Texto de gombrich sobre consecuencias de la mecanización
1. Fuente: GOMBRICH, E.H, (1999 [1935]): Breve historia del mundo, Barcelona, Península
Todo ello [la crisis de los gremios] provocó una
imponente conmoción entre las personas, y la
sacudida experimentada fue tal que casi nada quedó
en su anterior posición. !Piensa en lo fijo y ordenado
que se hallaba todo en los gremios de la ciudad
medieval! Aquellos. gremios habían pervivido hasta la
época de la Revolución francesa, y aún más. Es cierto
que a un oficial le resultaba entonces mucho más
difícil llegar a maestro que en la Edad Media, pero, no
obstante, tenía la posibilidad y la esperanza de
alcanzar ese grado. Ahora, de pronto, todo cambió
por completo. Algunas personas eran propietarios de
máquinas. Y para hacer funcionar una de aquellas
máquinas no se necesitaba haber estudiado mucho,
pues la máquina lo hace todo por sí sola. En unas
horas se puede enseñar con facilidad su manejo. Así,
quien fuera dueño de un telar mecánico contrataba a
unas pocas personas (podían ser incluso mujeres o
niños) que eran capaces de realizar más trabajo con la
máquina que el producido antes por cien tejedores
expertos en el oficio. ¿Qué harían ahora los tejedores
de una ciudad si, de pronto, se instalaba allí una de
esas máquinas? Ya no se les necesitaba. Lo aprendido
en un trabajo de años como aprendices y oficiales
resultaba totalmente superfluo; la máquina lo hacía
más rápido, y hasta mejor, e incomparablemente más
barato, pues no necesita comer ni dormir como una
persona. No le hace falta descansar jamás. El
fabricante, con su máquina, se ahorraba o podía
emplear en provecho propio todo lo que habrían
necesitado cien tejedores para llevar una vida feliz.
Sin embargo, ¿no necesitaba también él trabajadores
para hacer funcionar la máquina? Sin duda. Pero, en
primer lugar, muy pocos; y en segundo, sin ninguna
preparación.
Pero, sobre todo, hubo algo más: los cien
tejedores de la ciudad se quedaron ahora sin empleo.
Morirían de hambre irremediablemente, pues su
trabajo lo realizaba una máquina. No obstante, como
es natural, antes de morir de hambre junto con su
familia, una persona está dispuesta a todo. Incluso, a
trabajar por una cantidad de dinero increíblemente
escasa, con tal de recibir cualquier cosa para seguir
viviendo y trabajando. Así, el fabricante dueño de las
máquinas podía llamar a los cien tejedores
hambrientos y decirles: «Necesito cinco personas que
atiendan mis máquinas y mí fábrica. ¿Por cuánto
dinero lo haríais?». Aunque hubiese en ese momento
alguien que respondiera: «Quiero una cantidad que
me permita vivir tan feliz como antes», es posible que
otro dijese: «Me basta con poder comprar cada día
una rebanada de pan y un kilo de patatas». Y un
tercero, al ver que éste le arrebataba su última
posibilidad de vivir, afirmaría: «Lo intentaré con
media rebanada de pan». Y cuatro más añadirían:
«Nosotros también». «De acuerdo -respondería el
fabricante-, en ese caso probaré con vosotros..
¿Cuántas horas queréis trabajar al día?». «Diez horas»,
diría uno. «Doce», diría el segundo, para no perder
aquella oportunidad. «Yo puedo trabajar dieciséis»,
exclamaría el tercero. Al fin y al cabo, les iba la vida
en ello. «Bien», diría el fabricante, «en tal caso, me
quedo contigo. Pero, ¿qué hará mi máquina mientras
tú duermes? ¡No necesita dormir!». «Puedo mandar a
mi hijo de diez años», diría el tejedor desesperado.
«¿Y qué he de darle». «Dale un par de monedas para
pan con mantequilla». «La mantequilla sobra», diría,
quizá, el fabricante. Y así se cerraba el negocio. Pero
los otros 95 tejedores en paro tendrían que morir de
hambre o procurar que los aceptaran en otra fábrica.
No creas que todos los fabricantes eran, en
realidad, tipos tan malos como te lo he descrito aquí.
Pero el más malvado y que pagara menos podía
vender más barato que nadie y tenía, por tanto, el
mayor éxito. Así pues, los demás se veían obligados a
tratar a los trabajadores de manera similar, contra su
conciencia y su compasión;
La gente estaba desesperada. ¿Para qué aprender,
para qué esforzarse en realizar un bello y delicado
trabajo manual? La máquina hacía lo mismo en una
centésima de tiempo y, a menudo, de manera más
regular y cien veces más barata. Así, antiguos
tejedores, herreros, hilanderos y- carpinteros caían en
una miseria cada vez mayor e iban de fábrica en
fábrica con la esperanza de que les permitieran
trabajar en ellas por unos céntimos. Algunos se
enfurecieron de tal modo con las máquinas que
habían destruido su dicha que asaltaron las fábricas y
destrozaron los telares mecánicos, pero no sirvió de
nada. En 1812 se impuso pena de muerte a quien
destruyera una máquina. Y luego aparecieron otras
nuevas y mejores, capaces de realizar no ya el trabajo
de 100, sino de 500 obreros, y que hicieron aún
mayor la miseria general.
Hubo entonces ciertas personas que se dieron
cuenta de la imposibilidad de seguir así. De que era
injusto que alguien, por el mero hecho de poseer una
máquina que, quizá, había heredado, tuviera derecho
a tratar a los demás como difícilmente habría tratado
un noble a sus campesinos. Pensaban que cosas
como las fábricas y las máquinas, cuya posesión
significaba un poder tan inmenso sobre el destino de
otras personas, no debían pertenecer a los individuos
sino ser propiedad común. Esta opinión se llamó
socialismo. Se imaginaron muchas posibilidades para
organizarlo todo con el fin de eliminar la miseria de
los trabajadores hambrientos mediante un sistema de
trabajo socialista. Se pensó que no bastaba con darles
2. Fuente: GOMBRICH, E.H, (1999 [1935]): Breve historia del mundo, Barcelona, Península
el salario que les proporcionaba cada fabricante, sino
también una participación en sus grandes beneficios.