1. 25/10/2014 Legión de Los Andes - Paso del Maule
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Paso del Maule
03 de Abril 1814
La noticia de la derrota de los patriotas en las
cercanías de Talca, llegó al campamento de Gainza
en las primeras horas del día 30 de marzo, y fue
inmediatamente transmitida a Chillan. En ambas
partes se celebró con salvas de artillería y con las
más entusiastas demostraciones de contento.
Gainza, que pocos días antes había dado a Elorreaga
la orden de evacuar a Talca y de retirar al sur del
Maule las tropas que la guarnecían, ahora, repuesto
de sus temores y vacilaciones, celebraba que sus
órdenes no hubiesen sido obedecidas; y se disponía
a aprovechar prontamente las ventajas que le ofrecía
ese inesperado triunfo. Su plan se reducía a dirigirse
a marchas forzadas a la orilla del Maule, pasarlo
antes que OHiggins, y dejando acordonadas las
orillas de este río con alguna fuerza, para entretener
al ejército patriota, marchar apresuradamente sobre Santiago donde no se le podía oponer una
seria resistencia. Gainza tenía una fe ciega en los informes que le habían dado en el Perú y que
le habían confirmado en Chillan, según los cuales la capital de Chile era esencialmente realista, y
que bastaba acercarse a sus suburbios para que su población, fatigada por los trastornos y
excesos revolucionarios, se pronunciase abiertamente por el restablecimiento del gobierno
antiguo.
Ese mismo día 30 de marzo, O´Higgins había pasado con su ejército el río Perquilauquen. Una
guerrilla de 30 dragones, que se había alejado de su centro para quitar algunos caballos al
enemigo, supo que éste había recibido la noticia del combate de Talca. Por más que algunos
jefes se resistieron a creer ese desastre, aquella noticia produjo en el ejército patriota la más
dolorosa impresión. Se comprendía que la pérdida de la división de Blanco ponía a la capital en el
mayor peligro, y que ahora era más necesario que antes acelerar las marchas para cerrar el paso
a los enemigos. Por lo demás, la incomunicación con Santiago había llegado a hacerse tan
absoluta, que casi desde un mes atrás O´Higgins no recibía carta ni oficio alguno del gobierno; y
no tenía más noticia de lo que ocurría al norte del Maule que las que sus espías podían
procurarse en el campo enemigo, o las que suministraban en sus declaraciones vagas e
inconexas los soldados realistas que tomaba prisioneros. Durante la marcha del día siguiente (31
de marzo) en que el Ejército alcanzó a acampar en las orillas del estero de Bureo, O´Higgins
sorprendió un correo de Gainza, y por las comunicaciones que éste llevaba, comprendió que el
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desastre de Talca era una triste realidad que lo obligaba a no darse descanso para salvar a la
capital.
Para ello le era forzoso vencer no pocas dificultades. No sólo tenía muy escasos medios de
movilidad, sino que le faltaban muchos de los recursos más indispensables para la mantención
de sus tropas. Venían éstas alimentándose con las requisiciones que se veían obligadas a hacer,
o con los ganados que sus guerrillas lograban quitar al enemigo; pero traían además manadas de
ovejas cuyo arreo les imponían no pocas fatigas. El 1° de abril, la marcha fue entorpecida por
esta causa en el paso de los ríos Longaví y Archibueno; pero O´Higgins resuelto a no detenerse,
dejo abandonaba una gran porción de ese ganado, y al oscurecer llegó a acampar a la orilla norte
del último de esos ríos. Allí supo que esa misma noche había llegado Gainza a la villa de Linares
con la mayor parte de sus fuerzas. Ambos ejércitos quedaban así separados por una distancia de
menos de dos leguas.
Los jefes patriotas celebraron junta de guerra. La noche era lluviosa; y aunque la luna estaba en
creciente, las espesas nubes que entoldaban el cielo apenas dejaban pasar alguna luz. Pero la
luna debía ocultarse a medianoche, de manera que desde esas horas debía reinar una oscuridad
absoluta. En aquella junta de guerra se resolvió esperar a esa hora para poner en movimiento
toda las tropas, y caer de sorpresa sobre Linares al amanecer, en la confianza de que un ataque
ejecutado con toda resolución, debía necesariamente confundir y dispersar al ejército enemigo. Al
efecto, los jefes ordenaron que se dejasen aparejadas las mulas que cargaban las municiones; y
poco después de las 12 de la noche se comenzó a prepararlas para la marcha. Esta operación
que corrió a cargo del comandante de bagajes don Manuel Vega, hizo perder mucho tiempo.
Pasadas de las tres de la mañana, la tropa estaba lista para romper la marcha. En esos
momentos, una catástrofe tan alarmante como inesperada, vino a frustrar aquel plan. Una mula
que se tendió sobre el suelo en que los soldados habían tenido fogatas, fue causa de que el
fuego se comunicase a los tercios de municiones de que estaba cargada. Se sintió
repentinamente una violenta explosión, que produjo un sacudimiento de terror en todo el campo.
Los fragmentos inflamados que cayeron, comunicaron el incendio a otras 20 cargas de pólvora,
de lanzafuegos y de tarros de metralla que, lanzados al aire, caían destrozados cubriendo el
suelo de cascos. Aúnque por una rara fortuna esta catástrofe no costó la vida de un solo hombre,
se produjo en el campo una gran confusión, y por el momento se creyó que era producida por un
asalto repentino del enemigo. Las tropas sin embargo, repuesto del primer impulso del terror,
formaron nuevamente la línea, y antes de dos horas estuvieron en estado de ponerse en marcha.
Pero se había perdido la ocasión de ejecutar la proyectada sorpresa, no sólo porque ya
comenzaba a aparecer la luz del día, sino porque el enemigo debía hallarse sobre aviso. Los
prisioneros realistas que llevaba el ejército patriota, aprovecharon la confusión de los primeros
momentos para tomar la fuga, y todo hacía creer que habían corrido a Linares a dar cuenta al
Gainza de lo que acababa de ocurrir en el campo patriota. Uno de esos prisioneros era un
sargento llamado Vicente Benavides, que debía adquirir más tarde una terrible nombradía por su
tenacidad para hacer la guerra a los patriotas, por sus singulares aventuras y por las crueldades y
devastaciones que ejecutó en los últimos años de la lucha.
A las ocho de la mañana de ese mismo día, 2 de abril, el ejército patriota se ponía en marcha con
todas las precauciones posibles; y pasando los riachuelos de Batuco Putagan, iba a acampar en
los llanos de Alquen. El ejército realista, siguiendo siempre una marcha paralela, acampaba esa
misma noche en Yerbas Buenas. Las guerrillas de ambos bandos sostenían algunas
escaramuzas de poca importancia; pero el valiente catalán Molina, el más activo de los
guerrilleros de O´Higgins, consiguió tomar algunos prisioneros a interceptar las comunicaciones
en que Gainza encargaba al comandante Calvo que viniese a las orillas del Maule con las fuerzas
de Talca para favorecer en el paso de Duao la marcha del ejército realista. Estos avisos, que era
la confirmación de las noticias que había recogido el general patriota, no dejaban la menor duda
acerca de los verdaderos propósitos del enemigo. El paso del río Maule para apoderarse de los
caminos que conducen a la capital, era el objeto de las aspiraciones de los dos generales
contendientes. Cada cual de ellos creía que la victoria definitiva sería de aquel que ganase la
delantera.
Los dos ejércitos, en efecto, continuaron la marcha en la mañana siguiente (3 de abril, domingo
de Ramos). Los patriotas, que avanzaban con mayor rapidez, se hallaron a la una del día en las
orillas del Maule, enfrente del vado de Duao o de los Alarcones, como también se le llama en las
relaciones contemporáneas. Sus guerrillas que pretendieron pasarlo, retrogradaron rápidamente
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avisando que la banda opuesta estaba guardada por un grueso destacamento de fusileros
apoyados por dos o tres cañones. En la junta de guerra y allí celebraron los jefes patriotas, el
coronel Balcárce fue de opinión que se forzarse resueltamente el paso; pero esta empresa ofrecía
los mayores peligros. El ejército, atacado de frente por las fuerzas de Talca que ocupaban la
banda norte del río, podía ser destrozado por las tropas de Gainza, que venían acercándose
rápidamente por el lado del sur. O´Higgins rechazando abiertamente el dictamen de Balcárce,
creyó un momento que la contienda podía decidirse en esos lugares. En consecuencia, mantuvo
sus tropas en son de combate, hizo cortar algunos árboles para formar trincheras para su
infantería, y poniéndose él mismo a la cabeza de la caballería, fue, cerca de las cuatro de la
tarde, a inquietar al ejército enemigo que continuaba avanzando hacia el río.
Pero Gainza no quería presentar un combate cuyo éxito podía ser dudoso. Estaba persuadido de
que una vez en la banda norte del Maule, era dueño de Chile, porque al paso que podía avanzar
hasta la capital sin hallar resistencia alguna, dejaba a O´Higgins en una región esquilmada por la
guerra, donde su ejército, privado de todos los recursos, debía disolverse necesariamente. Así,
pues, al saber que los patriotas habían ocupado la orilla del río en el punto por donde había
pensado atravesarlo (Duao), cambió el rumbo de su marcha, dirigiéndose hacia el poniente para
acercarse al paso de Bobadilla situado cerca de dos leguas más abajo. Al efectuar este
movimiento, las caballerías de ambos ejércitos estuvieron a la vista, y las partidas de avanzada
sostuvieron ligeras escaramuzas; pero aunque O´Higgins parecía empeñado en provocar a
combate al enemigo disponiendo un ataque de sus dragones que no alcanzó a efectuarse, este
último siguió imperturbable su marcha hacia Bobadilla. O´Higgins continuó hostilizan dolo con
pequeños tiroteos hasta entrada la noche, y enseguida dio la vuelta a las inmediaciones del paso
de Duao, donde quedaba acampado su ejército.
Una hora más tarde comenzaba Gainza a cruzar el río por el vado de Bobadilla. Las fuerzas
realistas que ocupaban la banda del norte, favorecían este movimiento. Sin embargo se
suscitaron en su ejecución no pocas dificultades. Se hicieron sentir en algunos cuerpos los
primeros síntomas de la resistencia que el año anterior habían opuesto los batallones chilotes al
pasar ese mismo río, al otro lado del cual creían hallar una desastrosa derrota; pero el ardor o su
entusiasmo de algunos de los jefes que pensaban marchar a una victoria segura y definitiva,
infundieron aliento a las tropas. A pesar de todo, el paso del río, emprendido en la oscuridad de la
noche y teniendo que transportar numerosas piezas de artillería y muchas carreras de municiones
y de bagajes, no pudo efectuarse sin cierto desorden que habría podido ser funesto al ejército
realista. Probablemente, O´Higgins había logrado dispersarlos o por lo menos causarle grandes
pérdidas, si hubiera aprovechado esos momentos para empeñar un ataque vigoroso.
Pero O´Higgins tenía otro plan que creía más seguro para salvar a la capital del peligro a que iba
a exponerla el avance del ejército enemigo, o siquiera de la parte de él que logrará pasar al norte
del Maule. "No quise entrar en acción decisiva con el enemigo al sur de ese río, a pesar de mi
gran fuerza, decía el mismo O´Higgins, para no exponer nuestra causa a la suerte de una batalla,
cuando creía probable que podría asegurarla a satisfacción y sin aventurar la vida de un solo
hombre." Al regresar a su campamento, poco después de oscurecer, dispuso que su ejército se
alistará para emprender la marcha. Llevaba consigo dos campesinos perfectamente conocedores
de aquellos campos y de todos los pasos del río; y había resuelto cruzarlo, no por el de Duao,
que tenía enfrente y que estaba defendido por los realistas desde la orilla opuesta, sino por otro,
conocido con el nombre de las Cruces o de Queri, que existe como dos leguas más al oriente.
Ese paso, que por su alejamiento del camino real y por otros inconvenientes era poco
frecuentado, no estaba defendido por el enemigo, de tal modo que obrando con toda la actividad
que las circunstancias requerían, el Ejército podía cruzar el río por allí sin más dificultad que las
que oponía la naturaleza. El coronel Mackenna, que apoyaba este plan todo el prestigio de su
experiencia militar, partió inmediatamente hacia el punto designado con 250 infantes, 180 jinetes
y dos cañones de campaña, para preparar el cumplimiento de esta operación.
O´Higgins se mantuvo todavía dos horas más enfrente de Duao con el grueso del ejército. Mando
dejar tendidas algunas tiendas de campaña y encendidas las fogatas de su campamento para
engañar al enemigo. El empeñoso guerrillero Molina recibió la orden de mover con dirección al
poniente algunos carros cargados de piedras para que sin ruido quisiera creer a los realistas de la
otra banda del río que el ejército patriota se proponía tomar ese camino. Dispuso, además, O
´Higgins que se abandonasen en los bosques vecinos todos los bagajes, que no eran
estrictamente necesarios, y la parte del ganado que no fuera posible transportar. Tomadas estas
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precauciones, el ejército se puso en marcha hacia el oriente por un camino fragoso y disparejo,
pero que la constancia de los soldados pudo vencer sin inconveniente. Antes de las dos de la
mañana, todas las tropas se encontraron reunidas en el punto convenido. La luz de la luna
próxima a su plenitud, había favorecido este movimiento.
Entonces se dio principio al paso del Maule. Un destacamento de 200 infantes, mandados por el
comandante accidental de granaderos don Enrique Campino, y transportados a la grupa por otros
tantos jinetes, cruzó el río con toda felicidad, y fue a atenderse en guerrillas en la banda del norte
para favorecer el paso del resto del ejército. El agua llegaba a los pechos de los caballos, y la
impetuosidad de la corriente embarazaba en ciertos puntos la marcha. El paso de los cañones y
de las 30 carretas de municiones y bagajes, ofreció todavía mayores dificultades. Los más
animosos entre los soldados se echaban al agua, y trabajaban con sus brazos para secundar el
esfuerzo de los animales de tiro. Al amanecer del 4 abril todo el ejército patriota se hallaba en la
banda norte del río; pero quedaban atascados en los pedregales tres cañones y algunos carros
que no habría sido posible sacar en la oscuridad de la noche.
Esta operación, ejecutada con tanta regularidad como fortuna, puesto que no costaba la vida de
un solo hombre, no había sido montada por el enemigo en toda aquella noche. En la mañana
siguiente, Gainza y los otros jefes se preparaban para dirigirse a Talca, felicitándose llenos de
contento de haber pasado el Maule y de dejar a O´Higgins detenido en la ribera opuesta. En esos
momentos llegó un oficial con el aviso de que el campamento que ocupaban los patriotas la tarde
anterior, se hallaba desierto. En el acto salieron algunas partidas a recorrer la orilla del río en
busca de noticias del ejército patriota. Una de ellas, que se había dirigido al oriente y que alcanzó
a divisar las nuevas posiciones de ese ejército, volvía dos horas más tarde a avisar al general
español que el plan de campaña en que había puesto tantas esperanzas, quedaba
desconcertado.
Sin embargo, con aquel movimiento, O´Higgins no había conseguido más que vencer una parte
de las dificultades de su situación. Le era forzoso todavía acelerar la marcha hacia el norte para
cerrar a Gainza el camino de la capital. Mientras tanto, al paso que él se vio forzado a
permanecer todo el día 4 de abril en el mismo sitio para sacar de la caja del río sus cañones y
sus bagajes, el ejército realista avanzaba tranquilamente hasta Talca. Desde allí despacho
inmediatamente un destacamento de 500 hombres y seis cañones a la hacienda de Santa Rita, al
norte del Lircay, para qué, tomando una posición ventajosa, impidiesen a O´Higgins el paso de
ese río.
El ejército patriota, después de reparar, sus carros y de adelantar sus espías para conocer las
posiciones del enemigo, rompió la marcha de la mañana del 5 abril. O´Higgins, queriendo evitar en
esa región las exacciones que habían hecho odiosos a los patriotas al sur del Maule, decreto esa
mañana, en la orden del día, que irremisiblemente sería fusilado el individuo de su ejército que
cometiese un robo cuyo valor fue se ha apreciado en cuatro reales o más. El fiel cumplimiento de
esta orden comenzó a captarle la buena voluntad de los pobladores de esos campos. Así, aunque
los caminos eran pésimos, sobre todo al acercarse a las orillas del Lircay, O´Higgins, recibiendo
informes seguros sobre los movimientos del enemigo, consiguió acampar esa noche al norte de
este río, más al oriente del sitio que ocupaba un destacamento realista, y por lo tanto, burlando
los planes de Gainza. El día siguiente (6 de abril), continuando su marcha con la misma
actividad, el ejército patriota llego a acamparse cerca de medianoche al sitio denominado los Tres
Montes de Guajardo. La luz de la luna había favorecido esta marcha.
Las avanzadas a realistas, en partidas más o menos numerosas, no cesaban de inquietar a los
patriotas, esperando la ocasión oportuna para atacarlos. Al amanecer del 7 de abril, cuando el
ejército comenzaba a levantar su campo para continuar la marcha, se presentó a cierta distancia,
por el lado del norte, una gruesa columna de caballería, cuyo número se hacen subir a 700
hombres. Inmediatamente hizo O´Higgins reunir unos 400 jinetes bajo las órdenes de los
comandantes don José María Benavente y don Andrés de Alcázar, apoyados por dos cañones y
por 50 granaderos de infantería que mandaba el teniente don Francisco Barros. Los dos
destacamentos vinieron a las manos a una legua de distancia. Por una y otra parte, los soldados
echaron día tierra; y hubo un momento en que adelantándose los realistas estuvieron próximos a
apoderarse de los cañones patriotas, que tuvo que defender el teniente Barros con sus infantes.
La vista del ejército de O´Higgins que avanzaba acelerando su marcha y adelantando partidas de
tropas en auxilio de las que habían empeñado el combate, obligó a los realistas a retirarse
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apresuradamente. Los patriotas tuvieron tres hombres muertos y 11 heridos; pero las pérdidas
que el enemigo habían sido mayores.
A las dos de la tarde el ejército llegaba al río Claro. El enemigo, con fuerzas considerables,
ocupaba la orilla opuesta, resuelto a impedir el paso, que en esas condiciones presentaba no
pocas dificultades. O´Higgins hizo colocar en una altura inmediata dos piezas de artillería. Los
fuegos de estas, dirigidos con todo acierto por el capitán don Nicolás García y por el teniente don
José Manuel Borgoño, introdujeron después de un corto cañoneo la confusión y el desorden en
las filas enemigas, las obligaron a retroceder y favorecieron la marcha del ejército que pudo pasar
el río con su tren y sus bagajes, y sin perder un solo hombre. Las partidas de avanzadas que
persiguieron a los realistas, les tomaron ocho prisioneros, uno de ellos oficial, de quienes
obtuvieron algunas noticias sobre los planes y la situación de Gainza. El infatigable guerrillero
Molina consiguió apoderarse en esas escaramuzas de una partida de ganado vacuno que fue
destinado para el mantenimiento de la tropa. A las cuatro de la tarde, por fin, el ejército patriota
tomaba posesión del espacioso caserío de la hacienda de Quechereguas, y establecía allí su
campo, seguro ya de haberse adelantado al enemigo, y de tener libre y expedito el camino para la
capital.
Los jefes patriotas celebraron esa misma tarde una junta de guerra. Sabían de positivo que
Gainza, burlado en su plan de adelantarse a Santiago, pero contando con tropas más numerosas
desde que había reunido a su ejército las fuerzas y guarnecían a Talca, no tardaría en ir a
atacarlos para decidir la contienda en un combate. Estaban además al corriente de que el
gobierno, al saber que el ejército patriota acababa de pasar el Maule, había dispuesto que la
división de reserva organizada por el comandante don Santiago Carrera, avanzase rápidamente
hacia el sur para reforzarlo. En aquella junta de guerra, sostuvo el coronel Balcárce que el ejército
debía continuar sin demora su marcha a la capital para recibir los refuerzos y socorros de que se
hablaba, y ponerse en estado de presentar combate con plena confianza en el éxito. O´Higgins y
Mackenna, impugnando con toda energía ese dictamen, declararon que el ejército estaba en el
deber de mantenerse en esas posiciones, desde las cuales, al paso que resguardaba la capital
contra todo peligro de invasión, detenía los progresos del enemigo impidiéndole dilatar el campo
de sus operaciones y hacer sentir los estragos de la guerra en las provincias en que los patriotas
podían hallar los recursos que necesitaba. Resueltos a no retroceder un solo paso, O´Higgins y
Mackenna comenzaron a tomar esa misma tarde sus disposiciones militares para defender la
posición que ocupaban.