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Introducción.

        En el presente trabajo trataremos el tema del principio antrópico y la causa final
en el mundo físico, las discusiones al respecto en el pasado y el modo en el que la
ciencia moderna nuevamente pone de relieve la cuestión.
        En la primera parte presentaremos las dos posiciones sobre las cuales se asentó
la discusión, siguiendo los argumentos desde el mundo griego hasta la aparición de la
teoría evolutiva de Darwin.
        En la segunda parte, la principal del trabajo, nos dedicaremos a exponer el tema
del principio antrópico: su origen y las muchas interpretaciones que se hicieron acerca
de él.
        Finalmente la tercera parte será al respecto de las críticas a la teoría darwiniana
que ponen la cuestión del mecanismo evolutivo en sintonía con el principio antrópico.

Teleología y disteleología en el mundo físico: desde los griegos al siglo
XIX.

        El principio antrópico, como veremos, presenta un argumento según el cual el
universo se observa constituido teleológicamente, como apuntando y dirigiéndose a un
objetivo o fin. Es éste uno de los cambios más impresionantes en la ciencia del siglo
XX, en particular porque nació no del campo de la filosofía o la teología, sino que se
desarrolló a partir de estudios originados en la observación astronómica, en la
astrofísica y en la física teórica. A decir verdad, hoy el estudio de la cuestión de la
teleología en el mundo natural se ha extendido a muchas otras disciplinas de las ciencias
experimentales, en particular la biología, fundamentalmente debido a descubrimientos –
como veremos- análogos a los realizados en el estudio del cosmos y su evolución. Pero
la argumentación teleológica contemporánea, aunque novedosa para algunos científicos
modernos, no es sino el último eslabón de una larga cadena que se origina, por lo
menos, en la especulación filosófica griega.
       Fue Aristóteles quien de modo más claro expuso la teoría de un fin –teloç- en
todos los entes o sustancias. Criticando a sus predecesores, dijo que un ser no puede ser
explicado únicamente por sus constituyentes materiales –que él llamó Causa Material,
una entre las cuatro que todo ente físico tiene-, sino que, además, y de modo principal,
para comprenderlo hace falta conocer su Causa Final, el fin para el que el ser es, su
“sentido”. Todo ente material tiene, entonces, un sentido, un “algo” hacia el cual tiende,
y, para explicar cabalmente a ese ser, debemos conocerlo. Pero entendamos que como
Causa que ese fin es con respecto al ser que tiende hacia él, el fin es anterior al ser, el
teloç precede al ser, y el ser es efecto de ese teloç en cuanto que Causa Final.
        Sin embargo otros pensadores y estudiosos de la naturaleza en este período
descartaban la noción de Causa Final en –y no sólo- la realidad física. Hablamos aquí de
los atomistas griegos. En ellos, los entes físicos se pueden explicar como la agrupación
casual o azarosa de las partículas más pequeñas y primeras, constitutivas de toda
realidad sensible. Desde luego que según el autor estudiado este modelo tendrá diversos
matices y diferenciaciones, pero en general todos ellos rechazan la noción de que los
seres físicos tienden hacia algo. Lo único que existe son las partículas, que se combinan
según las reglas del azar y el movimiento y dan lugar a los entes que vemos y
percibimos. Eventualmente, algunos de ellos surgirán como más estables, y por ello se
mantendrán existiendo, pero no ya “porque están hechos para mantenerse”, sino porque
“de hecho” lo hacen. El mismo Aristóteles presenta el argumento de modo convincente:


                                                                                         1
“Pero aquí aparece una duda. ¿Por qué -se objeta- no podría la Naturaleza actuar sin tener un fin,
y sin buscar lo mejor en las cosas? Zeus, por ejemplo, no envía la lluvia para nutrir y hacer crecer el
grano, sino que llueve por una ley necesaria, pues al elevarse el vapor debe enfriarse, y el vapor
consensado, convertido en agua, debe necesariamente caer. Pero si, teniendo lugar este fenómeno, el trigo
se beneficia germinando y creciendo, es un mero accidente. Y así, si el grano guardado en un depósito se
arruina por la lluvia, no llueve con el fin de pudrir el grano, sino que la podredumbre es un mero
accidente del haber llovido. Argumento éste que nos lleva a decir que en la Naturaleza los órganos del
cuerpo obedecen la misma ley, y los dientes, por ejemplo, crecen necesariamente […] y así con todos los
órganos donde parece haber un fin y destino especial […]”1
        En la argumentación disteleológica, la aparente adecuación intencional no es
más que mera casualidad, y se explica porque esa adecuación casual es la que permite la
persistencia en la existencia. El trigo aparece como el fin de la lluvia no porque
realmente lo sea, sino porque es la única forma de que aparezca en absoluto, pues si no
se nutriera del agua no existiría. Si el azar hubiera determinado otra forma de relación
entre el trigo y la naturaleza que lo rodea –por ejemplo, no permitiéndole la nutrición-
entonces no habría trigo para ver. El fin es así posterior al ser, es efecto del modo en el
que se disponen las partículas. No lo hacen ellas de acuerdo al fin del ser, sino que el fin
esta determinado por el modo en que se disponen. 2 Es básicamente la misma
argumentación detrás de la teoría que siglos mas tarde Darwin utilizaría para explicar
las diferencias en el mundo biológico, planteando una evolución en las especies que no
se da de modo teleológico. La alta improbabilidad de que el azar produzca organismos
tan complejos y adecuadamente interrelacionados entre sí se explica en estos autores
porque la cantidad de tiempo en consideración es infinita, por lo que es cuestión de
tiempo el que las partículas materiales se combinen del modo improbable –pero posible-
que vemos. Justamente es este factor “del infinito” el que pondrá en aprietos en la
modernidad al argumento no teleológico tanto en el campo de la cosmología como en el
de la biología.
        Absoluto azar u ordenamiento de acuerdo a un fin son pues las dos posiciones
fundamentales sobre las cuales se asentó la discusión. Debido al prevalecimiento de la
visión teleológica, enraizada en la secular noción griega del mundo como un kósmoç,
un orden captable por la inteligencia humana, particularmente por la escuela de Platón,
y, luego del siglo XII, en Aristóteles, Occidente siempre percibió al mundo de lo físico
como algo dirigido, algo que en su actuar nos remite a un objetivo. Al entrar en contacto
con la cosmovisión cristiana, este sentido teleológico se vio fortalecido, pues
concordaba con las verdades reveladas de la Fe. Pero, con la revolución heliocéntrica
del modelo de Copérnico3 y las obras de Galileo Galilei4 primero, y un par de siglos
después con la publicación de “El origen de las especies mediante la selección natural o
la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”5 por Charles Darwin, la
centralidad del hombre como fin y cúspide de lo físico acabó derrumbándose, dando
lugar a una visión en la que el hombre es un miembro más del inimaginablemente

1
  Arist., Física, II. 8.
2
  Aristóleles –con razón- diría que en este caso no podríamos hablar propiamente de un fin, pues éste
presupone, como nota constitutiva, la capacidad de “ordenar algo hacia sí”.
3
  La doctrina heliocéntrica está fundamentalmente contenida en su obra -editada póstumamente- “De
Revolutionibus Orbium Coelestium”, trabajo realizado entre los años 1507 y 1532, aunque las tesis allí
expuestas se explican en obras anteriores como “De hypothesibus motuum coelestium a se constitutis
commentariolus”, además de algunas cartas privadas.
4
  Galileo apoyaba la tesis copernicana, por la que sufrió graves dificultades, en particular debido a la
relación del heliocentrismo con la interpretación de las Sagradas Escirturas. Sus opiniones al respecto se
pueden observar en su “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo”, del año 1632.
5
  Fue publicado el 24 de noviembre de 1859 en Londres.


                                                                                                       2
inmenso universo, producto del azar cósmico y de la selección natural. Si bien los dos
astrónomos no hacen referencia a la cuestión de la teleología, e incluso la suponen al
hablar sobre el orden del “sistema del mundo”, el hecho es que quitar a nuestro planeta
del centro del cosmos físico implicó para muchos el quitar al hombre del centro desde el
cual se entiende a ese cosmos. Con los desarrollos posteriores se aumentó la cantidad de
soles similares al nuestro, se descubrió que la nuestra es una galaxia más entre miles de
millones, y nuestro planeta no es sino una pequeña roca ubicada cerca de una estrella de
mediano tamaño que a su vez está en el extremo de un brazo de la Vía Láctea. Teniendo
esto en cuenta resulta difícil considerar nuestra especie como el objetivo hacia el cual
todo este fenomenal universo corre. Siendo pues, que no somos el sentido del mundo,
pues sino sería esperable una ubicación más “acomodada”6, entonces se concluye que
somos un accidente de ese mundo, que tiene su sentido en otra parte, o, mejor, no tiene
ningún sentido en absoluto. De este modo la visión teleológica comenzó a ser eclipsada,
superada, aparentemente, por los descubrimientos de las ciencias experimentales. Pero
no fue sino hasta Darwin que la existencia de la especie humana –y de todo el orden de
los seres vivos- fue explicada de un modo no teleológico con nuevos argumentos
tomados de la observación del mundo biológico. La idea central de Darwin es muy
similar a algunas esbozadas en la antigüedad por griegos y romanos. Lucrecio, al
intentar una explicación del reino natural, proponía que la vida había aparecido en algún
momento pasado en infinitas formas y especies, todas las posibles, pero que la gran
mayoría de ellas habían perecido por su incapacidad para reproducirse o debido a
alguna otra falla innata:

                   “En aquéllos días […] muchas razas debieron de haber simplemente muerto o fallado en
la reproduccion de la especie. Todas las que ahora se ven respirando sobrevivieron o por ingenio, o por
fuerza o por velocidad. Aún más, hay muchas que lo hacen bajo la protección humana porque su utilidad
así las ha puesto en nuestro cuidado.”7

Bajo esta perspectiva, inicialmente infinitas especies existieron, y sólo sobrevivieron las
que por su propia constitución pudieron hacerlo. No obstante, en esta primitiva noción
de “selección natural” es en donde se detiene la comparación. La genialidad de Darwin
radica sobre todo en explicar, a través de esta selección, la similitud entre las distintas
especies, planteando un modelo en el que todas ellas parten de una especie originaria.
Luego, en la sucesión de las generaciones, algunas diferencias pequeñas aparecen en los
hijos. La mayoría de ellas serán perjudiciales para el individuo que las posea, que
morirá o tendrá menores posibilidades de reproducirse por su causa, pero cada tanto
alguna modificación resultará beneficiosa para él, y determinará que pueda reproducirse
con mayor éxito que los miembros de la especie que no la posean. Así, a la larga,
prevalecerán los miembros que posean esa ventaja reproductiva, que se irá
transmitiendo a sus hijos. En el modelo darwiniano, las modificaciones son

6
  Para Copérnico el centro del universo era el Sol, por lo que la centralidad del hombre en la ubicación
cósmica no se veía tan desplazada. Actualmente podemos decir, fundadamente, que tanto el Sol como la
Tierra son realmente el centro del sistema solar y aún del universo, pues la centralidad depende
únicamente del punto de vista con que se lo mire, y si se acepta la idea de ver a nuestra estrella como
centro de nuestro sistema planetario es únicamente en razón de que es más simple explicar los
movimientos de los astros utilizando esa referencia en el modelo. Y aún más: Hubble al observar el
corrimiento al rojo de la luz proveniente de las galaxias, comprobó, explicando ese corrimiento como una
manifestación del efecto Doppler en las ondas de luz, que todas ellas se están alejando de nosotros como
si fuéramos el centro del universo –al menos del universo observable-. Concluyó que o hay un centro y
nosotros estamos en él, o no hay ningún centro absoluto, y todas las galaxias se están alejando de todas al
mismo tiempo, actuando cada una como el centro desde el cual se produce el alejamiento.
7
  Lucretius, On the nature of the universe, trans. R. E. Latham, Penguin, London. 1951. p. 196.


                                                                                                       3
absolutamente azarosas, y la evolución observada en las especies se explica como la
aparición de individuos y luego razas que poseen caracteres nuevos que los ayudan a
prevalecer, y la desaparición de los que no los poseen. La conveniencia de la nueva
característica está determinada por el ambiente, siendo ventajosa ésta si se acopla de
modo adecuado a él, y perjudicial si no lo hace. Así, la conjunción entre modificación
azarosa, selección natural, y un tiempo lo suficientemente largo, explica suficientemente
la realidad biológica evolutiva que observamos. Cualquier idea de teleología es ajena a
este razonamiento, y fue en particular esto lo que determinó que la obra del naturalista
inglés fuera tan polémica en su tiempo. Mas tarde los avances en paleontología y en
particular en el campo de la genética introdujeron diversas modificaciones, precisiones
y modelos necesarios para explicar lo observado8, pero las tres columnas sobre las
cuales se asienta toda la teoría continuaron siendo el fundamento de la explicación del
mecanismo evolutivo.
        De este modo, llegamos al siglo XX, en donde la antigua Causa Final aristotélica
parece superada por lo observado, en donde la teleología de lo físico resulta nada más
que una apariencia donde en realidad existe azar.

El principio antrópico. Surgimiento, interpretaciones y objeciones.

        Luego del descubrimiento de Hubble pareció posible construir un modelo
científico en el que universo no se mantenía estático, sino que evolucionaba
constantemente en el sentido en que se expandía, y, bien visto, si se invertía la dirección
del tiempo, en algún momento en el pasado el universo había tenido un tamaño
tendiente a 0. Si se estaba expandiendo, en el pasado debía de haber estado más
contraído. Estas cuestiones colocaban a la cosmología en un punto cercano a la
microfísica, en donde los avances en modelos atómicos permitían escudriñar cómo
debían de haber sido los primeros instantes del universo.
        Justamente del estudio de estos momentos iniciales del cosmos y de la
observación de la estructura subatómica de la materia es de donde surgió la base
empírica del principio antrópico. Los hombres de ciencia comenzaron a notar que la
estructura última de la materia y de la evolución del cosmos esta perfectamente
“sintonizada” con la posibilidad de nuestra existencia como seres vivos inteligentes. Lo
que llamaron constantes de la naturaleza, es decir, aquéllas magnitudes físicas que
aparentemente no pueden ser explicadas por propiedades anteriores de la materia, y que
por ello mismo únicamente deben ser tomadas como datos arbitrarios del mundo
sensible, se les aparecían llamativamente de acuerdo con la posibilidad de nuestra
aparición en la evolución cósmica. Y lo mas extraño de todo es que no se nota una
razón ulterior para ello. Simplemente el mundo es de tal manera que nosotros podamos
existir en él. La inmensa improbabilidad de tal coincidencia, es decir, de que entre la
fenomenal cantidad de posibles determinaciones que las constantes pudieran tomar
justamente hubieran tomado las que permiten nuestra existencia, era un dato que no
podía ser dejado de lado. Si la razón entre las masas del protón y del electrón, que
resulta ser de 1.836 pero podría, en principio, ser cualquier otra, fuera diferente aunque
sea en una milésima parte, entonces la constitución atómica sería imposible y con ella
toda forma de vida basada en el átomo9. Si la velocidad de expansión al momento del
8
   Así podemos hablar de una distinción hoy fundamental en las especulaciones evolutivas entre
microevolución y macroevolución, las explicaciones para los saltos evolutivos de los que dan cuenta los
registros fósiles, las “mesetas evolutivas” también observadas en largos períodos, y, sobre todo, los
avances en genética a partir del descubrimiento del ADN y su funcionamiento en la década de 1950.
9
  Por supuesto que tanto en este caso como en todas las otras llamadas “constantes naturales”, es posible
que se lleguen a hallar razones ulteriores de su determinación, con lo que dejarían de ser propiamente


                                                                                                      4
Big Bang hubiera sido menor, o la masa total de la materia del universo un poco mayor,
entonces nuestro universo hubiera colapsado sobre sí mismo tan rápidamente que
cualquier forma de vida no habría tenido ni remotamente tiempo para desarrollarse. Por
otro lado, si la potencia hubiera sido mayor –o la masa menor-, entonces el tirón
expansivo hubiera sido tan veloz que la materia no se habría podido unir en cuerpos.10
Junto a estas dos podemos hallar muchas otras “constantes”, a su vez aparentemente no
relacionadas entre sí pero que en conjunto conforman un altamente improbable
escenario que resulta ser el único –o uno de los poquísimos- en donde es posible la vida,
y en particular la inteligente.
        Todos estos hallazgos y descubrimientos, iniciados ya por Eddington a
principios del siglo XX, llevaron a los cosmólogos y físicos a preguntarse por la razón
de estas fenomenales coincidencias que parecían indicar, luego de décadas de destierro
de la teleología, que la naturaleza perseguía un fin: la vida, y más aún, la vida
inteligente. Ya Santo Tomás, en el siglo XIII, había interpretado al mundo material
como naturalmente ordenado hacia la vida humana, en razón de su inteligencia, y en
razón de lo que fundamenta la inteligencia: el alma espiritual. Pues para él en el cuerpo
humano la materia llegaba a ser todo lo que podía ser: materia espiritualizada:


“constantes de la naturaleza”. Pero en ese caso nos hallaríamos ante otra magnitud fundamental que a su
vez luego podría ser explicada. Lo que sí es seguro es que la cadena debe tener un final, una propiedad no
explicable por otra y que simplemente se halla en la materia de modo arbitrario, caprichoso.
10
   La densidad actual de la materia dividida por la densidad crítica, es decir, la necesaria para detener por
acción gravitatoria la expansión del universo, se indica usualmente con la letra W. Entonces, en un
universo que colapsa sobre sí mismo, el valor de W es mayor a 1, en uno que se expande demasiado
“velozmente”, es menor a 1, y en uno en el que la gravedad tiende a desacelerar la expansión aunque
nunca completamente, el valor de W es igual a 1. Según las observaciones actuales “[…] notemos que la
masa visible del universo determina una densidad media tal que el valor de W sería de 0,01, es decir 100
veces inferior a la densidad crítica. Añandiendo a esto la masa oscura [p. 156] prevista por sus efectos
gravitacionales […] se alcanza un valor para W de 0,1. […] El universo probablemente sería abierto, pero
muy cercano al límite crítico.
         “Dadas las dimensiones del universo, un valor de W comprendido entre 0,1 y 10 no está tan
alejado de ese límite. El universo parecería estar cercano al punto de equilibrio entre la apertura y la
contracción, siguiendo así una geometría tridimensional ‘plana’. Este hecho resulta sorprendente, porque
los cosmólogos piensan que es muy difícil que el universo, si se tiene en cuanta su avanzada edad, se
mantenga por tanto tiempo en torno al límite W=1, el único por otra parte que, al permitir la formación de
las galaxias, hace posible la aparición de la vida. La cuestión suele llamarse el flatness problem, el
problema de la ‘planitud’ del universo, planteado ya a fines de los años 60 y ampliamente reconocido
años más tarde. [p.157]
         “Si hoy W vale casi 1, quiere decir que en los primerísimos instantes del universo W debía ser
aún más exactamente igual a 1, en un grado increíblemente preciso. Una pequeñísima variación lo habría
precipitado casi fulmíneamente o en el colapso gravitatorio o en una apertura enorme al infinito. En
ambos casos no se habrían podido formar ni las galaxias ni las estrellas, o por el predominio de la
contracción o por la excesiva fuerza expansiva: un universo inicialmente abierto o cerrado se habría
abierto o cerrado casi en seguida, como una piedra sobre un borde muy afilado de una montaña cae
fácilmente y en seguida a la derecha o a la izquierda. Si nuestro universo se ha conservado en buena salud
con un valor de W cercano a 1 durante nada menos que 15.000 millones de años (desde los 10-43 segundos
supuestos por los cosmólogos), eso significa que sus condiciones iniciales debían ser extraordinariamente
precisas (según algunos cálculos, del orden de 1 dividido por 1060), con un equilibrio dinámico exactísimo
entre la fuerza gravitatoria y la opuesta fuerza expansiva.” Sanguinetti, Juan José. El origen del cosmos….
págs. 155-157. La cita es extensa, pero sirve para ejemplificar la enorme improbabilidad numérica que
implica nuestro universo.


                                                                                                         5
“[...] y como una cosa es perfecta en tanto esta en acto, la intención de todo lo que existe en
potencia debe ser el tender, a través del movimiento, hacia la actualidad. Y así, cuanto más posterior y
más perfecto un acto es, tanto más fundamental es la inclinación de la materia hacia él. Por ende, respecto
al último y más perfecto acto que la materia puede obtener, la inclinación de la materia según la cual
desea la forma debe ser como al último fin de la generación. Ahora bien, entre los actos pertenecientes a
la forma , encontramos ciertas graduaciones. Así, la materia prima está en potencia, inicialmente, hacia la
forma de un elemento. Cuando existe bajo la forma de un elemento está en potencia hacia la forma de un
cuerpo mixto; y por ello los elementos son materia de los cuerpos mixtos. Considerada bajo la forma de
un cuerpo mixto, está en potencia hacia un alma vegetativa, porque tal tipo de alma es el acto de un
cuerpo. A su vez, el alma vegetativa está en potencia hacia un alma sensitiva; y una sensitiva hacia una
intelectual. […] Por lo tanto, el último fin de todo el proceso de generación es el alma humana, y la
materia tiende hacia ella como hacia la forma última.”11.

La materia “desea” la información por un alma humana, pues ésta en tanto intelectual
permite alcanzar a aquélla, a su través, el actualizar al máximo su tendencia potencial, y
la potencia no es otra cosa que ordenamiento hacia el acto. Lo que está en potencia, por
estarlo, busca el acto. Pero volviendo a los descubrimientos contemporáneos, los
hombres de ciencia comenzaron a reflexionar que ante lo altamente improbable de que
se hubiera dado el universo que vemos, el azar no aparecía como una explicación
suficiente, pues las probabilidades mostraban que si fuera por azar no deberíamos estar
aquí. Y sin embargo lo estamos. Incapaces de descubrir una razón ulterior para explicar
las coincidencias, sugirieron sin embargo diversas aproximaciones al problema, que
pretendían, aunque sea rudimentariamente, presentarlo de un modo racional. Lo que
ahora llamamos Principio Antrópico no es más que eso: una aproximación al problema.
Diversas interpretaciones se hicieron acerca del tema y de la aparente finalidad del
universo. Principalmente hablaremos aquí de lo que hoy conocemos como el Principio
Antrópico Débil y el Principio Antrópico Fuerte, y junto a ellas sus variantes o
derivaciones posteriores.
               El Principio Antrópico Débil dice que

         “Los valores observados de todas las magnitudes físicas y cosmológicas no son igualmente
probables sino que toman valores restringidos por el requerimiento de que existan sitios donde la vida
basada en el carbono pueda evolucionar y por el requerimiento de que el Universo sea lo suficientemente
antiguo como para que ya lo haya hecho.”12

        Básicamente, y como los mismos autores lo reconocen, este postulado
únicamente hace notar que no podríamos observar el Universo si este no fuera apto para
que existamos. Bien entendido, se limita a enunciar una cualidad casi obvia del cosmos
que observamos: debe permitir que existamos. Pero esa autolimitación es la que al
mismo tiempo nos deja sin resolver el problema, pues no responde la gran pregunta de
fondo. Sirve en todo caso para descartar a priori las condiciones que jamás podremos
observar, pues son incompatibles con nuestra existencia, o en todo caso para ahondar en
ciertas características esperables en un Universo hospitalario con la raza humana, pero
no para acallar la sorpresa que nos produce el que existamos. Sí, es cierto que jamás
observaríamos un Universo con constantes cosmológicas no concordes con la vida, pero
el misterio radica en por qué habríamos de observar algo en absoluto. Por otro lado esta
definición tiene el mérito de percibir que las condiciones –o constantes- fundamentales
tienen una relación capital con la aparición de la vida, y que entre los dos fenómenos
debe haber una armonía para permitir la segunda. En pocas palabras, en el principio
débil se hace notar claramente que la vida depende muy finamente de que se den ciertas

11
 Contra Gent.; III, 22, 7.
12
 Barrow and Tipler. The Anthropic Cosmological…. pág. 16.


                                                                                                       6
condiciones cosmológicas favorables a ella. Para concluir, el Principio Antrópico Débil
(WAP, por sus siglas en inglés) si bien resalta convenientemente algunos aspectos que
dieron origen a la pregunta por la armonía entre las constantes físicas y la vida, no logra
–más bien ni siquiera intenta- responder la pregunta que nos suscita el improbable y
sorprendente hecho de que existamos.
               No obstante, más tarde una nueva versión del Principio Antrópico, el
llamado Principio Antrópico Fuerte (SAP), fue propuesta, y ésta contenía afirmaciones
mucho más interesantes –y por lo mismo polémicas- al respecto de la pregunta por un
posible sentido en la naturaleza:

         “El Universo debe [must] tener aquéllas propiedades que permitan que la vida se desarrolle en
algún estadio de su historia.”13

        Siguiendo a la monografía citada, podemos ver varias posibles interpretaciones a
este segundo principio antrópico. La primera y más cercana al finalismo aristotélico es
la que dice que

        “[…] existe un Universo posible ‘diseñado’ con el objetivo de generar y sostener
‘observadores’.”14

        Como dijimos, es ésta una interpretación que remite a la idea de un plan
prefijado para el cosmos físico, y su evolución está determinada por éste plan, de modo
que queda solucionado el problema de unificar la enorme improbabilidad de que se den
las condiciones cosmológicas específicas necesarias para la aparición de la vida
inteligente y el hecho de que esa vida haya realmente surgido, pues ya no es sólo el azar
lo que determina la evolución cósmica, sino que entra en juego un principio anterior que
anima lo material en su conjunto y lo dirige hacia un objetivo que tiene relevancia por
sobre el resto de las “direcciones” posibles. El Universo tiene, nuevamente, una Causa
Final. Es exactamente el mismo tipo de argumentación utilizada durante siglos para
probar la existencia de Dios, la llamada “vía cosmológica”15, aunque en los autores
modernos la cuestión de si hay un ‘Diseñador’ que haya trazado ese ‘diseño’ no
aparece, o al menos no lo hace de modo frecuente. Bajo esta interpretación, no obstante,
conviene aclarar el sentido exacto del “debe” en la proposición inicial del SAF. No es
correcto que sea tomado en el sentido que no puede ser de otra manera, sino en el
sentido de que el Universo contiene en sí una ordenación hacia la vida. No es
estrictamente necesario que esta ordenación se haga efectiva, pues en el nivel de lo
material las causas pueden fallar. Así, yo puedo decir que debo tener ojos porque debo
ver, pero ello no implica una absoluta necesidad de que yo efectivamente tenga ojos y
vea, ya que la eficacia de la causa final puede fallar en mí. Por otra parte, si se tomase el
“debe”, el “must”, en ese sentido de necesidad absoluta, se desvirtuaría todo el asombro
que nos produce la armonía entre el orden cósmico fundamental y la vida, pues
justamente lo que nos llama tan poderosamente la atención es que el Universo podría
no haber sido de hecho compatible con la vida –y aparentemente lo más probable era
que no lo sea- y sin embargo lo es.
        Una segunda interpretación del WAP es la que Wheeler llamó el Principio
Antrópico Participatorio:


13
   op. cit., pág. 21.
14
   op. cit., pág. 22.
15
   ver S. Th., I, q. 2, a. 3, resp.


                                                                                                   7
“Los observadores son necesarios para traer el Universo a la existencia.”16

        Si se lee esta interpretación a la luz del teleologismo aristotélico, es posible
entenderla como la afirmación de que los observadores son necesarios en cuanto que
causa final del Universo, como fin del Universo. En ese sentido, el Principio
Participatorio es otro aspecto de la primera interpretación, de inspiración finalista, de la
que hablamos. Pero la intención del autor no es remarcar al observador como necesario
en cuanto que causa final, sino más bien al observador como causa eficiente. La
cuestión viene de la mano con la mecánica cuántica, y en particular con la interpretación
de Copenhagen17 del indeterminismo cuántico, según la cuál un sistema físico aparece
indeterminado antes de la medición, como un conjunto de probabilidades de estar en
diferentes estados. Este conjunto de probabilidades es representado gráficamente con
una “onda de probabilidad” o “función de onda”. El acto de observación, sin embargo,
ubica al sistema en un estado particular, por lo que se dice que la observación provoca
un “colapso del onda”, es decir, que las probabilidades pasan a ser del 100 % en un
estado, y de 0 % en cualquier otro. Leyéndola de un modo idealista, Wheeler toma la
intepretación de Copenhagen y explica las increíbles coincidencias “antrópicas”
hablando del Universo como un sistema físico que, como cualquier otro, previamente a
la observación se halla en un estado indeterminado, y por lo tanto representable por una
función de onda, onda que luego de la medición colapsa en un estado particular que
necesariamente será compatible con la existencia misma del medidor. Por lo tanto, si el
Universo es observado, entonces sí o sí resultará colapsado en un estado antrópico. No
es sólo que no podríamos, como en el Principio Débil, observar un Universo no
compatible con nosotros, sino que aquí la misma compatibilidad es consecuencia de
nuestra observación. En el fondo esta interpretación idealista también elude el problema
de las grandes coincidencias, pues proclama que el único Universo posible
absolutamente es uno con propiedades antrópicas ya que sólo mediante una medición
del ánthropos puede la función de onda del “Universo indeterminado” colapsar en un
“Universo actual”.
        También desde la física cuántica aparece una tercera interpretación del Principio
Antrópico Fuerte, muy similar a la anterior:

        “Un conjunto de otros universos diferentes es necesario para la existencia de nuestro
Universo.”18

       Éste postulado presenta una de las mayores y, creo, más sólidas objeciones al
principio antrópico, o al menos a la interpretación finalista del principio. Propone la
existencia de múltiples universos simultáneos19, todos ellos determinaciones o
“fluctuaciones” del llamado “vacío cuántico”, aunque en cada uno las constantes
naturales serían diferentes, habrían asumido distintos valores, por lo que es esperable
que de entre un conjunto casi infinito de universos reales en uno se den las improbables
condiciones para la vida inteligente. Si yo viera que alguien gana la lotería, asumiría,
razonablemente, que antes de ganar debe de haber jugado muchas veces, pues un

16
   ibid., pág. 22
17
   Propuesta por Niels Bohr en sus famosas Como lectures, en 1927.
18
   ibid., pág. 22
19
   En realidad, como hace notar Sanguinetti, la noción de la pluralidad de mundos es necesariamente
planteada, aunque sólo idealmente, desde el momento en que nos sorprende la armonía entre las
constantes y la vida, pues nos sorprende porque pensamos en la inmensa cantidad de mundos posibles y
en la improbabilidad de que se hubiera dado el nuestro. Ver Sanguinetti, Juan José. El origen del
cosmos…, pág. 257.


                                                                                                   8
cálculo de probabilidades así me lo indicaría. Del mismo modo es posible pensar que
este Universo no es producto de una increíble casualidad –que sería como ganar la
lotería al primer y único intento-, sino que hay muchísimos otros universos reales donde
la vida no es posible. La idea no es nueva: ya Demócrito había planteado esta
posibilidad para explicar el orden del mundo:

         “Hay mundos infinitos en número y diferentes en tamaño. En algunos no hay ni Sol ni Luna, en
otros hay más de un Sol y una Luna. La distancia entre los mundos es variable, en algunas direcciones
hay más de ellos… Su destrucción acontece mediante la colisión de uno con otro. Algunos mundos están
desprovistos de toda vida animal o vegetal y de toda humedad.” 20

        También luego del nacimiento de la teoría del Big Bang, y habiendo razonado
que era posible, tras un período de expansión, que el Universo comenzara a contraerse
por efecto de la gravedad, surgió la idea de que este ciclo de expansión-contracción
podría ser infinito, tomando en cada nuevo Big Bang valores diferentes las constantes
naturales.
        En nuestro caso, como dijimos, la hipótesis de los muchos mundos (many
worlds) aparece como una interpretación de la mecánica cuántica. Consecuente con la
interpretación de Copenhagen, apareció a mediados del siglo XX una nueva
interpretación del indeterminismo cuántico:

         “Como es sabido, en la teoría cuántica la predicción vale sólo para la probabilidad de los eventos
concretos de un sistema físico, es decir, estadística y se refiere a cuadros evolutivos de grupos de
partículas mediante la función de onda […] Everett (Princeton) propuso en 1957 la llamada interpretación
many-worlds de la física cuántica, según la cual una partícula existe en todas sus trayectorias posibles,
dando lugar así a una pluralidad de mundos divergentes pero al mismo tiempo reales, ya que toda posible
trayectoria determina leibnizianamente un nuevo posible mundo. Cada acto observativo y mensurativo
corta un trozo de este enjambre de mundos y lo relaciona de modo peculiar con el observador. El universo
se va subdividiendo así al infinito cada vez que resulta captado por los diversos observadores.”21

        El Universo, pues, existe, al igual que cualquier otro sistema físico, en todos sus
estados e historias posibles al mismo tiempo y realmente, sólo que el observador al
observarlo “disecciona” una de esas posibles historias con su sola observación
haciéndola la única en relación a él. A esta disección es a lo que habíamos llamado mas
arriba colapso de función de onda. Lo propuesto es muy similar a la interpretación de
Bohr de 1927. Contra la proposición de los muchos mundos podemos argumentar igual
que Platón lo hace al hablar del modelo que el Ordenador había utilizado para hacer el
mundo:

          “No pensamos que sea a semejanza de ninguno de esos seres que nacen por naturaleza como
partes de un todo –pues, al ser semejante a algo imperfecto, no resultaría bello-, sino pongamos por
principio que será sumamente semejante a aquél Todo del cual los demás vivientes son parte, tanto
separadamente como en conjunto. Pues él envuelve y contiene en sí a todos los vivientes inteligibles, lo
mismo que este mundo nos contiene a nosotros y a todos los demás animales visibles. […] ¿Hemos tenido
razón en no poner más que un cielo, o habría sido más acertado poner muchos, o aún infinitos cielos?
Tiene que ser uno solo si es que ha sido formado según el modelo. Pues lo que contiene cuantos vivientes
inteligibles existen, no tolera ser segundo, ya que entonces tendría que haber un tercero, del cual serían
parte los otros dos, y él, y no ellos, es de quien con más propiedad es diría que nuestro mundo es la copia.
A fin, pues, de que este mundo fuese semejante por su unicidad al animal perfecto, el que hizo el mundo
no hizo ni dos mundos ni infinitos mundos, sino que no ha sido producido más que éste cielo, único en su
especie, y así seguirá siendo […]”22

20
   Diógenes Laercio, KR 564, cit. en Barrow and Tipler, The anthropic cosmological..., pág. 37.
21
   Sanguinetti, Juan José. El origen del cosmos…, pág. 259
22
   Platón. Timeo, 30c-31a.


                                                                                                        9
Es decir, y más allá de la teoría de las ideas que subyace en todo el pasaje, que
no únicamente nuestra porción del conjunto de universos, sean éstos simultáneos o
sucesivos, es propiamente el Universo, sino el conjunto total, al cual, como un todo, se
le aplica el Principio Antrópico, aunque sus consecuencias o efectos puedan sólo ser
percibidas en una pequeña parte del meta-sistema. Del mismo modo, a nadie se le
ocurriría pensar que en Neptuno el Principio Antrópico no es válido sólo porque allí no
hay vida inteligente o vida en absoluto. De una casa decimos que está habitada aunque
la casa sea inmensa y sólo viva una persona en ella. Quizá este razonamiento se nos
aparece primeramente como un cambio de términos, pero hay por detrás un argumento
que nos remite claramente a la cosa. Pues si llamamos al nuestro y a los demás
universos con la misma palabra y la misma significación es porque entre sí tienen algo
en común, y esto es que todos ellos son materiales. Aunque en cada uno de ellos las
constantes tomen diferentes valores, podemos decir que en todos ellos aquéllas son en la
materia. Así, en nuestro universo la razón entre las masas protónicas y electrónicas
podrá ser diferente que en otro, pero en ambos existen realmente partículas materiales.
En definitiva, en todos los universos –o, como diría Platón, en cada parte del único
Universo- vemos un fundamento material, que, aunque sufra diferentes
determinaciones, en todos ellos posee un sustrato idéntico. Si no fuera así no tendría
sentido hablar de todos ellos con el mismo término o hacerlo presente en nuestra mente
con el mismo concepto, a no ser que se diga “universo” en sentido metafórico, como
cuando decimos “universo de los espíritus”. Pero ese no es claramente el caso, pues
aquí todos los universos son objeto de la misma ciencia, cosa que no sucedería si se
dijera de todos ellos lo mismo en diferentes sentidos. Ahora bien, si admitimos que al
mismo tiempo todos tienen un sustrato igual pero poseen constantes diversas, entonces
quiere decir que esas constantes son actualidades que se dan en una materia común que
por sí misma es potencial. Pero la materia no puede ser absolutamente potencial –es
decir, no puede un ente ser únicamente materia- , pues sino no sería, ya que la
existencia y la pura potencialidad son contradictorias entre sí. Entonces inferimos que es
imposible que exista realmente una materia absolutamente potencial sin actualización
dada por la forma, y, si la materia existe, debe ésta poseer alguna determinación, por
mínima que sea. Pero esta determinación, por serlo de una sustancia material, sería, en
principio y por sí, medible, es decir, representable por un número, un número que se
daría en lo material sin ser posible hallar un motivo ulterior: simplemente sería así.
Dicho todo esto, es válido preguntarse por qué esa materia casi totalmente potencial
posee esa determinación primera que permite, determinaciones posteriores mediante,
que la vida inteligente surja, y por qué esa determinación primera no es tal que en
absoluto y bajo ninguna determinación posterior permitiría la vida.
        En nuestro caso esa “cuasi materia prima” es el vacío cuántico, del cual, según la
tesis de Tyron23, nuestro Universo sería una fluctuación espontánea, sin causa. En
mecánica cuántica el vacío no se dice en el mismo sentido que en mecánica clásica, y al
respecto Sanguinetti también habla, refiriéndose a la obra de Tyron:

         “Cabría pensar que la ‘auto-creación’ se entiende aquí como aparición de nueva energía que no
procede de ninguna parte, con la consiguiente violación del principio conservativo. Tyron explica a este
propósito que, junto a la energía positiva de masa (según la fórmula E= mc2), en un universo cerrado la
energía potencial gravitatoria de signo negativo sería suficiente para compensar la masiva, de manera que
la energía neta del cosmos valdría 0. Las otras cantidades conservativas discretas, como la carga eléctrica
y el número bariónico y leptónico, darían también un valor de 0 dada la existencia de partículas de signo

23
  E. Tyron. Is the universe a quantum fluctuation?, Nature 246, págs. 396-397 (1973), cit. en Barrow and
Tipler. The anthropic cosmological..., pág. 440.


                                                                                                       1
opuesto. La producción de un sistema con 0 energía no viola el principio conservativo, como no aumenta
nuestro capital si nos prestan dinero con la simultánea creación de una deuda.”24,

         y en nota al pie,

         “El principio de que un aumento simétrico de energía positiva y negativa es compatible con la
conservación de la energía neta suele emplearse en la física actual para dar razón de las fluctuaciones
energéticas del vacío cuántico y de la consiguiente posible génesis de partículas […]”25

         Es decir que en el vacío cuántico no se dice que no hay nada, sino que:

         “La microestructura del vacío cuántico es concebida como un mar de pares de partículas y
antipartículas en continua creación y aniquilación […]”26

       Claramente, entonces, el vacío cuántico no es un vacío absoluto, sino un ente
material máximamente indeterminado, pero no totalmente. El Universo –o, en la teoría
de los muchos mundos, la multiplicidad de ellos- no surge de la nada, sino de un ente
material anterior y con un mínimo de determinación:

         “Es, desde luego, en cierto modo inapropiado llamar al origen de un universo-burbuja desde una
fluctuación del vacío ‘creación ex nihilo’, pues el vacío de la mecánica cuántica no es verdaderamente
‘nada’; mas bien, el estado del vacío tiene una rica estructura que reside en un substrato previamente
existente de espacio-tiempo […] Claramente, una verdadera ‘creación ex nihilo’ sería una generación
espontánea de todo –el espacio-tiempo, el vacío de la mecánica cuántica, la materia- en algún momento
del pasado.”27

        En definitiva, la teoría de los muchos mundos no logra echar por tierra el
interrogante mayor que aparece cuando observamos las grandes coincidencias
cósmicas, sino que, en todo caso, nos plantea la posibilidad de ampliar el panorama de
lo que es el Universo, de lo que es la totalidad de lo material. Como vimos mas arriba,
ni siquiera la posibilidad de plantear muchos universos surgidos del vacío cuántico es
suficiente para debilitarlo, ya que, siendo ese vacío un ente material, necesariamente,
por conocer su misma existencia, inferimos que debe de tener cierta determinación
actual primera, que en los entes materiales es medible y representable por un número,
número que, como dijimos arriba, podría ser cualquier otro y sin embargo es el
conveniente para nuestra existencia.
        Para finalizar esta parte, nombraremos rápidamente lo que se llamó el Princpio
Antrópico Final, que postula que ya que el Universo se tomó el trabajo de apuntar tan
finamente en dirección a la vida inteligente, entonces es necesario que una vez que llegó
a ella ésta permanezca para siempre. Sanguinetti ubica esta postura dentro de lo que él
llama “cosmo-ficciones”. Creemos que en primer lugar olvida esta postura lo
contingente de lo material, incluidos los entes materiales inteligentes, pero además bien
podría el Universo alcanzar su fin antrópico aunque sólo hubiera existido un solo
hombre durante todo su desarrollo, pues el ordenamiento del cosmos hacia el hombre
encuentra su perfección en la existencia del hombre, sea ésta de mayor o menor
duración.

El principio antrópico y el mecanismo evolutivo.
24
   ibid., pág. 305.
25
   op.cit., nota 64, pág. 305.
26
   op. cit., pág. 440.
27
   ibid., pág. 441.


                                                                                                    1
Como vimos en el último apartado, el azar no es explicación suficiente en el
nivel del cosmos para explicar la aparición de la vida inteligente –concretamente de la
especie homo sapiens-. El desarrollo material que llevó a nuestra existencia no pudo
haber sido de ningún modo producto de las probabilidades –al menos no únicamente-,
pues el cálculo de ellas nos muestra claramente que el azar era desfavorable a nuestra
aparición. Pero, si bien a nivel cósmico el azar parecía insuficiente, la teoría evolutiva
de Darwin y sus sucesores planteaba, en principio, que en la escala terrestre el azar sí
podía dar suficiente explicación de la evolución biológica que culminó con la especie
humana.
        Darwin, como ya explicamos mas arriba, propuso un mecanismo que pretendía
mostrar el modo por el que las especies vivientes evolucionaban. Él consideraba
irrefutable esta observación primera, esto es, que las especies cambiaban con el tiempo,
y ésta era una tesis ya sostenida por muchísimos, aunque lo que no era claro era el modo
por el cual la naturaleza empujaba a la evolución en un sentido o en otro. Al provocar el
refinamiento de una raza animal, por ejemplo los caballos, el criador aplica un principio
y selecciona a los mas veloces o fuertes, así tras varias generaciones de separación y
cruza, logra tener por un lado caballos muy rápidos y por otro caballos muy robustos. El
interrogante era de qué modo la naturaleza producía un efecto análogo en el resto del
mundo biológico. En contacto con algunas teorías económicas malthusianas según las
cuales el crecimiento de la población humana necesariamente estaba destinado a
detenerse por falta de recursos, y luego de años de estudios empíricos por todo el
mundo, Darwin concluyó que la selección se produce entre los individuos cuyas
características distintivas con respecto a los miembros de su misma o diversa especie
son mas aptas para asegurarle el éxito reproductivo. Presenta varios argumentos a favor
de la teoría evolutiva:

                  “Si el hombre es capaz de producir [en los animales domésticos], y efectivamente ha
producido, gran resultado por sus medios de selección metódica e inconsciente, ¿qué no efectuará la
selección natural?”28

       Es decir que si vemos que los animales domésticos han variado, no hay razón
para creer que una variación en las demás especies no es posible e incluso probable.

         “¿Puede haber algo más curioso que la mano del hombre formada para asir, la del topo para
cavar, la pata del caballo, la paleta del puerco marino y el ala del murciélago, órganos construidos por el
mismo modelo y que incluyen huesos semejantes y en la misma posición relativa?”29

        y,

        “En resumen, podemos comprender por qué la Naturaleza es pródiga en variedad, aunque tacaña
en innovación; pero no hay hombre que pueda explicar por qué habría de ser este fenómeno ley de la
Naturaleza si cada especie hubiera sido creada independientemente.”30

       En segundo lugar propone como prueba de la evolución el hecho de las
semejanzas innegables entre las especies, semejanzas que ya Linneo había utilizado para
hacer su famosa clasificación de las especies vegetales primero, y animales después. En

28
   Darwin, Chales. El origen de las especies, pág. 97, cit. en Arnaudo, Florencio J. Creación y evolución,
pág. 67.
29
   op. cit., pág. 501, cit. en ibid., pág. 68.
30
   op. cit., pág. 541, cit. en ibid., pág. 68.


                                                                                                        1
relación con este argumento muestra también que ciertos animales poseen órganos que
les son inútiles –por ejemplo, los pies empalmados de los gansos que viven lejos del
agua-, y dice que éstos son producto de la herencia de ancestros para los cuales aquéllos
eran útiles.
        En tercer lugar muestra que las especies son susceptibles de ser clasificadas en
un sistema ramificado, lo que da indicios de una evolución a partir de ancestros
comunes y, por último, Darwin hace notar la semejanza entre especies desaparecidas y
actuales que viven en el mismo contexto geográfico. Para explicar de qué modo se da
esa evolución tan evidente, presenta dos conclusiones extraídas de sus estudios

         “Como se producen más individuos de los que es posible que sobrevivan, tiene que haber
forzosamente en todos los casos lucha por la existencia, ya del individuo con otro de la misma especie, ya
con los de especies distintas, ya con las condiciones físicas de la vida.”31

            y en esta lucha sólo los mejor adaptados vencen:

          “ […] [la] conservación de las variaciones y diferencias individuales favorables, y la destrucción
de aquéllas que son nocivas, es lo que hemos llamado selección natural o supervivencia de los más
aptos.”32

       De estas dos conclusiones principales es de donde parte el resto de la explicación
darwiniana del mecanismo evolutivo. Las variaciones se acumulan en los individuos por
medio de la selección natural que asegura pervivencia a los caracteres más aptos.
       A principios del siglo XX, en la década de 1930, y tras una breve crisis de las
teorías darwinianas debido al redescubrimiento de las leyes de Mendel sobre la
mutación en las especies vivas, surgió desde distintas disciplinas lo que fue llamado el
neodarwinismo, que explicó, echando mano de los últimos avances en materia genética,
el mecanismo por el cual los caracteres varían entre generaciones. Sumado esto a la
antigua noción de selección natural, presentaron una teoría “sintética” de la evolución:

         “Según las ideas neodarwinistas, o sea según la teoría ‘sintética’, los fenómenos evolutivos se
explican por medio de la acción conjunta se los siguientes factores: mutaciones fortuitas, recombinación
de los genes, selección natural y aislamiento. Este complejo mecanismo es aplicable principalmente a
organismos que se reproducen por vía sexual.
         “La mutación y la selección natural son procesos complementarios. Ni la selección, por sí sola,
puede originar los cambios evolutivos […]; ni la mutación, por sí sola, puede producir cambios de
dirección evolutiva o anular los efectos selectivos, como afirmaban los mutacionistas puros. La
recombinación de los genes confiere plasticidad a las especies ajustando los efectos de las mutaciones a
las necesidades del organismo. […] Las mutaciones favorables, o las combinaciones favorables de los
genes mutados, llegarán a establecerse como normales en la población, al cabo de cierto número de
generaciones, desplazando a las que sean menos favorables. Como lo corriente son las mutaciones que
producen leves efectos, o sea las micromutaciones, los cambios evolutivos serían casi siempre graduales y
se efectuarían casi totalmente por selección.”33

       El neodarwinismo no es, entonces, otra cosa que la teoría de Darwin expuesta
con argumentos que utilizan los descubrimientos que se habían dado en los campos de
31
     op. cit., pág. 78, cit. en ibid., pág. 70.
32
     op. cit., pág. 94, cit. en ibid., pág. 70.
33
  Templado, Joaquín. El desarrollo histórico de las ideas evolucionistas, pág. 98, La evolución págs.
80-102. Contra el gradualismo en el ritmo evolutivo se presenta luego, sin embargo, la teoría del
“punctuated equilibrium” o “equilibrio puntuado”, que propone un ritmo evolutivo de “a saltos”, lo que
explicaría las ausencias de estados intermedios en los registros fósiles. Ver Eldredge, Niles and S. J.
Gould (1972). “Punctuated equilibria: an alternativa to phyletic gradualism”.


                                                                                                         1
la biología y la genética. El azar sigue siendo el factor fundamental que indica qué
combinación material fundará la realidad de los entes físicos, en este caso vivos. En ese
sentido, continúa la línea no finalista de los atomistas y todos los que los siguieron. Al
igual que en ellos, la enorme cantidad de tiempo en cuestión explica la aparente
ordenación y adecuación intencional de todos los seres. Pero justamente desde el campo
del estudio de los genes surgieron descubrimientos que pusieron en jaque a la teoría
darwiniana del mecanismo evolutivo. El problema vino por el lado del tiempo. Ya poco
después de la publicación de la obra había recibido Darwin la objeción de lord Kelvin,
que había calculado la edad de la Tierra en no mayor a 100 millones de años, edad que
sobrepasaba por mucho a la propuesta por sus recalcitrantes adversarios del
creacionismo fundamentalista, pero que de todas maneras resultaba insuficiente para
que por medio del mecanismo propuesto por Darwin se hubieran dado los resultados
observados en la naturaleza. Por ello el mismo Darwin cedió y pretendió “acelerar” la
evolución aceptando la heredabilidad de los caracteres adquiridos, idea que poco
después se mostró claramente errada34. Pero los descubrimientos que se dieron un poco
mas tarde prolongaron notablemente la edad de la Tierra, por lo que el azar como única
regla para explicar las modificaciones en las especies permaneció a salvo nuevamente.
         En 1975 el biólogo y matemático francés George Salet, en respuesta a la obra
“El azar y la necesidad” de Jacques Monod, publicó “Azar y Certeza”, en la que,
mediante el estudio estadístico sobre la observación de la regularidad de las variaciones
de la estructura genética, argumenta para echar por tierra la explicación de la evolución
biológica únicamente con el concurso del azar y la selección natural. Dice Salet:

         “Hay que entender por mutación cualquier modificación accidental del ADN, aunque esta
modificación no se traduzca por ninguna consecuencia fisiológica o anatómica, detectable o no
detectable”35

        Hasta aquí no se aparta del neodarwinismo que vimos anteriormente,

         “Las mutaciones viables se refieren siempre a caracteres accesorios, como la forma, el color, el
sistema piloso, la supresión de órganos no indispensables como los cuernos, etc. […] No aparecen
órganos nuevos. Son acumulativos y hacen aparecer razas (no especies) nuevas […] Nos vemos
conducidos a un concepto de evolución de los seres vivos plenamente de acuerdo con las observaciones
de los naturalistas, y que se llama ‘microevolución’.”36

        Salet distingue aquí entre micro y macroevolución, distinción que indica por un
lado la que se da como aumento, disminución o cambio de la importancia relativa de
cierto órgano o función, y la que se da en la aparición de un órgano o función nueva. A
continuación Salet hace notar que para que la selección natural actúe, debe haber
primero surgido en el individuo cierta modificación, consecuencia de una
recombinación genética que es en principio azarosa. Criticando a Darwin, dice

         “El darwinismo, sea cual sea su forma, desconoce completamente que la función de un órgano
[…] es la resultante de un gran número de funciones componentes. […] Un miembro [órgano] sólo puede
entrar en el juego de la selección si las funciones que lo componen existen simultáneamente […]
Pretender que un miembro ha aparecido progresivamente es un puro verbalismo carente de toda
significación concreta […] El darwinismo supone implícitamente que las mutaciones que podrían ser
34
   No obstante, en la actualidad los efectos de la influencia epigenética en los mecanismos hereditarios
son nuevamente resaltados, como así también el hecho comprobado de la transferencia horizontal de
material genético en los organismos más primitivos, hecho que revoluciona toda la teoría anterior, que se
basa exclusivamente en la transferencia vertical, de ancestro a descendiente.
35
   Salet, George. Azar y Certeza, pág. 152, cit. en ibid., pág. 93.
36
   op.cit., págs. 98-99, cit. en ibid., págs. 93-94.


                                                                                                       1
ventajosas si fuesen completadas por una determinada serie de mutaciones ulteriores, son, por eso mismo,
ventajosas en seguida.”37

       Lo que dice Salet es que para la aparición de un órgano nuevo por azar puede
haber dos posibilidades: o el órgano aparece por una única mutación que lo origina en
una generación -cosa tan altamente improbable que queda descartada-, o aparece por
una sucesión de mutaciones complementarias que no son sólo ventajosas como suma,
sino que cada una de ellas resulta ventajosa como mutación parcial. El problema con
esta segunda opción es que también aquí las probabilidades son tan altamente
desfavorables que tampoco es pensable que se dé de ese modo:

       “Hasta ahora no se ha comprobado nunca la aparición por mutación de una nueva función por
muy sencilla que sea.”38

       Salet propone un criterio numérico para aceptar o no la posibilidad de aparición
un nuevo órgano o función por acción del sólo azar, considerando la edad de nuestro
planeta:

      “Una nueva función no ha podido aparecer por mutación si la probabilidad intrínseca de que el
ADN adquiera el carácter correspondiente a esta nueva función es inferior a 10-50.”39

        Es decir que si la relación es menor a una posibilidad entre
100.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000,             entonces
considerará tal modificación como imposible. Según, pues, las técnicas estadísticas, y
considerando el ritmo y regularidad de las variaciones que se dan como consecuencia de
la mezcla de la información genética y de las fallas en la copia entre generaciones, Salet
concluye rotundamente que es imposible explicar la aparición de nuevos órganos o
funciones por acción del ciego azar. Es decir que aunque la microevolución es
explicable por la teoría darwiniana –por ejemplo, la modificación de los animales
domésticos señalada por el mismo Darwin-, en la macroevolución deben
necesariamente verse involucrados otros factores. Para que los cambios registrados bajo
el término “macroevolución” se hayan dado según el proceso de cambio azaroso

        “La duración de los períodos geológicos debería ser multiplicada por 10, seguido por varios
centenares o millares de ceros, por lo menos, para permitir la aparición de un solo órgano nuevo, por muy
modesto que fuere.”40

       Vease que Salet no niega la lógica o el valor de la teoría de Darwin, sino que
demuestra que ella sola no alcanza para explicar lo observado según la edad de nuestro
planeta.

         “En resumen, la idea de Darwin no es absurda en sí misma; la selección hubiera podido
desempeñar un papel en la génesis de los órganos si el azar hubiera dispuesto de un tiempo suficiente.
Pero el tiempo no ha sido suficiente ni con mucho para que se haya podido realizar por el juego del azar
una sola disposición de genes que correspondieran a un solo órgano nuevo.”41

         Y, finalmente, concluye que

37
   op. cit., págs. 249-252, cit. en ibid., pág. 96.
38
   op. cit., pág. 190, cit. en ibid., pág. 95.
39
   op. cit., pág. 165, cit. en ibid., pág. 95.
40
   ibid., pág. 192, cit. en ibid., pág. 95.
41
   op. cit., pág. 259, cit. en ibid., pág. 96.


                                                                                                      1
“O se niega el carácter aleatorio de las mutaciones o se niega la realidad de una evolución
progresiva del mundo de los seres vivos.”42

        Vemos con esta crítica a la teoría de Darwin, que no fue planteada, como vimos,
únicamente por Salet, sino que éste sólo lo hizo más contemporáneamente con
argumentos probabilísticos, que tampoco en el orden de lo biológico el azar es
suficiente para explicar el orden que vemos. Nunca, según las leyes del azar, podría en
nuestro planeta haber la variedad, complejidad y complementariedad de seres vivientes
que hay, y ciertamente jamás podríamos existir nosotros como cúspide esa variedad.

Conclusión.

        Como hicimos notar, la cuestión está planteada, desde hace más de 2000 años,
entre la consideración de lo físico como algo que persigue un fin, o de algo que está
sujeto exclusivamente al azar, sin objetivo o meta a alcanzar. Desde los primeros
filósofos, la intuición de que por detrás de los cambios hay un plan, una ruta y, por lo
mismo, un destino, está siempre presente. Como seres inteligentes que somos, buscamos
en todo la inteligencia. Como seres que perseguimos un fin, buscamos en todo la
finalidad. Y el mundo se nos ha presentado como algo inteligente y que tiende a un fin.
La percepción griega del universo cósmico, ordenado, es una percepción que ha
permanecido siempre como el lugar desde donde entender la totalidad de lo físico.
Ortega y Gasset decía que en las ideas se piensa, y en las creencias se está. El orden del
mundo es justamente una de esas creencias en las que se está: nos es tan connatural
como el aire que respiramos. La ciencia misma no sería posible sin ese supuesto: para
que haya ciencia debe haber algo permanente, regular, ordenado. Sobre el caos absoluto
no puede haber ciencia. Albert Einstein se asombraba del hecho de que el Universo
fuera entendible, de que hablara el mismo idioma que nuestra inteligencia.
Paradójicamente las mismas ciencias experimentales fueron el punto de partida desde el
cual la noción de orden natural se vio minado desde sus bases, al negarse
científicamente la noción de finalidad. La proposición de un orden “hacia nada” era un
absurdo filosófico, pero no obstante, adornada con los fuegos artificiales del método
científico, prevaleció. En nuestro siglo, sin embargo, los avances en la investigación
volvieron a los científicos hacia la consideración de los mismos temas que se discutían
en la Grecia antigua: ¿la naturaleza va hacia algún lugar?, ¿tiene el hombre un papel
especial en el inmenso Universo?. Es ésta una gran oportunidad de diálogo entre la
filosofía y las ciencias: éstas se encuentran con incógnitas que piden a gritos una
solución desde aquélla. Toda obra sobre divulgación científica que uno hojee de los
últimos veinte años hace referencia en mayor o menor medida al tema del Principio
Antrópico. Interpretado en muchos modos, acompañado de referencias a la biología, la
física atómica u otras disciplinas, tiene su origen en el asombro que desde tiempos
inmemoriales nos produce la maravilla del orden de lo material. La ciencia del siglo XX
nos vuelve a señalar lo que intuyeron los griegos. En la naturaleza, nos dicen, hay algo
más que azar. Un principio anterior que atrae a todo lo físico hacia el, y dirige el
desarrollo del conjunto material. Lo que se presentaba como un argumento convincente
mostró ser científicamente errado: no puede el sólo azar explicar lo que observamos.
        En el ámbito cosmológico, vemos que hubo una única oportunidad de
determinación primera de la materia, y que ella fue exactamente la requerida, de entre
casi infinito número posible, para que se dé nuestra existencia. También a nivel
42
     op. cit., pág. 10, cit. en ibid., pág. 94.


                                                                                                 1
evolutivo la tesis del azar quedó debilitada: la edad de la Tierra reclama algún
mecanismo que dirija la evolución, un factor que escape del puro azar. Aparentemente
hay en la materia hay un principio que, desde el origen mismo del cosmos hasta el más
cercano desarrollo de la vida, la conduce, como diría Theilard de Chardin, mediante un
“tanteo dirigido”, hacia la vida inteligente. La ciencia de este modo señala en dirección
a la causa final como respuesta al interrogante, aunque ella, por sus mismas limitaciones
epistemológicas, no pueda demostrar su existencia. Muchas otras preguntas surgen,
como la posibilidad de que la vida exista en condiciones cósmicas radicalmente
diferentes a las que conocemos, o la posibilidad de la existencia de un mecanismo
material que explique la evolución de modo más acorde con los datos. Pero esto
corresponde a las ciencias, y no quita nada para el afirmar la realidad de la causa final,
de la cual también el azar puede ser instrumento. El error del darwinismo creemos no
está tanto en su teoría sobre el mecanismo evolutivo de las especies, sino en la
absolutización que hizo de ella. Por otro lado está la difícil cuestión sobre la posibilidad
de la aparición, el origen, espontánea de la vida, y el misterio que significa el salto
cualitativo que implica la hominización.




                                                                                         1
Bibliografía.

AQUINO, Tomás de; Summa Theologiae.
                  Summa Contra Gentes.

ARISTÓTELES; Obras Completas. S/L. Ediciones Anaconda. c1947. 4 vols.

ARNAUDO, Florencio José; Creación y evolución. Buenos Aires. EDUCA. 1998. 191
pp.

BARROW, John & TIPLER, Frank; The anthropic cosmological principle. New York.
Oxford University Press. 1986. 706 pp.

CRUSAFONT, M.; MELENDEZ, B.; AGUIRRE, E. y otros; La Evolución. Madrid.
BAC. 1966. 1015 pp.

ELDREDGE, Niles & S. J. GOULD (1972). Punctuated equilibria: an alternative to
phyletic gradualism en T.J.M. Schopf, ed., Models in Paleobiology. San Francisco:
Freeman Cooper. pp. 82-115. Princeton: Princeton Univ. Press, 1985

HAWKINS, Stephen; The universe in a nutshell. New York. Bantham. 2001. 216 pp.

                    A brief history of time. New York. Bantham. 1988. 210 pp.

MARITAIN, Jacques; Los grados del saber. trad. Pbro. Alfredo Frossard. Buenos
Aires. Club de Lectores. 1983. 764 pp.

PLATÓN. Timeo. trad. Camarero, Antonio. Buenos Aires. EUDEBA. 2007. 624 pp.

SANGUINETTI, Juan José; El origen del cosmos; La cosmología en busca de la
filosofía. Buenos Aires. EDUCA. 1994. 431 pp.




                                                                                 1

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Principio antrópico y finalismo en la naturaleza

  • 1. Introducción. En el presente trabajo trataremos el tema del principio antrópico y la causa final en el mundo físico, las discusiones al respecto en el pasado y el modo en el que la ciencia moderna nuevamente pone de relieve la cuestión. En la primera parte presentaremos las dos posiciones sobre las cuales se asentó la discusión, siguiendo los argumentos desde el mundo griego hasta la aparición de la teoría evolutiva de Darwin. En la segunda parte, la principal del trabajo, nos dedicaremos a exponer el tema del principio antrópico: su origen y las muchas interpretaciones que se hicieron acerca de él. Finalmente la tercera parte será al respecto de las críticas a la teoría darwiniana que ponen la cuestión del mecanismo evolutivo en sintonía con el principio antrópico. Teleología y disteleología en el mundo físico: desde los griegos al siglo XIX. El principio antrópico, como veremos, presenta un argumento según el cual el universo se observa constituido teleológicamente, como apuntando y dirigiéndose a un objetivo o fin. Es éste uno de los cambios más impresionantes en la ciencia del siglo XX, en particular porque nació no del campo de la filosofía o la teología, sino que se desarrolló a partir de estudios originados en la observación astronómica, en la astrofísica y en la física teórica. A decir verdad, hoy el estudio de la cuestión de la teleología en el mundo natural se ha extendido a muchas otras disciplinas de las ciencias experimentales, en particular la biología, fundamentalmente debido a descubrimientos – como veremos- análogos a los realizados en el estudio del cosmos y su evolución. Pero la argumentación teleológica contemporánea, aunque novedosa para algunos científicos modernos, no es sino el último eslabón de una larga cadena que se origina, por lo menos, en la especulación filosófica griega. Fue Aristóteles quien de modo más claro expuso la teoría de un fin –teloç- en todos los entes o sustancias. Criticando a sus predecesores, dijo que un ser no puede ser explicado únicamente por sus constituyentes materiales –que él llamó Causa Material, una entre las cuatro que todo ente físico tiene-, sino que, además, y de modo principal, para comprenderlo hace falta conocer su Causa Final, el fin para el que el ser es, su “sentido”. Todo ente material tiene, entonces, un sentido, un “algo” hacia el cual tiende, y, para explicar cabalmente a ese ser, debemos conocerlo. Pero entendamos que como Causa que ese fin es con respecto al ser que tiende hacia él, el fin es anterior al ser, el teloç precede al ser, y el ser es efecto de ese teloç en cuanto que Causa Final. Sin embargo otros pensadores y estudiosos de la naturaleza en este período descartaban la noción de Causa Final en –y no sólo- la realidad física. Hablamos aquí de los atomistas griegos. En ellos, los entes físicos se pueden explicar como la agrupación casual o azarosa de las partículas más pequeñas y primeras, constitutivas de toda realidad sensible. Desde luego que según el autor estudiado este modelo tendrá diversos matices y diferenciaciones, pero en general todos ellos rechazan la noción de que los seres físicos tienden hacia algo. Lo único que existe son las partículas, que se combinan según las reglas del azar y el movimiento y dan lugar a los entes que vemos y percibimos. Eventualmente, algunos de ellos surgirán como más estables, y por ello se mantendrán existiendo, pero no ya “porque están hechos para mantenerse”, sino porque “de hecho” lo hacen. El mismo Aristóteles presenta el argumento de modo convincente: 1
  • 2. “Pero aquí aparece una duda. ¿Por qué -se objeta- no podría la Naturaleza actuar sin tener un fin, y sin buscar lo mejor en las cosas? Zeus, por ejemplo, no envía la lluvia para nutrir y hacer crecer el grano, sino que llueve por una ley necesaria, pues al elevarse el vapor debe enfriarse, y el vapor consensado, convertido en agua, debe necesariamente caer. Pero si, teniendo lugar este fenómeno, el trigo se beneficia germinando y creciendo, es un mero accidente. Y así, si el grano guardado en un depósito se arruina por la lluvia, no llueve con el fin de pudrir el grano, sino que la podredumbre es un mero accidente del haber llovido. Argumento éste que nos lleva a decir que en la Naturaleza los órganos del cuerpo obedecen la misma ley, y los dientes, por ejemplo, crecen necesariamente […] y así con todos los órganos donde parece haber un fin y destino especial […]”1 En la argumentación disteleológica, la aparente adecuación intencional no es más que mera casualidad, y se explica porque esa adecuación casual es la que permite la persistencia en la existencia. El trigo aparece como el fin de la lluvia no porque realmente lo sea, sino porque es la única forma de que aparezca en absoluto, pues si no se nutriera del agua no existiría. Si el azar hubiera determinado otra forma de relación entre el trigo y la naturaleza que lo rodea –por ejemplo, no permitiéndole la nutrición- entonces no habría trigo para ver. El fin es así posterior al ser, es efecto del modo en el que se disponen las partículas. No lo hacen ellas de acuerdo al fin del ser, sino que el fin esta determinado por el modo en que se disponen. 2 Es básicamente la misma argumentación detrás de la teoría que siglos mas tarde Darwin utilizaría para explicar las diferencias en el mundo biológico, planteando una evolución en las especies que no se da de modo teleológico. La alta improbabilidad de que el azar produzca organismos tan complejos y adecuadamente interrelacionados entre sí se explica en estos autores porque la cantidad de tiempo en consideración es infinita, por lo que es cuestión de tiempo el que las partículas materiales se combinen del modo improbable –pero posible- que vemos. Justamente es este factor “del infinito” el que pondrá en aprietos en la modernidad al argumento no teleológico tanto en el campo de la cosmología como en el de la biología. Absoluto azar u ordenamiento de acuerdo a un fin son pues las dos posiciones fundamentales sobre las cuales se asentó la discusión. Debido al prevalecimiento de la visión teleológica, enraizada en la secular noción griega del mundo como un kósmoç, un orden captable por la inteligencia humana, particularmente por la escuela de Platón, y, luego del siglo XII, en Aristóteles, Occidente siempre percibió al mundo de lo físico como algo dirigido, algo que en su actuar nos remite a un objetivo. Al entrar en contacto con la cosmovisión cristiana, este sentido teleológico se vio fortalecido, pues concordaba con las verdades reveladas de la Fe. Pero, con la revolución heliocéntrica del modelo de Copérnico3 y las obras de Galileo Galilei4 primero, y un par de siglos después con la publicación de “El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”5 por Charles Darwin, la centralidad del hombre como fin y cúspide de lo físico acabó derrumbándose, dando lugar a una visión en la que el hombre es un miembro más del inimaginablemente 1 Arist., Física, II. 8. 2 Aristóleles –con razón- diría que en este caso no podríamos hablar propiamente de un fin, pues éste presupone, como nota constitutiva, la capacidad de “ordenar algo hacia sí”. 3 La doctrina heliocéntrica está fundamentalmente contenida en su obra -editada póstumamente- “De Revolutionibus Orbium Coelestium”, trabajo realizado entre los años 1507 y 1532, aunque las tesis allí expuestas se explican en obras anteriores como “De hypothesibus motuum coelestium a se constitutis commentariolus”, además de algunas cartas privadas. 4 Galileo apoyaba la tesis copernicana, por la que sufrió graves dificultades, en particular debido a la relación del heliocentrismo con la interpretación de las Sagradas Escirturas. Sus opiniones al respecto se pueden observar en su “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo”, del año 1632. 5 Fue publicado el 24 de noviembre de 1859 en Londres. 2
  • 3. inmenso universo, producto del azar cósmico y de la selección natural. Si bien los dos astrónomos no hacen referencia a la cuestión de la teleología, e incluso la suponen al hablar sobre el orden del “sistema del mundo”, el hecho es que quitar a nuestro planeta del centro del cosmos físico implicó para muchos el quitar al hombre del centro desde el cual se entiende a ese cosmos. Con los desarrollos posteriores se aumentó la cantidad de soles similares al nuestro, se descubrió que la nuestra es una galaxia más entre miles de millones, y nuestro planeta no es sino una pequeña roca ubicada cerca de una estrella de mediano tamaño que a su vez está en el extremo de un brazo de la Vía Láctea. Teniendo esto en cuenta resulta difícil considerar nuestra especie como el objetivo hacia el cual todo este fenomenal universo corre. Siendo pues, que no somos el sentido del mundo, pues sino sería esperable una ubicación más “acomodada”6, entonces se concluye que somos un accidente de ese mundo, que tiene su sentido en otra parte, o, mejor, no tiene ningún sentido en absoluto. De este modo la visión teleológica comenzó a ser eclipsada, superada, aparentemente, por los descubrimientos de las ciencias experimentales. Pero no fue sino hasta Darwin que la existencia de la especie humana –y de todo el orden de los seres vivos- fue explicada de un modo no teleológico con nuevos argumentos tomados de la observación del mundo biológico. La idea central de Darwin es muy similar a algunas esbozadas en la antigüedad por griegos y romanos. Lucrecio, al intentar una explicación del reino natural, proponía que la vida había aparecido en algún momento pasado en infinitas formas y especies, todas las posibles, pero que la gran mayoría de ellas habían perecido por su incapacidad para reproducirse o debido a alguna otra falla innata: “En aquéllos días […] muchas razas debieron de haber simplemente muerto o fallado en la reproduccion de la especie. Todas las que ahora se ven respirando sobrevivieron o por ingenio, o por fuerza o por velocidad. Aún más, hay muchas que lo hacen bajo la protección humana porque su utilidad así las ha puesto en nuestro cuidado.”7 Bajo esta perspectiva, inicialmente infinitas especies existieron, y sólo sobrevivieron las que por su propia constitución pudieron hacerlo. No obstante, en esta primitiva noción de “selección natural” es en donde se detiene la comparación. La genialidad de Darwin radica sobre todo en explicar, a través de esta selección, la similitud entre las distintas especies, planteando un modelo en el que todas ellas parten de una especie originaria. Luego, en la sucesión de las generaciones, algunas diferencias pequeñas aparecen en los hijos. La mayoría de ellas serán perjudiciales para el individuo que las posea, que morirá o tendrá menores posibilidades de reproducirse por su causa, pero cada tanto alguna modificación resultará beneficiosa para él, y determinará que pueda reproducirse con mayor éxito que los miembros de la especie que no la posean. Así, a la larga, prevalecerán los miembros que posean esa ventaja reproductiva, que se irá transmitiendo a sus hijos. En el modelo darwiniano, las modificaciones son 6 Para Copérnico el centro del universo era el Sol, por lo que la centralidad del hombre en la ubicación cósmica no se veía tan desplazada. Actualmente podemos decir, fundadamente, que tanto el Sol como la Tierra son realmente el centro del sistema solar y aún del universo, pues la centralidad depende únicamente del punto de vista con que se lo mire, y si se acepta la idea de ver a nuestra estrella como centro de nuestro sistema planetario es únicamente en razón de que es más simple explicar los movimientos de los astros utilizando esa referencia en el modelo. Y aún más: Hubble al observar el corrimiento al rojo de la luz proveniente de las galaxias, comprobó, explicando ese corrimiento como una manifestación del efecto Doppler en las ondas de luz, que todas ellas se están alejando de nosotros como si fuéramos el centro del universo –al menos del universo observable-. Concluyó que o hay un centro y nosotros estamos en él, o no hay ningún centro absoluto, y todas las galaxias se están alejando de todas al mismo tiempo, actuando cada una como el centro desde el cual se produce el alejamiento. 7 Lucretius, On the nature of the universe, trans. R. E. Latham, Penguin, London. 1951. p. 196. 3
  • 4. absolutamente azarosas, y la evolución observada en las especies se explica como la aparición de individuos y luego razas que poseen caracteres nuevos que los ayudan a prevalecer, y la desaparición de los que no los poseen. La conveniencia de la nueva característica está determinada por el ambiente, siendo ventajosa ésta si se acopla de modo adecuado a él, y perjudicial si no lo hace. Así, la conjunción entre modificación azarosa, selección natural, y un tiempo lo suficientemente largo, explica suficientemente la realidad biológica evolutiva que observamos. Cualquier idea de teleología es ajena a este razonamiento, y fue en particular esto lo que determinó que la obra del naturalista inglés fuera tan polémica en su tiempo. Mas tarde los avances en paleontología y en particular en el campo de la genética introdujeron diversas modificaciones, precisiones y modelos necesarios para explicar lo observado8, pero las tres columnas sobre las cuales se asienta toda la teoría continuaron siendo el fundamento de la explicación del mecanismo evolutivo. De este modo, llegamos al siglo XX, en donde la antigua Causa Final aristotélica parece superada por lo observado, en donde la teleología de lo físico resulta nada más que una apariencia donde en realidad existe azar. El principio antrópico. Surgimiento, interpretaciones y objeciones. Luego del descubrimiento de Hubble pareció posible construir un modelo científico en el que universo no se mantenía estático, sino que evolucionaba constantemente en el sentido en que se expandía, y, bien visto, si se invertía la dirección del tiempo, en algún momento en el pasado el universo había tenido un tamaño tendiente a 0. Si se estaba expandiendo, en el pasado debía de haber estado más contraído. Estas cuestiones colocaban a la cosmología en un punto cercano a la microfísica, en donde los avances en modelos atómicos permitían escudriñar cómo debían de haber sido los primeros instantes del universo. Justamente del estudio de estos momentos iniciales del cosmos y de la observación de la estructura subatómica de la materia es de donde surgió la base empírica del principio antrópico. Los hombres de ciencia comenzaron a notar que la estructura última de la materia y de la evolución del cosmos esta perfectamente “sintonizada” con la posibilidad de nuestra existencia como seres vivos inteligentes. Lo que llamaron constantes de la naturaleza, es decir, aquéllas magnitudes físicas que aparentemente no pueden ser explicadas por propiedades anteriores de la materia, y que por ello mismo únicamente deben ser tomadas como datos arbitrarios del mundo sensible, se les aparecían llamativamente de acuerdo con la posibilidad de nuestra aparición en la evolución cósmica. Y lo mas extraño de todo es que no se nota una razón ulterior para ello. Simplemente el mundo es de tal manera que nosotros podamos existir en él. La inmensa improbabilidad de tal coincidencia, es decir, de que entre la fenomenal cantidad de posibles determinaciones que las constantes pudieran tomar justamente hubieran tomado las que permiten nuestra existencia, era un dato que no podía ser dejado de lado. Si la razón entre las masas del protón y del electrón, que resulta ser de 1.836 pero podría, en principio, ser cualquier otra, fuera diferente aunque sea en una milésima parte, entonces la constitución atómica sería imposible y con ella toda forma de vida basada en el átomo9. Si la velocidad de expansión al momento del 8 Así podemos hablar de una distinción hoy fundamental en las especulaciones evolutivas entre microevolución y macroevolución, las explicaciones para los saltos evolutivos de los que dan cuenta los registros fósiles, las “mesetas evolutivas” también observadas en largos períodos, y, sobre todo, los avances en genética a partir del descubrimiento del ADN y su funcionamiento en la década de 1950. 9 Por supuesto que tanto en este caso como en todas las otras llamadas “constantes naturales”, es posible que se lleguen a hallar razones ulteriores de su determinación, con lo que dejarían de ser propiamente 4
  • 5. Big Bang hubiera sido menor, o la masa total de la materia del universo un poco mayor, entonces nuestro universo hubiera colapsado sobre sí mismo tan rápidamente que cualquier forma de vida no habría tenido ni remotamente tiempo para desarrollarse. Por otro lado, si la potencia hubiera sido mayor –o la masa menor-, entonces el tirón expansivo hubiera sido tan veloz que la materia no se habría podido unir en cuerpos.10 Junto a estas dos podemos hallar muchas otras “constantes”, a su vez aparentemente no relacionadas entre sí pero que en conjunto conforman un altamente improbable escenario que resulta ser el único –o uno de los poquísimos- en donde es posible la vida, y en particular la inteligente. Todos estos hallazgos y descubrimientos, iniciados ya por Eddington a principios del siglo XX, llevaron a los cosmólogos y físicos a preguntarse por la razón de estas fenomenales coincidencias que parecían indicar, luego de décadas de destierro de la teleología, que la naturaleza perseguía un fin: la vida, y más aún, la vida inteligente. Ya Santo Tomás, en el siglo XIII, había interpretado al mundo material como naturalmente ordenado hacia la vida humana, en razón de su inteligencia, y en razón de lo que fundamenta la inteligencia: el alma espiritual. Pues para él en el cuerpo humano la materia llegaba a ser todo lo que podía ser: materia espiritualizada: “constantes de la naturaleza”. Pero en ese caso nos hallaríamos ante otra magnitud fundamental que a su vez luego podría ser explicada. Lo que sí es seguro es que la cadena debe tener un final, una propiedad no explicable por otra y que simplemente se halla en la materia de modo arbitrario, caprichoso. 10 La densidad actual de la materia dividida por la densidad crítica, es decir, la necesaria para detener por acción gravitatoria la expansión del universo, se indica usualmente con la letra W. Entonces, en un universo que colapsa sobre sí mismo, el valor de W es mayor a 1, en uno que se expande demasiado “velozmente”, es menor a 1, y en uno en el que la gravedad tiende a desacelerar la expansión aunque nunca completamente, el valor de W es igual a 1. Según las observaciones actuales “[…] notemos que la masa visible del universo determina una densidad media tal que el valor de W sería de 0,01, es decir 100 veces inferior a la densidad crítica. Añandiendo a esto la masa oscura [p. 156] prevista por sus efectos gravitacionales […] se alcanza un valor para W de 0,1. […] El universo probablemente sería abierto, pero muy cercano al límite crítico. “Dadas las dimensiones del universo, un valor de W comprendido entre 0,1 y 10 no está tan alejado de ese límite. El universo parecería estar cercano al punto de equilibrio entre la apertura y la contracción, siguiendo así una geometría tridimensional ‘plana’. Este hecho resulta sorprendente, porque los cosmólogos piensan que es muy difícil que el universo, si se tiene en cuanta su avanzada edad, se mantenga por tanto tiempo en torno al límite W=1, el único por otra parte que, al permitir la formación de las galaxias, hace posible la aparición de la vida. La cuestión suele llamarse el flatness problem, el problema de la ‘planitud’ del universo, planteado ya a fines de los años 60 y ampliamente reconocido años más tarde. [p.157] “Si hoy W vale casi 1, quiere decir que en los primerísimos instantes del universo W debía ser aún más exactamente igual a 1, en un grado increíblemente preciso. Una pequeñísima variación lo habría precipitado casi fulmíneamente o en el colapso gravitatorio o en una apertura enorme al infinito. En ambos casos no se habrían podido formar ni las galaxias ni las estrellas, o por el predominio de la contracción o por la excesiva fuerza expansiva: un universo inicialmente abierto o cerrado se habría abierto o cerrado casi en seguida, como una piedra sobre un borde muy afilado de una montaña cae fácilmente y en seguida a la derecha o a la izquierda. Si nuestro universo se ha conservado en buena salud con un valor de W cercano a 1 durante nada menos que 15.000 millones de años (desde los 10-43 segundos supuestos por los cosmólogos), eso significa que sus condiciones iniciales debían ser extraordinariamente precisas (según algunos cálculos, del orden de 1 dividido por 1060), con un equilibrio dinámico exactísimo entre la fuerza gravitatoria y la opuesta fuerza expansiva.” Sanguinetti, Juan José. El origen del cosmos…. págs. 155-157. La cita es extensa, pero sirve para ejemplificar la enorme improbabilidad numérica que implica nuestro universo. 5
  • 6. “[...] y como una cosa es perfecta en tanto esta en acto, la intención de todo lo que existe en potencia debe ser el tender, a través del movimiento, hacia la actualidad. Y así, cuanto más posterior y más perfecto un acto es, tanto más fundamental es la inclinación de la materia hacia él. Por ende, respecto al último y más perfecto acto que la materia puede obtener, la inclinación de la materia según la cual desea la forma debe ser como al último fin de la generación. Ahora bien, entre los actos pertenecientes a la forma , encontramos ciertas graduaciones. Así, la materia prima está en potencia, inicialmente, hacia la forma de un elemento. Cuando existe bajo la forma de un elemento está en potencia hacia la forma de un cuerpo mixto; y por ello los elementos son materia de los cuerpos mixtos. Considerada bajo la forma de un cuerpo mixto, está en potencia hacia un alma vegetativa, porque tal tipo de alma es el acto de un cuerpo. A su vez, el alma vegetativa está en potencia hacia un alma sensitiva; y una sensitiva hacia una intelectual. […] Por lo tanto, el último fin de todo el proceso de generación es el alma humana, y la materia tiende hacia ella como hacia la forma última.”11. La materia “desea” la información por un alma humana, pues ésta en tanto intelectual permite alcanzar a aquélla, a su través, el actualizar al máximo su tendencia potencial, y la potencia no es otra cosa que ordenamiento hacia el acto. Lo que está en potencia, por estarlo, busca el acto. Pero volviendo a los descubrimientos contemporáneos, los hombres de ciencia comenzaron a reflexionar que ante lo altamente improbable de que se hubiera dado el universo que vemos, el azar no aparecía como una explicación suficiente, pues las probabilidades mostraban que si fuera por azar no deberíamos estar aquí. Y sin embargo lo estamos. Incapaces de descubrir una razón ulterior para explicar las coincidencias, sugirieron sin embargo diversas aproximaciones al problema, que pretendían, aunque sea rudimentariamente, presentarlo de un modo racional. Lo que ahora llamamos Principio Antrópico no es más que eso: una aproximación al problema. Diversas interpretaciones se hicieron acerca del tema y de la aparente finalidad del universo. Principalmente hablaremos aquí de lo que hoy conocemos como el Principio Antrópico Débil y el Principio Antrópico Fuerte, y junto a ellas sus variantes o derivaciones posteriores. El Principio Antrópico Débil dice que “Los valores observados de todas las magnitudes físicas y cosmológicas no son igualmente probables sino que toman valores restringidos por el requerimiento de que existan sitios donde la vida basada en el carbono pueda evolucionar y por el requerimiento de que el Universo sea lo suficientemente antiguo como para que ya lo haya hecho.”12 Básicamente, y como los mismos autores lo reconocen, este postulado únicamente hace notar que no podríamos observar el Universo si este no fuera apto para que existamos. Bien entendido, se limita a enunciar una cualidad casi obvia del cosmos que observamos: debe permitir que existamos. Pero esa autolimitación es la que al mismo tiempo nos deja sin resolver el problema, pues no responde la gran pregunta de fondo. Sirve en todo caso para descartar a priori las condiciones que jamás podremos observar, pues son incompatibles con nuestra existencia, o en todo caso para ahondar en ciertas características esperables en un Universo hospitalario con la raza humana, pero no para acallar la sorpresa que nos produce el que existamos. Sí, es cierto que jamás observaríamos un Universo con constantes cosmológicas no concordes con la vida, pero el misterio radica en por qué habríamos de observar algo en absoluto. Por otro lado esta definición tiene el mérito de percibir que las condiciones –o constantes- fundamentales tienen una relación capital con la aparición de la vida, y que entre los dos fenómenos debe haber una armonía para permitir la segunda. En pocas palabras, en el principio débil se hace notar claramente que la vida depende muy finamente de que se den ciertas 11 Contra Gent.; III, 22, 7. 12 Barrow and Tipler. The Anthropic Cosmological…. pág. 16. 6
  • 7. condiciones cosmológicas favorables a ella. Para concluir, el Principio Antrópico Débil (WAP, por sus siglas en inglés) si bien resalta convenientemente algunos aspectos que dieron origen a la pregunta por la armonía entre las constantes físicas y la vida, no logra –más bien ni siquiera intenta- responder la pregunta que nos suscita el improbable y sorprendente hecho de que existamos. No obstante, más tarde una nueva versión del Principio Antrópico, el llamado Principio Antrópico Fuerte (SAP), fue propuesta, y ésta contenía afirmaciones mucho más interesantes –y por lo mismo polémicas- al respecto de la pregunta por un posible sentido en la naturaleza: “El Universo debe [must] tener aquéllas propiedades que permitan que la vida se desarrolle en algún estadio de su historia.”13 Siguiendo a la monografía citada, podemos ver varias posibles interpretaciones a este segundo principio antrópico. La primera y más cercana al finalismo aristotélico es la que dice que “[…] existe un Universo posible ‘diseñado’ con el objetivo de generar y sostener ‘observadores’.”14 Como dijimos, es ésta una interpretación que remite a la idea de un plan prefijado para el cosmos físico, y su evolución está determinada por éste plan, de modo que queda solucionado el problema de unificar la enorme improbabilidad de que se den las condiciones cosmológicas específicas necesarias para la aparición de la vida inteligente y el hecho de que esa vida haya realmente surgido, pues ya no es sólo el azar lo que determina la evolución cósmica, sino que entra en juego un principio anterior que anima lo material en su conjunto y lo dirige hacia un objetivo que tiene relevancia por sobre el resto de las “direcciones” posibles. El Universo tiene, nuevamente, una Causa Final. Es exactamente el mismo tipo de argumentación utilizada durante siglos para probar la existencia de Dios, la llamada “vía cosmológica”15, aunque en los autores modernos la cuestión de si hay un ‘Diseñador’ que haya trazado ese ‘diseño’ no aparece, o al menos no lo hace de modo frecuente. Bajo esta interpretación, no obstante, conviene aclarar el sentido exacto del “debe” en la proposición inicial del SAF. No es correcto que sea tomado en el sentido que no puede ser de otra manera, sino en el sentido de que el Universo contiene en sí una ordenación hacia la vida. No es estrictamente necesario que esta ordenación se haga efectiva, pues en el nivel de lo material las causas pueden fallar. Así, yo puedo decir que debo tener ojos porque debo ver, pero ello no implica una absoluta necesidad de que yo efectivamente tenga ojos y vea, ya que la eficacia de la causa final puede fallar en mí. Por otra parte, si se tomase el “debe”, el “must”, en ese sentido de necesidad absoluta, se desvirtuaría todo el asombro que nos produce la armonía entre el orden cósmico fundamental y la vida, pues justamente lo que nos llama tan poderosamente la atención es que el Universo podría no haber sido de hecho compatible con la vida –y aparentemente lo más probable era que no lo sea- y sin embargo lo es. Una segunda interpretación del WAP es la que Wheeler llamó el Principio Antrópico Participatorio: 13 op. cit., pág. 21. 14 op. cit., pág. 22. 15 ver S. Th., I, q. 2, a. 3, resp. 7
  • 8. “Los observadores son necesarios para traer el Universo a la existencia.”16 Si se lee esta interpretación a la luz del teleologismo aristotélico, es posible entenderla como la afirmación de que los observadores son necesarios en cuanto que causa final del Universo, como fin del Universo. En ese sentido, el Principio Participatorio es otro aspecto de la primera interpretación, de inspiración finalista, de la que hablamos. Pero la intención del autor no es remarcar al observador como necesario en cuanto que causa final, sino más bien al observador como causa eficiente. La cuestión viene de la mano con la mecánica cuántica, y en particular con la interpretación de Copenhagen17 del indeterminismo cuántico, según la cuál un sistema físico aparece indeterminado antes de la medición, como un conjunto de probabilidades de estar en diferentes estados. Este conjunto de probabilidades es representado gráficamente con una “onda de probabilidad” o “función de onda”. El acto de observación, sin embargo, ubica al sistema en un estado particular, por lo que se dice que la observación provoca un “colapso del onda”, es decir, que las probabilidades pasan a ser del 100 % en un estado, y de 0 % en cualquier otro. Leyéndola de un modo idealista, Wheeler toma la intepretación de Copenhagen y explica las increíbles coincidencias “antrópicas” hablando del Universo como un sistema físico que, como cualquier otro, previamente a la observación se halla en un estado indeterminado, y por lo tanto representable por una función de onda, onda que luego de la medición colapsa en un estado particular que necesariamente será compatible con la existencia misma del medidor. Por lo tanto, si el Universo es observado, entonces sí o sí resultará colapsado en un estado antrópico. No es sólo que no podríamos, como en el Principio Débil, observar un Universo no compatible con nosotros, sino que aquí la misma compatibilidad es consecuencia de nuestra observación. En el fondo esta interpretación idealista también elude el problema de las grandes coincidencias, pues proclama que el único Universo posible absolutamente es uno con propiedades antrópicas ya que sólo mediante una medición del ánthropos puede la función de onda del “Universo indeterminado” colapsar en un “Universo actual”. También desde la física cuántica aparece una tercera interpretación del Principio Antrópico Fuerte, muy similar a la anterior: “Un conjunto de otros universos diferentes es necesario para la existencia de nuestro Universo.”18 Éste postulado presenta una de las mayores y, creo, más sólidas objeciones al principio antrópico, o al menos a la interpretación finalista del principio. Propone la existencia de múltiples universos simultáneos19, todos ellos determinaciones o “fluctuaciones” del llamado “vacío cuántico”, aunque en cada uno las constantes naturales serían diferentes, habrían asumido distintos valores, por lo que es esperable que de entre un conjunto casi infinito de universos reales en uno se den las improbables condiciones para la vida inteligente. Si yo viera que alguien gana la lotería, asumiría, razonablemente, que antes de ganar debe de haber jugado muchas veces, pues un 16 ibid., pág. 22 17 Propuesta por Niels Bohr en sus famosas Como lectures, en 1927. 18 ibid., pág. 22 19 En realidad, como hace notar Sanguinetti, la noción de la pluralidad de mundos es necesariamente planteada, aunque sólo idealmente, desde el momento en que nos sorprende la armonía entre las constantes y la vida, pues nos sorprende porque pensamos en la inmensa cantidad de mundos posibles y en la improbabilidad de que se hubiera dado el nuestro. Ver Sanguinetti, Juan José. El origen del cosmos…, pág. 257. 8
  • 9. cálculo de probabilidades así me lo indicaría. Del mismo modo es posible pensar que este Universo no es producto de una increíble casualidad –que sería como ganar la lotería al primer y único intento-, sino que hay muchísimos otros universos reales donde la vida no es posible. La idea no es nueva: ya Demócrito había planteado esta posibilidad para explicar el orden del mundo: “Hay mundos infinitos en número y diferentes en tamaño. En algunos no hay ni Sol ni Luna, en otros hay más de un Sol y una Luna. La distancia entre los mundos es variable, en algunas direcciones hay más de ellos… Su destrucción acontece mediante la colisión de uno con otro. Algunos mundos están desprovistos de toda vida animal o vegetal y de toda humedad.” 20 También luego del nacimiento de la teoría del Big Bang, y habiendo razonado que era posible, tras un período de expansión, que el Universo comenzara a contraerse por efecto de la gravedad, surgió la idea de que este ciclo de expansión-contracción podría ser infinito, tomando en cada nuevo Big Bang valores diferentes las constantes naturales. En nuestro caso, como dijimos, la hipótesis de los muchos mundos (many worlds) aparece como una interpretación de la mecánica cuántica. Consecuente con la interpretación de Copenhagen, apareció a mediados del siglo XX una nueva interpretación del indeterminismo cuántico: “Como es sabido, en la teoría cuántica la predicción vale sólo para la probabilidad de los eventos concretos de un sistema físico, es decir, estadística y se refiere a cuadros evolutivos de grupos de partículas mediante la función de onda […] Everett (Princeton) propuso en 1957 la llamada interpretación many-worlds de la física cuántica, según la cual una partícula existe en todas sus trayectorias posibles, dando lugar así a una pluralidad de mundos divergentes pero al mismo tiempo reales, ya que toda posible trayectoria determina leibnizianamente un nuevo posible mundo. Cada acto observativo y mensurativo corta un trozo de este enjambre de mundos y lo relaciona de modo peculiar con el observador. El universo se va subdividiendo así al infinito cada vez que resulta captado por los diversos observadores.”21 El Universo, pues, existe, al igual que cualquier otro sistema físico, en todos sus estados e historias posibles al mismo tiempo y realmente, sólo que el observador al observarlo “disecciona” una de esas posibles historias con su sola observación haciéndola la única en relación a él. A esta disección es a lo que habíamos llamado mas arriba colapso de función de onda. Lo propuesto es muy similar a la interpretación de Bohr de 1927. Contra la proposición de los muchos mundos podemos argumentar igual que Platón lo hace al hablar del modelo que el Ordenador había utilizado para hacer el mundo: “No pensamos que sea a semejanza de ninguno de esos seres que nacen por naturaleza como partes de un todo –pues, al ser semejante a algo imperfecto, no resultaría bello-, sino pongamos por principio que será sumamente semejante a aquél Todo del cual los demás vivientes son parte, tanto separadamente como en conjunto. Pues él envuelve y contiene en sí a todos los vivientes inteligibles, lo mismo que este mundo nos contiene a nosotros y a todos los demás animales visibles. […] ¿Hemos tenido razón en no poner más que un cielo, o habría sido más acertado poner muchos, o aún infinitos cielos? Tiene que ser uno solo si es que ha sido formado según el modelo. Pues lo que contiene cuantos vivientes inteligibles existen, no tolera ser segundo, ya que entonces tendría que haber un tercero, del cual serían parte los otros dos, y él, y no ellos, es de quien con más propiedad es diría que nuestro mundo es la copia. A fin, pues, de que este mundo fuese semejante por su unicidad al animal perfecto, el que hizo el mundo no hizo ni dos mundos ni infinitos mundos, sino que no ha sido producido más que éste cielo, único en su especie, y así seguirá siendo […]”22 20 Diógenes Laercio, KR 564, cit. en Barrow and Tipler, The anthropic cosmological..., pág. 37. 21 Sanguinetti, Juan José. El origen del cosmos…, pág. 259 22 Platón. Timeo, 30c-31a. 9
  • 10. Es decir, y más allá de la teoría de las ideas que subyace en todo el pasaje, que no únicamente nuestra porción del conjunto de universos, sean éstos simultáneos o sucesivos, es propiamente el Universo, sino el conjunto total, al cual, como un todo, se le aplica el Principio Antrópico, aunque sus consecuencias o efectos puedan sólo ser percibidas en una pequeña parte del meta-sistema. Del mismo modo, a nadie se le ocurriría pensar que en Neptuno el Principio Antrópico no es válido sólo porque allí no hay vida inteligente o vida en absoluto. De una casa decimos que está habitada aunque la casa sea inmensa y sólo viva una persona en ella. Quizá este razonamiento se nos aparece primeramente como un cambio de términos, pero hay por detrás un argumento que nos remite claramente a la cosa. Pues si llamamos al nuestro y a los demás universos con la misma palabra y la misma significación es porque entre sí tienen algo en común, y esto es que todos ellos son materiales. Aunque en cada uno de ellos las constantes tomen diferentes valores, podemos decir que en todos ellos aquéllas son en la materia. Así, en nuestro universo la razón entre las masas protónicas y electrónicas podrá ser diferente que en otro, pero en ambos existen realmente partículas materiales. En definitiva, en todos los universos –o, como diría Platón, en cada parte del único Universo- vemos un fundamento material, que, aunque sufra diferentes determinaciones, en todos ellos posee un sustrato idéntico. Si no fuera así no tendría sentido hablar de todos ellos con el mismo término o hacerlo presente en nuestra mente con el mismo concepto, a no ser que se diga “universo” en sentido metafórico, como cuando decimos “universo de los espíritus”. Pero ese no es claramente el caso, pues aquí todos los universos son objeto de la misma ciencia, cosa que no sucedería si se dijera de todos ellos lo mismo en diferentes sentidos. Ahora bien, si admitimos que al mismo tiempo todos tienen un sustrato igual pero poseen constantes diversas, entonces quiere decir que esas constantes son actualidades que se dan en una materia común que por sí misma es potencial. Pero la materia no puede ser absolutamente potencial –es decir, no puede un ente ser únicamente materia- , pues sino no sería, ya que la existencia y la pura potencialidad son contradictorias entre sí. Entonces inferimos que es imposible que exista realmente una materia absolutamente potencial sin actualización dada por la forma, y, si la materia existe, debe ésta poseer alguna determinación, por mínima que sea. Pero esta determinación, por serlo de una sustancia material, sería, en principio y por sí, medible, es decir, representable por un número, un número que se daría en lo material sin ser posible hallar un motivo ulterior: simplemente sería así. Dicho todo esto, es válido preguntarse por qué esa materia casi totalmente potencial posee esa determinación primera que permite, determinaciones posteriores mediante, que la vida inteligente surja, y por qué esa determinación primera no es tal que en absoluto y bajo ninguna determinación posterior permitiría la vida. En nuestro caso esa “cuasi materia prima” es el vacío cuántico, del cual, según la tesis de Tyron23, nuestro Universo sería una fluctuación espontánea, sin causa. En mecánica cuántica el vacío no se dice en el mismo sentido que en mecánica clásica, y al respecto Sanguinetti también habla, refiriéndose a la obra de Tyron: “Cabría pensar que la ‘auto-creación’ se entiende aquí como aparición de nueva energía que no procede de ninguna parte, con la consiguiente violación del principio conservativo. Tyron explica a este propósito que, junto a la energía positiva de masa (según la fórmula E= mc2), en un universo cerrado la energía potencial gravitatoria de signo negativo sería suficiente para compensar la masiva, de manera que la energía neta del cosmos valdría 0. Las otras cantidades conservativas discretas, como la carga eléctrica y el número bariónico y leptónico, darían también un valor de 0 dada la existencia de partículas de signo 23 E. Tyron. Is the universe a quantum fluctuation?, Nature 246, págs. 396-397 (1973), cit. en Barrow and Tipler. The anthropic cosmological..., pág. 440. 1
  • 11. opuesto. La producción de un sistema con 0 energía no viola el principio conservativo, como no aumenta nuestro capital si nos prestan dinero con la simultánea creación de una deuda.”24, y en nota al pie, “El principio de que un aumento simétrico de energía positiva y negativa es compatible con la conservación de la energía neta suele emplearse en la física actual para dar razón de las fluctuaciones energéticas del vacío cuántico y de la consiguiente posible génesis de partículas […]”25 Es decir que en el vacío cuántico no se dice que no hay nada, sino que: “La microestructura del vacío cuántico es concebida como un mar de pares de partículas y antipartículas en continua creación y aniquilación […]”26 Claramente, entonces, el vacío cuántico no es un vacío absoluto, sino un ente material máximamente indeterminado, pero no totalmente. El Universo –o, en la teoría de los muchos mundos, la multiplicidad de ellos- no surge de la nada, sino de un ente material anterior y con un mínimo de determinación: “Es, desde luego, en cierto modo inapropiado llamar al origen de un universo-burbuja desde una fluctuación del vacío ‘creación ex nihilo’, pues el vacío de la mecánica cuántica no es verdaderamente ‘nada’; mas bien, el estado del vacío tiene una rica estructura que reside en un substrato previamente existente de espacio-tiempo […] Claramente, una verdadera ‘creación ex nihilo’ sería una generación espontánea de todo –el espacio-tiempo, el vacío de la mecánica cuántica, la materia- en algún momento del pasado.”27 En definitiva, la teoría de los muchos mundos no logra echar por tierra el interrogante mayor que aparece cuando observamos las grandes coincidencias cósmicas, sino que, en todo caso, nos plantea la posibilidad de ampliar el panorama de lo que es el Universo, de lo que es la totalidad de lo material. Como vimos mas arriba, ni siquiera la posibilidad de plantear muchos universos surgidos del vacío cuántico es suficiente para debilitarlo, ya que, siendo ese vacío un ente material, necesariamente, por conocer su misma existencia, inferimos que debe de tener cierta determinación actual primera, que en los entes materiales es medible y representable por un número, número que, como dijimos arriba, podría ser cualquier otro y sin embargo es el conveniente para nuestra existencia. Para finalizar esta parte, nombraremos rápidamente lo que se llamó el Princpio Antrópico Final, que postula que ya que el Universo se tomó el trabajo de apuntar tan finamente en dirección a la vida inteligente, entonces es necesario que una vez que llegó a ella ésta permanezca para siempre. Sanguinetti ubica esta postura dentro de lo que él llama “cosmo-ficciones”. Creemos que en primer lugar olvida esta postura lo contingente de lo material, incluidos los entes materiales inteligentes, pero además bien podría el Universo alcanzar su fin antrópico aunque sólo hubiera existido un solo hombre durante todo su desarrollo, pues el ordenamiento del cosmos hacia el hombre encuentra su perfección en la existencia del hombre, sea ésta de mayor o menor duración. El principio antrópico y el mecanismo evolutivo. 24 ibid., pág. 305. 25 op.cit., nota 64, pág. 305. 26 op. cit., pág. 440. 27 ibid., pág. 441. 1
  • 12. Como vimos en el último apartado, el azar no es explicación suficiente en el nivel del cosmos para explicar la aparición de la vida inteligente –concretamente de la especie homo sapiens-. El desarrollo material que llevó a nuestra existencia no pudo haber sido de ningún modo producto de las probabilidades –al menos no únicamente-, pues el cálculo de ellas nos muestra claramente que el azar era desfavorable a nuestra aparición. Pero, si bien a nivel cósmico el azar parecía insuficiente, la teoría evolutiva de Darwin y sus sucesores planteaba, en principio, que en la escala terrestre el azar sí podía dar suficiente explicación de la evolución biológica que culminó con la especie humana. Darwin, como ya explicamos mas arriba, propuso un mecanismo que pretendía mostrar el modo por el que las especies vivientes evolucionaban. Él consideraba irrefutable esta observación primera, esto es, que las especies cambiaban con el tiempo, y ésta era una tesis ya sostenida por muchísimos, aunque lo que no era claro era el modo por el cual la naturaleza empujaba a la evolución en un sentido o en otro. Al provocar el refinamiento de una raza animal, por ejemplo los caballos, el criador aplica un principio y selecciona a los mas veloces o fuertes, así tras varias generaciones de separación y cruza, logra tener por un lado caballos muy rápidos y por otro caballos muy robustos. El interrogante era de qué modo la naturaleza producía un efecto análogo en el resto del mundo biológico. En contacto con algunas teorías económicas malthusianas según las cuales el crecimiento de la población humana necesariamente estaba destinado a detenerse por falta de recursos, y luego de años de estudios empíricos por todo el mundo, Darwin concluyó que la selección se produce entre los individuos cuyas características distintivas con respecto a los miembros de su misma o diversa especie son mas aptas para asegurarle el éxito reproductivo. Presenta varios argumentos a favor de la teoría evolutiva: “Si el hombre es capaz de producir [en los animales domésticos], y efectivamente ha producido, gran resultado por sus medios de selección metódica e inconsciente, ¿qué no efectuará la selección natural?”28 Es decir que si vemos que los animales domésticos han variado, no hay razón para creer que una variación en las demás especies no es posible e incluso probable. “¿Puede haber algo más curioso que la mano del hombre formada para asir, la del topo para cavar, la pata del caballo, la paleta del puerco marino y el ala del murciélago, órganos construidos por el mismo modelo y que incluyen huesos semejantes y en la misma posición relativa?”29 y, “En resumen, podemos comprender por qué la Naturaleza es pródiga en variedad, aunque tacaña en innovación; pero no hay hombre que pueda explicar por qué habría de ser este fenómeno ley de la Naturaleza si cada especie hubiera sido creada independientemente.”30 En segundo lugar propone como prueba de la evolución el hecho de las semejanzas innegables entre las especies, semejanzas que ya Linneo había utilizado para hacer su famosa clasificación de las especies vegetales primero, y animales después. En 28 Darwin, Chales. El origen de las especies, pág. 97, cit. en Arnaudo, Florencio J. Creación y evolución, pág. 67. 29 op. cit., pág. 501, cit. en ibid., pág. 68. 30 op. cit., pág. 541, cit. en ibid., pág. 68. 1
  • 13. relación con este argumento muestra también que ciertos animales poseen órganos que les son inútiles –por ejemplo, los pies empalmados de los gansos que viven lejos del agua-, y dice que éstos son producto de la herencia de ancestros para los cuales aquéllos eran útiles. En tercer lugar muestra que las especies son susceptibles de ser clasificadas en un sistema ramificado, lo que da indicios de una evolución a partir de ancestros comunes y, por último, Darwin hace notar la semejanza entre especies desaparecidas y actuales que viven en el mismo contexto geográfico. Para explicar de qué modo se da esa evolución tan evidente, presenta dos conclusiones extraídas de sus estudios “Como se producen más individuos de los que es posible que sobrevivan, tiene que haber forzosamente en todos los casos lucha por la existencia, ya del individuo con otro de la misma especie, ya con los de especies distintas, ya con las condiciones físicas de la vida.”31 y en esta lucha sólo los mejor adaptados vencen: “ […] [la] conservación de las variaciones y diferencias individuales favorables, y la destrucción de aquéllas que son nocivas, es lo que hemos llamado selección natural o supervivencia de los más aptos.”32 De estas dos conclusiones principales es de donde parte el resto de la explicación darwiniana del mecanismo evolutivo. Las variaciones se acumulan en los individuos por medio de la selección natural que asegura pervivencia a los caracteres más aptos. A principios del siglo XX, en la década de 1930, y tras una breve crisis de las teorías darwinianas debido al redescubrimiento de las leyes de Mendel sobre la mutación en las especies vivas, surgió desde distintas disciplinas lo que fue llamado el neodarwinismo, que explicó, echando mano de los últimos avances en materia genética, el mecanismo por el cual los caracteres varían entre generaciones. Sumado esto a la antigua noción de selección natural, presentaron una teoría “sintética” de la evolución: “Según las ideas neodarwinistas, o sea según la teoría ‘sintética’, los fenómenos evolutivos se explican por medio de la acción conjunta se los siguientes factores: mutaciones fortuitas, recombinación de los genes, selección natural y aislamiento. Este complejo mecanismo es aplicable principalmente a organismos que se reproducen por vía sexual. “La mutación y la selección natural son procesos complementarios. Ni la selección, por sí sola, puede originar los cambios evolutivos […]; ni la mutación, por sí sola, puede producir cambios de dirección evolutiva o anular los efectos selectivos, como afirmaban los mutacionistas puros. La recombinación de los genes confiere plasticidad a las especies ajustando los efectos de las mutaciones a las necesidades del organismo. […] Las mutaciones favorables, o las combinaciones favorables de los genes mutados, llegarán a establecerse como normales en la población, al cabo de cierto número de generaciones, desplazando a las que sean menos favorables. Como lo corriente son las mutaciones que producen leves efectos, o sea las micromutaciones, los cambios evolutivos serían casi siempre graduales y se efectuarían casi totalmente por selección.”33 El neodarwinismo no es, entonces, otra cosa que la teoría de Darwin expuesta con argumentos que utilizan los descubrimientos que se habían dado en los campos de 31 op. cit., pág. 78, cit. en ibid., pág. 70. 32 op. cit., pág. 94, cit. en ibid., pág. 70. 33 Templado, Joaquín. El desarrollo histórico de las ideas evolucionistas, pág. 98, La evolución págs. 80-102. Contra el gradualismo en el ritmo evolutivo se presenta luego, sin embargo, la teoría del “punctuated equilibrium” o “equilibrio puntuado”, que propone un ritmo evolutivo de “a saltos”, lo que explicaría las ausencias de estados intermedios en los registros fósiles. Ver Eldredge, Niles and S. J. Gould (1972). “Punctuated equilibria: an alternativa to phyletic gradualism”. 1
  • 14. la biología y la genética. El azar sigue siendo el factor fundamental que indica qué combinación material fundará la realidad de los entes físicos, en este caso vivos. En ese sentido, continúa la línea no finalista de los atomistas y todos los que los siguieron. Al igual que en ellos, la enorme cantidad de tiempo en cuestión explica la aparente ordenación y adecuación intencional de todos los seres. Pero justamente desde el campo del estudio de los genes surgieron descubrimientos que pusieron en jaque a la teoría darwiniana del mecanismo evolutivo. El problema vino por el lado del tiempo. Ya poco después de la publicación de la obra había recibido Darwin la objeción de lord Kelvin, que había calculado la edad de la Tierra en no mayor a 100 millones de años, edad que sobrepasaba por mucho a la propuesta por sus recalcitrantes adversarios del creacionismo fundamentalista, pero que de todas maneras resultaba insuficiente para que por medio del mecanismo propuesto por Darwin se hubieran dado los resultados observados en la naturaleza. Por ello el mismo Darwin cedió y pretendió “acelerar” la evolución aceptando la heredabilidad de los caracteres adquiridos, idea que poco después se mostró claramente errada34. Pero los descubrimientos que se dieron un poco mas tarde prolongaron notablemente la edad de la Tierra, por lo que el azar como única regla para explicar las modificaciones en las especies permaneció a salvo nuevamente. En 1975 el biólogo y matemático francés George Salet, en respuesta a la obra “El azar y la necesidad” de Jacques Monod, publicó “Azar y Certeza”, en la que, mediante el estudio estadístico sobre la observación de la regularidad de las variaciones de la estructura genética, argumenta para echar por tierra la explicación de la evolución biológica únicamente con el concurso del azar y la selección natural. Dice Salet: “Hay que entender por mutación cualquier modificación accidental del ADN, aunque esta modificación no se traduzca por ninguna consecuencia fisiológica o anatómica, detectable o no detectable”35 Hasta aquí no se aparta del neodarwinismo que vimos anteriormente, “Las mutaciones viables se refieren siempre a caracteres accesorios, como la forma, el color, el sistema piloso, la supresión de órganos no indispensables como los cuernos, etc. […] No aparecen órganos nuevos. Son acumulativos y hacen aparecer razas (no especies) nuevas […] Nos vemos conducidos a un concepto de evolución de los seres vivos plenamente de acuerdo con las observaciones de los naturalistas, y que se llama ‘microevolución’.”36 Salet distingue aquí entre micro y macroevolución, distinción que indica por un lado la que se da como aumento, disminución o cambio de la importancia relativa de cierto órgano o función, y la que se da en la aparición de un órgano o función nueva. A continuación Salet hace notar que para que la selección natural actúe, debe haber primero surgido en el individuo cierta modificación, consecuencia de una recombinación genética que es en principio azarosa. Criticando a Darwin, dice “El darwinismo, sea cual sea su forma, desconoce completamente que la función de un órgano […] es la resultante de un gran número de funciones componentes. […] Un miembro [órgano] sólo puede entrar en el juego de la selección si las funciones que lo componen existen simultáneamente […] Pretender que un miembro ha aparecido progresivamente es un puro verbalismo carente de toda significación concreta […] El darwinismo supone implícitamente que las mutaciones que podrían ser 34 No obstante, en la actualidad los efectos de la influencia epigenética en los mecanismos hereditarios son nuevamente resaltados, como así también el hecho comprobado de la transferencia horizontal de material genético en los organismos más primitivos, hecho que revoluciona toda la teoría anterior, que se basa exclusivamente en la transferencia vertical, de ancestro a descendiente. 35 Salet, George. Azar y Certeza, pág. 152, cit. en ibid., pág. 93. 36 op.cit., págs. 98-99, cit. en ibid., págs. 93-94. 1
  • 15. ventajosas si fuesen completadas por una determinada serie de mutaciones ulteriores, son, por eso mismo, ventajosas en seguida.”37 Lo que dice Salet es que para la aparición de un órgano nuevo por azar puede haber dos posibilidades: o el órgano aparece por una única mutación que lo origina en una generación -cosa tan altamente improbable que queda descartada-, o aparece por una sucesión de mutaciones complementarias que no son sólo ventajosas como suma, sino que cada una de ellas resulta ventajosa como mutación parcial. El problema con esta segunda opción es que también aquí las probabilidades son tan altamente desfavorables que tampoco es pensable que se dé de ese modo: “Hasta ahora no se ha comprobado nunca la aparición por mutación de una nueva función por muy sencilla que sea.”38 Salet propone un criterio numérico para aceptar o no la posibilidad de aparición un nuevo órgano o función por acción del sólo azar, considerando la edad de nuestro planeta: “Una nueva función no ha podido aparecer por mutación si la probabilidad intrínseca de que el ADN adquiera el carácter correspondiente a esta nueva función es inferior a 10-50.”39 Es decir que si la relación es menor a una posibilidad entre 100.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000, entonces considerará tal modificación como imposible. Según, pues, las técnicas estadísticas, y considerando el ritmo y regularidad de las variaciones que se dan como consecuencia de la mezcla de la información genética y de las fallas en la copia entre generaciones, Salet concluye rotundamente que es imposible explicar la aparición de nuevos órganos o funciones por acción del ciego azar. Es decir que aunque la microevolución es explicable por la teoría darwiniana –por ejemplo, la modificación de los animales domésticos señalada por el mismo Darwin-, en la macroevolución deben necesariamente verse involucrados otros factores. Para que los cambios registrados bajo el término “macroevolución” se hayan dado según el proceso de cambio azaroso “La duración de los períodos geológicos debería ser multiplicada por 10, seguido por varios centenares o millares de ceros, por lo menos, para permitir la aparición de un solo órgano nuevo, por muy modesto que fuere.”40 Vease que Salet no niega la lógica o el valor de la teoría de Darwin, sino que demuestra que ella sola no alcanza para explicar lo observado según la edad de nuestro planeta. “En resumen, la idea de Darwin no es absurda en sí misma; la selección hubiera podido desempeñar un papel en la génesis de los órganos si el azar hubiera dispuesto de un tiempo suficiente. Pero el tiempo no ha sido suficiente ni con mucho para que se haya podido realizar por el juego del azar una sola disposición de genes que correspondieran a un solo órgano nuevo.”41 Y, finalmente, concluye que 37 op. cit., págs. 249-252, cit. en ibid., pág. 96. 38 op. cit., pág. 190, cit. en ibid., pág. 95. 39 op. cit., pág. 165, cit. en ibid., pág. 95. 40 ibid., pág. 192, cit. en ibid., pág. 95. 41 op. cit., pág. 259, cit. en ibid., pág. 96. 1
  • 16. “O se niega el carácter aleatorio de las mutaciones o se niega la realidad de una evolución progresiva del mundo de los seres vivos.”42 Vemos con esta crítica a la teoría de Darwin, que no fue planteada, como vimos, únicamente por Salet, sino que éste sólo lo hizo más contemporáneamente con argumentos probabilísticos, que tampoco en el orden de lo biológico el azar es suficiente para explicar el orden que vemos. Nunca, según las leyes del azar, podría en nuestro planeta haber la variedad, complejidad y complementariedad de seres vivientes que hay, y ciertamente jamás podríamos existir nosotros como cúspide esa variedad. Conclusión. Como hicimos notar, la cuestión está planteada, desde hace más de 2000 años, entre la consideración de lo físico como algo que persigue un fin, o de algo que está sujeto exclusivamente al azar, sin objetivo o meta a alcanzar. Desde los primeros filósofos, la intuición de que por detrás de los cambios hay un plan, una ruta y, por lo mismo, un destino, está siempre presente. Como seres inteligentes que somos, buscamos en todo la inteligencia. Como seres que perseguimos un fin, buscamos en todo la finalidad. Y el mundo se nos ha presentado como algo inteligente y que tiende a un fin. La percepción griega del universo cósmico, ordenado, es una percepción que ha permanecido siempre como el lugar desde donde entender la totalidad de lo físico. Ortega y Gasset decía que en las ideas se piensa, y en las creencias se está. El orden del mundo es justamente una de esas creencias en las que se está: nos es tan connatural como el aire que respiramos. La ciencia misma no sería posible sin ese supuesto: para que haya ciencia debe haber algo permanente, regular, ordenado. Sobre el caos absoluto no puede haber ciencia. Albert Einstein se asombraba del hecho de que el Universo fuera entendible, de que hablara el mismo idioma que nuestra inteligencia. Paradójicamente las mismas ciencias experimentales fueron el punto de partida desde el cual la noción de orden natural se vio minado desde sus bases, al negarse científicamente la noción de finalidad. La proposición de un orden “hacia nada” era un absurdo filosófico, pero no obstante, adornada con los fuegos artificiales del método científico, prevaleció. En nuestro siglo, sin embargo, los avances en la investigación volvieron a los científicos hacia la consideración de los mismos temas que se discutían en la Grecia antigua: ¿la naturaleza va hacia algún lugar?, ¿tiene el hombre un papel especial en el inmenso Universo?. Es ésta una gran oportunidad de diálogo entre la filosofía y las ciencias: éstas se encuentran con incógnitas que piden a gritos una solución desde aquélla. Toda obra sobre divulgación científica que uno hojee de los últimos veinte años hace referencia en mayor o menor medida al tema del Principio Antrópico. Interpretado en muchos modos, acompañado de referencias a la biología, la física atómica u otras disciplinas, tiene su origen en el asombro que desde tiempos inmemoriales nos produce la maravilla del orden de lo material. La ciencia del siglo XX nos vuelve a señalar lo que intuyeron los griegos. En la naturaleza, nos dicen, hay algo más que azar. Un principio anterior que atrae a todo lo físico hacia el, y dirige el desarrollo del conjunto material. Lo que se presentaba como un argumento convincente mostró ser científicamente errado: no puede el sólo azar explicar lo que observamos. En el ámbito cosmológico, vemos que hubo una única oportunidad de determinación primera de la materia, y que ella fue exactamente la requerida, de entre casi infinito número posible, para que se dé nuestra existencia. También a nivel 42 op. cit., pág. 10, cit. en ibid., pág. 94. 1
  • 17. evolutivo la tesis del azar quedó debilitada: la edad de la Tierra reclama algún mecanismo que dirija la evolución, un factor que escape del puro azar. Aparentemente hay en la materia hay un principio que, desde el origen mismo del cosmos hasta el más cercano desarrollo de la vida, la conduce, como diría Theilard de Chardin, mediante un “tanteo dirigido”, hacia la vida inteligente. La ciencia de este modo señala en dirección a la causa final como respuesta al interrogante, aunque ella, por sus mismas limitaciones epistemológicas, no pueda demostrar su existencia. Muchas otras preguntas surgen, como la posibilidad de que la vida exista en condiciones cósmicas radicalmente diferentes a las que conocemos, o la posibilidad de la existencia de un mecanismo material que explique la evolución de modo más acorde con los datos. Pero esto corresponde a las ciencias, y no quita nada para el afirmar la realidad de la causa final, de la cual también el azar puede ser instrumento. El error del darwinismo creemos no está tanto en su teoría sobre el mecanismo evolutivo de las especies, sino en la absolutización que hizo de ella. Por otro lado está la difícil cuestión sobre la posibilidad de la aparición, el origen, espontánea de la vida, y el misterio que significa el salto cualitativo que implica la hominización. 1
  • 18. Bibliografía. AQUINO, Tomás de; Summa Theologiae. Summa Contra Gentes. ARISTÓTELES; Obras Completas. S/L. Ediciones Anaconda. c1947. 4 vols. ARNAUDO, Florencio José; Creación y evolución. Buenos Aires. EDUCA. 1998. 191 pp. BARROW, John & TIPLER, Frank; The anthropic cosmological principle. New York. Oxford University Press. 1986. 706 pp. CRUSAFONT, M.; MELENDEZ, B.; AGUIRRE, E. y otros; La Evolución. Madrid. BAC. 1966. 1015 pp. ELDREDGE, Niles & S. J. GOULD (1972). Punctuated equilibria: an alternative to phyletic gradualism en T.J.M. Schopf, ed., Models in Paleobiology. San Francisco: Freeman Cooper. pp. 82-115. Princeton: Princeton Univ. Press, 1985 HAWKINS, Stephen; The universe in a nutshell. New York. Bantham. 2001. 216 pp. A brief history of time. New York. Bantham. 1988. 210 pp. MARITAIN, Jacques; Los grados del saber. trad. Pbro. Alfredo Frossard. Buenos Aires. Club de Lectores. 1983. 764 pp. PLATÓN. Timeo. trad. Camarero, Antonio. Buenos Aires. EUDEBA. 2007. 624 pp. SANGUINETTI, Juan José; El origen del cosmos; La cosmología en busca de la filosofía. Buenos Aires. EDUCA. 1994. 431 pp. 1