1. Museum International Paris, UNESCO, n188 (Vol. 47, n4,1995) Pag 4 – 7
Para qué sirven las reservas de los museos?
Martíne jaoul
Martine jaoul, directora del Museo de Artes y Tradiciones Populares de París, se nutre de su considerable experiencia como ex
directora de las reservasdel museo para esclarecer las principales cuestiones con que se enfrentan actualmente los museos cuando
lidian con los problemasde almacenamiento, gestión y conservación de las colecciones. Ella es miembro del Consejo Ejecutivo del
Comité Nacional Francés del ICOM y dirige una red de museos etnográficos europeos.
¿De cuándo data esta noción ambigua de «reserva» en los museos? ¿A qué realidades y a qué representaciones en
la imaginación colectiva remite hoy? ¿Es la reserva el corazón del museo, oculto, inaccesible, pero fundamental, o
sencillamente su reverso, invisible, impresentable y olvidado? Éstas son, sin duda, algunas de las preguntas que
incitaron a la redacción de Museum Internacional a dedicar un número a este tema.
Si nos remontamos al origen de la institución -los primeros «gabinetes de curiosidades» del Renacimiento
europeo o el muséum tal como se constituye en el mundo occidental como modelo universal durante el siglo xlx-,
podemos decir que «en el principio era la colección», accesible en su totalidad, pero sólo a una parte muy limitada
de la sociedad, capaz a priori de interpretar por sí misma el significado de las «maravillas de la naturaleza y el arte»
reunidas a lo largo de los años y aprovechando las oportunidades ofrecidas. El museo lo mostraba todo, pero no
exponía. ¿No era entonces todo él lo que hoy designamos con la expresión «reservas abiertas al público»?
Con el desarrollo de las preocupaciones por la educación y el deleite de un amplio público, comprendidas en la
definición que los museos se han dado por conducto del ICOM, los conservadores experimentan cada vez más la
necesidad de seleccionar cuidadosamente los objetos que exponen: nace la museografía y, al mismo tiempo, su
consecuencia lógica, la reserva de colección.
Ante esta oposición entre dos espacios que a partir de entonces estarán desigualmente valorizados, cabe
preguntarse si no es importante detenerse a reflexionar sobre el sentido de ese concepto de «reserva» (también se
habla de «almacenes» o de «depósitos») y sobre las prácticas relacionadas con él.
El público y los profesionales
En la actualidad, gran parte del público ignora lisa y llanamente que en los museos hay reservas; es cierto, por
otra par te, que su existencia nunca se indica claramente a la entrada; de ahí el asombro o la decepción de algunos
visitantes cuando comprueban que el objeto o la obra que habían acudido a ver «especialmente», tras haberse
enterado de su existencia por un libro o una revista, no está expuesto.
Entre los visitantes que sí saben que existen las reservas, algunos consideran que son lugares sin interés particular,
donde las obras de segunda categoría se amontonan junto a los viejos marcos y las vitrinas inutilizadas en un desván
polvoriento. Pero cada vez son más numerosos los visitantes que sobre valoran las reservas (basta constatar el éxito
que tienen las jornadas de puertas abiertas que organizan algunos conservadores en sus respectivos
establecimientos). Son lugares cuyo acceso está, en principio, prohibido al visitante anónimo y ordinario del museo;
está reservado a los profesionales, a los especialistas, a quienes han obtenido una cita o consiguen que alguien los
acompañe.
2. ¿Cuántos sueños, cuántas frustraciones puede nutrir ese lugar reservado? ¿No esconderá los tesoros más
hermosos, más insólitos del museo? Además, debe de ser un lugar de libertad donde, lejos del gentío, de los
monopolios y los circuitos impuestos, en el silencio y la penumbra, ha de ser posible descubrir en compañía de un
especialista apasionado el objeto cuyo mensaje está dirigido precisamente a uno. Otra forma de deleite, con sabor de
fruto prohibido.
Sin embargo, no deja de ser cierto que a medida que pasa el tiempo y los museos más jóvenes van entrando en
años, la cuestión de las reservas atestadas la contrapartida desafortunada de una política de adquisición dinámica, se
debate cada vez más en los medios profesionales. Se suele afirmar que un museo que no adquiere obras es un museo
moribundo.
¿No se olvida decir que una política de adquisición sin una política de reservas condena el museo a la asfixia?
Muchos conservadores tienden a dejar que las colecciones se acumulen por la sencilla razón de que en sus
reservas queda sitio y postergan el momento en que se detendrán a pensar sobre el significado o la oportunidad de
tal o cual adquisición. A la inversa, también son numerosas las iniciativas de adquisición que se desalientan de
antemano aduciendo que las reservas ya están llenas. Sin embargo, en las salas se siguen exponiendo
indefinidamente obras a veces mediocres, cuando en las reservas se ha acumulado con los años suficiente cantidad
de obras para renovar el placer de los visitantes. ¿Qué decir de los objetos frágiles que se siguen deteriorando debido
a una exposición demasiado larga, cuando otros igualmente interesantes podrían reemplazarlos?
Arquitectura y programación
¿En qué momento comienza exactamente la preocupación por las reservas en la programación general de un
museo? Las más de las veces demasiado tarde o, al menos, cuando las decisiones sobre los otros sectores del museo
ya están bien adelantadas; entonces se contentan con instalar las reservas en los espacios inutilizados (o
inutilizables) con saldos (magros) del presupuesto global.
Sin embargo, algunos ejemplos recientes pueden hacernos pensar que se asiste a una evolución de las
mentalidades en este terreno. En París se están haciendo reformas importantes en dos museos nacionales, el Museum
de Historia Natural y el Museo de Técnicas, en el marco de las grandes obras del Estado.
La Gran Galería del Museum, cuya renovación se inscribe en el programa de las grandes obras en 1985, se
inauguró en junio de 1994, tras nueve años de intensa actividad de los científicos, museólogos, arquitectos y
restauradores concernidos. Pero hay que saber que desde 1980 hasta 1986 el equipo de conservación dedicó sus
esfuerzos a la construcción de una nueva reserva, moderna y funcional, en el sótano. Asimismo, en lo que se refiere
al Museo Nacional de Técnicas, la inauguración en septiembre de 1994 de las nuevas reservas construidas en el
exterior se considera la primera etapa del trabajo de renovación. Asimismo, en este contexto se organizó un coloquio
internacional sobre las reservas en los museos (véase el artículo de Dominique Ferriot en este número - Ed.).
Ahora es evidente que la concepción y el equipamiento de las reservas deben formar parte del programa global
del museo. Si bien la función y, por consiguiente, la ubicación y el equipamiento adecuados de las reservas pueden
variar considerablemente de un establecimiento a otro, todos ellos son indisociables del programa de las salas de
exposición, de la red de colecciones de que forma parte el establecimiento y del público que lo frecuenta. Por
consiguiente, cada equipo de conservación debería preguntarse por la finalidad de sus reservas. ¿Son un reflejo
amplificado del propósito de las galerías de exposición o, por el contrario, un complemento muy diferente de lo que
se expone? ¿Traducen opciones museológicas que ya no tienen vigencia, pero de las que se conservan huellas en
nombre de la historia de la institución? ¿Se desea hacer de ellas lugares indispensables para el conocimiento de una
disciplina científica, de un tema muy especializado, de una escuela o de un artista? ¿O, por el contrario, se prefiere
3. que en las reservas se vayan formando, para el futuro, colecciones cuyo valor aún no se percibe actualmente, o que
el público o las autoridades competentes todavía no están preparados para aceptar? ¿Hacia qué objetivos deben
tender prioritariamente las reservas en los años venideros? ¿Qué colecciones se conservarán en ellas? ¿Cuáles serán
los públicos interesados de modo prioritario por esas colecciones y qué medios se van a privilegiar para poner esos
objetos a su disposición: consulta en salas de trabajo, exposiciones temporales, préstamos o depósitos en otros
museos?
Dando una respuesta clara a algunas de esas preguntas se encontrarán las soluciones apropiadas, no sólo en
cuanto a la dimensión de las reservas, su ubicación y su mobiliario, sino también en relación con sus inmediaciones,
el acceso, la proximidad de otros servicios del museo (talleres, laboratorios, conservación, documentación), el
personal que será asignado, etc.
Una responsabilidad compartida
Así entendidas, las reservas del museo deberían, en efecto, concernir a gran parte del personal y formar parte de
sus actividades, ser, por así decirlo, algo de lo que todos se ocupan, aun si los administradores y encargados de
almacén son quienes más directamente lo hacen.
Los conservadores y el personal científico deben conocer el contenido de las reservas, manteniendo al día los
ficheros, estudiando y publicando las colecciones que encierran. Un balance del contenido de las reservas por tipos
de colecciones es un buen medio de racionalizar las adquisiciones, sobre todo si se logra trabajar en red con museos
que funcionan de modo parecido y se organizan programas complementarios o incluso se efectúan intercambios de
colecciones o se utilizan reservas comunes.
Los restauradores deben ocuparse de las condiciones de conservación en las reservas, al igual que en las salas de
exposición, proponer un mobiliario adecuado para guardar las piezas, soportes apropiados y, sobre todo,
inspeccionar regularmente el estado de las colecciones. El personal de vigilancia también debe encargarse de la
seguridad de las obras que están en las reservas y controlar las idas y venidas por esta parte del establecimiento.
El personal administrativo se ocupa de la gestión de las reservas -cuyas repercusiones financieras son
considerables-, de los gastos de funcionamiento y de la previsión de las inversiones. Por ser lugares donde
convergen numerosas actividades del establecimiento, las reservas merecen una atención sostenida en lo que se
refiere a la distribución y la organización de las tareas cotidianas.
El personal de los servicios culturales debería tener en cuenta las reservas del museo en sus actividades, ante todo
para darlas a conocer, aunque también puede pensar en utilizarlas cada vez que sea necesario ofrecer un contacto
más directo con los objetos como, por ejemplo, conferencias especializadas o visitas para ciegos. Otra posibilidad
consiste en extraer algunos objetos de las reservas para acompañar una manifestación que tenga lugar fuera del
museo, como museobús o visitas a escuelas a hospitales. Para el personal docente, las reservas, reflejo de la vida de
un museo, son lugares ideales para la formación profesional o las actividades pedagógicas.
Los artículos de este número son otras tantas propuestas que permiten pensar que una sana economía de las
reservas puede correr pareja con el conjunto de las actividades de un museo. Todos los autores están convencidos de
que sería una lástima dejar que nuestras reservas sean el mero reflejo de las tendencias a la acumulación sin
discernimiento y al despilfarro de nuestra sociedad de consumo. Se puede pensar, a la luz de las opiniones aquí
reunidas, que los problemas de las reservas serán sin duda uno de los elementos centrales a insoslayables de la
museología en los años venideros.