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Apéndice D
Tras la pista del Archaeoraptor
Cuando surgieron las preguntas sobre la auten-
ticidad del Archaeoraptor, uno de los fósiles pre-
sentado en el artículo «¿Tenía plumas T. Rex?»,
de noviembre de 1999, National Geographic le
propuso a Lewis M. Simons, un veterano periodis-
ta de investigación, que indagara qué había suce-
dido. Este es su informe.
Figura D.1: Fósil del falso Archaeoraptor. Foto-
grafía con luz natural y con luz ultravioleta, con
la que destacan los huesos contra el mineral.
Su nombre, Archaeoraptor liaoningensis
Sloan, es casi tan largo como su cola, pero para
mis ojos profanos aquellos huesos descarnados
parecían los restos del pollo de la cena del
domingo anterior. Sin embargo, para algunos
paleontólogos eminentes que vieron el pequeño
esqueleto era la clave que buscaban desde hacía
tiempo de un misterio de la evolución. Para otros
miembros de esta comunidad, con frecuencia
hirsuta y decididamente individualista, era una
broma de mal gusto. Y para Bill Allen, editor
de National Geographic, fue un quebradero de
cabeza enorme.
El pasado noviembre, la revista proclamaba
que el descubrimiento del fósil en una empobre-
cida región del nordeste de China proporcionaba
«un eslabón perdido en la compleja cadena que
conecta a los dinosaurios con las aves», y se fe-
licitaba de contribuir a financiar la investigación.
Dos meses más tarde, cuando resultó que el fósil
había sido hábilmente ensamblado con partes de
diferentes criaturas, es decir, era un fraude, Allen
pasó con rapidez de la sorpresa a la humillación y
al enfado.
Cuando se calmó, el editor me pidió que inten-
tara averiguar qué había pasado. «Consigue toda
la información que puedas. ¿Cómo nos metimos
en este embrollo? ¿Quién ensambló el fósil? ¿Có-
mo pasó de un agujero en el suelo hasta nuestras
páginas? ¿Quién tiene la culpa? Que se sepa toda
la verdad.»
Tras recibir carta blanca, recorrí zonas de Chi-
na y de Estados Unidos, así como los pasillos de
la sede de la Sociedad en Washington.
A partir de lo que vi, oí y leí, elaboré un bre-
ve informe sobre Archaeoraptor. Es un relato de
213
214 APÉNDICE D. TRAS LA PISTA DEL ARCHAEORAPTOR
discreción y confianzas equivocadas, de choques
de egos desproporcionados, autobombo, ilusio-
nes, suposiciones ingenuas, errores humanos, ter-
quedad, manipulación, murmuraciones, mentiras,
corrupción y, sobre todo, de una pésima comuni-
cación. Es una historia en la que ninguno de los
personajes sale bien parado. Y al igual que a la
propia estructura de huesos, a este informe le fal-
tan, por fuerza, algunos fragmentos.
La historia empezó un caluroso día de finales
de julio de 1997, cuando un campesino cavaba en
una cantera de pizarra en Xiasanjiazi, en la pro-
vincia de Liaoning, en el nordeste de China, y
extrajo una lámina delgada, de color de ante, cu-
ya superficie era más o menos la décima parte de
un metro cuadrado. Como muchos de sus veci-
nos, solía excavar en busca de fósiles, que a veces
vendía a algún coleccionista o traficante de fósiles
por unos cuantos dólares. Sin embargo, esta pieza
era extraordinaria: contenía los huesos fosilizados
de lo que parecía ser un ave, incluidos indicios de
plumas y un pico con dientes diminutos.
Utilizó un pico y una pala y había roto la hoja
al cavar. Algunas fracturas siguieron grietas late-
rales del plano del propio fósil, lo que dio como
resultado lo que los paleontólogos llaman molde
y contramolde, o parte y contraparte. Son reflejos
exactos, algo así como una galleta Oreo separa-
da en sus dos partes. Continuó excavando y a un
par metros de distancia encontró una lasca más
pequeña que contenía una cola rígida del tamaño
aproximado de una aguja de ganchillo, un cráneo,
un pie y otras partes. Este fósil también estaba di-
vidido en molde y contramolde.
No sé cómo se llama el campesino, ni pude ha-
blar con él. Cuando en marzo pasado visité Xia-
sanjiazi, ninguna de las personas que encontré ad-
mitió conocerlo. Prometí el anonimato, pero te-
nían buenas razones para no decir palabra. Un ofi-
cial de policía me explicó en Beipiao, capital de
la comarca, que sólo pueden excavar los campe-
sinos autorizados, y que deben entregar sus ha-
llazgos a cambio de una pequeña remuneración.
El que se queda con un fósil puede ser arrestado.
En la cercana ciudad de Jinzhou, un juez me dijo
que la pena puede ser de entre dos y tres años de
cárcel, y en casos excepcionales, como cuando un
fósil sale de China de contrabando y se vende en
el extranjero por decenas de miles de dólares, la
ejecución.
El Archaeoraptor fue trasladado a Estados Uni-
dos, donde se vendió por 80.000 dólares.
Así que lo que escribo sobre el campesino se
basa en lo que vi en el pueblo y en las canteras, y
en las respuestas a las preguntas que dejé para él
al traficante que le compró el ejemplar.
En su vivienda de una sola habitación, el cam-
pesino puso aparte el contramolde de la cola, y
pegó con una pasta casera el molde de la cola a la
parte inferior de un cuerpo similar al de un ave.
Con piezas del contramolde del propio cuerpo,
y posiblemente otros fragmentos que había ido
guardando, pegó las patas y los pies que faltaban.
Consciente de que, a diferencia de los paleontó-
logos, los coleccionistas prefieren ejemplares en-
samblados listos para ser exhibidos, el campesino
siguió la economía básica de mercado.
El resultado fue «el eslabón perdido»: el cuerpo
de un ave primitiva con los dientes y la cola de
un dinosaurio terrestre pequeño, o dromeosaurio.
Con el tiempo, la cola, y si pertenecía o no al lugar
donde estaba pegada, seria más importante que el
dinosaurio.
No puedo asegurar si el campesino creó un
fraude de forma deliberada para ganar un dine-
ro extra o si pegó de buena fe los fragmentos que
pensó que iban juntos. Según sus respuestas a las
preguntas que le hice a través del traficante, creyó
entonces, y cree todavía, que «la cola pertenece al
cuerpo [y] que se separo del cuerpo cuando que-
dó enterrada» hace más de 120 millones de años.
Pero cuando la encontró debió haber visto que la
cola estaba conectada a otro cuerpo.
El traficante, con el que hablé largo rato y cuyo
nombre no revelaré para preservar su seguridad,
fue el único personaje de la historia que no ad-
mitió ninguna culpabilidad. Dijo que compró el
fósil al campesino en junio de 1998 e insistió en
que ni entonces ni ahora sabía que fuera una fal-
sificación.
No tengo la menor duda de que el traficante sa-
bía que hacía contrabando, pese a que se esforzó
en explicarme su modo de actuar ante la ley chi-
na. A través de un «socio» de un instituto cientí-
215
fico de la ciudad de Guilin obtuvo un papel con
el titulo de «certificado», que hace constar que el
fósil fue «adquirido legalmente» y que «es legal
para ser exportado desde China» como parte de
un «programa de intercambio de ejemplares».
La ley china de 1982 que prohibe la exporta-
ción de cualquier fósil de vertebrado está ahora
sometida a su sexta revisión, y el traficante sos-
tenía que «por el momento no hay ley». Mientras
las autoridades de Pekín insisten en que ningún
fósil debe salir del país de forma legal, la realidad
es que se sacan grandes cantidades, la mayoría de
las veces mediante el soborno de los funcionarios
locales.
El traficante vendió el Archaeoraptor a prin-
cipios de febrero de 1999 en una exposición de
gemas y minerales en Tucson, Arizona. El com-
prador, Stephen A. Czerkas, director de un museo
de dinosaurios sin ánimo de lucro en la pequeña
localidad de Blanding, Utah, me dijo que se que-
dó «pasmado» cuando le mostraron el fósil en la
habitación del traficante. Sin dudar de su autenti-
cidad, reunió los 80.000 dólares que pedían con
una llamada a M. Dale Slade, un empresario de
Blanding y patrocinador activo del museo.
Czerkas y su mujer, Sylvia, son artistas que
crean figuras de dinosaurios a tamaño real, y al-
gunas de ellas están expuestas en museos impor-
tantes de todo el mundo. Pese a que han escrito
libros y artículos, ninguno tiene un doctorado. Es
una cuestión delicada para ellos e irritante para al-
gunos doctores en paleontología, quienes los des-
califican por aficionados.
Los Czerkas y Slade previeron que el nuevo
ejemplar se convertiría en la joya de la corona
del Museo de Dinosaurios en Blanding. Pensaron
que el fósil se convertiría en un imán para grandes
multitudes de turistas, así como de investigadores
serios. Aunque su sueño se vio frustrado, ni Slade
ni los Czerkas han intentado recuperar los 80.000
dólares. El traficante me dijo que había hecho de-
voluciones e intercambios con anterioridad. «¿Pa-
ra qué queremos que nos devuelvan el dinero? me
preguntó Slade, incrédulo. Tenemos algo mejor
que el dinero.» Según él, el fósil ha sido valorado
en «entre un millón y un millón y medio de dóla-
res», y su compañía se propone desgravarlo como
una contribución al museo de Blanding.
Más o menos una semana después de llevarse
el fósil a casa, los Czerkas hablaron con un viejo
amigo, Philip J. Currie, un reconocido científico
canadiense del Royal Tyrrell Museum of Palaeon-
tology en Alberta. La pareja quería que Currie se
les uniera como coautor de un artículo que iban
a escribir. A Currie le interesó. Como a menudo
era asesor de la Geographic se lo mencionó a Ch-
ristopher P. Sloan, director de arte de la revista.
Sloan pensó que se podía dedicar un artículo al
pequeño fósil.
Pero Currie y Sloan no querían comprometer
el acceso a China de sus organizaciones al ver-
se asociados con un ejemplar que las autoridades
sin duda iban a considerar de contrabando. Con-
vencieron con dificultad a los Czerkas para que,
tras concluir el estudio, devolvieran a China el Ar-
chaeoraptor sin ninguna compensación para Sla-
de. (El fósil fue devuelto el pasado 25 de mayo.)
A instancias de Currie, el director del Institu-
to de Paleontología y Paleoantropología de Ver-
tebrados en Pekín, que recibiría el fósil repatria-
do, propuso que Xu Xing, un científico del insti-
tuto, pasara «entre tres y cinco meses» en Estados
Unidos para ayudar a estudiar el Archaeoraptor y
colaborar en el artículo científico. En realidad Xu,
cansado por la diferencia horaria tras haber vola-
do a Estados Unidos a petición de National Geo-
graphic, sólo dispuso de dos días para observar el
fósil en Blanding antes de verse forzado a asistir
a una reunión con los medios de comunicación en
Washington.
Al saber que el fósil iba a ser devuelto a China,
Currie se sintió con libertad para involucrarse de
lleno, y Sloan obtuvo el consentimiento de Bill
Allen para cubrir la historia. Los Czerkas y Cu-
rrie, junto con Xu, se pusieron de acuerdo para
escribir por primera vez un artículo y publicarlo
en la prestigiosa revista científica Nature. Natio-
nal Geographic, que intenta tender un puente en-
tre la ciencia pura y la divulgación, prefiere no
revelar descubrimientos científicos sin que antes
hayan sido evaluados con detenimiento por exper-
tos. Al final, el esfuerzo por coordinar la publica-
ción entre Nature y la Geographic fracasó, lo que
contribuyó, en gran medida, a la publicación de
216 APÉNDICE D. TRAS LA PISTA DEL ARCHAEORAPTOR
un artículo falso en esta última revista.
En un principio el artículo sobre el Archaeo-
raptor tenía que aparecer en la revista como parte
de un reportaje más amplio sobre dinosaurios con
plumas. Sloan, que se había encargado de la direc-
ción de arte de numerosos artículos, pero nunca
había escrito uno, había convencido a Allen para
que le dejara redactar éste. La publicación se fijó
para noviembre, seis meses más tarde, un margen
de tiempo menor de lo normal.
La asociación entre Sloan y Currie estaba con-
denada al fracaso. Como escritor novato, Sloan
cometió el pecado capital del periodista: supuso
que, ya que la reputación de Currie era tan excep-
cional, no era necesario estar encima de él o cues-
tionarle. Más que en una fuente, Currie se convir-
tió en un colaborador. Peor aún, Currie estaba tan
ocupado atendiendo sus compromisos en todo el
mundo, que prestó poca atención al proyecto so-
bre el Archaeoraptor.
El 6 de marzo, Currie viajó a Blanding a car-
go de National Geographic y examinó el fósil por
primera vez. Hizo sonar la primera alarma. «Me
di cuenta de que algo funcionaba mal porque no
se podía ver una conexión entre la cola y el cuerpo
me dijo, y las patas eran claramente molde y con-
tramolde. Se lo comuniqué a Stephen y estuvo de
acuerdo. Era obvio, podías medir los huesos y ver
que estaban alineados.» Sin embargo, según los
Czerkas, Currie sólo mencionó uno de los pies,
pero no habló de la cola.
Cuando entrevisté a los implicados no para-
ban de surgir discrepancias de este tipo. Con una
publicidad negativa aún cerniéndose sobre ellos,
ahora recuerdan versiones muy distintas de lo su-
cedido. Con la perspectiva del tiempo, lo que en-
tonces podía resultar confuso, ahora se percibe
con claridad. Pocos aceptan la culpa y se acusan
entre sí.
Habría más alarmas, pero como Allen había pe-
dido que el proyecto se abordara con la máxima
discreción, pasaron inadvertidas o no se informó
sobre ellas. Allen dice ahora que si alguno de esos
avisos hubiera llegado hasta él, habría suspendido
el proyecto.
En una falta de responsabilidad muy perjudi-
cial, Currie no le habló a Sloan de sus sospechas.
Dijo que dio por sentado que lo harían los Czer-
kas. Estos sostienen que no había ningún motivo
para hacerlo. En mayo, Sloan visitó a los Czer-
kas y vio el fósil. Ávido entusiasta de los dinosau-
rios, pero no científico, Sloan estaba entusiasma-
do. «No cabía duda de que se trataba de un animal
extraño me dijo, pero no tenía razones para sospe-
char que no fuera auténtico. Había trabajado con
Phil durante años y él lo había visto.» Cegado por
su alta consideración del científico, Sloan se abs-
tuvo de interrogarle a fondo.
La participación de Currie fue clave para la im-
plicación de National Geographic. En la prepara-
ción posterior del artículo, cuando Bill Allen di-
jo a sus editores que mantuvieran una confiden-
cialidad estricta, Kathy B. Maher, la investigado-
ra de la revista encargada de comprobar su vera-
cidad, recuerda que no estaba preocupada «por-
que Phil participaba en el proyecto y yo confiaba
plenamente en él». Ahora Currie reconoce que se
equivocó. «Está claro que debería haber avisado a
la Geographic personalmente y no confiar en que
otros lo hicieran.»
El 2 de agosto, Currie tuvo un breve encuen-
tro con los Czerkas en Austin, en el Servicio de
TC por Rayos X de Alta Resolución de la Univer-
sidad de Texas, fundado por el profesor Timothy
Rowe. Utilizando un aparato de grandes dimen-
siones, Rowe y sus ayudantes escanearon el fósil
durante más de 100 horas y generaron una serie de
fotografías que parecían mostrar numerosas frac-
turas: 88 piezas en total. Rowe, de aspecto robusto
y maneras toscas, accedió a cobrar un precio re-
bajado de 10.000 dólares por los escáneres (que
se pagaron con una subvención de National Geo-
graphic Society a Currie) a cambio de que se le
incluyera como otro coautor del artículo.
Antes de que Currie entrara en el laboratorio,
Rowe y los Czerkas ya habían revisado las foto-
grafías. Según me dijo Rowe en febrero pasado,
los escáneres revelaban que «la cola no tenía una
conexión natural con el cuerpo», y esto se lo ex-
plicó a Stephen y Sylvia. «Fue duro, pero les dije
que el fósil se había dañado seriamente y había
sido mal recompuesto (de forma engañosa), y que
cabía la posibilidad de que fuera un fraude. Les
afectó mucho. En aquel momento yo no sabía que
217
habían invertido en él 80.000 dólares.»
No obstante, Currie recuerda que cuando en-
tró en la habitación, «Stephen, Sylvia y Tim se
habían puesto de acuerdo en que [el cuerpo y la
cola] se correspondían». Sin embargo, en las ho-
ras siguientes se notaba que Rowe, al igual que
Currie, no estaban cómodos con el acuerdo. Pero
sucumbieron a la presión de los Czerkas. Si Xu
Xing no hubiera encontrado el segundo fósil del
campesino, Currie y Rowe podrían estar disfru-
tando hoy del Archaeoraptor y de la gloria com-
partida de los Czerkas. Pero en aquel momento
se contentaron con expresar sus reservas en pri-
vado y nunca pidieron que sus dudas se reflejaran
en el artículo. Stephen insistió en que avanzaran
de forma rápida y que restaran importancia a sus
diferencias, porque se acercaba la fecha límite im-
puesta por National Geographic, dijo Rowe. Esto
era cierto, pero según Bill Allen, «si cualquiera
de nosotros hubiera tenido la menor sospecha de
que algo de esta magnitud era un error, lo hubie-
ra detenido, aunque hubiese sido el mismo día en
que la revista iba a la imprenta [el 19 de septiem-
bre], incluso aunque nos hubiera costado 200.000
dólares».
La versión personal de los Czerkas sobre lo que
pasó fue que los escáneres de TC de Rowe eran
«inadecuados», que mostraban «menos de lo que
era perceptible a simple vista» y que Rowe se es-
taba «valiendo» de la fractura entre la cola y el
cuerpo «para justificar la importancia de su labo-
ratorio». Un elemento clave en el desacuerdo en-
tre Rowe y los Czerkas se centró en el ego y la
personalidad: Rowe desdeñó a la pareja por sus
«ansias de controlar» y su falta de educación aca-
démica, y ellos le acusaron de ser un «académico
elitista, ambicioso hasta el punto de estar dispues-
to a sacrificar a cualquiera».
Cuando Currie se marchó, un equipo de Natio-
nal Geographic Television llegó al laboratorio de
Rowe con la intención de grabar al Archaeorap-
tor para un programa sobre dinosaurios con plu-
mas. Nadie informó ni al equipo de televisión ni
a Sloan, de vuelta en Washington, de las discre-
pancias que se acababan de producir. Rowe me
comentó que, puesto que él era «sólo un trabaja-
dor contratado» y que la subvención de la Socie-
dad era para Currie, le debía a éste confidenciali-
dad. Además, añadió, «ya sabes lo que le ocurre
al mensajero que lleva malas noticias. No pensé
que Stephen y Sylvia lo iban a ocultar». Segunda
señal de alarma.
La primera semana de septiembre, Currie envió
a Kevin Aulenback, técnico en fósiles del Museo
Tyrrell, a Blanding para que «preparara» el ejem-
plar: un proceso muy laborioso que consiste en
limpiar bajo el microscopio los huesos y retirar de
alrededor la tierra de milenios para que los cientí-
ficos puedan examinar mejor el fósil. Las cosas
tuvieron un mal comienzo. Aulenback dijo que
estaba seguro de que los fragmentos habían sido
amalgamados, aunque no podía decir si pertene-
cían a un animal o a más. Enfadados, los Czerkas
respondieron que su testimonio no era suficiente.
En el avión de regreso a Alberta, Aulenback
escribió una memoria detallada y tajante de sus
hallazgos y se la envió por correo electrónico a
Currie, que por entonces se hallaba en el desierto
de Gobi. En ella expresaba la conclusión de que
el Archaeoraptor «es un ejemplar compuesto por
al menos tres especímenes [...] con un máximo
[...] de cinco [...] ejemplares diferentes». No se la
mandó a los Czerkas. Tampoco nadie transmitió a
Sloan esta tercera señal de alarma.
En Washington, Sloan recuerda que «única-
mente esperábamos a que Stephen y Phil se pu-
sieran de acuerdo sobre si el Archaeoraptor era
una criatura capaz de volar. Una vez decidieron
que sí, fui a ver a Bill y le dije: Tenemos algo
muy bueno». Allen aceptó destacar el segmento
del Archaeoraptor y ponerlo al comienzo del ar-
tículo.
Casi al mismo tiempo, el 13 de agosto, des-
pués de rehacer y revisar su artículo quizás unas
veinte veces, los científicos lo enviaron a Natu-
re por correo urgente desde Blanding hasta Lon-
dres, junto con otra copia para Sloan a Washing-
ton. El artículo se titulaba «Una nueva ave denta-
da con una cola parecida a la del dromeosaurio»,
y lo firmaban Stephen Czerkas, Currie, Rowe y
Xu. En el primer párrafo se afirmaba que «el ave
primitiva de China [...] es más derivada [...] que
Archaeopteryx, el ave fósil más antigua conocida
[...y] posee extensiones alargadas similares a va-
218 APÉNDICE D. TRAS LA PISTA DEL ARCHAEORAPTOR
rillas [...] que guardan un parecido extraordinario
con las de los dinosaurios dromeosaurios».
En la segunda página el artículo destacaba,
aunque sin alarma, que «se habían incorporado
piezas del contramolde de la pata derecha al mol-
de principal en el lugar de la pata izquierda [y]
la cola pertenece probablemente al contramolde».
Estos problemas se mencionaban más adelante en
otra página.
Sloan reconoce que «en una visión a posteriori,
deberían haber sonado las alarmas» cuando lo le-
yó. «Pero todos esos últimos meses lo releí y pen-
sé: bien, parece que todos esos científicos piensan
que no hay nada extraño. La verdad es que yo no
vi ningún indicio de que la cola o cualquier otra
parte fueran de otra criatura.»
En la quinta página, el artículo declaraba que la
cola similar a la de un dromeosaurio en una cria-
tura parecida a un ave sugería un elemento antes
desconocido en la evolución de las aves a partir de
los dinosaurios terrestres. Es decir, lo que Czerkas
sugería a National Geographic que era «un esla-
bón perdido».
Para terminar, el artículo contenía una figura di-
bujada a mano del esqueleto, con la pata derecha,
el pie derecho y la cola sombreados. La pata y
el pie, decía la leyenda, «son elementos del con-
tramolde que estaban pegados al molde principal.
Creemos que la cola también fue pegada del con-
tramolde».
Mientras el artículo viajaba hacia Londres,
Henry Gee, el veterano editor de Nature, enviaba
por correo electrónico un mensaje furioso a Bar-
bara Moffet, del departamento de relaciones pú-
blicas de National Geographic Society. En él le
decía que todavía no había recibido el artículo y
que ya no era posible revisarlo con detenimien-
to para publicarlo en septiembre (tal como estaba
planeado), antes de la presentación ante los me-
dios de comunicación que la Sociedad tenía pre-
vista para octubre y de la publicación simultánea
del artículo de Sloan en la revista de noviembre.
Gee mandó una copia a Rowe, Currie y Xu, pero
no a los Czerkas.
El 14 de agosto, el día siguiente de que se
enviara el artículo, Rowe respondió por correo
electrónico a Gee a espaldas de sus colegas y de
Sloan. Escribió indignado que a él le habían «me-
tido» en el proyecto; que no tenía «ni idea de
lo mal que se había llevado todo el asunto»; y
que «el espectáculo publicitario que los Czerkas’s
[sic] han intentado orquestar con [National Geo-
graphic Society] ha cobrado más prioridad que el
proyecto, y ahora sólo espero que no haya [arrui-
nado] por completo el aspecto científico». Aún
así, decía, el Archaeoraptor es «un ejemplar muy
importante», y por ello se unió «a este equipo tan
asfixiante, y por lo que creo que voy a dedicar
algunas horas más a intentar desenmarañar este
lío».
Sloan reaccionó con sorpresa cuando le leí este
mensaje. «Si Tim nos hubiera dado al menos al-
gún indicio de su enfado en aquel momento, todo
hubiera sido muy distinto», me dijo.
El 20 de agosto Gee envió un correo electrónico
al «Estimado Dr. [sic] Czerkas», en el que decía:
«No estamos preparados para considerar la posi-
ble publicación de este artículo en Nature». Gee
no dio indicios de que el artículo fuera inadecuado
o incorrecto, únicamente culpaba a National Geo-
graphic por no aceptar un retraso indefinido de la
publicación a fin de permitir una revisión exhaus-
tiva.
De la noche a la mañana, los científicos envia-
ron a toda prisa una versión sutilmente alterada de
su artículo a Science, otra revista científica. Pero
ésta encargó una revisión exhaustiva del artículo
y luego lo rechazó tras argumentar que necesitaba
más pruebas de las cualidades de ave del Archaeo-
raptor. Rehicieron el artículo de nuevo y Science
lo volvió a rechazar. Otra señal de alarma.
Currie y los Czerkas siguieron asegurando a
Sloan y a Allen, incluso después de que millo-
nes de revistas con el marco amarillo empezaran
a salir de la imprenta, que el artículo sería publica-
do en algún sitio, aunque sólo fuera por el museo
de Blanding. No fue así. De modo que, al faltar
el respaldo científico que tanto había buscado, la
Geographic se quedó sola.
Un acto de presentación para periodistas ce-
lebrado el 15 de octubre, y el propio artículo,
aumentaron la publicidad del esperado «eslabón
perdido», y prepararon el terreno para el resbalón
de la revista. Los fallos empezaron a surgir ca-
219
si de inmediato. En una reunión de la Sociedad
de Paleontología de Vertebrados, que tuvo lugar
en Denver entre el 20 y el 23 de octubre, algunos
científicos del reducido grupo que se opone a la
teoría de que las aves proceden de los dinosau-
rios utilizaron el encuentro para menospreciar el
artículo. Los rumores se extendieron. Rowe pre-
sentó un escrito sobre el uso del escáner de TC en
fósiles y, de forma irónica, dado su correo electró-
nico previo a Gee, declaró: «Me encontré como
autor de un artículo que nos fue devuelto dicien-
do que el ejemplar había sido falsificado. No estoy
de acuerdo, pero ahora tenemos una herramienta
para estudiarlo».
Storrs L. Olson, conservador de aves en la
Smithsonian Institution y uno de los principales
detractores de la teoría, criticó con dureza al Ar-
chaeoraptor. Una de las mayores preocupaciones
de Olson, aunque no la única, tenía que ver con el
esotérico proceso de asignar un nombre a un fósil,
un privilegio que se suele conceder al autor del ar-
tículo científico que describe el ejemplar. En este
caso, puesto que el único uso publicado del nom-
bre Archaeoraptor liaoningensis apareció con el
crédito de Chris Sloan en la Geographic, éste ga-
nó, a falta de un adversario, la dudosa distinción.
Su apellido se adjunta ahora al nombre científi-
co completo, Archaeoraptor liaoningensis Sloan.
Esta vergüenza adicional se podría haber evitado
si el artículo se hubiera referido tan sólo a un «fó-
sil sin nombre», me dijo Sloan.
Pero todos estos sofismas del mundo de la pa-
leontología pronto se redujeron a una nota a pie
de página. El 20 de diciembre, Xu Xing envió
un correo electrónico a sus coautores y a Sloan
en el que invalidaba la teoría del eslabón perdi-
do. «¡Siento comunicarles malas noticias!», em-
pezaba de forma poco propicia en un inglés for-
zado. Un contacto en Liaoning le había mostrado
el contramolde de la cola del Archaeoraptor uni-
da a un cuerpo de dromeosaurio. Xu pudo ver con
claridad (igual que lo vi yo cuando me lo mostró
un mes más tarde en su laboratorio de Pekín) que
la impresión de la cola y un par de manchas ama-
rillas de óxido de hierro que la flanqueaban eran
reflejos perfectos de la pieza pegada al Archaeo-
raptor. «Estoy seguro al 100 % de que debemos
admitir que el Archaeoraptor es un ejemplar fal-
so», decía Xu.
Todo el embrollo se derrumbó en un momento:
National Geographic publicó una versión retoca-
da de la carta de Xu en su número de marzo, en la
que se cambió, a petición suya, «falso» por «su-
perpuesto».
Los Czerkas quedaron abatidos, pero después
se repusieron y mantuvieron sus esperanzas. Al
final, el 4 de abril reconocieron su derrota cuando
en una reunión de paleontólogos, en Washington,
Stephen dijo que él y Sylvia habían cometido «un
error sumamente estúpido». En aquel encuentro,
organizado por la Sociedad para tratar de poner
fin al fiasco, científicos independientes examina-
ron por primera vez, uno al lado del otro, el Ar-
chaeoraptor y el segundo fósil de Xu. Su conclu-
sión fue que, sin duda, la cola pertenecía al segun-
do fósil.
Philip Currie, con la vergüenza reflejada en el
rostro, dijo que haberse involucrado en la histo-
ria del Archaeoraptor fue «el mayor error de mi
vida».
Tim Rowe se sintió justificado y reivindicó que
sus escáneres habían demostrado desde un princi-
pio que el fósil era una falsificación.
Chris Sloan temía haber causado un gran da-
ño a su credibilidad en la revista. «Pensé que iba
a dar más de lo que se esperaba de mi trabajo y
resulta que estaba aportando un monstruo.»
Y Bill Allen dice que ha aprendido la sabiduría
de un refrán que los científicos comparten desde
hace tiempo. «Las declaraciones extraordinarias
requieren pruebas extraordinarias. Teníamos una
declaración extraordinaria, pero pruebas muy or-
dinarias.»
Publicado en National Geographic, ed. españo-
la, octubre 2000, 112-6.

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Tras la pista del Archaeoraptor

  • 1. Apéndice D Tras la pista del Archaeoraptor Cuando surgieron las preguntas sobre la auten- ticidad del Archaeoraptor, uno de los fósiles pre- sentado en el artículo «¿Tenía plumas T. Rex?», de noviembre de 1999, National Geographic le propuso a Lewis M. Simons, un veterano periodis- ta de investigación, que indagara qué había suce- dido. Este es su informe. Figura D.1: Fósil del falso Archaeoraptor. Foto- grafía con luz natural y con luz ultravioleta, con la que destacan los huesos contra el mineral. Su nombre, Archaeoraptor liaoningensis Sloan, es casi tan largo como su cola, pero para mis ojos profanos aquellos huesos descarnados parecían los restos del pollo de la cena del domingo anterior. Sin embargo, para algunos paleontólogos eminentes que vieron el pequeño esqueleto era la clave que buscaban desde hacía tiempo de un misterio de la evolución. Para otros miembros de esta comunidad, con frecuencia hirsuta y decididamente individualista, era una broma de mal gusto. Y para Bill Allen, editor de National Geographic, fue un quebradero de cabeza enorme. El pasado noviembre, la revista proclamaba que el descubrimiento del fósil en una empobre- cida región del nordeste de China proporcionaba «un eslabón perdido en la compleja cadena que conecta a los dinosaurios con las aves», y se fe- licitaba de contribuir a financiar la investigación. Dos meses más tarde, cuando resultó que el fósil había sido hábilmente ensamblado con partes de diferentes criaturas, es decir, era un fraude, Allen pasó con rapidez de la sorpresa a la humillación y al enfado. Cuando se calmó, el editor me pidió que inten- tara averiguar qué había pasado. «Consigue toda la información que puedas. ¿Cómo nos metimos en este embrollo? ¿Quién ensambló el fósil? ¿Có- mo pasó de un agujero en el suelo hasta nuestras páginas? ¿Quién tiene la culpa? Que se sepa toda la verdad.» Tras recibir carta blanca, recorrí zonas de Chi- na y de Estados Unidos, así como los pasillos de la sede de la Sociedad en Washington. A partir de lo que vi, oí y leí, elaboré un bre- ve informe sobre Archaeoraptor. Es un relato de 213
  • 2. 214 APÉNDICE D. TRAS LA PISTA DEL ARCHAEORAPTOR discreción y confianzas equivocadas, de choques de egos desproporcionados, autobombo, ilusio- nes, suposiciones ingenuas, errores humanos, ter- quedad, manipulación, murmuraciones, mentiras, corrupción y, sobre todo, de una pésima comuni- cación. Es una historia en la que ninguno de los personajes sale bien parado. Y al igual que a la propia estructura de huesos, a este informe le fal- tan, por fuerza, algunos fragmentos. La historia empezó un caluroso día de finales de julio de 1997, cuando un campesino cavaba en una cantera de pizarra en Xiasanjiazi, en la pro- vincia de Liaoning, en el nordeste de China, y extrajo una lámina delgada, de color de ante, cu- ya superficie era más o menos la décima parte de un metro cuadrado. Como muchos de sus veci- nos, solía excavar en busca de fósiles, que a veces vendía a algún coleccionista o traficante de fósiles por unos cuantos dólares. Sin embargo, esta pieza era extraordinaria: contenía los huesos fosilizados de lo que parecía ser un ave, incluidos indicios de plumas y un pico con dientes diminutos. Utilizó un pico y una pala y había roto la hoja al cavar. Algunas fracturas siguieron grietas late- rales del plano del propio fósil, lo que dio como resultado lo que los paleontólogos llaman molde y contramolde, o parte y contraparte. Son reflejos exactos, algo así como una galleta Oreo separa- da en sus dos partes. Continuó excavando y a un par metros de distancia encontró una lasca más pequeña que contenía una cola rígida del tamaño aproximado de una aguja de ganchillo, un cráneo, un pie y otras partes. Este fósil también estaba di- vidido en molde y contramolde. No sé cómo se llama el campesino, ni pude ha- blar con él. Cuando en marzo pasado visité Xia- sanjiazi, ninguna de las personas que encontré ad- mitió conocerlo. Prometí el anonimato, pero te- nían buenas razones para no decir palabra. Un ofi- cial de policía me explicó en Beipiao, capital de la comarca, que sólo pueden excavar los campe- sinos autorizados, y que deben entregar sus ha- llazgos a cambio de una pequeña remuneración. El que se queda con un fósil puede ser arrestado. En la cercana ciudad de Jinzhou, un juez me dijo que la pena puede ser de entre dos y tres años de cárcel, y en casos excepcionales, como cuando un fósil sale de China de contrabando y se vende en el extranjero por decenas de miles de dólares, la ejecución. El Archaeoraptor fue trasladado a Estados Uni- dos, donde se vendió por 80.000 dólares. Así que lo que escribo sobre el campesino se basa en lo que vi en el pueblo y en las canteras, y en las respuestas a las preguntas que dejé para él al traficante que le compró el ejemplar. En su vivienda de una sola habitación, el cam- pesino puso aparte el contramolde de la cola, y pegó con una pasta casera el molde de la cola a la parte inferior de un cuerpo similar al de un ave. Con piezas del contramolde del propio cuerpo, y posiblemente otros fragmentos que había ido guardando, pegó las patas y los pies que faltaban. Consciente de que, a diferencia de los paleontó- logos, los coleccionistas prefieren ejemplares en- samblados listos para ser exhibidos, el campesino siguió la economía básica de mercado. El resultado fue «el eslabón perdido»: el cuerpo de un ave primitiva con los dientes y la cola de un dinosaurio terrestre pequeño, o dromeosaurio. Con el tiempo, la cola, y si pertenecía o no al lugar donde estaba pegada, seria más importante que el dinosaurio. No puedo asegurar si el campesino creó un fraude de forma deliberada para ganar un dine- ro extra o si pegó de buena fe los fragmentos que pensó que iban juntos. Según sus respuestas a las preguntas que le hice a través del traficante, creyó entonces, y cree todavía, que «la cola pertenece al cuerpo [y] que se separo del cuerpo cuando que- dó enterrada» hace más de 120 millones de años. Pero cuando la encontró debió haber visto que la cola estaba conectada a otro cuerpo. El traficante, con el que hablé largo rato y cuyo nombre no revelaré para preservar su seguridad, fue el único personaje de la historia que no ad- mitió ninguna culpabilidad. Dijo que compró el fósil al campesino en junio de 1998 e insistió en que ni entonces ni ahora sabía que fuera una fal- sificación. No tengo la menor duda de que el traficante sa- bía que hacía contrabando, pese a que se esforzó en explicarme su modo de actuar ante la ley chi- na. A través de un «socio» de un instituto cientí-
  • 3. 215 fico de la ciudad de Guilin obtuvo un papel con el titulo de «certificado», que hace constar que el fósil fue «adquirido legalmente» y que «es legal para ser exportado desde China» como parte de un «programa de intercambio de ejemplares». La ley china de 1982 que prohibe la exporta- ción de cualquier fósil de vertebrado está ahora sometida a su sexta revisión, y el traficante sos- tenía que «por el momento no hay ley». Mientras las autoridades de Pekín insisten en que ningún fósil debe salir del país de forma legal, la realidad es que se sacan grandes cantidades, la mayoría de las veces mediante el soborno de los funcionarios locales. El traficante vendió el Archaeoraptor a prin- cipios de febrero de 1999 en una exposición de gemas y minerales en Tucson, Arizona. El com- prador, Stephen A. Czerkas, director de un museo de dinosaurios sin ánimo de lucro en la pequeña localidad de Blanding, Utah, me dijo que se que- dó «pasmado» cuando le mostraron el fósil en la habitación del traficante. Sin dudar de su autenti- cidad, reunió los 80.000 dólares que pedían con una llamada a M. Dale Slade, un empresario de Blanding y patrocinador activo del museo. Czerkas y su mujer, Sylvia, son artistas que crean figuras de dinosaurios a tamaño real, y al- gunas de ellas están expuestas en museos impor- tantes de todo el mundo. Pese a que han escrito libros y artículos, ninguno tiene un doctorado. Es una cuestión delicada para ellos e irritante para al- gunos doctores en paleontología, quienes los des- califican por aficionados. Los Czerkas y Slade previeron que el nuevo ejemplar se convertiría en la joya de la corona del Museo de Dinosaurios en Blanding. Pensaron que el fósil se convertiría en un imán para grandes multitudes de turistas, así como de investigadores serios. Aunque su sueño se vio frustrado, ni Slade ni los Czerkas han intentado recuperar los 80.000 dólares. El traficante me dijo que había hecho de- voluciones e intercambios con anterioridad. «¿Pa- ra qué queremos que nos devuelvan el dinero? me preguntó Slade, incrédulo. Tenemos algo mejor que el dinero.» Según él, el fósil ha sido valorado en «entre un millón y un millón y medio de dóla- res», y su compañía se propone desgravarlo como una contribución al museo de Blanding. Más o menos una semana después de llevarse el fósil a casa, los Czerkas hablaron con un viejo amigo, Philip J. Currie, un reconocido científico canadiense del Royal Tyrrell Museum of Palaeon- tology en Alberta. La pareja quería que Currie se les uniera como coautor de un artículo que iban a escribir. A Currie le interesó. Como a menudo era asesor de la Geographic se lo mencionó a Ch- ristopher P. Sloan, director de arte de la revista. Sloan pensó que se podía dedicar un artículo al pequeño fósil. Pero Currie y Sloan no querían comprometer el acceso a China de sus organizaciones al ver- se asociados con un ejemplar que las autoridades sin duda iban a considerar de contrabando. Con- vencieron con dificultad a los Czerkas para que, tras concluir el estudio, devolvieran a China el Ar- chaeoraptor sin ninguna compensación para Sla- de. (El fósil fue devuelto el pasado 25 de mayo.) A instancias de Currie, el director del Institu- to de Paleontología y Paleoantropología de Ver- tebrados en Pekín, que recibiría el fósil repatria- do, propuso que Xu Xing, un científico del insti- tuto, pasara «entre tres y cinco meses» en Estados Unidos para ayudar a estudiar el Archaeoraptor y colaborar en el artículo científico. En realidad Xu, cansado por la diferencia horaria tras haber vola- do a Estados Unidos a petición de National Geo- graphic, sólo dispuso de dos días para observar el fósil en Blanding antes de verse forzado a asistir a una reunión con los medios de comunicación en Washington. Al saber que el fósil iba a ser devuelto a China, Currie se sintió con libertad para involucrarse de lleno, y Sloan obtuvo el consentimiento de Bill Allen para cubrir la historia. Los Czerkas y Cu- rrie, junto con Xu, se pusieron de acuerdo para escribir por primera vez un artículo y publicarlo en la prestigiosa revista científica Nature. Natio- nal Geographic, que intenta tender un puente en- tre la ciencia pura y la divulgación, prefiere no revelar descubrimientos científicos sin que antes hayan sido evaluados con detenimiento por exper- tos. Al final, el esfuerzo por coordinar la publica- ción entre Nature y la Geographic fracasó, lo que contribuyó, en gran medida, a la publicación de
  • 4. 216 APÉNDICE D. TRAS LA PISTA DEL ARCHAEORAPTOR un artículo falso en esta última revista. En un principio el artículo sobre el Archaeo- raptor tenía que aparecer en la revista como parte de un reportaje más amplio sobre dinosaurios con plumas. Sloan, que se había encargado de la direc- ción de arte de numerosos artículos, pero nunca había escrito uno, había convencido a Allen para que le dejara redactar éste. La publicación se fijó para noviembre, seis meses más tarde, un margen de tiempo menor de lo normal. La asociación entre Sloan y Currie estaba con- denada al fracaso. Como escritor novato, Sloan cometió el pecado capital del periodista: supuso que, ya que la reputación de Currie era tan excep- cional, no era necesario estar encima de él o cues- tionarle. Más que en una fuente, Currie se convir- tió en un colaborador. Peor aún, Currie estaba tan ocupado atendiendo sus compromisos en todo el mundo, que prestó poca atención al proyecto so- bre el Archaeoraptor. El 6 de marzo, Currie viajó a Blanding a car- go de National Geographic y examinó el fósil por primera vez. Hizo sonar la primera alarma. «Me di cuenta de que algo funcionaba mal porque no se podía ver una conexión entre la cola y el cuerpo me dijo, y las patas eran claramente molde y con- tramolde. Se lo comuniqué a Stephen y estuvo de acuerdo. Era obvio, podías medir los huesos y ver que estaban alineados.» Sin embargo, según los Czerkas, Currie sólo mencionó uno de los pies, pero no habló de la cola. Cuando entrevisté a los implicados no para- ban de surgir discrepancias de este tipo. Con una publicidad negativa aún cerniéndose sobre ellos, ahora recuerdan versiones muy distintas de lo su- cedido. Con la perspectiva del tiempo, lo que en- tonces podía resultar confuso, ahora se percibe con claridad. Pocos aceptan la culpa y se acusan entre sí. Habría más alarmas, pero como Allen había pe- dido que el proyecto se abordara con la máxima discreción, pasaron inadvertidas o no se informó sobre ellas. Allen dice ahora que si alguno de esos avisos hubiera llegado hasta él, habría suspendido el proyecto. En una falta de responsabilidad muy perjudi- cial, Currie no le habló a Sloan de sus sospechas. Dijo que dio por sentado que lo harían los Czer- kas. Estos sostienen que no había ningún motivo para hacerlo. En mayo, Sloan visitó a los Czer- kas y vio el fósil. Ávido entusiasta de los dinosau- rios, pero no científico, Sloan estaba entusiasma- do. «No cabía duda de que se trataba de un animal extraño me dijo, pero no tenía razones para sospe- char que no fuera auténtico. Había trabajado con Phil durante años y él lo había visto.» Cegado por su alta consideración del científico, Sloan se abs- tuvo de interrogarle a fondo. La participación de Currie fue clave para la im- plicación de National Geographic. En la prepara- ción posterior del artículo, cuando Bill Allen di- jo a sus editores que mantuvieran una confiden- cialidad estricta, Kathy B. Maher, la investigado- ra de la revista encargada de comprobar su vera- cidad, recuerda que no estaba preocupada «por- que Phil participaba en el proyecto y yo confiaba plenamente en él». Ahora Currie reconoce que se equivocó. «Está claro que debería haber avisado a la Geographic personalmente y no confiar en que otros lo hicieran.» El 2 de agosto, Currie tuvo un breve encuen- tro con los Czerkas en Austin, en el Servicio de TC por Rayos X de Alta Resolución de la Univer- sidad de Texas, fundado por el profesor Timothy Rowe. Utilizando un aparato de grandes dimen- siones, Rowe y sus ayudantes escanearon el fósil durante más de 100 horas y generaron una serie de fotografías que parecían mostrar numerosas frac- turas: 88 piezas en total. Rowe, de aspecto robusto y maneras toscas, accedió a cobrar un precio re- bajado de 10.000 dólares por los escáneres (que se pagaron con una subvención de National Geo- graphic Society a Currie) a cambio de que se le incluyera como otro coautor del artículo. Antes de que Currie entrara en el laboratorio, Rowe y los Czerkas ya habían revisado las foto- grafías. Según me dijo Rowe en febrero pasado, los escáneres revelaban que «la cola no tenía una conexión natural con el cuerpo», y esto se lo ex- plicó a Stephen y Sylvia. «Fue duro, pero les dije que el fósil se había dañado seriamente y había sido mal recompuesto (de forma engañosa), y que cabía la posibilidad de que fuera un fraude. Les afectó mucho. En aquel momento yo no sabía que
  • 5. 217 habían invertido en él 80.000 dólares.» No obstante, Currie recuerda que cuando en- tró en la habitación, «Stephen, Sylvia y Tim se habían puesto de acuerdo en que [el cuerpo y la cola] se correspondían». Sin embargo, en las ho- ras siguientes se notaba que Rowe, al igual que Currie, no estaban cómodos con el acuerdo. Pero sucumbieron a la presión de los Czerkas. Si Xu Xing no hubiera encontrado el segundo fósil del campesino, Currie y Rowe podrían estar disfru- tando hoy del Archaeoraptor y de la gloria com- partida de los Czerkas. Pero en aquel momento se contentaron con expresar sus reservas en pri- vado y nunca pidieron que sus dudas se reflejaran en el artículo. Stephen insistió en que avanzaran de forma rápida y que restaran importancia a sus diferencias, porque se acercaba la fecha límite im- puesta por National Geographic, dijo Rowe. Esto era cierto, pero según Bill Allen, «si cualquiera de nosotros hubiera tenido la menor sospecha de que algo de esta magnitud era un error, lo hubie- ra detenido, aunque hubiese sido el mismo día en que la revista iba a la imprenta [el 19 de septiem- bre], incluso aunque nos hubiera costado 200.000 dólares». La versión personal de los Czerkas sobre lo que pasó fue que los escáneres de TC de Rowe eran «inadecuados», que mostraban «menos de lo que era perceptible a simple vista» y que Rowe se es- taba «valiendo» de la fractura entre la cola y el cuerpo «para justificar la importancia de su labo- ratorio». Un elemento clave en el desacuerdo en- tre Rowe y los Czerkas se centró en el ego y la personalidad: Rowe desdeñó a la pareja por sus «ansias de controlar» y su falta de educación aca- démica, y ellos le acusaron de ser un «académico elitista, ambicioso hasta el punto de estar dispues- to a sacrificar a cualquiera». Cuando Currie se marchó, un equipo de Natio- nal Geographic Television llegó al laboratorio de Rowe con la intención de grabar al Archaeorap- tor para un programa sobre dinosaurios con plu- mas. Nadie informó ni al equipo de televisión ni a Sloan, de vuelta en Washington, de las discre- pancias que se acababan de producir. Rowe me comentó que, puesto que él era «sólo un trabaja- dor contratado» y que la subvención de la Socie- dad era para Currie, le debía a éste confidenciali- dad. Además, añadió, «ya sabes lo que le ocurre al mensajero que lleva malas noticias. No pensé que Stephen y Sylvia lo iban a ocultar». Segunda señal de alarma. La primera semana de septiembre, Currie envió a Kevin Aulenback, técnico en fósiles del Museo Tyrrell, a Blanding para que «preparara» el ejem- plar: un proceso muy laborioso que consiste en limpiar bajo el microscopio los huesos y retirar de alrededor la tierra de milenios para que los cientí- ficos puedan examinar mejor el fósil. Las cosas tuvieron un mal comienzo. Aulenback dijo que estaba seguro de que los fragmentos habían sido amalgamados, aunque no podía decir si pertene- cían a un animal o a más. Enfadados, los Czerkas respondieron que su testimonio no era suficiente. En el avión de regreso a Alberta, Aulenback escribió una memoria detallada y tajante de sus hallazgos y se la envió por correo electrónico a Currie, que por entonces se hallaba en el desierto de Gobi. En ella expresaba la conclusión de que el Archaeoraptor «es un ejemplar compuesto por al menos tres especímenes [...] con un máximo [...] de cinco [...] ejemplares diferentes». No se la mandó a los Czerkas. Tampoco nadie transmitió a Sloan esta tercera señal de alarma. En Washington, Sloan recuerda que «única- mente esperábamos a que Stephen y Phil se pu- sieran de acuerdo sobre si el Archaeoraptor era una criatura capaz de volar. Una vez decidieron que sí, fui a ver a Bill y le dije: Tenemos algo muy bueno». Allen aceptó destacar el segmento del Archaeoraptor y ponerlo al comienzo del ar- tículo. Casi al mismo tiempo, el 13 de agosto, des- pués de rehacer y revisar su artículo quizás unas veinte veces, los científicos lo enviaron a Natu- re por correo urgente desde Blanding hasta Lon- dres, junto con otra copia para Sloan a Washing- ton. El artículo se titulaba «Una nueva ave denta- da con una cola parecida a la del dromeosaurio», y lo firmaban Stephen Czerkas, Currie, Rowe y Xu. En el primer párrafo se afirmaba que «el ave primitiva de China [...] es más derivada [...] que Archaeopteryx, el ave fósil más antigua conocida [...y] posee extensiones alargadas similares a va-
  • 6. 218 APÉNDICE D. TRAS LA PISTA DEL ARCHAEORAPTOR rillas [...] que guardan un parecido extraordinario con las de los dinosaurios dromeosaurios». En la segunda página el artículo destacaba, aunque sin alarma, que «se habían incorporado piezas del contramolde de la pata derecha al mol- de principal en el lugar de la pata izquierda [y] la cola pertenece probablemente al contramolde». Estos problemas se mencionaban más adelante en otra página. Sloan reconoce que «en una visión a posteriori, deberían haber sonado las alarmas» cuando lo le- yó. «Pero todos esos últimos meses lo releí y pen- sé: bien, parece que todos esos científicos piensan que no hay nada extraño. La verdad es que yo no vi ningún indicio de que la cola o cualquier otra parte fueran de otra criatura.» En la quinta página, el artículo declaraba que la cola similar a la de un dromeosaurio en una cria- tura parecida a un ave sugería un elemento antes desconocido en la evolución de las aves a partir de los dinosaurios terrestres. Es decir, lo que Czerkas sugería a National Geographic que era «un esla- bón perdido». Para terminar, el artículo contenía una figura di- bujada a mano del esqueleto, con la pata derecha, el pie derecho y la cola sombreados. La pata y el pie, decía la leyenda, «son elementos del con- tramolde que estaban pegados al molde principal. Creemos que la cola también fue pegada del con- tramolde». Mientras el artículo viajaba hacia Londres, Henry Gee, el veterano editor de Nature, enviaba por correo electrónico un mensaje furioso a Bar- bara Moffet, del departamento de relaciones pú- blicas de National Geographic Society. En él le decía que todavía no había recibido el artículo y que ya no era posible revisarlo con detenimien- to para publicarlo en septiembre (tal como estaba planeado), antes de la presentación ante los me- dios de comunicación que la Sociedad tenía pre- vista para octubre y de la publicación simultánea del artículo de Sloan en la revista de noviembre. Gee mandó una copia a Rowe, Currie y Xu, pero no a los Czerkas. El 14 de agosto, el día siguiente de que se enviara el artículo, Rowe respondió por correo electrónico a Gee a espaldas de sus colegas y de Sloan. Escribió indignado que a él le habían «me- tido» en el proyecto; que no tenía «ni idea de lo mal que se había llevado todo el asunto»; y que «el espectáculo publicitario que los Czerkas’s [sic] han intentado orquestar con [National Geo- graphic Society] ha cobrado más prioridad que el proyecto, y ahora sólo espero que no haya [arrui- nado] por completo el aspecto científico». Aún así, decía, el Archaeoraptor es «un ejemplar muy importante», y por ello se unió «a este equipo tan asfixiante, y por lo que creo que voy a dedicar algunas horas más a intentar desenmarañar este lío». Sloan reaccionó con sorpresa cuando le leí este mensaje. «Si Tim nos hubiera dado al menos al- gún indicio de su enfado en aquel momento, todo hubiera sido muy distinto», me dijo. El 20 de agosto Gee envió un correo electrónico al «Estimado Dr. [sic] Czerkas», en el que decía: «No estamos preparados para considerar la posi- ble publicación de este artículo en Nature». Gee no dio indicios de que el artículo fuera inadecuado o incorrecto, únicamente culpaba a National Geo- graphic por no aceptar un retraso indefinido de la publicación a fin de permitir una revisión exhaus- tiva. De la noche a la mañana, los científicos envia- ron a toda prisa una versión sutilmente alterada de su artículo a Science, otra revista científica. Pero ésta encargó una revisión exhaustiva del artículo y luego lo rechazó tras argumentar que necesitaba más pruebas de las cualidades de ave del Archaeo- raptor. Rehicieron el artículo de nuevo y Science lo volvió a rechazar. Otra señal de alarma. Currie y los Czerkas siguieron asegurando a Sloan y a Allen, incluso después de que millo- nes de revistas con el marco amarillo empezaran a salir de la imprenta, que el artículo sería publica- do en algún sitio, aunque sólo fuera por el museo de Blanding. No fue así. De modo que, al faltar el respaldo científico que tanto había buscado, la Geographic se quedó sola. Un acto de presentación para periodistas ce- lebrado el 15 de octubre, y el propio artículo, aumentaron la publicidad del esperado «eslabón perdido», y prepararon el terreno para el resbalón de la revista. Los fallos empezaron a surgir ca-
  • 7. 219 si de inmediato. En una reunión de la Sociedad de Paleontología de Vertebrados, que tuvo lugar en Denver entre el 20 y el 23 de octubre, algunos científicos del reducido grupo que se opone a la teoría de que las aves proceden de los dinosau- rios utilizaron el encuentro para menospreciar el artículo. Los rumores se extendieron. Rowe pre- sentó un escrito sobre el uso del escáner de TC en fósiles y, de forma irónica, dado su correo electró- nico previo a Gee, declaró: «Me encontré como autor de un artículo que nos fue devuelto dicien- do que el ejemplar había sido falsificado. No estoy de acuerdo, pero ahora tenemos una herramienta para estudiarlo». Storrs L. Olson, conservador de aves en la Smithsonian Institution y uno de los principales detractores de la teoría, criticó con dureza al Ar- chaeoraptor. Una de las mayores preocupaciones de Olson, aunque no la única, tenía que ver con el esotérico proceso de asignar un nombre a un fósil, un privilegio que se suele conceder al autor del ar- tículo científico que describe el ejemplar. En este caso, puesto que el único uso publicado del nom- bre Archaeoraptor liaoningensis apareció con el crédito de Chris Sloan en la Geographic, éste ga- nó, a falta de un adversario, la dudosa distinción. Su apellido se adjunta ahora al nombre científi- co completo, Archaeoraptor liaoningensis Sloan. Esta vergüenza adicional se podría haber evitado si el artículo se hubiera referido tan sólo a un «fó- sil sin nombre», me dijo Sloan. Pero todos estos sofismas del mundo de la pa- leontología pronto se redujeron a una nota a pie de página. El 20 de diciembre, Xu Xing envió un correo electrónico a sus coautores y a Sloan en el que invalidaba la teoría del eslabón perdi- do. «¡Siento comunicarles malas noticias!», em- pezaba de forma poco propicia en un inglés for- zado. Un contacto en Liaoning le había mostrado el contramolde de la cola del Archaeoraptor uni- da a un cuerpo de dromeosaurio. Xu pudo ver con claridad (igual que lo vi yo cuando me lo mostró un mes más tarde en su laboratorio de Pekín) que la impresión de la cola y un par de manchas ama- rillas de óxido de hierro que la flanqueaban eran reflejos perfectos de la pieza pegada al Archaeo- raptor. «Estoy seguro al 100 % de que debemos admitir que el Archaeoraptor es un ejemplar fal- so», decía Xu. Todo el embrollo se derrumbó en un momento: National Geographic publicó una versión retoca- da de la carta de Xu en su número de marzo, en la que se cambió, a petición suya, «falso» por «su- perpuesto». Los Czerkas quedaron abatidos, pero después se repusieron y mantuvieron sus esperanzas. Al final, el 4 de abril reconocieron su derrota cuando en una reunión de paleontólogos, en Washington, Stephen dijo que él y Sylvia habían cometido «un error sumamente estúpido». En aquel encuentro, organizado por la Sociedad para tratar de poner fin al fiasco, científicos independientes examina- ron por primera vez, uno al lado del otro, el Ar- chaeoraptor y el segundo fósil de Xu. Su conclu- sión fue que, sin duda, la cola pertenecía al segun- do fósil. Philip Currie, con la vergüenza reflejada en el rostro, dijo que haberse involucrado en la histo- ria del Archaeoraptor fue «el mayor error de mi vida». Tim Rowe se sintió justificado y reivindicó que sus escáneres habían demostrado desde un princi- pio que el fósil era una falsificación. Chris Sloan temía haber causado un gran da- ño a su credibilidad en la revista. «Pensé que iba a dar más de lo que se esperaba de mi trabajo y resulta que estaba aportando un monstruo.» Y Bill Allen dice que ha aprendido la sabiduría de un refrán que los científicos comparten desde hace tiempo. «Las declaraciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias. Teníamos una declaración extraordinaria, pero pruebas muy or- dinarias.» Publicado en National Geographic, ed. españo- la, octubre 2000, 112-6.