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Henry George
P R O G R E S O
Y
M I S E R I A
INDAGACION ACERCA DE LA CAUSA DE LAS CRISIS ECONOMICAS
Y DEL AUMENTO DE LA POBREZA CON ÉL AUMENTO DE LA
RIQUEZA. EL REMEDIO
Traducción directa del inglés por
BALDOMERO ARGENTE DEL CASTILLO
PROGRESO Y MISERIA
( P R O G R E S S A N D P O V E R T Y )
INDAGACION ACERCA DE LA CAUSA DE LAS CRISIS ECONOMICAS
Y DEL AUMENTO DE LA POBREZA CON EL AUMENTO DE LA
RIQUEZA. EL REBIBBIO
Traduccién directa del iaglég p o r
BALBOMER© ARGENTE DSL CASTELLO
9,à EDICION EN ESPAÑOL
ROBERT SCHALEEN3ÁCH FOUNDATION 5® EAST 69th STKEET, NSW
YOKE, N. Y. 10021
19722
UN LIBRO DE PERMANENTE ACTUALIDAD
Progreso y Miseria permanece incólume. Sus afirmaciones
tienen un valor de eternidad. Porque no hay en él dogmas, sino
raciocinios; y estudia no fenómenos sociales transitorios, sino
el juego mismo de la vida social en cualquiera de sus formas;
y no investiga leyes artificiales, sino leyes naturales y, por lo
mismo, permanentes. Y los hallazgos de 3a investigación, las
explicaciones que da, las soluciones que preconiza, son de hoy
como de ayer, y tienen, en el instante que coire y en las
sociedades europeas, igual realidad que en 1879, y en la
sociedad norteamericana, realidad tan inequívoca que quien,
después de haber leído atentamente Progreso y Miseria, mire en
torno, encontrará, sin titubeos, la comprobación de su doctrina.
— Bauoomero Argente.
A QUIENES,
VIENDO EL VICIO Y LA MISERIA QUE NACEN DE LA DESIGUAL
DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA,Y DEL PRIVILEGIO, SIENTEN LA
POSIBILIDAD DE UN MEJOR ESTADO SOCIAL, Y LUCHARÍAN POR
LOGRARLO.
San Francisco, marzo 1879.
Haz para ti mismo una definición o descripción de
la cosa que se te presenta, para ver distintamente qué
clase de cosa es en su sustancia, en su desnudez, en su
completa integridad, y dite su propio nombre y los
nombres de las cosas de que ha sido compuesta y en las
que se descompondrá. Porque nada eleva tanto la
mente como poder examinar con método y en verdad
cada objeto que se te presenta a !a vida, y mirar siempre
las cosas de modo que veamos al mismo tiempo qué
clase de universo es éste y qué uso tiene cada cosa, y
cuál es su valor con referencia al conjunto y con
referencia al hombre, que es un ciudadano de la más
alta ciudad, de la cual todas las demás ciudades son
como familias: qué es cada cosa y de qué se compone,
y cuánto está ea su naturaleza durar.
Marco Aurelio Anionino
PROLOGO A ESTA EDICION ESPAÑOLA.
Henry George fue un pensador norteamericano nacido en
Filadelfia el 2 de septiembre de 1839, y muerto en Nueva York el 29
de octubre de 1897.
De modesta cuna, acosado él mismo por la necesidad de te- bajar
para vivir; conmovido por la miseria que veía en tomo suyo,
asediando a la mayoría de seres humanos, e impresionado por el
hecho de que la pobreza fuese más intensa y aflictiva en los centros
populosos y ricos como Nueva York, que en los campos; más en los
países adelantados que en los atrasados, se propuso descubrir 3a
causa de la asociación del progreso con la pobreza y el remedio ue tan
tremendo mal,
Consiguió averiguarlo: expuso sus doctrinas con profundidad y
claridad en diversos libros, en múltiples conferencias y en centenares
de artículos, que forman nueve volúmenes; con su incesante
propaganda promovió una gran agitación intelectual y reformadora
en los países anglosajones, y al morir dejó innumerables discípulos
que, con el ardiente entusiasmo y la inquebrantable fe que comunica
la convicción, propagan las verdades enseñadas por aquél, seguros de
que sólo ellas podrán fundar mía sociedad justa y, con la justicia,
librar a los pobres de su miseria, a los Estados de sus convulsiones, y
salvar la Civilización en lo que tiene de bueno.
Vili PROLOGO A ESTA EDICIÓN ESPAÑOLA
El conjunto de las doctrinas expuestas por Henry George recibe el
nombre de “georgismo”.
Aunque admirables todos los libros de Henry George, el fun-
damental es PROGRESO Y MISERIA. Por su concepción, por su estilo, por sus
pensamientos, por la claridad lógica de sus explicaciones, es la obra
del genio. En él se plantea el gran problema social, según éste se ofrece
a nuestra vista; y con un rigor lógico que no deja eslabón de la cadena
del pensamiento, sin remachar, se llega a la determinación exacta de
su causa y de su remedio en todos los aspectos de ésta.
No hay ningún libro en el mundo que haya acometido esa tarea
tan franca e íntegramente. Ninguno que haya planteado ante el
espirita el problema de la gran miseria que oprime a los hombres en
medio del maravilloso poder de producir riqueza de que nos ha
dotado el progreso material. En este sentido, ProGRESO y MISERIA es un
libro único. Y cuando se llega a su última línea, completamente
satisfecho porque todas las dudas han desaparecido, renacen las
confortadoras esperanzas de la posibilidad del remedio de esta gran
aflicción que secularmente viene acosando a la Humanidad.
La solidez del razonamiento de Henry George es tal, que Tolstoy,
en su ensayo titulado Una gran iniquidad, dice que no hay más que
dos medios de combatirlo: ignorarlo o falsearlo.
Y el examen de las objeciones de sus contradictores consagra aquel
dictamen, porque en todas ellas se advierte que las afirmaciones de
Henry George han sido ignoradas o adulteradas para fundar la
objeción sobre el error mismo del comentarista.
PROGRESO Y MISERIA fue publicado en 1879. Es a la hora presente el libro
traducido a más idiomas de cuantos la historia de la cultura humana
registra. Lo está hasta al chino, al que lo tradujo el profesor W. E.
Mackin, ayudado por el famoso Sun- Yat-Sen; y al sistema Braille para
que puedan leerlo los ciegos. De él se ha dicho que es la obra, salvo la
Biblia, de que se han
PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN ESPAÑOLA IX
hecho más ediciones. Su belleza es tal, que algunos exegetas han
atribuido su gran éxito no ya a sus razonamientos, sino a la hermosura
de su estilo y al comunicativo calor de fraternidad humana y elevado
sentimiento cristiano que lo satura. Pero no es así. Estas cualidades lo
avaloran; pero su potencia persuasiva se ejerce sobre el
entendimiento, no sobre el corazón.
En España se han publicado cuatro ediciones que yo conozca.
Algunas de ellas no contienen íntegro el gran libro; y todas me
parecen defectuosamente traducidas, ya por errónea interpretación
de alguna frase, ya por confusión de varios conceptos. Por eso la he
traducido nuevamente con tanta escrupulosidad, que puede consi-
derarse ésta como la edición definitiva en castellano. A veces he
sacrificado la estructura castellana de la frase al rigor literal del texto
inglés, para evitar anfibologías que condujeran a una interpretación
errónea del pensamiento del autor.
PROGRESO Y MISERIA es el libro de Economía política que más ha
influido en el desarrollo de esta Ciencia. Revisa las doctrinas
principales de la que hoy se enseña y domina en la Civilización
occidental, y señala sus errores; y expone las verdaderas con una
lucidez tal, que el gran pedagogo norteamericano John Dewey ha
podido decir de él: “Desde Aristóteles acá no llegan a diez los
pensadores que se han levantado a la altura de Henry Geoige.”
Las doctrinas georgistas han tenido muchos precursores en todos
los países. De ellos da noticia minuciosa el libro The Philo- sophy of
Henry George, de George Raymond Geiger, profesor asociado de
Filosofía de la Universidad de North Dakota (Nv^ya York, 1933); el
más acabado estucho publicado hasta ahora sobre el contenido ético
y filosófico del georgismo, sus relaciones con el socialismo y la
religión y su influencia sobre la legislación y la política de diferentes
países donde hoy se aplica total o parcialmente, con los- efectos
previstos.
El libro de Geiger omite los precursores españoles. Pero las ideas
fundamentales del georgismo, relativas a la propiedad de la tierra, y
X PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN ESPADOLA
su influencia esclavizadora sobre las clases despojadas de sus
derechos a la herencia nativa, encuentran en España a partir de Luis
Vives y el P. Mariana, un rosario de pensadores que las formulan
claramente con energía y conciencia, hasta el punto de que puede
afirmarse que el georgismo es la sustancia misma de la tradición
intelectual española.
De ellos habla extensamente Joaquín Costa en su Colectivismo
agrario en España. Tero quiero destacar ahora dos antecedentes: uno,
el de Francisco Centani; otro, de Alvaro Flórez Estrada.
Sn 18 de junio de 1671, Francisco Centani publicó un folleto
titulado “Tierra.—Medios universales propuestos desde el año de 665
hasta el de 871. Para que con planta, peso y medida tenga la Real
Hacienda dotación fija para asistr* a la causa pública. Remedio y
alivio general para los pobres, cortando fraudes de que han hecho
patrimonio los que dominan”. En este folleto propone el impuesto
sobre el valor de la tierra, no sólo como recurso fiscal, sino
percibiendo sus efectos sobre la distribución de la riqueza y la
extensión de la miseria.
En 1839, nuestro gran economista Alvaro Flórez Estrada publica
un folleto titulado “La cuestión social: origen, latitud y efectos del
derecho de propiedad”, en que expone; con sus funda- mi::, ios
filosóficos, su opinión sobre la causa y remedio de ese problema,
coincidiendo esencialmente con los que, cuarenta años después,
expuso Henry George. Ese estudio fue incorporado íntegramente a la
quinta edición y a las posteriores del Curso de Economía Política de
que era autor, en el que constituye el capítulo IV de la parte segunda,
bajo el epígrafe: “De la principal causa que priva al trabajo de la
recompensa debida y de los medios conducentes a hacerla
desaparecer.” Con posterioridad, algunos economistas españoles
menorss, anteriores a Henry George, aceptaron la id::a del impuesto
sobre el valor de la tierra, cuya preparación había iniciado a fines del
siglo xvm el Marqués de la Ensenada, ministro de Femando VI.
PRÓLOGO A ESTA EDíCIÓN ESPAÑOLA
Ha influido decisivamente en Ja legislación de muchos países,
entre ellos Nueva Zelanda (desde 1899), Australia, Canadá, Estados
Unidos, Africa del Sur, y en Europa, Dinamarca, desde sus leyes de
1922 para el Estado, y 1928 para las Haciendas locales.
Seguro estoy de que el. admirable libro seguirá haciendo su obra
de proselitismo, Nadie que lo lea atentamente dejará de convencerse
de la verdad que descubre; nadie capas de amar su patria, los
hombres, la justicia y la libertad, que sustancialmente son la misma
cosa, dejará de incorporarse a la gran cruzada contra la miseria de la
mayoría de los seres h lanos, que Progreso y Miseria promovió hace tres
cuartos de siglo y que sólo terminará con su definitivo triunfo. El
lector sentirá k profunda verdad, hasta ahora confirmada por la
experiencia, que encierran estas palabras que el llamado “Profeta de
San Francisco” escribió en el último capítulo de su libro, palabras
que, grabadas por sus amigos sobre el laude de su sepulcro, le sirven
de epitafio: “La
VERDAD QUE HE PROCURADO ESCLARECER NO SEEÁ ACEPTADA FÁCILMENTE.
Sí PUDIERA SERLO, HABRÍA SISO ADMITIDA DESD® HACE TIEMPO.
Si pudiera serlo, jamás se habría oscurecido. Pmo encontrar!
AMIGOS QUE TRABAJARÁN FOB f2XA, SUFRIRÁN POR £&&>& Y, SI FUER® PRECISO,
MORjffiÁN POR ELLA. TAL ES EL POBEM DE LA VERDAD."
BALBOMERO ARGENTE
Madrid, 4 de enero de 1960.
X2V P R E F A C I O
P R E F A C I O A LA CUARTA EDICION EN INGLES
Las ideas aquí expuestas lo fueron antes, brevemente, en lo sustancial, en un folleto titulado
Nuestra Tierra y política de la tierra, publicado en San Francisco, en 1871. Me propuse
exponerlas más extensamente, en cuanto pudiera; pero durante mucho tiempo no tuve
oportunidad de hacerlo. Mientras tanto, aún llegué a estar más firmemente convencido de su
verdad; y vi más completa y claramente sus relaciones; y también vi la multitud de falsas ideas y
erróneos hábitos mentales que atajan el camino de su admisión, y cuán necesario era tratar la
materia en su totalidad.
He tratado de hacerlo aquí, en la medida en que el espacio lo permitía. Me ha sido necesario
demoler antes de poder construir, y escribir a la vez para aquellos que carecen de estudio previo
sobre tales materias, y para los familiarizados con los razonamientos económicos; y tanta es la
amplitud del asunto, que ha sido imposible tratar con la plenitud que requerían muchas de las
cuestiones suscitadas. Lo que preferentemente he procurado es establecer principios generales,
confiando a mis lectores el aplicarlos después donde sea necesario.
En ciertos respectos, este libro será mejor apreciado por aquellos que conocen algo la literatura
económica; pero no es necesaria ninguna lectura previa, para entender su razonamiento o juzgar
acerca de sus conclusiones. Los hechos sobre que me fundo no son hechos que sólo puedan ser
comprobados mediante una investigación en las bibliotecas. Son hechos de observación y
conocimiento comunes, que todo lector puede comprobar por sí mismo exactamente como puede
decidir si las deducciones de ellos son o no valederas.
Comenzando por un breve relato de los hechos que sugieren esta indagación, procedo a
examinar la explicación dada corrientemente, en nombre
* La numeración de los párrafos de la presente edición obedece al deseo de que, en cualquier
lugar y circunstancia, pueda servir de texto.
de la Economía política, de por qué, a pesar del aumento de' poder productor, los salarios tiendan
al mínimo de una mera subsistencia. Este examen muestra que la doctrina corriente de los salarios
está fundada sobre un error; muestra que, en verdad, los salarios son producidos por el trabajo
por el cual se pagan; y que, permaneciendo las demás cosas iguales, aumentarían con el número
de trabajadores. Aquí la indagación tropieza con una doctrina que es el cimiento y médula de las
más importantes teorías económicas y que ha influido poderosamente sobre el pensamiento en
todas direcciones: la doctrina de Malthus de que la población tiende a aumentar más de prisa que
la subsistencia. El examen, sin embargo, muestra que esa doctrina no es realmente sostenida ni
por los hechos ni por la analogía, y que, cuando se la somete a una prueba decisiva, re,;ulta
completamente refutada.
Hasta aquí, los resultados de la indagación, aunque importantes en extremo, son
principalmente negativos. Muestran que las teorías corrientes no explican satisfactoriamente 3a
conexión de la pobreza con el progreso material, o ero no esclarecen el problema mismo, más allá
de mostrar que su solución tiene que buscarse en las leyes que rigen la distribución de la riqueza.
Es, pues, necesario llevar la indagación a este campo. Un estudio preliminar revela que las tres
leyes de la distribución tienen que ser necesariamente correlativas entre sí y que, según las
establece la Economía política corrie ite, no lo son; y un examen de la terminología en uso,
descubre la confusión de ideas con que esa incongruencia ha sido disimulada. Procediendo a
establecer las leyes de la distribución, primero destaco la ley de la renta. Esta, pronto se ve, es
percibida correctamente por la Economía política usual. Pero también se ve pronto que el pleno
alcance de esta ley no ha sido apreciado y que implica, corno corolarios, las leyes de los salarios
y del interés; porque la causa que determina qué parte del producto irá al propietario, determina
necesariamente qué parte quedará para el trabajo y el capital. Sin contentarme con esto, he
procedido independientemente a deducir las leyes del interés y de los salarios. Me he detenido a
esclarecer la causa verdadera y la justificación del interés, y a señalar una fuente de muchos
errores: la confusión de lo que realmente son beneficios del monopolio, con las legítimas
ganancias del capital. Volviendo así a la principal indagación, la investigación muestra que el
interés tiene que subir
o bajar al par de los salarios, y que depende, finalmente, de lo mismo que la renta: del margen
de cultivo o punto de producción en que la renta comienza. Uaa análoga pero independiente
investigación de la ley del salario da análogo resultauo armónico. Así, las tres leyes de la
distribución se apoyan y a; -nonizan recíprocamente, y el hecho de que, con el progreso
P R E F A C I O XV
material, avance la renta en todas partes, viene a explicar el hecho de que los salarios y el
interés no avancen,
6 Qué origina este crecimiento de la renta es la cuestión que inmediatamente
surge, y requiere un examen del efecto del progreso material sobre la distribución de la
riqueza. Distinguiendo los factores del progreso material en aumento de población y
mejoras en la técnica productora, vemos primero que el aumento de población tiende
constantemente no sólo a reducir el margen del cultivo, sino, al localizar las economías y
los poderes que acompañan al aumento de población, a aumentar la porción que la renta
toma del producto total, y a reducir la que va a los salarios y al interés. Después,
eliminando el aumento de población, se ve que los progresos en los métodos y poderes
productores empujan en la misma dirección, y que, siendo la tierra propiedad privada,
producirían en una población estacionada todos los efectos atribuidos por la doctrina
maltusiana a la presión de la población. Y después, la consideración de los efectos del
continuo aumento del valor de la tierra gracias al progreso material, manifiesta, en el alza
especulativa de ese valor inevitablemente provocada cuando la tierra es propiedad
particular, una causa secundaria, pero la más poderosa, del aumento de la renta y de
abatimiento de los salarios. La deducción muestra que esta causa tiene que producir
necesariamente crisis económicas periódicas, y la inducción prueba la conclusión; al paso
que del análisis hecho se desprende que el resultado total de los progresos materiales,
siendo la tierra propiedad privada, es, cualquiera que sea el aumento de población, forzar
a los trabajadores a admitir salarios que no les consientan sino un mísero vivir.
1 Esta identificación de la causa que asocia la pobreza con el progreso
señala el remedio; pero es un remedio tan radical que en seguida he creído necesario
indagar si había cualquiera otro. Comenzando la investigación otra vez desde distinto
punto de partida, he examinado las medidas y •tendencias usualmente defendidas, o en
que se confía para mejorar la condición de las clases irabajaf’rras. El resultado de esta
investigación es comprobar la precedente, en cuanto muestra qve nada, salvo hacer la tierra
propiedad común, puede aliviar permanentemente la pobreza y contener la tendencia de
los salarios hacia el punto de inanición.
8 La cuestión de justicia surge ahora naturalmente, y la indagación pasa
si campo de la ética. Una isr/ssiigaeión acerca de la naiuraleza y bases de la propiedad,
¡nuestra que hay mes diferencia fundamental e irreconciliable entre la propiedad de las
cosas que son producto del trabaje, y la propiedad de la tierra; que la una tiene una base y
sanción naturales, mientas la otra carece de ellas, y que el reconocimiento de la propiedad
íralusiyü
de la tierra es, necesariamente, la negación del derecho de propiedad sobre los productos del
trabajo. Una investigación posterior muestra que la propiedad privada de la tierra siempre ha
conducido y siempre tiene que conducir, a medida que el progreso avanza, a la esclavitud de la
clase trabajadora; que los propietarios no pueden reclamar justa compensación, si la sociedad
prefiere rescatar sus derechos; que, lejos de concordar la propiedad privada de la tierra con las
X V I P R E F A C I O
percepciones naturales de los hombres, la verdad es precisamente lo contrario, y que en Estados
Unidos estamos ya comenzando a sentir los efectos de haber admitido ese principio erróneo y
destructor.
La indagación pasa entonces al campo de la política práctica. Se ha visto que la propiedad
privada de la tierra, en vez de ser necesaria para su mejora y uso, obstruye el camino de éstos e
implica un enorme despilfarro de fuerzas productoras; que el reconocimiento del derecho común
a la tierra no implica trastorno o despojo, sino que puede ser logrado por el procedimiento
sencillo y fácil de abolir todo tributo, salvo uno sobre el valor de la tierra. Y un examen de los
principios tributarios muestra que éste es, en todos los aspectos, el mejor objeto de tributación.
Una consideración dr los efectos del cambio propuesto, muestra que aumentaría
enormemente la producción, garantizaría la justicia en la distribución, beneficiaría a todas las
clases y haría posible avanzar hacia una civilización más alta y noble.
La indagación entra ahora en un campo más vasto, y comienza de nuevo desde otro punto de
partida. Porque no sólo las esperanzas así suscitadas pugnan con la difundida idea de que el
progreso social sólo es posible por lentas mejoras de la raza, sino que las conclusiones a que
hemos llegado al establecer ciertas leyes, si éstas son realmente leyes naturales, tienen que
ponerse de manifiesto en la historia universal. Como una prueba final, se hace necesario, por
consiguiente, determinar la ley del progreso humano; porque ciertos grandes hechos que llaman
nuestra atención en cuanto comenzamos a considerar este asunto, parecen absolutamente
incompatibles con la teoría ahora corriente. Esta indagación muestra que las diferencias en
civilización no son debidas a diferencias individuales, sino más bien a diferencias en la
organización social; que' el progreso, siempre estimulado por la asociación, retrocede a medida
que la desigualdad se desarrolla; y que, aun ahora, en la civilización moderna, las causas que han
destruido todas las civilizaciones precedentes, están comenzando a manifestarse, y la mera
democracia política camina hacia la anarquía y el despotismo. Pero esto también identifica la ley
de la vida social con la gran ley moral de la justicia, y, probando las conclusiones precedentes,
muestra cómo puede ser contenido el retroceso e iniciarse un mayor adelanto. Aquí termina la
indagación. El capítulo final se explicará por sí mismo.
La gran importancia de esta indagación resultará obvia. Si se ha realizado cuidadosa y
lógicamente, sus conclusiones cambian por completo el carácter de la Economía política: le dan
la coherencia y exactitud de una verdadera ciencia, y la ponen en plena armonía con las
aspiraciones de las muchedumbres, de las cuales ha estado apartada largo tiempo. Lo que yo he
hecho en este libro, si he resuelto acertadamente el gran problema cuya investigación me propuse,
es unir la verdad percibida por la escuela de Smith y de Ricardo con la percibida por la escuela
de Proudhon y de Lassalle; probar que el laissez faire (en su pleno y verdadero significado)
franquea el camino a una realización de los nobles sueños del socialismo; identificar la ley social
con la ley moral, y refutar ideas que en muchos espíritus oscurecen grandes y elevadas
percepciones.
Esta obra fue escrita entre agosto de 1877 y marzo de 1879, y se acabó de componer
tipográficamente en septiembre de este último año. Desde entonces han surgido nuevos
P R E F A C I O XVII
testimonios de la exactitud de las opiniones aquí anticipadas, y la marcha de los sucesos —y
especialmente el gran movimiento iniciado en Gran Bretaña por la agitación agraria irlandesa—
muestra aún más claramente la apremiante índole del problema que he tratado de resolver. Pero
en las críticas formuladas nada ha habido que me induzca a cambiar o modificar aquellas
opiniones —realmente, todavía no he visto ninguna objeción que no estuviera contestada por
anticipado en el propio libro—. Y excepto que han sido corregidos algunos errores verbales, y
añadido un prefacio, esta edición es la misma que las anteriores.
HENBY GEOBGE
Nueva York, noviembre 1880.
Henry George, nacido el 2 de septiembre de 1839, murió el 29 de octubre de 1897. Durante los
últimos meses de su vida, Pbogreso y Miseria se volvió a componer para nuevas placas de
electrotipia. Mr. George hizo entonces algunas pequeñas alteraciones en sintaxis y puntuación;
puso más clara la fraseología del ejemplo del cepillo de carpintero en el capítulo sobre el interés
(libro III, capitulo III); añadió una referencia a la retractación de Herbert Spencer (nota al libro
VII, capítulo III); e hizo una distinción entre patentes- y coptjrights (nota al libro VIII, capítulo
III). Con estas pequeñas excepciones, el libro es idéntico a la cuarta edición descrita en el anterior
prefacio.
¡Ha de haber un refugioI Los hombres Perecían bajo el viento invernal, hasta
que uno hizo saltar fuego Del pedernal que fríamente atesoraba la roja chispa del
fulgurante so!; Los hombres devoraban la carne como los lobos, hasia que uno
sembró Que, creciendo, dio la hierba que ahora les da vida. [el grano Los hombres
gesticulaban y balbucían hasta que una lengua rompió Y unos pacientes dedos
trazaron los sonidos en letras. [a hablar, ¿Qué buen don poseen mis hermanos que
no haya venido De la búsqueda, de la lucha y del amante sacrificio?
Edwin Amold
Nunca hasta hoy Fue arrojada en vano una partícula de la
Verdad A los vastos barbechos del mundo;
Tras las manos que siembren la semilla,
Otras manos, en colinas y valles,
Cosecharán las doradas mieses.
Whítiier
•f
I N D I C E D E C A P I T U L O S
Pág.
Prólogo a esta edición española .............................................................................................. VH
Prefacio a la cuarta edición en inglés .................................................................................... XIII
INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................ 1
El problema .................. ..................................................................................................... 3
LIBRO I.—SALARIOS Y CAPITAL ........................................................................................... 15
Capítulo I.—la doctrina corriente sobre los salarios. Su insuficiencia. 17
— 11.—Ei significado de ios vocablos ............................................................. 31
— lll.—Los salarios no salen del capital, sino que son pro
ducidos por el trabajo.......................................................................... 49
— IV.—El sustento de los trabajadores no sale del capital. 71
— V.—De las verdaderas funciones del capital ............................................. 81
Libro II.—POBLACION Y SUBSISTENCIA ........................................................................... 91
Capítulo 1.—La teoría maltusiana, su origen y fundamento ........................................ 93
— II.—Inferencias de los hechos........................................................................ 105
— III.—Inferencias por analogía ........................................................................ 131
— IV.—Refutación de la teoría maltusiana....................................................... 143
LIBRO III.—LAS LEYES DE LA DISTRIBUCION .................................................................... 155
Capítulo 1.—La indagación reducida a las leyes de la distribución. Necesaria reiación
entre dichas leyes ..................................................................................... 157
— II.—Renta y la ley de la renta........................................................................ 169
— III.—Del interés y de la causa del interés .................................................... 177
— IV.—Del falso capital y de los beneficios frecuentemente
confundidos con el interés ................................................................. 193
— V.—La ley del interés.................................................................................... 199
— VI.—Salarios y ley de los salarios ................................................................ 209
— VII.—Correlación y coordinación de estas leyes .......................................... 225
— VIII.—Así se explica la estática del problema ................................................ 227
XXII ÍNDICE DE CAPÍTULOS
Pág.
LIBRO IV.—EFECTOS DEL PROGRESO MATERIAL SOBRE LA
DISTRIBUCION DE LA RIQUEZA .............................................................. 231
Capítulo l.—Queda por averiguar la dinámica del problema ... 233
— II.—Efecto del aumento de población sobre la distribución
de la riqueza ......................................................................................... 237
— III.—Efecto de los progresos técnicos sobre la distribución
de ¡a riqueza ......................................................................................... 251
— IV.—Efecto de las esperanzas que suscita el progreso material. 263
LIBRO V.—EL PROBLEMA RESUELTO ................................................................................... 269
Capítulo /.—La causa primaria de lar, crisis económicas periódicas. 271
— II.—La persistencia de la pobreza en medio del aumento
de la riqueza ........................................................................................ 291
LIBRO VI.—EL REMEDIO .......................................................................................................... 305
Capítulo I.—Insuficiencia de los remedios comúnmente recomendados ................... 307
— II.—El verdadero remedio............................................................................. 337
LIBRO VIL—JUSTICIA DEL REMEDIO .................................................................................... 341
Capítulo 1.—I;-, injusticia de la propiedad privada de la tierra ... 343
— II.—El último resultado de la propiedad privada de ¡a tie
rra es la esclavitud de los trabajadores ............................................. 357
— III.—Derecho de los propietarios a indemnización...................................... 369
— IV.—La propiedad privada de la tierra considerada histó
ricamente....................................................................................... ... 379
— V.—De la propiedad de la tierra en Estados Unidos ................................ 397
LIBRO VIII.—APLICACION DEL REMEDIO ........................................................................... 407
Capítulo I.—La propiedad privada de la tierra es incompatible
con el mejor uso de !a tierra................................................................ 409
— II.—Cómo se pueden afirmar y asegurar los iguales dere
chos a la tierra....................................................................................... 415
— 111.—Prueba de la proposición por los cánones tributarios. 421
— IV.—Ratificaciones y objeciones..................................................................... 435
LIBRO IX.—EFECTOS DEL REMEDIO...................................................................................... 443
Capítulo 1.—Del efc-cto sobre ia producción de la riqueza........................................... 445
— II.—De su efecto sobre '.a distribución y, por ende, sobre
la producción........................................................................................ 451
— III.—Del efecto sobre ios individuos y las clases.......................................... 459
Pá:.
Capítulo IV.—De los cambios que se producirían en la organización
y vida sociales .............................................................................. 467
Libro X.—LA LEY DEL PROGRESO HUMANO ....................................................... 485
ÍNDICE DE CAPÍTULOS XXIII
Capítulo 1.—Teoría coi fíente del progreso humano. Su insuficiencia. 487
— II.—Diferencias en civilización. A qué son debidas . . . . . . . 501
— III.—La ley del progreso humano .......................... .’......................... 517
— IV.—Cómo puede decaer la actual civilización ................................ 539
— V.—La verdad central........................................................................... 557
Conclusión ....................................................................................................................... 567
El problema de la vida individual......................................................................... 569
Indice de materias -y autores...................................................................................... 581
I N T R O D U C C I O N
EL P R O B L E M A
¡Edificáis! ¡Edificáis! Pero no entráis dentro,
Como las tribus que el desierto devoró en su pecado; Lejos de la
tierra prometida languidecéis y morís,
Antes que su verdor relumbre ante vuestros fatigados ojos.
MRS. SIGOURNEY
I N T R O D U C C I O N
EL PBOBLEMA
El siglo actual se ha caracterizado por un prodigioso aumento en el
poder de producir riqueza. El empleo del vapor y de la electricidad, la
introducción de procedimientos técnicos mejores y de maquinaria
economizadora de trabajo, la mayor subdivisión y mayor escala de la
producción, la asombrosa facilidad de los cambios, han multiplicado
enormemente la eficacia del trabajo.
Al comienzo de esta maravillosa época era natural esperar, y así se
esperó, que los inventos economizadores de trabajo atenuarían la
fatiga y mejorarían la condición del trabajador; que el enorme
incremento en la facultad de producir riqueza, haría de la pobreza
verdadera una cosa del tiempo pasado. Si un hombre del pasado siglo
—un Franklin o un Priestley—, en una visión del futuro, hubiese visto
el buque de vapor reemplazando al barco de vela, el ferrocarril a la
carreta, la máquina segadora a la guadaña, la trilladora al mayal; si
hubiera podido oír la pulsación Je las máquinas que, obedeciendo a la
voluntad humana y para satisfacer el humano deseo, despliegan un
poder mayor que el de todos los hombres y todas las bestias de carga
de la tierra juntos; si hubiera podido ver los árboles transformados en
maderaje acabado —en puertas, marcos, persianas, cajas o barriles—
sin que apenas los toque la mano del hombre; los grandes talleres
donde las botas y los zapatos llegan listos a sus cajas con menos
4 I N T R O D U C C I Ó N
trabajo que el remendón podía emplear en cortar una suela; las
fábricas donde, bajo la vigilancia de una muchacha, el algodón se
convierte en tela más de prisa que cientos de diligentes tejedores
hubieran podido hacerlo con sus telares de mano; si hubiera podido
ver los martinetes de vapor moldear ejes gigantes y enormes anclas, y
delicada maquinaria haciendo diminutos relojes; el taladro de
diamante perforando el corazón de las rocas, y el aceite mineral
sustituyendo al de la ballena; si hubiera podido comprobar la enorme
economía de trabajo resultante de mayores facilidades del cambio y
de las comunicaciones —cameros muertos en Australia, comidos fíe
seos en Inglaterra, y la orden dada por el banquero de Londres, por la
tarde, ejecutada en San Francisco en la mañana del mismo día (1)—; si
hubiera podido imaginar los cien mil progresos que sólo éstos
sugieren, ¿qué hubiera inferido acerca de la condición social del
género humano?
No le hubiera parecido una deducción; más que imaginárselo, le
hubiera parecido verlo; y su corazón habría palpitado y sus nervios
vibrado como los de quien desde una altura, frente a la sedienta
caravana, divisase el fulgor viviente de bosques rumorosos y el
centelleo de rientes aguas. Sencillamente, con los ojos de la
imaginación, habría visto estas nuevas - fuerzas elevando la sociedad
desde sus propios cimientos, poniendo aun a los más pobres por cima
de la posibilidad de la escasez, eximiendo aun a los más bajos de la
ansiedad por las necesidades materiales de la vida; hubiera visto a
esos esclavos de la lámpara del saber tomando sobre sí la maldición
tradicional; a esos músculos de hierro y esos nervios de acero haciendo
de la vida del más pobre trabajador un día de fiesta, en el que toda alta
cualidad y todo noble impulso encontrarían ocasión para
desarrollarse.
Y aparte de estas pródigas condiciones materiales, hubiera visto,
como resultados necesarios, condiciones morales que reali-
(1) Esta aparente anomalía se explica por la diferencia de horario de distintos
meridianos. (Nota del Traductor.) zaran la edad de oro con que siempre soñó
la humanidad. ¡No más juventud raquítica y hambrienta; no más vejez
E L P R O B L E M A 5
acosada por la avaricia; el niño, jugando con el tigre; el hombre de
presa, embriagándose en la gloria de los astros! ¡La podredumbre
barrida; la barbarie domada; la discordia trocada en armonía! Porque
¿cómo podría haber avaros donde todos tuvieran bastante? ¿Cómo
podrían existir el vicio, el crimen, la ignorancia, la brutalidad, que
surgen de la pobreza y del miedo a la pobreza, allí donde la pobreza
estuviese desterrada? ¿Quién sería humillado donde todos fueran
hombres libres? ¿Quién oprimiría donde todos fuesen iguales?
Más o menos vagas o claras, éstas han sido las esperanzas, éstos los
sueños nacidos de los adelantos que dan a este maravilloso siglo su
preeminencia. Tan profundamente arraigaron en el pensamiento
popular, que han cambiado radicalmente el curso de las ideas,
refundiendo las creencias y trastornando las más fundamentales
concepciones. Las obsesionantes visiones de nás altas posibilidades,
no solamente han alcanzado esplendor e intensidad, sino que su
dirección ha cambiado; en vez de ver atrás los pálidos colores de un
expirante ocaso, toda la gloria del día naciente ha iluminado los cielos
del porvenir.
Verdad es que los desengaños se han sucedido, y que, descu-
brimiento tras descubrimiento, e invención tras invención, ni han
disminuido la fatiga de aquellos que más necesitan respiro, ni han
traído la abundancia al pobre. Pero eran tantas las cosas a que parecía
poder ser atribuido este fracaso, que, hasta nuestro tiempo, apenas se
ha debilitado la nueva fe. Hemos apreciado mejor las dificultades que
había que superar, pero no confiábamos menos en que la tendencia de
los tiempos era superarlas.
Ahora, sin embargo, estamos tropezando con hechos sobre los que
no cabe engaño. De todas partes del mundo civilizado llegan quejas
de depresión económica; de trabajo condenado a involuntaria
ociosidad; de capital acumulado que se desperdicia; de apuros
pecuniarios entre los hombres de negocios; de necesidad,
padecimientos y angustia entre las clases trabajadoras. Toda la pena
sorda, mortal, toda la angustia punzante y enloquecedora que, para
grandes masas de hombres, implican las palabras “malos tiempos”,
azotan hoy al mundo. Este estado de cosas, común a sociedades que i
oto difieren en circunstancias, en instituciones políticas, en sistemas
6 I N T R O D U C C I Ó N
fiscales y financieros, en densidad de población y en organización
social, difícilmente puede atribuirse a causas locales. Hay crisis donde
se mantienen grandes ejércitos permanentes, pero también donde los
ejércitos permanentes son nominales; hay crisis donde aranceles
proteccionistas estorban estúpida y despilfarradoramente el comercio,
pero también donde el tráfico es casi libre; hay crisis donde aún sub-
siste el gobierno autocràtico, pero también donde el poder político está
completamente en las manos del pueblo; en países donde el papel es
moneda y en países donde sólo circulan el oro y la plata.
Evidentemente, tenemos que inferir que debajo de todas estas cosas
hay una causa común.
Que hay una causa común y que ésta es lo que llamamos progreso
material o algo estrechamente relacionado con el progreso material, se
convierte en algo más que una inferencia, cuando advertimos que los
fenómenos que agrupamos y de que hablamos como crisis
económicas, son sólo intensificaciones de los fenómenos que siempre
acompañan al progreso material, y que se manifiestan más clara y
vigorosamente a medida que el progreso material avanza. Donde las
condiciones a que el progreso tiende en todas partes se han realizado
más plenamente, es decir, donde la población es más densa, la riqueza
más cuantiosa y el mecanismo de la producción y el cambio está más
altamente desarrollado, encontramos la más profunda pobreza, la más
violenta lucha por la existencia y la más forzosa ociosidad.
A los países más nuevos, esto es, a los países donde el progreso mai
erial está aún en sus etapas más tempranas, es adonde los trabajadores
emigran en busca de mayores salarios y adonde el capital afluye en
busca de más alto interés. Y en los países
B i , P S O B i B M A 7
más viejos, es decir, en los países donde el progreso material ha
alcanzado etapas ulteriores, es donde se encuentra el más groe- ral
desamparo en medio de la mayor abundancia. Id a cualquiera de las
nuevas sociedades donde el vigor anglosajón está comenzando ahora
la carrera del progreso; donde el mecanismo de la producción y el
cambio es todavía rudimentario y poco eficaz; donde el incremento de
la riqueza no es todavía bastante grande para permitir a clase alguna
vivir en la ociosidad y el lujo; donde la mejor casa no es más que una
choza de troncos o una cabaña de lona y cartón, y el hombre más rico
está obligado al trabajo diario, y aunque encontraréis la falta de
riqueza y de todas sus concomitancias, no hallaréis mendigos. Allí no
hay lujo, pero tampoco desamparo. Nadie puede vivir fácilmente ni
darse una vida muy buena; pero todos pueden vivir, y nadie, capaz y
deseoso de trabajar, se encuentra oprimido por el miedo a la
necesidad.
Mas, precisamente a medida que una sociedad logra las con-
diciones por las cuales se afanan todas las sociedades civilizadas, y
avanza en la escala del progreso material; precisamente a medida que
una más densa población y una relación más íntima con el resto del
mundo, y mayor utilización de la maquinaría economízadora de
trabajo, hacen posible mayores economías en la producción y en el
cambio, y crece, por consecuencia, la riqueza, no sólo en conjunto, sino
en proporción a los habitantes, la pobreza va tomando un aspecto más
siniestro. Algunos viven infinitamente mejor y más fácilmente; pero
otros encuentran penoso hasta el sustentarse. El vagabundo llega con
la locomotora, y los asilos y prisiones son señales del “progreso
material” tan ciertas como los edificios suntuosos, los ricos almacenes
y las magníficas iglesias. Sobre las cales iluminadas con gas y vigiladas
por policías uniformados, los mendigos acechan al transeúnte, y a la
sombra, en las proximidades del colegio, de la biblioteca y del musco,
se van congregando los más horribles hunos y los más fieros vándalos
que Macaulay profetizaba.
Este hecho —el gran hecho de que la pobreza y todas sus
consecuencias se manifiesten en las sociedades, precisamente a
8 I N T R O D U C C I O N
medida que éstas alcanzan las condiciones hacia las cuales tiende el
progreso material— prueba que las dificultades sociales existentes
dondequiera se ha alcanzado cierto nivel de progreso, no provienen
de circunstancias locales, sino que son engendradas, por uno u otro
camino, por el progreso mismo.
Y, por desagradable que sea admitirlo, resulta al fin evidente que
el enorme aumento de poder productivo que ha caracterizado el
presente siglo y sigue creciendo con acelerado ritmo, no tiende a
extirpar la pobreza o aliviar la carga de los obligados a trabajar.
Sencillamente ensancha el abismo entre Dives y Lázaro, y hace más
intensa la lucha por la vida. La marcha de los inventos ha investido al
género humano de poderes que hace un siglo la más audaz
imaginación no podía haber soñado. Pero en las fábricas donde las
máquinas economizadoras de trabajo han alcanzado su más
asombroso desarrollo, trabajan pequeñuelos; donde las nuevas
fuerzas son casi plenamente utilizadas, numerosas clases sociales son
sustentadas por la caridad o viven próximas a recurrir a ella; entre las
grandes acumulaciones de riqueza mueren de inanición los hombres,
y tiernos niños chupan senos agotados, al paso que por todas partes
el afán de ganancia, el culto a la riqueza, muestran la fuerza del miedo
a la necesidad. La tierra prometida huye ante nosotros como el
espejismo. Los frutos del árbol de la ciencia se convierten al cogerlos
en manzanas de Sodoma que se pulverizan al tocarlas.
Verdad es que la riqueza ha aumentado considerablemente y que
el promedio de la comodidad, el descanso y el refinamiento se ha
elevado; pero estas ventajas no son geneírales. Las clases inferiores no
participan de ellas (1). No digo que la condición
(1) Es verdad que los más pobres pueden ahora disfrutar en ciertos aspectos cosas que
los más ricos de hace un siglo no podían conseguir; pero esto no prueba mejora de la
condición en cuanto que la aptitud para obtener las cosas necesarias para la vida no ha
aumentado. E! mendigo en la gran
E L P R O B L E M A 9
de las clases inferiores no haya mejorado en ninguna parte ni en nada,
sino que en ninguna parte hay mejora que pueda atribuirse al
aumento del poder productivo. Digo que la tendencia de lo que
llamamos progreso material no es en manera alguna mejorar la
condición de las clases inferiores en lo esencial para una vida humana
saludable y feliz. Aún más: que es a deprimir más aún la condición de
las clases inferiores. Las nuevas fuerzas, por elevada que sea su
naturaleza, no actúan sobre el edificio social desde sus cimientos,
como durante algún tiempo se esperó y creyó, sino que lo hieren en
un punto intermedio entre la cima y la base. Son como una inmensa
cufia introducida, no bajo los cimientos sociales, sino al través de la
sociedad. Los que están encima del punto de separación son elevados,
pero los que están debajo son aplastados.
Este efecto depresor no es percibido por la generalidad, porque no
es ostensible donde ha existido largo tiempo una clase con lo estricto
para vivir. Donde las clases más bajas viven escasamente, como ha
ocurrido largo tiempo en muchas partes de Europa, les es imposible
bajar más, porque el paso inmediato hacia abajo las pone fuera de la
existencia, y ninguna tendencia a una mayor depresión puede hacerse
ostensible fácilmente. Pero en el progreso de los países nuevamente
colonizados hacia las condiciones de las sociedades más antiguas
puede verse claramente que el progreso material no sólo no alivia la
pobreza, sino que efectivamente la produce. En Estados Unidos es
notorio que la podredumbre y la miseria, y los vicios y crímenes que
nacen de ellas, aumentan en todas partes a medida que la aldea se
com ierte en ciudad, y que el curso de la evolución trae las ventajas de
los mejores métodos de producción y cambio. En las más viejas y ricas
secciones de la Unión es donde el pauperismo
ciudad puede disfrutar de muchas cosas de que el labrador de las zonas remotas está
privado; pero esto no demuestra que la condición del mendigo de la ciudad sea mejor que
la del labrador independiente.
f
1 0 I N T R O D U C C I Ó N
y la aflicción de las clases trabajadoras van mostrándose más
dolorosos. Si la pobreza es menos profunda en San Francisco que en
Nueva York, ¿no es porque San Francisco aún está detrás de Nueva
York en aquello por que ambas ciudades se afanan? Cuando San
Francisco alcance el punto en que ahora está Nueva York, ¿quién
puede dudar de que también habrá en sus calles niños harapientos y
descalzos?
Esta asociación de la pobreza con el progreso es el gran enigma de
nuestro tiempo. Es el hecho central del que nacen las dificultades
económicas, sociales y políticas que tienen perplejo al mundo, y con
las que luchan en vano los hombres de Estado, los filántropos y los
educadores. De él provienen las nubes que oscurecen el porvenir de
las naciones más progresivas y seguras de sí mismas. Es el enigma que
la Esfinge del Destino plantea a nuestra civilización; no contestarlo es
ser destruidos. Mientras iodo el aumento de riqueza que el progreso
moderno proporciona no conduzca sino a forjar grandes fortunas, a
aumentar el lujo y a hacer más vigoroso el contraste entre la Casa de
la Abundancia y la Casa de la Escasez, el progreso no es real y no
puede ser permanente. La reacción ha de venir. La torre se inclina
desde sus cimientos, y cada nuevo piso no hará sino acelerar la
catástrofe. Educar hombres condenados a la pobreza no es sino
hacerlos rebeldes; fundar sobre un estado de la más ostensible
desigualdad social instituciones políticas bajo las cuales los hombres
son iguales teóricamente, es apoyar una pirámide sobre su vértice.
Aunque esta cuestión es de suprema importancia y a cada instante
solicita dolorosamente la atención, aún no ha sido resuelta de modo
que explique todos los hechos y conduzca a un remedio claro y
sencillo. Pruébalo la inmensa variedad de tentativas para explicarse la
crisis actual. Estas no presentan una mera divergencia entre las
nociones vulgares y las teorías científicas, sino que también muestran
que la coincidencia existente entre aquellos que profesan las mismas
teorías generales se trueca, ante los pro-
;
i
i
5
blemas prácticos, en una anarquía de opiniones. Apoyándose en altas
autoridades sobre Economía, se nos ha dicho que la crisis actual es debida al
exceso de consumo; en autoridades igualmente altas, que se debe a la
E L P R O B L E M A 1 1
sobreproducción; mientras que los despilfarres de la guerra, la expansión de los
ferrocarriles, los esfuerzos de los trabajadores para elevar sus salarios, la
desmonetización de la plata, las emisiones de papel moneda, el aumento de
maquinaria economizadora de trabajo, la apertura de más cortas vías para el
comercio, etc., han sido indicadas aisladamente como la causa de aquélla por
escritores reputados.
Y mientras los profesores difieren así, las ideas de que hay un conflicto
inevitable entre el capital y el trabajo, de que la maquinaria es un mal, que la
competencia tiene que ser refrenada y el interés abolido, de que se puede crear
riqueza emitiendo moneda, de que es un deber del gobierno suministrar capital
o suministrar trabajo, caminan rápidamente entre las muchedumbres, que
sienten agudamente un daño y tienen conciencia viva de una injusticia. Tales
ideas, que someten grandes masas de hombres, en último término depositarías
del poder político, al caudillaje de charlatanes y demagogos, están llenas de
peligros, pero no pueden ser combatidas victoriosamente mientras la Economía
política no dé al gran problema una respuesta congruente con todas sus
enseñanzas y que se imponga por sí misma a las percepciones de las
muchedumbres.
Corresponde a la Economía política dar tal respuesta. Porque la Economía
política no es un conjunto de dogmas. Es la explicación de cierto conjunto de
hechos. Es la ciencia que, en la sucesión de ciertos fenómenos, procura hallar sus
relaciones mutuas y señalar la causa y el efecto, lo mismo que las ciencias físicas
tratan de hacer con otros grupos de fenómenos. Tiene sus cimientos en tierra
firme. Las premisas de que extrae sus deducciones son verdades que tienen la
más alta sanción; axiomas que todos aceptan, sobre los cuales fundamos
confiadamente los razonamientos y acciones cotidianas, y que pueden ser
reducidos a la expresión metafísica de la ley física de que el movimiento busca
la línea de mínima resistencia, esto es, que los hombres procuran la satisfacción
de sus deseos con el mínimo esfuerzo. Partiendo de una base asegurada así, sus
procedimientos, que consisten, sencillamente, en identificar y separar, tienen la
misma certeza. En este sentido, es una ciencia tan exacta como la Geometría que,
de verdades parecidas relativas al espacio, obtiene sus conclusiones por
procedimientos semejantes; y sus conclusiones, cuando sean correctas, deberán
resultar, igualmente evidentes. Y aunque en el dominio de la Economía política
no podemos probar nuestras teorías por medio de combinaciones y condiciones
artificialmente producidas, como ocurre en algunas otras ciencias, podemos, sin
embargo, acudir a pruebas no menos concluyentes, comparando sociedades en
que existen condiciones distintas, o separando, combinando, adicionando o
eliminando imaginativamente fuerzas o ir clores de dirección conocida.
1 2 I N T R O D U C C I Ó N
En las páginas que siguen me propongo intentar la solución del gran
problema que acabo de esbozar, por los métodos de la Economía política. Me
propongo buscar la ley que asocia la pobreza con el progreso y que aumenta la
necesidad al crecer la riqueza; y creo que en la explicación de esta paradoja
encontraremos la explicación de aquellos reiterados períodos de parálisis
industrial y mercantil que, considerados independientemente de sus relaciones
con un fenómeno más general, parecen tan inexplicables. Iniciada
adecuadamente y proseguida con cuidado, esta investigación tiene que conducir
a una conclusión que resísta a todas las pruebas y que, como verdadera, sea
correlativa con todas las demás verdades. Porque en la sucesión de los fenóme-
nos no hay casualidad. Todo efecto tiene una causa, y todo hecho implica un
hecho precedente.
Que la Economía política, como actualmente se enseña, no explique la
persistencia de la pobreza en medio del aumento de la riqueza de modo que
concuerde con las percepciones más arraigadas de los hombres; que las
indiscutibles verdades que aquélla enseña sean incoherentes y dispersas; que no
baya podido realizar en el pensamiento popular los progresos que la verdad,
aun cuando sea ingrata, tiene que realizar; que, por lo contrarío, cultivada desde
hace un siglo, durante el cual ha ocupado la atención de algunos de los más
sutiles y poderosos entendimientos, sea repudiada por los estadistas, desdeñada
por las masas y relegada en la opinión de muchos hombres instruidos y
reflexivos al rango de una seudociencia, en la que nada es fijo ni puede fijarse,
debe obedecer, a mi juicio, no a una incapacidad de la ciencia cuando se
desenvuelve adecuadamente, sino a algún paso en falso en sus premisas o a
algún factor omitido en sus apreciaciones. Y como tales errores son
generalmente aceptados por los respetos otorgados a la autoridad, me propongo
en esta indagación no admitir nada gratuitamente, sino someter aun las teorías
aceptadas, a la prueba de los primeros principios, y si no resisten la prueba,
interrogar nuevamente a los hechos para tratar de descubrir su ley.
Me propongo no dar por resuelto ningún problema, no retroceder ante
ninguna conclusión, sino seguir la verdad a donde lleve. Asumimos la
responsabilidad de buscar la ley, porque en las entrañas mismas de nuestra
civilización hay mujeres extenuadas y pequeñuelos que gimen. Pero lo que esta
ley resulte ser no es asunto nuestro. Si las conclusiones a que lleguemos chocan
con nuestros prejuicios, no vacilemos; si impugnan instituciones que durante
largo tiempo han sido considí radas justas y naturales, no retrocedamos.
o
¡Ttj
Go
EDICIONES DE “PROGRESE AND POVERTY"
EN ESPAÑOL PROGRESO Y
MISERIA. Imprenta de Jaime Jepús y Roviralta; Barcelona,
1893. PROGRESO Y POBREZA. Imprenta de Hen- rich y Cía.
en C.; BarceSona.
PROGRESO Y MISE!'-JA. “Prometeo”, Sociedad Editorial;
Valencia.
PROGRESO Y MISERIA. F, Sempere y compañía, Editores;
Valencia.
PROGRESO Y MISERIA. Casa Editorial Maucci; Barcelona.
PROGRESO Y MISERIA. Francisco Beltrán, editor; Madrid,
1922.
PROGRESO Y MISERIA (Progress and Poverty). Editorial
Sopeña; Argentina, Buenos Aires, 1946.
PROGRESO Y .MISERIA (Progress and Poverty). Fomento de
Cultura, Ediciones; Valencia, 1963.
Además de las numerosas ediciones hechas en Estados
Unidos e Inglaterra, Progress and Poverty ha sido traducido
y publicado en los principales idiomas europeos (alemán,
búlgaro, checo, danés, español, finlandés, francés, holandés,
húngaro, italiano, noruego, polaco, portugués, ruso y sueco), y
en árabe, coreano, chino, hebreo y japonés.
Printed in U.S.A
S A L A R I O S Y C A P I T A L
Quien quiera seguir la filosofía tiene que ser un hombre
de espíritu libre.
PTOLOMEO
CAPITULO I
LA DOCraiNA CORB1ENTE SOBRE LOS SALARIOS —
SU INSUFICIENCIA.
Reduciendo a su más compacta forma el problema que nos hemos
propuesto investigar, examinemos, paso a paso, la expli cación que la
Economía política, según la aceptan hoy las mayores autoridades, da de
él.
La causa que produce la pobreza en medio del crecimiento de la
riqueza es evidentemente la causa que se manifiesta en la tendencia, en
todas partes comprobada, de los salarios hacia un mínimo. Planteemos,
por consiguiente, nuestra indagación en esta concreta forma:
¿Por qué, a pesar del aumento del poder productivo, los salarios tienden
hacia un mínimo que sólo permite un mísero vivirP
La respuesta de la Economía política comente es que los salarios son
fijados por la proporción entre el número de trabajadores y la suma de
capital consagrada a emplear el trabaje, y tiende constantemente hacia el
mínimo con que los trabajadores consienten vivir y reproducirse, porque
el aumento del número de trabajadores tiende naturalmente a seguir y a
superar cualquier aumento del capital. 'No siendo, pues, refrenado el
aumento del divisor sino por las posibilidades del cociente, el dividendo
puede aumentar hasta el infinito sin dar un resultado mayor.
En el pensamiento corriente se tiene por indiscutible esta doctrina.
Logra el asenso de • los prestigios más altos entre le?
1 8 SALAMOS Y CAPITAL LI3RO I
cultivadores de la Economía política, y aunque ha sufrido algunos
ataques, han sido éstos, por lo común, más formales que reales (1). Es
adoptada por Buclde como la base de sus generalizaciones sobre historia
universal. Es enseñada en todas o casi todas las universidades inglesas y
americanas, afirmada en los libros de texto dedicados a enseñar a las
masas a discurrir correctamente sobre asuntos prácticos, al mismo tiempo
que parece concordar con la nueva filosofía, que, después de conquistar
en pocos años casi todo el mundo científico, penetra ahora rápidamente
en el pensamiento colectivo.
Atrincherada así en las regiones superiores del pensamiento, se halla
aún más firmemente arraigada, en forma más cruda, en las que podemos
llamar inferiores. Lo que da a los errores del proteccionismo tan tenaz
asiento, a pesar de sus evidentes incongruencias y absurdos, es la idea de
que la suma a distribuir en salarios es en cada sociedad una determinada,
y que la competencia del “trabajo extranjero” tiene que subdividirla aún
más. La misma idea yace en el fondo de la mayor parte de las doctrinas
que aspiran a la abolición del interés y a la restricción de la competencia,
como medios por los cuales se puede aumentar la parte proporcional del
trabajador en la riqueza general; y se extiende en todos sentidos entre
aquellos que no son bastante reflexivos para tener ideas propias, como
puede verse en las
(1) Esto me parece verdad respecto de las objeciones de Mr. Thomton, porque al par que
niega la existencia de un predeterminado fondo de salarios, consistente en una porción del
capital apartada para comprar trabajo, sostiene, sin embargo (y esto es lo esencial), que los
salarios son pagados por el capital y que el aumento o disminución del capital es aumento o
disminución del fondo utilizable para pagar salarios. El más vigoroso ataque contra la doctrina
del fondo de salarios, que yo conozco, es el del profesor F&ancis A. Walker (El problema de
los salarios, Nueva York, 1876), el cual, no obstante, admite que los salarios son adelantados
en gran parte por el capital —que, en la amplitud que le da, es todo lo que el más decidido
defensor de la teoría del fondo de salarios puede pedir—, al par que acepta plenamente la teoría
maltusiana. Así, su conclusión práctica no difiere ea aada de la alcanzada por los expositores de
la teoría corriente.
columnas de los periódicos y en los debates de los Parlamentos.
Y, sin embargo, por muy universalmente aceptada y hondamente
arraigada que esté, me parece que no. concuerda con hechos notorios.
CAP. X LA DOCTRINA CORRIENTE 19
Porque si los salarios dependen de la proporción entre la suma de trabajo
que busca empleo y la suma de capital consagrado a emplearlo, la escasez
o abundand: relativas de un factor tiene que implicar la correlativa
abundancia o escasez del otro. Así, el capital tiene que ser relativamente
abundante donde los salarios son altos, y relativamente escaso donde los
salarios son bajos. Ahora bien, como el capital empleado en pagar salarios
está constituido en gran parte por el capital que constantemente busca
inversión, el tipo corriente del interés tiene que ser la medida de su
relativa abundancia o escasez. Así, si es verdad que los salarios dependen
de la proporción entre la suma de trabajo que busca empleo y la del
capital consagrado a emplea  o, los altos salarios (señal de relativa
escasez de trabajo) habrán de coincidir con el bajo interés (señal de la
relativa abundancia de capital), y viceversa, los bajos salarios coincidirán
con el alto interés.
No ocurre esto, sino lo contrario. Eliminando del interés el elemento
del seguro, y mirando sólo al interés propiamente llamado así, o sea a la
retribución por el uso del capital, ¿no es una general verdad que el interés
es alto donde y cuando los salarios son altos, y bajo donde y cuando los
salarios son bajos? A la vez han sido más altos los salarios y el interés en
Estados Unidos que en Inglaterra, en los Estados del Pacífico que en los
del Atlántico. ¿No es un hecho notorio que donde el trabajo acude en
busca de salarios más altos, acude también el capital en busca de interés
más alto? ¿No es verdad que donde ha habido un aumente o disminución
de los salarios allí ha habido, al mismo tiempo, un aumento o disminución
análogos del interés? En California, por ejemplo, cuando los salarios eran
más altos que en ninguna otra parte del mundo, también era más alto el
interés. Salarios e interés han decrecido a la vez en California.
20 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í
Cuando los salarios usuales eran de cinco dólares diarios, el tipo corriente
del interés bancario era de 24 por 100 anual. Ahora que los salarios
corrientes son de 2 a 2,50 dólares diarios, el tipo del interés bancario usual
es de 10 ó 12 por 100.
Ahora bien, este hecho frecuente, general, de que los salarios sean más
altos en los países nuevos, donde el capital es relativamente escaso, que
en los países viejos, donde el capital es relativamente abundante, es
demasiado ostensible para ser ignorado.
Y aunque tratándolo muy superficialmente, es consignado por los
expositores de Economía política corriente. La manera de mencionarlo
prueba lo que digo; a saber: que es enteramente incompatible con la
aceptada teoría de los salarios. Porque al explicarlo autores como Mili,
Fawce'ct y Price, vírtualmente abandonan la teoría de los salarios, en la
cual, en los mismos tratados, insisten formalmente. Aunque declaran que
los salarios son fijados por la relación entre el capital y los trabajadores,
explican la mayor elevación de los salarios y del interés en los países
nuevos por la mayor producción relativa de riquezas. Demostraré
después que este hecho no es exacto, sino que, por lo contrario, la pro-
ducción de riqueza es relativamente mayor en los países viejos y
densamente poblados que en los países nuevos y escasamente poblados.
Pero ahora sólo deseo señalar la contradicción. Porque decir que los más
altos salarios de los países nuevos son debidos a la mayor producción
proporcional es visiblemente hacer de la relación con la producción, y no
de la relación con el capital, la determinante de los salarios.
Aunque esta contradicción no parece haber sido advertida por la cíase
de escritores a que aludo, lo ha sido por uno de los más lógicos
expositores de la Economía política corriente. El profesor Carnes (1) trata
de reconciliar los hechos con la teoría de un modo muy ingenioso,
suponiendo que, en los países nuevos,
(1) Algunos principios fundamentales de Economía Política nuevamente expuestos, cap.
I, parte 2.a donde la actividad se consagra generalmente a la producción de
alimentos y de lo que en manufactura se llama materia prima, se dedica
al pago de salarios una parte proporcionalmente mayor del capital
empleado en la producción, que en los países viejos,, donde una parte
CAP. 1 LA DOCTRINA CORRIENTE 21
mayor tiene que ser empleada en maquinaria y materia prima; y así, en
los países nuevos, aunque el capital es más escaso (y el interés más alto),
la suma destinada al pago de salarios es realmente mayor y los sal rios
también más altos. Por ejemplo: de 100.000 dólares consagrados en un
país viejo a las manufacturas, 80.000 dólares serían gastados
probablemente en edificios, maquinaria y compra de materiales, dejando
sólo 20.000 dólares para pagar salarios, mientras que en un país nuevo,
de 30.000 dólares consagrados a la agricultura, etc., sólo 5.000 serían
requeridos por los instrumentos, dejando 25.000 dólares para ser
distribuidos en salarios. De esta manera se explica que el fondo de salarios
pueda ser comparativamente grande donde el capital es
comparativamente escaso, y que altos salarios y alto interés coincidan.
En lo que sigue creo que podré demostrar que esta explicación está
fundada sobre un total desconocimiento de las relaciones del trabajo con
el capi'tal,. error fundamental en cuanto al fondo de donde se sacan los
salarios; pero ahora sólo es necesario indicar que la conexión entre las
fluctuaciones de los salarios y el interés en un mismo país y en una misma
rama de la actividad no puede ser explicada así. En esas alternativas cono-
cidas por “buenos tiempos” y “malos tiempos”, una viva demanda de
trabajo y buenos salarios van siempre acompañados por una demanda
viva de capital y firmes tipos de interés. Mientras que, cuando los
trabajadores no encuentran empleo y los salarios decaen, siempre hay una
acumulación de capital que busca inversión a tipos bajos (1). La actual
depresión no ha sido menos
<1) Los períodos de pánico comercial se caracterizan por altos tipos de descuento, pero esto
no es evidentemente un alto tipo de interés, propiamente dicho, sino un alto tipo de prima de
seguro contra riesgo.
caracterizada por la falta de empleo y la penuria de las clases trabajadoras
que por la acumulación de capital inactivo en todos los grandes centros,
y por tipos de interés nominales sobre garantías indiscutibles. Así, bajo
condiciones que no admiten ninguna explicación compatible con la teoría
corriente, encontramos alto interés coincidiendo con altos salarios y bajo
interés con bajos salarios; esto es, capital aparentemente escaso cuando el
trabajo es escaso, y abundante cuando el trabajo es abundante.
Todos estos hechos bien conocidos, que coinciden entre sí, indican una
relación entre los salarios y el interés, pero es una relación de conjunción,
no de oposición. Evidentemente, son en absoluto incompatibles con la
teoría de que los salarios están determinados por la relación entre el
22 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í
trabajo y el capital, o parte alguna del capital.
¿Cómo, pues, se preguntará, pudo surgir tal teoría? ¿Cómo es que ha
sido aceptada por una serie de economistas desda los tiempos de Adam
Smith hasta el día presente?
Si examinamos el razonamiento por el cual en los tratados usuales se
justifica esa teoría de los salarios, veremos en seguida que no es una
inducción de hechos observados, sino una deducción de una teoría
previamente aceptada; a saber: que los salarios salen del capital. Si se da
por supuesto que el capital es la fuente de los salarios, síguese
necesariamente que la suma total de los salarios tiene que ser limitada por
la suma de capital consagrada al empleo del trabajo, y de aquí que la suma
que los trabajadores pueden recibir individualmente tiene que ser deter-
minada por la relación entre su número y la cuantía del capital existente
para remunerarles (1). El razonamiento es lógico, pero
(1) Por ejemplo, MacCulloch (nota VI a Riqueza de ias naciones) dice: «Aquella porción
del capital o riqueza de un país que ios patronos se proponen o desean emplear en la compra
de trabajo, puede ser mayor en un tiempo que en otro. Pero sea cual fuere su magnitud absoluta,
constituye notoriamente !a única fuente de que puede provenir cualquiera porción de los
salarios. Ningún otro fondo existe del que el trabajador, en cuanto tal, pueda sacar ni un solo
chelín. Y de aquí se sigue que el tipo medio de los
CAP. I LA DOCTRINA CORRIENTE 23
la conclusión, como hemos visto, no concuerda con los hechos. La falta,
por tanto, tiene que estar en las premisas. Veámoslc-:
Sé que el teorema de que los salarios salen del capital es UPO de los más
fundamentales y aparentemente mejor establecidos déla Economía
política actual, y que ha sido aceptado como axiomático por todos los
grandes pensadores que han consagrado sus facultades a la dilucidación
de la ciencia. Sin embargo, creo que puede demostrarse que es un error
fundamental, el padre fecundo de una larga serie de errores que vician
las más importantes conclusiones prácticas. Y voy a intentar esa
demostración. Es necesario que sea clara y concluyente, porque una
doctrina sobre la cual están fundados tantos razonamientos importantes,
que es defendida por tan altas autoridades, que es tan verosímil en sí
misma, y tan apta para reaparecer en diferentes formas, no puede ser
completamente eliminada en un párrafo.
La proposición que trato de demostrar es:
"Que los salarios, en vez de salir del capital, salen en realidad del producto
del trabajo por el cual se pagan’ (1).
Ahora bien, como la doctrina corriente de que los salarios salen del
capital sostiene también que el capital es reembolsado por la producción,
a primera vista esto puede parecer una distinción sin diferencia , un mero
cambio de terminología, cuya discusión no puede conducir a otra cosa
que a aumentar las inútiles disputas que hacen tan estéril y sin valor
cuanto se ha escrito sobre asuntos económico-políticos, como la
controversia de las varias sociedades cultas sobre la verdadera lectura de
la inscrip-
salaríos, o la parte alícuota del capital nacional destinado al empleo del trabajo
correspondiente, por término medio, a cada trabajador, tiene que depender enteramente de la
suma de aquél en relación con el número de aquellos entre los cuales ha de ser dividido.» Citas
análogas pueden hacersc de todos los economistas autorizados.
Ú) Hablamos del trabajo empleado en la producción, el cual es preferible, por razones de
sencillez, circunscribir la indagación. Cualquiera duda que pueda surgir en el pensamiento del
lector respecto de los salarios de los servicios improductivos, es mejor dejarla para más tarde.
ción de la'« piedra que Mr. Pickwick encontró. Pero se verá que es mucho
más que una discusión de forma, cuando se considere que sobre la
diferencia entre las dos proposiciones, s.e levantan todas ias teorías
24 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í
corrientes acerca de la relación entre el capital y el trabajo; que de ella se
deducen doctrinas que, consideradas como axiomáticas, atan, dirigen y
gobiernan los más elevados espíritus, al discutir las más apremiantes
cuestiones. Porque sobre el supuesto de que los salarios salen
directamente del capital y no del producto del trabajo, se funda no sólo
la doctrina de que los salarios dependen de la proporción entre el capital
y el trabajo, sino la doctrina de que la actividad productora está limitada
por el capital; que se ha de acumular el capital antes de que el trabajo sea
empleado, y que no se puede emplear el trabajo sino a medida que el
capital se acumula; la doctrina de que cada aumento del capital da o
puede dar empleo adicional a la actividad productora; la doctrina de que
la conversión del capital circulante en capital fijo disminuye el fondo
aplicable al sostenimiento del trabajo; la doctrina de que se puede
emplear más trabajadores con salarios bajos que altos; la doctrina de que
el capital aplicado a la agricultura mantendría más trabajadores que
aplicado a las manufacturas; la doctrina de que los beneficios son altos o
bajo:? según los salarios son bajos o altos, o de que aquéllos dependen del
costo de la subsistencia de los trabajadores; junto a paradojas tales como
que una demanda de mercancías no es una demanda de trabajo, o de que
el coste de ciertas mercancías puede aumentar con una reducción de los
salarios o disminuir con un aumento de éstos.
En una palabra: todas las enseñanzas de la economía política usual, en
las más amplias y más importantes porciones de su do- jnmio, están
fundadas más o menos directamente sobre el supuesto- de que el trabajo
es mantenido y pagado a expensas del capital existente, antes de que se
obtenga el producto que constituye su último objetivo. Si se demuestra
que esto es un error y que, por el contrario, el mantenimiento y pago del
trabajo no merma el capital, ni siquiera temporalmente, sino que sale
directamente del producto del trabajo, todo este vasto edificio queda sin
cimiento y tiene que derrumbarse. Y del mismo modo tienen que
hundirse las vulgares teorías que se basan también en la ere ancia de que
siendo la suma que ha de distribuirse en salarios una determinada, la
participación individual en aquélla tiene que disminuir necesariamente
por el aumento en el número de los trabajadores.
CAP. X LA DOCTRINA COMIENTE 25
La diferencia entre la teoría corriente y la que yo anticipo es, de hecho,
análoga a la existente entre la teoría mercantilista del comercio
internacional y aquella con que Adam Smith la reemplazó. Entre la teoría
de que el comercio es el cambio de mercancías por dinero, y la teoría de
que es el cambio de mercancías por mercancías, puede parecer que no hay
diferencia efectiva cuando se recuerda que los adeptos a la teoría
mercantil no suponen que el dinero tenga otro uso que el poderse cambiar
por mercancías. Sin embargo, en la aplicación práctica de esas dos teorías
surgen todas las diferencias entre el rígido proteccionismo y el
librecambio.
Si he persuadido al lector de la importancia final del razonamiento a
través del cual le ruego que me siga, no necesitaré disculparme por
adelantado ni por la sencillez ni por la prolijidad. Al atacar una doctrina
de tal importancia, sostenida por tan altas autoridades, es necesario ser a
la vez claro y completo.
Si no fuera por eso, me inclinaría a rechazar con una afirmación el
supuesto de que los salarios se sacan del capital. Porque todo el vasto
edificio que la Economía política corriente levanta sobre esta doctrina,
está en verdad basado sobre cimientos admitidos gratuitamente, sin el
más leve intento de distinguir lo aparente de lo real. Debido a que los
salarios son pagados generalmente en dinero, y en muchas de las
operaciones de la producción son pagados antes de que el producto esté
completo o pueda ser utilizado, se ha inferido que los salarios salen del
capital preexistente y que, por tanto, la actividad productora está limitada
por el capital, lo cual equivale a decir que el trabajo no puede ser
empleado hasta que el capital haya sido acumulado, y que sólo puede ser
empleado en la medida en que el capital haya sido acumulado.
Sin embargo, en los mismos tratados en que se establece sin reservas,
haciéndolo base de los más importantes razonamientos y de las más
minuciosas teorías, que la actividad productora está limitada por el
capital, se dice que el capital es trabajo almacenado o acumulado: “aquella
parte de la riqueza que es ahorrada para auxiliar la producción futura”.
Si sustituimos la palabra “capital” por esta definición del vocablo, la
proposición lleva en sí misma su refutación, porque decir que el trabajo
26 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í
no puede ser empleado hasta que los resultados del trabajo sean
ahorrados, resulta demasiado absurdo para discutirlo.
No obstante, si intentáramos acabar el razonamiento con esta reductio
ad absurdum, tropezaríamos indudablemente con la alegación no de que
la Providencia proveyó a los primeros trabajadores del capital necesario
para ponerse a trabajar, sino de que la proposición se refiere únicamente
a un estado social en que la producción ha llegado a ser una operación
compleja.
Pero la verdad fundamental que en todo razonamiento económico hay
que asir firmemente sin dejarla escapar nunca, es que la sociedad, en su
forma más altamente desarrollada, no es más que una elaboración de la
sociedad en sus más rudos comienzos, y que los principios obvios en las
más sencillas relaciones de los hombres sólo están encubiertos, pero no
derogados ni revertidos por las relaciones más intrincadas que resultan
de la división del trabajo y del uso de complejos instrumentos y métodos.
El molino de vapor, con su complicada maquinaria, donde se manifiesta
tanta diversidad de movimientos, es sencillamente lo que fue en su día el
rudo mortero de piedra desenterrado de un antiguo cauce de un río: un
instrumento para moler grano. Y todos los hombres dedicados a esto, ya
estén echando leña al horno, dirigiendo la maquinaria, reparando las
muelas:, rotulando los sacos
CAP. 1 LA DOCTRINA CORRIENTE 27
o llevando los libros, están consagrando efectivamente su trabajo al
mismo fin a que lo consagraba el salvaje prehistórico cuando utilizaba su
mortero: a preparar el grano para alimento del hombre.
Y así, si reducimos a sus más sencillos términos todas las complejas
operaciones de la producción moderna, vemos que cada uno de los
individuos que toman parte en esa actual red de producción y c?mbio,
infinitamente subdívidida e intrincada, está realmente haciendo lo que
hacía el hombre primitivo cuando trepaba al árbol para coger el fruto o
seguía la marea descendente en busca de mariscos: tratando de obtener
de la Naturaleza, por el ejercicio de sus facultades, la satisfacción de sus
deseos. Si conservamos esto en el pensamiento con firmeza; si
consideramos la producción como un conjunto, como la cooperación de
todos los individuos comprendidos en cualquiera de sus grandes sectores
para satisfacer los varios deseos de cada uno de aquéllos, veremos
claramente que la recompensa que cada cual obtiene de sus esfuerzos
viene tan real y directamente de la Naturaleza como resultado de ese
esfuerzo, como venía la del primer hombre.
Un ejemplo: en el más sencillo estado que podemos concebir, cada
hombre se procura su propio cebo y pesca su propio pescado. Las ventajas
de la división del trabajo aparecen pronto, y uno extrae cebo mientras
otros pescan. Sin embargo, evidentemente, el que extrae el cebo está en
realidad haciendo para coger pescado tanto como cualquiera de los que
efectivamente cogen el pescado. De igual modo, cuando se descubren las
ventajas de las canoas, y, en vez de ir todos a pescar, uno se queda en
tierra, y construye y repara canoas, este constructor está en realidad
consagrando su trabajo a la captura de peces, tanto como los que
efectivamente pescan, y el pescado que él se come por la noche, cuando
los pescadores regresan, es tan de veras ei producto de su trabajo como el
de aquéllos. Y así, cuando se establece francamente la división del trabajo
y, en vez de tratar
cada uno de satisfacer sus necesidades recurriendo directamente a la
Naturaleza, uno pesca, otro caza, un tercero coge bayas, un cuarto
alcanza fruta, un quinto fabrica instrumentos, un sexto construye
chozas y un séptimo prepara ropas, cada uno, en la medida en que
28 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í
cambia el producto directo de su propio trabajo por el producto
directo del trabajo de los demás, está aplicando realmente su propio
trabajo a la producción de las cosas que usa; está, en efecto,
satisfaciendo sus deseos individuales por el ejercicio de sus facultades
individuales, es decir, lo que él recibe, lo produce en realidad. Si
arranca patatas y las cambia por caza, es, en efecto, él quien se
proporciona la caza tan de veras como si hubiera ido a ca:-ar y hubiera
dejado al cazador arrancar sus propias patatas. La expresión vulgar
“hago esto y aquello” para significar “gano esto y aquello” o “gano
dinero con el que compro esto y aquello”, es, económicamente
hablando, verdad, no metafórica, sino literal. Ganar es hacer.
Ahora bien, si seguimos estos principios, bastante notorios en un
estado social más sencillo, a través de las complejidades del estado
que llamamos civilizado, veremos claramente que, en todos los casos
en que el trabajo se cambia por mercancías, la producción precede
realmente al disfrute, que los salarios son las ganancias, es decir, los
productos del trabajo, no los anticipos del capital, y que el trabajador
que recibe sus salarios en dinero (acuñado o impreso, acaso, antes de
que su trabajo comience), recibe realmente, a cambio de la adición1
que su trabajo ha hecho a la general suma de riqueza, un cheque
contra ese general depósito que él puede utilizar en aquella particular
forma de riqueza que mejor satisfaga sus deseos; y que ni el dinero,
que no es sino el cheque, ni la particular forma de riqueza que él pida
a cambio de aquél, representan anticipos del capital, para su sustento,
sino que, por el contrario, representan la riqueza, o una parte de la
riqueza, que su trabajo había añadido ya al acervo general.
Teniendo a la vista estos principios, veremos que el delineante
que, encerrado en una sórdida oficina a orillas del Tárnesis, dibu«
ja el plano de una gran máquina marina, está, en realidad, consagrando
su trabajo a la producción de pan y carne tan verdaderamente como el
que está cultivando el grano en California o ■arrojando el lazo sobre las
Pampas del Plata; que está fabricando sus propios vestidos tan
exactamente como si estuviera esquilando cameros en Australia o
tejiendo paño en Paisley, y que tan efectivamente está produciendo el
CAP. 1 LA DOCTRINA CORRIENTE 29
vino que bebe en su comida como si estuviera recogiendo los racimos en
las márgenes del Garona. El minero que, a dos mil pies bajo el suelo, en
el corazón de Comstock, está arrancando el mineral de plata, está, en
efecto, por virtud de un millar de cambios, segando mieses en valles
cinco mil pies más próximos al centro de la tierra; cazando la ballena a
través de los hielos árticos; arrancando hojas de tabaco en Virginia;
recogiendo granos de café en Honduras; cortando caña de azúcar en las
islas Hawai; cosechando algodón en Georgia o hilándolo en Manchester
o Lowell; haciendo lindos juguetes de madera para sus hijos en los
montes Hartz, o cogiendo entre los verdes y áureos vergeles de Los
Angeles las naranjas que, cuando se le releva su tumo, lleva a su hogar
para su mujer enferma. Los salarios que el sábado por la noche recibe en
la boca de la mina, ¿qué son sino el certificado para todo el mundo de
que él ha hecho estas cosas, cambio primario en la larga serie de cambios
que transmutan su trabajo en las cosas por las cuales ha estado
trabajando?
Todo esto es claro cuando lo miramos a esta luz; pero para batir este
error en todas sus trincheras y reductos, tenemos que convertir nuestra
investigación desde la forma deductiva a la inductiva. Veamos ahora si,
principiando por los hechos y estableciendo sus relaciones, llegamos a
conclusiones idénticas que sean tan patentes como cuando, comenzando
por los primero: principios, buscamos su comprobación en hechos
complejos.
30 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í
CAPÍTULO II
EL SIGNIFICADO DE LOS VOCABLOS
Antes de proseguir nuestra indagación, fijemos el significado de
nuestros vocablos, porque la imprecisión en el uso de ellos tiene que
producir inevitablemente ambigüedades y vaguedades en el
razonamiento. No sólo es requisito en los razonamientos económicos
dar a palabras como “riqueza”, “capital”, “renta”, “salarios” y
análogas, un sentido mucho más preciso del que tienen en el lenguaje
vulgar, sino que, desgraciadamente, algunos de estos términos no
tienen siquiera en Economía política un significado cierto, asignado de
común acuerdo, pues diferente;; escritores dan al mismo vocablo
diferentes significados, y les mismos escritores usan a menudo un
mismo vocablo en diferentes sentidos. Nada puede añadirse al vigor
de lo dicho por tantos eminentes autores en cuanto a la importancia de
definiciones claras y precisas, sino presentar el ejemplo (no raro) de los
mismos autores, cayendo en graves errores por las mismas causas
contra las cuales prevenían. Y nada demuestra tanto la importancia del
lenguaje en el pensamiento, como el espectáculo de pensadores
agudos fundando importantes conclusiones sobre el uso de la misma
palabra con diversos sentidos. Trataré de esquivar esos peligros; me
esforzaré, cuando un vocablo sea importante, en establecer claramente
lo que significo por él, y en usarlo en este sentido y no en otro. Pido al
lector que anote y retenga en la mente las definiciones dadas así,
porque de otro modo no puedo esperar hacerme entender
adecuadamente. No trataré de atribuir significados arbitrarios a las
palabras, ni de acuñar vocablos, aunque fuera conveniente hacerlo,
sino que me acomodaré a la costumbre tan exactamente como sea
posible, tratando sólo de fijar el significado de las palabras de modo
que expresen claramente el pensamiento.
Lo que ahora nos ocupa es descubrir si, de hecho, los salarios son
extraídos del capital. Previamente fijaré lo que entendemos por salario
y por capital. Los economistas dan a la primera palabra un significado
suficientemente concreto; pero las ambigüedades adscritas al uso de la
última en Economía política requieren un examen minucioso.
En el lenguaje usual, “salario” significa una compensación pagada
a una persona contratada por sus servicios; y hablamos de un hombre
que “trabaja por salarios” distinguiéndolo de otro que “trabaja por su
cuenta”. El uso del vocablo todavía se restringe más por la costumbre
de aplicarlo solamente a la compensación pagada por el trabajo
manual. No hablamos de salarios de hombres profesionales,
administradores o empleados, sino de sus honorarios, sueldos o pagas.
Así, el significado" vulgar de la palabra salario es la compensación
pagada a una persona contratada por su trabajo manual, Pero, en
Economía política, la palabra salario tiene un significado mucho más
amplio, y comprende toda retribución por esfuerzo. Porque, como los
economistas explican, los tres agentes o factores de la producción son:
tierra, trabajo y capital, y aquella parte del producto que va al segundo
de esos factores es denominada por ellos salario.
Así, el vocablo trabajo comprende todo esfuerzo humano para 3a
producción de riqueza, y siendo los salarios aquella parte del producto
que va al trabajo, abarcan toda recompensa por tal esfuerzo. Por
consiguiente, en el sentido político-económico de la palabra salario, no
hay distinción en cuanto a la clase de trabajo, o en cuanto a que su
recompensa sea recibida o no por
CAP. II EL SIGNIFICADO DE LOS VOCABLOS
medio de un patrono, sino que el salario significa la remuneración
recibida por el esfuerzo del trabajo, en cuanto distinta de la
remuneración recibida por el uso del capital, y de la remuneración
recibida por el propietario por el uso de la tierra. El hombre que cultiva
el suelo por sí mismo recibe sus salarios en su producto, lo mismo que,
si usa su propio capital y es dueño de su tierra, puede además recibir
intereses y renta; los salarios del cazador son la caza que mata; los
salarios del pescador son el pescado que coge. El oro extraído por el
buscauor de oro que se emplea a sí propio, es el salario suyo, tanto
como el dinero pagado al minero contratado por el comprador de su
trabajo (1), y como Adam Smith dice: los cuantiosos provechos de los
vendedores al por menor son, en gran parte, salarios, puesto que son
la recompensa de su trabajo y no de su capital. En una palabra: todo lo
recibido como resultado o recompensa del esfuerzo es “salario”.
Esto es todo lo que necesitamos consignar ahora en cuanto a los
salarios, pero es importante retenerlo en la mente. Porque en las
principales obras económicas, este sentido del término salario es
admitido con mayor o menor claridad sólo para ignorarlo en seguida.
Pi’ro es más difícil librar a lk idea de capital de las ambigüedades
qüe la rodean, y fijar el uso científico del término. En el discurrir
común, toda clase de cosas que tienen un valor o que producen un
provecho son llamadas vagamente capital, mientras ■ que los
economistas disienten tanto que apenas puede decirse que el vocablo
tenga un significado fijo. Comparemos unas con otras las definiciones
de unos pocos escritores representativos:
“Aquella parte del caudal de un hombre —dice Adam Smith (lib.
II, cap. I)—de la cual espera que le proporcione una ganancia, es
llamada su capital”, y el capital de una nación o sociedad,
(1) Esto era reconocido en el lenguaje corriente en California, done] - los mineros de los
placeres llamaban a sus ganancias sus «salarioss, y hablaban de ganar altos o bajos salarios
según la cantidad de oro que recogían.
34 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í
sigue diciendo, consiste en: primero, máquinas e instrumentos de
producción que facilitan y abrevian el trabajo; segundo, edificios, no
sólo viviendas, sino lo que puede considerarse como instrumentos de
trabajo, tales como tiendas, granjas, etc; tercero, mejoras de la tierra
que facilitan su labranza y cultivo; cuarto» las aptitudes adquiridas y
útiles de todos los habitantes; quinto, dinero; sexto, mercancías
existentes en las manos de los productores y comerciantes, de cuya
venta esperan aquéllos obtener provecho; séptimo, la materia prima o
parcialmente elaborada de los artículos Xüanufacturados todavía en
manos de los productores o vendedores; octavo, artículos ya
terminados, pero todavía en poder de los productores o vendedores.
A los cuatro primeros los denomina capital fijo, y a los otros cuatro,
capital circulante, distinción de la cual no es necesario, para nuestro
fin, tomar nota.
La definición de Ricardo es:
“Capital es aquella parte de la riqueza de un país empleada en la producción, y
consiste en alimentos, vestidos, instrumentos, materias primas, maquinaria, etc.,
necesarios para efectuar el trabajo.” (Principios de Economía Política, cap. V.)
Esta definición, adviértase, es muy diferente de la de Ádam Smith,
en cuanto excluye^muchas de J is cosas que éste incluye, como las
aptitudes adquiridas, artículos de mero placer o lujo en poder de los
productores o traficantes, e incluye algunos artículos que aquél
excluye, tales como alimentos, vestidos, etc., en poder del
consumidor.
La definición de McCulloeh es:
“El capital de una nación comprende realmente todas aquellas porciones del producto
del trabajo existente en ella que pueden ser empleadas directamente en el sostenimiento
de la existencia humana o para facilitar la producción.” (Notas sobre Riqueza de las
Naciones, lib. II, cap. I.)
Esta definición sigue la de Ricardo, pero es más amplia. Al par que
excluye cuanto no es capaz de ayudar a la producción, incluye todo lo
que es capaz de ello, sin referirse a su actual uso o necesidad de su
uso; conforme a la opinión de McCullodi, el caballo que tira de un
carruaje de lujo es, según expresamente afirma, tan capital como el
CAP. II EL SIGNIFICADO DE LOS VOCABLOS 35
caballo que tira de un arado, porque aquél puede ser usado, si se
presenta la necesidad, para tirar de un arado.
John Stuart Mili, siguiendo las mismas orientaciones de Ricardo y
de McCulloch, no hace ni del uso ni de la capacidad de uso, sino de la
determinación del uso, la prueba del capital. Dice:
“Todas las cosas destinadas a suministrar al trabajo productivo el abrigo, protección,
instrumentos o materiales que el trabajo requiere, y a alimentar y sostener de cualquier
otro modo al trab; ;ador durante el proceso de la producción, son capital.” (Principios de
Economía Política, lib. I, cap. IV.)
Estas citas ilustran suficientemente la divergencia de los maestros.
Entre los autores secundarios, las discrepancias son aún mayores.
Algunos ejemplos bastarán para probarlo.
El profesor Wayland, cuyos Elementos de Economía Política han
sido durante mucho tiempo un libro de texto favorito en las
instituciones docentes de América, en que se ha pretendido enseñar
Economía política, da esta luminosa definición:
“La palabra 'capital’ es usada en dos sentidos: en relación al producto, significa
cualquier sustancia sobre la cual es ejercido el trabajo. En relación con la producción, las
materias a las cuales el trabajo trata de conferir valor, aquellas a las cuales ya se lo han
conferido; los instrumentos empleados para conferir ese valor, lo mismo que los medios
de subsistencia, por los cuales el ser es sostenido mientras está dedicado a esa operación.”
(Elementos de Economía Política, lib. 1, cap. I.)
Henry C. Carey, el apóstol americano del proteccionismo, define el
capital como “el instrumento por el cual el hombre obtiene dominio
sobre la Naturaleza, inclusas las facultades físi cas y mentales del
hombre mismo.” El profesor Ferry, un librecambista de
Massachusetts, con gran acierto objeta a esto que confunde
deplorablemente los límites entre el capital y el trabajo, y luego él
mismo confunde lamentablemente los límites entre el capital y la
tierra, definiendo el capital como “toda cosa valiosa, aparte el hombre
mismo, de cuyo uso proviene un aumento pecuniario o provecho.”
Un economista inglés de alto prestigio, Mr. Wm. Thornton, comienza
un minucioso examen de las relaciones del trabajo y capital (Sobre el
36 SALARIOS Y CAPITAL LIBEO I
Trabajo) estableciendo que incluirá la tierra con el capital, lo cual es
como si uno que se propusiera enseñar álgebra comenzara con la
declaración de que considerará el signo más y el signo menos como si
significaran lo mismo y tuvieran igual valor. Un escritor americano,
también de alto prestigio, el profesor Francis A. Walker, hace la misma
declaración en su voluminoso libro sobre El Problema del Salario. Otro
escritor inglés, N. A. Nicholson (La Ciencia de los Cambios, Londres,
1873), parece alcanzar el summum de lo absurdo declarando en un
párrafo (pág. 26) que “el capital tiene que ser acumulado
naturalmente ahorrando”, y estableciendo en el párrafo inmediato
que “la tierra que produce cosecha, el arado que voltea el suelo, el
trabajo que obtiene el producto y el producto mismo, si de su empleo
se deriva un provecho material, son todos igualmente capital”, Pero
cómo han de ser acumulados la tierra y el trabajo ahorrándolos no
condesciende a explicarlo. Del mismo modo, un notable escritor
americano, el profesor Amasa Walker (La Ciencia de la Riqueza, pág.
66), declara primero que el capital proviene de los ahorros líquidos
del trabajo, e inmediatamente declara que la tierra es capital.
Podría llenar varias páginas citando definiciones contradictorias e
incompatibles. Pero sólo conseguiría cansar al lector. Es innecesario
multiplicar las citas. Las ya expuestas son suficientes para demostrar
cuán gran divergencia existe en cuanto a la comprensión del término
“capital”. Quien necesite mayores testimonios de la “confusión peor
confundida” que existe sobre este asunto entre profesores de
Economía política, puede encontrarlos en cualquier biblioteca donde
las obras de estos profesores esté>¡ unas al lado de otras.
Ahora bien, importa poco el nombre que demos a } as cosas si
cuando usamos el nombre siempre tenemos a la vista las mismas cosas
y no otras. Pero la dificultad que en los razonamientos económicos
surge de estas vagas y cambiantes definiciones del capital, es que sólo
en Lis premisas del razonamiento se emplea el termino en el sentido
peculiar afirmado por la definición, mientras que, en las conclusiones
prácticas a que se llega, siempre es usado, o por lo menos siempre es
entendido, en un general y determinado sentido. Cuando, por
CAP. II EL SIGNIFICADO DE LOS VOCABLOS 37
ejemplo, se dice .que los salarios salen del capital, la palabra “capital"
es entendida en el mismo sentido que cuando hablamos de escasez o
abundancia, aumento o disminución, destrucción o incremento de
capital, ur- sentido comúnmente entendido y corriente, que distingue
al capital de los demás factores de la producción, tierra y trabajo, y que
también lo distingue de las demás cosas análogas empleada.« sólo
para la propia satisfacción. En realidad, la mayoría de la gente
entiende bastante bien lo que es capital, hasta que comienza a
definirlo, y yo creo que sus obras demostrarán que les economistas que
difieren tanto en sus definiciones usan el vocablo en este sentido en
que generalmente se le entiende en codos los casos, salvo en sus
definiciones y en los razonamientos fundados sobre éstas.
Esta acepción vulgar del término es la de riqueza consagrada a
procurar más riqueza. Adam Smith expresa correctamente est- idea
vulgar cuando dice: “Aquella parte del caudal de un hombre de la cual
espera obtener provecho, es llamada su capital.” Y el capital de una
sociedad es, evidentémente, la suma de tales caudales individuales o
aquella parte del caudal colectivo del cual se espera obtener más
riqueza. Este es también el se-> tido etimológico del vocablo. La
palabra “capital”, como los filó logos explican, llega a nosotros desde
un tiempo en que ¡a riqueza era estimada en ganado y la renta de un
hombre depen
38 SALARIOS Y CAPIVAL LIBRO I
día del número de cabezas que podía conservar para aumentarla.
Las dificultades que rodean el uso de la palabra “capital” como
término exacto, y de las cuales las discusiones políticas y sociales
corrientes dan ejemplos aún más notables que las definiciones de los
economistas, nacen de dos hechos: el primero, que cierta clase de cosas
cuya posesión para el individuo equivale precisamente a la posesión
de capital, no son parte del capital de la sociedad; y el segundo, que
cosas de la misma clase pueden ser o no capital, según al fin a que se
consagren.
Con algún cuidado en cuanto a estos extremos, no habrá dificultad
para obtener una idea lo bastante clara y fija de lo que propiamente
comprende el término capital, según se usa generalmente; una idea tal
que nos permitirá decir qué cosas son capital y cuáles no, y usar la
palabra sin ambigüedades ni error.
Tierra, trabajo y capital son los tres factores de la producción. Si
recordamos que capital es un término usado en contraposición de
tierra y trabajo, veremos en seguida que nada de lo propiamente
incluido bajo uno u otro de estos términos puede ser clasificado
propiamente como capital. El término tierra incluye no sólo la
superficie de la tierra en cuanto distinta del agua y del aire, sino todo
el universo material, aparte el hombre mismo; porque éste, sólo
teniendo acceso a la tierra, de la cual procede su mismo cuerpo, puede
ponerse en contacto con la naturaleza o usar de ella. El término “tierra”
abarca, en resumen, todas las materias, fuerzas y elementos naturales,
y, por consiguiente, nada de lo que la naturaleza suministra
espontáneamente puede ser, propiamente, clásificado como capital.
Un campo fértil, un rico filón de mineral, un salto de agua que
suministra fuerza, pueden dar a su poseedor ventajas equivalentes a
la' posesión de capital; pero clasificar tales cosas como capital sería
concluir con la distinción entre tierra y capital, y} en cuanto a su mutua
relación, dejar dichos términos vacíos de significado. De igual modo,
el vocablo “trabajo” incluye todo esfuerzo humano, y de aquí que las
facultades humanas, sean naturales o adquiridas, nunca pueden ser
clasificadas propiamente como capital. En el lenguaje usual, hablamos
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Progreso y Miseria Henry George Completo en Español Word

  • 1. Henry George P R O G R E S O Y M I S E R I A INDAGACION ACERCA DE LA CAUSA DE LAS CRISIS ECONOMICAS Y DEL AUMENTO DE LA POBREZA CON ÉL AUMENTO DE LA RIQUEZA. EL REMEDIO Traducción directa del inglés por BALDOMERO ARGENTE DEL CASTILLO PROGRESO Y MISERIA ( P R O G R E S S A N D P O V E R T Y ) INDAGACION ACERCA DE LA CAUSA DE LAS CRISIS ECONOMICAS Y DEL AUMENTO DE LA POBREZA CON EL AUMENTO DE LA RIQUEZA. EL REBIBBIO
  • 2. Traduccién directa del iaglég p o r BALBOMER© ARGENTE DSL CASTELLO 9,à EDICION EN ESPAÑOL ROBERT SCHALEEN3ÁCH FOUNDATION 5® EAST 69th STKEET, NSW YOKE, N. Y. 10021 19722 UN LIBRO DE PERMANENTE ACTUALIDAD Progreso y Miseria permanece incólume. Sus afirmaciones tienen un valor de eternidad. Porque no hay en él dogmas, sino raciocinios; y estudia no fenómenos sociales transitorios, sino el juego mismo de la vida social en cualquiera de sus formas; y no investiga leyes artificiales, sino leyes naturales y, por lo mismo, permanentes. Y los hallazgos de 3a investigación, las explicaciones que da, las soluciones que preconiza, son de hoy como de ayer, y tienen, en el instante que coire y en las sociedades europeas, igual realidad que en 1879, y en la sociedad norteamericana, realidad tan inequívoca que quien, después de haber leído atentamente Progreso y Miseria, mire en torno, encontrará, sin titubeos, la comprobación de su doctrina. — Bauoomero Argente.
  • 3. A QUIENES, VIENDO EL VICIO Y LA MISERIA QUE NACEN DE LA DESIGUAL DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA,Y DEL PRIVILEGIO, SIENTEN LA POSIBILIDAD DE UN MEJOR ESTADO SOCIAL, Y LUCHARÍAN POR LOGRARLO. San Francisco, marzo 1879.
  • 4. Haz para ti mismo una definición o descripción de la cosa que se te presenta, para ver distintamente qué clase de cosa es en su sustancia, en su desnudez, en su completa integridad, y dite su propio nombre y los nombres de las cosas de que ha sido compuesta y en las que se descompondrá. Porque nada eleva tanto la mente como poder examinar con método y en verdad cada objeto que se te presenta a !a vida, y mirar siempre las cosas de modo que veamos al mismo tiempo qué clase de universo es éste y qué uso tiene cada cosa, y cuál es su valor con referencia al conjunto y con referencia al hombre, que es un ciudadano de la más alta ciudad, de la cual todas las demás ciudades son como familias: qué es cada cosa y de qué se compone, y cuánto está ea su naturaleza durar. Marco Aurelio Anionino
  • 5. PROLOGO A ESTA EDICION ESPAÑOLA. Henry George fue un pensador norteamericano nacido en Filadelfia el 2 de septiembre de 1839, y muerto en Nueva York el 29 de octubre de 1897. De modesta cuna, acosado él mismo por la necesidad de te- bajar para vivir; conmovido por la miseria que veía en tomo suyo, asediando a la mayoría de seres humanos, e impresionado por el hecho de que la pobreza fuese más intensa y aflictiva en los centros populosos y ricos como Nueva York, que en los campos; más en los países adelantados que en los atrasados, se propuso descubrir 3a causa de la asociación del progreso con la pobreza y el remedio ue tan tremendo mal, Consiguió averiguarlo: expuso sus doctrinas con profundidad y claridad en diversos libros, en múltiples conferencias y en centenares de artículos, que forman nueve volúmenes; con su incesante propaganda promovió una gran agitación intelectual y reformadora en los países anglosajones, y al morir dejó innumerables discípulos que, con el ardiente entusiasmo y la inquebrantable fe que comunica la convicción, propagan las verdades enseñadas por aquél, seguros de que sólo ellas podrán fundar mía sociedad justa y, con la justicia, librar a los pobres de su miseria, a los Estados de sus convulsiones, y salvar la Civilización en lo que tiene de bueno.
  • 6. Vili PROLOGO A ESTA EDICIÓN ESPAÑOLA El conjunto de las doctrinas expuestas por Henry George recibe el nombre de “georgismo”. Aunque admirables todos los libros de Henry George, el fun- damental es PROGRESO Y MISERIA. Por su concepción, por su estilo, por sus pensamientos, por la claridad lógica de sus explicaciones, es la obra del genio. En él se plantea el gran problema social, según éste se ofrece a nuestra vista; y con un rigor lógico que no deja eslabón de la cadena del pensamiento, sin remachar, se llega a la determinación exacta de su causa y de su remedio en todos los aspectos de ésta. No hay ningún libro en el mundo que haya acometido esa tarea tan franca e íntegramente. Ninguno que haya planteado ante el espirita el problema de la gran miseria que oprime a los hombres en medio del maravilloso poder de producir riqueza de que nos ha dotado el progreso material. En este sentido, ProGRESO y MISERIA es un libro único. Y cuando se llega a su última línea, completamente satisfecho porque todas las dudas han desaparecido, renacen las confortadoras esperanzas de la posibilidad del remedio de esta gran aflicción que secularmente viene acosando a la Humanidad. La solidez del razonamiento de Henry George es tal, que Tolstoy, en su ensayo titulado Una gran iniquidad, dice que no hay más que dos medios de combatirlo: ignorarlo o falsearlo. Y el examen de las objeciones de sus contradictores consagra aquel dictamen, porque en todas ellas se advierte que las afirmaciones de Henry George han sido ignoradas o adulteradas para fundar la objeción sobre el error mismo del comentarista. PROGRESO Y MISERIA fue publicado en 1879. Es a la hora presente el libro traducido a más idiomas de cuantos la historia de la cultura humana registra. Lo está hasta al chino, al que lo tradujo el profesor W. E. Mackin, ayudado por el famoso Sun- Yat-Sen; y al sistema Braille para que puedan leerlo los ciegos. De él se ha dicho que es la obra, salvo la Biblia, de que se han
  • 7. PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN ESPAÑOLA IX hecho más ediciones. Su belleza es tal, que algunos exegetas han atribuido su gran éxito no ya a sus razonamientos, sino a la hermosura de su estilo y al comunicativo calor de fraternidad humana y elevado sentimiento cristiano que lo satura. Pero no es así. Estas cualidades lo avaloran; pero su potencia persuasiva se ejerce sobre el entendimiento, no sobre el corazón. En España se han publicado cuatro ediciones que yo conozca. Algunas de ellas no contienen íntegro el gran libro; y todas me parecen defectuosamente traducidas, ya por errónea interpretación de alguna frase, ya por confusión de varios conceptos. Por eso la he traducido nuevamente con tanta escrupulosidad, que puede consi- derarse ésta como la edición definitiva en castellano. A veces he sacrificado la estructura castellana de la frase al rigor literal del texto inglés, para evitar anfibologías que condujeran a una interpretación errónea del pensamiento del autor. PROGRESO Y MISERIA es el libro de Economía política que más ha influido en el desarrollo de esta Ciencia. Revisa las doctrinas principales de la que hoy se enseña y domina en la Civilización occidental, y señala sus errores; y expone las verdaderas con una lucidez tal, que el gran pedagogo norteamericano John Dewey ha podido decir de él: “Desde Aristóteles acá no llegan a diez los pensadores que se han levantado a la altura de Henry Geoige.” Las doctrinas georgistas han tenido muchos precursores en todos los países. De ellos da noticia minuciosa el libro The Philo- sophy of Henry George, de George Raymond Geiger, profesor asociado de Filosofía de la Universidad de North Dakota (Nv^ya York, 1933); el más acabado estucho publicado hasta ahora sobre el contenido ético y filosófico del georgismo, sus relaciones con el socialismo y la religión y su influencia sobre la legislación y la política de diferentes países donde hoy se aplica total o parcialmente, con los- efectos previstos. El libro de Geiger omite los precursores españoles. Pero las ideas fundamentales del georgismo, relativas a la propiedad de la tierra, y
  • 8. X PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN ESPADOLA su influencia esclavizadora sobre las clases despojadas de sus derechos a la herencia nativa, encuentran en España a partir de Luis Vives y el P. Mariana, un rosario de pensadores que las formulan claramente con energía y conciencia, hasta el punto de que puede afirmarse que el georgismo es la sustancia misma de la tradición intelectual española. De ellos habla extensamente Joaquín Costa en su Colectivismo agrario en España. Tero quiero destacar ahora dos antecedentes: uno, el de Francisco Centani; otro, de Alvaro Flórez Estrada. Sn 18 de junio de 1671, Francisco Centani publicó un folleto titulado “Tierra.—Medios universales propuestos desde el año de 665 hasta el de 871. Para que con planta, peso y medida tenga la Real Hacienda dotación fija para asistr* a la causa pública. Remedio y alivio general para los pobres, cortando fraudes de que han hecho patrimonio los que dominan”. En este folleto propone el impuesto sobre el valor de la tierra, no sólo como recurso fiscal, sino percibiendo sus efectos sobre la distribución de la riqueza y la extensión de la miseria. En 1839, nuestro gran economista Alvaro Flórez Estrada publica un folleto titulado “La cuestión social: origen, latitud y efectos del derecho de propiedad”, en que expone; con sus funda- mi::, ios filosóficos, su opinión sobre la causa y remedio de ese problema, coincidiendo esencialmente con los que, cuarenta años después, expuso Henry George. Ese estudio fue incorporado íntegramente a la quinta edición y a las posteriores del Curso de Economía Política de que era autor, en el que constituye el capítulo IV de la parte segunda, bajo el epígrafe: “De la principal causa que priva al trabajo de la recompensa debida y de los medios conducentes a hacerla desaparecer.” Con posterioridad, algunos economistas españoles menorss, anteriores a Henry George, aceptaron la id::a del impuesto sobre el valor de la tierra, cuya preparación había iniciado a fines del siglo xvm el Marqués de la Ensenada, ministro de Femando VI.
  • 9.
  • 10. PRÓLOGO A ESTA EDíCIÓN ESPAÑOLA Ha influido decisivamente en Ja legislación de muchos países, entre ellos Nueva Zelanda (desde 1899), Australia, Canadá, Estados Unidos, Africa del Sur, y en Europa, Dinamarca, desde sus leyes de 1922 para el Estado, y 1928 para las Haciendas locales. Seguro estoy de que el. admirable libro seguirá haciendo su obra de proselitismo, Nadie que lo lea atentamente dejará de convencerse de la verdad que descubre; nadie capas de amar su patria, los hombres, la justicia y la libertad, que sustancialmente son la misma cosa, dejará de incorporarse a la gran cruzada contra la miseria de la mayoría de los seres h lanos, que Progreso y Miseria promovió hace tres cuartos de siglo y que sólo terminará con su definitivo triunfo. El lector sentirá k profunda verdad, hasta ahora confirmada por la experiencia, que encierran estas palabras que el llamado “Profeta de San Francisco” escribió en el último capítulo de su libro, palabras que, grabadas por sus amigos sobre el laude de su sepulcro, le sirven de epitafio: “La VERDAD QUE HE PROCURADO ESCLARECER NO SEEÁ ACEPTADA FÁCILMENTE. Sí PUDIERA SERLO, HABRÍA SISO ADMITIDA DESD® HACE TIEMPO. Si pudiera serlo, jamás se habría oscurecido. Pmo encontrar! AMIGOS QUE TRABAJARÁN FOB f2XA, SUFRIRÁN POR £&&>& Y, SI FUER® PRECISO, MORjffiÁN POR ELLA. TAL ES EL POBEM DE LA VERDAD." BALBOMERO ARGENTE Madrid, 4 de enero de 1960.
  • 11. X2V P R E F A C I O P R E F A C I O A LA CUARTA EDICION EN INGLES Las ideas aquí expuestas lo fueron antes, brevemente, en lo sustancial, en un folleto titulado Nuestra Tierra y política de la tierra, publicado en San Francisco, en 1871. Me propuse exponerlas más extensamente, en cuanto pudiera; pero durante mucho tiempo no tuve oportunidad de hacerlo. Mientras tanto, aún llegué a estar más firmemente convencido de su verdad; y vi más completa y claramente sus relaciones; y también vi la multitud de falsas ideas y erróneos hábitos mentales que atajan el camino de su admisión, y cuán necesario era tratar la materia en su totalidad. He tratado de hacerlo aquí, en la medida en que el espacio lo permitía. Me ha sido necesario demoler antes de poder construir, y escribir a la vez para aquellos que carecen de estudio previo sobre tales materias, y para los familiarizados con los razonamientos económicos; y tanta es la amplitud del asunto, que ha sido imposible tratar con la plenitud que requerían muchas de las cuestiones suscitadas. Lo que preferentemente he procurado es establecer principios generales, confiando a mis lectores el aplicarlos después donde sea necesario. En ciertos respectos, este libro será mejor apreciado por aquellos que conocen algo la literatura económica; pero no es necesaria ninguna lectura previa, para entender su razonamiento o juzgar acerca de sus conclusiones. Los hechos sobre que me fundo no son hechos que sólo puedan ser comprobados mediante una investigación en las bibliotecas. Son hechos de observación y conocimiento comunes, que todo lector puede comprobar por sí mismo exactamente como puede decidir si las deducciones de ellos son o no valederas. Comenzando por un breve relato de los hechos que sugieren esta indagación, procedo a examinar la explicación dada corrientemente, en nombre * La numeración de los párrafos de la presente edición obedece al deseo de que, en cualquier lugar y circunstancia, pueda servir de texto. de la Economía política, de por qué, a pesar del aumento de' poder productor, los salarios tiendan al mínimo de una mera subsistencia. Este examen muestra que la doctrina corriente de los salarios está fundada sobre un error; muestra que, en verdad, los salarios son producidos por el trabajo por el cual se pagan; y que, permaneciendo las demás cosas iguales, aumentarían con el número de trabajadores. Aquí la indagación tropieza con una doctrina que es el cimiento y médula de las más importantes teorías económicas y que ha influido poderosamente sobre el pensamiento en todas direcciones: la doctrina de Malthus de que la población tiende a aumentar más de prisa que la subsistencia. El examen, sin embargo, muestra que esa doctrina no es realmente sostenida ni por los hechos ni por la analogía, y que, cuando se la somete a una prueba decisiva, re,;ulta completamente refutada. Hasta aquí, los resultados de la indagación, aunque importantes en extremo, son principalmente negativos. Muestran que las teorías corrientes no explican satisfactoriamente 3a conexión de la pobreza con el progreso material, o ero no esclarecen el problema mismo, más allá
  • 12. de mostrar que su solución tiene que buscarse en las leyes que rigen la distribución de la riqueza. Es, pues, necesario llevar la indagación a este campo. Un estudio preliminar revela que las tres leyes de la distribución tienen que ser necesariamente correlativas entre sí y que, según las establece la Economía política corrie ite, no lo son; y un examen de la terminología en uso, descubre la confusión de ideas con que esa incongruencia ha sido disimulada. Procediendo a establecer las leyes de la distribución, primero destaco la ley de la renta. Esta, pronto se ve, es percibida correctamente por la Economía política usual. Pero también se ve pronto que el pleno alcance de esta ley no ha sido apreciado y que implica, corno corolarios, las leyes de los salarios y del interés; porque la causa que determina qué parte del producto irá al propietario, determina necesariamente qué parte quedará para el trabajo y el capital. Sin contentarme con esto, he procedido independientemente a deducir las leyes del interés y de los salarios. Me he detenido a esclarecer la causa verdadera y la justificación del interés, y a señalar una fuente de muchos errores: la confusión de lo que realmente son beneficios del monopolio, con las legítimas ganancias del capital. Volviendo así a la principal indagación, la investigación muestra que el interés tiene que subir o bajar al par de los salarios, y que depende, finalmente, de lo mismo que la renta: del margen de cultivo o punto de producción en que la renta comienza. Uaa análoga pero independiente investigación de la ley del salario da análogo resultauo armónico. Así, las tres leyes de la distribución se apoyan y a; -nonizan recíprocamente, y el hecho de que, con el progreso
  • 13. P R E F A C I O XV material, avance la renta en todas partes, viene a explicar el hecho de que los salarios y el interés no avancen, 6 Qué origina este crecimiento de la renta es la cuestión que inmediatamente surge, y requiere un examen del efecto del progreso material sobre la distribución de la riqueza. Distinguiendo los factores del progreso material en aumento de población y mejoras en la técnica productora, vemos primero que el aumento de población tiende constantemente no sólo a reducir el margen del cultivo, sino, al localizar las economías y los poderes que acompañan al aumento de población, a aumentar la porción que la renta toma del producto total, y a reducir la que va a los salarios y al interés. Después, eliminando el aumento de población, se ve que los progresos en los métodos y poderes productores empujan en la misma dirección, y que, siendo la tierra propiedad privada, producirían en una población estacionada todos los efectos atribuidos por la doctrina maltusiana a la presión de la población. Y después, la consideración de los efectos del continuo aumento del valor de la tierra gracias al progreso material, manifiesta, en el alza especulativa de ese valor inevitablemente provocada cuando la tierra es propiedad particular, una causa secundaria, pero la más poderosa, del aumento de la renta y de abatimiento de los salarios. La deducción muestra que esta causa tiene que producir necesariamente crisis económicas periódicas, y la inducción prueba la conclusión; al paso que del análisis hecho se desprende que el resultado total de los progresos materiales, siendo la tierra propiedad privada, es, cualquiera que sea el aumento de población, forzar a los trabajadores a admitir salarios que no les consientan sino un mísero vivir. 1 Esta identificación de la causa que asocia la pobreza con el progreso señala el remedio; pero es un remedio tan radical que en seguida he creído necesario indagar si había cualquiera otro. Comenzando la investigación otra vez desde distinto punto de partida, he examinado las medidas y •tendencias usualmente defendidas, o en que se confía para mejorar la condición de las clases irabajaf’rras. El resultado de esta investigación es comprobar la precedente, en cuanto muestra qve nada, salvo hacer la tierra propiedad común, puede aliviar permanentemente la pobreza y contener la tendencia de los salarios hacia el punto de inanición. 8 La cuestión de justicia surge ahora naturalmente, y la indagación pasa si campo de la ética. Una isr/ssiigaeión acerca de la naiuraleza y bases de la propiedad, ¡nuestra que hay mes diferencia fundamental e irreconciliable entre la propiedad de las cosas que son producto del trabaje, y la propiedad de la tierra; que la una tiene una base y sanción naturales, mientas la otra carece de ellas, y que el reconocimiento de la propiedad íralusiyü de la tierra es, necesariamente, la negación del derecho de propiedad sobre los productos del trabajo. Una investigación posterior muestra que la propiedad privada de la tierra siempre ha conducido y siempre tiene que conducir, a medida que el progreso avanza, a la esclavitud de la clase trabajadora; que los propietarios no pueden reclamar justa compensación, si la sociedad prefiere rescatar sus derechos; que, lejos de concordar la propiedad privada de la tierra con las
  • 14. X V I P R E F A C I O percepciones naturales de los hombres, la verdad es precisamente lo contrario, y que en Estados Unidos estamos ya comenzando a sentir los efectos de haber admitido ese principio erróneo y destructor. La indagación pasa entonces al campo de la política práctica. Se ha visto que la propiedad privada de la tierra, en vez de ser necesaria para su mejora y uso, obstruye el camino de éstos e implica un enorme despilfarro de fuerzas productoras; que el reconocimiento del derecho común a la tierra no implica trastorno o despojo, sino que puede ser logrado por el procedimiento sencillo y fácil de abolir todo tributo, salvo uno sobre el valor de la tierra. Y un examen de los principios tributarios muestra que éste es, en todos los aspectos, el mejor objeto de tributación. Una consideración dr los efectos del cambio propuesto, muestra que aumentaría enormemente la producción, garantizaría la justicia en la distribución, beneficiaría a todas las clases y haría posible avanzar hacia una civilización más alta y noble. La indagación entra ahora en un campo más vasto, y comienza de nuevo desde otro punto de partida. Porque no sólo las esperanzas así suscitadas pugnan con la difundida idea de que el progreso social sólo es posible por lentas mejoras de la raza, sino que las conclusiones a que hemos llegado al establecer ciertas leyes, si éstas son realmente leyes naturales, tienen que ponerse de manifiesto en la historia universal. Como una prueba final, se hace necesario, por consiguiente, determinar la ley del progreso humano; porque ciertos grandes hechos que llaman nuestra atención en cuanto comenzamos a considerar este asunto, parecen absolutamente incompatibles con la teoría ahora corriente. Esta indagación muestra que las diferencias en civilización no son debidas a diferencias individuales, sino más bien a diferencias en la organización social; que' el progreso, siempre estimulado por la asociación, retrocede a medida que la desigualdad se desarrolla; y que, aun ahora, en la civilización moderna, las causas que han destruido todas las civilizaciones precedentes, están comenzando a manifestarse, y la mera democracia política camina hacia la anarquía y el despotismo. Pero esto también identifica la ley de la vida social con la gran ley moral de la justicia, y, probando las conclusiones precedentes, muestra cómo puede ser contenido el retroceso e iniciarse un mayor adelanto. Aquí termina la indagación. El capítulo final se explicará por sí mismo. La gran importancia de esta indagación resultará obvia. Si se ha realizado cuidadosa y lógicamente, sus conclusiones cambian por completo el carácter de la Economía política: le dan la coherencia y exactitud de una verdadera ciencia, y la ponen en plena armonía con las aspiraciones de las muchedumbres, de las cuales ha estado apartada largo tiempo. Lo que yo he hecho en este libro, si he resuelto acertadamente el gran problema cuya investigación me propuse, es unir la verdad percibida por la escuela de Smith y de Ricardo con la percibida por la escuela de Proudhon y de Lassalle; probar que el laissez faire (en su pleno y verdadero significado) franquea el camino a una realización de los nobles sueños del socialismo; identificar la ley social con la ley moral, y refutar ideas que en muchos espíritus oscurecen grandes y elevadas percepciones. Esta obra fue escrita entre agosto de 1877 y marzo de 1879, y se acabó de componer tipográficamente en septiembre de este último año. Desde entonces han surgido nuevos
  • 15. P R E F A C I O XVII testimonios de la exactitud de las opiniones aquí anticipadas, y la marcha de los sucesos —y especialmente el gran movimiento iniciado en Gran Bretaña por la agitación agraria irlandesa— muestra aún más claramente la apremiante índole del problema que he tratado de resolver. Pero en las críticas formuladas nada ha habido que me induzca a cambiar o modificar aquellas opiniones —realmente, todavía no he visto ninguna objeción que no estuviera contestada por anticipado en el propio libro—. Y excepto que han sido corregidos algunos errores verbales, y añadido un prefacio, esta edición es la misma que las anteriores. HENBY GEOBGE Nueva York, noviembre 1880. Henry George, nacido el 2 de septiembre de 1839, murió el 29 de octubre de 1897. Durante los últimos meses de su vida, Pbogreso y Miseria se volvió a componer para nuevas placas de electrotipia. Mr. George hizo entonces algunas pequeñas alteraciones en sintaxis y puntuación; puso más clara la fraseología del ejemplo del cepillo de carpintero en el capítulo sobre el interés (libro III, capitulo III); añadió una referencia a la retractación de Herbert Spencer (nota al libro VII, capítulo III); e hizo una distinción entre patentes- y coptjrights (nota al libro VIII, capítulo III). Con estas pequeñas excepciones, el libro es idéntico a la cuarta edición descrita en el anterior prefacio. ¡Ha de haber un refugioI Los hombres Perecían bajo el viento invernal, hasta que uno hizo saltar fuego Del pedernal que fríamente atesoraba la roja chispa del fulgurante so!; Los hombres devoraban la carne como los lobos, hasia que uno sembró Que, creciendo, dio la hierba que ahora les da vida. [el grano Los hombres gesticulaban y balbucían hasta que una lengua rompió Y unos pacientes dedos trazaron los sonidos en letras. [a hablar, ¿Qué buen don poseen mis hermanos que no haya venido De la búsqueda, de la lucha y del amante sacrificio? Edwin Amold Nunca hasta hoy Fue arrojada en vano una partícula de la Verdad A los vastos barbechos del mundo; Tras las manos que siembren la semilla, Otras manos, en colinas y valles, Cosecharán las doradas mieses. Whítiier
  • 16. •f I N D I C E D E C A P I T U L O S Pág. Prólogo a esta edición española .............................................................................................. VH Prefacio a la cuarta edición en inglés .................................................................................... XIII INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................ 1 El problema .................. ..................................................................................................... 3 LIBRO I.—SALARIOS Y CAPITAL ........................................................................................... 15 Capítulo I.—la doctrina corriente sobre los salarios. Su insuficiencia. 17 — 11.—Ei significado de ios vocablos ............................................................. 31 — lll.—Los salarios no salen del capital, sino que son pro ducidos por el trabajo.......................................................................... 49 — IV.—El sustento de los trabajadores no sale del capital. 71 — V.—De las verdaderas funciones del capital ............................................. 81 Libro II.—POBLACION Y SUBSISTENCIA ........................................................................... 91 Capítulo 1.—La teoría maltusiana, su origen y fundamento ........................................ 93 — II.—Inferencias de los hechos........................................................................ 105 — III.—Inferencias por analogía ........................................................................ 131 — IV.—Refutación de la teoría maltusiana....................................................... 143 LIBRO III.—LAS LEYES DE LA DISTRIBUCION .................................................................... 155 Capítulo 1.—La indagación reducida a las leyes de la distribución. Necesaria reiación entre dichas leyes ..................................................................................... 157 — II.—Renta y la ley de la renta........................................................................ 169 — III.—Del interés y de la causa del interés .................................................... 177 — IV.—Del falso capital y de los beneficios frecuentemente confundidos con el interés ................................................................. 193 — V.—La ley del interés.................................................................................... 199 — VI.—Salarios y ley de los salarios ................................................................ 209 — VII.—Correlación y coordinación de estas leyes .......................................... 225 — VIII.—Así se explica la estática del problema ................................................ 227
  • 17.
  • 18. XXII ÍNDICE DE CAPÍTULOS Pág. LIBRO IV.—EFECTOS DEL PROGRESO MATERIAL SOBRE LA DISTRIBUCION DE LA RIQUEZA .............................................................. 231 Capítulo l.—Queda por averiguar la dinámica del problema ... 233 — II.—Efecto del aumento de población sobre la distribución de la riqueza ......................................................................................... 237 — III.—Efecto de los progresos técnicos sobre la distribución de ¡a riqueza ......................................................................................... 251 — IV.—Efecto de las esperanzas que suscita el progreso material. 263 LIBRO V.—EL PROBLEMA RESUELTO ................................................................................... 269 Capítulo /.—La causa primaria de lar, crisis económicas periódicas. 271 — II.—La persistencia de la pobreza en medio del aumento de la riqueza ........................................................................................ 291 LIBRO VI.—EL REMEDIO .......................................................................................................... 305 Capítulo I.—Insuficiencia de los remedios comúnmente recomendados ................... 307 — II.—El verdadero remedio............................................................................. 337 LIBRO VIL—JUSTICIA DEL REMEDIO .................................................................................... 341 Capítulo 1.—I;-, injusticia de la propiedad privada de la tierra ... 343 — II.—El último resultado de la propiedad privada de ¡a tie rra es la esclavitud de los trabajadores ............................................. 357 — III.—Derecho de los propietarios a indemnización...................................... 369 — IV.—La propiedad privada de la tierra considerada histó ricamente....................................................................................... ... 379 — V.—De la propiedad de la tierra en Estados Unidos ................................ 397 LIBRO VIII.—APLICACION DEL REMEDIO ........................................................................... 407 Capítulo I.—La propiedad privada de la tierra es incompatible con el mejor uso de !a tierra................................................................ 409 — II.—Cómo se pueden afirmar y asegurar los iguales dere chos a la tierra....................................................................................... 415 — 111.—Prueba de la proposición por los cánones tributarios. 421 — IV.—Ratificaciones y objeciones..................................................................... 435 LIBRO IX.—EFECTOS DEL REMEDIO...................................................................................... 443 Capítulo 1.—Del efc-cto sobre ia producción de la riqueza........................................... 445 — II.—De su efecto sobre '.a distribución y, por ende, sobre la producción........................................................................................ 451 — III.—Del efecto sobre ios individuos y las clases.......................................... 459 Pá:. Capítulo IV.—De los cambios que se producirían en la organización y vida sociales .............................................................................. 467 Libro X.—LA LEY DEL PROGRESO HUMANO ....................................................... 485
  • 19. ÍNDICE DE CAPÍTULOS XXIII Capítulo 1.—Teoría coi fíente del progreso humano. Su insuficiencia. 487 — II.—Diferencias en civilización. A qué son debidas . . . . . . . 501 — III.—La ley del progreso humano .......................... .’......................... 517 — IV.—Cómo puede decaer la actual civilización ................................ 539 — V.—La verdad central........................................................................... 557 Conclusión ....................................................................................................................... 567 El problema de la vida individual......................................................................... 569 Indice de materias -y autores...................................................................................... 581 I N T R O D U C C I O N EL P R O B L E M A ¡Edificáis! ¡Edificáis! Pero no entráis dentro, Como las tribus que el desierto devoró en su pecado; Lejos de la tierra prometida languidecéis y morís, Antes que su verdor relumbre ante vuestros fatigados ojos. MRS. SIGOURNEY I N T R O D U C C I O N EL PBOBLEMA El siglo actual se ha caracterizado por un prodigioso aumento en el poder de producir riqueza. El empleo del vapor y de la electricidad, la introducción de procedimientos técnicos mejores y de maquinaria economizadora de trabajo, la mayor subdivisión y mayor escala de la producción, la asombrosa facilidad de los cambios, han multiplicado enormemente la eficacia del trabajo. Al comienzo de esta maravillosa época era natural esperar, y así se esperó, que los inventos economizadores de trabajo atenuarían la fatiga y mejorarían la condición del trabajador; que el enorme incremento en la facultad de producir riqueza, haría de la pobreza verdadera una cosa del tiempo pasado. Si un hombre del pasado siglo —un Franklin o un Priestley—, en una visión del futuro, hubiese visto el buque de vapor reemplazando al barco de vela, el ferrocarril a la carreta, la máquina segadora a la guadaña, la trilladora al mayal; si
  • 20. hubiera podido oír la pulsación Je las máquinas que, obedeciendo a la voluntad humana y para satisfacer el humano deseo, despliegan un poder mayor que el de todos los hombres y todas las bestias de carga de la tierra juntos; si hubiera podido ver los árboles transformados en maderaje acabado —en puertas, marcos, persianas, cajas o barriles— sin que apenas los toque la mano del hombre; los grandes talleres donde las botas y los zapatos llegan listos a sus cajas con menos
  • 21.
  • 22. 4 I N T R O D U C C I Ó N trabajo que el remendón podía emplear en cortar una suela; las fábricas donde, bajo la vigilancia de una muchacha, el algodón se convierte en tela más de prisa que cientos de diligentes tejedores hubieran podido hacerlo con sus telares de mano; si hubiera podido ver los martinetes de vapor moldear ejes gigantes y enormes anclas, y delicada maquinaria haciendo diminutos relojes; el taladro de diamante perforando el corazón de las rocas, y el aceite mineral sustituyendo al de la ballena; si hubiera podido comprobar la enorme economía de trabajo resultante de mayores facilidades del cambio y de las comunicaciones —cameros muertos en Australia, comidos fíe seos en Inglaterra, y la orden dada por el banquero de Londres, por la tarde, ejecutada en San Francisco en la mañana del mismo día (1)—; si hubiera podido imaginar los cien mil progresos que sólo éstos sugieren, ¿qué hubiera inferido acerca de la condición social del género humano? No le hubiera parecido una deducción; más que imaginárselo, le hubiera parecido verlo; y su corazón habría palpitado y sus nervios vibrado como los de quien desde una altura, frente a la sedienta caravana, divisase el fulgor viviente de bosques rumorosos y el centelleo de rientes aguas. Sencillamente, con los ojos de la imaginación, habría visto estas nuevas - fuerzas elevando la sociedad desde sus propios cimientos, poniendo aun a los más pobres por cima de la posibilidad de la escasez, eximiendo aun a los más bajos de la ansiedad por las necesidades materiales de la vida; hubiera visto a esos esclavos de la lámpara del saber tomando sobre sí la maldición tradicional; a esos músculos de hierro y esos nervios de acero haciendo de la vida del más pobre trabajador un día de fiesta, en el que toda alta cualidad y todo noble impulso encontrarían ocasión para desarrollarse. Y aparte de estas pródigas condiciones materiales, hubiera visto, como resultados necesarios, condiciones morales que reali- (1) Esta aparente anomalía se explica por la diferencia de horario de distintos meridianos. (Nota del Traductor.) zaran la edad de oro con que siempre soñó la humanidad. ¡No más juventud raquítica y hambrienta; no más vejez
  • 23. E L P R O B L E M A 5 acosada por la avaricia; el niño, jugando con el tigre; el hombre de presa, embriagándose en la gloria de los astros! ¡La podredumbre barrida; la barbarie domada; la discordia trocada en armonía! Porque ¿cómo podría haber avaros donde todos tuvieran bastante? ¿Cómo podrían existir el vicio, el crimen, la ignorancia, la brutalidad, que surgen de la pobreza y del miedo a la pobreza, allí donde la pobreza estuviese desterrada? ¿Quién sería humillado donde todos fueran hombres libres? ¿Quién oprimiría donde todos fuesen iguales? Más o menos vagas o claras, éstas han sido las esperanzas, éstos los sueños nacidos de los adelantos que dan a este maravilloso siglo su preeminencia. Tan profundamente arraigaron en el pensamiento popular, que han cambiado radicalmente el curso de las ideas, refundiendo las creencias y trastornando las más fundamentales concepciones. Las obsesionantes visiones de nás altas posibilidades, no solamente han alcanzado esplendor e intensidad, sino que su dirección ha cambiado; en vez de ver atrás los pálidos colores de un expirante ocaso, toda la gloria del día naciente ha iluminado los cielos del porvenir. Verdad es que los desengaños se han sucedido, y que, descu- brimiento tras descubrimiento, e invención tras invención, ni han disminuido la fatiga de aquellos que más necesitan respiro, ni han traído la abundancia al pobre. Pero eran tantas las cosas a que parecía poder ser atribuido este fracaso, que, hasta nuestro tiempo, apenas se ha debilitado la nueva fe. Hemos apreciado mejor las dificultades que había que superar, pero no confiábamos menos en que la tendencia de los tiempos era superarlas. Ahora, sin embargo, estamos tropezando con hechos sobre los que no cabe engaño. De todas partes del mundo civilizado llegan quejas de depresión económica; de trabajo condenado a involuntaria ociosidad; de capital acumulado que se desperdicia; de apuros pecuniarios entre los hombres de negocios; de necesidad, padecimientos y angustia entre las clases trabajadoras. Toda la pena sorda, mortal, toda la angustia punzante y enloquecedora que, para grandes masas de hombres, implican las palabras “malos tiempos”, azotan hoy al mundo. Este estado de cosas, común a sociedades que i oto difieren en circunstancias, en instituciones políticas, en sistemas
  • 24. 6 I N T R O D U C C I Ó N fiscales y financieros, en densidad de población y en organización social, difícilmente puede atribuirse a causas locales. Hay crisis donde se mantienen grandes ejércitos permanentes, pero también donde los ejércitos permanentes son nominales; hay crisis donde aranceles proteccionistas estorban estúpida y despilfarradoramente el comercio, pero también donde el tráfico es casi libre; hay crisis donde aún sub- siste el gobierno autocràtico, pero también donde el poder político está completamente en las manos del pueblo; en países donde el papel es moneda y en países donde sólo circulan el oro y la plata. Evidentemente, tenemos que inferir que debajo de todas estas cosas hay una causa común. Que hay una causa común y que ésta es lo que llamamos progreso material o algo estrechamente relacionado con el progreso material, se convierte en algo más que una inferencia, cuando advertimos que los fenómenos que agrupamos y de que hablamos como crisis económicas, son sólo intensificaciones de los fenómenos que siempre acompañan al progreso material, y que se manifiestan más clara y vigorosamente a medida que el progreso material avanza. Donde las condiciones a que el progreso tiende en todas partes se han realizado más plenamente, es decir, donde la población es más densa, la riqueza más cuantiosa y el mecanismo de la producción y el cambio está más altamente desarrollado, encontramos la más profunda pobreza, la más violenta lucha por la existencia y la más forzosa ociosidad. A los países más nuevos, esto es, a los países donde el progreso mai erial está aún en sus etapas más tempranas, es adonde los trabajadores emigran en busca de mayores salarios y adonde el capital afluye en busca de más alto interés. Y en los países
  • 25. B i , P S O B i B M A 7 más viejos, es decir, en los países donde el progreso material ha alcanzado etapas ulteriores, es donde se encuentra el más groe- ral desamparo en medio de la mayor abundancia. Id a cualquiera de las nuevas sociedades donde el vigor anglosajón está comenzando ahora la carrera del progreso; donde el mecanismo de la producción y el cambio es todavía rudimentario y poco eficaz; donde el incremento de la riqueza no es todavía bastante grande para permitir a clase alguna vivir en la ociosidad y el lujo; donde la mejor casa no es más que una choza de troncos o una cabaña de lona y cartón, y el hombre más rico está obligado al trabajo diario, y aunque encontraréis la falta de riqueza y de todas sus concomitancias, no hallaréis mendigos. Allí no hay lujo, pero tampoco desamparo. Nadie puede vivir fácilmente ni darse una vida muy buena; pero todos pueden vivir, y nadie, capaz y deseoso de trabajar, se encuentra oprimido por el miedo a la necesidad. Mas, precisamente a medida que una sociedad logra las con- diciones por las cuales se afanan todas las sociedades civilizadas, y avanza en la escala del progreso material; precisamente a medida que una más densa población y una relación más íntima con el resto del mundo, y mayor utilización de la maquinaría economízadora de trabajo, hacen posible mayores economías en la producción y en el cambio, y crece, por consecuencia, la riqueza, no sólo en conjunto, sino en proporción a los habitantes, la pobreza va tomando un aspecto más siniestro. Algunos viven infinitamente mejor y más fácilmente; pero otros encuentran penoso hasta el sustentarse. El vagabundo llega con la locomotora, y los asilos y prisiones son señales del “progreso material” tan ciertas como los edificios suntuosos, los ricos almacenes y las magníficas iglesias. Sobre las cales iluminadas con gas y vigiladas por policías uniformados, los mendigos acechan al transeúnte, y a la sombra, en las proximidades del colegio, de la biblioteca y del musco, se van congregando los más horribles hunos y los más fieros vándalos que Macaulay profetizaba. Este hecho —el gran hecho de que la pobreza y todas sus consecuencias se manifiesten en las sociedades, precisamente a
  • 26. 8 I N T R O D U C C I O N medida que éstas alcanzan las condiciones hacia las cuales tiende el progreso material— prueba que las dificultades sociales existentes dondequiera se ha alcanzado cierto nivel de progreso, no provienen de circunstancias locales, sino que son engendradas, por uno u otro camino, por el progreso mismo. Y, por desagradable que sea admitirlo, resulta al fin evidente que el enorme aumento de poder productivo que ha caracterizado el presente siglo y sigue creciendo con acelerado ritmo, no tiende a extirpar la pobreza o aliviar la carga de los obligados a trabajar. Sencillamente ensancha el abismo entre Dives y Lázaro, y hace más intensa la lucha por la vida. La marcha de los inventos ha investido al género humano de poderes que hace un siglo la más audaz imaginación no podía haber soñado. Pero en las fábricas donde las máquinas economizadoras de trabajo han alcanzado su más asombroso desarrollo, trabajan pequeñuelos; donde las nuevas fuerzas son casi plenamente utilizadas, numerosas clases sociales son sustentadas por la caridad o viven próximas a recurrir a ella; entre las grandes acumulaciones de riqueza mueren de inanición los hombres, y tiernos niños chupan senos agotados, al paso que por todas partes el afán de ganancia, el culto a la riqueza, muestran la fuerza del miedo a la necesidad. La tierra prometida huye ante nosotros como el espejismo. Los frutos del árbol de la ciencia se convierten al cogerlos en manzanas de Sodoma que se pulverizan al tocarlas. Verdad es que la riqueza ha aumentado considerablemente y que el promedio de la comodidad, el descanso y el refinamiento se ha elevado; pero estas ventajas no son geneírales. Las clases inferiores no participan de ellas (1). No digo que la condición (1) Es verdad que los más pobres pueden ahora disfrutar en ciertos aspectos cosas que los más ricos de hace un siglo no podían conseguir; pero esto no prueba mejora de la condición en cuanto que la aptitud para obtener las cosas necesarias para la vida no ha aumentado. E! mendigo en la gran
  • 27. E L P R O B L E M A 9 de las clases inferiores no haya mejorado en ninguna parte ni en nada, sino que en ninguna parte hay mejora que pueda atribuirse al aumento del poder productivo. Digo que la tendencia de lo que llamamos progreso material no es en manera alguna mejorar la condición de las clases inferiores en lo esencial para una vida humana saludable y feliz. Aún más: que es a deprimir más aún la condición de las clases inferiores. Las nuevas fuerzas, por elevada que sea su naturaleza, no actúan sobre el edificio social desde sus cimientos, como durante algún tiempo se esperó y creyó, sino que lo hieren en un punto intermedio entre la cima y la base. Son como una inmensa cufia introducida, no bajo los cimientos sociales, sino al través de la sociedad. Los que están encima del punto de separación son elevados, pero los que están debajo son aplastados. Este efecto depresor no es percibido por la generalidad, porque no es ostensible donde ha existido largo tiempo una clase con lo estricto para vivir. Donde las clases más bajas viven escasamente, como ha ocurrido largo tiempo en muchas partes de Europa, les es imposible bajar más, porque el paso inmediato hacia abajo las pone fuera de la existencia, y ninguna tendencia a una mayor depresión puede hacerse ostensible fácilmente. Pero en el progreso de los países nuevamente colonizados hacia las condiciones de las sociedades más antiguas puede verse claramente que el progreso material no sólo no alivia la pobreza, sino que efectivamente la produce. En Estados Unidos es notorio que la podredumbre y la miseria, y los vicios y crímenes que nacen de ellas, aumentan en todas partes a medida que la aldea se com ierte en ciudad, y que el curso de la evolución trae las ventajas de los mejores métodos de producción y cambio. En las más viejas y ricas secciones de la Unión es donde el pauperismo ciudad puede disfrutar de muchas cosas de que el labrador de las zonas remotas está privado; pero esto no demuestra que la condición del mendigo de la ciudad sea mejor que la del labrador independiente. f
  • 28. 1 0 I N T R O D U C C I Ó N y la aflicción de las clases trabajadoras van mostrándose más dolorosos. Si la pobreza es menos profunda en San Francisco que en Nueva York, ¿no es porque San Francisco aún está detrás de Nueva York en aquello por que ambas ciudades se afanan? Cuando San Francisco alcance el punto en que ahora está Nueva York, ¿quién puede dudar de que también habrá en sus calles niños harapientos y descalzos? Esta asociación de la pobreza con el progreso es el gran enigma de nuestro tiempo. Es el hecho central del que nacen las dificultades económicas, sociales y políticas que tienen perplejo al mundo, y con las que luchan en vano los hombres de Estado, los filántropos y los educadores. De él provienen las nubes que oscurecen el porvenir de las naciones más progresivas y seguras de sí mismas. Es el enigma que la Esfinge del Destino plantea a nuestra civilización; no contestarlo es ser destruidos. Mientras iodo el aumento de riqueza que el progreso moderno proporciona no conduzca sino a forjar grandes fortunas, a aumentar el lujo y a hacer más vigoroso el contraste entre la Casa de la Abundancia y la Casa de la Escasez, el progreso no es real y no puede ser permanente. La reacción ha de venir. La torre se inclina desde sus cimientos, y cada nuevo piso no hará sino acelerar la catástrofe. Educar hombres condenados a la pobreza no es sino hacerlos rebeldes; fundar sobre un estado de la más ostensible desigualdad social instituciones políticas bajo las cuales los hombres son iguales teóricamente, es apoyar una pirámide sobre su vértice. Aunque esta cuestión es de suprema importancia y a cada instante solicita dolorosamente la atención, aún no ha sido resuelta de modo que explique todos los hechos y conduzca a un remedio claro y sencillo. Pruébalo la inmensa variedad de tentativas para explicarse la crisis actual. Estas no presentan una mera divergencia entre las nociones vulgares y las teorías científicas, sino que también muestran que la coincidencia existente entre aquellos que profesan las mismas teorías generales se trueca, ante los pro- ; i i 5 blemas prácticos, en una anarquía de opiniones. Apoyándose en altas autoridades sobre Economía, se nos ha dicho que la crisis actual es debida al exceso de consumo; en autoridades igualmente altas, que se debe a la
  • 29. E L P R O B L E M A 1 1 sobreproducción; mientras que los despilfarres de la guerra, la expansión de los ferrocarriles, los esfuerzos de los trabajadores para elevar sus salarios, la desmonetización de la plata, las emisiones de papel moneda, el aumento de maquinaria economizadora de trabajo, la apertura de más cortas vías para el comercio, etc., han sido indicadas aisladamente como la causa de aquélla por escritores reputados. Y mientras los profesores difieren así, las ideas de que hay un conflicto inevitable entre el capital y el trabajo, de que la maquinaria es un mal, que la competencia tiene que ser refrenada y el interés abolido, de que se puede crear riqueza emitiendo moneda, de que es un deber del gobierno suministrar capital o suministrar trabajo, caminan rápidamente entre las muchedumbres, que sienten agudamente un daño y tienen conciencia viva de una injusticia. Tales ideas, que someten grandes masas de hombres, en último término depositarías del poder político, al caudillaje de charlatanes y demagogos, están llenas de peligros, pero no pueden ser combatidas victoriosamente mientras la Economía política no dé al gran problema una respuesta congruente con todas sus enseñanzas y que se imponga por sí misma a las percepciones de las muchedumbres. Corresponde a la Economía política dar tal respuesta. Porque la Economía política no es un conjunto de dogmas. Es la explicación de cierto conjunto de hechos. Es la ciencia que, en la sucesión de ciertos fenómenos, procura hallar sus relaciones mutuas y señalar la causa y el efecto, lo mismo que las ciencias físicas tratan de hacer con otros grupos de fenómenos. Tiene sus cimientos en tierra firme. Las premisas de que extrae sus deducciones son verdades que tienen la más alta sanción; axiomas que todos aceptan, sobre los cuales fundamos confiadamente los razonamientos y acciones cotidianas, y que pueden ser reducidos a la expresión metafísica de la ley física de que el movimiento busca la línea de mínima resistencia, esto es, que los hombres procuran la satisfacción de sus deseos con el mínimo esfuerzo. Partiendo de una base asegurada así, sus procedimientos, que consisten, sencillamente, en identificar y separar, tienen la misma certeza. En este sentido, es una ciencia tan exacta como la Geometría que, de verdades parecidas relativas al espacio, obtiene sus conclusiones por procedimientos semejantes; y sus conclusiones, cuando sean correctas, deberán resultar, igualmente evidentes. Y aunque en el dominio de la Economía política no podemos probar nuestras teorías por medio de combinaciones y condiciones artificialmente producidas, como ocurre en algunas otras ciencias, podemos, sin embargo, acudir a pruebas no menos concluyentes, comparando sociedades en que existen condiciones distintas, o separando, combinando, adicionando o eliminando imaginativamente fuerzas o ir clores de dirección conocida.
  • 30. 1 2 I N T R O D U C C I Ó N En las páginas que siguen me propongo intentar la solución del gran problema que acabo de esbozar, por los métodos de la Economía política. Me propongo buscar la ley que asocia la pobreza con el progreso y que aumenta la necesidad al crecer la riqueza; y creo que en la explicación de esta paradoja encontraremos la explicación de aquellos reiterados períodos de parálisis industrial y mercantil que, considerados independientemente de sus relaciones con un fenómeno más general, parecen tan inexplicables. Iniciada adecuadamente y proseguida con cuidado, esta investigación tiene que conducir a una conclusión que resísta a todas las pruebas y que, como verdadera, sea correlativa con todas las demás verdades. Porque en la sucesión de los fenóme- nos no hay casualidad. Todo efecto tiene una causa, y todo hecho implica un hecho precedente. Que la Economía política, como actualmente se enseña, no explique la persistencia de la pobreza en medio del aumento de la riqueza de modo que concuerde con las percepciones más arraigadas de los hombres; que las indiscutibles verdades que aquélla enseña sean incoherentes y dispersas; que no baya podido realizar en el pensamiento popular los progresos que la verdad, aun cuando sea ingrata, tiene que realizar; que, por lo contrarío, cultivada desde hace un siglo, durante el cual ha ocupado la atención de algunos de los más sutiles y poderosos entendimientos, sea repudiada por los estadistas, desdeñada por las masas y relegada en la opinión de muchos hombres instruidos y reflexivos al rango de una seudociencia, en la que nada es fijo ni puede fijarse, debe obedecer, a mi juicio, no a una incapacidad de la ciencia cuando se desenvuelve adecuadamente, sino a algún paso en falso en sus premisas o a algún factor omitido en sus apreciaciones. Y como tales errores son generalmente aceptados por los respetos otorgados a la autoridad, me propongo en esta indagación no admitir nada gratuitamente, sino someter aun las teorías aceptadas, a la prueba de los primeros principios, y si no resisten la prueba, interrogar nuevamente a los hechos para tratar de descubrir su ley. Me propongo no dar por resuelto ningún problema, no retroceder ante ninguna conclusión, sino seguir la verdad a donde lleve. Asumimos la responsabilidad de buscar la ley, porque en las entrañas mismas de nuestra civilización hay mujeres extenuadas y pequeñuelos que gimen. Pero lo que esta ley resulte ser no es asunto nuestro. Si las conclusiones a que lleguemos chocan con nuestros prejuicios, no vacilemos; si impugnan instituciones que durante largo tiempo han sido considí radas justas y naturales, no retrocedamos. o ¡Ttj Go
  • 31. EDICIONES DE “PROGRESE AND POVERTY" EN ESPAÑOL PROGRESO Y MISERIA. Imprenta de Jaime Jepús y Roviralta; Barcelona, 1893. PROGRESO Y POBREZA. Imprenta de Hen- rich y Cía. en C.; BarceSona. PROGRESO Y MISE!'-JA. “Prometeo”, Sociedad Editorial; Valencia. PROGRESO Y MISERIA. F, Sempere y compañía, Editores; Valencia. PROGRESO Y MISERIA. Casa Editorial Maucci; Barcelona. PROGRESO Y MISERIA. Francisco Beltrán, editor; Madrid, 1922. PROGRESO Y MISERIA (Progress and Poverty). Editorial Sopeña; Argentina, Buenos Aires, 1946. PROGRESO Y .MISERIA (Progress and Poverty). Fomento de Cultura, Ediciones; Valencia, 1963. Además de las numerosas ediciones hechas en Estados Unidos e Inglaterra, Progress and Poverty ha sido traducido y publicado en los principales idiomas europeos (alemán, búlgaro, checo, danés, español, finlandés, francés, holandés, húngaro, italiano, noruego, polaco, portugués, ruso y sueco), y en árabe, coreano, chino, hebreo y japonés. Printed in U.S.A S A L A R I O S Y C A P I T A L Quien quiera seguir la filosofía tiene que ser un hombre de espíritu libre. PTOLOMEO
  • 32. CAPITULO I LA DOCraiNA CORB1ENTE SOBRE LOS SALARIOS — SU INSUFICIENCIA. Reduciendo a su más compacta forma el problema que nos hemos propuesto investigar, examinemos, paso a paso, la expli cación que la Economía política, según la aceptan hoy las mayores autoridades, da de él. La causa que produce la pobreza en medio del crecimiento de la riqueza es evidentemente la causa que se manifiesta en la tendencia, en todas partes comprobada, de los salarios hacia un mínimo. Planteemos, por consiguiente, nuestra indagación en esta concreta forma: ¿Por qué, a pesar del aumento del poder productivo, los salarios tienden hacia un mínimo que sólo permite un mísero vivirP La respuesta de la Economía política comente es que los salarios son fijados por la proporción entre el número de trabajadores y la suma de capital consagrada a emplear el trabaje, y tiende constantemente hacia el mínimo con que los trabajadores consienten vivir y reproducirse, porque el aumento del número de trabajadores tiende naturalmente a seguir y a superar cualquier aumento del capital. 'No siendo, pues, refrenado el aumento del divisor sino por las posibilidades del cociente, el dividendo puede aumentar hasta el infinito sin dar un resultado mayor. En el pensamiento corriente se tiene por indiscutible esta doctrina. Logra el asenso de • los prestigios más altos entre le?
  • 33.
  • 34. 1 8 SALAMOS Y CAPITAL LI3RO I cultivadores de la Economía política, y aunque ha sufrido algunos ataques, han sido éstos, por lo común, más formales que reales (1). Es adoptada por Buclde como la base de sus generalizaciones sobre historia universal. Es enseñada en todas o casi todas las universidades inglesas y americanas, afirmada en los libros de texto dedicados a enseñar a las masas a discurrir correctamente sobre asuntos prácticos, al mismo tiempo que parece concordar con la nueva filosofía, que, después de conquistar en pocos años casi todo el mundo científico, penetra ahora rápidamente en el pensamiento colectivo. Atrincherada así en las regiones superiores del pensamiento, se halla aún más firmemente arraigada, en forma más cruda, en las que podemos llamar inferiores. Lo que da a los errores del proteccionismo tan tenaz asiento, a pesar de sus evidentes incongruencias y absurdos, es la idea de que la suma a distribuir en salarios es en cada sociedad una determinada, y que la competencia del “trabajo extranjero” tiene que subdividirla aún más. La misma idea yace en el fondo de la mayor parte de las doctrinas que aspiran a la abolición del interés y a la restricción de la competencia, como medios por los cuales se puede aumentar la parte proporcional del trabajador en la riqueza general; y se extiende en todos sentidos entre aquellos que no son bastante reflexivos para tener ideas propias, como puede verse en las (1) Esto me parece verdad respecto de las objeciones de Mr. Thomton, porque al par que niega la existencia de un predeterminado fondo de salarios, consistente en una porción del capital apartada para comprar trabajo, sostiene, sin embargo (y esto es lo esencial), que los salarios son pagados por el capital y que el aumento o disminución del capital es aumento o disminución del fondo utilizable para pagar salarios. El más vigoroso ataque contra la doctrina del fondo de salarios, que yo conozco, es el del profesor F&ancis A. Walker (El problema de los salarios, Nueva York, 1876), el cual, no obstante, admite que los salarios son adelantados en gran parte por el capital —que, en la amplitud que le da, es todo lo que el más decidido defensor de la teoría del fondo de salarios puede pedir—, al par que acepta plenamente la teoría maltusiana. Así, su conclusión práctica no difiere ea aada de la alcanzada por los expositores de la teoría corriente. columnas de los periódicos y en los debates de los Parlamentos. Y, sin embargo, por muy universalmente aceptada y hondamente arraigada que esté, me parece que no. concuerda con hechos notorios.
  • 35. CAP. X LA DOCTRINA CORRIENTE 19 Porque si los salarios dependen de la proporción entre la suma de trabajo que busca empleo y la suma de capital consagrado a emplearlo, la escasez o abundand: relativas de un factor tiene que implicar la correlativa abundancia o escasez del otro. Así, el capital tiene que ser relativamente abundante donde los salarios son altos, y relativamente escaso donde los salarios son bajos. Ahora bien, como el capital empleado en pagar salarios está constituido en gran parte por el capital que constantemente busca inversión, el tipo corriente del interés tiene que ser la medida de su relativa abundancia o escasez. Así, si es verdad que los salarios dependen de la proporción entre la suma de trabajo que busca empleo y la del capital consagrado a emplea o, los altos salarios (señal de relativa escasez de trabajo) habrán de coincidir con el bajo interés (señal de la relativa abundancia de capital), y viceversa, los bajos salarios coincidirán con el alto interés. No ocurre esto, sino lo contrario. Eliminando del interés el elemento del seguro, y mirando sólo al interés propiamente llamado así, o sea a la retribución por el uso del capital, ¿no es una general verdad que el interés es alto donde y cuando los salarios son altos, y bajo donde y cuando los salarios son bajos? A la vez han sido más altos los salarios y el interés en Estados Unidos que en Inglaterra, en los Estados del Pacífico que en los del Atlántico. ¿No es un hecho notorio que donde el trabajo acude en busca de salarios más altos, acude también el capital en busca de interés más alto? ¿No es verdad que donde ha habido un aumente o disminución de los salarios allí ha habido, al mismo tiempo, un aumento o disminución análogos del interés? En California, por ejemplo, cuando los salarios eran más altos que en ninguna otra parte del mundo, también era más alto el interés. Salarios e interés han decrecido a la vez en California.
  • 36. 20 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í Cuando los salarios usuales eran de cinco dólares diarios, el tipo corriente del interés bancario era de 24 por 100 anual. Ahora que los salarios corrientes son de 2 a 2,50 dólares diarios, el tipo del interés bancario usual es de 10 ó 12 por 100. Ahora bien, este hecho frecuente, general, de que los salarios sean más altos en los países nuevos, donde el capital es relativamente escaso, que en los países viejos, donde el capital es relativamente abundante, es demasiado ostensible para ser ignorado. Y aunque tratándolo muy superficialmente, es consignado por los expositores de Economía política corriente. La manera de mencionarlo prueba lo que digo; a saber: que es enteramente incompatible con la aceptada teoría de los salarios. Porque al explicarlo autores como Mili, Fawce'ct y Price, vírtualmente abandonan la teoría de los salarios, en la cual, en los mismos tratados, insisten formalmente. Aunque declaran que los salarios son fijados por la relación entre el capital y los trabajadores, explican la mayor elevación de los salarios y del interés en los países nuevos por la mayor producción relativa de riquezas. Demostraré después que este hecho no es exacto, sino que, por lo contrario, la pro- ducción de riqueza es relativamente mayor en los países viejos y densamente poblados que en los países nuevos y escasamente poblados. Pero ahora sólo deseo señalar la contradicción. Porque decir que los más altos salarios de los países nuevos son debidos a la mayor producción proporcional es visiblemente hacer de la relación con la producción, y no de la relación con el capital, la determinante de los salarios. Aunque esta contradicción no parece haber sido advertida por la cíase de escritores a que aludo, lo ha sido por uno de los más lógicos expositores de la Economía política corriente. El profesor Carnes (1) trata de reconciliar los hechos con la teoría de un modo muy ingenioso, suponiendo que, en los países nuevos, (1) Algunos principios fundamentales de Economía Política nuevamente expuestos, cap. I, parte 2.a donde la actividad se consagra generalmente a la producción de alimentos y de lo que en manufactura se llama materia prima, se dedica al pago de salarios una parte proporcionalmente mayor del capital empleado en la producción, que en los países viejos,, donde una parte
  • 37. CAP. 1 LA DOCTRINA CORRIENTE 21 mayor tiene que ser empleada en maquinaria y materia prima; y así, en los países nuevos, aunque el capital es más escaso (y el interés más alto), la suma destinada al pago de salarios es realmente mayor y los sal rios también más altos. Por ejemplo: de 100.000 dólares consagrados en un país viejo a las manufacturas, 80.000 dólares serían gastados probablemente en edificios, maquinaria y compra de materiales, dejando sólo 20.000 dólares para pagar salarios, mientras que en un país nuevo, de 30.000 dólares consagrados a la agricultura, etc., sólo 5.000 serían requeridos por los instrumentos, dejando 25.000 dólares para ser distribuidos en salarios. De esta manera se explica que el fondo de salarios pueda ser comparativamente grande donde el capital es comparativamente escaso, y que altos salarios y alto interés coincidan. En lo que sigue creo que podré demostrar que esta explicación está fundada sobre un total desconocimiento de las relaciones del trabajo con el capi'tal,. error fundamental en cuanto al fondo de donde se sacan los salarios; pero ahora sólo es necesario indicar que la conexión entre las fluctuaciones de los salarios y el interés en un mismo país y en una misma rama de la actividad no puede ser explicada así. En esas alternativas cono- cidas por “buenos tiempos” y “malos tiempos”, una viva demanda de trabajo y buenos salarios van siempre acompañados por una demanda viva de capital y firmes tipos de interés. Mientras que, cuando los trabajadores no encuentran empleo y los salarios decaen, siempre hay una acumulación de capital que busca inversión a tipos bajos (1). La actual depresión no ha sido menos <1) Los períodos de pánico comercial se caracterizan por altos tipos de descuento, pero esto no es evidentemente un alto tipo de interés, propiamente dicho, sino un alto tipo de prima de seguro contra riesgo. caracterizada por la falta de empleo y la penuria de las clases trabajadoras que por la acumulación de capital inactivo en todos los grandes centros, y por tipos de interés nominales sobre garantías indiscutibles. Así, bajo condiciones que no admiten ninguna explicación compatible con la teoría corriente, encontramos alto interés coincidiendo con altos salarios y bajo interés con bajos salarios; esto es, capital aparentemente escaso cuando el trabajo es escaso, y abundante cuando el trabajo es abundante. Todos estos hechos bien conocidos, que coinciden entre sí, indican una relación entre los salarios y el interés, pero es una relación de conjunción, no de oposición. Evidentemente, son en absoluto incompatibles con la teoría de que los salarios están determinados por la relación entre el
  • 38. 22 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í trabajo y el capital, o parte alguna del capital. ¿Cómo, pues, se preguntará, pudo surgir tal teoría? ¿Cómo es que ha sido aceptada por una serie de economistas desda los tiempos de Adam Smith hasta el día presente? Si examinamos el razonamiento por el cual en los tratados usuales se justifica esa teoría de los salarios, veremos en seguida que no es una inducción de hechos observados, sino una deducción de una teoría previamente aceptada; a saber: que los salarios salen del capital. Si se da por supuesto que el capital es la fuente de los salarios, síguese necesariamente que la suma total de los salarios tiene que ser limitada por la suma de capital consagrada al empleo del trabajo, y de aquí que la suma que los trabajadores pueden recibir individualmente tiene que ser deter- minada por la relación entre su número y la cuantía del capital existente para remunerarles (1). El razonamiento es lógico, pero (1) Por ejemplo, MacCulloch (nota VI a Riqueza de ias naciones) dice: «Aquella porción del capital o riqueza de un país que ios patronos se proponen o desean emplear en la compra de trabajo, puede ser mayor en un tiempo que en otro. Pero sea cual fuere su magnitud absoluta, constituye notoriamente !a única fuente de que puede provenir cualquiera porción de los salarios. Ningún otro fondo existe del que el trabajador, en cuanto tal, pueda sacar ni un solo chelín. Y de aquí se sigue que el tipo medio de los
  • 39. CAP. I LA DOCTRINA CORRIENTE 23 la conclusión, como hemos visto, no concuerda con los hechos. La falta, por tanto, tiene que estar en las premisas. Veámoslc-: Sé que el teorema de que los salarios salen del capital es UPO de los más fundamentales y aparentemente mejor establecidos déla Economía política actual, y que ha sido aceptado como axiomático por todos los grandes pensadores que han consagrado sus facultades a la dilucidación de la ciencia. Sin embargo, creo que puede demostrarse que es un error fundamental, el padre fecundo de una larga serie de errores que vician las más importantes conclusiones prácticas. Y voy a intentar esa demostración. Es necesario que sea clara y concluyente, porque una doctrina sobre la cual están fundados tantos razonamientos importantes, que es defendida por tan altas autoridades, que es tan verosímil en sí misma, y tan apta para reaparecer en diferentes formas, no puede ser completamente eliminada en un párrafo. La proposición que trato de demostrar es: "Que los salarios, en vez de salir del capital, salen en realidad del producto del trabajo por el cual se pagan’ (1). Ahora bien, como la doctrina corriente de que los salarios salen del capital sostiene también que el capital es reembolsado por la producción, a primera vista esto puede parecer una distinción sin diferencia , un mero cambio de terminología, cuya discusión no puede conducir a otra cosa que a aumentar las inútiles disputas que hacen tan estéril y sin valor cuanto se ha escrito sobre asuntos económico-políticos, como la controversia de las varias sociedades cultas sobre la verdadera lectura de la inscrip- salaríos, o la parte alícuota del capital nacional destinado al empleo del trabajo correspondiente, por término medio, a cada trabajador, tiene que depender enteramente de la suma de aquél en relación con el número de aquellos entre los cuales ha de ser dividido.» Citas análogas pueden hacersc de todos los economistas autorizados. Ú) Hablamos del trabajo empleado en la producción, el cual es preferible, por razones de sencillez, circunscribir la indagación. Cualquiera duda que pueda surgir en el pensamiento del lector respecto de los salarios de los servicios improductivos, es mejor dejarla para más tarde. ción de la'« piedra que Mr. Pickwick encontró. Pero se verá que es mucho más que una discusión de forma, cuando se considere que sobre la diferencia entre las dos proposiciones, s.e levantan todas ias teorías
  • 40. 24 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í corrientes acerca de la relación entre el capital y el trabajo; que de ella se deducen doctrinas que, consideradas como axiomáticas, atan, dirigen y gobiernan los más elevados espíritus, al discutir las más apremiantes cuestiones. Porque sobre el supuesto de que los salarios salen directamente del capital y no del producto del trabajo, se funda no sólo la doctrina de que los salarios dependen de la proporción entre el capital y el trabajo, sino la doctrina de que la actividad productora está limitada por el capital; que se ha de acumular el capital antes de que el trabajo sea empleado, y que no se puede emplear el trabajo sino a medida que el capital se acumula; la doctrina de que cada aumento del capital da o puede dar empleo adicional a la actividad productora; la doctrina de que la conversión del capital circulante en capital fijo disminuye el fondo aplicable al sostenimiento del trabajo; la doctrina de que se puede emplear más trabajadores con salarios bajos que altos; la doctrina de que el capital aplicado a la agricultura mantendría más trabajadores que aplicado a las manufacturas; la doctrina de que los beneficios son altos o bajo:? según los salarios son bajos o altos, o de que aquéllos dependen del costo de la subsistencia de los trabajadores; junto a paradojas tales como que una demanda de mercancías no es una demanda de trabajo, o de que el coste de ciertas mercancías puede aumentar con una reducción de los salarios o disminuir con un aumento de éstos. En una palabra: todas las enseñanzas de la economía política usual, en las más amplias y más importantes porciones de su do- jnmio, están fundadas más o menos directamente sobre el supuesto- de que el trabajo es mantenido y pagado a expensas del capital existente, antes de que se obtenga el producto que constituye su último objetivo. Si se demuestra que esto es un error y que, por el contrario, el mantenimiento y pago del trabajo no merma el capital, ni siquiera temporalmente, sino que sale directamente del producto del trabajo, todo este vasto edificio queda sin cimiento y tiene que derrumbarse. Y del mismo modo tienen que hundirse las vulgares teorías que se basan también en la ere ancia de que siendo la suma que ha de distribuirse en salarios una determinada, la participación individual en aquélla tiene que disminuir necesariamente por el aumento en el número de los trabajadores.
  • 41. CAP. X LA DOCTRINA COMIENTE 25 La diferencia entre la teoría corriente y la que yo anticipo es, de hecho, análoga a la existente entre la teoría mercantilista del comercio internacional y aquella con que Adam Smith la reemplazó. Entre la teoría de que el comercio es el cambio de mercancías por dinero, y la teoría de que es el cambio de mercancías por mercancías, puede parecer que no hay diferencia efectiva cuando se recuerda que los adeptos a la teoría mercantil no suponen que el dinero tenga otro uso que el poderse cambiar por mercancías. Sin embargo, en la aplicación práctica de esas dos teorías surgen todas las diferencias entre el rígido proteccionismo y el librecambio. Si he persuadido al lector de la importancia final del razonamiento a través del cual le ruego que me siga, no necesitaré disculparme por adelantado ni por la sencillez ni por la prolijidad. Al atacar una doctrina de tal importancia, sostenida por tan altas autoridades, es necesario ser a la vez claro y completo. Si no fuera por eso, me inclinaría a rechazar con una afirmación el supuesto de que los salarios se sacan del capital. Porque todo el vasto edificio que la Economía política corriente levanta sobre esta doctrina, está en verdad basado sobre cimientos admitidos gratuitamente, sin el más leve intento de distinguir lo aparente de lo real. Debido a que los salarios son pagados generalmente en dinero, y en muchas de las operaciones de la producción son pagados antes de que el producto esté completo o pueda ser utilizado, se ha inferido que los salarios salen del capital preexistente y que, por tanto, la actividad productora está limitada por el capital, lo cual equivale a decir que el trabajo no puede ser empleado hasta que el capital haya sido acumulado, y que sólo puede ser empleado en la medida en que el capital haya sido acumulado. Sin embargo, en los mismos tratados en que se establece sin reservas, haciéndolo base de los más importantes razonamientos y de las más minuciosas teorías, que la actividad productora está limitada por el capital, se dice que el capital es trabajo almacenado o acumulado: “aquella parte de la riqueza que es ahorrada para auxiliar la producción futura”. Si sustituimos la palabra “capital” por esta definición del vocablo, la proposición lleva en sí misma su refutación, porque decir que el trabajo
  • 42. 26 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í no puede ser empleado hasta que los resultados del trabajo sean ahorrados, resulta demasiado absurdo para discutirlo. No obstante, si intentáramos acabar el razonamiento con esta reductio ad absurdum, tropezaríamos indudablemente con la alegación no de que la Providencia proveyó a los primeros trabajadores del capital necesario para ponerse a trabajar, sino de que la proposición se refiere únicamente a un estado social en que la producción ha llegado a ser una operación compleja. Pero la verdad fundamental que en todo razonamiento económico hay que asir firmemente sin dejarla escapar nunca, es que la sociedad, en su forma más altamente desarrollada, no es más que una elaboración de la sociedad en sus más rudos comienzos, y que los principios obvios en las más sencillas relaciones de los hombres sólo están encubiertos, pero no derogados ni revertidos por las relaciones más intrincadas que resultan de la división del trabajo y del uso de complejos instrumentos y métodos. El molino de vapor, con su complicada maquinaria, donde se manifiesta tanta diversidad de movimientos, es sencillamente lo que fue en su día el rudo mortero de piedra desenterrado de un antiguo cauce de un río: un instrumento para moler grano. Y todos los hombres dedicados a esto, ya estén echando leña al horno, dirigiendo la maquinaria, reparando las muelas:, rotulando los sacos
  • 43. CAP. 1 LA DOCTRINA CORRIENTE 27 o llevando los libros, están consagrando efectivamente su trabajo al mismo fin a que lo consagraba el salvaje prehistórico cuando utilizaba su mortero: a preparar el grano para alimento del hombre. Y así, si reducimos a sus más sencillos términos todas las complejas operaciones de la producción moderna, vemos que cada uno de los individuos que toman parte en esa actual red de producción y c?mbio, infinitamente subdívidida e intrincada, está realmente haciendo lo que hacía el hombre primitivo cuando trepaba al árbol para coger el fruto o seguía la marea descendente en busca de mariscos: tratando de obtener de la Naturaleza, por el ejercicio de sus facultades, la satisfacción de sus deseos. Si conservamos esto en el pensamiento con firmeza; si consideramos la producción como un conjunto, como la cooperación de todos los individuos comprendidos en cualquiera de sus grandes sectores para satisfacer los varios deseos de cada uno de aquéllos, veremos claramente que la recompensa que cada cual obtiene de sus esfuerzos viene tan real y directamente de la Naturaleza como resultado de ese esfuerzo, como venía la del primer hombre. Un ejemplo: en el más sencillo estado que podemos concebir, cada hombre se procura su propio cebo y pesca su propio pescado. Las ventajas de la división del trabajo aparecen pronto, y uno extrae cebo mientras otros pescan. Sin embargo, evidentemente, el que extrae el cebo está en realidad haciendo para coger pescado tanto como cualquiera de los que efectivamente cogen el pescado. De igual modo, cuando se descubren las ventajas de las canoas, y, en vez de ir todos a pescar, uno se queda en tierra, y construye y repara canoas, este constructor está en realidad consagrando su trabajo a la captura de peces, tanto como los que efectivamente pescan, y el pescado que él se come por la noche, cuando los pescadores regresan, es tan de veras ei producto de su trabajo como el de aquéllos. Y así, cuando se establece francamente la división del trabajo y, en vez de tratar cada uno de satisfacer sus necesidades recurriendo directamente a la Naturaleza, uno pesca, otro caza, un tercero coge bayas, un cuarto alcanza fruta, un quinto fabrica instrumentos, un sexto construye chozas y un séptimo prepara ropas, cada uno, en la medida en que
  • 44. 28 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í cambia el producto directo de su propio trabajo por el producto directo del trabajo de los demás, está aplicando realmente su propio trabajo a la producción de las cosas que usa; está, en efecto, satisfaciendo sus deseos individuales por el ejercicio de sus facultades individuales, es decir, lo que él recibe, lo produce en realidad. Si arranca patatas y las cambia por caza, es, en efecto, él quien se proporciona la caza tan de veras como si hubiera ido a ca:-ar y hubiera dejado al cazador arrancar sus propias patatas. La expresión vulgar “hago esto y aquello” para significar “gano esto y aquello” o “gano dinero con el que compro esto y aquello”, es, económicamente hablando, verdad, no metafórica, sino literal. Ganar es hacer. Ahora bien, si seguimos estos principios, bastante notorios en un estado social más sencillo, a través de las complejidades del estado que llamamos civilizado, veremos claramente que, en todos los casos en que el trabajo se cambia por mercancías, la producción precede realmente al disfrute, que los salarios son las ganancias, es decir, los productos del trabajo, no los anticipos del capital, y que el trabajador que recibe sus salarios en dinero (acuñado o impreso, acaso, antes de que su trabajo comience), recibe realmente, a cambio de la adición1 que su trabajo ha hecho a la general suma de riqueza, un cheque contra ese general depósito que él puede utilizar en aquella particular forma de riqueza que mejor satisfaga sus deseos; y que ni el dinero, que no es sino el cheque, ni la particular forma de riqueza que él pida a cambio de aquél, representan anticipos del capital, para su sustento, sino que, por el contrario, representan la riqueza, o una parte de la riqueza, que su trabajo había añadido ya al acervo general. Teniendo a la vista estos principios, veremos que el delineante que, encerrado en una sórdida oficina a orillas del Tárnesis, dibu« ja el plano de una gran máquina marina, está, en realidad, consagrando su trabajo a la producción de pan y carne tan verdaderamente como el que está cultivando el grano en California o ■arrojando el lazo sobre las Pampas del Plata; que está fabricando sus propios vestidos tan exactamente como si estuviera esquilando cameros en Australia o tejiendo paño en Paisley, y que tan efectivamente está produciendo el
  • 45. CAP. 1 LA DOCTRINA CORRIENTE 29 vino que bebe en su comida como si estuviera recogiendo los racimos en las márgenes del Garona. El minero que, a dos mil pies bajo el suelo, en el corazón de Comstock, está arrancando el mineral de plata, está, en efecto, por virtud de un millar de cambios, segando mieses en valles cinco mil pies más próximos al centro de la tierra; cazando la ballena a través de los hielos árticos; arrancando hojas de tabaco en Virginia; recogiendo granos de café en Honduras; cortando caña de azúcar en las islas Hawai; cosechando algodón en Georgia o hilándolo en Manchester o Lowell; haciendo lindos juguetes de madera para sus hijos en los montes Hartz, o cogiendo entre los verdes y áureos vergeles de Los Angeles las naranjas que, cuando se le releva su tumo, lleva a su hogar para su mujer enferma. Los salarios que el sábado por la noche recibe en la boca de la mina, ¿qué son sino el certificado para todo el mundo de que él ha hecho estas cosas, cambio primario en la larga serie de cambios que transmutan su trabajo en las cosas por las cuales ha estado trabajando? Todo esto es claro cuando lo miramos a esta luz; pero para batir este error en todas sus trincheras y reductos, tenemos que convertir nuestra investigación desde la forma deductiva a la inductiva. Veamos ahora si, principiando por los hechos y estableciendo sus relaciones, llegamos a conclusiones idénticas que sean tan patentes como cuando, comenzando por los primero: principios, buscamos su comprobación en hechos complejos.
  • 46. 30 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í CAPÍTULO II EL SIGNIFICADO DE LOS VOCABLOS Antes de proseguir nuestra indagación, fijemos el significado de nuestros vocablos, porque la imprecisión en el uso de ellos tiene que producir inevitablemente ambigüedades y vaguedades en el razonamiento. No sólo es requisito en los razonamientos económicos dar a palabras como “riqueza”, “capital”, “renta”, “salarios” y análogas, un sentido mucho más preciso del que tienen en el lenguaje vulgar, sino que, desgraciadamente, algunos de estos términos no tienen siquiera en Economía política un significado cierto, asignado de común acuerdo, pues diferente;; escritores dan al mismo vocablo diferentes significados, y les mismos escritores usan a menudo un mismo vocablo en diferentes sentidos. Nada puede añadirse al vigor de lo dicho por tantos eminentes autores en cuanto a la importancia de definiciones claras y precisas, sino presentar el ejemplo (no raro) de los mismos autores, cayendo en graves errores por las mismas causas contra las cuales prevenían. Y nada demuestra tanto la importancia del lenguaje en el pensamiento, como el espectáculo de pensadores agudos fundando importantes conclusiones sobre el uso de la misma palabra con diversos sentidos. Trataré de esquivar esos peligros; me esforzaré, cuando un vocablo sea importante, en establecer claramente lo que significo por él, y en usarlo en este sentido y no en otro. Pido al lector que anote y retenga en la mente las definiciones dadas así, porque de otro modo no puedo esperar hacerme entender adecuadamente. No trataré de atribuir significados arbitrarios a las palabras, ni de acuñar vocablos, aunque fuera conveniente hacerlo, sino que me acomodaré a la costumbre tan exactamente como sea posible, tratando sólo de fijar el significado de las palabras de modo que expresen claramente el pensamiento. Lo que ahora nos ocupa es descubrir si, de hecho, los salarios son extraídos del capital. Previamente fijaré lo que entendemos por salario y por capital. Los economistas dan a la primera palabra un significado
  • 47. suficientemente concreto; pero las ambigüedades adscritas al uso de la última en Economía política requieren un examen minucioso. En el lenguaje usual, “salario” significa una compensación pagada a una persona contratada por sus servicios; y hablamos de un hombre que “trabaja por salarios” distinguiéndolo de otro que “trabaja por su cuenta”. El uso del vocablo todavía se restringe más por la costumbre de aplicarlo solamente a la compensación pagada por el trabajo manual. No hablamos de salarios de hombres profesionales, administradores o empleados, sino de sus honorarios, sueldos o pagas. Así, el significado" vulgar de la palabra salario es la compensación pagada a una persona contratada por su trabajo manual, Pero, en Economía política, la palabra salario tiene un significado mucho más amplio, y comprende toda retribución por esfuerzo. Porque, como los economistas explican, los tres agentes o factores de la producción son: tierra, trabajo y capital, y aquella parte del producto que va al segundo de esos factores es denominada por ellos salario. Así, el vocablo trabajo comprende todo esfuerzo humano para 3a producción de riqueza, y siendo los salarios aquella parte del producto que va al trabajo, abarcan toda recompensa por tal esfuerzo. Por consiguiente, en el sentido político-económico de la palabra salario, no hay distinción en cuanto a la clase de trabajo, o en cuanto a que su recompensa sea recibida o no por
  • 48. CAP. II EL SIGNIFICADO DE LOS VOCABLOS medio de un patrono, sino que el salario significa la remuneración recibida por el esfuerzo del trabajo, en cuanto distinta de la remuneración recibida por el uso del capital, y de la remuneración recibida por el propietario por el uso de la tierra. El hombre que cultiva el suelo por sí mismo recibe sus salarios en su producto, lo mismo que, si usa su propio capital y es dueño de su tierra, puede además recibir intereses y renta; los salarios del cazador son la caza que mata; los salarios del pescador son el pescado que coge. El oro extraído por el buscauor de oro que se emplea a sí propio, es el salario suyo, tanto como el dinero pagado al minero contratado por el comprador de su trabajo (1), y como Adam Smith dice: los cuantiosos provechos de los vendedores al por menor son, en gran parte, salarios, puesto que son la recompensa de su trabajo y no de su capital. En una palabra: todo lo recibido como resultado o recompensa del esfuerzo es “salario”. Esto es todo lo que necesitamos consignar ahora en cuanto a los salarios, pero es importante retenerlo en la mente. Porque en las principales obras económicas, este sentido del término salario es admitido con mayor o menor claridad sólo para ignorarlo en seguida. Pi’ro es más difícil librar a lk idea de capital de las ambigüedades qüe la rodean, y fijar el uso científico del término. En el discurrir común, toda clase de cosas que tienen un valor o que producen un provecho son llamadas vagamente capital, mientras ■ que los economistas disienten tanto que apenas puede decirse que el vocablo tenga un significado fijo. Comparemos unas con otras las definiciones de unos pocos escritores representativos: “Aquella parte del caudal de un hombre —dice Adam Smith (lib. II, cap. I)—de la cual espera que le proporcione una ganancia, es llamada su capital”, y el capital de una nación o sociedad, (1) Esto era reconocido en el lenguaje corriente en California, done] - los mineros de los placeres llamaban a sus ganancias sus «salarioss, y hablaban de ganar altos o bajos salarios según la cantidad de oro que recogían.
  • 49.
  • 50. 34 SALARIOS Y CAPITAL LIBRO í sigue diciendo, consiste en: primero, máquinas e instrumentos de producción que facilitan y abrevian el trabajo; segundo, edificios, no sólo viviendas, sino lo que puede considerarse como instrumentos de trabajo, tales como tiendas, granjas, etc; tercero, mejoras de la tierra que facilitan su labranza y cultivo; cuarto» las aptitudes adquiridas y útiles de todos los habitantes; quinto, dinero; sexto, mercancías existentes en las manos de los productores y comerciantes, de cuya venta esperan aquéllos obtener provecho; séptimo, la materia prima o parcialmente elaborada de los artículos Xüanufacturados todavía en manos de los productores o vendedores; octavo, artículos ya terminados, pero todavía en poder de los productores o vendedores. A los cuatro primeros los denomina capital fijo, y a los otros cuatro, capital circulante, distinción de la cual no es necesario, para nuestro fin, tomar nota. La definición de Ricardo es: “Capital es aquella parte de la riqueza de un país empleada en la producción, y consiste en alimentos, vestidos, instrumentos, materias primas, maquinaria, etc., necesarios para efectuar el trabajo.” (Principios de Economía Política, cap. V.) Esta definición, adviértase, es muy diferente de la de Ádam Smith, en cuanto excluye^muchas de J is cosas que éste incluye, como las aptitudes adquiridas, artículos de mero placer o lujo en poder de los productores o traficantes, e incluye algunos artículos que aquél excluye, tales como alimentos, vestidos, etc., en poder del consumidor. La definición de McCulloeh es: “El capital de una nación comprende realmente todas aquellas porciones del producto del trabajo existente en ella que pueden ser empleadas directamente en el sostenimiento de la existencia humana o para facilitar la producción.” (Notas sobre Riqueza de las Naciones, lib. II, cap. I.) Esta definición sigue la de Ricardo, pero es más amplia. Al par que excluye cuanto no es capaz de ayudar a la producción, incluye todo lo que es capaz de ello, sin referirse a su actual uso o necesidad de su uso; conforme a la opinión de McCullodi, el caballo que tira de un carruaje de lujo es, según expresamente afirma, tan capital como el
  • 51. CAP. II EL SIGNIFICADO DE LOS VOCABLOS 35 caballo que tira de un arado, porque aquél puede ser usado, si se presenta la necesidad, para tirar de un arado. John Stuart Mili, siguiendo las mismas orientaciones de Ricardo y de McCulloch, no hace ni del uso ni de la capacidad de uso, sino de la determinación del uso, la prueba del capital. Dice: “Todas las cosas destinadas a suministrar al trabajo productivo el abrigo, protección, instrumentos o materiales que el trabajo requiere, y a alimentar y sostener de cualquier otro modo al trab; ;ador durante el proceso de la producción, son capital.” (Principios de Economía Política, lib. I, cap. IV.) Estas citas ilustran suficientemente la divergencia de los maestros. Entre los autores secundarios, las discrepancias son aún mayores. Algunos ejemplos bastarán para probarlo. El profesor Wayland, cuyos Elementos de Economía Política han sido durante mucho tiempo un libro de texto favorito en las instituciones docentes de América, en que se ha pretendido enseñar Economía política, da esta luminosa definición: “La palabra 'capital’ es usada en dos sentidos: en relación al producto, significa cualquier sustancia sobre la cual es ejercido el trabajo. En relación con la producción, las materias a las cuales el trabajo trata de conferir valor, aquellas a las cuales ya se lo han conferido; los instrumentos empleados para conferir ese valor, lo mismo que los medios de subsistencia, por los cuales el ser es sostenido mientras está dedicado a esa operación.” (Elementos de Economía Política, lib. 1, cap. I.) Henry C. Carey, el apóstol americano del proteccionismo, define el capital como “el instrumento por el cual el hombre obtiene dominio sobre la Naturaleza, inclusas las facultades físi cas y mentales del hombre mismo.” El profesor Ferry, un librecambista de Massachusetts, con gran acierto objeta a esto que confunde deplorablemente los límites entre el capital y el trabajo, y luego él mismo confunde lamentablemente los límites entre el capital y la tierra, definiendo el capital como “toda cosa valiosa, aparte el hombre mismo, de cuyo uso proviene un aumento pecuniario o provecho.” Un economista inglés de alto prestigio, Mr. Wm. Thornton, comienza un minucioso examen de las relaciones del trabajo y capital (Sobre el
  • 52. 36 SALARIOS Y CAPITAL LIBEO I Trabajo) estableciendo que incluirá la tierra con el capital, lo cual es como si uno que se propusiera enseñar álgebra comenzara con la declaración de que considerará el signo más y el signo menos como si significaran lo mismo y tuvieran igual valor. Un escritor americano, también de alto prestigio, el profesor Francis A. Walker, hace la misma declaración en su voluminoso libro sobre El Problema del Salario. Otro escritor inglés, N. A. Nicholson (La Ciencia de los Cambios, Londres, 1873), parece alcanzar el summum de lo absurdo declarando en un párrafo (pág. 26) que “el capital tiene que ser acumulado naturalmente ahorrando”, y estableciendo en el párrafo inmediato que “la tierra que produce cosecha, el arado que voltea el suelo, el trabajo que obtiene el producto y el producto mismo, si de su empleo se deriva un provecho material, son todos igualmente capital”, Pero cómo han de ser acumulados la tierra y el trabajo ahorrándolos no condesciende a explicarlo. Del mismo modo, un notable escritor americano, el profesor Amasa Walker (La Ciencia de la Riqueza, pág. 66), declara primero que el capital proviene de los ahorros líquidos del trabajo, e inmediatamente declara que la tierra es capital. Podría llenar varias páginas citando definiciones contradictorias e incompatibles. Pero sólo conseguiría cansar al lector. Es innecesario multiplicar las citas. Las ya expuestas son suficientes para demostrar cuán gran divergencia existe en cuanto a la comprensión del término “capital”. Quien necesite mayores testimonios de la “confusión peor confundida” que existe sobre este asunto entre profesores de Economía política, puede encontrarlos en cualquier biblioteca donde las obras de estos profesores esté>¡ unas al lado de otras. Ahora bien, importa poco el nombre que demos a } as cosas si cuando usamos el nombre siempre tenemos a la vista las mismas cosas y no otras. Pero la dificultad que en los razonamientos económicos surge de estas vagas y cambiantes definiciones del capital, es que sólo en Lis premisas del razonamiento se emplea el termino en el sentido peculiar afirmado por la definición, mientras que, en las conclusiones prácticas a que se llega, siempre es usado, o por lo menos siempre es entendido, en un general y determinado sentido. Cuando, por
  • 53. CAP. II EL SIGNIFICADO DE LOS VOCABLOS 37 ejemplo, se dice .que los salarios salen del capital, la palabra “capital" es entendida en el mismo sentido que cuando hablamos de escasez o abundancia, aumento o disminución, destrucción o incremento de capital, ur- sentido comúnmente entendido y corriente, que distingue al capital de los demás factores de la producción, tierra y trabajo, y que también lo distingue de las demás cosas análogas empleada.« sólo para la propia satisfacción. En realidad, la mayoría de la gente entiende bastante bien lo que es capital, hasta que comienza a definirlo, y yo creo que sus obras demostrarán que les economistas que difieren tanto en sus definiciones usan el vocablo en este sentido en que generalmente se le entiende en codos los casos, salvo en sus definiciones y en los razonamientos fundados sobre éstas. Esta acepción vulgar del término es la de riqueza consagrada a procurar más riqueza. Adam Smith expresa correctamente est- idea vulgar cuando dice: “Aquella parte del caudal de un hombre de la cual espera obtener provecho, es llamada su capital.” Y el capital de una sociedad es, evidentémente, la suma de tales caudales individuales o aquella parte del caudal colectivo del cual se espera obtener más riqueza. Este es también el se-> tido etimológico del vocablo. La palabra “capital”, como los filó logos explican, llega a nosotros desde un tiempo en que ¡a riqueza era estimada en ganado y la renta de un hombre depen
  • 54. 38 SALARIOS Y CAPIVAL LIBRO I día del número de cabezas que podía conservar para aumentarla. Las dificultades que rodean el uso de la palabra “capital” como término exacto, y de las cuales las discusiones políticas y sociales corrientes dan ejemplos aún más notables que las definiciones de los economistas, nacen de dos hechos: el primero, que cierta clase de cosas cuya posesión para el individuo equivale precisamente a la posesión de capital, no son parte del capital de la sociedad; y el segundo, que cosas de la misma clase pueden ser o no capital, según al fin a que se consagren. Con algún cuidado en cuanto a estos extremos, no habrá dificultad para obtener una idea lo bastante clara y fija de lo que propiamente comprende el término capital, según se usa generalmente; una idea tal que nos permitirá decir qué cosas son capital y cuáles no, y usar la palabra sin ambigüedades ni error. Tierra, trabajo y capital son los tres factores de la producción. Si recordamos que capital es un término usado en contraposición de tierra y trabajo, veremos en seguida que nada de lo propiamente incluido bajo uno u otro de estos términos puede ser clasificado propiamente como capital. El término tierra incluye no sólo la superficie de la tierra en cuanto distinta del agua y del aire, sino todo el universo material, aparte el hombre mismo; porque éste, sólo teniendo acceso a la tierra, de la cual procede su mismo cuerpo, puede ponerse en contacto con la naturaleza o usar de ella. El término “tierra” abarca, en resumen, todas las materias, fuerzas y elementos naturales, y, por consiguiente, nada de lo que la naturaleza suministra espontáneamente puede ser, propiamente, clásificado como capital. Un campo fértil, un rico filón de mineral, un salto de agua que suministra fuerza, pueden dar a su poseedor ventajas equivalentes a la' posesión de capital; pero clasificar tales cosas como capital sería concluir con la distinción entre tierra y capital, y} en cuanto a su mutua relación, dejar dichos términos vacíos de significado. De igual modo, el vocablo “trabajo” incluye todo esfuerzo humano, y de aquí que las facultades humanas, sean naturales o adquiridas, nunca pueden ser clasificadas propiamente como capital. En el lenguaje usual, hablamos