Estrategia de prompts, primeras ideas para su construcción
571 600 - st-flash
1.
2. 571
«Yo, Howard K. Marawnee, en pleno uso de mis facultades
mentales, y considerando que esta cinta de sonido es una parte
de mi testamento, declaro que mi viuda entregará medio
millón de dólares a una de las ocho personas que voy a
nombrar y bajo las condiciones que diré a continuación:
Deberá dar muerte, por el procedimiento que mejor prefiera, a
los siete restantes, y presentar las pruebas de que lo que dice
es cierto, para lo cual entregará a mi viuda el dedo índice de la
mano derecha, convenientemente separada de su cuerpo. Mi
viuda posee las huellas dactilares de los ocho nombrados y así
podrá comprobar efectivamente que no se trata de ningún
engaño. En ese momento, repito, hará entrega de la suma antes
mencionada.»
Hubo una corta interrupción y luego se oyó una estruendosa
carcajada.
«Medio millón de dólares son capaces de convertir al hombre
más piadoso en un vesánico asesino. ¡Suerte, lobos!»
3. 572
De pronto, se sintió atraída por una edificación que no
estaba muy lejos de donde se encontraba, pero sí mucho
más abajo, puesto que aquel edificio no se elevaba del
suelo en más de cinco pisos.
Sabía que aquello era un hospital, el Old Hospital. Tuvo la
impresión de que desde una de las ventanas de su último
piso, que ella no podía ver pero sí sentir, alguien la
observaba, lo que aún parecía más absurdo.
Era casi imposible que desde aquel hospital alguien pudiera
mirarla, pero tuvo la certeza de que dos ojos, malignamente
obsesivos, estaban allí abajo, en aquel feo y viejo hospital
nacido de una mansión colonial holandesa con un par o
más de siglos en sus piedras.
¿Qué podía haber tras aquellos ojos que desde el Old
Hospital la inquietaban tanto? ¿Un espíritu maligno?
De súbito, comenzó a oír una risa que venía de lejos y que
parecía pertenecer a un hombre enloquecido en una
anhelante actitud de espera: sí, de espera a que sucediese
algo, algo que tuviera que pasar de un instante a otro…
4. 573
Como sinopsis de la novela, y para que el lector se haga
una idea, bien puede servir los capítulos que la componen:
CAPÍTULO I: Ejecución
CAPÍTULO II: Espíritus
CAPÍTULO III: Cabeza cortada
CAPÍTULO IV: Noche peligrosa
CAPÍTULO V: Armario de horrores
CAPÍTULO VI: En pos del alma
CAPÍTULO VII: Una desaparición y una velada
CAPÍTULO VIII: Cadáveres y almas
CAPÍTULO IX: El fin del experimento
5. 574
—¡Aaaaaaaaah!
...se convirtió en trágica sorpresa cuando se dio cuenta, se
impuso de que la punta letal del acero había entrado en sus
carnes y estaba horadando, barrenando su corazón
atolondrado, obligándolo a abrir los labios para expulsar una
tumultuosa bocanada de sangre que escupió contra las
facciones crispadas de la muchacha. La bayoneta se fue
atrás como una exhalación, dejando libres los cuerpos que
ahora vomitaron salivazos rojos con mayor violencia
todavía.
Y los ensartó de nuevo.
RAAAAAASK...
Y una tercera vez.
Mientras la sangre seguía surgiendo, explotando cual
torbellino alucinante de espectacular rojez.
RAAAAAASK...
Al final, las gruesas botas de doble suela, a puntapiés, con
brutalidad, enviaron los ensangrentados cadáveres al interior
de la fosa en cuya linde, cuando eran seres vivos y su vida le
mecía la pasión, habían hecho el amor.
Luego, al cabo de pocos instantes, volvió a reinar un
silencio absoluto. Un silencio de cementerio, claro.
Y la paz.
La paz que necesitaban los muertos para su eterno descanso.
6. 575
El primer policía de los muchos que llegaron al poco que entró
en el banco, y vio lo que habían dejado tras ellos los animales,
comenzó a vomitar el café que había tomado hacía menos de
veinte minutos, y tuvo tal acceso de asco y bilis que cayó
sentado y luego se retorció hacia un costado.
Dentro del local bancario salpicado de sangre por todas partes se
oían gemidos, sollozos y alaridos de espantoso dolor.
Por la tarde, los periódicos y demás órganos de información
dirían que la banda de animales se habían llevado cerca de un
millón de dólares de la sucursal del Bank of Florida en la Flagler
Street de Miami.
Pero todavía más lamentable, un total de ocho personas habían
sido atacadas por aquellas fieras. De esas ocho personas, dos
habían muerto (el vigilante del banco y uno de los empleados), y
las demás, que tardarían en recuperarse, quedarían señaladas
física y mentalmente de tal manera que jamás se recuperarían.
Era el tercer golpe de la banda de animales a la que, finalmente,
y de modo muy adecuado, un periodista le puso el nombre de
Fauces Sangrientas.
7. 576
Durante unos interminables minutos, se sintió espantosamente
ultrajada, abyectamente poseída por aquel desalmado
individuo. No sabía por qué hacia aquellas horribles cosas, pero
tenía la sensación de que el hombre era acaso un enfermo
mental que sólo podía acceder al placer mediante determinados
estímulos externos, entre los cuales se incluían no sólo la
vestimenta, sino también la posición en que ella se hallaba,
sujeta a la mesa y sin poder evitar el ultraje.
Pasaría pronto, se dijo, mientras soportaba los jadeos del
oriental. Pero, de repente, sintió un agudísimo dolor en el lado
izquierdo del cuello.
Vagamente, se dio cuenta de que el desconocido se separaba de
ella. Notó también que la sangre corría por sus hombros y por
la espalda, pegada a la mesa, y sus piernas, aunque sujetas, se
agitaron en violentos espasmos de agonía.
La hemorragia originó en breves instantes la pérdida definitiva
del conocimiento. Se hundió en las sombras eternas de la noche
y sus sufrimientos acabaron para siempre…
8. 577
—Usted parece saber bastante del asunto, señor —
manifestó, seco.
—Lo que sabe todo el mundo —Beswick se encogió de
hombros—. ¿Por qué creen que Hardy Houston fue muerto
por el capitán fantasma hace diez años? Pudo ser un vulgar
crimen, cometido al amparo de una leyenda, por una
persona de carne y hueso.
—No diga tonterías. Nadie creería eso aquí. Sé que soy
policía y no debo dar crédito a fantasías, pero por fortuna
yo entonces distaba mucho de ser agente de la autoridad y
de estar destinado en esta población. Sin embargo, todos
afirman que vieron al capitán Hardwood por las calles de
Newbiggin, seguido por un cortejo de espectros
descamados, con las ropas chorreando agua y algas, la
carne putrefacta cubierta de musgos marinos... Y que
«Luzbel», el perro del capitán, exhibía en sus colmillos la
sangre del difunto Hardy Houston, cuyo cadáver fue
hallado en el promontorio, justo frente al punto donde se
hundiera diez años antes el Mary Queen…
9. 578
Jennifer huyó de allí, dirigiéndose de nuevo hacia la costa,
hacia el lugar donde dejó el bote salvavidas. Ya en la cala
de fina arena, se quedó horrorizada. Y no había para
menos, pues resultaba espeluznante el espectáculo que
estaba presenciando.
Amarrados a las estacas de madera, el hombre y la mujer,
jóvenes, se habían convertido en dos bultos en los que se
amontonaban miles y miles de bulliciosas y hambrientas
hormigas gigantes. Jennifer se acercó a uno de aquellos
bultos, pasándole la mano por el rostro. Y al quedar al
descubierto el rostro del hombre, lo vio deformado por el
dolor y por el espanto. Aquella fisonomía se había
convertido en una máscara espantosa.
Jennifer oyó ruido a sus espaldas. Se volvió, sobresaltada.
Y allí, una vez más, estaba el hombre vestido de negro, alto
y delgado, alzando en el aire un puñal cuya hoja tenía
grabada una letra.
La M.
10. 579
Fue una lástima que el científico dejara de observar al
alacrán, pues la doble dosis de droga estaba empezando a
hacer efecto. En sólo un par de minutos, duplicó su tamaño.
Al cabo de otros dos minutos, el alacrán había triplicado su
tamaño. También aumentaba su energía. Su agresividad.
Su fiereza...
Por eso, nada de extraño tuvo que forzara la jaula y
consiguiera salir de ella.
Sobre la mesa, estaba el frasco que contenía la sustancia
amarillenta creada por el profesor Fresson. Quizá fuera el
penetrante olor de la droga lo que atraía al alacrán, o quizá
éste fuera hacia el frasco por instinto.
El caso fue que el animal alcanzó el frasco, lo derribó con
sus pinzas, y la sustancia amarillenta se esparció por la
mesa.
El alacrán se colocó encima de la sustancia y empezó a
absorberla con avidez, como si supiera que ella le podía
proporcionar un cuerpo varias veces mayor y una energía
que le permitiría llevar a cabo acciones hasta entonces
imposibles...
11. 580
Espantado, descubrió entonces que estaba sujeto al muro de
piedra por medio de argollas de hierro. Dio un grito y su voz
resonó, opaca, en aquella soledad.
No comprendía nada. No sabía cómo había llegado a ese
lugar de pesadilla. Cómo del éxtasis había pasado al terror.
En las tinieblas danzó de súbito como una sombra blanca.
Un cuerpo desnudo.
El cuerpo de una mujer, casi fosforescente, etéreo, ingrávido
como si flotara en el aire quieto.
La aparición retrocedía. Detrás de ella vislumbró unos
escalones de piedra que sirvieron para que la sombra etérea
los subiera sin rozarlos y desapareciera.
Supo que estaba solo, encadenado en aquel antro. ¿Solo?
Primero fue un leve roce. Después, unos chillidos a ras del
suelo.
Y luego, algo pequeño, peludo, rozó sus piernas. Unos
dientes diminutos y crueles laceraron su carne.
¡RATAS!
Corría el año del Señor de 1783.
12. 581
«Esta noche he vuelto a matar...»
Dejó de escribir un momento. Vaciló. Luego
prosiguió, hincando con fuerza la punta de oro en el
papel, en un roce rasgado y crujiente:
«Tenía que matar. Y lo hice. No puedo evitarlo. Es
necesario hacerlo. Absolutamente necesario, sí. No ha
sido la primera. Tampoco será la última.
»Era bonita. Bonita y provocativa, lo admito. Estuve a
punto de ceder a sus encantos. Pero supe resistir. Me
siento fuerte. Cada día más fuerte. Sí, tuve suficiente
voluntad para resistir su atractivo. No me sedujo la
muy zorra, aunque bien lo intentó. ¡Pobre estúpida!
No sabía que a mí el sexo no me ciega hasta ese
punto. No el sexo como ellas lo entienden, claro.
Porque, naturalmente, luego gocé, sí. Gocé de ella, de
su desnudez. Pero sólo mientras apretaba y apretaba,
y la veía retorcerse ante mí, con el miedo, la angustia
y el horror reflejados en sus ojos...
13. 582
¿Sonrió?
En su horripilante rostro apareció una mueca escalofriante
cuando sus labios se estiraron y sus dientes amarillentos
quedaron más visibles. ¿Realmente era una sonrisa?
Entonces, ella vio su mano, que había apoyado en la mejilla
izquierda de Reginald Marks. Se quedó mirando la mano,
miró luego los ojos de Marks, de nuevo su mano... y otra vez
quiso hablar. Se llevó ambas manos a la garganta. Luego se
miró ambas manos.
De pronto, miró su cuerpo. Una de sus manos como garras
agarraron un pecho; sus ojos lo miraron. Un grito
escalofriante brotó entonces de la boca femenina. Eva Lamarr
se sentó de un salto, y sus senos llegaron, con la punta, casi
hasta la ingle.
—Hemos caído en una trampa, tenemos algo que hacer en
Singapur, para un hombre que dice llamarse doctor Klom, que
ha conseguido localizarme. Mañana por la noche enviará a
uno de sus hombres a buscarnos.
La tomó de un brazo, y ella miró su mano. Al ver aquella
hermosa mano masculina sobre su flaco y arrugado brazo,
lanzó otro grito gutural, y se desasió de un tirón. Se puso en
pie, y corrió hacia el espejo del cuarto de baño anexo…
14. 583
Tan fuerte fue el impacto, que las cajas oscilaron, a punto
de desplomarse sobre él. No llegaron a caer. Algo, sin
embargo, que hasta entonces permaneciera tras las cajas,
se desplomó encima del empleado del tren. Éste notó el
impacto de un peso muerto sobre su cuerpo, se retiró,
alarmado... y algo golpeó sordamente el suelo, quedando
inmóvil a sus pies.
Un alarido desgarrador escapó de labios del hombre, que
contempló con pavor aquella presencia escalofriante
rozando la punta de sus zapatos.
Era un cuerpo humano. El cuerpo de un hombre inerte,
con el cuello segado de oreja a oreja, la cabeza ladeada de
lo profundo que era el tajo del que había escapado tanta
sangre, que empapaba y acartonaba las ropas del infeliz.
Pero lo peor no era eso, con ser malo. Lo peor eran
aquellos ojos fijos en el techo, en la luz del furgón, pero
que no podían ver ya nada. Porque aquellos ojos habían
sido vaciados totalmente, de forma brutal y despiadada, y
de sus cuencas vaciadas habían escapado dos regueros de
sangre oscura y de humor ocular, formando dos regueros
espantosos en el rostro lívido y crispado…
15. 584
Y de nuevo el susurrante gemido.
El lamento. Un sonido infrahumano.
Aterrada, se precipitó hacia el teléfono. Atrapó el
auricular tecleando nerviosa un número. Mientras
esperaba respuesta dirigió una angustiosa mirada a su
alrededor. No había nadie en la estancia. Sin embargo, le
llegaba un fétido hedor. Un olor penetrante. Al de una
bestia que...
—¿Si?
—¡Tienes que sacarme de aquí! —gritó, al recibir
respuesta por el micro—. ¡Tienes que...!
Un vaho. Un caliente jadear tras la nuca de Charlotte. Muy
próximo.
La muchacha giró. Y una indescriptible mueca de terror
desencajó sus facciones. Gritó en desgarrador alarido.
Contemplando con desorbitados ojos a la monstruosa
criatura que se abalanzaba sobre ella. Percibió como unas
garras de afiladas uñas se posaban sobre sus senos
arrancándole la piel a jirones. Y luego los amarillentos
colmillos. Las pestilentes fauces...
Aquellos punzantes colmillos se hundieron salvajemente
en su cuello, silenciando su desgarrador alarido.
16. 585
«Hervir un corazón de doncella, añadiendo a la cocción
una brasa encendida, un puñado de hollín y...»
El escrito añadía: «Si una mujer, antes de ser quemada
viva, bebe unos sorbos de esta pócima, consigue que
sus cenizas, reuniéndose siglos después, se transformen
en un cuerpo... Lo que significa que la víctima de la
hoguera vuelva a la vida que le fue arrebatada.»
No era eso, exactamente, lo que Maggie había deseado
encontrar en aquellos pergaminos enrollados. Pero,
claro, quizá no tuviera tiempo de otra elección.
Pensó que debía preparar la pócima.
Antes de que aclarase el día, Maggie oyó golpear el
portalón de entrada al castillo, y una voz que gritaba:
—¡Abrid en nombre de la ley! ¡Venimos por Maggie
Wangerland, la bruja...!
17. 586
—¡Nina, ven aquí, ven...!
Vaciló, indecisa. Al fin, sus ojos acostumbrados a la casi
oscuridad descubrieron una silueta humana.
—¿Quién es?
—Yo, el que tú deseas. Ven.
La voz era grave, varonil, bien timbrada, cálida y
atrayente. Nina avanzó unos pasos hasta ver los contornos
de la figura humana. Parpadeó, incrédula.
—No es posible.
—Claro que es posible. Soy yo, Nina.
—¿Robin Hood?
—Ven, Nina, te mostraré la mansión. Ven.
Anduvo hacia aquel ser surgido de la oscuridad. Cuando
llegó a su altura, pudo ver su cara, aunque con cierta
vaguedad.
Creyó reconocer de inmediato aquel rostro. Era el Robin
Hood interpretado por Errol Flynn. Un estremecimiento re
corrió su espalda al notar que él le tomaba una mano. La
llevó hasta la doble puerta tras la cual había una escalera
ascendente, una escalera ancha…
18. 587
Unos ojos rojos brillaron en la oscuridad como
sangrientas y mortales luciérnagas, fijos en
aquellos jóvenes que se creían amos de la noche
por llevar ropas de cuero, cadenas y navajas
automáticas. Un gruñido casi inaudible brotó de
las sombras. Un gruñido que hablaba de terrores
que la Humanidad olvidó largo tiempo atrás y que
no quería volver a recordar. Un gruñido que
ninguno de los allí presentes oyó, sumidos como
estaban en la absoluta oscuridad de sus sentidos,
en un goce que podía convertirse de pronto en
sangre y muerte.
Sólo unos pocos lograron huir con sus motos,
perseguidos tal vez por las sombras, por espectros
que matan... O tal vez sólo por sus propios
terrores, ante la sangrienta orgía de muerte que se
presentó ante sus ojos...
19. 588
Se dirigió al cementerio y preguntó al sepulturero por la
tumba que buscaba.
El sepulturero le informó.
Ya ante la tumba de quien estaba dando tantos quebraderos
de cabeza a las muchachas casaderas de la localidad, el
hombre se quedó un instante reflexivo. Tal vez
preguntándose si tenía sentido que se hallase allí dando
crédito a lo que, ciertamente, era una historia de locos, de
desquiciados. Una historia, en verdad, sin pies ni cabeza.
Y fue así, exactamente, como acabó él.
Sin pies ni cabeza...
Pasadas un par de horas, y al ver que no salía del
cementerio, el sepulturero fue a buscarlo. Tenía que cerrar,
lo lamentaba. Era ya muy tarde.
Fue entonces cuando la encontró. Le habían cortado los
pies y la cabeza. Y cabeza y pies habían sido
cuidadosamente colocados sobre la losa de mármol de la
tumba de Liza. Como macabros ramos de flores…
20. 589
Todo parecía preparado para causar efecto, mas no era así.
Por el techo del escenario, cayendo desde lo alto, apareció una
figura humana vestida con un sayal negro y el rostro cubierto
por una máscara que representaba una calavera.
Lo desagradable fue que al extremo llevaba atada una soga.
Antes de que la figura entre humana y fantástica, espectral sin
duda alguna, tocara el suelo de tablas de madera, la cuerda
pegó un tirón brusco, como no dando más de sí, y el lazo
corredizo se cerró alrededor de la garganta de aquel ser que
quería representar la muerte, su propia muerte.
El cuerpo del ahorcado tocaba ligeramente la madera con sus
pies. Ello era posible porque el violentísimo tirón de la soga
casi le había arrancado la cabeza del tronco. Había separado la
osamenta, reventando venas y arterias, nervios y tendones.
Apenas se sostenía por unos músculos desgarrados y alargados
hasta lo inverosímil. Aquellos músculos, empapados en la
sangre que salpicaba alrededor, eran los que habían evitado
que en vez de un ahorcado tuvieran un decapitado en el
escenario.
En la sala, además de gritos, hubieron desmayos.
—¡Abajo el telón!
21. 590
Al llegar al borde avisaron Merton Bay, situado en
el centro de una espaciosa bahía, protegida por las
colinas que se extendían en semicírculo. Cuando
llegaban a las primeras casas, caminando ya cerca
de la costa, vieron una repentina agitación de
personas.
Un hombre pasó corriendo delante de ellos. Paula
le detuvo con un ademán.
—Señor MacBride, ¿qué ocurre?
El hombre se detuvo un instante.
—Angus Warburton ha hecho una pesca
extraordinaria: un ahogado —contestó—. Pero lo
más asombroso es que, según dicen, tiene marcada
en la frente la firma de la bruja…
22. 591
Justine sabía que iba a ser violada y por los cuatro
jóvenes. Lo que ignoraba es si sería allí mismo o la
meterían en el coche para cometer su canallada en lo
que ellos debían suponer un lugar más tranquilo.
—¡Aaaah!
El grito escapó de la garganta de uno de los chicos.
Luego, fue otro el que se tambaleó, salpicando sangre
alrededor.
Un sable curvo y afiladísimo había cortado el aire
antes de asestar un golpe mortífero.
La mano que manejaba el brillante sable ya
ensangrentado debía de tener mucha fuerza, e
imprimió gran velocidad en el golpe, porque la
cabeza de uno de aquellos canallas de la noche rodó
sobre el enlosado de la acera…
23. 592
¿Qué ha querido decir con eso de los doce millones de
habitantes de Nueva York?
—¿Se imagina usted doce millones de ciegos en una
ciudad como Nueva York? ¿Se lo imagina?
Posiblemente sí se lo imagina, porque es inteligente, y
hasta quizá tenga una gran imaginación. Doce millones
de ciegos... Pero no una ceguera que va llegando
lentamente, progresiva mente, y para la cual uno se va
preparando... No, no, no, no sería eso, señorita. Sería
algo... súbito. Imagínese la ciudad de Nueva York a las
once de la mañana; el gran monstruo está en plena
actividad: peatones, coches, camiones, motocicletas, el
metro, trenes, autobuses urbanos e interurbanos,
helicópteros, incluso quizá algún avión que pase
suficientemente cerca del techo de la ciudad... Y de
pronto, en cuestión de tres a cinco segundos... ¡todos los
seres humanos quedan ciegos! ¿Se lo imagina?
24. 593
La risa parecía brotar de todas partes, aunque
con diferente volumen en ocasiones, que
parecía acercarse y sonar en el interior del
dormitorio, para escucharse a continuación en
otros puntos de la casa. Terriblemente asustada.
Pamela se sentó en la cama olvidada de su
absoluta desnudez.
—¡«El Fantasma Burlón»! —gritó.
Kilmaur se sentó también.
—Pero ¿crees en leyendas estúpidas? —
exclamó.
La risa cesó de pronto. Casi en el acto se oyó
un espantoso alarido.
Fue un grito muy breve, pero terriblemente
penetrante, que parecía atravesar todas las
paredes. Pamela se tapó los oídos con las
manos.
—Alguien ha muerto...
25. 594
En aquel momento, se produjo un terrible alboroto en la
popa. Así se enteraron de lo que le había ocurrido a Beamis.
Se contemplaron recíprocamente.
—¿Habrá sido «él»? —murmuró la joven.
—No me cabe la menor duda, pero ¿quién es?
—Se me ocurre una hipótesis. Sea quien sea ese fantasma, yo
diría que quiere exterminar a los piratas uno por uno. ¿No lo
crees así?
—Es muy posible…
—Si pudiéramos hablar con él, lo sabríamos...
La joven se interrumpió de repente, con la vista fija en algo
que había en el suelo, junto a la puerta del cuarto de aseo.
—Mira— susurró.
—Es agua pura, perfectamente potable —dijo en voz baja—.
Toma, bebe, pero no hagas excesos. Hay unos cinco litros y,
si nos racionamos, pueden durar otros tantos días.
—¿Tendremos que dar gracias al fantasma?
—Sea quien sea el que haya dejado esta cantimplora, a partir
de ahora cuenta con nuestra gratitud eterna —dijo el joven—.
Pero ¿cómo ha llegado hasta aquí en pleno día?
26. 595
Un rugido bestial inundó la pequeña casa junto al
pantano.
Las ventanas golpearon con más fuerza aún y hasta las
paredes parecía que fueran a ceder de un momento a otro.
Cobró conciencia de que había enfurecido a las fuerzas
del mal y se aterrorizó. Salió de la casa como pudo,
golpeada incluso por la puerta que la hizo caer de bruces.
Mas, olvidándose de sus pequeños dolores y erosiones, se
levantó y siguió corriendo, alejándose de la casa donde
las furias del averno estaban desatadas al no poderse
llevar consigo el alma del viejo.
La señora sabía que había evitado que su alma se
precipitara a los abismos infernales, pero la había
condenado a quedar dentro del cuerpo ya muerto, a
merced de cualquier monstruosa invocación…
Amigo lector, si en alguna ocasión encuentras la bola de
cristal roja, la verdadera, la que encierra los ojos de
Satán, o descubres el lugar dónde se halla el
Necronomicón, por favor, escríbeme.
27. 596
RECETARIO
Para cuatro personas.
Ingredientes: un gato o un perro, aunque
preferentemente para este plato debe elegirse un perro,
que no sea de gran tamaño y a ser posible de los caseros,
para que no tenga excesivamente desarrollada la
musculatura. Ajos en abundancia. Cebollas en
abundancia. Sal. Especias al gusto, aunque se sugieren
preferentemente la pimienta negra molida o la nuez
moscada. Tiempo de preparación: diez minutos, si
previamente ha sido troceado el perro. Tiempo de
cocción: dependiendo en buena parte de la calidad de la
vianda, nunca será inferior a los setenta y cinco minutos.
El gusto base puede ser al ron, al whisky o a la menta,
para lo cual se irán añadiendo chorritos de estos licores
durante el tiempo que dure la cocción.
Una vez terminada la cocción, dejaremos la vianda en
reposo y prepararemos la crema de acompañamiento,
que consistirá...
28. 597
Loretta cerró la puerta. Respiró lo más hondo
que pudo. Desde que había llegado a aquel
lugar todo eran cosas raras, chocantes,
sorprendentes, por no calificarlas de peor
manera.
En realidad, todo lo que estaba sucediendo no
le gustaba absolutamente nada.
Empezando por el hombre bajo y gordo que
bebía sangre y que, sin duda para
impresionarla, le dijo que aquélla era sangre
humana; siguiendo por el hombre de la
americana a cuadros, que al parecer estaba
convencido de que Reginald, Nicholas y Max
volverían a escaparse; y concluyendo por
Roger Burggan, un loco de muy buen ver, pero
un loco a fin de cuentas, del que ella,
razonablemente, no debía fiarse.
29. 598
—¿Qué ocurre?
—Es él.
—¿Quién?
—El alquimista dibujado aquí es su vivo retrato.
Sayal largo, cabellos blancos, rostro cadavérico, ojos
sin pupilas aparentes, y en la mano lleva una
representación de Mammy White.
—Pero, ¿a quién te estás refiriendo? —insistió,
nerviosa.
—¿A quién va a ser? Al asesino, al extraño y maligno
ser que se ha llevado consigo al doctor, escapando así
del psiquiátrico Victory.
En aquel instante, una sombra oscura, flaca y muy
alta, que proyectó una sombra fantasmal y estrecha
sobre los libros de las estanterías que cubrían
totalmente las paredes, apareció tras ellos.
Los ojos del gato fueron los primeros en descubrirla,
y el animal disparó los músculos de su cuerpo y saltó
en el aire, maullando…
30. 599
Inesperadamente, una bala le rozó la parte exterior del
muslo derecho. Empezó a cojear. Perdió velocidad.
Dos perros más lo atacaron. Uno consiguió morderle el
brazo izquierdo, mientras degollaba al otro. Cuando el
primero volvía a atacarle, le asestó un tajo tremendo,
que le cortó la cabeza en el acto.
A cincuenta pasos de distancia, un hombre plantó los
pies firmemente en la tierra cenagosa, apuntó y apretó
el gatillo.
Durratt se tambaleó, aunque no cayó. Sabíase
gravemente herido, pero todavía tenía una posibilidad.
Conocía un lugar donde esconderse...
Atemorizados por la sangre de los canes muertos, los
restantes aullaban con furia, pero sin atreverse a atacar
a un enemigo, del que su instinto les decía era aún más
peligroso que ellos mismos. Al fin, Durratt consiguió
alcanzar el borde de la ciénaga. Un par de pasos más y
estaría salvado, se dijo:
Durratt saltó hacia adelante, con los brazos abiertos, y
cayó al agua con gran chapoteo. Vapores amarillentos
se elevaron en el acto, mientras el hedor de la charca se
extendía por todas partes…
31. 600
Se quedó rígido como un madero, helado como un trozo de
hielo. La armadura avanzaba hacia él, lenta, un poco
pesadamente, pero sin detenerse.
En aquel momento oyó la voz. Una voz que sonaba a
ultratumba, a muerte.
—He recobrado la vida...
¿Acaso puede tener vida una armadura? No, imposible. Una
armadura es sólo un armazón de hierro, sin nada dentro, algo
hueco, vacío.
Sin embargo, la voz había sonado y Victor Weey la había
oído perfectamente.
—¿Quién eres? —preguntó con un escalofrío nervioso.
—Soy lord Weey.
Victor Weey movió la cabeza negativamente,
obstinadamente. Eso no podía ser cierto. De ninguna manera.
—Lord Weey murió hace siglos...
—Acabo de decírtelo, he vuelto a la vida —volvió a oír
aquella voz—. Y de ahora en adelante yo seré el verdadero
dueño de esta mansión y actuaré en consecuencia...