1. UN CUENTO PARA TRATAR LAS DIFERENCIAS/DISCAPACIDAD - http://loquecuentanloscuentos.blogspot.com.es/
EL PUENTE QUE UNÍA LOS CASTILLOS
Érase una vez un hada llamada Lucía que vivía en el reino de Burgos, un
lugar en el que hacía mucho, mucho frío, pero donde se vivía de rechupete y donde
se hacían unos postres riquísimos, ¡el mejor lugar del mundo!
A Lucía le encantaba que nevara en invierno, porque así podía hacer muñecos de nieve
con su barita mágica y angelitos en la nieve, a los cuales más tarde convertía en
realidad... ooooh, cómo la gustaba jugar y volar con todos ellos hasta el castillo, ¡la
zona más alta de la ciudad!
Como era natural, a Lucía la encantaban los postres… ¡ummhhh! Era su mayor afición,
ponerse el delantal, reclamar la ayuda de su papá, extender la harina por toda la mesa y
acabar comiéndose todos los ingredientes ¡antes de que el postre estuviera del todo
hecho! Cómo la gustaba el chocolate, ¡era una golosa!
Sus papás, el duende Pedro y el hada Patricia, vivían en un lindo castillo. Éste no estaba
tan alto como el gran castillo de la ciudad, ni era tan grande, pero sí que tenía un
pequeño patio, un parque repleto de niños y perros, lindas y divertidas habitaciones y un
grandísimo sofá en el que se echaba las mejores siestas del mundo mundial... ¡había de
todo! Lucía vivía muy a gusto en su barrio, tenía muchos amiguitos y amiguitas con los
que divertirse y por ello, era una niña la mar de feliz.
Pero estaba pasando algo que Lucía desconocía... en el corazón de su papá el duende y
su mamá el hada, había crecido la tristeza y la infelicidad. Cada vez que estaban juntos,
discutían y se mosqueaban, cuando parecían estar bien… alguno de los dos hacía algo
mal y se sentían aún más tristes.
Cierto día, un importantísimo médico que conocía el caso de los papás de Lucía, decidió
visitar el castillo en el que vivían y tras varias preguntas y un eterno diálogo… decidió
diagnosticarles: "Incompatibilidad de caracteres". ¡Ui! que palabra tan rara, pensó
Lucía, ¿eso qué quería decir?
El doctor, que había visto la cara de duda que tenía el pequeño hada, se propuso
explicárselo:
- Resulta… que tus papás el duende y el hada, son justo lo contrario, a uno le
gusta la sal y al otro el azúcar, al uno le gusta el blanco y al otro el negro…
nunca van a estar de acuerdo, y si siguen juntos, es probable que les surja cada
vez más tristeza producida por la frustración, y que cada vez tengan menos
ganas de hacer cosas juntos.
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- ¿Frustración? ¡Qué palabra tan rara! pensó Lucía, suena… suena a fruta...
¡ummmhhh...! Jamás seré medico, dijo Lucía, no entiendo muchas palabras de
las que me hablas.
- Pues verás Lucía, la frustración es cuando intentas hacer algo con muchas, pero
muchas, muchas ganas, y con la esperanza de que salga bien, y… ¡puf, no sale!,
nunca sale bien, ni siquiera regular... sale mal. Entonces te comienzas a sentir
mal… Para que me entiendas, es un sentimiento parecido a cuando intentas que
esa cuenta de mates te acabe saliendo, pero de tantísimas veces que has tenido
que escribir, borrar, escribir y borrar encima de todos esos números, se acaba
rompiendo el papel y la cuenta aún no te ha salido… es un "no puedo más, me
faltan las fuerzas, no tengo ganas de volver a intentarlo" ¿Así lo entiendes?
A pesar de que Lucía estaba intentando entenderlo, seguía sintiéndose preocupada, ella
quería seguir haciendo las mismas cosas que hacía con sus papás, quería seguir
patinando en familia, hacer excursiones al campo, ir al cole todos juntos… pero ahora,
¿qué pasaría? Empezó a sentirse triste... muy, muy triste…
El papá duende y la mamá hada, tras escuchar lo que el médico le explicaba a su hija,
empezaron a pensar en una solución, ellos no querían ver a Lucía triste...la tristeza no la
dejaría aprender, colorear, jugar... no podían dejar que la tristeza invadiera su corazón.
Entonces decidieron hacer algo al respecto, ¡y les surgió algo maravilloso!
Construyeron dos castillos:
El castillo del duende Pedro, y el castillo del hada Patricia estaban unidos por unas
escaleras mágicas que permitían a Lucía ir de un castillo a otro. Era súper divertido,
cada castillo era de un color...el castillo de papá era de color verde, pero no un verde
normal, sino verde hierba, ya que era el color preferido de papá, y dentro había un sinfín
de cosas que le gustaban a la niña, como una cocina enorme donde poder hacer todo
tipo de pasteles con papá, una alfombra con dibujos donde imaginar las mejores
historias de hadas y duendes, pinturas, y muchísimos lienzos en los que plasmar los
mejores momentos que a partir de ahora pasaría con su papá. ¡Tenía una pinta
divertidísima!
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El castillo de mamá, en cambio, era de muchos colores, de tantos… ¡que a veces no
recordaba ni de qué color era su propio cuarto! Esto era algo que caracterizaba a su
mamá, ya que era un poco indecisa y no sabía cuál de todos escoger, le gustaban
todos...así que cada habitación la pintó de un color. En esas habitaciones tan coloridas,
Lucía y su mamá hacían todo aquello que querían, como pulseras de abalorios, jugar al
escondite, saltar en la cama elástica y miles de manualidades.
(Si los padres varían el cuento podrían exponer ejemplos de cosas que al protagonista le
gusta hacer tanto con papá como con mamá)
Los dos castillos tenían algo en común, cada vez que estaba en uno de ellos, el propio
castillo desprendía amor y alegría. En ellos se divertía muchísimo, disfrutaba de su papá
y su mamá, aprendía y jugaba a diario, y a pesar de tener que mudarse de uno a otro
cuando pasaba un poco de tiempo… el puente que habían creado entre ellos, hacía que
este proceso fuera como un paseo, ¡divertidísimo! Se sentía una niña muy afortunada,
tenía dos castillos, dos cuartos, dos sofás en los que se echaba unas siestas eternas y
además, a veces había fiestas o cumpleaños que antes se celebraban una vez, y ahora se
celebran primero en un castillo, y luego en el otro, ¡era una magnífica idea!
Y aunque el duende Pedro y el hada Patricia ya no vivían juntos, para Lucía nada había
cambiado, podía seguir haciendo lo que más la divertía con el uno y con el otro, y
siempre tenía cosas de qué hablar, historias que contar y sueños que compartir, porque
como sus papás siempre la decían… ¡Nunca pierdas la sonrisa, que nosotros siempre te
querremos y seguiremos siendo tus papás! Y colorín colorado, este cuento se ha
acabado y con una sonrisota en la cara… ¡te has quedado!