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KILIMA 72 Marzo 2007
Queridos amigos:
(Sigo con el relato que había comenzado en el número anterior.)
Después de una temporada de calma, en la que los camiones no se hacían ver por
nuestra pista, y cuando ya les habíamos olvidado, pensábamos hacer unos retoques en
algunos lugares que habían quedado especialmente dañados con el fin de poder
utilizarla sin peligro durante la estación lluviosa venidera. Habíamos apalabrado ya un
grupo de trabajadores y almacenado tubos, piedra, etc. para reforzar las zonas débiles,
pero no pudimos continuar. Apareció el enemigo con su ensordecedor ruido y su
odiosa silueta, arrastrando tras de sí una nube de polvo. Nos dejó una impresión
parecida a la que uno siente cuando le pisan el callo en el autobús.
Comenzaron tímidamente como para explorar el horizonte y percatarse si había
obstáculos en el recorrido. La policía había desaparecido de la barrera, la vía quedaba
abierta y poco a poco fueron cogiendo confianza y comenzó como una especie de riada
imparable de camiones cargados de minerales que utilizaban sin descanso nuestra pista
y atacaban al puente sin piedad con pesos que superaban ampliamente las 25 Tn.
La gente sufría en silencio el ataque de los mastodontes. Utilizaban
preferentemente la noche para no verse atacados o insultados por los habitantes de los
poblados o de Panda. Pensaba que su cólera podría provocar algún incidente grave pero
más tarde me daría cuenta que estaba equivocado. Se ha formado sobre ellos una
especie de costra de miedo de la que no consiguen librarse y su acción se limita a las
palabras pero temen pasar a los hechos. Este es uno de los frutos de 30 años de
dictadura de Mobutu, quien no permitía ninguna actitud hostil al régimen ni acción
alguna que perturbara el orden establecido. Su infracción podría acarrear la pérdida del
puesto de trabajo, la prisión y en algunos casos la desaparición física de la persona. Pero
junto a eso está también el fatalismo típico de la cultura bantú. “Las cosas son así”, “qué
podemos hacer”, “todo pasará”, y sufren en silencio los males que les aquejan.
Otro de los factores que influye en esta apatía es que la mayor parte de ellos ya
no trabajan y han perdido el sentido de la disciplina del trabajo, el espíritu
reivindicativo, la lucha por mejorar su puntuación o consideración en la empresa, y se
sienten como derrotados, aplastados por el peso de los poderes de la administración:
policía, higiene, urbanismo, impuestos, que les asedian constantemente y ante quienes
se ven sin recursos para defenderse.
Yo sufría con esa situación pero no sabía qué partido tomar. Todavía seguía en
pié la orden que habían dado, de que “quedaba totalmente prohibido el transporte de
minerales por esta carretera y el paso por el puente con pesos superiores a las 15 Tn”.
Pero estas normas habían dejado de cumplirse porque nadie se preocupaba de lo que
estaba ocurriendo. Bien se encargaban las empresas de “engrasar” todos los niveles
administrativos para hacer que sus ojos permanecieran como en un profundo sueño que
les impidiera ver cuanto ocurría en sus alrededores.
Me encontraba como en una especie de torpor porque nadie tomaba cartas en el
asunto y sufrían en silencio el abuso de los fuertes, ante quienes se encontraban
desprovistos de toda capacidad de reacción. Se quejaban ante mí pero les decía que a
quien tenían que manifestar su malestar era ante las autoridades y que no debían tener
miedo porque no se trataba de un asunto político sino de defender su medio de vida y
proteger lo que el estado había reparado endeudándose ante la Banca Mundial.
Mis discursos los llevaba el viento. Se limitaban a mirarme y, o cambiaban de
conversación o continuaban su camino. Lo que pretendían era que yo me moviera para
protegerles. No sabían todas las denuncias que ya habían sido puestas mientras ellos se
conformaban con las lamentaciones. Por otra parte, tenía la certeza que no iba a contar
con su apoyo ante cualquier acción que emprendiera. Mi duda era: “Había que dejarles
en su situación para que el constante sufrimiento les hiciera un día reventar de rabia y
actuaran en consecuencia?. Había que ser la voz de los sin voz? Había que actuar
aunque nadie me secundara en mis propósitos?” Estas y otras muchas interrogantes
oscurecían mi mente, pero quienes prendieron fuego a la mecha y me hicieron salir de
mis elucubraciones fueron el chófer de casa y las monjas congoleñas que regentan el
Centro de Minusválidos.
También ellos se sentían heridos en su sensibilidad por el abuso de los
camioneros y el de sus patrones, que no respetan nada ni nadie y ,además, se
consideran limpios de toda culpa porque por las tardes frecuentan cualquiera de las
numerosas iglesias o sectas que abundan en la ciudad. “Padre, venga corriendo con la
policía, porque tenemos atrapado un camión pesado cargado de minerales y se nos
puede escapar”. Ese fue el detonante. El chófer había tenido que ir a los campos, donde
las monjas cultivan para el Centro y se había cruzado con una fila de grandes camiones
cargados hasta los topes. Eso le revolvió las tripas y fue él quien dio la voz de alarma.
Antes de que regresaran ya habían pasado por el puente varios camiones pero
consiguió adelantar a uno, e igual que en las películas, se le cruzó delante sin pensar que
llevaba pasajeros y sin saber tampoco si el camión tenía frenos, cosa bastante corriente.
Este, se vio obligado a dar un golpe de volante y el morro salió de la carretera.
Afortunadamente era una zona bastante llana y no había peligro de que volcara.
Salieron las monjas y el chófer del coche y se encararon con el chófer y todos
los trabajadores que venían en el camión. Las palabras iban subiendo de tono y es
cuando pidieron auxilio por miedo de que de las palabras se pasara a las manos y se
veían en inferioridad numérica. Las dos monjas que se encontraban en aquel lugar no
hubieran tenido inconveniente alguno en remangarse sus hábitos y hacer frente a la
pelea. Son bravas de verdad.
En cuanto oyeron que pedía refuerzos, todos se escaparon abandonando el
camión. Sabían que estaban en falta y que eso podría acarrearles fatales consecuencias.
Cuando llegamos no había nadie en aquellos parajes. Era de noche. Al cabo de un rato
llegó el comandante acompañado por otro policía. Íbamos a hacernos cargo del camión
cuando aparecieron algunos de los trabajadores y a través de ellos nos enteramos que el
chófer estaba refugiado en una casa cercana. Probablemente familiares suyos. Llegó
también la policía de minas, ya que se trataba de una carga de minerales y entre ellos
decidieron que había que conducir el camión al ayuntamiento del barrio donde quedaría
bajo su custodia hasta el día siguiente que lo conducirían al Tribunal de Justicia.
Seguimos actuando en plan película. Abría la comitiva el coche de las monjas
con los intermitentes dados, luego venía el camión y yo cerraba la caravana, a paso
lento, para que todos se dieran cuenta de que allí pasaba algo raro. Pero eso no provocó
la reacción de los habitantes de Panda.
Una vez aparcados en el ayuntamiento, el comandante me condujo a su
despacho para que participara en el interrogatorio que tenía que someterle al chófer. Le
dio su identidad, pero cuando le preguntó a quién pertenecía el camión, sufrió como una
amnesia repentina y no sabía muy bien quién era el amo. El comandante, que tiene
muchas horas de vuelo y se ha visto muchas veces en situaciones parecidas, le regaló un
par de ”jaculatorias” en la mejilla izquierda y otras dos en la derecha y de nuevo se hizo
la luz en la oscurecida inteligencia del conductor.
Resulta que pertenecía a Yanyú, el bandido más famoso de Likasi, que hace
años estuvo condenado a muerte y cuando ya estaba la horca preparada y la gente, que
había madrugado ese día, atendía impacientemente en el campo de fútbol el
“espectáculo” que iba a tener lugar, justo en ese momento le llegó el indulto de
Kinshasa y salvó su pescuezo. Luego, se convirtió, y ahora es un ferviente cristiano de
comunión semanal, pero arrastra en el subconsciente una extraña fuerza de criminalidad
que no consigue superar y cuando uno de sus trabajadores rompe una pieza o le causa
problemas, de un simple “guantazo” le aligera la boca de unos cuantos dientes. Tiene a
todas las autoridades y jueces en su bolsillo, algo le costará todo ello, pero eso le
permite maniobrar siempre entre la frontera de lo legal y lo ilegal. Es un gigante y todos
sus trabajadores tienen fama de imponer su ley por donde pasan. Les temen porque
saben que siempre buscan camorra.
Lo curioso del caso es que unos meses antes había estado con él para intentar
trabajar juntos en la defensa de nuestros intereses comunes, la carretera y el puente, y
me mostró su más absoluta conformidad y su deseo de poner incluso sus camiones al
servicio de la causa. Ahora resulta que era uno de los más afanosos depredadores que
castigaban nuestra zona sin piedad.
Mientras tenía lugar el interrogatorio, de nuevo me llama el chófer para
comunicarme que en el poblado que está al otro lado del río había otro camión cargado
hasta la bandera. Algún ciclista que venía de aquella zona le hizo saber de la existencia
de ese camión que había sufrido un pinchazo y los estaban reparando. Fue a comprobar
si era verdad y tras constatar que era cierto, me llamaba desde el lugar de los hechos.
Vuelta a comenzar la maniobra. Le expuse el caso al comandante, pero se hacía
el remolón para dejarme un par de policías que me acompañaran. Me dijo que primero
fuera en busca del capitán de la policía de minas que se encontraba sin coche porque esa
misma noche le habían robado las ruedas de su vehículo. 5 Km. de ida y otros tantos de
vuelta por un camino infernal. Por fin, él mismo dijo que me acompañaba y con dos
policías más fuimos a ver de lo que se trataba. Efectivamente, era cierto.
No había luna. Era noche cerrada. Estábamos en la mitad del poblado, a unos
dos kilómetros después de atravesar el puente. Mientras tomaba la filiación del chófer,
la marca del camión, procedencia de la carga, etc., vimos unos resplandores a lo lejos
que denunciaban la llegada de otro camión. Cinco minutos más tarde llegaba donde nos
encontrábamos. Otro peso pesado cargado hasta los topes con medio pueblo sobre el
camión: viajeros, trabajadores, cajas, gallinas, alguna cabra. No tenía paso. Estaba
obligado a parar. Buena caza para la policía. Una de las monjas arremetía contra todos
los viajeros mientras yo prefería permanecer callado. Parecía como que buscaba pelea,
porque toda esa gente, cansada del viaje, no tenía más ganas que las de llegar a sus
casas. Sus ánimos no estaban para tomaduras de pelo.
De nuevo las misma preguntas: propietario del camión, producto que llevaban,
concesiones de donde procedían, etc. Estando en esas, unos resplandores nos anunciaron
que otro pez gordo iba a caer en nuestras redes, como así sucedió. Y así hasta cuatro
enormes camiones. Eran la una de la madrugada. Si venían más, no podrían pasar
porque les obstaculizaban los anteriores, pero como medida de prudencia, el coche de
las monjas con cuatro trabajadores y dos policías armados pasaron la noche allí mismo
con el coche atravesado en la carretera. El problema quedó para ser solucionado al día
siguiente.
Estaba seguro que la gente del poblado nos observaba desde la oscuridad,
escondidos tras algún árbol, pero allí no apareció nadie. Únicamente el jefe vino
acompañado de un secretario porque les fueron a buscar. También ellos estaban
decididos a que los camiones no continuaran su recorrido, que dieran la vuelta y
tomaran otra dirección.
La primera sorpresa que nos deparó la mañana siguiente fue que el camionazo
que pasó la noche en el ayuntamiento, había desaparecido. Nadie conocía su paradero,
pero según algunos comentarios de la gente, habían bastado 200 $ para que como arte
de magia, se esfumara sin dejar rastro. Algunos comentaban que probablemente se
encontraría en algún garaje donde permanecería a la sombra durante unos días para que
nadie avisara de su presencia a las autoridades.
Cuando hacía unos meses, la autoridad superior había prohibido
categóricamente su paso por nuestra zona, los camiones solían tomar una ruta distinta
que les conducía también a la ciudad y en donde podían evacuar su mercancía. Pero con
las llegada de las primeras lluvias, la carretera había quedado impracticable y en lugar
de ponerse de acuerdo para repararla, tomaron la solución más económica: emplear otra
carretera que se encontraba en mejores condiciones. Luego me enteré que no solamente
habían destrozado la carretera sino que también habían hundido tres puentes.
Todos los chóferes decían no conocer la orden que había sido dada prohibiendo
el uso de esta pista o carretera para el transporte de los minerales. Era mentira, pero se
querían pasar por buenos y evitar la pena que podría caer sobre ellos. Además había un
problema: de qué minerales se trataba? Sólo se trataba de minerales de cobre o de
cobalto o había también minerales de uranio? Hacía un año que la Monuc (ONU) había
prohibido incluso acercarse a esa zona debido a las fuertes radiaciones, pero la gente sin
escrúpulos empleaba a jóvenes, necesitados de dinero, para enviarles con un pico y una
pala a escarbar en la zona en la que se encuentra este mineral. Ya habían detenido a dos
militares por ocuparse de este negocio y no sabíamos si lo que pasaba ante nuestras
narices no era también algo de esto y nos estaba contaminando sin que lo supiéramos.
Tanto el jefe como yo éramos de la opinión que la mejor forma de acabar con
este tráfico era la de hacerles volver a su lugar de origen, que está como a unos 100 Km.
y que desde allí utilicen la carretera que antes estaban usando. Estábamos seguros de
que con este castigo ejemplar no habría más camiones que intentaran atravesar nuestros
poblados.
Un abrazo.
Xabier

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Kilima 72 - Marzo 2007

  • 1. KILIMA 72 Marzo 2007 Queridos amigos: (Sigo con el relato que había comenzado en el número anterior.) Después de una temporada de calma, en la que los camiones no se hacían ver por nuestra pista, y cuando ya les habíamos olvidado, pensábamos hacer unos retoques en algunos lugares que habían quedado especialmente dañados con el fin de poder utilizarla sin peligro durante la estación lluviosa venidera. Habíamos apalabrado ya un grupo de trabajadores y almacenado tubos, piedra, etc. para reforzar las zonas débiles, pero no pudimos continuar. Apareció el enemigo con su ensordecedor ruido y su odiosa silueta, arrastrando tras de sí una nube de polvo. Nos dejó una impresión parecida a la que uno siente cuando le pisan el callo en el autobús. Comenzaron tímidamente como para explorar el horizonte y percatarse si había obstáculos en el recorrido. La policía había desaparecido de la barrera, la vía quedaba abierta y poco a poco fueron cogiendo confianza y comenzó como una especie de riada imparable de camiones cargados de minerales que utilizaban sin descanso nuestra pista y atacaban al puente sin piedad con pesos que superaban ampliamente las 25 Tn. La gente sufría en silencio el ataque de los mastodontes. Utilizaban preferentemente la noche para no verse atacados o insultados por los habitantes de los poblados o de Panda. Pensaba que su cólera podría provocar algún incidente grave pero más tarde me daría cuenta que estaba equivocado. Se ha formado sobre ellos una especie de costra de miedo de la que no consiguen librarse y su acción se limita a las palabras pero temen pasar a los hechos. Este es uno de los frutos de 30 años de dictadura de Mobutu, quien no permitía ninguna actitud hostil al régimen ni acción alguna que perturbara el orden establecido. Su infracción podría acarrear la pérdida del puesto de trabajo, la prisión y en algunos casos la desaparición física de la persona. Pero junto a eso está también el fatalismo típico de la cultura bantú. “Las cosas son así”, “qué podemos hacer”, “todo pasará”, y sufren en silencio los males que les aquejan. Otro de los factores que influye en esta apatía es que la mayor parte de ellos ya no trabajan y han perdido el sentido de la disciplina del trabajo, el espíritu reivindicativo, la lucha por mejorar su puntuación o consideración en la empresa, y se sienten como derrotados, aplastados por el peso de los poderes de la administración: policía, higiene, urbanismo, impuestos, que les asedian constantemente y ante quienes se ven sin recursos para defenderse. Yo sufría con esa situación pero no sabía qué partido tomar. Todavía seguía en pié la orden que habían dado, de que “quedaba totalmente prohibido el transporte de minerales por esta carretera y el paso por el puente con pesos superiores a las 15 Tn”. Pero estas normas habían dejado de cumplirse porque nadie se preocupaba de lo que estaba ocurriendo. Bien se encargaban las empresas de “engrasar” todos los niveles administrativos para hacer que sus ojos permanecieran como en un profundo sueño que les impidiera ver cuanto ocurría en sus alrededores. Me encontraba como en una especie de torpor porque nadie tomaba cartas en el asunto y sufrían en silencio el abuso de los fuertes, ante quienes se encontraban desprovistos de toda capacidad de reacción. Se quejaban ante mí pero les decía que a
  • 2. quien tenían que manifestar su malestar era ante las autoridades y que no debían tener miedo porque no se trataba de un asunto político sino de defender su medio de vida y proteger lo que el estado había reparado endeudándose ante la Banca Mundial. Mis discursos los llevaba el viento. Se limitaban a mirarme y, o cambiaban de conversación o continuaban su camino. Lo que pretendían era que yo me moviera para protegerles. No sabían todas las denuncias que ya habían sido puestas mientras ellos se conformaban con las lamentaciones. Por otra parte, tenía la certeza que no iba a contar con su apoyo ante cualquier acción que emprendiera. Mi duda era: “Había que dejarles en su situación para que el constante sufrimiento les hiciera un día reventar de rabia y actuaran en consecuencia?. Había que ser la voz de los sin voz? Había que actuar aunque nadie me secundara en mis propósitos?” Estas y otras muchas interrogantes oscurecían mi mente, pero quienes prendieron fuego a la mecha y me hicieron salir de mis elucubraciones fueron el chófer de casa y las monjas congoleñas que regentan el Centro de Minusválidos. También ellos se sentían heridos en su sensibilidad por el abuso de los camioneros y el de sus patrones, que no respetan nada ni nadie y ,además, se consideran limpios de toda culpa porque por las tardes frecuentan cualquiera de las numerosas iglesias o sectas que abundan en la ciudad. “Padre, venga corriendo con la policía, porque tenemos atrapado un camión pesado cargado de minerales y se nos puede escapar”. Ese fue el detonante. El chófer había tenido que ir a los campos, donde las monjas cultivan para el Centro y se había cruzado con una fila de grandes camiones cargados hasta los topes. Eso le revolvió las tripas y fue él quien dio la voz de alarma. Antes de que regresaran ya habían pasado por el puente varios camiones pero consiguió adelantar a uno, e igual que en las películas, se le cruzó delante sin pensar que llevaba pasajeros y sin saber tampoco si el camión tenía frenos, cosa bastante corriente. Este, se vio obligado a dar un golpe de volante y el morro salió de la carretera. Afortunadamente era una zona bastante llana y no había peligro de que volcara. Salieron las monjas y el chófer del coche y se encararon con el chófer y todos los trabajadores que venían en el camión. Las palabras iban subiendo de tono y es cuando pidieron auxilio por miedo de que de las palabras se pasara a las manos y se veían en inferioridad numérica. Las dos monjas que se encontraban en aquel lugar no hubieran tenido inconveniente alguno en remangarse sus hábitos y hacer frente a la pelea. Son bravas de verdad. En cuanto oyeron que pedía refuerzos, todos se escaparon abandonando el camión. Sabían que estaban en falta y que eso podría acarrearles fatales consecuencias. Cuando llegamos no había nadie en aquellos parajes. Era de noche. Al cabo de un rato llegó el comandante acompañado por otro policía. Íbamos a hacernos cargo del camión cuando aparecieron algunos de los trabajadores y a través de ellos nos enteramos que el chófer estaba refugiado en una casa cercana. Probablemente familiares suyos. Llegó también la policía de minas, ya que se trataba de una carga de minerales y entre ellos decidieron que había que conducir el camión al ayuntamiento del barrio donde quedaría bajo su custodia hasta el día siguiente que lo conducirían al Tribunal de Justicia. Seguimos actuando en plan película. Abría la comitiva el coche de las monjas con los intermitentes dados, luego venía el camión y yo cerraba la caravana, a paso
  • 3. lento, para que todos se dieran cuenta de que allí pasaba algo raro. Pero eso no provocó la reacción de los habitantes de Panda. Una vez aparcados en el ayuntamiento, el comandante me condujo a su despacho para que participara en el interrogatorio que tenía que someterle al chófer. Le dio su identidad, pero cuando le preguntó a quién pertenecía el camión, sufrió como una amnesia repentina y no sabía muy bien quién era el amo. El comandante, que tiene muchas horas de vuelo y se ha visto muchas veces en situaciones parecidas, le regaló un par de ”jaculatorias” en la mejilla izquierda y otras dos en la derecha y de nuevo se hizo la luz en la oscurecida inteligencia del conductor. Resulta que pertenecía a Yanyú, el bandido más famoso de Likasi, que hace años estuvo condenado a muerte y cuando ya estaba la horca preparada y la gente, que había madrugado ese día, atendía impacientemente en el campo de fútbol el “espectáculo” que iba a tener lugar, justo en ese momento le llegó el indulto de Kinshasa y salvó su pescuezo. Luego, se convirtió, y ahora es un ferviente cristiano de comunión semanal, pero arrastra en el subconsciente una extraña fuerza de criminalidad que no consigue superar y cuando uno de sus trabajadores rompe una pieza o le causa problemas, de un simple “guantazo” le aligera la boca de unos cuantos dientes. Tiene a todas las autoridades y jueces en su bolsillo, algo le costará todo ello, pero eso le permite maniobrar siempre entre la frontera de lo legal y lo ilegal. Es un gigante y todos sus trabajadores tienen fama de imponer su ley por donde pasan. Les temen porque saben que siempre buscan camorra. Lo curioso del caso es que unos meses antes había estado con él para intentar trabajar juntos en la defensa de nuestros intereses comunes, la carretera y el puente, y me mostró su más absoluta conformidad y su deseo de poner incluso sus camiones al servicio de la causa. Ahora resulta que era uno de los más afanosos depredadores que castigaban nuestra zona sin piedad. Mientras tenía lugar el interrogatorio, de nuevo me llama el chófer para comunicarme que en el poblado que está al otro lado del río había otro camión cargado hasta la bandera. Algún ciclista que venía de aquella zona le hizo saber de la existencia de ese camión que había sufrido un pinchazo y los estaban reparando. Fue a comprobar si era verdad y tras constatar que era cierto, me llamaba desde el lugar de los hechos. Vuelta a comenzar la maniobra. Le expuse el caso al comandante, pero se hacía el remolón para dejarme un par de policías que me acompañaran. Me dijo que primero fuera en busca del capitán de la policía de minas que se encontraba sin coche porque esa misma noche le habían robado las ruedas de su vehículo. 5 Km. de ida y otros tantos de vuelta por un camino infernal. Por fin, él mismo dijo que me acompañaba y con dos policías más fuimos a ver de lo que se trataba. Efectivamente, era cierto. No había luna. Era noche cerrada. Estábamos en la mitad del poblado, a unos dos kilómetros después de atravesar el puente. Mientras tomaba la filiación del chófer, la marca del camión, procedencia de la carga, etc., vimos unos resplandores a lo lejos que denunciaban la llegada de otro camión. Cinco minutos más tarde llegaba donde nos encontrábamos. Otro peso pesado cargado hasta los topes con medio pueblo sobre el camión: viajeros, trabajadores, cajas, gallinas, alguna cabra. No tenía paso. Estaba obligado a parar. Buena caza para la policía. Una de las monjas arremetía contra todos
  • 4. los viajeros mientras yo prefería permanecer callado. Parecía como que buscaba pelea, porque toda esa gente, cansada del viaje, no tenía más ganas que las de llegar a sus casas. Sus ánimos no estaban para tomaduras de pelo. De nuevo las misma preguntas: propietario del camión, producto que llevaban, concesiones de donde procedían, etc. Estando en esas, unos resplandores nos anunciaron que otro pez gordo iba a caer en nuestras redes, como así sucedió. Y así hasta cuatro enormes camiones. Eran la una de la madrugada. Si venían más, no podrían pasar porque les obstaculizaban los anteriores, pero como medida de prudencia, el coche de las monjas con cuatro trabajadores y dos policías armados pasaron la noche allí mismo con el coche atravesado en la carretera. El problema quedó para ser solucionado al día siguiente. Estaba seguro que la gente del poblado nos observaba desde la oscuridad, escondidos tras algún árbol, pero allí no apareció nadie. Únicamente el jefe vino acompañado de un secretario porque les fueron a buscar. También ellos estaban decididos a que los camiones no continuaran su recorrido, que dieran la vuelta y tomaran otra dirección. La primera sorpresa que nos deparó la mañana siguiente fue que el camionazo que pasó la noche en el ayuntamiento, había desaparecido. Nadie conocía su paradero, pero según algunos comentarios de la gente, habían bastado 200 $ para que como arte de magia, se esfumara sin dejar rastro. Algunos comentaban que probablemente se encontraría en algún garaje donde permanecería a la sombra durante unos días para que nadie avisara de su presencia a las autoridades. Cuando hacía unos meses, la autoridad superior había prohibido categóricamente su paso por nuestra zona, los camiones solían tomar una ruta distinta que les conducía también a la ciudad y en donde podían evacuar su mercancía. Pero con las llegada de las primeras lluvias, la carretera había quedado impracticable y en lugar de ponerse de acuerdo para repararla, tomaron la solución más económica: emplear otra carretera que se encontraba en mejores condiciones. Luego me enteré que no solamente habían destrozado la carretera sino que también habían hundido tres puentes. Todos los chóferes decían no conocer la orden que había sido dada prohibiendo el uso de esta pista o carretera para el transporte de los minerales. Era mentira, pero se querían pasar por buenos y evitar la pena que podría caer sobre ellos. Además había un problema: de qué minerales se trataba? Sólo se trataba de minerales de cobre o de cobalto o había también minerales de uranio? Hacía un año que la Monuc (ONU) había prohibido incluso acercarse a esa zona debido a las fuertes radiaciones, pero la gente sin escrúpulos empleaba a jóvenes, necesitados de dinero, para enviarles con un pico y una pala a escarbar en la zona en la que se encuentra este mineral. Ya habían detenido a dos militares por ocuparse de este negocio y no sabíamos si lo que pasaba ante nuestras narices no era también algo de esto y nos estaba contaminando sin que lo supiéramos. Tanto el jefe como yo éramos de la opinión que la mejor forma de acabar con este tráfico era la de hacerles volver a su lugar de origen, que está como a unos 100 Km. y que desde allí utilicen la carretera que antes estaban usando. Estábamos seguros de que con este castigo ejemplar no habría más camiones que intentaran atravesar nuestros poblados.