SlideShare una empresa de Scribd logo
See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.net/publication/312096378
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Chapter · January 2007
CITATIONS
0
READS
54
1 author:
Some of the authors of this publication are also working on these related projects:
ARCHEOSTRAITS - Iron Age landscapes on the Straits of Gibraltar View project
O Baixo e Médio Guadiana (séculos VIII a.C. - I d.C.): Percursos de uma fronteira View project
Francisco José Garcia Fernandez
Universidad de Sevilla
77 PUBLICATIONS   203 CITATIONS   
SEE PROFILE
All content following this page was uploaded by Francisco José Garcia Fernandez on 06 January 2017.
The user has requested enhancement of the downloaded file.
Capítulo II
El poblamiento turdetano en la
comarca de Marchena
Francisco José García Fernández
Universidad de Sevilla
Página 82 en blanco
I.	 INTRODUCCIÓN
	 El siglo VI a.C. termina con una crisis en el área tartésica que afecta en mayor
medida al Bajo Guadalquivir y a las comarcas mineras de Sevilla y Huelva. Esta
crisis se manifiesta, a nivel territorial, en la interrupción de la ocupación de algu-
nos asentamientos (Escacena 1993), en la concentración de la población en los
núcleos de primer orden, así como en el abandono de las necrópolis orientalizan-
tes, que no volverán a ser utilizadas durante la II Edad del Hierro (Escacena y
Belén 1994). Sin embargo, todavía no se ha llegado a un consenso sobre las cau-
sas que desencadenaron esta situación, lo que dificulta –como veremos– el plan-
teamiento de hipótesis sobre su repercusión a nivel local y el panorama que nos
encontraremos a partir del siglo V a.C.
	 En un primer momento los investigadores atribuyeron a factores externos
el final del periodo orientalizante (Alvar 1993; Martínez y otros 1995). Schulten
(1971) y posteriormente García-Bellido (1942) destacaron el papel de Cartago en
la destrucción de Tartesos, dentro del proceso de expansión militar que llevaría a
la potencia norteafricana a dominar las colonias fenicias de Occidente (Alvar y
otros 1992). Otros investigadores, entre los que destaca Mª Eugenia Aubet (1994:
293 ss.), pusieron en relación la caída de Tiro en manos de Nabucodonosor con
la hegemonía de Cartago en el Mediterráneo Occidental y la crisis de Tartesos, a
raíz del colapso del comercio de plata con Oriente, que afectó inevitablemente al
ámbito colonial fenicio. Por último, J. Alvar (1980) y C. González Wagner (1983:
29-31; 1984: 215-216) piensan que la fundación de Massalia a mediados del
siglo VI a.C. pudo alterar las líneas de abastecimiento de estaño, anteriormente
en manos fenicias, gracias al descubrimiento de una vía interior que comunicaba
el litoral atlántico con el Golfo de León. En consecuencia, los comerciantes feni-
cios se vieron incapaces de abastecer la demanda de las aristocracias tartésicas,
lo que sin duda debió repercutir no sólo en la balanza comercial, sino también en
el propio equilibrio que sustentaba las relaciones socio-políticas en el ámbito in-
dígena, basadas en una economía de prestigio (González Wagner 1995: 121).
	 Desde mediados de los años ochenta del pasado siglo Fernández Jurado (1986
y 1986b) viene proponiendo un origen interno para la crisis del mundo tartésico.
En su opinión, a finales del siglo VI a.C. se produjo un colapso de la producción
metalúrgica originado, no tanto por el agotamiento del mineral, como por la in-
capacidad técnica para seguir explotando las vetas situadas a mayor profundidad,
“una vez agotadas las monteras superficiales en las que se encontraba la mayor
cantidad de plata y de superior ley” (Fernández Jurado 1986b: 573). Esta tesis
 84 
Francisco José García Fernández
endógena fue seguida, no sin matices, por otros autores como J. Alvar (1991),
J.L. Escacena (1987 y 1993) o el propio González Wagner (1995), que se hacen
eco de la dimensión económica del fenómeno y sus repercusiones a nivel social y
político. Así pues, a partir de un determinado momento los distintos investigado-
res comienzan a contemplar el final del periodo orientalizante no como un hecho
puntual y traumático, sino como un proceso complejo en el que confluirían diver-
sos factores (Martínez y otros 1995: 489). Jaime Alvar, por ejemplo, sostiene que
la crisis minero-metalúrgica pudo acarrear una desestructuración interna de Tar-
tesos y un colapso de las relaciones de intercambio con el mundo colonial (Alvar
y otros 1992). Sin embargo, la desaparición de las relaciones “horizontales” no
supone necesariamente una ruptura de las relaciones de tipo “vertical” entre el
grupo dominante y el resto de la población, que redefiniría su posición de privile-
gio mediante la intensificación de las actividades económicas tradicionales: agri-
cultura y ganadería. La crisis de tartesos, por tanto, no sería más que el fin del
“orientalizante”, entendido éste como el resultado de las relaciones comerciales
establecidas entre los fenicios y las aristocracias locales (Alvar 1993: 198-199).
	 La tesis de Escacena va aún más lejos, ya que a los factores de índole ex-
terna, como el descenso en la demanda de metales debido a la decadencia de los
establecimientos coloniales, que afectaría sobre todo a las comarcas mineras y
a los núcleos relacionados con la transformación y comercialización del mine-
ral, habría que añadir una crisis agropecuaria en las campiñas interiores, provo-
cada posiblemente por cambios en las condiciones ambientales (Escacena 1987:
297). Esta situación debió agudizar las tensiones existentes entre el elemento in-
dígena y las poblaciones de origen oriental, más o menos latentes durante el pe-
riodo orientalizante (Escacena 2004: 16) y que se manifiestan ahora en la ocul-
tación de tesoros, la aparición de niveles de incendio en algunos asentamientos
o en la construcción de sistemas defensivos en los principales centros (Escacena
1993: 209). En esta misma línea FerrerAlbelda opina que la depresión económica
originada por la crisis metalúrgica en Tartesos (desvío en las líneas de abasteci-
miento de estaño, dificultades técnicas de extracción de la plata, introducción del
hierro, etc.) habría tenido graves consecuencias para el equilibrio de la sociedad
tartésica, sustentada, como hemos visto, en las relaciones entre la aristocracia in-
dígena y los comerciantes fenicios. La ruptura de esta estabilidad tuvo inevitable-
mente repercusiones en el plano sociopolítico, dando lugar a conflictos entre pe-
queñas confederaciones de ciudades y enfrentamientos armados que obligaron a
la construcción de defensas y a traslados de población (Ferrer 1994: 51).
	 Desde nuestro punto de vista, el colapso de las redes de intercambio, ya sea de-
bido a la crisis del sector minero-metalúrgico, ya como consecuencia de los cam-
bios que sucedieron a la caída de Tiro en el ámbito fenicio colonial, debilitaron los
fundamentos socio-económicos e ideológicos sobre los que se sustentaban las aris-
tocracias orientalizantes: el control de los excedentes productivos y el acceso limi-
tado a los bienes de lujo dentro de una incipiente economía de prestigio (González
 85 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Wagner 1995: 120-121). La ruptura de este equilibrio, en una sociedad articulada
aún en buena medida sobre los vínculos de parentesco, habría desencadenado un
conflicto en el que se vieron implicados los linajes principales y que, sin lugar a
dudas, debió menoscabar el estatus de los grupos dominantes, al menos tempo-
ralmente, a favor del resto de la población. Un retorno eventual a los sistemas de
convivencia pre-estatales y a los valores “tradicionales” propios de las sociedades
vernáculas del periodo precolonial (Escacena 1989), que desembocará inevitable-
mente en nuevas formas de organización y en un nuevo equilibrio que caracterizará
a las poblaciones de la II Edad del Hierro. No creemos, por tanto, que se deba ha-
blar de una fase de retroceso o declive generalizado, como han convenido la mayo-
ría de los investigadores, sino más bien un proceso de cambio, no necesariamente
traumático, que afecta principalmente a las esferas económica y sociopolítica, pero
que también tiene repercusiones a nivel ideológico. Las transformaciones que se
suceden en el ámbito indígena no tienen porqué coincidir con las que algunos años
antes habían comenzado a operarse en el mundo colonial, aunque ambas se pue-
dan encontrar estrechamente relacionadas (Aubet 1994: 295-296). Es más, hoy en
día nadie pone en duda que las consecuencias de la crisis económica no se hicie-
ron sentir de la misma manera en las distintas comarcas naturales que componen
el área tartésica, sino que cada una debió responder de manera diferente a la nueva
coyuntura bien mediante un cambio en la estrategia de explotación del territorio,
bien mediante una intensificación de la producción con el fin a obtener el máximo
provecho de los recursos disponibles. Es lo que se observa, por ejemplo, en la cam-
piña de Sevilla, al menos en su sector occidental, donde tras un breve periodo de
inestabilidad –recordemos los niveles de incendio documentados en Carmona (Pe-
llicer y Amores 1985) o el abandono de Montemolín (Bandera y otros 1993)– se
inicia una nueva etapa de crecimiento gracias a la cual no sólo se mantiene el te-
jido agrícola de época orientalizante, sino que se consolida el sistema de explota-
ción basado en pequeñas aldeas y factorías, así como la articulación política del te-
rritorio en oppida de mediano tamaño y núcleos protourbanos.
	 El caso de Marchena resulta de nuevo paradigmático, ya que si bien se asiste
a un retroceso en la ocupación a finales del siglo VI, apreciable sobre todo en al-
gunos asentamientos de mediano y pequeño tamaño, por lo general aldeas y gran-
jas de carácter agrícola como Cerro de las Monjas II (202), La Conejera (94),
Cortijo de la Torre II (159), Donadío I (47), Ladera de Montalbán (13), Las Moti-
llas V (74), Rancho I (119), San Ignacio I (15) y Salado II (40), la mayor parte de
los hábitats inaugurados durante el periodo orientalizante continuará sin interrup-
ción aparente durante la II Edad del Hierro, sobreviviendo incluso a la conquista
romana. Del mismo modo, durante la primera mitad del siglo V a.C. comienzan
a proliferar nuevos establecimientos agrícolas, sobre todo a orillas del río Cor-
bones y del arroyo Salado, duplicando en número las pérdidas sufridas a finales
de la centuria anterior. Se trata de Angostillo I (148), Angostillo II (149), Barra-
gua II (89), La Batalá (116), Cantera de Montemolín (151), Carrascal II (112),
La Charca II (30), Clarebout II (36), Clarebout IV (38), Cortijo de Vico (188), La
 86 
Francisco José García Fernández
Gamorra (97), Pago Dulce (163), La Platosa V (57), La Platosa VI (185), Porcún
Alto I (65), Pozo del Carretero (75), Rancho Antonio Metro (170), Rancho Luna
(25), Rancho Pozo Blanquillo (86), Santa Iglesia IV (80), La Verdeja III (46) y
Verdeja Nueva II (193).
	 ¿A qué responde esta rápida recuperación? En nuestra opinión la escasa re-
percusión que tuvo la crisis económica y social en la zona de Marchena, y en ge-
neral en la campiña de Sevilla, se debe al concurso de tres factores principales,
que determinaron en buena medida el nuevo periodo de auge que se inaugura a
inicios del siglo V a.C.
	 Por un lado se encuentra el extraordinario potencial económico de la co-
marca. Como ya hemos tenido oportunidad de ver en el capítulo anterior, las tie-
rras de la campiña ofrecían unas inmejorables condiciones para la implantación
de una agricultura diversificada, en la que se podían compaginar los cultivos ex-
tensivos de secano con el aprovechamiento de las vegas de los ríos y arroyos para
la producción de verduras y hortalizas. Las zonas de dehesa y la existencia de la-
gunas, en su mayor parte salobres, permitían además el mantenimiento de una
importante cabaña ganadera que, a juzgar por la información procedente de Mon-
temolín –no olvidemos su papel como centro sacrificial y redistribuidor de carne
salada (Bandera y Ferrer 1998; Bandera y otros 1999)–, debió ocupar un lugar
considerable en la economía, al menos desde el periodo orientalizante. La capaci-
dad agrícola de los suelos, que había posibilitado en tiempos pretéritos el desarro-
llo de una producción excedentaria destinada a satisfacer las necesidades de los
grupos dominantes y a mantener una creciente masa de especialistas, pudo haber
favorecido la rápida reactivación de la economía sin que apenas fueran necesa-
rios cambios en las estrategias productivas.
	 Un factor decisivo fue sin lugar a dudas la relativa estabilidad de las estruc-
turas políticas y sociales. Todo apunta a que, al menos en este sector de la Cam-
piña, las tensiones y conflictos que pusieron fin al periodo orientalizante no al-
teraron sustancialmente la organización política del territorio, afectando poco o
nada a los establecimientos agrícolas, mucho más vulnerables ante una situación
de conflicto. El papel de Carmona debió ser determinante en este sentido, ya que
tras un breve periodo de inestabilidad –que se intuye, como veremos, tanto en la
contracción del hábitat como la aparición de estructuras defensivas– sus grupos
dominantes fueron capaces de superar a tiempo los antagonismos surgidos a fi-
nales del siglo VI a.C. y reconducir las bases de su poder hacia nuevas formas de
organización, como se refleja en el papel predominante que a nivel político y te-
rritorial adquirirá este centro en los siglos venideros.
	 Por último hay que destacar la influencia del elemento púnico, cuya presen-
cia en los principales núcleos de población vuelve a ser cada vez mayor conforme
avanza el siglo V y nos adentramos en la siguiente centuria (García Moreno 1992;
Bendala 1993; Ferrer 1998). Este fenómeno puede estar relacionado, como vere-
mos, con los inicios de la intervención cartaginesa en el sur de la Península, entre
 87 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
cuyos objetivos se encontraba el control de las vías de penetración hacia los dis-
tritos mineros del Alto Guadalquivir y el reclutamiento de mercenarios, destina-
dos a sus ejércitos de Sicilia y norte de África (Pliego 2003: 52). De este modo,
la zona de Marchena se convierte de nuevo en un lugar estratégico tanto en rela-
ción con sus recursos, como por su ubicación, en la confluencia de las principa-
les vías que conectan el valle del Guadalquivir con la Alta Andalucía y la costa de
Málaga. Categoría
I.	 CLASIFICACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS
	 El poblamiento post-orientalizante o tartésico-turdetano perpetúa en gran me-
dida el modelo de ocupación de época orientalizante. De hecho, nos encontramos
con las mismas categorías de asentamiento, que a grandes rasgos pueden resumirse
en establecimientos de tipo granja, asentamientos de mediano tamaño o aldeas y
grandes núcleos de población. Para esta clasificación, que no pretende ser defini-
tiva, se han tenido en cuenta una serie de variables topográficas, arqueológicas y
ecológicas que ya se vieron en el capítulo anterior, aunque merece la pena recordar.
Para empezar se ha atendido, lógicamente, al tamaño, que determina sensiblemente
el rango, a lo que habría que unir la ubicación topográfica, en cerro, meseta, ladera
o llanura. La relación (física o visual) con las fuentes de recursos (hídricos, agrope-
cuarios, cinegéticos, etc.), así como la proximidad a las principales vías de comu-
nicación, aportan una valiosa información que afecta no sólo al carácter y función
de los distintos asentamientos, sino también al peso de los atractores físicos (cursos
fluviales, áreas de mayor potencialidad agrícola, etc.) en la configuración del pai-
saje humano. Por último, se ha prestado especial atención a la información propor-
cionada por los restos materiales, sobre todo en relación con la perduración crono-
lógica y cultural de la ocupación, la presencia o ausencia de sistemas defensivos, la
concentración o dispersión del hábitat, al existencia de estructuras de carácter sin-
gular, así como la aparición de determinados items –materiales de importación, ele-
mentos para el procesamiento de alimentos, formas específicas del repertorio cerá-
mico, etc.– que permitan inferir el lugar que ocupan algunos asentamientos dentro
de la organización política y económica del territorio.
	 La combinación de estas variables, algunas de las cuales se encuentran resu-
midas en los cuadros adjuntos, han constituido la base metodológica para la ela-
boración de la siguiente tipología.
Asentamientos de primer orden
	 Ante la ausencia de una nomenclatura más adecuada hemos venido apli-
cando a este tipo de hábitat el término latino oppidum (García Fernández 2005:
 88 
Francisco José García Fernández
893). Según Jiménez Furundarena (1993: 218), los romanos entendían por oppi-
dum un “núcleo amurallado con estructura y funciones urbanas, que se diferencia
del resto de las entidades de poblamiento –vicus, castellum, pagus– por su mayor
tamaño, tanto en superficie como en población”, frente al vocablo civitas, que
haría alusión a comunidades con una organización ciudadana, residieran o no en
núcleos urbanos. A pesar de su ambigüedad, o precisamente por ello, la literatura
arqueológica ha otorgado a este concepto un contenido mucho más específico,
que define a asentamientos de gran tamaño, generalmente fortificados, con una
excelente ubicación estratégica, destinada a controlar y dirigir la ocupación de un
territorio específico, que concentran a una buena parte de la población, principal-
mente especialistas a tiempo completo, así como los recursos, bienes de prestigio,
etc. De este modo, denominamos oppida a los asentamientos de gran tamaño, con
una extensión que supera las 2’5 has, ubicados en cerros amesetados o lomas de
mediana altura, con buena visibilidad y fácil defensa en caso de ataque. Estos es-
tablecimientos se sitúan generalmente en las proximidades de las principales vías
de comunicación, aunque relativamente alejados de los cursos fluviales y de las
tierras de mayor potencial agrícola. Ello se debe a que prima el interés estratégico
sobre el resto de los factores, con el fin de ejercer un control visual efectivo tanto
sobre los recursos económicos como sobre buena parte de los hábitats menores.
	 El origen de estos núcleos tuvo lugar a finales de la Edad del Bronce, o más
probablemente a inicios del periodo orientalizante, manteniendo una ocupación
ininterrumpida a lo largo del periodo tartésico-turdetano al menos hasta la con-
quista romana. En algunos casos estos asentamientos podían continuar habitados
durante los primeros siglos de la Era Cristiana, transformándose en entonces vici,
o lo que es lo mismo, en núcleos rurales de gran tamaño dependientes de una co-
lonia o municipio cercano (Curchin 1985: 335-336). Presentan un registro mate-
rial abundante y muy diversificado, sobre todo en lo que se refiere a la cerámica a
torno común y pintada. Destacan las formas relacionadas con el servicio de mesa,
cuencos y platos fundamentalmente, así como los grandes vasos de almacenaje y
los recipientes anfóricos, tanto de producción local como de importación. Estos
asentamientos pudieron haber contado con algún tipo de estructura defensiva, ya
que la ubicación topográfica, por sí sola, no es suficiente para mantener a salvo a
la población en caso de ataque. Sin embargo, la escasez de piedra en la zona obli-
garía a sus habitantes restringir su uso, recurriendo a otros materiales menos per-
durables, como la madera o el barro, que no han dejado aparentemente huella en
el registro superficial. En su interior apenas se han documentado estructuras emer-
gentes o restos constructivos de cierta entidad, sobre todo si tenemos en cuenta de
nuevo la escasez de piedra y el predominio del adobe en la construcción. Resulta
difícil, por tanto, ante la ausencia de excavaciones en extensión o prospecciones
geofísicas, hablar de una división funcional del hábitat o de una articulación or-
denada del espacio, propia de los centros protourbanos; aunque ello no excluye la
presencia, más que probable, de edificios singulares y los inicios de un urbanismo
de clara influencia oriental, como puede observarse en el caso de Montemolín.
 89 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
	 No en vano, Vico-Montemolín (153-154) es el único yacimiento que ha sido
objeto de intervenciones sistemáticas durante la década de los ochenta (Bandera
y otros 1995; Chaves y otros 2003), poniendo al descubierto un recinto ceremo-
nial de época orientalizante relacionado con el sacrificio ritual de ganado y la re-
distribución de carne entre la población (Bandera y otros 1999; Chaves y otros
2000). No obstante, si bien el tamaño y la orientación de los edificios exhumados
sugiere a sus excavadores la existencia de una organización espacial claramente
simétrica, que podría considerarse ya protourbana (Chaves y Bandera 1991), el
abandono de este establecimiento a finales del siglo VI a.C. y su carácter excep-
cional no permite de momento extrapolar sus características formales y técnicas
constructivas al resto del hábitat. De hecho, Montemolín no es más que la acró-
polis de Vico, un poblado de aproximadamente 3 has situado sobre una suave ele-
vación en la ladera noroeste del mismo cerro de Montemolín (Fig. 1). Lamenta-
blemente, la única intervención realizada hasta la fecha sobre este asentamiento
consistió en un sondeo estratigráfico de 3 x 3 metros de extensión y 6 metros de
profundidad, en el que se individualizaron 29 estratos correspondientes a los pe-
riodos tartésico orientalizante y tartésico turdetano (Chaves y Bandera 1987).
Ello confirmaría una ocupación ininterrumpida al menos desde finales del siglo
VII a.C. hasta los primeros siglos de nuestra era, aunque desconocemos si con an-
terioridad al Bronce Final ya se había instalado un hábitat estable en Vico, dado
que por razones técnicas no se pudo registrar la secuencia completa. La superficie
Figura 1: Vista de Montemolín desde el vecino cerro de Vico.
 90 
Francisco José García Fernández
de esta intervención sólo permitió documentar de forma muy parcial una sucesión
de muros rectilíneos con una orientación similar y sin cimentación, realizados
mediante mampuesto de piedra a modo de zócalo y alzado de adobe; así como al-
gunos niveles de ocupación constituidos por pavimentos de tierra apisonada con
restos orgánicos y fragmentos de cerámica, que sólo en ocasiones se encuentran
relacionados con niveles de habitación (véase Bandera y Ferrer 2002: 124-127).
Así pues, a pesar de su tamaño y de encontrarse situado en un lugar de gran valor
estratégico, no contamos con evidencias suficientes que permitan suponer una or-
ganización urbana, al menos no hasta mediados del siglo V, aunque es probable
que el poblado mantuviera un estatus preeminente a nivel territorial a lo largo de
la II Edad del Hierro, como prueba el hecho de que se instalara durante la II Gue-
rra Púnica un campamento militar cartaginés sobre los restos del antiguo santua-
rio, en el vecino cerro de Montemolín (Chaves 1990: 621).
	 Al igual que ocurre en el caso de Vico-Montemolín, Porcún I-II (68-69) y
Las Motillas I (70) forman parte de un único asentamiento de primer orden, si-
tuado en el extremo septentrional de la loma de Las Motillas.
	 Por un lado, los yacimientos de Porcún I-II constituyen un oppidum 10 has
ubicado sobre dos elevaciones cercanas, separadas únicamente por una vaguada
(Fig. 2). Se encuentra a 143 metros sobre el nivel del mar, en un emplazamiento
privilegiado a caballo entre la Vega de Carmona y la Campiña, controlando vi-
sualmente la vía que se dirige desde Carmona hacia Osuna y que discurre prácti-
camente a sus pies. La prospección superficial ha proporcionado un variado con-
junto de restos cerámicos, entre los que destaca la vajilla de mesa de semilujo,
compuesta por cuencos de diversos tipos y platos de borde vuelto decorados al in-
terior y al exterior con pintura roja bruñida. El repertorio de urnas bitroncocóni-
cas, evolución de los vasos “a chardón” de época orientalizante, es también bas-
tante significativo, tanto en lo que se refiere a la variedad formal como al número
de ejemplares documentados. Lo mismo se puede decir de las ánforas, aunque
en este caso se observa un predominio claro de las formas de tradición indígena,
principalmente Pellicer B-C y Pellicer D, frente a un reducido elenco de recipien-
tes importados. Por otra parte, se conoce un conjunto de armas procedente del ya-
cimiento de Porcún y depositadas actualmente en la Colección Arqueológica Mu-
nicipal de Marchena, compuesto por una punta de lanza y varios puñales
	 A pesar de sus reducidas dimensiones (1’5 has), Las Motillas I presenta el
repertorio material de época protohistórica más amplio y variado que se ha docu-
mentado en la prospección del T.M. de Marchena. Teniendo en cuenta su cerca-
nía al oppidum de Porcún, del que dista aproximadamente 350 metros, y las ca-
racterísticas del enclave sobre el que se sitúa –en el extremo septentrional de un
pequeño y abrupto cerro, descendiendo levemente hacia su ladera occidental–
no resulta descabellado suponer que se trate de una prolongación del mismo ya-
cimiento. Es decir, una acrópolis vinculada al hábitat principal, que estaría ubi-
cado en el siguiente cerro hacia el norte. Esta hipótesis viene apoyada no sólo
 91 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
por la contemporaneidad en la ocupación, que se prolonga desde época orienta-
lizante hasta finales del siglo III o inicios del II a.C. sino también por la excep-
cionalidad de los restos materiales documentados en superficie. Destaca sobre
todo el repertorio correspondiente a la vajilla de mesa, compuesta por una gran
variedad de cuencos, platos y vasitos tulipiformes con decoración pintada. Lo
mismo se puede decir de las urnas globulares, evolución de las antiguas urnas
“Cruz del Negro”, y de las urnas bitroncocónicas, entre las que predominan las
variantes de pequeño formato, destinadas posiblemente a un uso votivo. El con-
junto más abundante es, sin embargo, el de las ánforas, que constituyen aproxi-
madamente el 25% o el 30% de las formas identificadas. Los tipos más frecuen-
tes son los de producción local, esencialmente las variantes correspondientes la
forma B-C de Pellicer, aunque tampoco faltan las ánforas de importación, repre-
sentadas por los tipos arcaicos (Vuillemot R-1 o T-10.1.2.1 de Ramón) y las pro-
ducciones púnico-occidentales (T-8.2.1.1). Este predominio de las urnas y, sobre
todo, de los recipientes anfóricos puede estar indicando la existencia de un cen-
tro ceremonial con una función redistributiva, como hemos visto en Montemo-
lín, o bien de un edificio de carácter aristocrático donde se concentran los objetos
de prestigio y los recipientes de transporte y almacenamiento relacionados con
el consumo de las elites. No obstante, al contrario de lo que ocurre en Montemo-
lín, cuya vida se encuentra estrechamente vinculada al establecimiento de comer-
ciantes orientales durante la etapa colonial, Las Motillas continúa desempeñando
Figura 2: Vista de Porcún II desde Porcún I.
 92 
Francisco José García Fernández
la misma actividad a lo largo del periodo tartésico-turdetano, como demuestran
los restos cerámicos registrados en superficie, correspondientes a los últimos ni-
veles de ocupación, más alterados por la acción antrópica. Por su parte, la ausen-
cia de importaciones campanas –cerámicas de barniz negro y ánforas greco-itáli-
cas o Dressel 1– permiten proponer una fecha de finales del siglo III o principios
del II a.C. para el abandono de esta parte del complejo, probablemente en rela-
ción con la segunda Guerra Púnica o con los desórdenes que sucedieron a los pri-
meros años de la presencia romana en la Ulterior.
	 El caso de La Lombriz I (183) resulta menos evidente, pues se trata en rea-
lidad de un yacimiento de mediano tamaño que no supera la hectárea y media de
extensión. Sin embargo, no podemos pasar por alto que La Lombriz I se encuen-
tra situada en un emplazamiento privilegiado desde el punto de vista estratégico:
en el centro de la loma de La Lombriz, extendiéndose hacia su ladera surocci-
dental, con una visibilidad total que le permite controlar tanto la vega del arroyo
Salado y sus afluentes como la vía natural que, bordeando la propia formación,
comunica Marchena con la comarca de Écija (Fig. 3). Se trata además del único
asentamiento que podría asumir el papel de núcleo de primer orden en la orilla
derecha del río Corbones, frente a Porcún I-II y Vico-Montemolín, ya que Cerros
de San Pedro (en el vecino término de Fuentes de Andalucía) se encuentra a bas-
tante distancia, demasiada para controlar los numerosos establecimientos agríco-
las que se concentran en las lomas de La Verdeja, La Lombriz y La Platosa, así
como a lo largo de los arroyos Salado y Madrefuentes.
	 Como cabe esperar, los restos superficiales son escasos y poco significativos.
Ello se debe en parte a que estas tierras han estado destinadas tradicionalmente al
cultivo del olivo, cuyo mantenimiento requiere un laboreo ligero, con arados poco
profundos que afectan sólo superficialmente el substrato arqueológico. Asimismo,
la erosión a la que ha estado sometido el cerro ha desplazado una buena parte del
material hacia las laderas y vaguadas, alterando su distribución espacial y, en con-
secuencia, la estimación del tamaño y la disposición del yacimiento. Aquél está
compuesto esencialmente por restos cerámicos de época orientalizante, fabricados
tanto a mano como a torno, entre los que predominan los tipos pintados (con líneas,
bandas o motivos figurativos), las cerámicas grises y las ánforas fenicias de produc-
ción occidental. Por el contrario, el periodo tartésico-turdetano ha proporcionado
un repertorio material poco generoso y bastante más monótono, representado úni-
camente por cuencos, lebrillos y urnas, así como por los contenedores anfóricos de
tradición local, pertenecientes en su totalidad a la forma B-C de Pellicer.
	 Se puede proponer, por tanto, una ocupación ininterrumpida que iría, al
menos, desde el siglo VII a.C. hasta finales del siglo IV o principios del III, ya
que no contamos con evidencias suficientes que permitan suponer una perdura-
ción más allá de la conquista romana. Del mismo modo, la relativa desproporción
que se observa entre los restos de época orientalizante y la fase tartésico-turde-
tana –teóricamente más superficial– puede responder a la pérdida de importancia
 93 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
de este enclave a finales del siglo VI, aunque ignoramos si ello trajo como conse-
cuencia un cambio de estatus dentro de la jerarquía de poblamiento o si su papel
central fue asumido por otro núcleo de primer orden.
	 En último lugar vamos a detenernos en el yacimiento de La Fábrica (81),
situado en la cima del cerro del mismo nombre, a 132 metros sobre el nivel del
mar. A pesar de su tamaño (5 has), hay razones suficientes para pensar que nunca
alcanzó un papel relevante en la organización del territorio. Para empezar se sitúa
a poca distancia de Porcún I-II, un yacimiento que sí reúne todas las característi-
cas para ser considerado un centro de primer orden. Resultaría extraño que en un
territorio tan amplio dos asentamientos de la misma categoría se encontraran tan
próximos, compitiendo por las mismas áreas de captación de recursos. A ello ha-
bría que añadir su escasa visibilidad, que únicamente permite controlar con efec-
tividad las vegas de los arroyos del Carretero y Galapagar. Por su parte, el regis-
tro material es parco y monótono, como cabría esperar de un establecimiento de
tercer orden, lo cual resulta llamativo si tenemos en cuenta su tamaño. Está com-
puesto mayoritariamente por recipientes de transporte y almacenamiento, urnas y
ánforas de producción local, aunque se documentan también algunas formas co-
rrespondientes al servicio de mesa. Su ocupación se iniciaría en el periodo orien-
talizante, para continuar durante los siglos V y IV a.C. Debe tratarse, por tanto, de
una aldea de gran tamaño dependiente del vecino oppidum de Porcún, aunque sus
dimensiones serían probablemente mucho más modestas, si tenemos en cuenta
que la mayor parte del material se ha desplazado ladera abajo a causa de la pro-
pia dinámica postdeposicional.
Figura 3: Loma de la Lombriz, con el arroyo Salado al sur.
 94 
Francisco José García Fernández
	 Nos encontramos, en resumen, ante los centros rectores del poblamiento, el
lugar donde probablemente fijaron su residencia las elites aristocráticas, solas o
en connivencia con pequeñas comunidades de orientales asentadas en su territo-
rio mediante pactos, alianzas matrimoniales (González Wagner 1995: 116-117),
o bien a través del establecimiento de santuarios que sirvieran como elemento de
cohesión y garantizaran la transparencia de las relaciones comerciales (Bandera
y Ferrer 1998).
Asentamientos de segundo orden: torres o atalayas
	 Denominamos “torres” o “atalayas” a aquellos establecimientos de pequeño
o mediano tamaño que, por su ubicación topográfica –en cerros aislados o atala-
yas naturales– y su relación visual con los asentamientos de primer orden, esta-
rían destinados al control del territorio. Se encuentran relativamente alejados de
las principales fuentes de recursos, lo que redunda en su carácter eminentemente
estratégico, aprovechando por lo general la cercanía de alguna fuente de agua o
un arroyo con caudal permanente. En ocasiones se sitúan en un cruce de cami-
nos, como la Chaparra de Montepalacio (209), o bien en relación con una impor-
tante vía de comunicación, como el Cerro del Tarazanil (4), aislados de cualquier
otro tipo de hábitat. Si bien no se han documentado estructuras defensivas emer-
gentes, ello tampoco debe resultar extraño, si tenemos en cuenta las limitaciones
antes mencionadas y el carácter perecedero de la arquitectura en adobe y tapial.
Por otra parte, la toponimia es explícita en este sentido y alude indiscutiblemente
a la existencia de restos de una torre o atalaya en dos de los casos (Atalaya Alta y
La Torre), cuya estructura y ubicación pudo ser aprovechada a finales de la Edad
Media para situar las torres vigía que protegían la frontera con el reino de Gra-
nada (García Fernández 2005: 54; Borrero 1988).
	 Su cuenca visual domina un amplio espacio, completando la conexión esta-
blecida entre los asentamientos de primer orden. De este modo, el Cerro del Ta-
razanil (4) y La Torre I (84) controlarían, junto con La Fábrica (83), las vegas de
los arroyos del Carretero y Galapagar, así como su salida a la vega de Carmona,
que se extiende hacia el noroeste (Fig. 6). Del mismo modo, desde el Cerro del
Tarazanil se divisa el curso bajo del arroyo Salado, con un denso tejido agrícola,
que se une al del río Corbones en sus proximidades. Por su parte, la Chaparra de
Montepalacio (209), el Cerro del Orégano (145) y Atalaya Alta I (147) establecen
un eje más amplio en sentido suroeste-noreste que conecta visualmente el inte-
rior de la campiña de Marchena con las dehesas de Paradas y la vía que se dirige
hacia Morón de la Frontera (Fig. 6). El último punto, Atalaya Alta, se encuentra
de hecho junto al arroyo Hondo de la Rambla y próximo a la vía tradicional que
desde Carmona, pasando por Porcún y Montemolín, se dirige hacia Osuna.
 95 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
	 Ignoramos si las torres o atalayas cumplieron la misma función durante el pe-
riodo orientalizante, aunque todas presentan materiales de esta cronología, prin-
cipalmente cerámicas a mano, ánforas y cerámica a torno pintadas. Su ocupa-
ción no parece sufrir interrupción alguna, perdurando generalmente hasta finales
del siglo III; mientras que en otros casos sobreviven a la conquista romana, para
continuar con mayor o menor fortuna hasta los primeros siglos de nuestra Era. Al
igual que ocurre con los asentamientos de primer orden, y al contrario de lo que
cabría esperar de su tamaño y función, estos asentamientos han ofrecido un re-
gistro material abundante y diversificado en el que se encuentra representado la
práctica totalidad del repertorio cerámico tartésico-turdetano. Destaca sobre todo
la vajilla de mesa, compuesta por cuencos, platos y urnas de distinto formato, así
como las ánforas, tanto de producción local como de importación. En ocasiones
el volumen de restos anfóricos registrado en superficie es tan alto que cabría pen-
sar para las torres o atalayas en una función complementaria de almacenamiento
de excedentes agropecuarios o productos de prestigio, en relación con su proxi-
midad a las rutas de abastecimiento y distribución. Tampoco podemos descar-
tar la posibilidad de que se usaran también como refugios fortificados, destina-
dos a dar resguardo la población campesina en caso de ataque, tal y como se ha
propuesto recientemente para el caso de las atalayas que protegen el territorio de
Edeta en época ibérica (Grau 2002: 202-207).
Figura 4: Cerro del Tarazanil.
 96 
Francisco José García Fernández
Asentamientos de tercer orden: la aldea
	 Se trata de asentamientos de mediano tamaño (entre 0’5 y 2’5 has de exten-
sión), situados en cerros o colinas de escasa altura, aunque también podemos en-
contrarlos en los rebordes y laderas de las principales elevaciones, como las lomas
de La Lombriz y La Platosa, o las lomas de la Santa Iglesia (Fig. 6). Su ubica-
ción, en lugares de escaso interés estratégico-defensivo pero próximos a las áreas
de mayor potencial agrícola, permite suponer una función eminentemente produc-
tora. De hecho, su campo visual, bastante amplio en muchos de los casos, estaría
orientado tanto al control de las tierras circundantes, como hacia el dominio visual
de las vegas de los arroyos y las vías de comunicación. Esta función complemen-
taria de control –que vendría definida por su emplazamiento– es, junto con el ta-
maño, el principal matiz que diferencia a las aldeas de las pequeñas granjas o fac-
torías agrícolas, con las cuales podría compartir en ocasiones las mismas áreas de
captación de recursos1
. No obstante, algunas de estas aldeas se encuentran lo sufi-
cientemente alejadas de los cursos fluviales y de las principales vías de comunica-
ción como para suponer que estos constituyeran los únicos elementos de atracción
del poblamiento. En tales casos las aldeas aparecen aisladas o en grupos de dos, en
el corazón de amplias extensiones de rendimiento medio, destinadas tradicional-
mente a cultivos de secano y olivar (Fig. 6); aunque también podrían haber orien-
tado su economía hacia la ganadería, aprovechando las dehesas y pastizales que se
extienden hacia el sur y este del territorio de Marchena.
	 El origen de estos asentamientos se encuentra en el periodo orientalizante, aun-
que la mayor parte de ellos perdura durante el periodo tartésico-turdetano. En oca-
siones se detecta un hiatus a finales del siglo VI o principios del V, para reanudar
su actividad en torno a los siglos IV o III a.C. Lo que resulta realmente llamativo
es que, en la mayoría de los casos, su ocupación continúa tras la conquista romana,
viéndose poco afectados por los acontecimientos político-militares que se suceden
en la provincia a finales de la República y las posteriores reformas de Augusto.
	 Por lo que se refiere a la cultura material, continúa predominando la cerá-
mica a torno común o con decoración pintada monocroma, aunque en estos esta-
blecimientos el repertorio formal se ve reducido esencialmente al menaje de uso
doméstico. Es el caso de los cuencos, urnas y lebrillos, destinados a la transfor-
mación y consumo de alimentos, o los recipientes anfóricos, tanto de producción
local como de importación.
	 Se clasifican dentro de este grupo los yacimientos de Angostillo I (148), An-
gostillo II (149), Barragua I (88), Barragua II (89), La Batalá (116), Cagancha
(179), Camino de los Olleros (22), Casilla de Pozo Salado (115), Cerro de las
1.  Se puede plantear incluso la posibilidad que algunas granjas hubieran surgido de la propia
aldea mediante la segregación de uno o varios grupos familiares, que pondrían directamente en ex-
plotación una porción del territorio.
 97 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Monjas (201), Cerros del Maravilloso IV (134), Cortijo de Carrascal (110), Cor-
tijo de los Olivos I-II (92-93), Los Galindos I (23), La Lombriz II (50), La Lom-
briz III (51), Media Legua (136), Los Medianos I (100), Las Motillas I (70), Las
Motillas III (72), Porcún Alto I (65), Porcún Alto III (67), Rancho Pozo Blanqui-
llo (86), San Ignacio II (16), Santa Iglesia I (77), Santa Iglesia II (78), La Ver-
deja I (44), Vistalegre (142), La Zorrilla I (82) y La Zorrilla II (83). Por otro lado,
aunque no cuenten con unas dimensiones determinadas, también pueden conside-
rarse asentamientos de tercer orden los siguientes: Cantera de Montemolín (151),
Cerros de San Ignacio (63), La Charca I (29), Grullo Grande I (6), Grullo Grande
II (7), Repetidor II (105) y La Verdeja IV (190).
Asentamientos de cuarto orden: las factorías agrícolas
	 La última categoría está formada por establecimientos de pequeño tamaño que
no superan en la mayoría de los casos la media hectárea de extensión. Aparecen
generalmente en la bibliografía con los nombres de “factorías agrícolas”, “gran-
jas”, “caseríos” o “cortijadas”, aunque es improbable que todas cumplieran exac-
tamente la misma función. Es más, resulta difícil en ocasiones diferenciar un asen-
tamiento de este tipo de una pequeña aldea, pues ambas presentan prácticamente
el mismo registro material, se sitúan en los mismos lugares y explotan los mismos
Figura 5: Los Vicentes I, con el arroyo Salado al fondo.
 98 
Francisco José García Fernández
nichos ecológicos. Vincular un asentamientos a una categoría determinada úni-
camente a partir de su tamaño puede resultar equívoco, sobre todo si tenemos en
cuenta el grado de variabilidad que introducen en esta medida los procesos post-
deposicionales y el intenso laboreo agrícola que soportan las tierras de la Cam-
piña. Por lo tanto, debemos ser prudentes a la hora de elaborar una clasificación de
los hábitats rurales y admitir cierto margen de error, difícilmente subsanable sin la
ayuda de otros métodos de prospección o de la propia excavación en extensión.
	 Como se vio en el capítulo anterior, estos asentamientos se sitúan preferente-
mente en llano o sobre suaves lomas apenas destacadas del entorno, aunque tam-
bién podemos encontrarlos en cerros de mediana altura o a lo largo de sus lade-
ras. Al igual que ocurre con las aldeas, su emplazamiento no responde tanto a un
interés estratégico-defensivo, como a la puesta en cultivo de tierras de alto rendi-
miento agrícola; aunque en este caso primará el asentamiento directo junto a las
fuentes de recursos y los puntos de abastecimiento de agua sobre el control visual
del área de explotación. De hecho, la mayor parte de las factorías agrícolas docu-
mentadas se encuentran a menos de un kilómetro de los ríos o arroyos más cerca-
nos, principalmente el curso Corbones y el arroyo Salado (Fig. 6), aprovechando
su llanura de inundación para la implantación de cultivos de regadío, a la vez que
se garantiza un suministro permanente de agua potable. Ello no es óbice para que
encontremos también pequeñas granjas en las grandes formaciones que se extien-
den a lo largo del tercio norte del territorio de Marchena (Fig. 6), sobre todo en
las lomas de la Santa Iglesia, La Torre y La Fábrica hacia el noroeste, a lo largo
de los arroyos del Carretero y Galapagar, o en las lomas de La Lombriz y La Pla-
tosa al noreste, en relación con el curso del arroyo Madrefuentes. En ambos casos
el poblamiento se sitúa preferentemente en alto con respecto a las tierras de cul-
tivo y siempre orientado hacia las vegas aluviales.
	 La mayor parte de las factorías agrícolas inicia su andadura en el periodo
orientalizante, aunque en ocasiones resulta difícil determinar su duración debido
a la escasa representatividad del material registrado en superficie. En muchos
casos estos asentamientos mantienen una ocupación ininterrumpida durante el
periodo tartésico-turdetano, sobreviviendo incluso a la conquista romana; mien-
tras que otros parecen abandonarse, eventual o definitivamente, a finales del siglo
VI a.C. A partir del siglo V a.C. el número de factorías vuelve a crecer, sin que
cesen de proliferar nuevos establecimientos durante los siglos IV y III a.C.
	 El registro material viene caracterizado por la aparición de instrumental lí-
tico relacionado con recolección y tratamiento de cereales, esencialmente dientes
de hoz y denticulados con la pátina característica de su uso para siega, núcleos de
sílex, moletas y molinos barquiformes. Dada su larga perdurabilidad desde fina-
les de la Prehistoria, resulta difícil discernir si estos utensilios corresponden al pe-
riodo orientalizante o pueden fecharse ya en época turdetana. Por lo que respecta a
la cerámica, el repertorio habitual es muy parecido al que encontramos en los asen-
tamientos de tercer orden, compuesto básicamente por cuencos, urnas y lebrillos
 99 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Figura6:Clasificacióndelosasentamientos(segúnGarcíaFernández2003).
 100 
Francisco José García Fernández
realizados a torno, así como por algunos recipientes anfóricos de producción local.
Del mismo modo, las factorías agrícolas no debieron disponer, al igual que ocurre
con las aldeas de mediano tamaño, de una distribución ordenada del espacio, tra-
tándose más bien de una asociación de estructuras domésticas o industriales sin
forma definida, con áreas de almacenamiento y espacios libres destinados al proce-
samiento de alimentos y/o al trabajo artesanal, como se ha podido comprobar en el
caso de las Calañas de Marmolejo, en la provincia de Jaén (Molinos y otros 1994).
	 Se pueden clasificar, por tanto, como factorías agrícolas los siguientes yaci-
mientos: Camino de Vistalegre (140), Carrascal I (111), Carrascal III (113), Casi-
lla de la Charca (98), Cerro Gordo (53), La Charca II (30), Clarebout I (35), Cla-
rebout II (36), Clarebout III (37), Clarebout IV (38), Cortijo de la Torre (158), Los
Felipes III (21), Los Galindos II (24), La Gamorra I (97), Los Isidros II (107), La-
guna Sevilla (135), Los Medianos II (101), Los Medianos IV (103), Los Melli-
zos (130), Las Motillas IV (73), La Platosa II (184), La Platosa III (56), Pozo Ga-
llego (206), Rancho Cazolita II (177), Salado Ib (39), Salado III (42), Santa Ana I
(17), Santa Iglesia III (79), Santa Iglesia IV (80), La Torre II (85), La Verdeja III
(46), Verdeja Nueva I (192), Verdeja Nueva II (193), Verdeja Sur (182), Los Vi-
centes II (27) y Los Vicentes III (28). Aunque tengamos dificultades para preci-
sar su tamaño, pueden entrar también dentro de esta categoría Carrascal II (112),
Cortijo de Vico (188), La Gamorra II (203), Laderas del Tarazanil (3), Pago Dulce
(163), Los Palmares (109), Palmarete (117), Pasada del Martillo II (11), La Platosa
V (57), La Platosa VI (185), La Platosa VII (58), Pozo del Carretero (75), Ran-
choAntonio Metro (170), Rancho Fernandita II (178), Rancho de la Lombriz (43),
Rancho Luna (25), Rancho Melero (155), Tarajal (12) y Los Vicentes I (26).
Distribución de los tipos de asentamientos
 101 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
II.	 LA DISTRIBUCIÓN DEL POBLAMIENTO: HACIA UN
APROVECHAMIENTO ÓPTIMO DEL TERRITORIO
	 Por lo que respecta a las pautas de asentamiento podemos hablar, sin riesgo a
equivocarnos, de una perduración, e incluso consolidación, del modelo de explo-
tación económica desarrollado durante el periodo orientalizante y descrito en el
capítulo anterior por Mª.L. de la Bandera y E. Ferrer. A los más de sesenta encla-
ves que tuvieron su origen entre los siglos VII y VI a.C. –cuyo número se man-
tiene más o menos estable a pesar de la supuesta crisis agropecuaria– hay que unir
una veintena de nuevas localizaciones que se concentran en las mismas áreas de
explotación y en relación con las principales fuentes de recursos. Se podría decir
incluso que el proceso de colonización agrícola dirigido por los asentamientos
matrices (Porcún I-II, Vico y La Lombriz I) no finaliza a finales del siglo VI a.C.
como ocurre en otras áreas del valle del Guadalquivir ­–véase, por ejemplo, el
caso del arroyo Guadatín (Murillo y Morena 1992; Murillo 1994), o los arroyos
Guadajoz y Salado de Porcuna (Molinos y otros 1994; Ruiz y Molinos 1997), tri-
butarios del Guadalquivir por su margen izquierda–, sino que continua desarro-
llándose hasta alcanzar su madurez durante el siglo V a.C. o incluso a principios
del IV, precisamente cuando las relaciones con el mundo púnico de la costa vuel-
ven a ser más intensas. Es por esta razón que, en nuestra opinión, durante el pe-
riodo tartésico-turdetano las poblaciones de la comarca de Marchena alcanzan un
nivel óptimo en el aprovechamiento económico del territorio, por cuanto se asiste
a una intensificación la producción al tiempo que se consigue un equilibrio entre
el modelo de ocupación y los recursos disponibles, equilibrio que se mantendrá
sin grandes cambios hasta la conquista romana.
	 El área de mayor concentración sigue siendo el curso medio del río Corbones
y el tramo bajo del arroyo Salado, donde se fundan diez nuevos establecimien-
tos: Rancho Antonio Metro (170), Cantera de Montemolín (151), Cortijo de Vico
(188), La Gamorra I (97) y Rancho Luna (25) en el río Corbones, y Carrascal II
(112), La Batalá (116), Clarebout II (36), Clarebout IV (38) y La Charca II (30) a
orillas del arroyo Salado. Ello hace una suma total de 46 asentamientos, entre al-
deas y pequeñas factorías, lo que supone casi un 50% del total de la muestra de
poblamiento obtenida en el término de Marchena para la II Edad del Hierro. Con-
secuentemente, la distancia media entre los distintos asentamientos disminuye
hasta alcanzar los 998’5 m. en el caso del Corbones y los 528’5 m. en el arroyo
Salado en el momento de máxima expansión, lo que repercute lógicamente en el
tamaño de los territorios teóricos de explotación.
	 Este hecho no supondría, sin embargo, una merma en su capacidad produc-
tora, ya que en el caso de los cursos fluviales el poblamiento no está en relación a
un factor de atracción puntual, sino lineal, lo que da como resultado un patrón de
asentamiento con territorios de tendencia rectangular, dispuestos de forma trans-
versal al eje formado por el río o arroyo (Murillo y Morena 1992: 41). En general,
 102 
Francisco José García Fernández
se observa una preferencia por las terrazas antiguas, levemente elevadas y al res-
guardo de las inundaciones, pero próximas a las feraces tierras de la llanura alu-
vial; aunque también podemos encontrar asentamientos en llano, o en cerros de
mediana altura, cuyas laderas descienden paulatinamente hasta alcanzar en oca-
siones la propia orilla del río. En el caso del arroyo Salado, y sobre todo en la
vega del Corbones, esta estrategia de ocupación dejaría un amplio territorio de
explotación a espaldas de la llanura de inundación destinado preferentemente a
la producción de secano, mientras que el espacio que media entre el hábitat y el
curso fluvial, muy variable, pero raras veces superior a 500 o 600 metros, esta-
ría reservado para la implantación de cultivos de regadío. Se trata en realidad de
suelos con un escaso desarrollo edáfico, compuestos esencialmente por depósi-
tos recientes de limos y arenas; no obstante, su escasa potencia se ve compensada
sobradamente por el aporte estacional de nutrientes y partículas finas arrastradas
por las aguas del Corbones y el Salado durante las crecidas invernales, así como
por las posibilidades que para la irrigación ofrece la proximidad su curso.
	 A esta ventaja habría que añadir la facilidad para la obtención de agua desti-
nada a consumo humano a través de la realización pozos, que aprovechan la es-
casa profundidad a la que se encuentra el manto freático en las proximidades de
la vega aluvial, o bien directamente del propio río, cuyo caudal es permanente.
Prueba de ello es que en torno al arroyo Salado pudimos documentar hasta un
total de 31 yacimientos, con una distancia media con respecto a su curso de 366
m. El río Corbones, por su parte, presenta curiosamente una menor densidad de
ocupación, con 16 asentamientos en total, aunque el poblamiento continúa man-
teniendo una tendencia hacia la concentración, ya que la distancia media con res-
pecto al río no supera los 500 m. Las causas de esta diferencia habría que buscar-
las, en parte, en la propia dinámica fluvial del río Corbones, con una llanura de
inundación mucho mayor y menos homogénea que la del arroyo Salado, lo que
contribuye a que la distribución de los puntos sea más asimétrica y los territorios
de explotación más amplios.
	 A pesar de todo, no puede decirse que la colonización agrícola de este sector
constituya un proceso lineal, ni por supuesto estático, ya que, como se ha visto,
un buen número de estos asentamientos finalizan su ocupación de forma temporal
o definitiva en un momento difícil de determinar –Los Medianos I (100), Pasada
del Martillo II (17), Carrascal I (111), Grullo Grande II (7), Los Isidros II (107),
Clarebout I (35), Clarebout II (37) y, posiblemente, Tarajal (12)–, mientras que
otros surgen tardíamente, a finales del siglo V a.C. o durante el IV, como ocurre
con el caso de Carrascal II (112) o Clarebout IV (38). Lo más probable es que al-
gunos se deshabitaran temporalmente, como respuesta a determinadas coyuntu-
ras de índole económica o política, para reanudar su actividad dentro de la misma
generación o décadas más tarde. En cualquier caso, resulta prácticamente impo-
sible llegar a este extremo de precisión cronológica contando únicamente con los
resultados de una prospección superficial, sobre todo habida cuenta de la amplia
 103 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
perduración que mantienen las cerámicas comunes a torno producidas durante
el periodo orientalizante y tartésico-turdetano (Escacena 1989: 460-461; García
Fernández 2006).
	 La misma tendencia a la concentración encontramos en las cuencas de los arro-
yos del Carretero y Galapagar, donde los asentamientos se agrupan a lo largo de
las formaciones de areniscas y calizas arenosas que bordean sus exiguas llanuras
de inundación, aprovechando las posibilidades que ofrece la presencia de manan-
tiales subterráneos para el suministro permanente de agua potable. Dado que estos
arroyos no cuentan con un caudal estable la mayor parte del año, la puesta en ex-
plotación de las vegas aluviales se tuvo que ver necesariamente compensada con un
cultivo intensivo de cereal en las tierras del interior, al que habría que añadir proba-
blemente la introducción del olivo y la vid como especies domesticadas en época
orientalizante. Se trata, por lo general, de suelos antiguos con un alto potencial agrí-
cola, desarrollados principalmente sobre margas calcáreas y arenosas, aunque tam-
bién podemos encontrar vertisoles o “tierras de bujeo” en determinados sectores
que, lógicamente, no permiten el mismo grado de aprovechamiento (Fig. 7).
	 En este periodo se inaugura el poblamiento en Porcún Alto I (65), situado en
las laderas septentrionales de la loma de Las Motillas, mientras que hacia el este,
a orillas del arroyo del Carretero, surge Pozo del Carretero (75). En la loma de la
Santa Iglesia hace su aparición Santa Iglesia IV (80) y justo enfrente, al otro lado
del arroyo Galapagar y próximo a su curso, surge Barragua II, junto al antiguo
establecimiento de Barragua I (88), que continuará su actividad al menos durante
dos siglos más. En la loma de La Torre tiene su origen Rancho Pozo Blanquillo
(86), mientras que La Torre II (85) parece recuperarse tras un periodo indetermi-
nado de abandono. Por su parte, La Zorrilla I (82) y Laderas del Tarazanil (3) no
cuentan con restos en superficie que vayan más allá de finales del siglo V o ini-
cios del IV a.C.
	 En el extremo nororiental del territorio de Marchena detectamos tres nue-
vos establecimientos, que habría que unir a los que aún mantienen su ocupación
desde el periodo orientalizante: La Verdeja III (46), en la ladera oriental del cerro
del Cuartillejo, a orillas de un arroyo intermitente que surte al Madrefuentes; La
Platosa VI (185) y La Platosa V (55), sobre las laderas norte y sur respectiva-
mente de la loma de La Platosa. La Verdeja I (44), en cambio, se abandona a fina-
les del siglo V o principios del IV, mientras que La Lombriz II (50), La Lombriz
III (51) y Cerro Gordo (53) no presentan evidencias seguras de actividad poste-
riores a principios del siglo III a.C. Una buena parte de estos pequeños asenta-
mientos se situaría en las vertientes meridionales de las lomas de La Verdeja, La
Lombriz y La Platosa, orientando su economía hacia la puesta en cultivo de sus
laderas y el aprovechamiento de los arroyos que nutren al Salado por su margen
derecha; a lo que habría que unir también la cercanía de la vía que une la vega
de Carmona y Marchena con la campiña de Écija. Por su parte, los asentamien-
tos localizados en las laderas septentrionales completan el arco dibujado por el
 104 
Francisco José García Fernández
conjunto de hábitats que, desde la vecina comarca de Fuentes de Andalucía, bor-
dea la amplia vega formada por el arroyo Madrefuentes y sus principales tributa-
rios. Los suelos de estas formaciones están compuestos principalmente por mar-
gas silíceas ricas en diatomeas, conocidas comúnmente como “albarizas” (Fig.
7), muy aptas para el cultivo complementario de especies arbóreas o arbustivas
como la vid y el olivo, aunque ignoramos si su producción era extensiva o estaba
restringida a determinadas áreas.
	 El resto de los asentamientos se dedican a la explotación extensiva de las tie-
rras del interior de la Campiña, principalmente alsifoles y vertisoles sobre mar-
gas calcáreas y margas arenosas, y más excepcionalmente sobre conglomerados y
areniscas calcáreas, que se distribuyen a lo largo del tercio oriental del término de
Marchena (Fig. 7). Se trata de un modelo de poblamiento disperso que tiende, no
obstante, a concentrarse en ocasiones en torno a las tierras con mayor potencial
agrícola, fuentes de agua, cañadas ganaderas, etc. Estos asentamientos se ubican
preferentemente en ladera o sobre cerros de mediana altura, buscando una posi-
ción estratégica, con buena visibilidad, que permita el control de una amplia área
de captación de recursos, así como de las vías de comunicación. Constituyen, por
lo general, hábitats de mediano tamaño, a veces en grupos de dos (una aldea y
una factoría o dos aldeas), lo que resulta hasta cierto punto lógico si tenemos en
cuenta que se encuentran prácticamente aislados de los principales núcleos de po-
blación, en ocasiones a kilómetros de distancia, como ocurre con Vistalegre (142)
o Cagancha (179).
	 El vacío poblacional que se viene observando en el tercio meridional del ac-
tual término de Marchena responde principalmente a la presencia de suelos are-
nosos de escaso rendimiento agrícola (Fig. 7). A ello habría que unir las dificul-
tades de drenaje de los numerosos arroyos que surcan la Campiña por este sector
y la presencia de sistemas endorréicos, que dan lugar a la proliferación de lagu-
nas salobres. A pesar de ello se documentan tres nuevas fundaciones: Angostillo
I (148) y Angostillo II (149), en las proximidades del arroyo Hondo de la Ram-
bla, y Pago Dulce, junto al arroyo del mismo nombre. El resto parece continuar
sin interrupción al menos hasta el siglo III a.C.
	 La baja productividad de estas tierras condiciona un tipo de ocupación orien-
tado esencialmente a la ganadería extensiva, que tendría en las dehesas y pastos
una fuente inagotable de alimentos; a ello debemos añadir el aporte complemen-
tario de sal procedente de las propias lagunas y de las plantas halófilas que cre-
cen a su alrededor, tan necesario para el mantenimiento de la cabaña bobina. De
hecho, la hacienda de la Coronela –en torno a la laguna de los Ojuelos–, el cortijo
de Vistalegre y las dehesas de Montepalacio –ya en los límites de los actuales tér-
minos de Marchena, Paradas y Morón de la Frontera– conservan, al menos desde
la Edad Media, este uso del suelo (García Fernández 1996; Carmona 1997). Un
buen ejemplo de esta actividad lo tenemos también en el yacimiento de Monte-
molín donde, como se ha visto, la abundante aparición de huesos de ovicápridos,
 105 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
suidos y bóvidos ha permitido interpretar el lugar como un santuario relacionado
con el sacrificio de animales y el reparto de carne en determinadas festividades
(Bandera y otros 1999). Los análisis faunísticos realizados sobre estos restos in-
dican que los animales no estaban estabulados, por lo que necesariamente “debió
haber un control sobre las áreas de producción agrícola y ganadera, perfecta-
mente diferenciadas, que evitara la acción del ganado y de las especies salvajes,
como el ciervo y los conejos, en los cultivos” (Bandera y otros 1995: 321).
	 Nos encontramos, por tanto, ante unas pautas de ocupación similares a las
que se vieron en el capítulo anterior para el periodo orientalizante. Por un lado, en
la mitad norte del territorio de Marchena observamos una tendencia a la concen-
tración en torno a las principales fuentes de recursos, sobre todo cursos de agua
permanentes, manantiales y suelos de alta potencialidad agrícola; mientras que en
Figura 7: Distribución de los asentamientos en relación con los tipos de suelo (según
García Fernández 2003)
 106 
Francisco José García Fernández
el tercio sur, menos rentable para la agricultura, lo que se aprecia es una distribu-
ción aleatoria de establecimientos de pequeño y mediano tamaño, orientados a la
cría de ganado y situados en las proximidades de cañadas, fuentes de agua y am-
plias zonas de pasto o dehesas.
III.	 LA II EDAD DEL HIERRO EN LA COMARCA DE MARCHENA
	 Tal como se vio al comienzo de este capítulo, con el final del periodo orien-
talizante se inicia una nueva etapa para los territorios del Bajo Guadalquivir, y
en concreto para la comarca de Marchena, caracterizada por la continuidad en la
ocupación del territorio. La recuperación del tejido agrícola, si es que alguna vez
retrocedió de forma sensible, parece –con los datos que tenemos– un hecho in-
controvertible. Sin embargo ello no debe traducirse necesariamente en una con-
tinuidad de las estructuras de poder, o al menos no bajo los mismos parámetros.
Esta aseveración puede resultar contradictoria con lo apuntado anteriormente
acerca del papel jugado por la organización sociopolítica en la estabilidad del po-
blamiento, pero no se puede pasar por alto tampoco la crisis de las aristocracias
orientalizantes y el fracaso de un modelo basado en el prestigio del grupo domi-
nante, dentro todavía del marco de las relaciones de parentesco, que va dando
paso paulatinamente a un sistema de convivencia basado en las relaciones for-
males –es decir, políticas– que sentencia la definitiva división de la sociedad en
clases. Pero no adelantemos acontecimientos. La realidad resultante de la crisis
del siglo VI a.C. no difiere mucho, en lo que se refiere a la estructura básica del
poblamiento, del panorama existente cincuenta años antes. El territorio de Mar-
chena continúa articulándose en torno a tres asentamientos matrices, Porcún-Las
Motillas, Vico-Montemolín y La Lombriz I, a los que habría que añadir Cerros de
San Pedro, en el vecino término de Fuentes deAndalucía; que se apoyarían, como
hemos visto, en al menos dos líneas de atalayas, destinadas al control (y protec-
ción) de las áreas de captación económica y de las vías de comunicación: una en
sentido norte sur, situada entre los arroyos del Carretero y Galapagar, y otra más
al sur, que atraviesa el término de Marchena en sentido suroeste-noreste (Fig. 6).
A partir de estas líneas directrices se dispone la tupida red de pequeñas aldeas
y factorías agrícolas, orientadas al aprovechamiento de los recursos agrícolas y
concentradas estratégicamente en las áreas de mayor potencial ecológico.
	 Todo parece indicar que nos encontramos ante estructuras territoriales bien
definidas, encabezadas por un conjunto reducido de asentamientos de primer
orden, dispuestos regularmente en los lugares más aptos desde el punto de vista
estratégico y defensivo –salvo el caso de Vico-Montemolín, que se sitúa en un
cruce de vías de comunicación– y separados entre sí por una distancia que os-
cila entre los 5 y los 10 km. Si analizamos su distribución en el espacio mediante
la aplicación de los Polígonos de Thiessen –herramienta que permite determinar
 107 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
el área de influencia teórica de asentamientos de la misma categoría (Ruiz Zapa-
tero y Burillo 1988: 56)– podemos observar cómo sus territorios presentan un ta-
maño regular, es decir, se reparten de forma equitativa el control de esta comarca
(Fig. 8). Sin embargo, sus límites apenas coinciden con la distribución de las
áreas de mayor potencial ecológico y, en consecuencia, con los lugares de ocu-
pación preferente, dando como resultado una parcelación arbitraria que no tiene
en cuenta rasgos fisiográficos del paisaje y su influencia en las pautas de pobla-
miento y en las estrategias de explotación económica del territorio. Una solución
pasaría por amoldar esta división teórica a la realidad geográfica, como se ha lle-
vado a cabo recientemente en un estudio sobre el poblamiento ibérico en el inte-
rior de la provincia de Alicante (Grau 2002: 125); o lo que es lo mismo, ajustar
los contornos de los polígonos de Thiessen a los elementos definidores del paisaje
(ríos, divisorias de aguas, lomas, etc.), que en algunos casos pudieron utilizarse
como fronteras naturales entre distintas formaciones políticas, o simplemente ser-
vir para marcar los límites de las distintas áreas de captación económica. El resul-
tado de esta operación no deja de ser sumamente especulativo, aunque supone un
reparto más racional del territorio entre los asentamientos de primer orden, con
un acceso más equilibrado a los recursos y una distribución más proporcionada
de los asentamientos de tercer y cuarto orden. Aún a riesgo de caer en un presen-
tismo, atribuyendo a las sociedades pasadas una lógica en la ordenación del espa-
cio claramente mecanicista, podemos proponer, a partir de los datos con los que
contamos a día de hoy y a modo de hipótesis, una delimitación aproximada de los
cuatro dominios territoriales en torno a los cuales se estructura el poblamiento en
la comarca de Marchena durante el periodo tartésico-turdetano:
—	 Porcún I-II/Las Motillas (68-70) dominaría la margen oriental de la Vega de
Carmona y el sector noroccidental del territorio de Marchena, especialmente
las cuencas de los arroyos del Carretero y Galapagar, además de la orilla iz-
quierda del río Corbones, al menos desde la desembocadura en éste del arroyo
Salado hasta la del Galapagar. Hacia el norte es el propio Corbones el que con
toda probabilidad desempeña el papel de frontera entre los territorios de Por-
cún y Cerros de San Pedro. Su límite oriental estaría constituido por una ca-
dena de atalayas –Cerro del Tarazanil (4), La Fábrica (81) y La Torre (84), a
las que habría que unir otra situada posiblemente bajo el actual casco urbano
de Paradas– destinadas principalmente al control del área interfluvial de los
arroyos Carretero y Galapagar, que es precisamente donde, como ya adverti-
mos, se concentra la mayor parte del poblamiento en esta zona (Fig. 6). El lí-
mite con Carmona quedaría establecido de forma imprecisa en la propia vega,
mientras que hacia el suroeste el territorio de Porcún se adentra en el actual
término de Paradas, del que desgraciadamente carecemos hasta la fecha de
datos relativos a su poblamiento. Por su parte, Porcún I-II y La Fábrica con-
trolan la vía que unía la ciudad de Carmo con la antigua Osuna, atravesando
el río Corbones por el vado existente en las proximidades de Montemolín.
 108 
Francisco José García Fernández
—	 La Lombriz I (183) compartiría con Cerros de San Pedro el control de la mar-
gen derecha del arroyo Salado y del río Corbones respectivamente. Hacia
el norte y noreste su territorio se extendería también hacia la cabecera del
arroyo Madrefuentes, adentrándose en la campiña de Écija; mientras que
hacia el sur limita con el territorio teórico de Vico-Montemolín, aprove-
chando probablemente el sistema de lagunas que se desarrolla a lo largo de la
margen derecha del arroyo Salado, desde la laguna de Ojuelos hasta el Com-
plejo Endorréico de La Lantejuela. De hecho, este lugar ha servido históri-
camente como límite natural entre los términos de Marchena, Écija y Osuna.
La Lombriz I encabeza asimismo una tupida red de establecimientos meno-
res que se extiende a lo largo de las lomas de La Platosa, La Lombriz y La
Verdeja, aunque algunos pudieron encontrarse también vinculados al vecino
núcleo de Cerros de San Pedro (Fig. 6).
—	 Vico-Montemolín (153-154) se encuentra situado en uno de los lugares con
mayores posibilidades estratégicas de la comarca de Marchena: sobre dos
elevaciones de mediana altura próximas al río Corbones, lo que permite un
control directo del poblamiento asociado a su curso, así como del vado que lo
atraviesa en dirección a Osuna. Su territorio puede considerarse, de hecho, el
más extenso y representativo de la comarca de Marchena, ya que abarcaría la
totalidad del curso medio del Corbones y el arroyo Salado, donde se concen-
tra la mayor parte de los asentamientos, así como las zonas de pasto que se
extienden hacia el sur y este del actual término (Fig. 6). El límite occidental
estaría fijado por la margen derecha del arroyo del Galapagar, o bien por las
lomas de la Santa Iglesia, adentrándose en las dehesas de Paradas. Hacia el
norte ya hemos visto cómo la presencia de lagunas salobres y de los afluentes
del arroyo Salado podría constituir una suerte de frontera natural que lo sepa-
rara del territorio teórico de La Lombriz. Hacia el sur los límites son menos
nítidos, sin que sepamos hasta la fecha su relación con otros núcleos de pri-
mer orden, como el Cerro del Castillo, en el vecino municipio de la Puebla
de Cazalla, o con el área de influencia de la ciudad de Urso. El territorio de
Vico-Montemolín cuenta asimismo con una línea de atalayas situadas en su
límite occidental y dispuestas de forma equidistante en sentido suroeste-no-
roeste (Fig. 6). Su función podría estar orientada al dominio visual de las tie-
rras de alto potencial agrícola en relación con el vecino oppidum de Porcún,
así como, sobre todo, al control de las principales vías de comunicación. No
en vano, Atalaya Alta (147) se encuentra junto a la vía que ha unido tradi-
cionalmente las ciudades de Carmona y Osuna, mientras que la Chaparra de
Montepalacio (209) se sitúa al pie de la antigua vía Hispalis-Antikaria, men-
cionada en los itinerarios latinos. Esta cadena de asentamientos de segundo
orden corre además paralela a la Cañada Real de Morón y al Cordel de Écija,
vías pecuarias que comunicaban hasta no hace mucho la sierra de Morón con
la comarca de Marchena y el valle del Genil.
 109 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Figura8:Asentamientosdeprimerorden.AplicacióndelosPolígonosdeThyessen(segúnGarcíaFernández2003)
 110 
Francisco José García Fernández
—	 Cerros de San Pedro fue ya objeto de estudio en la Carta Arqueológica de la
comarca de Fuentes de Andalucía (Fernández Caro 1992), aunque su territo-
rio nos afecta en la medida en que penetra claramente en la campiña de Mar-
chena, limitando con los de Porcún I-II y La Lombriz I. Cerros de San Pedro
establece asimismo una conexión visual clara con estos últimos, así como
con la ciudad de Carmona, frente a la cual se sitúa. De hecho, Amores y Ro-
dríguez Temiño (1984: 106) atribuyen a Cerros de San Pedro la misma cate-
goría que Carmona y Gandul, al menos durante el Bronce Final, sobre todo
en relación con su ubicación estratégica, tamaño y continuidad ocupacio-
nal, amén de la distancia regular que separa a los tres núcleos de población;
si bien, en nuestra opinión, no creemos que esta situación pueda ser extra-
polable al periodo que nos ocupa. Por su parte, Fernandez Caro (1992: 181)
considera a Cerros de San Pedro y La Lombriz como “polos de atracción
e irradiación de población” que encabezarían respectivamente dos áreas de
producción agrícola: la vega del Corbones y las tierras adyacentes a los arro-
yos Madrefuentes y Salado. El territorio de Cerros de San Pedro parece abar-
car, efectivamente, toda la margen derecha del Corbones, al menos desde su
confluencia con el arroyo Salado hasta el punto en que aquél se aproxima al
escarpe de losAlcores. El límite con la Lombriz I es menos nítido, situándose
aproximadamente entre las lomas de La Verdeja y La Lombriz hasta alcan-
zar la cabecera de los arroyos que nutren al Madrefuentes por la izquierda.
Hacia el norte, Cerros de San Pedro limita con las terrazas del Guadalquivir,
frontera natural entre los centros de la Campiña y la cadena de asentamientos
que jalonan la vega del Guadalquivir por su margen izquierda. En cualquier
caso, el poblamiento que encabeza este núcleo se concentra claramente a lo
largo del curso del Corbones y de los arroyos que descienden desde las lade-
ras de las formaciones calizas que conforman los Cerros de San Pedro y la
loma de La Verdeja tanto hacia el propio Corbones como hacia el arroyo Ma-
drefuentes. En último lugar, las terrazas altas del Guadalquivir, caracteriza-
das por unos suelos rojos ferruginosos, muy arenosos, con abundante grava
y una costra carbonatada de gran potencia situada a profundidad variable, re-
sultan en este periodo impracticables para la agricultura, por lo que perma-
necerán desocupadas al menos hasta el cambio de era.
	 Ya que nos encontramos ante entes territoriales más o menos definidos sería
lícito preguntarse si se trata en realidad de unidades políticas autónomas. Si te-
nemos en cuenta únicamente los resultados obtenidos del estudio espacial reali-
zado en la comarca de Marchena todo parece apuntar hacia esta dirección, aun-
que resulta prácticamente imposible demostrarlo sin un estudio más exhaustivo
del poblamiento en áreas adyacentes, como la Vega de Carmona o Paradas, así
como mediante la prospección intensiva y excavación de los asentamientos más
representativos de cada tipo. La adjudicación de categorías sociopolíticas a par-
tir únicamente del factor rango = tamaño/ubicación topográfica, combinado con
 111 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
la presencia/ausencia de determinados repertorios materiales, puede ser suma-
mente impreciso y causar no pocos errores si no se tienen en cuenta otras varia-
bles que apenas podemos percibir mediante la prospección pedestre, como puede
ser la presencia de estructuras defensivas (realizadas en este caso con materiales
efímeros) o de edificios de prestigio destinados a los grupos dominantes. Sólo el
caso de Montemolín constituye una evidencia clara que puede ilustrarnos sobre el
papel de estos asentamientos matrices como sede de un poder local, que se apo-
yaría en la figura del santuario para dar cohesión a la población rural dispersa y
servir de núcleo gestor de una economía redistributiva cada vez más centralizada.
Pero aún siendo de esta manera, no hay que olvidar que la acrópolis de Montemo-
lín se abandona a finales del siglo VI a.C. y no tenemos hasta la fecha constancia
segura de otras estructuras que cumplieran la misma función durante la II Edad
del Hierro. Por otra parte, hay que tener en cuenta el peso de Carmona, que du-
rante el periodo orientalizante se había convertido en un auténtico centro de gra-
vedad, controlando una parte considerable de la Campiña y probablemente tam-
bién de la vega del Guadalquivir.
	 Hemos visto en el capítulo anterior cómo Carmo se prefigura como centro
hegemónico de la región, al menos desde el siglo VII a.C. o incluso antes, ejer-
ciendo su influencia (y control) sobre un número indeterminado de núcleos de
primer orden que se encontraban a su alrededor. No sabemos si esta situación
puede trasladarse al periodo que nos ocupa, pero el hecho de que tras la conquista
romana la práctica totalidad de la comarca de Marchena y la totalidad de la vega
de Carmona se integrara dentro del municipio de Carmo nos lleva a pensar que
se trata de un proceso de territorialización que ya había empezado a gestarse en
época protohistórica y que responde al desarrollo de formaciones estatales primi-
genias encabezadas por los principales núcleos de población (protourbanos) de la
Campiña, como son Urso, Munda o la propia Carmo.
	 Apenas contamos con datos que permitan reconstruir el paso de la jefatura
al estado en las comunidades indígenas del Bajo Guadalquivir, aunque es posi-
ble que tenga sus orígenes más remotos en el periodo orientalizante, cuando las
desigualdades surgidas en el seno de la jefatura a finales de la Edad del Bronce
se agudizaron a raíz de la presencia fenicia y la definitiva incorporación de la re-
gión tartésica a los circuitos comerciales mediterráneos (González Wagner 1995).
La intensificación de la producción agropecuaria en las campiñas del Guadalqui-
vir –al mismo tiempo que se producía la intensificación de la producción minero-
metalúrgica en la zona de Riotinto y Aznalcóllar– y la apropiación de una parte
del excedente para la adquisición de bienes de prestigio garantizaron, como sabe-
mos, un fondo de poder que permitió a los grupos dominantes mantener su status
y predominio sobre el resto de la población. El papel de los colonizadores orien-
tales en la importación de modas, costumbres e incluso de una ideología de corte
aristocrático entre las elites locales parece fuera de toda duda; otra cosa muy
distinta es la participación del resto de los grupos sociales en este fenómeno de
 112 
Francisco José García Fernández
“orientalización”, que a juzgar por los datos fue bastante desigual y apenas inci-
dió sobre las costumbres y creencias vernáculas (González Wagner 1986, 1993 y
1995; Belén y Escacena 1995) e incluso sobre su identidad (Escacena 1989, pos-
teriormente García Fernández, e.p.). De este modo, los jefes más poderosos, es
decir, aquellos que contaban con un mejor acceso a los recursos, con una fuerza
de trabajo numerosa que permitiera la puesta en explotación directa del campo,
con la simpatía de las comunidades orientales, que garantizara la circulación de
bienes de prestigio y especialistas, así como con una situación estratégica que
asegurara el control del territorio circundante, fueron capaces de imponer su su-
premacía sobre el resto de las comunidades vecinas, transformándose paulatina-
mente en jefaturas complejas de carácter territorial (González Wagner 1990: 101)
o jóvenes formaciones estatales aristocráticas, como las que conocemos durante
el mismo periodo en otras áreas del Mediterráneo Central y Occidental.
	 Sabemos poco sobre la manera en que se establecieron los vínculos de de-
pendencia (verticales) entre unas comunidades y otras, aunque lo más probable es
que se sustentaran en buena medida sobre la base de las relaciones de parentesco,
a partir de la idea de un antepasado común. Al mismo tiempo, se mantuvieron las
relaciones de prestigio (horizontales) entre los linajes principales mediante el in-
tercambio de regalos y esposas (González Wagner 1995: 116-117). No obstante,
las elites locales de menor rango pudieron mantener su status dentro de sus res-
pectivas comunidades, apropiándose de una parte de los recursos y controlando
la producción mediante los vínculos de dependencia personales; en otras pala-
bras, siguieron gozando de cierta autonomía política, aunque en última instancia
estuvieran supeditadas a un centro hegemónico, que se encontraba en manos del
grupo predominante. Sólo así se puede explicar el fenómeno de la colonización
agrícola, que fue posible gracias al aporte de población procedente de los núcleos
de primer orden –como Vico o Porcún– y a la gestión y control llevada a cabo por
sus elites (Ferrer y Bandera 2005), al margen de la procedencia o el motivo que
inspiró la iniciativa.
	 La crisis del siglo VI a.C. supuso, como sabemos, un serio revés a este marco
de relaciones, como consecuencia precisamente de los desajustes que se estaban
produciendo en el seno del sistema. El inicio de una coyuntura económica nega-
tiva (ya sea por causas ambientales, políticas, comerciales, o simplemente por el
agotamiento de los recursos mineros) y, consecuentemente, el colapso de las rela-
ciones de intercambio, que incidió directamente sobre la capacidad adquisitiva de
las elites aristocráticas, provocó una situación de tensión, no exenta de violencia
(Escacena 1993: 209-210) que supuso, por un lado, el repliegue de las poblacio-
nes fenicias hacia los enclaves costeros bajo su control; mientras que, por el otro,
contribuyó a la pérdida de credibilidad en la autoridad de los jefes, desprovistos
ahora del fondo de poder que garantizaba su predominio sobre el resto de la co-
munidad y de los recursos que permitían mantener el equilibrio en el sistema re-
distributivo. La base de la población, como no podía ser de otra manera, se reveló
 113 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
contra la “clase dominante”, convertida ya en una “oligarquía aristocrática”, bien
atacando los centros de poder y desarticulando los sistemas de dependencia co-
munitaria, bien forzando un cambio que significara el retorno a la solidaridad del
grupo de parentesco y a las formas de organización pre-estatales.
	 Ignoramos si Carmo fue objeto de algún tipo de agresión y, en caso de que
así fuera, si ello supuso la sustitución de las antiguas aristocracias por nuevos
grupos de poder surgidos de la revuelta popular o, en cambio, si aquellas fueron
capaces de adaptarse a la nueva coyuntura social reconduciendo las formas de
dominio hacia nuevos parámetros. Los datos procedentes de las excavaciones ar-
queológicas llevadas a cabo en Carmona nos hablan de un periodo de cierta ines-
tabilidad, que abarcaría al menos las últimas décadas del siglo VI y los prime-
ros años del siglo V a.C. (Escacena 2001: 29), como puede desprenderse de los
niveles de incendio documentados en las intervenciones de Carriazo y Raddatz
(1960) o Pellicer y Amores (1985: 70), cuyas cronologías fueron revisadas pos-
teriormente por Escacena (1993: 191-192). Esta situación de conflicto se mani-
fiesta asimismo en la contracción del hábitat, al menos en los primeros momen-
tos (Lineros, e.p.), y probablemente también en la amortización y construcción de
varios tramos de la muralla, que refuerzan las defensas de la ciudad en su flanco
norte (Cardenete y otros 1990; Rodríguez y Anglada, e.p.). A ello habría que aña-
dir el abandono precipitado del presunto santuario orientalizante de Marqués de
Saltillo (Belén y otros 1997; Román y Belén, e.p.), o de las necrópolis tumulares
de los Alcores, que se habían concentrado en torno a los dos núcleos principales:
Carmo y Gandul (Maier, e.p.).
	 Sin embargo, la información recabada en su entorno inmediato (Amores y
otros 2001), así como más recientemente en otros sectores de la propia vega (An-
glada y otros, e.p.), demuestran una vez más todo lo contrario: una rápida y efi-
caz recuperación que no sólo le permite mantener, sino incluso aumentar, el tejido
productivo heredado del periodo anterior. Según Amores, “la vega de Carmona
sigue en explotación de acuerdo con las pautas tradicionales de control territo-
rial desde los poblados de cabecera y se multiplica el modelo de pequeños asen-
tamientos dispersos de explotación de la tierra in situ, fenómeno que comenzara
en la etapa orientalizante” (Amores y otros 2001: 439).
	 ¿Cómo se puede explicar esta aparente contradicción? Por una parte, el pe-
riodo de revueltas sociales dio paso a una nueva etapa de estabilidad política gra-
cias a la cual Carmona habría reestablecido en un breve lapso de tiempo el control
de una parte o la totalidad de su territorio, no sin antes modificar los lazos de de-
pendencia entre los grupos de poder y el resto de la población, así como los siste-
mas de convivencia que regulaban las relaciones entre unas comunidades y otras.
Por otra parte, el potencial ecológico de la Campiña garantizaba la recuperación
demográfica, muy afectada por la crisis económica y social, además del manteni-
miento de la estrategia de explotación del territorio, que seguiría siendo rentable.
Quedaría por definir, por tanto, la manera en que se produce esta transición: si las
 114 
Francisco José García Fernández
aristocracias orientalizantes consiguieron recuperar su poder, rectificando en la
forma –pero no en el fondo– sus medios de control; o bien, por el contrario, surge
una nueva “clase política” que sustituye a la anterior apoyándose en la solidari-
dad del grupo y en el beneplácito del resto de la población. Una elite cívica que, al
tiempo que aparta a la vieja aristocracia tradicional, asume el control político del
territorio sobre la base de la antigua estructura del poblamiento, centrada en el op-
pidum y los centros productores. Se trata, en definitiva, de un fenómeno análogo
al que en el ámbito griego se conoce con el nombre de “tiranías”, aunque desco-
nocemos el alcance que adquirió en el ámbito tartésico, ya que la información tex-
tual con la que contamos en ningún caso es anterior a la conquista romana.
	 En el Alto Guadalquivir las transformaciones que se operan en el territorio a
finales del periodo orientalizante, como el abandono de la colonización agraria, la
concentración de la población en un número limitado de oppida o la reestructura-
ción de numerosos asentamientos, han sido interpretadas como la afirmación del
modelo aristocrático y de la institución clientelar, que alcanzaría su máximo de-
sarrollo entre los siglos V y IV a.C. (Ruiz y Molinos 1997: 20). Esta polinucleari-
zación que se observa en las campiñas de la Alta Andalucía constituye, por tanto,
“la expresión de la atomización del poder aristocrático en detrimento de la ten-
dencia a la concentración del poder del clásico modelo orientalizante”, es decir,
supone el fortalecimiento de las aristocracias locales en contra de los modelos su-
praterritoriales de poder aristocrático (ibidem). Es lo que se conoce como servi-
dumbre gentilicia nuclear, un modelo de organización que implica la absorción
por parte de una gens aristocrática de unidades familiares dispersas o incluso de
otras comunidades consanguíneas a partir de un sinecismo forzado en el oppidum
(Ruiz y Molinos 1993: 265).
	 Sin embargo, la consolidación de los oppida en entidades políticas autóno-
mas no se ha entendido tanto como la consecuencia de una crisis del modelo po-
lítico tartésico sino como un ajuste de aquél, en el sentido de que constituye una
alternativa entre las diferentes formas políticas existentes dentro de un mismo sis-
tema de relaciones sociales y no una ruptura del propio sistema (Ruiz 1998: 295).
De hecho, lo que parece indicar este fenómeno es que la crisis del siglo VI a.C.
no incide de la misma manera en las tierras del Bajo Guadalquivir o en los dis-
tritos mineros de Huelva que en la campiña de Jaén, donde se asiste a un progre-
sivo afianzamiento e institucionalización de las aristocracias mediante el control
del territorio desde los oppida y la producción intensiva de cereal y ganado vacuno
(Ruiz y Molinos 1997: 20). Una tendencia que sólo se verá truncada posterior-
mente, cuando la reorientación de los circuitos comerciales mediterráneos a fina-
les del siglo IV a.C. y el descenso de la llegada de productos exógenos –fundamen-
talmente vajilla griega de barniz negro y figuras rojas– altere el modelo clientelar,
basado en buena medida en el acceso diferencial a los bienes de prestigio (Ruiz y
Molinos 1997: 23). Es en este momento y no a finales del siglo VI a.C. cuando se
produjo la auténtica crisis del modelo aristocrático en el Alto Guadalquivir, como
 115 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
resultado de un proceso que lógicamente no podemos extrapolar al área que nos
ocupa, donde la ruptura del marco de relaciones se produjo mucho antes.
	 Como hemos tenido oportunidad de comprobar, las poblaciones de la cam-
piña de Sevilla apuestan, en cambio, por el desarrollo de un poblamiento agrícola
disperso y el mantenimiento del modelo de organización supraterritorial heredado
Figura 9: El modelo polinuclear. Distribución del doblamiento entre Torreparedones y
Puente Tablas (según Ruiz y Molinos 1997).
 116 
Francisco José García Fernández
del periodo orientalizante. Este proceso de descentralización y jerarquización del
poblamiento podría constituir la máxima expresión de lo que se ha venido a de-
nominar servidumbre gentilicia territorial, un sistema de dependencia gentilicia
que no provocaba la nuclearización del poblamiento, pero sí establecía fórmulas
de dependencia comunal no esclavista, conocidas generalmente con el nombre
de servidumbre comunitaria (Mangas 1977). Algunos autores, como García Mo-
reno (1986 y 1992), han atribuido un origen púnico norteafricano a estos sistemas
de dependencia, aunque lo más probable es que tuvieran sus antecedentes más re-
motos en la subordinación de la comunidad de aldea al linaje principal, dentro del
marco de una sociedad segmentaria en proceso de segregación (González Wagner
1995: 115-116, también 1990: 99-100). Ello no desacredita la posibilidad de que
en el sur de la Península Ibérica conviviera un sistema de servidumbre desarro-
llado en un momento tardío por las comunidades púnicas situadas dentro de la ór-
bita de Cartago, con otras formas de dependencia surgidas como resultado de las
transformaciones que se estaban operando desde el Bronce Final en las poblacio-
nes de raigambre tartésica; resultaría, de hecho, más fácil explicar el éxito de estos
fenómenos a finales del siglo III e inicios del siglo II a.C. –recordemos el caso de
Asta Regia y la Turris Lascutana– si aceptamos que los sistemas de servidumbre
no esclavista se encontraban ya plenamente establecidos entre la población local.
	 Sin embargo, frente a la opinión de Ruiz y Molinos (1993: 267), para quie-
nes “la servidumbre gentilicia territorial no supone un cambio en la naturaleza de
las relaciones sociales de producción del modelo aristocrático, sino un reajuste al
desarrollo del proceso de transición que se inicia desde la sociedad segmentaria y
conduce a la sociedad aristocrática”; nosotros pensamos que la aparición del mo-
delo clientelar, independientemente de que surja y se apoye en el sistema de re-
laciones de parentesco, supone una fractura en la solidaridad entre los miembros
del grupo, por cuanto impone, esta vez de forma explícita, nuevas formas de rela-
ción basadas en la “confianza” y en la “fidelidad” al patrono y no únicamente en
la sangre. El pacto in fides no sería más que un reflejo de la coerción ideológica
y política que los nuevos grupos de poder, surgidos de la crisis (o la transforma-
ción) de las aristocracias orientalizantes, ejercerían sobre la antigua comunidad
de aldea para asegurar su sumisión, garantizando la adhesión de los miembros
más representativos de cada familia o grupo suprafamiliar a cambio de protección
y, sobre todo, de un acceso restringido a los bienes de prestigio que les proporcio-
naba un lugar dentro de la jerarquía social. Así pues, aunque se produce una clara
apertura por parte de la nueva aristocracia, minimizando la capacidad de expresar
su poder mediante la acumulación de riqueza –que ahora es distribuida entre las
elites locales y los clientes– y reduciendo en gran medida la distancia que la sepa-
raba del resto de la sociedad (Ruiz y Molinos 1997: 22), se acaba potenciando en
última instancia la segregación de una parte de la población y la aparición de una
división de clases, en función del control de los medios de producción y de un re-
parto desigual de la riqueza. Una ruptura del marco de convivencia que no hace
 117 
El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
más que acelerar los procesos de estatalización que se habían iniciado durante el
periodo orientalizante2
.
	 Ello nos lleva a otra cuestión no menos importante, como es el momento de
aparición de la servidumbre clientelar. Para A. Ruiz su origen habría que bus-
carlo en las desigualdades surgidas en el seno de las sociedades guerreras del
Bronce Final, que tienen su principal reflejo en las estelas del Suroeste (Ruiz
1996: 62-64). Desde su punto de vista, a partir de la aparición del aristócrata-gue-
rrero-ostentador de riqueza, y sobre todo durante el periodo orientalizante, la co-
hesión del “grupo gentilicio” ya no se justificaba en el antepasado común de cada
familia y en las prácticas religiosas a nivel de aldea, sino que el linaje principal
acabó sustrayendo al resto de las familias el culto a sus antepasados comunes en
favor del antepasado del aristócrata, que se convierte a partir de este momento en
el referente genealógico de toda la aldea. En consecuencia, “la articulación de los
viejos cultos gentilicios basados en la consanguinidad se superaba en sí mismo
por una nueva institución: la servidumbre clientelar o patronazgo, que permitía
a los miembros de la comunidad reconocerse en los antepasados del aristócrata”
(ibidem: 64-65).
	 En nuestra opinión, este proceso no debería significar automáticamente la
aparición de la clientela, en tanto en cuanto las relaciones de consanguinidad y el
prestigio del jefe son suficientes por sí sólas para mantener la cohesión del grupo
social. Qué duda cabe que la servidumbre clientelar sienta sus bases claramente
en el “grupo gentilicio” –entendido éste como la comunidad de sangre y no como
la expresión de un determinado tipo de organización social–3
, pero creemos que
este modelo no es más que el resultado de un proceso a largo plazo que se mani-
fiesta de forma evidente sólo cuando los sistemas de dependencia basados en el
prestigio del jefe y la solidaridad comunal dejan de ser operativos y son sustitui-
dos por un nuevo marco de convivencia, al margen del parentesco, que se adecue
a la nueva realidad sociopolítica que se empieza a perfilar con el paso de la jefa-
tura territorial al estado.
	 En cualquier caso no hay que perder de vista que se trata simplemente de un
modelo, que permite explicar el desarrollo de las aristocracias en el Levante y la
Alta Andalucía, pero que no tiene porqué coincidir necesariamente en todas sus
dimensiones con el rumbo seguido por las poblaciones del Bajo Guadalquivir
desde finales del periodo orientalizante. Las comunidades que habitaban el área
2.  Ello no significa, empero, que las relaciones de parentesco no continuaran constituyendo
la base de la organización social en determinados niveles, como puede ser la familia, la aldea o las
organizaciones supra-aldeanas, aunque se encuentren insertas ahora en un marco de relaciones so-
ciopolíticas más amplio (Chic 1998: 299-300).
3.  No es este el momento de discutir la validez del modelo “gentilicio” como argumento expli-
cativo de la organización social de los pueblos de la Hispania prerromana. Para ello nos remitimos al
trabajo, ya clásico, de F. Beltrán (1988) y a las diferentes aportaciones que se han venido realizando
desde mediados de los años ochenta del pasado siglo (por ejemplo, González y Santos 1993).
 118 
Francisco José García Fernández
tartésico-turdetana –no sólo turdetanos, sino también púnicos y célticos– mues-
tran claras diferencias con aquellos grupos a los que se ha atribuido el apelativo
“ibérico” (Escacena 1989 y 1992), tanto a nivel cultural como probablemente
también étnico (García Fernández, e.p.). Sin entrar en la cuestión de las “identi-
dades” resulta evidente que la ausencia de necrópolis en la Baja Andalucía du-
rante la II Edad del Hierro, la disminución de los lugares de culto, en la mayoría
de los casos –por no decir en todos– relacionados con la presencia de comunida-
des de raigambre púnica; la escasez de esculturas, relieves, así como de otros me-
dios de expresión plástica del poder indica que las nuevas aristocracias de la Tur-
detania no recurrieron a los mismos mecanismos de cohesión que sus homólogas
de la Alta Andalucía, aunque hubieran desarrollado también fórmulas de servi-
dumbre clientelar a partir de la experiencia del periodo orientalizante y sobre la
base del sistema de relaciones de parentesco. En resumen, no contamos con datos
que permitan presumir la existencia de una aristocracia de carácter heroico en el
mundo turdetano, aunque tampoco sabemos a ciencia cierta las bases idelológicas
y sociales sobre las que se sustentaba su autoridad. Faltan excavaciones que per-
mitan conocer la morfología de los distintos tipos de asentamiento y la distribu-
ción de sus áreas funcionales, así como las estructuras que sirvieron de residencia
o soporte a los grupos de poder.
	 Sea como fuere, una de las principales consecuencias de este proceso es que
los núcleos predominantes, en este caso la ciudad de Carmo, no tendrán la necesi-
dad de explotar directamente sus áreas de captación inmediata –al menos no con la
misma intensidad– sino que se abastecerán del excedente que, en forma de tributo,
le venga dado por los otros oppida (Ruiz y Molinos 1993: 266). Lo más probable,
insistimos, es que los asentamientos de primer orden como Porcún I-II, Vico-Mon-
temolín, Cerros de San Pedro o La Lombriz I (entre otros) volvieran a formar parte,
con sus respectivas aldeas, granjas y atalayas, del territorio político de Carmona.
	 Como ya hemos dicho, lo que conocemos a través de las fuentes literarias y
epigráficas no es más que el final de este proceso, que queda abortado por la con-
quista romana. A través de Tito Livio, siguiendo probablemente la obra de Po-
libio (Martínez Gázquez 1974), conocemos el nombre de alguno de estos prín-
cipes locales, como es el caso de Calbo, nobilem tartesiorum ducem, que fue
atacado por Astrúbal tras un levantamiento generalizado de toda la región (Livio
XXIII.26-27); o del propio Atenes, que desertó de los cartagineses con sus todas
sus tropas tras un descalabro militar en 206 a.C. (Livio XXVIII.15.12-15). Poste-
riormente sabemos que los regulos Culchas y Luxinio encabezaron en el año 197
a.C. una revuelta antirromana en la Ulterior, que pronto se extendió por toda la
provincia con la incorporación de las ciudades fenicias de la costa mediterránea y
de las poblaciones de la Beturia (Livio XXXIII.21.6-8). La intervención del cón-
sul Catón en el año 195 a.C. puso fin a este conflicto (Livio XXXIV.19), aunque
los textos no indican de qué manera se resolvió definitivamente la cuestión (Gar-
cía Fernández 2003b: 87).
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena
Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena

Más contenido relacionado

Similar a Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena

Bronce final penínsular
Bronce final penínsularBronce final penínsular
Bronce final penínsular
--- ---
 
2008 - XII Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza
2008 - XII Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza2008 - XII Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza
2008 - XII Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza
Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza
 
La mina de potosí y desintegración comunidades andinas
La mina de potosí y desintegración comunidades andinasLa mina de potosí y desintegración comunidades andinas
La mina de potosí y desintegración comunidades andinas
Andrés Camacho
 
Introduccion conflicto
Introduccion conflictoIntroduccion conflicto
Introduccion conflicto
angel rivas
 

Similar a Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena (20)

Arx Asdrubalis
Arx AsdrubalisArx Asdrubalis
Arx Asdrubalis
 
España, tierra entre mares
España, tierra entre maresEspaña, tierra entre mares
España, tierra entre mares
 
Bronce final penínsular
Bronce final penínsularBronce final penínsular
Bronce final penínsular
 
El hábitat fortificado del Cerro de la Cabeza del Oso (El Real de San Vicente...
El hábitat fortificado del Cerro de la Cabeza del Oso (El Real de San Vicente...El hábitat fortificado del Cerro de la Cabeza del Oso (El Real de San Vicente...
El hábitat fortificado del Cerro de la Cabeza del Oso (El Real de San Vicente...
 
Tema 4 crisis bajomedieval
Tema 4 crisis bajomedievalTema 4 crisis bajomedieval
Tema 4 crisis bajomedieval
 
Perez herrero capitulo_2
Perez herrero capitulo_2Perez herrero capitulo_2
Perez herrero capitulo_2
 
2 Bach blq 2 tema 4 BEM 2019 20
2 Bach blq 2 tema 4 BEM 2019 202 Bach blq 2 tema 4 BEM 2019 20
2 Bach blq 2 tema 4 BEM 2019 20
 
Riesgo volcánico en canarias
Riesgo volcánico en canariasRiesgo volcánico en canarias
Riesgo volcánico en canarias
 
RIESGO SÍSMICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
RIESGO SÍSMICO DE LA CIUDAD DE MÉXICORIESGO SÍSMICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
RIESGO SÍSMICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
 
De la lucha por las libertades capitalistas a la concentración económica: his...
De la lucha por las libertades capitalistas a la concentración económica: his...De la lucha por las libertades capitalistas a la concentración económica: his...
De la lucha por las libertades capitalistas a la concentración económica: his...
 
Tema 4 La Baja Edad Media peninsular
Tema 4 La Baja Edad Media peninsularTema 4 La Baja Edad Media peninsular
Tema 4 La Baja Edad Media peninsular
 
MINITEMA 8.EL SIGLO XVII, LA CRISIS DE LA MONARQUÍA DE LOS AUSTRIAS.pdf
MINITEMA 8.EL SIGLO XVII, LA CRISIS DE LA MONARQUÍA DE LOS AUSTRIAS.pdfMINITEMA 8.EL SIGLO XVII, LA CRISIS DE LA MONARQUÍA DE LOS AUSTRIAS.pdf
MINITEMA 8.EL SIGLO XVII, LA CRISIS DE LA MONARQUÍA DE LOS AUSTRIAS.pdf
 
El declive Catalán
El declive CatalánEl declive Catalán
El declive Catalán
 
Guerras calchaquies
Guerras calchaquiesGuerras calchaquies
Guerras calchaquies
 
Tema 4 crisis bajomedieval alumnos
Tema 4 crisis bajomedieval alumnosTema 4 crisis bajomedieval alumnos
Tema 4 crisis bajomedieval alumnos
 
Rafael Gasset y la política hidráulica
Rafael Gasset y la política hidráulicaRafael Gasset y la política hidráulica
Rafael Gasset y la política hidráulica
 
2008 - XII Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza
2008 - XII Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza2008 - XII Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza
2008 - XII Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza
 
La mina de potosí y desintegración comunidades andinas
La mina de potosí y desintegración comunidades andinasLa mina de potosí y desintegración comunidades andinas
La mina de potosí y desintegración comunidades andinas
 
Minitema 8 ilustrado.pdf
Minitema 8 ilustrado.pdfMinitema 8 ilustrado.pdf
Minitema 8 ilustrado.pdf
 
Introduccion conflicto
Introduccion conflictoIntroduccion conflicto
Introduccion conflicto
 

Más de fjgn1972

Más de fjgn1972 (20)

Programa congreso 2019
Programa congreso 2019Programa congreso 2019
Programa congreso 2019
 
Gutierrez nunez f._j._hernandez_gonzalez (4)
Gutierrez nunez f._j._hernandez_gonzalez (4)Gutierrez nunez f._j._hernandez_gonzalez (4)
Gutierrez nunez f._j._hernandez_gonzalez (4)
 
Hernandez gonzalez s._gutierrez_nunez_f.
Hernandez gonzalez s._gutierrez_nunez_f.Hernandez gonzalez s._gutierrez_nunez_f.
Hernandez gonzalez s._gutierrez_nunez_f.
 
Memoria xi jovemprende
Memoria  xi jovemprendeMemoria  xi jovemprende
Memoria xi jovemprende
 
SuárezArévalo.Marchena
SuárezArévalo.MarchenaSuárezArévalo.Marchena
SuárezArévalo.Marchena
 
Conquista y Evangelización. SALAMANCA 2018
Conquista y Evangelización. SALAMANCA 2018Conquista y Evangelización. SALAMANCA 2018
Conquista y Evangelización. SALAMANCA 2018
 
Programa - ACUPAMAR 2018
Programa - ACUPAMAR 2018Programa - ACUPAMAR 2018
Programa - ACUPAMAR 2018
 
Marchena Romana
Marchena RomanaMarchena Romana
Marchena Romana
 
2275 8997-1-pb
2275 8997-1-pb2275 8997-1-pb
2275 8997-1-pb
 
Marchena, arqueologia, palacio ducal
Marchena, arqueologia, palacio ducalMarchena, arqueologia, palacio ducal
Marchena, arqueologia, palacio ducal
 
Evidencias urbanismo-marchena
Evidencias urbanismo-marchenaEvidencias urbanismo-marchena
Evidencias urbanismo-marchena
 
Marchena, arqueologia, madre de dios
Marchena, arqueologia, madre de diosMarchena, arqueologia, madre de dios
Marchena, arqueologia, madre de dios
 
Memoria x jovemprende (1)
Memoria  x jovemprende (1)Memoria  x jovemprende (1)
Memoria x jovemprende (1)
 
Feria primera-republica-2 copia
Feria primera-republica-2 copiaFeria primera-republica-2 copia
Feria primera-republica-2 copia
 
Domingo ramosentiemposdemurillo
Domingo ramosentiemposdemurilloDomingo ramosentiemposdemurillo
Domingo ramosentiemposdemurillo
 
Selfie 2018 bases
Selfie 2018   basesSelfie 2018   bases
Selfie 2018 bases
 
Asapri 23 final
Asapri 23 finalAsapri 23 final
Asapri 23 final
 
Partidos ii republica
Partidos ii republicaPartidos ii republica
Partidos ii republica
 
Md 6 de febrero de 2018
Md 6 de febrero de 2018Md 6 de febrero de 2018
Md 6 de febrero de 2018
 
Concurso VIVIR Y SENTIR EL PATRIMONIO
Concurso VIVIR Y SENTIR EL PATRIMONIOConcurso VIVIR Y SENTIR EL PATRIMONIO
Concurso VIVIR Y SENTIR EL PATRIMONIO
 

Último

Presentación de medicina Enfermedades Fotográfico Moderno Morado (1).pdf
Presentación de medicina Enfermedades Fotográfico Moderno Morado (1).pdfPresentación de medicina Enfermedades Fotográfico Moderno Morado (1).pdf
Presentación de medicina Enfermedades Fotográfico Moderno Morado (1).pdf
juancmendez1405
 
Tema 14. Aplicación de Diagramas 26-05-24.pptx
Tema 14. Aplicación de Diagramas 26-05-24.pptxTema 14. Aplicación de Diagramas 26-05-24.pptx
Tema 14. Aplicación de Diagramas 26-05-24.pptx
Noe Castillo
 
PRÁCTICAS PEDAGOGÍA.pdf_Educación Y Sociedad_AnaFernández
PRÁCTICAS PEDAGOGÍA.pdf_Educación Y Sociedad_AnaFernándezPRÁCTICAS PEDAGOGÍA.pdf_Educación Y Sociedad_AnaFernández
PRÁCTICAS PEDAGOGÍA.pdf_Educación Y Sociedad_AnaFernández
Ruben53283
 

Último (20)

Proyecto Integrador 2024. Archiduque entrevistas
Proyecto Integrador 2024. Archiduque entrevistasProyecto Integrador 2024. Archiduque entrevistas
Proyecto Integrador 2024. Archiduque entrevistas
 
PLAN DE TRABAJO CONCURSO NACIONAL CREA Y EMPRENDE.docx
PLAN DE TRABAJO CONCURSO NACIONAL CREA Y EMPRENDE.docxPLAN DE TRABAJO CONCURSO NACIONAL CREA Y EMPRENDE.docx
PLAN DE TRABAJO CONCURSO NACIONAL CREA Y EMPRENDE.docx
 
Evaluación de los Factores Internos de la Organización
Evaluación de los Factores Internos de la OrganizaciónEvaluación de los Factores Internos de la Organización
Evaluación de los Factores Internos de la Organización
 
LA ILIADA Y LA ODISEA.LITERATURA UNIVERSAL
LA ILIADA Y LA ODISEA.LITERATURA UNIVERSALLA ILIADA Y LA ODISEA.LITERATURA UNIVERSAL
LA ILIADA Y LA ODISEA.LITERATURA UNIVERSAL
 
Proceso de admisiones en escuelas infantiles de Pamplona
Proceso de admisiones en escuelas infantiles de PamplonaProceso de admisiones en escuelas infantiles de Pamplona
Proceso de admisiones en escuelas infantiles de Pamplona
 
BIENESTAR TOTAL - LA EXPERIENCIA DEL CLIENTE CON ATR
BIENESTAR TOTAL - LA EXPERIENCIA DEL CLIENTE CON ATRBIENESTAR TOTAL - LA EXPERIENCIA DEL CLIENTE CON ATR
BIENESTAR TOTAL - LA EXPERIENCIA DEL CLIENTE CON ATR
 
Módulo No. 1 Salud mental y escucha activa FINAL 25ABR2024 técnicos.pptx
Módulo No. 1 Salud mental y escucha activa FINAL 25ABR2024 técnicos.pptxMódulo No. 1 Salud mental y escucha activa FINAL 25ABR2024 técnicos.pptx
Módulo No. 1 Salud mental y escucha activa FINAL 25ABR2024 técnicos.pptx
 
Presentación de medicina Enfermedades Fotográfico Moderno Morado (1).pdf
Presentación de medicina Enfermedades Fotográfico Moderno Morado (1).pdfPresentación de medicina Enfermedades Fotográfico Moderno Morado (1).pdf
Presentación de medicina Enfermedades Fotográfico Moderno Morado (1).pdf
 
Proceso de gestión de obras - Aquí tu Remodelación
Proceso de gestión de obras - Aquí tu RemodelaciónProceso de gestión de obras - Aquí tu Remodelación
Proceso de gestión de obras - Aquí tu Remodelación
 
📝 Semana 09 - Tema 01: Tarea - Aplicación del resumen como estrategia de fuen...
📝 Semana 09 - Tema 01: Tarea - Aplicación del resumen como estrategia de fuen...📝 Semana 09 - Tema 01: Tarea - Aplicación del resumen como estrategia de fuen...
📝 Semana 09 - Tema 01: Tarea - Aplicación del resumen como estrategia de fuen...
 
TRABAJO CON TRES O MAS FRACCIONES PARA NIÑOS
TRABAJO CON TRES O MAS FRACCIONES PARA NIÑOSTRABAJO CON TRES O MAS FRACCIONES PARA NIÑOS
TRABAJO CON TRES O MAS FRACCIONES PARA NIÑOS
 
Orientación Académica y Profesional 4º de ESO- OrientArte
Orientación Académica y Profesional 4º de ESO- OrientArteOrientación Académica y Profesional 4º de ESO- OrientArte
Orientación Académica y Profesional 4º de ESO- OrientArte
 
corpus-christi-sesion-de-aprendizaje.pdf
corpus-christi-sesion-de-aprendizaje.pdfcorpus-christi-sesion-de-aprendizaje.pdf
corpus-christi-sesion-de-aprendizaje.pdf
 
3.Conectores uno_Enfermería_EspAcademico
3.Conectores uno_Enfermería_EspAcademico3.Conectores uno_Enfermería_EspAcademico
3.Conectores uno_Enfermería_EspAcademico
 
Tema 14. Aplicación de Diagramas 26-05-24.pptx
Tema 14. Aplicación de Diagramas 26-05-24.pptxTema 14. Aplicación de Diagramas 26-05-24.pptx
Tema 14. Aplicación de Diagramas 26-05-24.pptx
 
PRÁCTICAS PEDAGOGÍA.pdf_Educación Y Sociedad_AnaFernández
PRÁCTICAS PEDAGOGÍA.pdf_Educación Y Sociedad_AnaFernándezPRÁCTICAS PEDAGOGÍA.pdf_Educación Y Sociedad_AnaFernández
PRÁCTICAS PEDAGOGÍA.pdf_Educación Y Sociedad_AnaFernández
 
PROYECTO INTEGRADOR ARCHIDUQUE. presentacion
PROYECTO INTEGRADOR ARCHIDUQUE. presentacionPROYECTO INTEGRADOR ARCHIDUQUE. presentacion
PROYECTO INTEGRADOR ARCHIDUQUE. presentacion
 
Lec. 08 Esc. Sab. Luz desde el santuario
Lec. 08 Esc. Sab. Luz desde el santuarioLec. 08 Esc. Sab. Luz desde el santuario
Lec. 08 Esc. Sab. Luz desde el santuario
 
Material-de-Apoyo-Escuela-Sabatica-02-2-2024.pptx.ppt
Material-de-Apoyo-Escuela-Sabatica-02-2-2024.pptx.pptMaterial-de-Apoyo-Escuela-Sabatica-02-2-2024.pptx.ppt
Material-de-Apoyo-Escuela-Sabatica-02-2-2024.pptx.ppt
 
ensayo literario rios profundos jose maria ARGUEDAS
ensayo literario rios profundos jose maria ARGUEDASensayo literario rios profundos jose maria ARGUEDAS
ensayo literario rios profundos jose maria ARGUEDAS
 

Poblamiento turdetano en la comarca de Marchena

  • 1. See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.net/publication/312096378 El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena Chapter · January 2007 CITATIONS 0 READS 54 1 author: Some of the authors of this publication are also working on these related projects: ARCHEOSTRAITS - Iron Age landscapes on the Straits of Gibraltar View project O Baixo e Médio Guadiana (séculos VIII a.C. - I d.C.): Percursos de uma fronteira View project Francisco José Garcia Fernandez Universidad de Sevilla 77 PUBLICATIONS   203 CITATIONS    SEE PROFILE All content following this page was uploaded by Francisco José Garcia Fernandez on 06 January 2017. The user has requested enhancement of the downloaded file.
  • 2. Capítulo II El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena Francisco José García Fernández Universidad de Sevilla
  • 3. Página 82 en blanco
  • 4. I. INTRODUCCIÓN El siglo VI a.C. termina con una crisis en el área tartésica que afecta en mayor medida al Bajo Guadalquivir y a las comarcas mineras de Sevilla y Huelva. Esta crisis se manifiesta, a nivel territorial, en la interrupción de la ocupación de algu- nos asentamientos (Escacena 1993), en la concentración de la población en los núcleos de primer orden, así como en el abandono de las necrópolis orientalizan- tes, que no volverán a ser utilizadas durante la II Edad del Hierro (Escacena y Belén 1994). Sin embargo, todavía no se ha llegado a un consenso sobre las cau- sas que desencadenaron esta situación, lo que dificulta –como veremos– el plan- teamiento de hipótesis sobre su repercusión a nivel local y el panorama que nos encontraremos a partir del siglo V a.C. En un primer momento los investigadores atribuyeron a factores externos el final del periodo orientalizante (Alvar 1993; Martínez y otros 1995). Schulten (1971) y posteriormente García-Bellido (1942) destacaron el papel de Cartago en la destrucción de Tartesos, dentro del proceso de expansión militar que llevaría a la potencia norteafricana a dominar las colonias fenicias de Occidente (Alvar y otros 1992). Otros investigadores, entre los que destaca Mª Eugenia Aubet (1994: 293 ss.), pusieron en relación la caída de Tiro en manos de Nabucodonosor con la hegemonía de Cartago en el Mediterráneo Occidental y la crisis de Tartesos, a raíz del colapso del comercio de plata con Oriente, que afectó inevitablemente al ámbito colonial fenicio. Por último, J. Alvar (1980) y C. González Wagner (1983: 29-31; 1984: 215-216) piensan que la fundación de Massalia a mediados del siglo VI a.C. pudo alterar las líneas de abastecimiento de estaño, anteriormente en manos fenicias, gracias al descubrimiento de una vía interior que comunicaba el litoral atlántico con el Golfo de León. En consecuencia, los comerciantes feni- cios se vieron incapaces de abastecer la demanda de las aristocracias tartésicas, lo que sin duda debió repercutir no sólo en la balanza comercial, sino también en el propio equilibrio que sustentaba las relaciones socio-políticas en el ámbito in- dígena, basadas en una economía de prestigio (González Wagner 1995: 121). Desde mediados de los años ochenta del pasado siglo Fernández Jurado (1986 y 1986b) viene proponiendo un origen interno para la crisis del mundo tartésico. En su opinión, a finales del siglo VI a.C. se produjo un colapso de la producción metalúrgica originado, no tanto por el agotamiento del mineral, como por la in- capacidad técnica para seguir explotando las vetas situadas a mayor profundidad, “una vez agotadas las monteras superficiales en las que se encontraba la mayor cantidad de plata y de superior ley” (Fernández Jurado 1986b: 573). Esta tesis
  • 5.  84  Francisco José García Fernández endógena fue seguida, no sin matices, por otros autores como J. Alvar (1991), J.L. Escacena (1987 y 1993) o el propio González Wagner (1995), que se hacen eco de la dimensión económica del fenómeno y sus repercusiones a nivel social y político. Así pues, a partir de un determinado momento los distintos investigado- res comienzan a contemplar el final del periodo orientalizante no como un hecho puntual y traumático, sino como un proceso complejo en el que confluirían diver- sos factores (Martínez y otros 1995: 489). Jaime Alvar, por ejemplo, sostiene que la crisis minero-metalúrgica pudo acarrear una desestructuración interna de Tar- tesos y un colapso de las relaciones de intercambio con el mundo colonial (Alvar y otros 1992). Sin embargo, la desaparición de las relaciones “horizontales” no supone necesariamente una ruptura de las relaciones de tipo “vertical” entre el grupo dominante y el resto de la población, que redefiniría su posición de privile- gio mediante la intensificación de las actividades económicas tradicionales: agri- cultura y ganadería. La crisis de tartesos, por tanto, no sería más que el fin del “orientalizante”, entendido éste como el resultado de las relaciones comerciales establecidas entre los fenicios y las aristocracias locales (Alvar 1993: 198-199). La tesis de Escacena va aún más lejos, ya que a los factores de índole ex- terna, como el descenso en la demanda de metales debido a la decadencia de los establecimientos coloniales, que afectaría sobre todo a las comarcas mineras y a los núcleos relacionados con la transformación y comercialización del mine- ral, habría que añadir una crisis agropecuaria en las campiñas interiores, provo- cada posiblemente por cambios en las condiciones ambientales (Escacena 1987: 297). Esta situación debió agudizar las tensiones existentes entre el elemento in- dígena y las poblaciones de origen oriental, más o menos latentes durante el pe- riodo orientalizante (Escacena 2004: 16) y que se manifiestan ahora en la ocul- tación de tesoros, la aparición de niveles de incendio en algunos asentamientos o en la construcción de sistemas defensivos en los principales centros (Escacena 1993: 209). En esta misma línea FerrerAlbelda opina que la depresión económica originada por la crisis metalúrgica en Tartesos (desvío en las líneas de abasteci- miento de estaño, dificultades técnicas de extracción de la plata, introducción del hierro, etc.) habría tenido graves consecuencias para el equilibrio de la sociedad tartésica, sustentada, como hemos visto, en las relaciones entre la aristocracia in- dígena y los comerciantes fenicios. La ruptura de esta estabilidad tuvo inevitable- mente repercusiones en el plano sociopolítico, dando lugar a conflictos entre pe- queñas confederaciones de ciudades y enfrentamientos armados que obligaron a la construcción de defensas y a traslados de población (Ferrer 1994: 51). Desde nuestro punto de vista, el colapso de las redes de intercambio, ya sea de- bido a la crisis del sector minero-metalúrgico, ya como consecuencia de los cam- bios que sucedieron a la caída de Tiro en el ámbito fenicio colonial, debilitaron los fundamentos socio-económicos e ideológicos sobre los que se sustentaban las aris- tocracias orientalizantes: el control de los excedentes productivos y el acceso limi- tado a los bienes de lujo dentro de una incipiente economía de prestigio (González
  • 6.  85  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena Wagner 1995: 120-121). La ruptura de este equilibrio, en una sociedad articulada aún en buena medida sobre los vínculos de parentesco, habría desencadenado un conflicto en el que se vieron implicados los linajes principales y que, sin lugar a dudas, debió menoscabar el estatus de los grupos dominantes, al menos tempo- ralmente, a favor del resto de la población. Un retorno eventual a los sistemas de convivencia pre-estatales y a los valores “tradicionales” propios de las sociedades vernáculas del periodo precolonial (Escacena 1989), que desembocará inevitable- mente en nuevas formas de organización y en un nuevo equilibrio que caracterizará a las poblaciones de la II Edad del Hierro. No creemos, por tanto, que se deba ha- blar de una fase de retroceso o declive generalizado, como han convenido la mayo- ría de los investigadores, sino más bien un proceso de cambio, no necesariamente traumático, que afecta principalmente a las esferas económica y sociopolítica, pero que también tiene repercusiones a nivel ideológico. Las transformaciones que se suceden en el ámbito indígena no tienen porqué coincidir con las que algunos años antes habían comenzado a operarse en el mundo colonial, aunque ambas se pue- dan encontrar estrechamente relacionadas (Aubet 1994: 295-296). Es más, hoy en día nadie pone en duda que las consecuencias de la crisis económica no se hicie- ron sentir de la misma manera en las distintas comarcas naturales que componen el área tartésica, sino que cada una debió responder de manera diferente a la nueva coyuntura bien mediante un cambio en la estrategia de explotación del territorio, bien mediante una intensificación de la producción con el fin a obtener el máximo provecho de los recursos disponibles. Es lo que se observa, por ejemplo, en la cam- piña de Sevilla, al menos en su sector occidental, donde tras un breve periodo de inestabilidad –recordemos los niveles de incendio documentados en Carmona (Pe- llicer y Amores 1985) o el abandono de Montemolín (Bandera y otros 1993)– se inicia una nueva etapa de crecimiento gracias a la cual no sólo se mantiene el te- jido agrícola de época orientalizante, sino que se consolida el sistema de explota- ción basado en pequeñas aldeas y factorías, así como la articulación política del te- rritorio en oppida de mediano tamaño y núcleos protourbanos. El caso de Marchena resulta de nuevo paradigmático, ya que si bien se asiste a un retroceso en la ocupación a finales del siglo VI, apreciable sobre todo en al- gunos asentamientos de mediano y pequeño tamaño, por lo general aldeas y gran- jas de carácter agrícola como Cerro de las Monjas II (202), La Conejera (94), Cortijo de la Torre II (159), Donadío I (47), Ladera de Montalbán (13), Las Moti- llas V (74), Rancho I (119), San Ignacio I (15) y Salado II (40), la mayor parte de los hábitats inaugurados durante el periodo orientalizante continuará sin interrup- ción aparente durante la II Edad del Hierro, sobreviviendo incluso a la conquista romana. Del mismo modo, durante la primera mitad del siglo V a.C. comienzan a proliferar nuevos establecimientos agrícolas, sobre todo a orillas del río Cor- bones y del arroyo Salado, duplicando en número las pérdidas sufridas a finales de la centuria anterior. Se trata de Angostillo I (148), Angostillo II (149), Barra- gua II (89), La Batalá (116), Cantera de Montemolín (151), Carrascal II (112), La Charca II (30), Clarebout II (36), Clarebout IV (38), Cortijo de Vico (188), La
  • 7.  86  Francisco José García Fernández Gamorra (97), Pago Dulce (163), La Platosa V (57), La Platosa VI (185), Porcún Alto I (65), Pozo del Carretero (75), Rancho Antonio Metro (170), Rancho Luna (25), Rancho Pozo Blanquillo (86), Santa Iglesia IV (80), La Verdeja III (46) y Verdeja Nueva II (193). ¿A qué responde esta rápida recuperación? En nuestra opinión la escasa re- percusión que tuvo la crisis económica y social en la zona de Marchena, y en ge- neral en la campiña de Sevilla, se debe al concurso de tres factores principales, que determinaron en buena medida el nuevo periodo de auge que se inaugura a inicios del siglo V a.C. Por un lado se encuentra el extraordinario potencial económico de la co- marca. Como ya hemos tenido oportunidad de ver en el capítulo anterior, las tie- rras de la campiña ofrecían unas inmejorables condiciones para la implantación de una agricultura diversificada, en la que se podían compaginar los cultivos ex- tensivos de secano con el aprovechamiento de las vegas de los ríos y arroyos para la producción de verduras y hortalizas. Las zonas de dehesa y la existencia de la- gunas, en su mayor parte salobres, permitían además el mantenimiento de una importante cabaña ganadera que, a juzgar por la información procedente de Mon- temolín –no olvidemos su papel como centro sacrificial y redistribuidor de carne salada (Bandera y Ferrer 1998; Bandera y otros 1999)–, debió ocupar un lugar considerable en la economía, al menos desde el periodo orientalizante. La capaci- dad agrícola de los suelos, que había posibilitado en tiempos pretéritos el desarro- llo de una producción excedentaria destinada a satisfacer las necesidades de los grupos dominantes y a mantener una creciente masa de especialistas, pudo haber favorecido la rápida reactivación de la economía sin que apenas fueran necesa- rios cambios en las estrategias productivas. Un factor decisivo fue sin lugar a dudas la relativa estabilidad de las estruc- turas políticas y sociales. Todo apunta a que, al menos en este sector de la Cam- piña, las tensiones y conflictos que pusieron fin al periodo orientalizante no al- teraron sustancialmente la organización política del territorio, afectando poco o nada a los establecimientos agrícolas, mucho más vulnerables ante una situación de conflicto. El papel de Carmona debió ser determinante en este sentido, ya que tras un breve periodo de inestabilidad –que se intuye, como veremos, tanto en la contracción del hábitat como la aparición de estructuras defensivas– sus grupos dominantes fueron capaces de superar a tiempo los antagonismos surgidos a fi- nales del siglo VI a.C. y reconducir las bases de su poder hacia nuevas formas de organización, como se refleja en el papel predominante que a nivel político y te- rritorial adquirirá este centro en los siglos venideros. Por último hay que destacar la influencia del elemento púnico, cuya presen- cia en los principales núcleos de población vuelve a ser cada vez mayor conforme avanza el siglo V y nos adentramos en la siguiente centuria (García Moreno 1992; Bendala 1993; Ferrer 1998). Este fenómeno puede estar relacionado, como vere- mos, con los inicios de la intervención cartaginesa en el sur de la Península, entre
  • 8.  87  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena cuyos objetivos se encontraba el control de las vías de penetración hacia los dis- tritos mineros del Alto Guadalquivir y el reclutamiento de mercenarios, destina- dos a sus ejércitos de Sicilia y norte de África (Pliego 2003: 52). De este modo, la zona de Marchena se convierte de nuevo en un lugar estratégico tanto en rela- ción con sus recursos, como por su ubicación, en la confluencia de las principa- les vías que conectan el valle del Guadalquivir con la Alta Andalucía y la costa de Málaga. Categoría I. CLASIFICACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS El poblamiento post-orientalizante o tartésico-turdetano perpetúa en gran me- dida el modelo de ocupación de época orientalizante. De hecho, nos encontramos con las mismas categorías de asentamiento, que a grandes rasgos pueden resumirse en establecimientos de tipo granja, asentamientos de mediano tamaño o aldeas y grandes núcleos de población. Para esta clasificación, que no pretende ser defini- tiva, se han tenido en cuenta una serie de variables topográficas, arqueológicas y ecológicas que ya se vieron en el capítulo anterior, aunque merece la pena recordar. Para empezar se ha atendido, lógicamente, al tamaño, que determina sensiblemente el rango, a lo que habría que unir la ubicación topográfica, en cerro, meseta, ladera o llanura. La relación (física o visual) con las fuentes de recursos (hídricos, agrope- cuarios, cinegéticos, etc.), así como la proximidad a las principales vías de comu- nicación, aportan una valiosa información que afecta no sólo al carácter y función de los distintos asentamientos, sino también al peso de los atractores físicos (cursos fluviales, áreas de mayor potencialidad agrícola, etc.) en la configuración del pai- saje humano. Por último, se ha prestado especial atención a la información propor- cionada por los restos materiales, sobre todo en relación con la perduración crono- lógica y cultural de la ocupación, la presencia o ausencia de sistemas defensivos, la concentración o dispersión del hábitat, al existencia de estructuras de carácter sin- gular, así como la aparición de determinados items –materiales de importación, ele- mentos para el procesamiento de alimentos, formas específicas del repertorio cerá- mico, etc.– que permitan inferir el lugar que ocupan algunos asentamientos dentro de la organización política y económica del territorio. La combinación de estas variables, algunas de las cuales se encuentran resu- midas en los cuadros adjuntos, han constituido la base metodológica para la ela- boración de la siguiente tipología. Asentamientos de primer orden Ante la ausencia de una nomenclatura más adecuada hemos venido apli- cando a este tipo de hábitat el término latino oppidum (García Fernández 2005:
  • 9.  88  Francisco José García Fernández 893). Según Jiménez Furundarena (1993: 218), los romanos entendían por oppi- dum un “núcleo amurallado con estructura y funciones urbanas, que se diferencia del resto de las entidades de poblamiento –vicus, castellum, pagus– por su mayor tamaño, tanto en superficie como en población”, frente al vocablo civitas, que haría alusión a comunidades con una organización ciudadana, residieran o no en núcleos urbanos. A pesar de su ambigüedad, o precisamente por ello, la literatura arqueológica ha otorgado a este concepto un contenido mucho más específico, que define a asentamientos de gran tamaño, generalmente fortificados, con una excelente ubicación estratégica, destinada a controlar y dirigir la ocupación de un territorio específico, que concentran a una buena parte de la población, principal- mente especialistas a tiempo completo, así como los recursos, bienes de prestigio, etc. De este modo, denominamos oppida a los asentamientos de gran tamaño, con una extensión que supera las 2’5 has, ubicados en cerros amesetados o lomas de mediana altura, con buena visibilidad y fácil defensa en caso de ataque. Estos es- tablecimientos se sitúan generalmente en las proximidades de las principales vías de comunicación, aunque relativamente alejados de los cursos fluviales y de las tierras de mayor potencial agrícola. Ello se debe a que prima el interés estratégico sobre el resto de los factores, con el fin de ejercer un control visual efectivo tanto sobre los recursos económicos como sobre buena parte de los hábitats menores. El origen de estos núcleos tuvo lugar a finales de la Edad del Bronce, o más probablemente a inicios del periodo orientalizante, manteniendo una ocupación ininterrumpida a lo largo del periodo tartésico-turdetano al menos hasta la con- quista romana. En algunos casos estos asentamientos podían continuar habitados durante los primeros siglos de la Era Cristiana, transformándose en entonces vici, o lo que es lo mismo, en núcleos rurales de gran tamaño dependientes de una co- lonia o municipio cercano (Curchin 1985: 335-336). Presentan un registro mate- rial abundante y muy diversificado, sobre todo en lo que se refiere a la cerámica a torno común y pintada. Destacan las formas relacionadas con el servicio de mesa, cuencos y platos fundamentalmente, así como los grandes vasos de almacenaje y los recipientes anfóricos, tanto de producción local como de importación. Estos asentamientos pudieron haber contado con algún tipo de estructura defensiva, ya que la ubicación topográfica, por sí sola, no es suficiente para mantener a salvo a la población en caso de ataque. Sin embargo, la escasez de piedra en la zona obli- garía a sus habitantes restringir su uso, recurriendo a otros materiales menos per- durables, como la madera o el barro, que no han dejado aparentemente huella en el registro superficial. En su interior apenas se han documentado estructuras emer- gentes o restos constructivos de cierta entidad, sobre todo si tenemos en cuenta de nuevo la escasez de piedra y el predominio del adobe en la construcción. Resulta difícil, por tanto, ante la ausencia de excavaciones en extensión o prospecciones geofísicas, hablar de una división funcional del hábitat o de una articulación or- denada del espacio, propia de los centros protourbanos; aunque ello no excluye la presencia, más que probable, de edificios singulares y los inicios de un urbanismo de clara influencia oriental, como puede observarse en el caso de Montemolín.
  • 10.  89  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena No en vano, Vico-Montemolín (153-154) es el único yacimiento que ha sido objeto de intervenciones sistemáticas durante la década de los ochenta (Bandera y otros 1995; Chaves y otros 2003), poniendo al descubierto un recinto ceremo- nial de época orientalizante relacionado con el sacrificio ritual de ganado y la re- distribución de carne entre la población (Bandera y otros 1999; Chaves y otros 2000). No obstante, si bien el tamaño y la orientación de los edificios exhumados sugiere a sus excavadores la existencia de una organización espacial claramente simétrica, que podría considerarse ya protourbana (Chaves y Bandera 1991), el abandono de este establecimiento a finales del siglo VI a.C. y su carácter excep- cional no permite de momento extrapolar sus características formales y técnicas constructivas al resto del hábitat. De hecho, Montemolín no es más que la acró- polis de Vico, un poblado de aproximadamente 3 has situado sobre una suave ele- vación en la ladera noroeste del mismo cerro de Montemolín (Fig. 1). Lamenta- blemente, la única intervención realizada hasta la fecha sobre este asentamiento consistió en un sondeo estratigráfico de 3 x 3 metros de extensión y 6 metros de profundidad, en el que se individualizaron 29 estratos correspondientes a los pe- riodos tartésico orientalizante y tartésico turdetano (Chaves y Bandera 1987). Ello confirmaría una ocupación ininterrumpida al menos desde finales del siglo VII a.C. hasta los primeros siglos de nuestra era, aunque desconocemos si con an- terioridad al Bronce Final ya se había instalado un hábitat estable en Vico, dado que por razones técnicas no se pudo registrar la secuencia completa. La superficie Figura 1: Vista de Montemolín desde el vecino cerro de Vico.
  • 11.  90  Francisco José García Fernández de esta intervención sólo permitió documentar de forma muy parcial una sucesión de muros rectilíneos con una orientación similar y sin cimentación, realizados mediante mampuesto de piedra a modo de zócalo y alzado de adobe; así como al- gunos niveles de ocupación constituidos por pavimentos de tierra apisonada con restos orgánicos y fragmentos de cerámica, que sólo en ocasiones se encuentran relacionados con niveles de habitación (véase Bandera y Ferrer 2002: 124-127). Así pues, a pesar de su tamaño y de encontrarse situado en un lugar de gran valor estratégico, no contamos con evidencias suficientes que permitan suponer una or- ganización urbana, al menos no hasta mediados del siglo V, aunque es probable que el poblado mantuviera un estatus preeminente a nivel territorial a lo largo de la II Edad del Hierro, como prueba el hecho de que se instalara durante la II Gue- rra Púnica un campamento militar cartaginés sobre los restos del antiguo santua- rio, en el vecino cerro de Montemolín (Chaves 1990: 621). Al igual que ocurre en el caso de Vico-Montemolín, Porcún I-II (68-69) y Las Motillas I (70) forman parte de un único asentamiento de primer orden, si- tuado en el extremo septentrional de la loma de Las Motillas. Por un lado, los yacimientos de Porcún I-II constituyen un oppidum 10 has ubicado sobre dos elevaciones cercanas, separadas únicamente por una vaguada (Fig. 2). Se encuentra a 143 metros sobre el nivel del mar, en un emplazamiento privilegiado a caballo entre la Vega de Carmona y la Campiña, controlando vi- sualmente la vía que se dirige desde Carmona hacia Osuna y que discurre prácti- camente a sus pies. La prospección superficial ha proporcionado un variado con- junto de restos cerámicos, entre los que destaca la vajilla de mesa de semilujo, compuesta por cuencos de diversos tipos y platos de borde vuelto decorados al in- terior y al exterior con pintura roja bruñida. El repertorio de urnas bitroncocóni- cas, evolución de los vasos “a chardón” de época orientalizante, es también bas- tante significativo, tanto en lo que se refiere a la variedad formal como al número de ejemplares documentados. Lo mismo se puede decir de las ánforas, aunque en este caso se observa un predominio claro de las formas de tradición indígena, principalmente Pellicer B-C y Pellicer D, frente a un reducido elenco de recipien- tes importados. Por otra parte, se conoce un conjunto de armas procedente del ya- cimiento de Porcún y depositadas actualmente en la Colección Arqueológica Mu- nicipal de Marchena, compuesto por una punta de lanza y varios puñales A pesar de sus reducidas dimensiones (1’5 has), Las Motillas I presenta el repertorio material de época protohistórica más amplio y variado que se ha docu- mentado en la prospección del T.M. de Marchena. Teniendo en cuenta su cerca- nía al oppidum de Porcún, del que dista aproximadamente 350 metros, y las ca- racterísticas del enclave sobre el que se sitúa –en el extremo septentrional de un pequeño y abrupto cerro, descendiendo levemente hacia su ladera occidental– no resulta descabellado suponer que se trate de una prolongación del mismo ya- cimiento. Es decir, una acrópolis vinculada al hábitat principal, que estaría ubi- cado en el siguiente cerro hacia el norte. Esta hipótesis viene apoyada no sólo
  • 12.  91  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena por la contemporaneidad en la ocupación, que se prolonga desde época orienta- lizante hasta finales del siglo III o inicios del II a.C. sino también por la excep- cionalidad de los restos materiales documentados en superficie. Destaca sobre todo el repertorio correspondiente a la vajilla de mesa, compuesta por una gran variedad de cuencos, platos y vasitos tulipiformes con decoración pintada. Lo mismo se puede decir de las urnas globulares, evolución de las antiguas urnas “Cruz del Negro”, y de las urnas bitroncocónicas, entre las que predominan las variantes de pequeño formato, destinadas posiblemente a un uso votivo. El con- junto más abundante es, sin embargo, el de las ánforas, que constituyen aproxi- madamente el 25% o el 30% de las formas identificadas. Los tipos más frecuen- tes son los de producción local, esencialmente las variantes correspondientes la forma B-C de Pellicer, aunque tampoco faltan las ánforas de importación, repre- sentadas por los tipos arcaicos (Vuillemot R-1 o T-10.1.2.1 de Ramón) y las pro- ducciones púnico-occidentales (T-8.2.1.1). Este predominio de las urnas y, sobre todo, de los recipientes anfóricos puede estar indicando la existencia de un cen- tro ceremonial con una función redistributiva, como hemos visto en Montemo- lín, o bien de un edificio de carácter aristocrático donde se concentran los objetos de prestigio y los recipientes de transporte y almacenamiento relacionados con el consumo de las elites. No obstante, al contrario de lo que ocurre en Montemo- lín, cuya vida se encuentra estrechamente vinculada al establecimiento de comer- ciantes orientales durante la etapa colonial, Las Motillas continúa desempeñando Figura 2: Vista de Porcún II desde Porcún I.
  • 13.  92  Francisco José García Fernández la misma actividad a lo largo del periodo tartésico-turdetano, como demuestran los restos cerámicos registrados en superficie, correspondientes a los últimos ni- veles de ocupación, más alterados por la acción antrópica. Por su parte, la ausen- cia de importaciones campanas –cerámicas de barniz negro y ánforas greco-itáli- cas o Dressel 1– permiten proponer una fecha de finales del siglo III o principios del II a.C. para el abandono de esta parte del complejo, probablemente en rela- ción con la segunda Guerra Púnica o con los desórdenes que sucedieron a los pri- meros años de la presencia romana en la Ulterior. El caso de La Lombriz I (183) resulta menos evidente, pues se trata en rea- lidad de un yacimiento de mediano tamaño que no supera la hectárea y media de extensión. Sin embargo, no podemos pasar por alto que La Lombriz I se encuen- tra situada en un emplazamiento privilegiado desde el punto de vista estratégico: en el centro de la loma de La Lombriz, extendiéndose hacia su ladera surocci- dental, con una visibilidad total que le permite controlar tanto la vega del arroyo Salado y sus afluentes como la vía natural que, bordeando la propia formación, comunica Marchena con la comarca de Écija (Fig. 3). Se trata además del único asentamiento que podría asumir el papel de núcleo de primer orden en la orilla derecha del río Corbones, frente a Porcún I-II y Vico-Montemolín, ya que Cerros de San Pedro (en el vecino término de Fuentes de Andalucía) se encuentra a bas- tante distancia, demasiada para controlar los numerosos establecimientos agríco- las que se concentran en las lomas de La Verdeja, La Lombriz y La Platosa, así como a lo largo de los arroyos Salado y Madrefuentes. Como cabe esperar, los restos superficiales son escasos y poco significativos. Ello se debe en parte a que estas tierras han estado destinadas tradicionalmente al cultivo del olivo, cuyo mantenimiento requiere un laboreo ligero, con arados poco profundos que afectan sólo superficialmente el substrato arqueológico. Asimismo, la erosión a la que ha estado sometido el cerro ha desplazado una buena parte del material hacia las laderas y vaguadas, alterando su distribución espacial y, en con- secuencia, la estimación del tamaño y la disposición del yacimiento. Aquél está compuesto esencialmente por restos cerámicos de época orientalizante, fabricados tanto a mano como a torno, entre los que predominan los tipos pintados (con líneas, bandas o motivos figurativos), las cerámicas grises y las ánforas fenicias de produc- ción occidental. Por el contrario, el periodo tartésico-turdetano ha proporcionado un repertorio material poco generoso y bastante más monótono, representado úni- camente por cuencos, lebrillos y urnas, así como por los contenedores anfóricos de tradición local, pertenecientes en su totalidad a la forma B-C de Pellicer. Se puede proponer, por tanto, una ocupación ininterrumpida que iría, al menos, desde el siglo VII a.C. hasta finales del siglo IV o principios del III, ya que no contamos con evidencias suficientes que permitan suponer una perdura- ción más allá de la conquista romana. Del mismo modo, la relativa desproporción que se observa entre los restos de época orientalizante y la fase tartésico-turde- tana –teóricamente más superficial– puede responder a la pérdida de importancia
  • 14.  93  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena de este enclave a finales del siglo VI, aunque ignoramos si ello trajo como conse- cuencia un cambio de estatus dentro de la jerarquía de poblamiento o si su papel central fue asumido por otro núcleo de primer orden. En último lugar vamos a detenernos en el yacimiento de La Fábrica (81), situado en la cima del cerro del mismo nombre, a 132 metros sobre el nivel del mar. A pesar de su tamaño (5 has), hay razones suficientes para pensar que nunca alcanzó un papel relevante en la organización del territorio. Para empezar se sitúa a poca distancia de Porcún I-II, un yacimiento que sí reúne todas las característi- cas para ser considerado un centro de primer orden. Resultaría extraño que en un territorio tan amplio dos asentamientos de la misma categoría se encontraran tan próximos, compitiendo por las mismas áreas de captación de recursos. A ello ha- bría que añadir su escasa visibilidad, que únicamente permite controlar con efec- tividad las vegas de los arroyos del Carretero y Galapagar. Por su parte, el regis- tro material es parco y monótono, como cabría esperar de un establecimiento de tercer orden, lo cual resulta llamativo si tenemos en cuenta su tamaño. Está com- puesto mayoritariamente por recipientes de transporte y almacenamiento, urnas y ánforas de producción local, aunque se documentan también algunas formas co- rrespondientes al servicio de mesa. Su ocupación se iniciaría en el periodo orien- talizante, para continuar durante los siglos V y IV a.C. Debe tratarse, por tanto, de una aldea de gran tamaño dependiente del vecino oppidum de Porcún, aunque sus dimensiones serían probablemente mucho más modestas, si tenemos en cuenta que la mayor parte del material se ha desplazado ladera abajo a causa de la pro- pia dinámica postdeposicional. Figura 3: Loma de la Lombriz, con el arroyo Salado al sur.
  • 15.  94  Francisco José García Fernández Nos encontramos, en resumen, ante los centros rectores del poblamiento, el lugar donde probablemente fijaron su residencia las elites aristocráticas, solas o en connivencia con pequeñas comunidades de orientales asentadas en su territo- rio mediante pactos, alianzas matrimoniales (González Wagner 1995: 116-117), o bien a través del establecimiento de santuarios que sirvieran como elemento de cohesión y garantizaran la transparencia de las relaciones comerciales (Bandera y Ferrer 1998). Asentamientos de segundo orden: torres o atalayas Denominamos “torres” o “atalayas” a aquellos establecimientos de pequeño o mediano tamaño que, por su ubicación topográfica –en cerros aislados o atala- yas naturales– y su relación visual con los asentamientos de primer orden, esta- rían destinados al control del territorio. Se encuentran relativamente alejados de las principales fuentes de recursos, lo que redunda en su carácter eminentemente estratégico, aprovechando por lo general la cercanía de alguna fuente de agua o un arroyo con caudal permanente. En ocasiones se sitúan en un cruce de cami- nos, como la Chaparra de Montepalacio (209), o bien en relación con una impor- tante vía de comunicación, como el Cerro del Tarazanil (4), aislados de cualquier otro tipo de hábitat. Si bien no se han documentado estructuras defensivas emer- gentes, ello tampoco debe resultar extraño, si tenemos en cuenta las limitaciones antes mencionadas y el carácter perecedero de la arquitectura en adobe y tapial. Por otra parte, la toponimia es explícita en este sentido y alude indiscutiblemente a la existencia de restos de una torre o atalaya en dos de los casos (Atalaya Alta y La Torre), cuya estructura y ubicación pudo ser aprovechada a finales de la Edad Media para situar las torres vigía que protegían la frontera con el reino de Gra- nada (García Fernández 2005: 54; Borrero 1988). Su cuenca visual domina un amplio espacio, completando la conexión esta- blecida entre los asentamientos de primer orden. De este modo, el Cerro del Ta- razanil (4) y La Torre I (84) controlarían, junto con La Fábrica (83), las vegas de los arroyos del Carretero y Galapagar, así como su salida a la vega de Carmona, que se extiende hacia el noroeste (Fig. 6). Del mismo modo, desde el Cerro del Tarazanil se divisa el curso bajo del arroyo Salado, con un denso tejido agrícola, que se une al del río Corbones en sus proximidades. Por su parte, la Chaparra de Montepalacio (209), el Cerro del Orégano (145) y Atalaya Alta I (147) establecen un eje más amplio en sentido suroeste-noreste que conecta visualmente el inte- rior de la campiña de Marchena con las dehesas de Paradas y la vía que se dirige hacia Morón de la Frontera (Fig. 6). El último punto, Atalaya Alta, se encuentra de hecho junto al arroyo Hondo de la Rambla y próximo a la vía tradicional que desde Carmona, pasando por Porcún y Montemolín, se dirige hacia Osuna.
  • 16.  95  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena Ignoramos si las torres o atalayas cumplieron la misma función durante el pe- riodo orientalizante, aunque todas presentan materiales de esta cronología, prin- cipalmente cerámicas a mano, ánforas y cerámica a torno pintadas. Su ocupa- ción no parece sufrir interrupción alguna, perdurando generalmente hasta finales del siglo III; mientras que en otros casos sobreviven a la conquista romana, para continuar con mayor o menor fortuna hasta los primeros siglos de nuestra Era. Al igual que ocurre con los asentamientos de primer orden, y al contrario de lo que cabría esperar de su tamaño y función, estos asentamientos han ofrecido un re- gistro material abundante y diversificado en el que se encuentra representado la práctica totalidad del repertorio cerámico tartésico-turdetano. Destaca sobre todo la vajilla de mesa, compuesta por cuencos, platos y urnas de distinto formato, así como las ánforas, tanto de producción local como de importación. En ocasiones el volumen de restos anfóricos registrado en superficie es tan alto que cabría pen- sar para las torres o atalayas en una función complementaria de almacenamiento de excedentes agropecuarios o productos de prestigio, en relación con su proxi- midad a las rutas de abastecimiento y distribución. Tampoco podemos descar- tar la posibilidad de que se usaran también como refugios fortificados, destina- dos a dar resguardo la población campesina en caso de ataque, tal y como se ha propuesto recientemente para el caso de las atalayas que protegen el territorio de Edeta en época ibérica (Grau 2002: 202-207). Figura 4: Cerro del Tarazanil.
  • 17.  96  Francisco José García Fernández Asentamientos de tercer orden: la aldea Se trata de asentamientos de mediano tamaño (entre 0’5 y 2’5 has de exten- sión), situados en cerros o colinas de escasa altura, aunque también podemos en- contrarlos en los rebordes y laderas de las principales elevaciones, como las lomas de La Lombriz y La Platosa, o las lomas de la Santa Iglesia (Fig. 6). Su ubica- ción, en lugares de escaso interés estratégico-defensivo pero próximos a las áreas de mayor potencial agrícola, permite suponer una función eminentemente produc- tora. De hecho, su campo visual, bastante amplio en muchos de los casos, estaría orientado tanto al control de las tierras circundantes, como hacia el dominio visual de las vegas de los arroyos y las vías de comunicación. Esta función complemen- taria de control –que vendría definida por su emplazamiento– es, junto con el ta- maño, el principal matiz que diferencia a las aldeas de las pequeñas granjas o fac- torías agrícolas, con las cuales podría compartir en ocasiones las mismas áreas de captación de recursos1 . No obstante, algunas de estas aldeas se encuentran lo sufi- cientemente alejadas de los cursos fluviales y de las principales vías de comunica- ción como para suponer que estos constituyeran los únicos elementos de atracción del poblamiento. En tales casos las aldeas aparecen aisladas o en grupos de dos, en el corazón de amplias extensiones de rendimiento medio, destinadas tradicional- mente a cultivos de secano y olivar (Fig. 6); aunque también podrían haber orien- tado su economía hacia la ganadería, aprovechando las dehesas y pastizales que se extienden hacia el sur y este del territorio de Marchena. El origen de estos asentamientos se encuentra en el periodo orientalizante, aun- que la mayor parte de ellos perdura durante el periodo tartésico-turdetano. En oca- siones se detecta un hiatus a finales del siglo VI o principios del V, para reanudar su actividad en torno a los siglos IV o III a.C. Lo que resulta realmente llamativo es que, en la mayoría de los casos, su ocupación continúa tras la conquista romana, viéndose poco afectados por los acontecimientos político-militares que se suceden en la provincia a finales de la República y las posteriores reformas de Augusto. Por lo que se refiere a la cultura material, continúa predominando la cerá- mica a torno común o con decoración pintada monocroma, aunque en estos esta- blecimientos el repertorio formal se ve reducido esencialmente al menaje de uso doméstico. Es el caso de los cuencos, urnas y lebrillos, destinados a la transfor- mación y consumo de alimentos, o los recipientes anfóricos, tanto de producción local como de importación. Se clasifican dentro de este grupo los yacimientos de Angostillo I (148), An- gostillo II (149), Barragua I (88), Barragua II (89), La Batalá (116), Cagancha (179), Camino de los Olleros (22), Casilla de Pozo Salado (115), Cerro de las 1.  Se puede plantear incluso la posibilidad que algunas granjas hubieran surgido de la propia aldea mediante la segregación de uno o varios grupos familiares, que pondrían directamente en ex- plotación una porción del territorio.
  • 18.  97  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena Monjas (201), Cerros del Maravilloso IV (134), Cortijo de Carrascal (110), Cor- tijo de los Olivos I-II (92-93), Los Galindos I (23), La Lombriz II (50), La Lom- briz III (51), Media Legua (136), Los Medianos I (100), Las Motillas I (70), Las Motillas III (72), Porcún Alto I (65), Porcún Alto III (67), Rancho Pozo Blanqui- llo (86), San Ignacio II (16), Santa Iglesia I (77), Santa Iglesia II (78), La Ver- deja I (44), Vistalegre (142), La Zorrilla I (82) y La Zorrilla II (83). Por otro lado, aunque no cuenten con unas dimensiones determinadas, también pueden conside- rarse asentamientos de tercer orden los siguientes: Cantera de Montemolín (151), Cerros de San Ignacio (63), La Charca I (29), Grullo Grande I (6), Grullo Grande II (7), Repetidor II (105) y La Verdeja IV (190). Asentamientos de cuarto orden: las factorías agrícolas La última categoría está formada por establecimientos de pequeño tamaño que no superan en la mayoría de los casos la media hectárea de extensión. Aparecen generalmente en la bibliografía con los nombres de “factorías agrícolas”, “gran- jas”, “caseríos” o “cortijadas”, aunque es improbable que todas cumplieran exac- tamente la misma función. Es más, resulta difícil en ocasiones diferenciar un asen- tamiento de este tipo de una pequeña aldea, pues ambas presentan prácticamente el mismo registro material, se sitúan en los mismos lugares y explotan los mismos Figura 5: Los Vicentes I, con el arroyo Salado al fondo.
  • 19.  98  Francisco José García Fernández nichos ecológicos. Vincular un asentamientos a una categoría determinada úni- camente a partir de su tamaño puede resultar equívoco, sobre todo si tenemos en cuenta el grado de variabilidad que introducen en esta medida los procesos post- deposicionales y el intenso laboreo agrícola que soportan las tierras de la Cam- piña. Por lo tanto, debemos ser prudentes a la hora de elaborar una clasificación de los hábitats rurales y admitir cierto margen de error, difícilmente subsanable sin la ayuda de otros métodos de prospección o de la propia excavación en extensión. Como se vio en el capítulo anterior, estos asentamientos se sitúan preferente- mente en llano o sobre suaves lomas apenas destacadas del entorno, aunque tam- bién podemos encontrarlos en cerros de mediana altura o a lo largo de sus lade- ras. Al igual que ocurre con las aldeas, su emplazamiento no responde tanto a un interés estratégico-defensivo, como a la puesta en cultivo de tierras de alto rendi- miento agrícola; aunque en este caso primará el asentamiento directo junto a las fuentes de recursos y los puntos de abastecimiento de agua sobre el control visual del área de explotación. De hecho, la mayor parte de las factorías agrícolas docu- mentadas se encuentran a menos de un kilómetro de los ríos o arroyos más cerca- nos, principalmente el curso Corbones y el arroyo Salado (Fig. 6), aprovechando su llanura de inundación para la implantación de cultivos de regadío, a la vez que se garantiza un suministro permanente de agua potable. Ello no es óbice para que encontremos también pequeñas granjas en las grandes formaciones que se extien- den a lo largo del tercio norte del territorio de Marchena (Fig. 6), sobre todo en las lomas de la Santa Iglesia, La Torre y La Fábrica hacia el noroeste, a lo largo de los arroyos del Carretero y Galapagar, o en las lomas de La Lombriz y La Pla- tosa al noreste, en relación con el curso del arroyo Madrefuentes. En ambos casos el poblamiento se sitúa preferentemente en alto con respecto a las tierras de cul- tivo y siempre orientado hacia las vegas aluviales. La mayor parte de las factorías agrícolas inicia su andadura en el periodo orientalizante, aunque en ocasiones resulta difícil determinar su duración debido a la escasa representatividad del material registrado en superficie. En muchos casos estos asentamientos mantienen una ocupación ininterrumpida durante el periodo tartésico-turdetano, sobreviviendo incluso a la conquista romana; mien- tras que otros parecen abandonarse, eventual o definitivamente, a finales del siglo VI a.C. A partir del siglo V a.C. el número de factorías vuelve a crecer, sin que cesen de proliferar nuevos establecimientos durante los siglos IV y III a.C. El registro material viene caracterizado por la aparición de instrumental lí- tico relacionado con recolección y tratamiento de cereales, esencialmente dientes de hoz y denticulados con la pátina característica de su uso para siega, núcleos de sílex, moletas y molinos barquiformes. Dada su larga perdurabilidad desde fina- les de la Prehistoria, resulta difícil discernir si estos utensilios corresponden al pe- riodo orientalizante o pueden fecharse ya en época turdetana. Por lo que respecta a la cerámica, el repertorio habitual es muy parecido al que encontramos en los asen- tamientos de tercer orden, compuesto básicamente por cuencos, urnas y lebrillos
  • 20.  99  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena Figura6:Clasificacióndelosasentamientos(segúnGarcíaFernández2003).
  • 21.  100  Francisco José García Fernández realizados a torno, así como por algunos recipientes anfóricos de producción local. Del mismo modo, las factorías agrícolas no debieron disponer, al igual que ocurre con las aldeas de mediano tamaño, de una distribución ordenada del espacio, tra- tándose más bien de una asociación de estructuras domésticas o industriales sin forma definida, con áreas de almacenamiento y espacios libres destinados al proce- samiento de alimentos y/o al trabajo artesanal, como se ha podido comprobar en el caso de las Calañas de Marmolejo, en la provincia de Jaén (Molinos y otros 1994). Se pueden clasificar, por tanto, como factorías agrícolas los siguientes yaci- mientos: Camino de Vistalegre (140), Carrascal I (111), Carrascal III (113), Casi- lla de la Charca (98), Cerro Gordo (53), La Charca II (30), Clarebout I (35), Cla- rebout II (36), Clarebout III (37), Clarebout IV (38), Cortijo de la Torre (158), Los Felipes III (21), Los Galindos II (24), La Gamorra I (97), Los Isidros II (107), La- guna Sevilla (135), Los Medianos II (101), Los Medianos IV (103), Los Melli- zos (130), Las Motillas IV (73), La Platosa II (184), La Platosa III (56), Pozo Ga- llego (206), Rancho Cazolita II (177), Salado Ib (39), Salado III (42), Santa Ana I (17), Santa Iglesia III (79), Santa Iglesia IV (80), La Torre II (85), La Verdeja III (46), Verdeja Nueva I (192), Verdeja Nueva II (193), Verdeja Sur (182), Los Vi- centes II (27) y Los Vicentes III (28). Aunque tengamos dificultades para preci- sar su tamaño, pueden entrar también dentro de esta categoría Carrascal II (112), Cortijo de Vico (188), La Gamorra II (203), Laderas del Tarazanil (3), Pago Dulce (163), Los Palmares (109), Palmarete (117), Pasada del Martillo II (11), La Platosa V (57), La Platosa VI (185), La Platosa VII (58), Pozo del Carretero (75), Ran- choAntonio Metro (170), Rancho Fernandita II (178), Rancho de la Lombriz (43), Rancho Luna (25), Rancho Melero (155), Tarajal (12) y Los Vicentes I (26). Distribución de los tipos de asentamientos
  • 22.  101  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena II. LA DISTRIBUCIÓN DEL POBLAMIENTO: HACIA UN APROVECHAMIENTO ÓPTIMO DEL TERRITORIO Por lo que respecta a las pautas de asentamiento podemos hablar, sin riesgo a equivocarnos, de una perduración, e incluso consolidación, del modelo de explo- tación económica desarrollado durante el periodo orientalizante y descrito en el capítulo anterior por Mª.L. de la Bandera y E. Ferrer. A los más de sesenta encla- ves que tuvieron su origen entre los siglos VII y VI a.C. –cuyo número se man- tiene más o menos estable a pesar de la supuesta crisis agropecuaria– hay que unir una veintena de nuevas localizaciones que se concentran en las mismas áreas de explotación y en relación con las principales fuentes de recursos. Se podría decir incluso que el proceso de colonización agrícola dirigido por los asentamientos matrices (Porcún I-II, Vico y La Lombriz I) no finaliza a finales del siglo VI a.C. como ocurre en otras áreas del valle del Guadalquivir ­–véase, por ejemplo, el caso del arroyo Guadatín (Murillo y Morena 1992; Murillo 1994), o los arroyos Guadajoz y Salado de Porcuna (Molinos y otros 1994; Ruiz y Molinos 1997), tri- butarios del Guadalquivir por su margen izquierda–, sino que continua desarro- llándose hasta alcanzar su madurez durante el siglo V a.C. o incluso a principios del IV, precisamente cuando las relaciones con el mundo púnico de la costa vuel- ven a ser más intensas. Es por esta razón que, en nuestra opinión, durante el pe- riodo tartésico-turdetano las poblaciones de la comarca de Marchena alcanzan un nivel óptimo en el aprovechamiento económico del territorio, por cuanto se asiste a una intensificación la producción al tiempo que se consigue un equilibrio entre el modelo de ocupación y los recursos disponibles, equilibrio que se mantendrá sin grandes cambios hasta la conquista romana. El área de mayor concentración sigue siendo el curso medio del río Corbones y el tramo bajo del arroyo Salado, donde se fundan diez nuevos establecimien- tos: Rancho Antonio Metro (170), Cantera de Montemolín (151), Cortijo de Vico (188), La Gamorra I (97) y Rancho Luna (25) en el río Corbones, y Carrascal II (112), La Batalá (116), Clarebout II (36), Clarebout IV (38) y La Charca II (30) a orillas del arroyo Salado. Ello hace una suma total de 46 asentamientos, entre al- deas y pequeñas factorías, lo que supone casi un 50% del total de la muestra de poblamiento obtenida en el término de Marchena para la II Edad del Hierro. Con- secuentemente, la distancia media entre los distintos asentamientos disminuye hasta alcanzar los 998’5 m. en el caso del Corbones y los 528’5 m. en el arroyo Salado en el momento de máxima expansión, lo que repercute lógicamente en el tamaño de los territorios teóricos de explotación. Este hecho no supondría, sin embargo, una merma en su capacidad produc- tora, ya que en el caso de los cursos fluviales el poblamiento no está en relación a un factor de atracción puntual, sino lineal, lo que da como resultado un patrón de asentamiento con territorios de tendencia rectangular, dispuestos de forma trans- versal al eje formado por el río o arroyo (Murillo y Morena 1992: 41). En general,
  • 23.  102  Francisco José García Fernández se observa una preferencia por las terrazas antiguas, levemente elevadas y al res- guardo de las inundaciones, pero próximas a las feraces tierras de la llanura alu- vial; aunque también podemos encontrar asentamientos en llano, o en cerros de mediana altura, cuyas laderas descienden paulatinamente hasta alcanzar en oca- siones la propia orilla del río. En el caso del arroyo Salado, y sobre todo en la vega del Corbones, esta estrategia de ocupación dejaría un amplio territorio de explotación a espaldas de la llanura de inundación destinado preferentemente a la producción de secano, mientras que el espacio que media entre el hábitat y el curso fluvial, muy variable, pero raras veces superior a 500 o 600 metros, esta- ría reservado para la implantación de cultivos de regadío. Se trata en realidad de suelos con un escaso desarrollo edáfico, compuestos esencialmente por depósi- tos recientes de limos y arenas; no obstante, su escasa potencia se ve compensada sobradamente por el aporte estacional de nutrientes y partículas finas arrastradas por las aguas del Corbones y el Salado durante las crecidas invernales, así como por las posibilidades que para la irrigación ofrece la proximidad su curso. A esta ventaja habría que añadir la facilidad para la obtención de agua desti- nada a consumo humano a través de la realización pozos, que aprovechan la es- casa profundidad a la que se encuentra el manto freático en las proximidades de la vega aluvial, o bien directamente del propio río, cuyo caudal es permanente. Prueba de ello es que en torno al arroyo Salado pudimos documentar hasta un total de 31 yacimientos, con una distancia media con respecto a su curso de 366 m. El río Corbones, por su parte, presenta curiosamente una menor densidad de ocupación, con 16 asentamientos en total, aunque el poblamiento continúa man- teniendo una tendencia hacia la concentración, ya que la distancia media con res- pecto al río no supera los 500 m. Las causas de esta diferencia habría que buscar- las, en parte, en la propia dinámica fluvial del río Corbones, con una llanura de inundación mucho mayor y menos homogénea que la del arroyo Salado, lo que contribuye a que la distribución de los puntos sea más asimétrica y los territorios de explotación más amplios. A pesar de todo, no puede decirse que la colonización agrícola de este sector constituya un proceso lineal, ni por supuesto estático, ya que, como se ha visto, un buen número de estos asentamientos finalizan su ocupación de forma temporal o definitiva en un momento difícil de determinar –Los Medianos I (100), Pasada del Martillo II (17), Carrascal I (111), Grullo Grande II (7), Los Isidros II (107), Clarebout I (35), Clarebout II (37) y, posiblemente, Tarajal (12)–, mientras que otros surgen tardíamente, a finales del siglo V a.C. o durante el IV, como ocurre con el caso de Carrascal II (112) o Clarebout IV (38). Lo más probable es que al- gunos se deshabitaran temporalmente, como respuesta a determinadas coyuntu- ras de índole económica o política, para reanudar su actividad dentro de la misma generación o décadas más tarde. En cualquier caso, resulta prácticamente impo- sible llegar a este extremo de precisión cronológica contando únicamente con los resultados de una prospección superficial, sobre todo habida cuenta de la amplia
  • 24.  103  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena perduración que mantienen las cerámicas comunes a torno producidas durante el periodo orientalizante y tartésico-turdetano (Escacena 1989: 460-461; García Fernández 2006). La misma tendencia a la concentración encontramos en las cuencas de los arro- yos del Carretero y Galapagar, donde los asentamientos se agrupan a lo largo de las formaciones de areniscas y calizas arenosas que bordean sus exiguas llanuras de inundación, aprovechando las posibilidades que ofrece la presencia de manan- tiales subterráneos para el suministro permanente de agua potable. Dado que estos arroyos no cuentan con un caudal estable la mayor parte del año, la puesta en ex- plotación de las vegas aluviales se tuvo que ver necesariamente compensada con un cultivo intensivo de cereal en las tierras del interior, al que habría que añadir proba- blemente la introducción del olivo y la vid como especies domesticadas en época orientalizante. Se trata, por lo general, de suelos antiguos con un alto potencial agrí- cola, desarrollados principalmente sobre margas calcáreas y arenosas, aunque tam- bién podemos encontrar vertisoles o “tierras de bujeo” en determinados sectores que, lógicamente, no permiten el mismo grado de aprovechamiento (Fig. 7). En este periodo se inaugura el poblamiento en Porcún Alto I (65), situado en las laderas septentrionales de la loma de Las Motillas, mientras que hacia el este, a orillas del arroyo del Carretero, surge Pozo del Carretero (75). En la loma de la Santa Iglesia hace su aparición Santa Iglesia IV (80) y justo enfrente, al otro lado del arroyo Galapagar y próximo a su curso, surge Barragua II, junto al antiguo establecimiento de Barragua I (88), que continuará su actividad al menos durante dos siglos más. En la loma de La Torre tiene su origen Rancho Pozo Blanquillo (86), mientras que La Torre II (85) parece recuperarse tras un periodo indetermi- nado de abandono. Por su parte, La Zorrilla I (82) y Laderas del Tarazanil (3) no cuentan con restos en superficie que vayan más allá de finales del siglo V o ini- cios del IV a.C. En el extremo nororiental del territorio de Marchena detectamos tres nue- vos establecimientos, que habría que unir a los que aún mantienen su ocupación desde el periodo orientalizante: La Verdeja III (46), en la ladera oriental del cerro del Cuartillejo, a orillas de un arroyo intermitente que surte al Madrefuentes; La Platosa VI (185) y La Platosa V (55), sobre las laderas norte y sur respectiva- mente de la loma de La Platosa. La Verdeja I (44), en cambio, se abandona a fina- les del siglo V o principios del IV, mientras que La Lombriz II (50), La Lombriz III (51) y Cerro Gordo (53) no presentan evidencias seguras de actividad poste- riores a principios del siglo III a.C. Una buena parte de estos pequeños asenta- mientos se situaría en las vertientes meridionales de las lomas de La Verdeja, La Lombriz y La Platosa, orientando su economía hacia la puesta en cultivo de sus laderas y el aprovechamiento de los arroyos que nutren al Salado por su margen derecha; a lo que habría que unir también la cercanía de la vía que une la vega de Carmona y Marchena con la campiña de Écija. Por su parte, los asentamien- tos localizados en las laderas septentrionales completan el arco dibujado por el
  • 25.  104  Francisco José García Fernández conjunto de hábitats que, desde la vecina comarca de Fuentes de Andalucía, bor- dea la amplia vega formada por el arroyo Madrefuentes y sus principales tributa- rios. Los suelos de estas formaciones están compuestos principalmente por mar- gas silíceas ricas en diatomeas, conocidas comúnmente como “albarizas” (Fig. 7), muy aptas para el cultivo complementario de especies arbóreas o arbustivas como la vid y el olivo, aunque ignoramos si su producción era extensiva o estaba restringida a determinadas áreas. El resto de los asentamientos se dedican a la explotación extensiva de las tie- rras del interior de la Campiña, principalmente alsifoles y vertisoles sobre mar- gas calcáreas y margas arenosas, y más excepcionalmente sobre conglomerados y areniscas calcáreas, que se distribuyen a lo largo del tercio oriental del término de Marchena (Fig. 7). Se trata de un modelo de poblamiento disperso que tiende, no obstante, a concentrarse en ocasiones en torno a las tierras con mayor potencial agrícola, fuentes de agua, cañadas ganaderas, etc. Estos asentamientos se ubican preferentemente en ladera o sobre cerros de mediana altura, buscando una posi- ción estratégica, con buena visibilidad, que permita el control de una amplia área de captación de recursos, así como de las vías de comunicación. Constituyen, por lo general, hábitats de mediano tamaño, a veces en grupos de dos (una aldea y una factoría o dos aldeas), lo que resulta hasta cierto punto lógico si tenemos en cuenta que se encuentran prácticamente aislados de los principales núcleos de po- blación, en ocasiones a kilómetros de distancia, como ocurre con Vistalegre (142) o Cagancha (179). El vacío poblacional que se viene observando en el tercio meridional del ac- tual término de Marchena responde principalmente a la presencia de suelos are- nosos de escaso rendimiento agrícola (Fig. 7). A ello habría que unir las dificul- tades de drenaje de los numerosos arroyos que surcan la Campiña por este sector y la presencia de sistemas endorréicos, que dan lugar a la proliferación de lagu- nas salobres. A pesar de ello se documentan tres nuevas fundaciones: Angostillo I (148) y Angostillo II (149), en las proximidades del arroyo Hondo de la Ram- bla, y Pago Dulce, junto al arroyo del mismo nombre. El resto parece continuar sin interrupción al menos hasta el siglo III a.C. La baja productividad de estas tierras condiciona un tipo de ocupación orien- tado esencialmente a la ganadería extensiva, que tendría en las dehesas y pastos una fuente inagotable de alimentos; a ello debemos añadir el aporte complemen- tario de sal procedente de las propias lagunas y de las plantas halófilas que cre- cen a su alrededor, tan necesario para el mantenimiento de la cabaña bobina. De hecho, la hacienda de la Coronela –en torno a la laguna de los Ojuelos–, el cortijo de Vistalegre y las dehesas de Montepalacio –ya en los límites de los actuales tér- minos de Marchena, Paradas y Morón de la Frontera– conservan, al menos desde la Edad Media, este uso del suelo (García Fernández 1996; Carmona 1997). Un buen ejemplo de esta actividad lo tenemos también en el yacimiento de Monte- molín donde, como se ha visto, la abundante aparición de huesos de ovicápridos,
  • 26.  105  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena suidos y bóvidos ha permitido interpretar el lugar como un santuario relacionado con el sacrificio de animales y el reparto de carne en determinadas festividades (Bandera y otros 1999). Los análisis faunísticos realizados sobre estos restos in- dican que los animales no estaban estabulados, por lo que necesariamente “debió haber un control sobre las áreas de producción agrícola y ganadera, perfecta- mente diferenciadas, que evitara la acción del ganado y de las especies salvajes, como el ciervo y los conejos, en los cultivos” (Bandera y otros 1995: 321). Nos encontramos, por tanto, ante unas pautas de ocupación similares a las que se vieron en el capítulo anterior para el periodo orientalizante. Por un lado, en la mitad norte del territorio de Marchena observamos una tendencia a la concen- tración en torno a las principales fuentes de recursos, sobre todo cursos de agua permanentes, manantiales y suelos de alta potencialidad agrícola; mientras que en Figura 7: Distribución de los asentamientos en relación con los tipos de suelo (según García Fernández 2003)
  • 27.  106  Francisco José García Fernández el tercio sur, menos rentable para la agricultura, lo que se aprecia es una distribu- ción aleatoria de establecimientos de pequeño y mediano tamaño, orientados a la cría de ganado y situados en las proximidades de cañadas, fuentes de agua y am- plias zonas de pasto o dehesas. III. LA II EDAD DEL HIERRO EN LA COMARCA DE MARCHENA Tal como se vio al comienzo de este capítulo, con el final del periodo orien- talizante se inicia una nueva etapa para los territorios del Bajo Guadalquivir, y en concreto para la comarca de Marchena, caracterizada por la continuidad en la ocupación del territorio. La recuperación del tejido agrícola, si es que alguna vez retrocedió de forma sensible, parece –con los datos que tenemos– un hecho in- controvertible. Sin embargo ello no debe traducirse necesariamente en una con- tinuidad de las estructuras de poder, o al menos no bajo los mismos parámetros. Esta aseveración puede resultar contradictoria con lo apuntado anteriormente acerca del papel jugado por la organización sociopolítica en la estabilidad del po- blamiento, pero no se puede pasar por alto tampoco la crisis de las aristocracias orientalizantes y el fracaso de un modelo basado en el prestigio del grupo domi- nante, dentro todavía del marco de las relaciones de parentesco, que va dando paso paulatinamente a un sistema de convivencia basado en las relaciones for- males –es decir, políticas– que sentencia la definitiva división de la sociedad en clases. Pero no adelantemos acontecimientos. La realidad resultante de la crisis del siglo VI a.C. no difiere mucho, en lo que se refiere a la estructura básica del poblamiento, del panorama existente cincuenta años antes. El territorio de Mar- chena continúa articulándose en torno a tres asentamientos matrices, Porcún-Las Motillas, Vico-Montemolín y La Lombriz I, a los que habría que añadir Cerros de San Pedro, en el vecino término de Fuentes deAndalucía; que se apoyarían, como hemos visto, en al menos dos líneas de atalayas, destinadas al control (y protec- ción) de las áreas de captación económica y de las vías de comunicación: una en sentido norte sur, situada entre los arroyos del Carretero y Galapagar, y otra más al sur, que atraviesa el término de Marchena en sentido suroeste-noreste (Fig. 6). A partir de estas líneas directrices se dispone la tupida red de pequeñas aldeas y factorías agrícolas, orientadas al aprovechamiento de los recursos agrícolas y concentradas estratégicamente en las áreas de mayor potencial ecológico. Todo parece indicar que nos encontramos ante estructuras territoriales bien definidas, encabezadas por un conjunto reducido de asentamientos de primer orden, dispuestos regularmente en los lugares más aptos desde el punto de vista estratégico y defensivo –salvo el caso de Vico-Montemolín, que se sitúa en un cruce de vías de comunicación– y separados entre sí por una distancia que os- cila entre los 5 y los 10 km. Si analizamos su distribución en el espacio mediante la aplicación de los Polígonos de Thiessen –herramienta que permite determinar
  • 28.  107  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena el área de influencia teórica de asentamientos de la misma categoría (Ruiz Zapa- tero y Burillo 1988: 56)– podemos observar cómo sus territorios presentan un ta- maño regular, es decir, se reparten de forma equitativa el control de esta comarca (Fig. 8). Sin embargo, sus límites apenas coinciden con la distribución de las áreas de mayor potencial ecológico y, en consecuencia, con los lugares de ocu- pación preferente, dando como resultado una parcelación arbitraria que no tiene en cuenta rasgos fisiográficos del paisaje y su influencia en las pautas de pobla- miento y en las estrategias de explotación económica del territorio. Una solución pasaría por amoldar esta división teórica a la realidad geográfica, como se ha lle- vado a cabo recientemente en un estudio sobre el poblamiento ibérico en el inte- rior de la provincia de Alicante (Grau 2002: 125); o lo que es lo mismo, ajustar los contornos de los polígonos de Thiessen a los elementos definidores del paisaje (ríos, divisorias de aguas, lomas, etc.), que en algunos casos pudieron utilizarse como fronteras naturales entre distintas formaciones políticas, o simplemente ser- vir para marcar los límites de las distintas áreas de captación económica. El resul- tado de esta operación no deja de ser sumamente especulativo, aunque supone un reparto más racional del territorio entre los asentamientos de primer orden, con un acceso más equilibrado a los recursos y una distribución más proporcionada de los asentamientos de tercer y cuarto orden. Aún a riesgo de caer en un presen- tismo, atribuyendo a las sociedades pasadas una lógica en la ordenación del espa- cio claramente mecanicista, podemos proponer, a partir de los datos con los que contamos a día de hoy y a modo de hipótesis, una delimitación aproximada de los cuatro dominios territoriales en torno a los cuales se estructura el poblamiento en la comarca de Marchena durante el periodo tartésico-turdetano: — Porcún I-II/Las Motillas (68-70) dominaría la margen oriental de la Vega de Carmona y el sector noroccidental del territorio de Marchena, especialmente las cuencas de los arroyos del Carretero y Galapagar, además de la orilla iz- quierda del río Corbones, al menos desde la desembocadura en éste del arroyo Salado hasta la del Galapagar. Hacia el norte es el propio Corbones el que con toda probabilidad desempeña el papel de frontera entre los territorios de Por- cún y Cerros de San Pedro. Su límite oriental estaría constituido por una ca- dena de atalayas –Cerro del Tarazanil (4), La Fábrica (81) y La Torre (84), a las que habría que unir otra situada posiblemente bajo el actual casco urbano de Paradas– destinadas principalmente al control del área interfluvial de los arroyos Carretero y Galapagar, que es precisamente donde, como ya adverti- mos, se concentra la mayor parte del poblamiento en esta zona (Fig. 6). El lí- mite con Carmona quedaría establecido de forma imprecisa en la propia vega, mientras que hacia el suroeste el territorio de Porcún se adentra en el actual término de Paradas, del que desgraciadamente carecemos hasta la fecha de datos relativos a su poblamiento. Por su parte, Porcún I-II y La Fábrica con- trolan la vía que unía la ciudad de Carmo con la antigua Osuna, atravesando el río Corbones por el vado existente en las proximidades de Montemolín.
  • 29.  108  Francisco José García Fernández — La Lombriz I (183) compartiría con Cerros de San Pedro el control de la mar- gen derecha del arroyo Salado y del río Corbones respectivamente. Hacia el norte y noreste su territorio se extendería también hacia la cabecera del arroyo Madrefuentes, adentrándose en la campiña de Écija; mientras que hacia el sur limita con el territorio teórico de Vico-Montemolín, aprove- chando probablemente el sistema de lagunas que se desarrolla a lo largo de la margen derecha del arroyo Salado, desde la laguna de Ojuelos hasta el Com- plejo Endorréico de La Lantejuela. De hecho, este lugar ha servido históri- camente como límite natural entre los términos de Marchena, Écija y Osuna. La Lombriz I encabeza asimismo una tupida red de establecimientos meno- res que se extiende a lo largo de las lomas de La Platosa, La Lombriz y La Verdeja, aunque algunos pudieron encontrarse también vinculados al vecino núcleo de Cerros de San Pedro (Fig. 6). — Vico-Montemolín (153-154) se encuentra situado en uno de los lugares con mayores posibilidades estratégicas de la comarca de Marchena: sobre dos elevaciones de mediana altura próximas al río Corbones, lo que permite un control directo del poblamiento asociado a su curso, así como del vado que lo atraviesa en dirección a Osuna. Su territorio puede considerarse, de hecho, el más extenso y representativo de la comarca de Marchena, ya que abarcaría la totalidad del curso medio del Corbones y el arroyo Salado, donde se concen- tra la mayor parte de los asentamientos, así como las zonas de pasto que se extienden hacia el sur y este del actual término (Fig. 6). El límite occidental estaría fijado por la margen derecha del arroyo del Galapagar, o bien por las lomas de la Santa Iglesia, adentrándose en las dehesas de Paradas. Hacia el norte ya hemos visto cómo la presencia de lagunas salobres y de los afluentes del arroyo Salado podría constituir una suerte de frontera natural que lo sepa- rara del territorio teórico de La Lombriz. Hacia el sur los límites son menos nítidos, sin que sepamos hasta la fecha su relación con otros núcleos de pri- mer orden, como el Cerro del Castillo, en el vecino municipio de la Puebla de Cazalla, o con el área de influencia de la ciudad de Urso. El territorio de Vico-Montemolín cuenta asimismo con una línea de atalayas situadas en su límite occidental y dispuestas de forma equidistante en sentido suroeste-no- roeste (Fig. 6). Su función podría estar orientada al dominio visual de las tie- rras de alto potencial agrícola en relación con el vecino oppidum de Porcún, así como, sobre todo, al control de las principales vías de comunicación. No en vano, Atalaya Alta (147) se encuentra junto a la vía que ha unido tradi- cionalmente las ciudades de Carmona y Osuna, mientras que la Chaparra de Montepalacio (209) se sitúa al pie de la antigua vía Hispalis-Antikaria, men- cionada en los itinerarios latinos. Esta cadena de asentamientos de segundo orden corre además paralela a la Cañada Real de Morón y al Cordel de Écija, vías pecuarias que comunicaban hasta no hace mucho la sierra de Morón con la comarca de Marchena y el valle del Genil.
  • 30.  109  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena Figura8:Asentamientosdeprimerorden.AplicacióndelosPolígonosdeThyessen(segúnGarcíaFernández2003)
  • 31.  110  Francisco José García Fernández — Cerros de San Pedro fue ya objeto de estudio en la Carta Arqueológica de la comarca de Fuentes de Andalucía (Fernández Caro 1992), aunque su territo- rio nos afecta en la medida en que penetra claramente en la campiña de Mar- chena, limitando con los de Porcún I-II y La Lombriz I. Cerros de San Pedro establece asimismo una conexión visual clara con estos últimos, así como con la ciudad de Carmona, frente a la cual se sitúa. De hecho, Amores y Ro- dríguez Temiño (1984: 106) atribuyen a Cerros de San Pedro la misma cate- goría que Carmona y Gandul, al menos durante el Bronce Final, sobre todo en relación con su ubicación estratégica, tamaño y continuidad ocupacio- nal, amén de la distancia regular que separa a los tres núcleos de población; si bien, en nuestra opinión, no creemos que esta situación pueda ser extra- polable al periodo que nos ocupa. Por su parte, Fernandez Caro (1992: 181) considera a Cerros de San Pedro y La Lombriz como “polos de atracción e irradiación de población” que encabezarían respectivamente dos áreas de producción agrícola: la vega del Corbones y las tierras adyacentes a los arro- yos Madrefuentes y Salado. El territorio de Cerros de San Pedro parece abar- car, efectivamente, toda la margen derecha del Corbones, al menos desde su confluencia con el arroyo Salado hasta el punto en que aquél se aproxima al escarpe de losAlcores. El límite con la Lombriz I es menos nítido, situándose aproximadamente entre las lomas de La Verdeja y La Lombriz hasta alcan- zar la cabecera de los arroyos que nutren al Madrefuentes por la izquierda. Hacia el norte, Cerros de San Pedro limita con las terrazas del Guadalquivir, frontera natural entre los centros de la Campiña y la cadena de asentamientos que jalonan la vega del Guadalquivir por su margen izquierda. En cualquier caso, el poblamiento que encabeza este núcleo se concentra claramente a lo largo del curso del Corbones y de los arroyos que descienden desde las lade- ras de las formaciones calizas que conforman los Cerros de San Pedro y la loma de La Verdeja tanto hacia el propio Corbones como hacia el arroyo Ma- drefuentes. En último lugar, las terrazas altas del Guadalquivir, caracteriza- das por unos suelos rojos ferruginosos, muy arenosos, con abundante grava y una costra carbonatada de gran potencia situada a profundidad variable, re- sultan en este periodo impracticables para la agricultura, por lo que perma- necerán desocupadas al menos hasta el cambio de era. Ya que nos encontramos ante entes territoriales más o menos definidos sería lícito preguntarse si se trata en realidad de unidades políticas autónomas. Si te- nemos en cuenta únicamente los resultados obtenidos del estudio espacial reali- zado en la comarca de Marchena todo parece apuntar hacia esta dirección, aun- que resulta prácticamente imposible demostrarlo sin un estudio más exhaustivo del poblamiento en áreas adyacentes, como la Vega de Carmona o Paradas, así como mediante la prospección intensiva y excavación de los asentamientos más representativos de cada tipo. La adjudicación de categorías sociopolíticas a par- tir únicamente del factor rango = tamaño/ubicación topográfica, combinado con
  • 32.  111  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena la presencia/ausencia de determinados repertorios materiales, puede ser suma- mente impreciso y causar no pocos errores si no se tienen en cuenta otras varia- bles que apenas podemos percibir mediante la prospección pedestre, como puede ser la presencia de estructuras defensivas (realizadas en este caso con materiales efímeros) o de edificios de prestigio destinados a los grupos dominantes. Sólo el caso de Montemolín constituye una evidencia clara que puede ilustrarnos sobre el papel de estos asentamientos matrices como sede de un poder local, que se apo- yaría en la figura del santuario para dar cohesión a la población rural dispersa y servir de núcleo gestor de una economía redistributiva cada vez más centralizada. Pero aún siendo de esta manera, no hay que olvidar que la acrópolis de Montemo- lín se abandona a finales del siglo VI a.C. y no tenemos hasta la fecha constancia segura de otras estructuras que cumplieran la misma función durante la II Edad del Hierro. Por otra parte, hay que tener en cuenta el peso de Carmona, que du- rante el periodo orientalizante se había convertido en un auténtico centro de gra- vedad, controlando una parte considerable de la Campiña y probablemente tam- bién de la vega del Guadalquivir. Hemos visto en el capítulo anterior cómo Carmo se prefigura como centro hegemónico de la región, al menos desde el siglo VII a.C. o incluso antes, ejer- ciendo su influencia (y control) sobre un número indeterminado de núcleos de primer orden que se encontraban a su alrededor. No sabemos si esta situación puede trasladarse al periodo que nos ocupa, pero el hecho de que tras la conquista romana la práctica totalidad de la comarca de Marchena y la totalidad de la vega de Carmona se integrara dentro del municipio de Carmo nos lleva a pensar que se trata de un proceso de territorialización que ya había empezado a gestarse en época protohistórica y que responde al desarrollo de formaciones estatales primi- genias encabezadas por los principales núcleos de población (protourbanos) de la Campiña, como son Urso, Munda o la propia Carmo. Apenas contamos con datos que permitan reconstruir el paso de la jefatura al estado en las comunidades indígenas del Bajo Guadalquivir, aunque es posi- ble que tenga sus orígenes más remotos en el periodo orientalizante, cuando las desigualdades surgidas en el seno de la jefatura a finales de la Edad del Bronce se agudizaron a raíz de la presencia fenicia y la definitiva incorporación de la re- gión tartésica a los circuitos comerciales mediterráneos (González Wagner 1995). La intensificación de la producción agropecuaria en las campiñas del Guadalqui- vir –al mismo tiempo que se producía la intensificación de la producción minero- metalúrgica en la zona de Riotinto y Aznalcóllar– y la apropiación de una parte del excedente para la adquisición de bienes de prestigio garantizaron, como sabe- mos, un fondo de poder que permitió a los grupos dominantes mantener su status y predominio sobre el resto de la población. El papel de los colonizadores orien- tales en la importación de modas, costumbres e incluso de una ideología de corte aristocrático entre las elites locales parece fuera de toda duda; otra cosa muy distinta es la participación del resto de los grupos sociales en este fenómeno de
  • 33.  112  Francisco José García Fernández “orientalización”, que a juzgar por los datos fue bastante desigual y apenas inci- dió sobre las costumbres y creencias vernáculas (González Wagner 1986, 1993 y 1995; Belén y Escacena 1995) e incluso sobre su identidad (Escacena 1989, pos- teriormente García Fernández, e.p.). De este modo, los jefes más poderosos, es decir, aquellos que contaban con un mejor acceso a los recursos, con una fuerza de trabajo numerosa que permitiera la puesta en explotación directa del campo, con la simpatía de las comunidades orientales, que garantizara la circulación de bienes de prestigio y especialistas, así como con una situación estratégica que asegurara el control del territorio circundante, fueron capaces de imponer su su- premacía sobre el resto de las comunidades vecinas, transformándose paulatina- mente en jefaturas complejas de carácter territorial (González Wagner 1990: 101) o jóvenes formaciones estatales aristocráticas, como las que conocemos durante el mismo periodo en otras áreas del Mediterráneo Central y Occidental. Sabemos poco sobre la manera en que se establecieron los vínculos de de- pendencia (verticales) entre unas comunidades y otras, aunque lo más probable es que se sustentaran en buena medida sobre la base de las relaciones de parentesco, a partir de la idea de un antepasado común. Al mismo tiempo, se mantuvieron las relaciones de prestigio (horizontales) entre los linajes principales mediante el in- tercambio de regalos y esposas (González Wagner 1995: 116-117). No obstante, las elites locales de menor rango pudieron mantener su status dentro de sus res- pectivas comunidades, apropiándose de una parte de los recursos y controlando la producción mediante los vínculos de dependencia personales; en otras pala- bras, siguieron gozando de cierta autonomía política, aunque en última instancia estuvieran supeditadas a un centro hegemónico, que se encontraba en manos del grupo predominante. Sólo así se puede explicar el fenómeno de la colonización agrícola, que fue posible gracias al aporte de población procedente de los núcleos de primer orden –como Vico o Porcún– y a la gestión y control llevada a cabo por sus elites (Ferrer y Bandera 2005), al margen de la procedencia o el motivo que inspiró la iniciativa. La crisis del siglo VI a.C. supuso, como sabemos, un serio revés a este marco de relaciones, como consecuencia precisamente de los desajustes que se estaban produciendo en el seno del sistema. El inicio de una coyuntura económica nega- tiva (ya sea por causas ambientales, políticas, comerciales, o simplemente por el agotamiento de los recursos mineros) y, consecuentemente, el colapso de las rela- ciones de intercambio, que incidió directamente sobre la capacidad adquisitiva de las elites aristocráticas, provocó una situación de tensión, no exenta de violencia (Escacena 1993: 209-210) que supuso, por un lado, el repliegue de las poblacio- nes fenicias hacia los enclaves costeros bajo su control; mientras que, por el otro, contribuyó a la pérdida de credibilidad en la autoridad de los jefes, desprovistos ahora del fondo de poder que garantizaba su predominio sobre el resto de la co- munidad y de los recursos que permitían mantener el equilibrio en el sistema re- distributivo. La base de la población, como no podía ser de otra manera, se reveló
  • 34.  113  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena contra la “clase dominante”, convertida ya en una “oligarquía aristocrática”, bien atacando los centros de poder y desarticulando los sistemas de dependencia co- munitaria, bien forzando un cambio que significara el retorno a la solidaridad del grupo de parentesco y a las formas de organización pre-estatales. Ignoramos si Carmo fue objeto de algún tipo de agresión y, en caso de que así fuera, si ello supuso la sustitución de las antiguas aristocracias por nuevos grupos de poder surgidos de la revuelta popular o, en cambio, si aquellas fueron capaces de adaptarse a la nueva coyuntura social reconduciendo las formas de dominio hacia nuevos parámetros. Los datos procedentes de las excavaciones ar- queológicas llevadas a cabo en Carmona nos hablan de un periodo de cierta ines- tabilidad, que abarcaría al menos las últimas décadas del siglo VI y los prime- ros años del siglo V a.C. (Escacena 2001: 29), como puede desprenderse de los niveles de incendio documentados en las intervenciones de Carriazo y Raddatz (1960) o Pellicer y Amores (1985: 70), cuyas cronologías fueron revisadas pos- teriormente por Escacena (1993: 191-192). Esta situación de conflicto se mani- fiesta asimismo en la contracción del hábitat, al menos en los primeros momen- tos (Lineros, e.p.), y probablemente también en la amortización y construcción de varios tramos de la muralla, que refuerzan las defensas de la ciudad en su flanco norte (Cardenete y otros 1990; Rodríguez y Anglada, e.p.). A ello habría que aña- dir el abandono precipitado del presunto santuario orientalizante de Marqués de Saltillo (Belén y otros 1997; Román y Belén, e.p.), o de las necrópolis tumulares de los Alcores, que se habían concentrado en torno a los dos núcleos principales: Carmo y Gandul (Maier, e.p.). Sin embargo, la información recabada en su entorno inmediato (Amores y otros 2001), así como más recientemente en otros sectores de la propia vega (An- glada y otros, e.p.), demuestran una vez más todo lo contrario: una rápida y efi- caz recuperación que no sólo le permite mantener, sino incluso aumentar, el tejido productivo heredado del periodo anterior. Según Amores, “la vega de Carmona sigue en explotación de acuerdo con las pautas tradicionales de control territo- rial desde los poblados de cabecera y se multiplica el modelo de pequeños asen- tamientos dispersos de explotación de la tierra in situ, fenómeno que comenzara en la etapa orientalizante” (Amores y otros 2001: 439). ¿Cómo se puede explicar esta aparente contradicción? Por una parte, el pe- riodo de revueltas sociales dio paso a una nueva etapa de estabilidad política gra- cias a la cual Carmona habría reestablecido en un breve lapso de tiempo el control de una parte o la totalidad de su territorio, no sin antes modificar los lazos de de- pendencia entre los grupos de poder y el resto de la población, así como los siste- mas de convivencia que regulaban las relaciones entre unas comunidades y otras. Por otra parte, el potencial ecológico de la Campiña garantizaba la recuperación demográfica, muy afectada por la crisis económica y social, además del manteni- miento de la estrategia de explotación del territorio, que seguiría siendo rentable. Quedaría por definir, por tanto, la manera en que se produce esta transición: si las
  • 35.  114  Francisco José García Fernández aristocracias orientalizantes consiguieron recuperar su poder, rectificando en la forma –pero no en el fondo– sus medios de control; o bien, por el contrario, surge una nueva “clase política” que sustituye a la anterior apoyándose en la solidari- dad del grupo y en el beneplácito del resto de la población. Una elite cívica que, al tiempo que aparta a la vieja aristocracia tradicional, asume el control político del territorio sobre la base de la antigua estructura del poblamiento, centrada en el op- pidum y los centros productores. Se trata, en definitiva, de un fenómeno análogo al que en el ámbito griego se conoce con el nombre de “tiranías”, aunque desco- nocemos el alcance que adquirió en el ámbito tartésico, ya que la información tex- tual con la que contamos en ningún caso es anterior a la conquista romana. En el Alto Guadalquivir las transformaciones que se operan en el territorio a finales del periodo orientalizante, como el abandono de la colonización agraria, la concentración de la población en un número limitado de oppida o la reestructura- ción de numerosos asentamientos, han sido interpretadas como la afirmación del modelo aristocrático y de la institución clientelar, que alcanzaría su máximo de- sarrollo entre los siglos V y IV a.C. (Ruiz y Molinos 1997: 20). Esta polinucleari- zación que se observa en las campiñas de la Alta Andalucía constituye, por tanto, “la expresión de la atomización del poder aristocrático en detrimento de la ten- dencia a la concentración del poder del clásico modelo orientalizante”, es decir, supone el fortalecimiento de las aristocracias locales en contra de los modelos su- praterritoriales de poder aristocrático (ibidem). Es lo que se conoce como servi- dumbre gentilicia nuclear, un modelo de organización que implica la absorción por parte de una gens aristocrática de unidades familiares dispersas o incluso de otras comunidades consanguíneas a partir de un sinecismo forzado en el oppidum (Ruiz y Molinos 1993: 265). Sin embargo, la consolidación de los oppida en entidades políticas autóno- mas no se ha entendido tanto como la consecuencia de una crisis del modelo po- lítico tartésico sino como un ajuste de aquél, en el sentido de que constituye una alternativa entre las diferentes formas políticas existentes dentro de un mismo sis- tema de relaciones sociales y no una ruptura del propio sistema (Ruiz 1998: 295). De hecho, lo que parece indicar este fenómeno es que la crisis del siglo VI a.C. no incide de la misma manera en las tierras del Bajo Guadalquivir o en los dis- tritos mineros de Huelva que en la campiña de Jaén, donde se asiste a un progre- sivo afianzamiento e institucionalización de las aristocracias mediante el control del territorio desde los oppida y la producción intensiva de cereal y ganado vacuno (Ruiz y Molinos 1997: 20). Una tendencia que sólo se verá truncada posterior- mente, cuando la reorientación de los circuitos comerciales mediterráneos a fina- les del siglo IV a.C. y el descenso de la llegada de productos exógenos –fundamen- talmente vajilla griega de barniz negro y figuras rojas– altere el modelo clientelar, basado en buena medida en el acceso diferencial a los bienes de prestigio (Ruiz y Molinos 1997: 23). Es en este momento y no a finales del siglo VI a.C. cuando se produjo la auténtica crisis del modelo aristocrático en el Alto Guadalquivir, como
  • 36.  115  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena resultado de un proceso que lógicamente no podemos extrapolar al área que nos ocupa, donde la ruptura del marco de relaciones se produjo mucho antes. Como hemos tenido oportunidad de comprobar, las poblaciones de la cam- piña de Sevilla apuestan, en cambio, por el desarrollo de un poblamiento agrícola disperso y el mantenimiento del modelo de organización supraterritorial heredado Figura 9: El modelo polinuclear. Distribución del doblamiento entre Torreparedones y Puente Tablas (según Ruiz y Molinos 1997).
  • 37.  116  Francisco José García Fernández del periodo orientalizante. Este proceso de descentralización y jerarquización del poblamiento podría constituir la máxima expresión de lo que se ha venido a de- nominar servidumbre gentilicia territorial, un sistema de dependencia gentilicia que no provocaba la nuclearización del poblamiento, pero sí establecía fórmulas de dependencia comunal no esclavista, conocidas generalmente con el nombre de servidumbre comunitaria (Mangas 1977). Algunos autores, como García Mo- reno (1986 y 1992), han atribuido un origen púnico norteafricano a estos sistemas de dependencia, aunque lo más probable es que tuvieran sus antecedentes más re- motos en la subordinación de la comunidad de aldea al linaje principal, dentro del marco de una sociedad segmentaria en proceso de segregación (González Wagner 1995: 115-116, también 1990: 99-100). Ello no desacredita la posibilidad de que en el sur de la Península Ibérica conviviera un sistema de servidumbre desarro- llado en un momento tardío por las comunidades púnicas situadas dentro de la ór- bita de Cartago, con otras formas de dependencia surgidas como resultado de las transformaciones que se estaban operando desde el Bronce Final en las poblacio- nes de raigambre tartésica; resultaría, de hecho, más fácil explicar el éxito de estos fenómenos a finales del siglo III e inicios del siglo II a.C. –recordemos el caso de Asta Regia y la Turris Lascutana– si aceptamos que los sistemas de servidumbre no esclavista se encontraban ya plenamente establecidos entre la población local. Sin embargo, frente a la opinión de Ruiz y Molinos (1993: 267), para quie- nes “la servidumbre gentilicia territorial no supone un cambio en la naturaleza de las relaciones sociales de producción del modelo aristocrático, sino un reajuste al desarrollo del proceso de transición que se inicia desde la sociedad segmentaria y conduce a la sociedad aristocrática”; nosotros pensamos que la aparición del mo- delo clientelar, independientemente de que surja y se apoye en el sistema de re- laciones de parentesco, supone una fractura en la solidaridad entre los miembros del grupo, por cuanto impone, esta vez de forma explícita, nuevas formas de rela- ción basadas en la “confianza” y en la “fidelidad” al patrono y no únicamente en la sangre. El pacto in fides no sería más que un reflejo de la coerción ideológica y política que los nuevos grupos de poder, surgidos de la crisis (o la transforma- ción) de las aristocracias orientalizantes, ejercerían sobre la antigua comunidad de aldea para asegurar su sumisión, garantizando la adhesión de los miembros más representativos de cada familia o grupo suprafamiliar a cambio de protección y, sobre todo, de un acceso restringido a los bienes de prestigio que les proporcio- naba un lugar dentro de la jerarquía social. Así pues, aunque se produce una clara apertura por parte de la nueva aristocracia, minimizando la capacidad de expresar su poder mediante la acumulación de riqueza –que ahora es distribuida entre las elites locales y los clientes– y reduciendo en gran medida la distancia que la sepa- raba del resto de la sociedad (Ruiz y Molinos 1997: 22), se acaba potenciando en última instancia la segregación de una parte de la población y la aparición de una división de clases, en función del control de los medios de producción y de un re- parto desigual de la riqueza. Una ruptura del marco de convivencia que no hace
  • 38.  117  El poblamiento turdetano en la comarca de Marchena más que acelerar los procesos de estatalización que se habían iniciado durante el periodo orientalizante2 . Ello nos lleva a otra cuestión no menos importante, como es el momento de aparición de la servidumbre clientelar. Para A. Ruiz su origen habría que bus- carlo en las desigualdades surgidas en el seno de las sociedades guerreras del Bronce Final, que tienen su principal reflejo en las estelas del Suroeste (Ruiz 1996: 62-64). Desde su punto de vista, a partir de la aparición del aristócrata-gue- rrero-ostentador de riqueza, y sobre todo durante el periodo orientalizante, la co- hesión del “grupo gentilicio” ya no se justificaba en el antepasado común de cada familia y en las prácticas religiosas a nivel de aldea, sino que el linaje principal acabó sustrayendo al resto de las familias el culto a sus antepasados comunes en favor del antepasado del aristócrata, que se convierte a partir de este momento en el referente genealógico de toda la aldea. En consecuencia, “la articulación de los viejos cultos gentilicios basados en la consanguinidad se superaba en sí mismo por una nueva institución: la servidumbre clientelar o patronazgo, que permitía a los miembros de la comunidad reconocerse en los antepasados del aristócrata” (ibidem: 64-65). En nuestra opinión, este proceso no debería significar automáticamente la aparición de la clientela, en tanto en cuanto las relaciones de consanguinidad y el prestigio del jefe son suficientes por sí sólas para mantener la cohesión del grupo social. Qué duda cabe que la servidumbre clientelar sienta sus bases claramente en el “grupo gentilicio” –entendido éste como la comunidad de sangre y no como la expresión de un determinado tipo de organización social–3 , pero creemos que este modelo no es más que el resultado de un proceso a largo plazo que se mani- fiesta de forma evidente sólo cuando los sistemas de dependencia basados en el prestigio del jefe y la solidaridad comunal dejan de ser operativos y son sustitui- dos por un nuevo marco de convivencia, al margen del parentesco, que se adecue a la nueva realidad sociopolítica que se empieza a perfilar con el paso de la jefa- tura territorial al estado. En cualquier caso no hay que perder de vista que se trata simplemente de un modelo, que permite explicar el desarrollo de las aristocracias en el Levante y la Alta Andalucía, pero que no tiene porqué coincidir necesariamente en todas sus dimensiones con el rumbo seguido por las poblaciones del Bajo Guadalquivir desde finales del periodo orientalizante. Las comunidades que habitaban el área 2.  Ello no significa, empero, que las relaciones de parentesco no continuaran constituyendo la base de la organización social en determinados niveles, como puede ser la familia, la aldea o las organizaciones supra-aldeanas, aunque se encuentren insertas ahora en un marco de relaciones so- ciopolíticas más amplio (Chic 1998: 299-300). 3.  No es este el momento de discutir la validez del modelo “gentilicio” como argumento expli- cativo de la organización social de los pueblos de la Hispania prerromana. Para ello nos remitimos al trabajo, ya clásico, de F. Beltrán (1988) y a las diferentes aportaciones que se han venido realizando desde mediados de los años ochenta del pasado siglo (por ejemplo, González y Santos 1993).
  • 39.  118  Francisco José García Fernández tartésico-turdetana –no sólo turdetanos, sino también púnicos y célticos– mues- tran claras diferencias con aquellos grupos a los que se ha atribuido el apelativo “ibérico” (Escacena 1989 y 1992), tanto a nivel cultural como probablemente también étnico (García Fernández, e.p.). Sin entrar en la cuestión de las “identi- dades” resulta evidente que la ausencia de necrópolis en la Baja Andalucía du- rante la II Edad del Hierro, la disminución de los lugares de culto, en la mayoría de los casos –por no decir en todos– relacionados con la presencia de comunida- des de raigambre púnica; la escasez de esculturas, relieves, así como de otros me- dios de expresión plástica del poder indica que las nuevas aristocracias de la Tur- detania no recurrieron a los mismos mecanismos de cohesión que sus homólogas de la Alta Andalucía, aunque hubieran desarrollado también fórmulas de servi- dumbre clientelar a partir de la experiencia del periodo orientalizante y sobre la base del sistema de relaciones de parentesco. En resumen, no contamos con datos que permitan presumir la existencia de una aristocracia de carácter heroico en el mundo turdetano, aunque tampoco sabemos a ciencia cierta las bases idelológicas y sociales sobre las que se sustentaba su autoridad. Faltan excavaciones que per- mitan conocer la morfología de los distintos tipos de asentamiento y la distribu- ción de sus áreas funcionales, así como las estructuras que sirvieron de residencia o soporte a los grupos de poder. Sea como fuere, una de las principales consecuencias de este proceso es que los núcleos predominantes, en este caso la ciudad de Carmo, no tendrán la necesi- dad de explotar directamente sus áreas de captación inmediata –al menos no con la misma intensidad– sino que se abastecerán del excedente que, en forma de tributo, le venga dado por los otros oppida (Ruiz y Molinos 1993: 266). Lo más probable, insistimos, es que los asentamientos de primer orden como Porcún I-II, Vico-Mon- temolín, Cerros de San Pedro o La Lombriz I (entre otros) volvieran a formar parte, con sus respectivas aldeas, granjas y atalayas, del territorio político de Carmona. Como ya hemos dicho, lo que conocemos a través de las fuentes literarias y epigráficas no es más que el final de este proceso, que queda abortado por la con- quista romana. A través de Tito Livio, siguiendo probablemente la obra de Po- libio (Martínez Gázquez 1974), conocemos el nombre de alguno de estos prín- cipes locales, como es el caso de Calbo, nobilem tartesiorum ducem, que fue atacado por Astrúbal tras un levantamiento generalizado de toda la región (Livio XXIII.26-27); o del propio Atenes, que desertó de los cartagineses con sus todas sus tropas tras un descalabro militar en 206 a.C. (Livio XXVIII.15.12-15). Poste- riormente sabemos que los regulos Culchas y Luxinio encabezaron en el año 197 a.C. una revuelta antirromana en la Ulterior, que pronto se extendió por toda la provincia con la incorporación de las ciudades fenicias de la costa mediterránea y de las poblaciones de la Beturia (Livio XXXIII.21.6-8). La intervención del cón- sul Catón en el año 195 a.C. puso fin a este conflicto (Livio XXXIV.19), aunque los textos no indican de qué manera se resolvió definitivamente la cuestión (Gar- cía Fernández 2003b: 87).