Beatriz Sancho padece un trastorno bipolar desde hace ocho años. Explica que el trastorno bipolar implica fluctuaciones entre alegría extrema y depresión profunda, y requiere tomar medicación, terapia psicológica, evitar el estrés y contar con el apoyo de los seres queridos. Los primeros seis años fueron difíciles, con varios episodios maníacos y depresivos, y dificultades para mantener un trabajo y relaciones. Finalmente, encontró estabilidad gracias a un tratamiento constante y el apoyo de su es
2. Me llamo Beatriz Sancho. Soy periodista y padezco un trastorno bipolar desde
hace ocho años. Siempre pensé que contar mi historia y la evolución favorable de
mi enfermedad podría beneficiar a otras personas con enfermedad mental a la
par que dotar de luz a un trastorno prácticamente desconocido que, como todas
las enfermedades mentales, provoca unos prejuicios y unos temores intolerables
a estas alturas.
3. Me gusta definir el trastorno bipolar como un vaivén anímico hacia arriba y hacia
abajo, una fluctuación entre alegría extrema y depresión insondable salpicado de
fases intermedias, que se repiten una y otra vez. Para mí, el trastorno bipolar se
ha convertido en una forma de vida, una toma de conciencia plena de la
enfermedad que me hace estar alerta cada día: la toma de la medicación, ir
cada semana al grupo de psicoterapia, evitar situaciones estresantes, llevar una
vida lo más ordenada posible e intentar circundarme del afecto de las personas
que me rodean para que sus ojos me adviertan de lo que no veo cuando pierdo la
lucidez.
4. Los seis primeros años de la enfermedad fueron un continuo peregrinar. Pasé por
ocho euforias y dos depresiones. No conseguía concienciarme de que padecía una
enfermedad crónica y de que tenía que hacer todo lo posible por evitar más
episodios maníacos. De hecho, mi adhesión al tratamiento farmacológico dejaba
mucho que desear y, en innumerables ocasiones, olvidaba tomarme las sales de
litio prescritas, el estabilizador del ánimo necesario para impedir las sucesivas
recaídas que sufrí durante seis años. A eso se añade la vida completamente
desordenada que llevaba y las pérdidas sociales (amigos, compañeros de trabajo,
etc.) y laborales que padecí.
5. La última manía me costó dos semanas de internamiento en el centro de día del hospital Gregorio
Marañón para recuperarme. Sin embargo, aún estaría unos meses en casa con un fuerte tratamiento
farmácológico que afectaba a mi psicomotricidad y me adormecía la mayoría del tiempo. Aquellos
eran momentos depresivos en los que quizás fuera mejor que no me viera nadie, aunque, sentía la
necesidad de recibir visitas. Aparte de mi familia, sólo Jeroen venía a verme día sí y día también. Él
y mis padres fueron los únicos que me acompañaron en uno de los peores trances de mi vida.
6. En la convivencia fue realmente cuando terminé de enamorarme de Jeroen. Esta
experiencia requiere esfuerzo, ceder y mucha tolerancia y aceptación. Sin
embargo, con Jeroen todo fluía, era fácil, nos adaptamos el uno al otro de
inmediato y nuestras diferencias se limaron con naturalidad. Cuando
comenzamos a vivir juntos, cobraba la baja de la empresa para la que trabajaba
por aquel entonces. En mi carrera por recuperar mi autoestima y hacer algo con
mi tiempo libre, comencé a estudiar unas oposiciones para auxiliar
administrativo. Es muy típico que las personas con problemas de salud mental
estudien o desarrollen profesiones para las que están sobre cualificadas.
7. Siempre he sido muy introspectiva y, mientras estudiaba en casa, comencé a revisar la cantidad de
empleos por los que había pasado en toda mi vida. Justo cuando me dio la primera euforia, con 26
años, me despidieron de la versión para Internet de la ‘Guía del Ocio’ donde estaba como redactora
jefe de la sección de Teatro. Desde entonces hasta hoy no había vuelto a ejercer mi profesión.
Después estuve como documentalista en el ‘El País’, como camarera en Irlanda y, cuando regresé de
allí, me puse a estudiar unas oposiciones para profesora de Literatura de Secundaria, después de
conseguir el Curso de Adaptación Pedagógica, pero me sobrevino otra manía. Había oído algo acerca
de empresas que contrataban personas con discapacidad. Por este motivo, pensé que lo primero
que tenía que hacer era conseguir certificar la mía propia ya que, aunque invisible, era real. Pasé
por un jurado que me otorgó un 33 por ciento de discapacidad, precisamente, porque “necesitaba
una ayuda para poder encontrar y mantener un empleo”, algo crucial para que me integrara
laboralmente.
8. El terapeuta ocupacional que me asesoró entonces mencionó algo sobre una agencia de información
en la que se contrataban periodistas con discapacidad. Me puse a investigar en Internet y me topé
con ‘Servimedia’. Me faltó tiempo para llamar y pedir un trabajo. En ese momento, me dijeron que
no necesitaban a nadie, pero seguí llamando a la agencia cada semana para preguntar si había
salido algún puesto que se adecuara a mi perfil.
Al cabo de un tiempo, me llamaron para concertar una entrevista de trabajo. Me entrevistó José
Manuel Huesa, director general de la agencia, y al cabo de unos días me informaron de que tenían
un puesto en ‘Servimedia’ para mí. Me incorporararía pasadas las navidades. Estaba temblando de
emoción, volvía a tomar contacto con mi profesión, tenía que demostrar lo que valía, aunque me
invadía una inseguridad tremenda y el temor de que mi historia personal, mi pasado cíclico, se
repitiera.
9. Seis largos años de pérdidas me ha enseñado a valorar lo que tengo: dos años y cuatro meses de
estabilidad, un trabajo en el que me siento protegida y valorada, un esposo maravilloso, unos
padres con los que puedo contar en todo momento, nuevos amigos y una autoestima que se va
sanando con mucho esfuerzo. Cada día doy gracias por lo que tengo, pero vivo siempre con el temor
de que en algún momento tendré que lidiar con una nueva euforia. Esta es mi historia, pero si me lo
permiten, me gustaría contarles mucho más acerca del trastorno bipolar: la importancia de la
integración laboral y el tratamiento integral; las causas del deterioro cognitivo; la posible
regeneración neuronal, y la esperanza de un futuro mejor, que uno mismo puede moldear.