciudad y que han pasado por tradición, de las poblaciones primitivas a la nación nueva. Estas son las costumbres de los antepasados, mores majorum. La influencia del Derecho Griego en el nacimiento del Derecho Romano está absolutamente presente. El jurisconsulto Pomponio refiere que Rómulo y sus sucesores hicieron votar ciertas leyes por las curias; Que bajo Tarquino el soberbio, un cierto personaje llamado Papirio, las publica en una compilación llamada Jus civile patrianum, la cual no ha llegado a nuestros tiempos, y las leyes reales leges regire que quedaron en desuso después de la caída de los reyes. El derecho privado solo tiene por fuente en este período; la costumbre. Después de muchas luchas de la plebe, los tribunos se hicieron los intérpretes de ellos, y luego de diez años de espera, los patricios cedieron y se pusieron de acuerdo con el senado y ordenaron la redacción y promulgación de una ley aplicable a los dos órdenes. Esta fue la “Ley de las XII tablas”. Los Romanos quisieron asesorarse en el estudio de una legislación célebre entonces, la de Grecia, y para ello, enviaron en el año 301 a tres patricios a Grecia, en donde estaban en vigor las leyes de Solon y de Licurgo. Estos regresaron al cabo de un año, trayendo consigo las leyes griegas. Hermodoro, desterrado de Efeso les ayudó en la tarea de confeccionar de la ley de las XII tablas. Al año siguiente, las magistraturas fueron suspendidas de común acuerdo, y todos los poderes fueron confiados a diez magistrados patricios, elegidos en los comicios por centurias, los dicenviros, quines eran los encargados de hacer la ley. Al cabo de un año, publicaron sus trabajos, escritos sobre diez tablas, y luego en el 304, se nombró otros dicenviros que añadieron dos tablas más para completar doce. * * * Entre los Mapuches: En la sabiduría mapuche ancestral se encuentran normas, códigos y leyes que les eran otorgados por la madre naturaleza (ñuke mapu) a las cuales se llamaba Az-Mapu (la costumbre ancestral). Dentro de ella podemos rescatar valores éticos que los antepasados, los kuifike che difundían al interior de la sociedad originaria para formar personas que se asumieran como mapuche y seres humanos con dignidad y armonía espiritual. Existía un órgano ocupado estrictamente para administrar justicia con facultades expresas y reconocidas por el propio Lof. Conformado por el Inan Logko, la Pijan Puse, el Werken y dos miembros pobladores del Lof según cada caso. El sistema de Derecho Mapuche se fundaba “El amor a la madre tierra es un valor mapuche que se manifiesta a través de la ritualidad ancestral, es por ello que los ancianos enseñan que hay que pedir permiso al Gen o espíritu dueño del lugar donde se va a extraer algún elemento de la naturaleza ya que todo lo que existe cumple una función, nada está por estar y la gente es parte de un todo armónico cósmico y universal por lo que para el mapuche lo superior y lo inferior no existe”. Por ello, la Justicia Mapuche buscababa el reestablecimiento del equilibrio afectado por el conflicto, salvo que la magnitud e importancia del mismo o la contumacia del infractor -o su familia- habilitara otras instancias punitivas, incluyendo la muerte en casos extremos. La esencia para el Nor Feleal o sistema Jurídico mapuche es restablecer el equilibrio a la Lof. Resulta sorprendente comprobar las fuertes analogías e identidades de estas formas de justicia restaurativa con la de otras civilizaciones distantes, como es el caso del sistema germánico antiguo o el de los nativos de la Melanesia. Un interesante relato del sistema de resolución de conflictos en la Comunidad Mapuche se encuentra en "Testimonio de un Cacique Mapuche" de Pascual Coña.
  • 13. * * * El Derecho en Chile: Los antecedentes del Tribunal Supremo se remontan a 1565, año en que se crea la Real Audiencia, con asiento en la ciudad de Concepción. Si bien la vida de dicho tribunal fue efímera, en 1606 se estableció de manera definitiva en Santiago y permaneció en el tiempo durante más de dos siglos, resolviendo variadas materias judiciales, consultivas y de protección. La Constitución de 1823 estableció la “Suprema Corte de Justicia”, compuesta por seis miembros: Cuatro Magistrados, un Presidente y el Procurador Nacional, designándola como la «primera magistratura judicial del Estado» y otorgándole la «superintendencia directiva, correccional, económica y moral ministerial sobre todos los tribunales y juzgados de la nación». Se le entrega, además, la función de «proteger, hacer cumplir y reclamar a los otros poderes por las garantías individuales y judiciales». De este modo se plasma su rol de tribunal superior y sus atribuciones protectoras. Hasta esa fecha el Supremo Tribunal había sido sólo una aspiración, suplida en la realidad por comisiones especiales, ya que las facultades de competencia del Consejo de Indias español estaban radicadas en la Cámara de Apelaciones. Fue desde ese momento, entonces, que en Chile se configuró un sistema piramidal, en cuya base se encontraban los juzgados, en segunda instancia las Cortes de Apelaciones y en la cima la Corte Suprema. Sin embargo, como se ha señalado, es posible afirmar que la Corte Suprema creada en 1823 no es ni un substituto de otro tribunal anterior ni tampoco un ente foráneo, lo que se hace notorio al analizar sus atribuciones, que comprendían algunas entregadas al Consejo de Indias y otras a la propia Real Audiencia. Si bien toma el nombre de su similar de EEUU, sus raíces están en Hispanoamérica. Sólo en 1875 se dictó la Ley de Atribución y Organización de los Tribunales, que se transformaría en un verdadero Código en la materia, precisando la competencia de la Corte Suprema y demás órganos jurisdiccionales. La Constitución de 1925, que dedica un capítulo especial al «Poder Judicial», amplía las facultades de la Corte Suprema, al otorgarle el conocimiento del recurso de inaplicabilidad. A ello se sumaron las materias que ya integraban su competencia, como es el caso de los recursos de casación y queja. A partir de mediados de los años setenta, se la facultó para resolver las apelaciones de los recursos de protección. Así se reforzó la función de resguardo de los derechos de las personas, lo que constituye más del 20% del trabajo actual la Corte. Por su parte, cabe señalar que cerca de un 60% del mismo corresponde al conocimiento de los recursos de casación. Al ser dictada la Constitución de 1980, se le añadieron otras competencias, como el conocimiento de la declaración de error judicial (norma programática en la carta de 1925), el reclamo por pérdida de nacionalidad (cuyo antecedente se remonta a 1957), y se fortaleció la petición de inaplicabilidad. A todo lo anterior deben agregarse diversas materias específicas entregadas por leyes especiales. Mediante reforma constitucional de 1997, realizada por Ley 19.541, se modificaron importantes aspectos, entre los que se encuentran la circunstancia de que los miembros de la Corte Suprema serían nombrados por el Presidente de la República, contando con el acuerdo del Senado, siendo elegidos entre una nómina de cinco personas que en cada caso propondría la misma Corte; y su aumento a veintiún ministros –tres veces siete- es decir, un Tribunal “Lunar”.