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lección 10
                   1 al 7 de diciembre


                                                la ley
                                 y el evangelio
                            «¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios?
                       Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: “Lo conozco”,
                              pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso
                                            y no tiene la verdad».
                                                1 Juan 2: 3, 4
Imagen:123rf.com
sábado
                                                                 1º de diciembre
                               Introducción
      Hebreos 4: 9, 10        Descansa y obedece

     Mi ya fallecido padre una vez me confesó que él consideraba al cuarto manda-
miento como un castigo de Moisés a los hijos de Israel por la dureza de sus corazo-
nes. Además mi padre, que era un buen cristiano, creía en infierno que ardía por
siempre. Él luchaba con la idea de que Dios iba a estar horneando y friendo por toda
la eternidad a personas que nunca habían escuchado, o entendido, el concepto del
sábado.

                            El legalista no fue Abel.
     Yo mismo no pude ayudar mucho a mi papá. Estaba tratando de encontrar la
senda de vuelta a Cristo, después de haber pasado muchos años en un desierto espi-
ritual. Estaba aprendiendo a distinguir entre el evangelio y el cristianismo que había
caracterizado mi experiencia adventista inicial. Además, empezaba a entender que el
legalismo no consiste en obedecer la ley, sino en creer que la obediencia a la ley
puede hacer que obtengamos el favor de Dios y aseguremos su gracia salvadora. Más
tarde entendería que el legalista no fue Abel, quien observó la ley de Dios y se afe-
rró a su gracia; sino Caín, que estableció su propia ley y dependió de la misma para
que lo salvara, algo que ninguna ley puede hacer.
     ¡Cuánto me habría gustado dar marcha atrás al reloj de la vida! ¡Cuánto habría
deseado que mi padre me hiciera algunas preguntas acerca del sábado después de
haber leído la lección de esta semana! Los redactores de la lección de esta semana
nos hablan de la diferencia entre los diez mandamientos, la eterna ley moral de Dios
y las leyes ceremoniales que fueron clavadas en la cruz. Lo anterior es una clara pre-
sentación de la forma en que la ley moral se relaciona con la gracia y las buenas nue-
vas de salvación; asimismo una vislumbre de la interrelación que existe entre el evan-
gelio y el sábado.
     Desearía dar marcha atrás al reloj y decirle a mi padre, con las palabras de la
parte del lunes, que la ley de Dios es en realidad «una carta de amor divina». De-
searía mostrarle el sábado no es una receta para torturar a nadie, sino una receta de
amor. Desearía susurrarle a mi papá que el cuarto mandamiento, al igual que el resto
de la ley moral, es un recordativo de que nosotros podemos, al igual que Abel, des-
cansar en el amor de Dios, en su Palabra y en su verdad.
     No necesitamos esforzarnos para recrear lo que Dios ya ha hecho. La ley de Dios
ya es perfecta. Es toda amor. ¡Tremendo! Por eso es que me agradó tanto la presen-
te lección.




                         Frank A. Campbell, Ottawa, Ontario, Canadá                97
domingo                                                                 Mateo 5: 17-19;
                                                                         Marcos 2: 20;
  2 de diciembre                                  Logos                  Romanos 2: 20;
                                                                         1 Juan 2: 3-6;
             La ley divina.                                              Gálatas 5: 17;
                                                                         Colosenses 2: 14-17;
Una carta de amor de Dios                                                1 Juan 2: 3-6

   En el mismo equipo de Jesús
        En la década de 1990 yo era un seguidor de Michael Jordan. Cuando su equipo ga -
   naba el campeonato yo decía: «Hemos ganado». ¿Nosotros? Yo no era miembro de aquel
   equipo. No me paraba en la cancha para hacer tiros libres. ¿Qué era lo que yo quería
   decir? Estaba muy identificado con el equipo de los Bulls; cuando ellos ganaban, yo gana-
   ba. Mis amigos en la escuela a veces se atrevían a ir en contra de mi equipo. Al día siguien-
   te, yo los mortificaba durante las clases para hacerles ver su derrota. «¡Nosotros les gana-
   mos a ustedes!». Me llenaba la boca para decirlo.
        De la misma manera, cuando Jesús murió; tú también lo hiciste. Cuando Jesús resu-
   citó, también resucitaste. Cuando Jesús regrese, ascenderás al cielo para estar con él debi-
   do a que estás íntimamente identificado con el Maestro. Jesús y tú se han convertido por
   fe en miembros del mismo equipo. Su victoria se convierte en tu victoria. Esta identifi-
   cación con Jesús tiene importantes implicaciones respecto a la forma en que debemos
   vivir (1 Juan 2: 3-6).
   La ley moral y el evangelio
        Toda ley presente en la Palabra de Dios constituye una expresión de su carácter y las
   mismas son más prospectivas que restrictivas. Pablo las describe «como la esencia misma
   del conocimiento y de la verdad» (Rom. 2: 20). Mientras que por otro lado el salmista
   declara: «Tu ley es la verdad» (Sal. 119: 142). Reafirmamos estos mandatos cuando vivi-
   mos vidas entregadas al amor a Dios y a nuestros semejantes.
        A través de Jesús el evangelio nos extiende la gracia de Dios y nos permite vivir vidas
   justas (Fil. 2: 13). Cuando estábamos «muertos en nuestros pecados» (Efe. 2: 1-3), no
   podríamos vivir de acuerdo a la ley. Sin embargo, en Cristo podemos vivir los elevados y
   santos mandatos divinos, gracias al poder del Espíritu. «Lo que hacemos no es lo que
   determina quiénes somos; más bien, quiénes somos determinará lo que hacemos».1 La
   fuerza para vencer el pecado y para vivir de acuerdo con la ley únicamente nos llega
   mediante un poder sobrenatural. Pablo dijo: «Vivan por el Espíritu, y no seguirán los
   deseos de la naturaleza pecaminosa» (Gál. 5: 16).
   La ley moral y la ley ceremonial
        La Biblia presenta dos conjuntos de leyes. Los Diez Mandamientos, o ley moral, fue-
   ron escritos por Dios. Jesús dijo respecto a la ley moral: «No piensen que he venido a anu-
   lar la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento. Les asegu-
   ro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparece-
   rán hasta que todo se haya cumplido. Todo el que infrinja uno solo de estos manda-
   mientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el
   más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considera-
   do grande en el reino de los cielos» (Mat. 5: 17-19).


   98
La ley ceremonial incluía ritos y sacrificios integrados al sistema del santuario. Todo
aquello apuntaba a la obra futura que Jesús realizaría en nuestro favor. La ley ceremonial
no tenía que ser observada después de la muerte de Cristo. «Él anuló esa deuda que nos
era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio
de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal» (Col. 2: 14, 15).

                            El sábado es un don de Dios.
El sábado y el evangelio
     El sábado y el evangelio están vinculados por un objetivo común: concederle un
«descanso» al alma. El sábado nos proporciona un descanso físico; al mismo tiempo es
un recordativo semanal de que Dios es nuestro «descanso» (Heb. 4: 9, 10). El mensaje
del evangelio pretende asegurarte que la salvación no es algo para preocuparte inten -
tando lograrlo por ti mismo. Puedes confiar en lo que Dios te ha concedido en Cristo
con el fin de asegurarte un lugar en el reino. 2
El sábado y la ley moral
     El sábado es un don de Dios que nos libera de la culpa y nos ayuda a enfocarnos en
asuntos exclusivamente espirituales. Es un tiempo para desechar las presiones externas y
para dirigir nuestras mentes a Dios en busca de renovación y fortaleza espiritual3. Es un
tiempo para que el carácter crezca y se desarrolle. Un tiempo para aumentar el
conocimiento de Dios y de su bondad; un tiempo para ser fortalecidos por la fe y los
testimonios de nuestros hermanos y hermanas en la fe.

PARA COMENTAR
1. ¿En qué aspectos he fracasado al no prestarle una total obediencia a Dios?
2. ¿Cómo puede guardar el sábado con el fin de recibir una renovada experiencia espiri-
   tual?
______________
1. Neil Anderson y Robert Saucy, The Common Made Holy (Eugene: Harvest House Publishers, 1997), p. 252.
2. Skip MacCarthy, In Granite or Ingrained (Berrien Springs: Andrews University Press, 2007), p. 219.
3. Shelly Quinn y Danny Shelton, The Sabbath Twice Removed (Coldwater: Remnant Publications, 2006),
   pp. 115, 116.




                             Patrick Jacques, Toronto, Ontario, Canadá                              99
lunes
 3 de diciembre                              Testimonio                    Salmo 19: 7;
                                                                           Romanos 3: 19, 20; 7: 7, 12
                                Inseparables:
                              el amor y la ley
       «Como Supremo Legislador del universo, Dios ha ordenado leyes no sólo para
  el gobierno de todos los seres vivientes, sino de todas las operaciones de la natura-
  leza. Todo, ya sea grande o pequeño, animado o inanimado, está bajo leyes fijas que
  no pueden ser desdeñadas. No hay excepciones a esta regla, pues nada de lo hecho
  por la mano divina ha sido olvidado por la mente divina. Sin embargo, al paso que
  todo lo que hay en la naturaleza es gobernado por la ley natural, sólo el hombre,
  como ser inteligente, capaz de entender sus requerimientos, es responsable ante la
  ley moral. Sólo al hombre, corona de la creación divina, Dios ha dado una con-
  ciencia que comprende las demandas sagradas de la ley divina, y un corazón capaz
  de amarla como santa, justa y buena. Del hombre se requiere pronta y perfecta obe-
  diencia. Sin embargo, Dios no lo obliga a obedecer: queda como ser moral libre.

                               «La ley de Jehová es perfecta».
       »Son pocos los que comprenden el tema de la responsabilidad personal del hom-
  bre. Sin embargo, es un asunto de máxima importancia. Todos podemos obedecer y
  vivir, o podemos transgredir la ley de Dios, desafiar su autoridad y recibir el castigo con-
  siguiente. De modo que a cada alma le incumbe decididamente la pregunta: ¿Obede-
  ceré la voz del cielo, las diez palabras pronunciadas en el Sinaí, o iré con la multitud
  que pisotea esa ígnea ley? Para los que aman a Dios, será la máxima delicia observar los
  mandamientos divinos y hacer aquellas cosas que son agradables a la vista de Dios.
  Pero el corazón natural odia la ley de Dios y lucha contra sus santas demandas. Los
  hombres cierran su alma a la luz divina, rehusando caminar en ella cuando brilla sobre
  ellos. Sacrifican la pureza del corazón, el favor de Dios y su esperanza del cielo a cam-
  bio de la complacencia egoísta o las ganancias mundanales.
       »Dice el salmista: “La ley de Jehová es perfecta” (Sal. 19: 7). ¡Cuán maravillosa
  es la ley de Jehová en su sencillez, su extensión y perfección tan breve, que podemos
  fácilmente aprender de memoria cada precepto, y sin embargo tan abarcante como
  para expresar toda la voluntad de Dios y tener conocimiento no sólo de las acciones
  externas, sino de los pensamientos e intenciones, los deseos y emociones del cora-
  zón. Las leyes humanas no pueden hacer esto. Sólo pueden tratar con las acciones
  externas. Un hombre puede ser transgresor y, sin embargo, puede ocultar sus faltas
  de los ojos humanos. Puede ser criminal, ladrón, asesino o adúltero, pero mientras
  no sea descubierto, la ley no puede condenarlo como culpable».*

  PARA COMENTAR
  ¿Obedeceré la ley del cielo, o me uniré a las multitudes que la pisotean?
  ______________
  *Mensajes selectos, t. 1, p. 253.



                                      Andrea Spencer, Ottawa, Ontario, Canadá
  100
martes
                                                                     4 de diciembre
       Salmo 19: 7, 8
                              Evidencia
                              La ley, el amor
                              y la restauración
     Me es fácil malinterpretar el propósito, o incluso la importancia, de la ley de Dios.
Cuando era joven en numerosas ocasiones el equipo de voleibol de mi escuela par-
ticipó en torneos los días sábado. En esas ocasiones me sentía muy mal por no poder
asistir. Consideraba que la ley de Dios era una especie de cotejo que debía ser reali-
zado a diario. Pero desde hace un tiempo he comenzado a ver los Diez Mandamien-
tos desde otra perspectiva.

Existe una diferencia entre observar y vivir las normas divinas.
     Interpretar mal la importancia de la ley de Dios es un error que los cristianos a
menudo cometen. Es más fácil seguir teóricamente las instrucciones divinas, que ate-
sorarlas en nuestro corazón. Es cierto, existe una diferencia entre observar y vivir las
normas divinas.
     Los Diez Mandamientos son una expresión del carácter de Dios. Podrías pregun-
tar: «¿Cómo es el carácter de Dios?» Es amor (1 Juan 4: 8). Por lo tanto, la ley es una
definición del amor perfecto (no el primitivo-imperfecto-infatuado-codependiente sen-
tir que los contemporáneos nuestros denominan «amor»). El Salmo 19: 7, 8 declara:
«La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo aliento. El mandato del Señor es digno
de confianza: da sabiduría al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos: traen alegría
al corazón. El mandamiento del Señor es claro: da luz a los ojos».
     ¡Dios es un agente de cambio! «¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer
a Dios? Si obedecemos sus mandamientos» (1 Juan 2: 3, 4).
     Es imposible para cualquier ser humano conocer verdaderamente a Dios, sin
cambiar su comportamiento. Las dos cosas siempre vienen juntas. No quiero decir
que debemos convertirnos en personas legalistas, sino más bien en personas amo-
rosas. El legalismo implica una actitud crítica, mientras que el amor no lo hace.
     Dios no desea que nos convirtamos en «maestros de la ley», sino más bien en
«buscadores de la verdad». Cuando nos esforcemos por conocer a Dios el comenza-
rá a mostrarnos vislumbres de sí mismo que nunca antes habíamos visto. La Biblia
nos advierte que las malas compañías pueden corromper a todo buen carácter
(1 Cor. 15: 33). Por otro lado, la presencia de Dios restaura un buen carácter. En lo
que respecta a obedecer los mandamientos de Dios, debemos convertirnos en dis-
cípulos y no en maestros.

PARA COMENTAR
1. Lee el Salmo 119: 97-104. Además de lo discutido en la presente lección, ¿qué cam-
   bios adicionales puede impartir la ley de Dios a nuestras vidas?
2. Estudia Isaías 43: 10-13. ¿En qué forma esto se relaciona con el texto clave para la
   presente semana? (1 Juan 2: 3, 4).

                      Sarah Venditti, Carleton Place, Ontario, Canadá                101
miércoles
5 de diciembre                 Cómo actuar
                           ¿Quién crees                             Salmo 19: 7, 8

                             que eres?
      En la actualidad muchos jóvenes se dedican a viajar por el mundo pensando que
 de esa forma le encontrarán un significado a sus vidas. A menudo, después de innu-
 merables percances, la aventura concluye y ellos regresan a la misma escuela o traba-
 jo; cansados, ansiosos o confundidos. Sin embargo, de acuerdo con un antiguo pro-
 verbio muchas veces la respuesta está al alcance de nuestra mano. ¿Cómo podemos ave-
 riguar quiénes somos? Comencemos por abrir nuestros corazones, permitiendo a
 Dios que nos diga quién es él y qué podemos llegar a ser en Cristo.

          No podemos encontrar a Dios por nosotros mismos
                  viajando a determinado lugar.
      No podemos encontrar a Dios por nosotros mismos viajando a determinado
 lugar; más bien lo encontraremos al buscarlo con todo nuestro corazón (Jer. 29: 13).
 Lo anterior implica abrir nuestro corazón a sus revelaciones encontradas en los Diez
 Mandamientos, o en Jesús, la viva expresión de Dios.
      Los seres humanos eran muy parecidos a Dios cuando salieron de las manos divi-
 nas, antes de que pecaran; Dios los conocía muy bien. Podemos saber quién es alg-
 uien al observar las amistades que él o ella frecuenta. Adán, por otro lado, se mante-
 nía en la compañía de Dios. Ellos hablaban y caminaban juntos. Ese fue nuestro ori-
 gen. El pecado lo cambió todo. Luego todos nos convertimos en pecadores (Rom. 3: 19),
 y jamás volveremos a ser lo que fuimos hasta que nos encontremos con Jesús.
      Cuando el amor de Dios nos motive, comenzaremos a actuar y a hablar como perso-
 nas que deseen agradar a Dios. Respetamos y adoramos a Dios como a alguien superior a
 nosotros. En consecuencia, debemos aplicar el mismo respeto a la forma que tratamos
 a los demás (Éxo. 20). En la actualidad nos acercamos a nuestra condición original.
      Nadie entendió esto mejor que David, a quien la Biblia llama «un hombre según
 el corazón de Dios». David afirmó: «La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo alien-
 to. El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría al sencillo. Los precep-
 tos del Señor son rectos: traen alegría al corazón. El mandamiento del Señor es claro:
 da luz a los ojos» (Sal. 19: 7, 8).
      Al igual que David podemos reconocer las buenas nuevas del evangelio en la ley,
 que viene a ser como un «refrigerio natural» para el alma; reemplazando nuestra alti-
 vez por una sencilla obediencia.

 PARA COMENTAR
 1. ¿En qué forma te ha provisto la Biblia una brújula moral para que la utilices a diario?
 2. ¿Por qué piensas que la gente escoge un estilo de vida que los lleva a la nada, aun-
    que la Biblia muestra la senda a una vida abundante?
 3. ¿En qué sentido las herramientas que Dios nos provee en la Biblia son la clave para
    encontrar paz, amor y felicidad?
                          Ninnera Channer, Ottawa, Ontario, Canadá
 102
jueves
      Salmo 119: 5, 6
                              Opinión                                  6 de diciembre
                              ¡Buenas nuevas!
     Al entrar al estacionamiento de la escuela vi en mi espejo retrovisor que un auto
de la policía me estaba siguiendo. Eso era extraño. No era frecuente ver a coches pa -
trulleros en el estacionamiento de aquella escuela. No creo que había motivos para
que uno de ellos entrara allí.
     Me bajé de mi auto y caminé hacia el patrullero. «Venga y vea esto». El agente
me señaló a la pantalla del radar. «Usted iba a 50 millas (80 Km.). Esta es una zona
donde no se debe exceder las 30 millas por hora (50 Km.). Me sentí algo sorpren-
dida cuando él buscó mi información personal en su computadora. «¿Por qué iba
usted tan rápido?», me preguntó. Le dije que trataba de estar a tiempo para encon-
trarme con mis alumnos, luego de ir a almorzar. Añadí que no me había dado cuen-
ta de lo rápido que iba.

                        Hay una vía para volver a Dios.
     Únicamente deseaba que aquel incidente pasara lo más pronto posible. Me sen-
tía avergonzada de que mis alumnos pudieran ver todo aquello desde alguna venta-
na. Afortunadamente, no recibí una citación. El agente fue muy amable, aunque me
recordó que no debía guiar tan de prisa.
     Si se nos exige que obedezcamos las leyes de los hombres, cuanto más impor-
tante no será obedecer las leyes de Dios. David en el Salmo 119: 5, 6; expresa el
deseo de que siempre sus caminos sean guiados por la ley. Él reconoce que guardar
la ley de Dios nos libra de ser avergonzados.
     Si yo no hubiera violado la ley de tránsito no habría tenido que pasar aquella
vergüenza. Sin embargo, el agente de policía me aplicó el «evangelio», las buenas nue-
vas; que me libraron de la vergüenza que experimentaba. Él me aplicó su gracia, al
no darme una citación. Él no cambió la ley.
     Cuando Adán y Eva pecaron, todos los seres humanos fueron condenados a
muerte (Rom. 5: 12). Al rescatarnos, Dios no anuló la ley. Más bien, nos extendió
el evangelio que antes de la cruz consistía en una promesa; en el cumplimiento de
la misma en la cruz, y en la redención a través de un salvador: Jesucristo.
     Los seres humanos transgredieron la ley de Dios; sin embargo, él en su amor y
misericordia nos proveyó una vía para que fuéramos restaurados a él. Al aceptar la
muerte de Jesús como el pago de nuestro pecado, podemos librarnos de la eterna
separación de Dios. Hay una vía para volver a Dios: Jesús. ¡Qué buenas nuevas!

PARA COMENTAR
1. ¿Cómo le responderías a alguien que afirma que la muerte de Jesús implica que ya
   no tenemos que obedecer la ley?
2. ¿Por qué el amor a Dios debería ser nuestra mayor motivación para obedecer la ley?


                         Lisa Nicely-Peterkin, Ajax, Ontario, Canadá              103
viernes
 7 de diciembre                 Exploración                       Salmo 19: 7, 8
        ¡Qué buenas nuevas!

  PARA CONCLUIR
      La ley de Dios nos concede dirección y estabilidad, es como una receta. Si la
  guardas, el resultado será amor y descanso de Dios. Cuando guardamos la ley de
  Dios, somos transformados al aprender cómo los caminos del Señor difieren de los
  caminos humanos. El resultado es un cambio de perspectiva. Durante siglos el en-
  foque humano ha consistido en entender e implementar la ley a la perfección. Sin
  embargo, Dios tiene una idea diferente. Necesitamos cambiar nuestra perspectiva
  y enfocarnos en buscar la verdad. Cambiar nuestra perspectiva nos permite unir-
  nos a Dios en la verdad y convertirnos en miembros de un equipo victorioso.

  CONSIDERA
    • Guardar los Diez Mandamientos desde el punto de vista del buscador de la
      verdad descrito en el Salmo 19: 7, 8.
    • Diseñar un logo y escoger los colores para el equipo de Jesús. Describir una
      línea de productos que podría llevar dicho logo y comunicar tu identificación
      con Jesús.
    • Crear una interpretación artística del cuarto mandamiento (pintar un cuadro,
      hacer un boceto, escribir un poema).
    • Utilizar un espejo con el fin de observar lo que está a tu espalda. ¿En qué forma
      cambia tu perspectiva al observar las cosas desde otra perspectiva? Compara esa
      acción con la idea de contemplar los Diez Mandamientos desde la perspectiva
      del Salmo 19: 7, 8.
    • Hacer una caminata tratando de identificar elementos de la naturaleza que
      reflejan paz y renovación. ¿Cómo puede lo anterior cambiar de acuerdo a la
      estación del año o al clima?
    • Escuchar una canción que comunique el cambio que experimenta el alma de-
      bido al descanso sabático.

  PARA CONECTAR
       «The Dynamics of Salvation», Biblical Research Institute, http: //www.adven
  tistbiblicalresearch.org /documents/Dynamics%20of%20Salvation.htm.
       «In the Face of Law and Grace: Adventist Views on Salvation and How We
  Speak about Them», David Trimm, Spectrum, octubre 31, 2011, http: //spectrum
  magazine.org/article/david-trim/2011/10/31/face-law-and-grace-adventist-views-sal
  vation-and-how-we-speak-about-th?quicktabs_2=2.




                          Norma Sahlin, Springboro, Ohio, EE. UU.
  104
Lecci joven 10: la ley y el evangelio

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Lecci joven 10: la ley y el evangelio

  • 1. lección 10 1 al 7 de diciembre la ley y el evangelio «¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: “Lo conozco”, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad». 1 Juan 2: 3, 4 Imagen:123rf.com
  • 2. sábado 1º de diciembre Introducción Hebreos 4: 9, 10 Descansa y obedece Mi ya fallecido padre una vez me confesó que él consideraba al cuarto manda- miento como un castigo de Moisés a los hijos de Israel por la dureza de sus corazo- nes. Además mi padre, que era un buen cristiano, creía en infierno que ardía por siempre. Él luchaba con la idea de que Dios iba a estar horneando y friendo por toda la eternidad a personas que nunca habían escuchado, o entendido, el concepto del sábado. El legalista no fue Abel. Yo mismo no pude ayudar mucho a mi papá. Estaba tratando de encontrar la senda de vuelta a Cristo, después de haber pasado muchos años en un desierto espi- ritual. Estaba aprendiendo a distinguir entre el evangelio y el cristianismo que había caracterizado mi experiencia adventista inicial. Además, empezaba a entender que el legalismo no consiste en obedecer la ley, sino en creer que la obediencia a la ley puede hacer que obtengamos el favor de Dios y aseguremos su gracia salvadora. Más tarde entendería que el legalista no fue Abel, quien observó la ley de Dios y se afe- rró a su gracia; sino Caín, que estableció su propia ley y dependió de la misma para que lo salvara, algo que ninguna ley puede hacer. ¡Cuánto me habría gustado dar marcha atrás al reloj de la vida! ¡Cuánto habría deseado que mi padre me hiciera algunas preguntas acerca del sábado después de haber leído la lección de esta semana! Los redactores de la lección de esta semana nos hablan de la diferencia entre los diez mandamientos, la eterna ley moral de Dios y las leyes ceremoniales que fueron clavadas en la cruz. Lo anterior es una clara pre- sentación de la forma en que la ley moral se relaciona con la gracia y las buenas nue- vas de salvación; asimismo una vislumbre de la interrelación que existe entre el evan- gelio y el sábado. Desearía dar marcha atrás al reloj y decirle a mi padre, con las palabras de la parte del lunes, que la ley de Dios es en realidad «una carta de amor divina». De- searía mostrarle el sábado no es una receta para torturar a nadie, sino una receta de amor. Desearía susurrarle a mi papá que el cuarto mandamiento, al igual que el resto de la ley moral, es un recordativo de que nosotros podemos, al igual que Abel, des- cansar en el amor de Dios, en su Palabra y en su verdad. No necesitamos esforzarnos para recrear lo que Dios ya ha hecho. La ley de Dios ya es perfecta. Es toda amor. ¡Tremendo! Por eso es que me agradó tanto la presen- te lección. Frank A. Campbell, Ottawa, Ontario, Canadá 97
  • 3. domingo Mateo 5: 17-19; Marcos 2: 20; 2 de diciembre Logos Romanos 2: 20; 1 Juan 2: 3-6; La ley divina. Gálatas 5: 17; Colosenses 2: 14-17; Una carta de amor de Dios 1 Juan 2: 3-6 En el mismo equipo de Jesús En la década de 1990 yo era un seguidor de Michael Jordan. Cuando su equipo ga - naba el campeonato yo decía: «Hemos ganado». ¿Nosotros? Yo no era miembro de aquel equipo. No me paraba en la cancha para hacer tiros libres. ¿Qué era lo que yo quería decir? Estaba muy identificado con el equipo de los Bulls; cuando ellos ganaban, yo gana- ba. Mis amigos en la escuela a veces se atrevían a ir en contra de mi equipo. Al día siguien- te, yo los mortificaba durante las clases para hacerles ver su derrota. «¡Nosotros les gana- mos a ustedes!». Me llenaba la boca para decirlo. De la misma manera, cuando Jesús murió; tú también lo hiciste. Cuando Jesús resu- citó, también resucitaste. Cuando Jesús regrese, ascenderás al cielo para estar con él debi- do a que estás íntimamente identificado con el Maestro. Jesús y tú se han convertido por fe en miembros del mismo equipo. Su victoria se convierte en tu victoria. Esta identifi- cación con Jesús tiene importantes implicaciones respecto a la forma en que debemos vivir (1 Juan 2: 3-6). La ley moral y el evangelio Toda ley presente en la Palabra de Dios constituye una expresión de su carácter y las mismas son más prospectivas que restrictivas. Pablo las describe «como la esencia misma del conocimiento y de la verdad» (Rom. 2: 20). Mientras que por otro lado el salmista declara: «Tu ley es la verdad» (Sal. 119: 142). Reafirmamos estos mandatos cuando vivi- mos vidas entregadas al amor a Dios y a nuestros semejantes. A través de Jesús el evangelio nos extiende la gracia de Dios y nos permite vivir vidas justas (Fil. 2: 13). Cuando estábamos «muertos en nuestros pecados» (Efe. 2: 1-3), no podríamos vivir de acuerdo a la ley. Sin embargo, en Cristo podemos vivir los elevados y santos mandatos divinos, gracias al poder del Espíritu. «Lo que hacemos no es lo que determina quiénes somos; más bien, quiénes somos determinará lo que hacemos».1 La fuerza para vencer el pecado y para vivir de acuerdo con la ley únicamente nos llega mediante un poder sobrenatural. Pablo dijo: «Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa» (Gál. 5: 16). La ley moral y la ley ceremonial La Biblia presenta dos conjuntos de leyes. Los Diez Mandamientos, o ley moral, fue- ron escritos por Dios. Jesús dijo respecto a la ley moral: «No piensen que he venido a anu- lar la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento. Les asegu- ro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparece- rán hasta que todo se haya cumplido. Todo el que infrinja uno solo de estos manda- mientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considera- do grande en el reino de los cielos» (Mat. 5: 17-19). 98
  • 4. La ley ceremonial incluía ritos y sacrificios integrados al sistema del santuario. Todo aquello apuntaba a la obra futura que Jesús realizaría en nuestro favor. La ley ceremonial no tenía que ser observada después de la muerte de Cristo. «Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal» (Col. 2: 14, 15). El sábado es un don de Dios. El sábado y el evangelio El sábado y el evangelio están vinculados por un objetivo común: concederle un «descanso» al alma. El sábado nos proporciona un descanso físico; al mismo tiempo es un recordativo semanal de que Dios es nuestro «descanso» (Heb. 4: 9, 10). El mensaje del evangelio pretende asegurarte que la salvación no es algo para preocuparte inten - tando lograrlo por ti mismo. Puedes confiar en lo que Dios te ha concedido en Cristo con el fin de asegurarte un lugar en el reino. 2 El sábado y la ley moral El sábado es un don de Dios que nos libera de la culpa y nos ayuda a enfocarnos en asuntos exclusivamente espirituales. Es un tiempo para desechar las presiones externas y para dirigir nuestras mentes a Dios en busca de renovación y fortaleza espiritual3. Es un tiempo para que el carácter crezca y se desarrolle. Un tiempo para aumentar el conocimiento de Dios y de su bondad; un tiempo para ser fortalecidos por la fe y los testimonios de nuestros hermanos y hermanas en la fe. PARA COMENTAR 1. ¿En qué aspectos he fracasado al no prestarle una total obediencia a Dios? 2. ¿Cómo puede guardar el sábado con el fin de recibir una renovada experiencia espiri- tual? ______________ 1. Neil Anderson y Robert Saucy, The Common Made Holy (Eugene: Harvest House Publishers, 1997), p. 252. 2. Skip MacCarthy, In Granite or Ingrained (Berrien Springs: Andrews University Press, 2007), p. 219. 3. Shelly Quinn y Danny Shelton, The Sabbath Twice Removed (Coldwater: Remnant Publications, 2006), pp. 115, 116. Patrick Jacques, Toronto, Ontario, Canadá 99
  • 5. lunes 3 de diciembre Testimonio Salmo 19: 7; Romanos 3: 19, 20; 7: 7, 12 Inseparables: el amor y la ley «Como Supremo Legislador del universo, Dios ha ordenado leyes no sólo para el gobierno de todos los seres vivientes, sino de todas las operaciones de la natura- leza. Todo, ya sea grande o pequeño, animado o inanimado, está bajo leyes fijas que no pueden ser desdeñadas. No hay excepciones a esta regla, pues nada de lo hecho por la mano divina ha sido olvidado por la mente divina. Sin embargo, al paso que todo lo que hay en la naturaleza es gobernado por la ley natural, sólo el hombre, como ser inteligente, capaz de entender sus requerimientos, es responsable ante la ley moral. Sólo al hombre, corona de la creación divina, Dios ha dado una con- ciencia que comprende las demandas sagradas de la ley divina, y un corazón capaz de amarla como santa, justa y buena. Del hombre se requiere pronta y perfecta obe- diencia. Sin embargo, Dios no lo obliga a obedecer: queda como ser moral libre. «La ley de Jehová es perfecta». »Son pocos los que comprenden el tema de la responsabilidad personal del hom- bre. Sin embargo, es un asunto de máxima importancia. Todos podemos obedecer y vivir, o podemos transgredir la ley de Dios, desafiar su autoridad y recibir el castigo con- siguiente. De modo que a cada alma le incumbe decididamente la pregunta: ¿Obede- ceré la voz del cielo, las diez palabras pronunciadas en el Sinaí, o iré con la multitud que pisotea esa ígnea ley? Para los que aman a Dios, será la máxima delicia observar los mandamientos divinos y hacer aquellas cosas que son agradables a la vista de Dios. Pero el corazón natural odia la ley de Dios y lucha contra sus santas demandas. Los hombres cierran su alma a la luz divina, rehusando caminar en ella cuando brilla sobre ellos. Sacrifican la pureza del corazón, el favor de Dios y su esperanza del cielo a cam- bio de la complacencia egoísta o las ganancias mundanales. »Dice el salmista: “La ley de Jehová es perfecta” (Sal. 19: 7). ¡Cuán maravillosa es la ley de Jehová en su sencillez, su extensión y perfección tan breve, que podemos fácilmente aprender de memoria cada precepto, y sin embargo tan abarcante como para expresar toda la voluntad de Dios y tener conocimiento no sólo de las acciones externas, sino de los pensamientos e intenciones, los deseos y emociones del cora- zón. Las leyes humanas no pueden hacer esto. Sólo pueden tratar con las acciones externas. Un hombre puede ser transgresor y, sin embargo, puede ocultar sus faltas de los ojos humanos. Puede ser criminal, ladrón, asesino o adúltero, pero mientras no sea descubierto, la ley no puede condenarlo como culpable».* PARA COMENTAR ¿Obedeceré la ley del cielo, o me uniré a las multitudes que la pisotean? ______________ *Mensajes selectos, t. 1, p. 253. Andrea Spencer, Ottawa, Ontario, Canadá 100
  • 6. martes 4 de diciembre Salmo 19: 7, 8 Evidencia La ley, el amor y la restauración Me es fácil malinterpretar el propósito, o incluso la importancia, de la ley de Dios. Cuando era joven en numerosas ocasiones el equipo de voleibol de mi escuela par- ticipó en torneos los días sábado. En esas ocasiones me sentía muy mal por no poder asistir. Consideraba que la ley de Dios era una especie de cotejo que debía ser reali- zado a diario. Pero desde hace un tiempo he comenzado a ver los Diez Mandamien- tos desde otra perspectiva. Existe una diferencia entre observar y vivir las normas divinas. Interpretar mal la importancia de la ley de Dios es un error que los cristianos a menudo cometen. Es más fácil seguir teóricamente las instrucciones divinas, que ate- sorarlas en nuestro corazón. Es cierto, existe una diferencia entre observar y vivir las normas divinas. Los Diez Mandamientos son una expresión del carácter de Dios. Podrías pregun- tar: «¿Cómo es el carácter de Dios?» Es amor (1 Juan 4: 8). Por lo tanto, la ley es una definición del amor perfecto (no el primitivo-imperfecto-infatuado-codependiente sen- tir que los contemporáneos nuestros denominan «amor»). El Salmo 19: 7, 8 declara: «La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo aliento. El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos: traen alegría al corazón. El mandamiento del Señor es claro: da luz a los ojos». ¡Dios es un agente de cambio! «¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos» (1 Juan 2: 3, 4). Es imposible para cualquier ser humano conocer verdaderamente a Dios, sin cambiar su comportamiento. Las dos cosas siempre vienen juntas. No quiero decir que debemos convertirnos en personas legalistas, sino más bien en personas amo- rosas. El legalismo implica una actitud crítica, mientras que el amor no lo hace. Dios no desea que nos convirtamos en «maestros de la ley», sino más bien en «buscadores de la verdad». Cuando nos esforcemos por conocer a Dios el comenza- rá a mostrarnos vislumbres de sí mismo que nunca antes habíamos visto. La Biblia nos advierte que las malas compañías pueden corromper a todo buen carácter (1 Cor. 15: 33). Por otro lado, la presencia de Dios restaura un buen carácter. En lo que respecta a obedecer los mandamientos de Dios, debemos convertirnos en dis- cípulos y no en maestros. PARA COMENTAR 1. Lee el Salmo 119: 97-104. Además de lo discutido en la presente lección, ¿qué cam- bios adicionales puede impartir la ley de Dios a nuestras vidas? 2. Estudia Isaías 43: 10-13. ¿En qué forma esto se relaciona con el texto clave para la presente semana? (1 Juan 2: 3, 4). Sarah Venditti, Carleton Place, Ontario, Canadá 101
  • 7. miércoles 5 de diciembre Cómo actuar ¿Quién crees Salmo 19: 7, 8 que eres? En la actualidad muchos jóvenes se dedican a viajar por el mundo pensando que de esa forma le encontrarán un significado a sus vidas. A menudo, después de innu- merables percances, la aventura concluye y ellos regresan a la misma escuela o traba- jo; cansados, ansiosos o confundidos. Sin embargo, de acuerdo con un antiguo pro- verbio muchas veces la respuesta está al alcance de nuestra mano. ¿Cómo podemos ave- riguar quiénes somos? Comencemos por abrir nuestros corazones, permitiendo a Dios que nos diga quién es él y qué podemos llegar a ser en Cristo. No podemos encontrar a Dios por nosotros mismos viajando a determinado lugar. No podemos encontrar a Dios por nosotros mismos viajando a determinado lugar; más bien lo encontraremos al buscarlo con todo nuestro corazón (Jer. 29: 13). Lo anterior implica abrir nuestro corazón a sus revelaciones encontradas en los Diez Mandamientos, o en Jesús, la viva expresión de Dios. Los seres humanos eran muy parecidos a Dios cuando salieron de las manos divi- nas, antes de que pecaran; Dios los conocía muy bien. Podemos saber quién es alg- uien al observar las amistades que él o ella frecuenta. Adán, por otro lado, se mante- nía en la compañía de Dios. Ellos hablaban y caminaban juntos. Ese fue nuestro ori- gen. El pecado lo cambió todo. Luego todos nos convertimos en pecadores (Rom. 3: 19), y jamás volveremos a ser lo que fuimos hasta que nos encontremos con Jesús. Cuando el amor de Dios nos motive, comenzaremos a actuar y a hablar como perso- nas que deseen agradar a Dios. Respetamos y adoramos a Dios como a alguien superior a nosotros. En consecuencia, debemos aplicar el mismo respeto a la forma que tratamos a los demás (Éxo. 20). En la actualidad nos acercamos a nuestra condición original. Nadie entendió esto mejor que David, a quien la Biblia llama «un hombre según el corazón de Dios». David afirmó: «La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo alien- to. El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría al sencillo. Los precep- tos del Señor son rectos: traen alegría al corazón. El mandamiento del Señor es claro: da luz a los ojos» (Sal. 19: 7, 8). Al igual que David podemos reconocer las buenas nuevas del evangelio en la ley, que viene a ser como un «refrigerio natural» para el alma; reemplazando nuestra alti- vez por una sencilla obediencia. PARA COMENTAR 1. ¿En qué forma te ha provisto la Biblia una brújula moral para que la utilices a diario? 2. ¿Por qué piensas que la gente escoge un estilo de vida que los lleva a la nada, aun- que la Biblia muestra la senda a una vida abundante? 3. ¿En qué sentido las herramientas que Dios nos provee en la Biblia son la clave para encontrar paz, amor y felicidad? Ninnera Channer, Ottawa, Ontario, Canadá 102
  • 8. jueves Salmo 119: 5, 6 Opinión 6 de diciembre ¡Buenas nuevas! Al entrar al estacionamiento de la escuela vi en mi espejo retrovisor que un auto de la policía me estaba siguiendo. Eso era extraño. No era frecuente ver a coches pa - trulleros en el estacionamiento de aquella escuela. No creo que había motivos para que uno de ellos entrara allí. Me bajé de mi auto y caminé hacia el patrullero. «Venga y vea esto». El agente me señaló a la pantalla del radar. «Usted iba a 50 millas (80 Km.). Esta es una zona donde no se debe exceder las 30 millas por hora (50 Km.). Me sentí algo sorpren- dida cuando él buscó mi información personal en su computadora. «¿Por qué iba usted tan rápido?», me preguntó. Le dije que trataba de estar a tiempo para encon- trarme con mis alumnos, luego de ir a almorzar. Añadí que no me había dado cuen- ta de lo rápido que iba. Hay una vía para volver a Dios. Únicamente deseaba que aquel incidente pasara lo más pronto posible. Me sen- tía avergonzada de que mis alumnos pudieran ver todo aquello desde alguna venta- na. Afortunadamente, no recibí una citación. El agente fue muy amable, aunque me recordó que no debía guiar tan de prisa. Si se nos exige que obedezcamos las leyes de los hombres, cuanto más impor- tante no será obedecer las leyes de Dios. David en el Salmo 119: 5, 6; expresa el deseo de que siempre sus caminos sean guiados por la ley. Él reconoce que guardar la ley de Dios nos libra de ser avergonzados. Si yo no hubiera violado la ley de tránsito no habría tenido que pasar aquella vergüenza. Sin embargo, el agente de policía me aplicó el «evangelio», las buenas nue- vas; que me libraron de la vergüenza que experimentaba. Él me aplicó su gracia, al no darme una citación. Él no cambió la ley. Cuando Adán y Eva pecaron, todos los seres humanos fueron condenados a muerte (Rom. 5: 12). Al rescatarnos, Dios no anuló la ley. Más bien, nos extendió el evangelio que antes de la cruz consistía en una promesa; en el cumplimiento de la misma en la cruz, y en la redención a través de un salvador: Jesucristo. Los seres humanos transgredieron la ley de Dios; sin embargo, él en su amor y misericordia nos proveyó una vía para que fuéramos restaurados a él. Al aceptar la muerte de Jesús como el pago de nuestro pecado, podemos librarnos de la eterna separación de Dios. Hay una vía para volver a Dios: Jesús. ¡Qué buenas nuevas! PARA COMENTAR 1. ¿Cómo le responderías a alguien que afirma que la muerte de Jesús implica que ya no tenemos que obedecer la ley? 2. ¿Por qué el amor a Dios debería ser nuestra mayor motivación para obedecer la ley? Lisa Nicely-Peterkin, Ajax, Ontario, Canadá 103
  • 9. viernes 7 de diciembre Exploración Salmo 19: 7, 8 ¡Qué buenas nuevas! PARA CONCLUIR La ley de Dios nos concede dirección y estabilidad, es como una receta. Si la guardas, el resultado será amor y descanso de Dios. Cuando guardamos la ley de Dios, somos transformados al aprender cómo los caminos del Señor difieren de los caminos humanos. El resultado es un cambio de perspectiva. Durante siglos el en- foque humano ha consistido en entender e implementar la ley a la perfección. Sin embargo, Dios tiene una idea diferente. Necesitamos cambiar nuestra perspectiva y enfocarnos en buscar la verdad. Cambiar nuestra perspectiva nos permite unir- nos a Dios en la verdad y convertirnos en miembros de un equipo victorioso. CONSIDERA • Guardar los Diez Mandamientos desde el punto de vista del buscador de la verdad descrito en el Salmo 19: 7, 8. • Diseñar un logo y escoger los colores para el equipo de Jesús. Describir una línea de productos que podría llevar dicho logo y comunicar tu identificación con Jesús. • Crear una interpretación artística del cuarto mandamiento (pintar un cuadro, hacer un boceto, escribir un poema). • Utilizar un espejo con el fin de observar lo que está a tu espalda. ¿En qué forma cambia tu perspectiva al observar las cosas desde otra perspectiva? Compara esa acción con la idea de contemplar los Diez Mandamientos desde la perspectiva del Salmo 19: 7, 8. • Hacer una caminata tratando de identificar elementos de la naturaleza que reflejan paz y renovación. ¿Cómo puede lo anterior cambiar de acuerdo a la estación del año o al clima? • Escuchar una canción que comunique el cambio que experimenta el alma de- bido al descanso sabático. PARA CONECTAR «The Dynamics of Salvation», Biblical Research Institute, http: //www.adven tistbiblicalresearch.org /documents/Dynamics%20of%20Salvation.htm. «In the Face of Law and Grace: Adventist Views on Salvation and How We Speak about Them», David Trimm, Spectrum, octubre 31, 2011, http: //spectrum magazine.org/article/david-trim/2011/10/31/face-law-and-grace-adventist-views-sal vation-and-how-we-speak-about-th?quicktabs_2=2. Norma Sahlin, Springboro, Ohio, EE. UU. 104