El documento habla sobre la necesidad de combatir el mal con el bien. Aunque hay mal en el mundo, hay más bien. Debemos enfocarnos en hacer el bien en lugar de quejarnos del mal. Figuras como Gandhi demostraron que se puede vencer el mal a través del bien. Jesús también respondió al mal con palabras de perdón. La luz representa el bien y debemos tratar de extender la luz para vencer la oscuridad del mal.

1. HOMILÍA DEL DOMINGO 30 DEL TO. CICLO B. DIA 25 DE OCTUBRE DEL 2015
Muchas veces nos quejamos de lo mal que anda el mundo; y ciertamente en el mundo hay
mucho mal. Sin embargo, en el mundo hay mucho más bien que mal. Lo que sucede es que
el mal hace mucho ruido. Hace más ruido un árbol que cae que un
bosque que crece.
Nosotros, más que quejarnos de los males que hay en el mundo, debemos hacer el bien.
Entre los chinos se dice:
«En vez de maldecir la oscuridad, enciende una cerilla».
Es que tenemos que saber que, así como la oscuridad se vence a fuerza de luz, hemos de
tratar de vencer el mal a fuerza de bien. Aquel maravilloso personaje de la India, llamado
Gandhi, nos dice: «Siempre creí en la lealtad de mis enemigos y ellos, aprovechándose de
mi creencia, me han engañado. Nueve veces seguidas me engañaron; pero en la décima
ocasión se convencieron de que no tenían más remedio que serme leales». Gandhi venció
el mal a fuerza de bien.
Cristo fue crucificado entre dos ladrones, para mayor burla; y a los insultos de sus verdugos
respondía con palabras de perdón. Fue entonces cuando uno de los ladrones,
comprendiendo que aquel ser agonizante no era un desgraciado cualquiera, le pide: «Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42). Si Jesús hubiera respondido a los
insultos con insultos, jamás aquel ladrón se hubiera convertido.
En la Biblia la luz representa el bien y la oscuridad representa el mal. Por eso, los que hacen
el mal buscan la oscuridad. Un día hubo un apagón general de luz y me decía un paisano:
«Hoy hay descarga de droga». No me extrañaría nada.
Gracias a la luz podemos acertar el camino. Sin algo de luz tropezamos y no damos un paso.
La luz es alegría; por eso, cuando en nuestras casas se produce un apagón, nos ponemos
contentos cuando vuelve la luz. La luz es vida; sin luz no podríamos vivir.
«Brille, Señor, para ellos una luz perpetua», pedimos a veces. No pedimos poco. Pedimos
para nuestros difuntos el bien, la alegría, la vida; una luz perpetua: el bien, la alegría y la
vida que duran para siempre.
¡Cuánto vale la luz! Preguntádselo a los ciegos, a los que días y noches, noches y días, viven
en la oscuridad más completa; mejor dicho, a aquellos para quienes su vida es una noche
muy larga, de la negrura más negra, sin una estrella.
No me extraña que en el Evangelio un ciego corriera tras de Jesús gritando: Ten compasión
de mí; Señor, haz que vea. Los que iban allí le regañaban para que se callara.
Es que para comprender el mal de los otros, nada mejor que sufrir en carne propia el mal
que sufren los demás. Los que iban allí regañaban al pobre ciego para que se callara. Es que
ellos no sufrían en carne propia la falta de luz.
La luz es un bien muy grande; siempre que se dice misa deben estar encendidas velas sobre
el altar. La luz de estas velas nos recuerda que Cristo es la luz del mundo, que Cristo es el
bien que vence al mal. Es verdad que en el mundo hay mucho mal, pero el mal no tiene la
última palabra. Cristo, el bien, triunfará sobre el mal. La luz de estas velas nos recuerda que
nosotros, a semejanza de Cristo, debemos ser luz; y en la medida de lo posible hemos de
tratar de vencer el mal confiando en que lo que nosotros no podamos lo puede Cristo. Él
puede hacer que en los rostros donde haya tristeza vuelva la alegría. Él puede hacer que
volvamos a encontrarnos con nuestros seres queridos. Y en los ojos que se apagaron Cristo
puede encender de nuevo la chispa de la vida.