Este documento describe la difícil situación en Siloé, Cali, Colombia, donde la pobreza y la violencia son comunes. A pesar de los peligros en las calles, muchos deben caminar o pagar a motorratones para transportarlos a través de áreas controladas por pandillas donde a menudo ocurren asesinatos. El documento cuenta la historia de Cesar, un motorratón que fue asesinado dejando huérfanos a sus tres hijos, a pesar de haber sido amenazado anteriormente y forzado a huir de su hogar. La

1. Oscar Alexander Zuluaga / Cód. 1138635
Llegar a la entrada de la ladera de Cali, a Siloé, es como llegar a las puertas del
mismísimo infierno. Ahí se encuentra parado el diablo, satanás, impaciente, expectante,
esperando a quienes bajan por la vuelta al diablo en procesiones para descansar
eternamente en tierra santa. En muchas esquinas se ven almas que hacen cola
esperando a algún incauto que resuelva la situación del día.
La llegada del MIOCABLE le hizo trampa a este Estigia. Cruzar por el aire representa
el alejarse de los peligros que ocurren en las calles del sector. Quienes no se suben al
cable, muchos preferirían ahogarse por su miedo a las alturas, se aventuran, si no hay
dinero, a caminar, a cuatro ojos por vías y callejones de los que esperan salir con vida.
Los que tienen los mil quinientos o dos mil que les cobra una guala o un motorratón,
hacen el pacto con un nuevo Caronte, encargado de transportar por sitios en donde a
diario quedan los recuerdos de las personas a las que han asesinado.
Cesar murió un domingo 10 de abril. Era motorratón y esperaba que alguien solicitara
sus servicios para poderse movilizar. Estaba rodeado de otros compañeros pero esto
no impidió que se le acercaran y le descargaran dos tiros en la cabeza y uno más en
la barriga. Pasó por dos operaciones y en la segunda se quedó. Dejó tres niños
huérfanos y una esposa que durante el tiempo que lo conoció, dependió
económicamente de él. Muchas personas se subieron a su moto. Muchas personas
fueron transportadas. Pocos sabían que habían pagado por navegar en un rio que los
podría llevar a la muerte.
Fue amenazado meses atrás; le tocó salir desplazado del sector en donde vivía por los
muertos que tenía encima. Pero le dieron tiempo, lo dejaron acomodarse, entrar de
nuevo en su zona de confort. Quien lo mató dejó la advertencia de que había acabado
con el primero, y que otros cinco miembros de la familia aún tenían que pagar. A su
entierro asistieron muchos motorratones, las mujeres de la familia llevan las armas
porque a los hombres los requisan en la entrada del cementerio. Muchos
transportadores seguirán navegando, y quienes acuden a ellos no pueden más que
santiguarse y esperar que nada les ocurra.