proyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niño
¡Los valientes no asesinan! La historia del intento de asesinato de Juárez
1. Instrucciones: Realiza la lectura del siguiente texto y posteriormente en tu cuaderno escribe una
opinión (en mínimo 10 renglones) en la que hables acerca de los siguientes dos puntos: ¿qué te
llamó la atención acerca de la actitud mostrada por Guillermo Prieto? y ¿qué hubieras hecho tú de
haber estado en esa situación?
“¡Los valientes no asesinan!”
Guillermo Prieto.
Acercándose a los cabecillas, reconocibles de lejos por un cura desaforado que los arengaba y
preso de una exageración histórica, Prieto interrumpió la arenga, pidiendo el derecho de compartir
la suerte del presidente, y recibió una bofetada que lo dejó sin sentido; pero al reincorporarse se
encontró con sus compañeros. (…) Se dio cuenta vagamente de una sala con columnas y un estrado
lleno de presos que también habían perdido toda noción del tiempo y del espacio porque “se había
anunciado que nos fusilarían dentro de una hora”. (…) “Algunos como Ocampo escribían sus
disposiciones. El señor Juárez se paseaba silencioso, con inverosímil tranquilidad…”
Y luego…luego una voz tremenda salida de una cara que desapareció como una visión dijo en la
puerta del salón: -¡Vienen a fusilarnos!- Los presos se refugiaron en el cuarto donde estaba el señor
Juárez. Unos se arrimaron a las paredes, los otros como que pretendían parapetarse en las puertas
y las mesas. El señor Juárez avanzó hasta la puerta, yo estaba a su espalda… Los soldados entraron
al salón arrollando todo. Aquella terrible columna, con sus armas cargadas hizo alto frente a la
puerta del cuarto, y sin esperar más, y sin saber quién daba las voces de mando, oímos
indistintamente: -¡Al hombro! ¡Preparen! ¡Apunten!...”
Y luego… luego todos sabían quién era Juárez. “Como tengo dicho, el señor Juárez estaba en la
puerta del cuarto; a la voz de apunten se asió al pestillo de la puerta, hizo atrás la cabeza y esperó.
Los rostros de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez… yo no sé,
se apoderó de mí algo de vértigo, o cosa de que no me puedo dar cuenta. Rápido como el
pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, le puse a mi espalda, le cubrí de mi cuerpo, abrí los
brazos y ahogando la voz de fuego que tronaba en esos momentos, grité: -¡Levanten esas armas!
¡Los valientes no asesinan!- Y hablé, hablé yo no sé qué; yo no sé qué hablaba en mí que me ponía
alto y poderoso; veía entre una nube de sangre pequeño todo lo que me rodeaba, sentía que lo
subyugaba, que desbarataba el peligro, que lo tenía a mis pies… A medida que mi voz sonaba, la
actitud de los soldados cambiaba. Un viejo de barbas canas que tenía enfrente y con quien me
encaré, diciéndole: -¿Quieren sangre?- Bébanse la mía- bajó el fusil. Los otros lo mismo. Entonces
vitoreé a Jalisco. Los soldados lloraban, protestando que no nos matarían, y así se retiraron como
por encanto. Juárez se abrazó de mí. Mis compañeros me rodeaban llamándome su salvador y
salvador de la Reforma; mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas”
Desarmado el pelotón, se reanudaron las pláticas y las negociaciones llegaron a feliz término: los
amotinados se retiraron de la ciudad. La verbosidad del poeta prestó un servicio señalado a la
causa liberal, no menos notable porque él resultó el héroe de esa hora histórica.
Ralph Roeder, Juárez y su México. Fondo de Cultura Económica, México, 1972, pp. 252-253.